1. CLARETIANOS 2002
Preparaos, porque esta cuarta semana de julio viene cargada de memorias de grandes figuras. Como aperitivo, hoy celebramos la memoria de Santa María Magdalena (¡no confundir con María de Betania, aunque no faltan exegetas que insisten en que se trata del mismo personaje!).
De ella sabemos muy poco, pero los cuatro rasgos que nos ofrecen los evangelios nos permiten adentrarnos en el misterio de "un amor más fuerte que la muerte". Esta frase del Cantar de los Cantares me parece muy apropiada para resumir la trayectoria personal de la Magdalena. La liturgia nos regala tres hermosos textos. El de la segunda carta a los Corintios pone el acento en la novedad que produce el amor de Cristo. Quien lo experimenta ve las cosas de otra manera, da muerte a su vida vieja y prueba su condición de "criatura nueva". María de Magdala debió de vivir esta experiencia en su encuentro con Jesús. Tan honda fue, tan decisiva, que, a partir de ese encuentro, su vida fue una búsqueda incesante.
Sólo busca quien ha sido encontrado. He aquí la primera lección que la Magdalena nos ofrece y que Agustín de Hipona desarrolló como nadie. Por eso tiene tanta fuerza el salmo responsorial de hoy. Sus palabras parecen escritas para la ocasión: "Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua".
Que el amor hizo de María una buscadora queda patente en la pregunta que el Resucitado le dirige: "¿A quién buscas?". Me llaman la atención dos cosas. La primera es que esta pregunta clave está precedida por otra repetida: "¿Por qué lloras?". Como si la intensidad de la búsqueda fuera proporcional a la magnitud de la pérdida. Sólo se llora por lo que nos ha afectado profundamente. El llanto de la Magdalena es un certificado de un amor "directo al corazón", como suelen decir los cantantes de rock.
La segunda cosa que me llama la atención es el cambio de términos. Para el llanto se busca una causa (¿Por qué?). Para la búsqueda se hace referencia a una persona (¿A quién?). María no busca -como a veces nos gusta decir en le lenguaje de hoy- un ideal, una causa por la que luchar, un sentido. Todo esto vendrá por añadidura. María busca a Aquel que, mirándola "de otra manera", la ha restituido en su dignidad de mujer, a Aquel a quien ha seguido por los caminos de Galilea en compañía de otros hombres y mujeres, a Aquel colgado en un madero y abandonado por casi todos, excepto por ella.
Sólo busca de esta manera quien sabe que, una vez perdonado, no puede ya vivir
en la antigua condición. ¿No os parece que la trayectoria de María Magdalena es
una propuesta para nuestras búsquedas de hoy?
Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)
2. 2002
COMENTARIO 1 -
Jn 20, 1.11-18
v. 20,1 El primer día de la semana, por la mañana temprano, todavía en
tinieblas, fue María Magdalena al sepulcro y vio la losa quitada.
Terminada la creación del Hombre (19,30) y preparada la verdadera Pascua
(19,31-42), comienza sin interrupción el nuevo ciclo: el de la creación nueva y
la Pascua definitiva. No señala el evangelista intervalo de días entre la
muerte-sepultura de Jesús y la llegada del día primero; subraya así que uno y
otro hecho son inseparables. “El último día”, que alboreó en la cruz, viene
presentado ahora como “el primer día”, que inaugura la nueva época de la
humanidad.
Por la mañana temprano indica un momento en que ya hay luz (18,28), dato
difícil de conciliar con el que sigue: todavía en tinieblas. Como en este
evangelio “la tiniebla” significa una ideología contraria a la verdad de la
vida (1,5; 3,19; 6,17; 12,35), esto quiere decir que María va al sepulcro
poseída por la falsa concepción de la muerte y no se da cuenta de que el nuevo
día ha comenzado ya. Es clara la alusión al Cantar (3,1: “Por la noche, buscaba
al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré”). María es figura de la
comunidad-esposa.
Ella cree que la muerte ha triunfado. Va únicamente a visitar el sepulcro, sin
llevar nada. La comunidad ha olvidado la recomendación de Jesús en Betania:
guardar aquel perfume, que lo honraba como dador de vida, para el día de su
sepultura (12,7). Pero la fe en la vida, simbolizada allí por el perfume, está
ausente de María y de los discípulos que aparecerán a continuación. Buscan al
dador de vida como a un cadáver.
Al llegar, vio la losa quitada del sepulcro. La losa puesta habría sido el sello
de la muerte definitiva (cf. 11,38s.41); pero la vida de Jesús no se ha
interrumpido, su historia no se ha cerrado.
v. 2 Fue entonces corriendo a ver a Simón Pedro y también al otro discípulo, el
predilecto de Jesús, y les dijo: «Se han llevado al Señor del sepulcro y no
sabemos dónde lo han puesto».
La reacción de María es de alarma. Avisa a los dos discípulos por separado. Como
lo había anunciado Jesús, su muerte ha provocado la dispersión de los suyos
(16,32).
En vez de anunciarles el dato objetivo, que la losa estaba quitada, María les
propone su propia interpretación del hecho: se han llevado al Señor. Lo que era
señal de vida (el sepulcro abierto) no lo ve como tal. Llama a Jesús "el Señor",
pero para ella es un Señor impotente, que está a merced de lo que quieran hacer
con él. El plural no sabemos indica la desorientación de la comunidad.
Ésta se siente perdida sin Jesús. Hay una actitud de búsqueda, pero buscan a un
Señor muerto. Él era su fuerza y su punto de referencia; al creerlo reducido a
la impotencia, la comunidad queda ella misma sin ánimos y sin norte.
vv. 11-13 María se había quedado junto al sepulcro, fuera, llorando. Sin dejar
de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco sentados,
uno a la cabecera y otro a los pies, en el lugar donde había estado puesto el
cuerpo de Jesús. 3Le preguntaron ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?» Les dijo: «Se
han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Jesús había anunciado a los suyos la tristeza por su muerte, pero asegurándoles
la brevedad de la prueba y la alegría que les produciría su vuelta (16,16-23a).
María, en cambio, llora sin esperanza (cf. 11,33); ha olvidado las palabras de
Jesús. No se separa del sepulcro, donde ya no puede encontrarlo.
Sin interrumpir su llanto, se asoma al interior del sepulcro. En los extremos
del lecho ve dos ángeles o mensajeros de Dios; son los testigos de la
resurrección y están dispuestos a anunciarla. Van vestidos de blanco, color de
la gloria divina; su presencia es un anuncio de vida. Están sentados: su
testimonio del sepulcro vacío es el término de su misión. Colocados a un lado y
a otro, como los querubines del arca de la alianza (Éx 25,18), custodian el
lugar donde ha brillado la gloria de Dios.
El vestido de los ángeles indica que no hay razón para el llanto. Siendo
mensajeros, si ella les preguntara (cf. Cant 3,2s: "¿Habéis visto al amor de mi
alma"?) le darían la información que poseen. Pero no es María la que les
pregunta, sino ellos a María («Mujer, ¿por qué lloras?»).
La llaman Mujer, apelativo usado por Jesús con su madre (2,4 y 19,6), la esposa
fiel de Dios en la antigua alianza, y con la samaritana (4,21), la esposa
infiel. Los ángeles ven en María a la esposa de la nueva alianza, que busca
desolada al esposo, pensando haberlo perdido. María, de hecho, llama a Jesús mi
Señor, como mujer al marido, según el uso de entonces.
La respuesta de María delata su estado de ánimo. Es el mismo que tenía cuando
llegó al sepulcro por primera vez (20,2): sigue pensando que todo ha terminado
con la muerte.
vv. 14-15a Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía
que era Jesús. 15Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?»
Mientras siga mirando al sepulcro, lugar de muerte, María no encontrará a Jesús.
En cuanto se vuelve, lo ve de pie, como corresponde a una persona viva, pero la
idea de la muerte la domina y no lo reconoce. Habría reconocido a un Jesús
yacente, pero no lo reconoce vivo.
La pregunta de Jesús repite en primer lugar la de los ángeles; como ellos,
insinúa a María que no hay motivo para llorar. Añade ¿A quién buscas?, como
preguntó a los que iban a prenderlo (18,4.7), y espera la misma respuesta que
aquéllos dieron entonces: "A Jesús el Nazoreo". Quiere darse a conocer. Pero
María no pronuncia su nombre.
v. 15b Ella, pensando que era el hortelano, le dice: «Señor, si te lo has
llevado tú, dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré».
Al no reconocer a Jesús, su presencia en el huerto le hace pensar que sea el
hortelano. Con esta palabra reintroduce el evangelista la idea del huerto-jardín
(19,41), volviendo al lenguaje del Cantar. Se prepara el encuentro de la esposa
(Mujer) con el esposo (3,29). María no se da cuenta aún, pero ya está presente
la primera pareja del mundo nuevo, el comienzo de la nueva humanidad.
Jesús, como los ángeles, la ha llamado “mujer” (esposa); ella, expresando sin
saberlo la realidad de Jesús, lo llama “Señor” (esposo, marido).
Sin embargo, obsesionada con su idea, piensa que si Jesús no está en el sepulcro
se debe a la acción de otros (si te lo has llevado tú). No sabe que, al dar su
vida libremente, Jesús tenía en su mano recobrarla (10,18). Cree también María
que la presencia de Jesús está vinculada a un lugar preciso (dime dónde lo has
puesto), donde ella podría encontrarlo. Quiere asegurarse la cercanía a Jesús,
aunque sea muerto (y yo me lo llevaré).
vv. 16-17a Le dice Jesús: «María». Volviéndose ella, le dijo en su lengua: «Rabbuni»
(que equivale a “Maestro”). Le dijo Jesús: «Suéltame, que aún no he subido con
el Padre para quedarme».
Jesús la llama por su nombre y ella reconoce su voz (10,3; cf. Cant 5,2). Se
vuelve del todo, sin mirar más al sepulcro, que es el pasado. Al esposo
responde la esposa (cf. Jr 33,11: "Se oirán la voz alegre y la voz gozosa, la
voz del novio y la voz de la novia"; Jn 3,29): se establece la nueva alianza por
medio del Mesías.
Rabbuni, “Señor mío”, era tratamiento dado a los maestros, como lo hace notar el
evangelista; pero lo usaba también la mujer para dirigirse al marido. Se
combinan así los dos aspectos de la escena. Como término del lenguaje conyugal,
Rabbuni expresa la relación de amor y fidelidad que une la comunidad a Jesús.
Como tratamiento para el maestro, indica que ese amor se concibe en términos de
discipulado, es decir, de seguimiento, de práctica de un amor como el suyo
(1,16; cf. 13,34: Igual que yo os he amado).
Hay un gesto implícito de María respecto a Jesús (Cant 3,4: “Encontré al amor de
mi alma; lo agarraré y ya no lo soltaré”). A ese gesto responde Jesús al decir a
María: Suéltame. Da la razón (aún no he subido al Padre para quedarme). No es
aún el momento de la subida definitiva de Jesús al Padre (para quedarme) ni de
la fiesta nupcial.
Con este detalle de la narración, el evangelista llama a la realidad a las
comunidades cristianas. Aún no se encuentran en el estadio final. No pueden
centrarse en la unión gozosa con el resucitado, olvidando la misión. Hay que
continuar la de Jesús, realizando las obras del que lo envió (9,4) y mostrando
hasta el fin el amor de Dios al ser humano.
v. 17b «En cambio, ve a decirles a mis hermanos: “Subo a mi Padre, que es
vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios”».
Jesús interrumpe el deseo de unión definitiva para enviar a María con un mensaje
para los discípulos, a los que por primera vez llama “sus hermanos”: amor
fraterno, comunidad de iguales.
Antes de la definitiva hay otra subida de Jesús al Padre (Subo a mi Padre), que
dará comienzo a la nueva historia. Después volverá con los discípulos (14,18),
estará presente con los suyos y seguirá “llegando” a la comunidad. Cuando deje
de “llegar” será el momento de la subida definitiva, a la que se incorporará la
nueva humanidad, formada a lo largo de la historia y representada aquí en su
primicia por María Magdalena. Será la entrada del reino de Dios en su estadio
final; la creación habrá quedado plenamente realizada.
La mención del Padre de Jesús como Padre de los discípulos responde a la
promesa de 14,2-3: “En el hogar de mi Padre hay vivienda para muchos, etc.”.
Jesús sube ahora para dar a los suyos la condición de hijos de Dios (mis
hermanos), mediante la infusión de su Espíritu (14,16s).
Esta experiencia les hará conocer a Dios como Padre (17,3); será su primera
experiencia verdadera de Dios. No van a llamar Padre al que ya creen conocer
como Dios, sino al contrario: llamarán Dios al que experimentan pro primera vez
como Padre. No reconocerán a otro Dios más que al que ha manifestado en la cruz
de Jesús su amor gratuito y generoso por el hombre, comunicándole su propia
vida. Es el único Dios verdadero (17,3).
v. 18 María fue anunciando a los discípulos: «He visto al Señor en persona, y me
ha dicho esto y esto».
Por boca de su representante, la comunidad recibe noticia de la resurrección de
Jesús. María, que lo ha visto, se convierte en mensajera. Su anuncio parte de la
experiencia personal de Jesús y del mensaje que él le comunica. Con este mensaje
va a comenzar la nueva comunidad de hermanos, cuyo centro será Jesús.
COMENTARIO 2
La memoria de María Magdalena está asociada indisolublemente a la de la
resurrección de Jesús, pues ella fue, como leemos hoy en el evangelio de Juan, y
como testimonian los otros evangelistas, la que primero llevó a los discípulos
la gran noticia del hallazgo de la tumba vacía donde había sido colocado el
cuerpo sin vida del Señor. En épocas distintas de la historia de la Iglesia se
ha manifestado fuertemente la admiración por esta mujer, que de pecadora se hizo
penitente y santa y que, confundida con otras mujeres que aparecen en los
evangelios, manifestó al Señor un amor rendido y tierno, capaz de expresarse en
gestos atrevidos que escandalizaron a sus contemporáneos y que nos inspiran a
nosotros.
La primera lectura tomada del Cantar de los Cantares nos habla, precisamente, de
ese amor desvelado, que en medio de la noche busca por la ciudad al objeto de su
anhelo, que pregunta a los centinelas sin encontrar respuesta y que, finalmente,
sin ayuda de nadie porque el amor se le hace encontradizo y se le entrega como
un don, descansa en el amado. El libro del Cantar de los Cantares es un libro
hermoso e inquietante. Escrito en versos apasionados lleno de imágenes y de
metáforas audaces, cuenta los amoríos de dos jóvenes que se pierden, se
encuentran, vuelven a perderse hasta que al fin, se abrazan definitivamente. Los
judíos piadosos tuvieron sus reparos en aceptar este poema amoroso entre sus
libros sagrados, terminaron haciéndolo cuando lo interpretaron como una metáfora
del amor de Dios por su pueblo, como también lo hicieron los primeros
cristianos, que lo aplicaron al misterio de amor de Cristo por la Iglesia. A lo
largo de los siglos los místicos lo han convertido en una mina de sus anhelos en
busca del amor absoluto, que sólo encuentra reposo al abismarse en Dios. Hoy, la
liturgia le presta sus palabras a santa María Magdalena, que lloró al amor de su
alma al pie de la tumba vacía, y que lo encontró resucitado, vestido de
hortelano, entre las frondas del jardín.
El evangelio, tomado de san Juan, nos presenta a la santa junto al sepulcro de
Jesús. Sólo encuentra dos ángeles que le preguntan por qué llora, lo mismo que
un hombre a quien ella toma por el guardián del huerto. A todos les responde que
llora por su Señor, porque no sabe dónde está, donde lo han colocado. Ella está
dispuesta a buscarlo hasta el fin. Sólo la voz de Jesús le revela el misterio de
la tumba vacía: su Señor ha resucitado, la llama por su nombre y le encarga la
misión de anunciar a los discípulos su ascensión hacia el Padre. La pecadora
penitente se convierte en mensajera, misionera de la resurrección, apóstol de
los apóstoles.
¿Estamos muy seguros de haber encontrado a Jesús en nuestras vidas? ¿No nos hará
falta un poco de la pasión y de la ternura con que lo amó y buscó la Magdalena
hasta encontrarlo? ¿No estará oculto, vestido de hortelano, de pobre trabajador,
de persona sencilla, muy cerca de nosotros, sin que le hallamos reconocido? Si
le reconociéramos en nuestros hermanos, seríamos capaces de convertirnos en
mensajeros de su victoria sobre el pecado y la muerte, sobre el dolor, la
ausencia y las lágrimas. Seríamos sus entusiastas mensajeros.
1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
3. DOMINICOS 2003
De nombre, la Magdalena
¿Quién no tiene en sus pupilas una hermosa cabellera rubia que decora el bello
rostro de la Magdalena que pintaron nuestros artistas? Magdalena era, según la
tradición, mujer inquieta, sumamente afectiva, insaciable en el amor, mujer de
contrastes.
Pasó de enferma, poseída por siete demonios (Lc 8, 2), a gozar de buena salud.
Abandonó una vida de placer, alejada de Dios, y se hizo discípula de Jesús.
Atesoró perfumes que le atrajeran clientes sedientos de placer, y un día rompió
el frasco más valioso para perfumar los pies cansados de Jesús.
Demos gracias a Dios por esta obra de la gracia. Él, Dios, abriendo caminos de
conversión, hizo de una pública pecadora una santa; de una cortesana que vendía
en Magdala sus favores, una celosa servidora de Jesús y del Evangelio; de una
codiciosa y licenciosa apasionada, una incondicional discípula del Señor, una
heroína presta a acompañar a la Virgen en la cumbre del Calvario donde su Hijo
era crucificado.
¿Quién ha visto mayor cambio que el de Magdalena en la dirección del amor?
Manteniendo igual su fogosidad y entrega, hizo del vivir para sí un tránsito
feliz al vivir para los demás; hizo de una vida pecadora, otra vida en
santidad..
En la Pascua de resurrección, Jesús se lo pagó haciéndola su ‘mensajera’ ante
los propios apóstoles acobardados y tristes:
Dijo Jesús a María Magdalena: anda, ve a mis hermanos y diles: subo al Padre mío
y Padre vuestro, a Dios mío y Dios vuestro (Antífona)
ORACIÓN:
Señor, Dios nuestro: Cristo, tu Unigénito, confió a María Magdalena la misión de
anunciar a los suyos la alegría pascual; concédenos a nosotros, por su
intercesión y ejemplo, anunciar siempre a Cristo resucitado y verle un día
glorioso en el Reino de los cielos. Amén.
Palabra encendida
Lectura del Cantar de los Cantares 3, 1-4:
“[Canto de amor] Así dice la esposa: En mi cama, por la noche, buscaba el amor
de mi alma: lo busqué y no lo encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las
calles y las plazas buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré.
Me encontraron los guardas que rondan la ciudad, y les dije: ¿Vísteis al amor de
mi alma? Y, apenas los pasé, encontré al amor de mi alma”.
Toda la belleza de la palabra amorosa, todo gesto de intimidad, toda búsqueda
del amado por el amante, la utilizan la liturgia y la Escritura para hablar del
amor de Dios y del alma, del Padre amante a la Hija amada. El amor siempre es un
poco loco. Pero ese mismo amor es quien lo comprende.
Lectura de la segunda carta de san Pablo a los corintios 5, 14-17:
“Hermanos: nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por
todos, todos murieron. Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no
vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos...El que vive con
Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo”.
Éste es un lenguaje nuevo en un reino de nuevo amor: Cristo que nos amó y murió
por salvarnos es merecedor del máximo amor que quepa en nuestro corazón.
Evangelio según san Juan 20, 1-2. 11-18:
“El primer día de la semana, después de la muerte de Jesús, María Magdalena fue
al sepulcro al amanecer... , y vio la losa quitada del sepulcro... Estaba María
junto al sepulcro, fuera, llorando. Llorando, se asomó al sepulcro y vio dos
ángeles... que le preguntaron: mujer, ¿por qué lloras? Ella les contestó: porque
se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Dicho eso, dio media
vuelta y vio a Jesús de pie, pero sin saber que era él.
Jesús le dice: mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?... Señor, si tú te lo
has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré. Jesús le dice: ¡María!
....”
Momento de reflexión
Para hacer unos minutos de reflexión sobre el amor y la fidelidad en este día,
podemos tomar el espíritu de algunos pasajes bíblicos:
Cantemos al amor verdadero:
El amor lo necesitamos; siempre lo vamos buscando, y acabamos encontrándolo.
Si vivimos de verdad en calidad de personas, vivimos en el amor y del amor.
Vivir en desamor es muy triste. Vivir sin amor es estar muriendo.
El amor cristiano es un amor nuevo.
Es un amor que germina en las entrañas del Padre y en el corazón de Jesús. Dios
ama y nos ama. Jesús, Hijo de Dios, se entregó a nosotros, por amor, y como Hijo
que ama nos mostró el camino de la entrega, oblación, donación por amor. Él
resumió la fuerza del amor diciendo: Nadie ama más y mejor que el que da la vida
por sus amigos y enemigos.
María Magdalena, corazón y amor, según el relato evangélico.
Magdalena asimiló en tal grado el espíritu de amor del hombre nuevo anunciado
por Cristo que se volcó sin medida en gratitud: gratitud sobre todo a quien
primero la amó hasta dar su vida por ella: Cristo Jesús.
Nosotros, que todavía vivimos en esta tierra y en esta Iglesia.
¿Cómo amamos? ¿a quién amamos? ¿por quién nos ofrecemos?
Nos apremia el amor de Cristo. Él ha hecho que los que viven no vivan para sí,
sino para Cristo que murió y resucito por ellos (2Cor 5,14-15).
4. CLARETIANOS 2003
La santa de hoy, Santa María Magdalena, goza de buena prensa. La literatura, la música y el cine la han presentado como una mujer de corazón ancho, una enamorada de Jesús, testigo en primera línea de su muerte y resurrección, símbolo de buscadora y de mujer entregada hasta el final.
En el evangelio de hoy, Jesús pregunta a María de
Magdala: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Son preguntas que trascienden el
personaje de la mujer y se incrustan en cada uno de nosotros:
¿Por qué lloras? Jesús nos invita a tomar conciencia de nuestras pérdidas y de
los sentimientos que las acompañan. ¿Qué es lo que ahora produce en nosotros
tristeza y desamparo? ¿Qué formas reviste nuestra manera personal de vivir la
relación con un Jesús “ausente”? ¿Qué zozobras nos causa el ambiente en el que
vivimos?
¿A quién buscas? No es la primera vez que Jesús formula una pregunta como esta. Se la dirigió también a los discípulos de la primera hora al comienzo del evangelio de Juan. Es como si la revelación necesitase siempre el punto de enganche del deseo. Quien no desea no ve. Quien no busca no encuentra. Quien se detiene nunca llega. ¿Cuáles son nuestras búsquedas de hoy? ¿Qué nos mueve por dentro para seguir caminando?
Detrás de cada lágrima, hay un Jesús que las enjuga.
Detrás de cada búsqueda hay un Jesús que pronuncia
nuestro nombre y nos invita a vivir. La memoria de María Magdalena es la memoria
de un amor posible cuando todo parece perdido.
Gonzalo (gonzalo@claret.org)
5. Martes 22 de julio de 2003 María
Magdalena
Cant 3, 1-4: Buscaba al amor de mi alma
Salmo responsorial: 62, 2-6.8-9
Jn 20, 1-2.11-18: Aparición a María Magdalena
Cuando María Magdalena escucha en su conciencia
descubre que el Maestro está vivo.
En el corazón de María Magdalena todavía hay oscuridad, la invade la tristeza y
la angustia y Juan lo expresa diciendo que ella va de madrugada al sepulcro
cuando todavía está oscuro. Sin embargo, los obstáculos para reconocer al
Resucitado empiezan a desparecer: Su tristeza se convierte en asombro, la piedra
que tapaba la tumba ha dejado la entrada libre, el sepulcro está vacío. Siente
la necesidad de compartir esta primera experiencia por eso va a contarla a sus
compañeros y se regresa nuevamente al sepulcro y vio que Jesús estaba allí pero
no lo reconoció, cuando cae en la cuenta que el sepulcro está vacío, llora.
Jesús viéndola llorar le pregunta: ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Pero ella
necesita desahogarse, llora a un cadáver, llora un pasado del cual no ha podido
desprenderse, ella le responde al que cree que es el encargado del huerto: Dime
dónde lo has puesto y yo me lo llevaré, está dispuesta a seguir arrastrando su
pasado, pero Jesús la hace reaccionar, con su tono acostumbrado la llama por su
nombre y con esa clave ella reconoce al resucitado, volvió a escuchar en su
conciencia esa palabra que un día la había liberado y la había hecho encontrase
consigo misma, esa palabra que la había sacado de su muerte espiritual y la
había trasladado a la vida, ahora ante el sepulcro vacío, experimenta la nueva
forma de vida de su maestro, la experiencia con el resucitado complementa el
cambio interior de María Magdalena y aunque siente el deseo de tocarlo, ya no
necesita la presencia física de Jesús, ya lo experimenta viviendo dentro de ella
porque también la piedra que tapaba la entrada de su corazón ha sido derribada,
la luz del resucitado ha transformado totalmente su vida, tendrá que
comunicarlo, anunciarlo a los demás, a aquellos que todavía sienten la oscuridad
de lo que ha pasado y que les queda difícil dar el paso a descubrirlo
resucitado.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
6. 2003
Ct 3, 1-4a: He buscado al amor de mi alma
2 Cor 5, 14-17: Porque el amor de Cristo nos apremia...
Sal 62, 2-9: Mi alma está sedienta de Ti
Jn 20, 1-2.11-18: ¡Rabúni!
Movimientos feministas cristianos de todos los continentes han proclamado esta festividad como la fiesta de la presencia de las mujeres en la Iglesia.
María Magdalena se nos presenta como modelo de discipulado, no sólo para las mujeres, sino para el conjunto de cristian/s. Es preciso dejarnos interpelar por la fuerza del Evangelio, que no hace acepción de personas, y menos aún por razones de género. Es una mujer la que sabe estar sentada a los pies del Señor, escuchando su Palabra (Lc 10, 39). Son mujeres, encabezadas por María Magdalena, las encargadas de anunciar al Resucitado.
María
Magdalena, apóstol de los apóstoles
María Magdalena fue llamada "Apóstol de los apóstoles" por los
Padres de la Iglesia, y sin embargo es bien poco -aunque de enorme importancia-
lo que de ella sabemos a través de los Evangelios.
Se suele fusionar a María Magdalena con la "pecadora pública" que lava los pies de Jesús con sus lágrimas en casa de Simón el fariseo y que recibe el elogio de Jesús "porque amó mucho" (Lc. 7, 36-50); también con María de Betania, o con la mujer que unge a Jesús para la muerte (Mc. 14, 3-9; Mt. 26, 6-13; Jn. 12, 1-8). Sin embargo, no hay en los Evangelios canónicos evidencias textuales que nos aseguren que se trate de la misma persona.
Lo que sabemos con certeza de María Magdalena es lo siguiente:
* Era una de las mujeres que, junto con los Doce acompañaban a Jesús "por ciudades y pueblos" mientras "anunciaba la Buena Nueva del Reino de Dios". (Lc 8, 1-2) y le habían seguido desde Galilea hasta Jerusalén, es decir, en toda la gran ruta de Jesús De estas mujeres (siete discípulas según Pistis Sophia) no se dice nada, hasta que las volvemos a encontrar junto a la cruz. Antes como hoy, la presencia de las mujeres es invisibilizada. Estas mujeres que seguían a Jesús habían sido "curadas de espíritus malignos y enfermedades" (Lc 8, 2). Pero de María Magdalena "habían salido siete demonios" es decir, todos los demonios.
* Formaba parte del grupo de mujeres que acompañaban a Jesús en el Calvario . Impotentes ante el martirio, tienen sin embargo el valor y el amor suficientes como para acompañar al Crucificado, cuando uno ha traicionado, otro ha negado, el resto ha huido; los sacerdotes y letrados se burlan. Quienes han tenido la experiencia de acompañar a personas moribundas saben lo difícil que es este simple "estar ahí", más aún en las condiciones de la agonía de Jesús
* Estuvieron con José de Arimatea y Nicodemo cuando sepultaron a Jesús. No necesitan de un profeta poderoso en hechos y en palabras para acompañar al Amado. Están ahí, no sólo en la agonía, sino en el silencio de la puesta en el sepulcro
* Va al sepulcro, junto con otras mujeres, al amanecer del primer día de la semana, cuando aún estaba oscuro, sin temor a los guardas, y desafiando la piedra que tapaba la entrada del sepulcro. Junto con otras mujeres recibe el mensaje de ángel, ve al Resucitado, y anuncia la Buena Nueva. ¡También entonces, como ahora, las palabras de estas mujeres fueron tenidas por desatinos por los discípulos varones, que sólo pudieron creer cuando se apareció a Pedro!
Estos datos hacen que resulte imposible reflexionar sobre María Magdalena sin verla como parte (y líder quizá) del grupo de mujeres, moviéndose con ellas en torno a Jesús. Y esta dificultad es a la vez una de las riquezas de María Magdalena.
Dentro de este conjunto, hay dos rasgos que caracterizan a María Magdalena: por una parte, Jesús expulsó de ella siete demonios; por otra, el encuentro tan peculiar entre la Magdalena y Jesús que nos relata el Cuarto Evangelio.
Jesús
expulsa de ella siete demonios
Según la cultura judía, el número 7 es expresión de totalidad. En otras
palabras, Jesús la cura y la salva, expulsa de ella todos los demonios, y hace
de ella una primicia de la Nueva Creación. ¿Por qué pasa tan desapercibido
este hecho en nuestras reflexiones y predicaciones?
Para que esto fuera posible se requería de una gran audacia de parte de María Magdalena: la audacia de quien es capaz de ponerse totalmente en manos de Dios.
Además, esta salida de los demonios no se efectúa sin costo para la persona. Pensemos si no en el endemoniado de la sinagoga de Cafarnaúm, que agita violentamente al muchacho antes de salir de él , o el joven que queda como muerto luego de que Jesús sacó de él uno de esos demonios que sólo pueden ser arrojados con el ayuno y la oración .
Quienes han logrado, con la ayuda de Dios, vencer una adicción, como el alcoholismo, las drogas, la ira, la gula u otras, saben por experiencia lo que significa este ponerse totalmente, sin reservas, en manos de Dios. Se requiere de esa fe que es confianza total, entrega total.
¡Rabúni!
Esa es la exclamación de María de Magdala cuando finalmente reconoce a Jesús.
Mucho se dice sobre la confesión de Pedro, o la de Tomás luego de la Resurrección. Pero qué poco se habla de esta simple palabra de María ante el Resucitado…
María ve a Jesús y no lo reconoce, apegada a la búsqueda del cadáver del Amado. Ha hecho del cuerpo muerto de Jesús un ídolo que le impide ver al Resucitado, al Cristo. Y Jesús-el-Cristo rompe en ella este último apego, este "octavo demonio" sub angelo lucis, que tienta a quienes tienen la audacia de amar como amó María de Magdala.
Llama
también la atención el mensaje de Jesús resucitado a María Magdalena en el
Cuarto Evangelio: "Anda donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y
vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios."
Es diferente al mensaje que recoge Lucas en que el ángel les anuncia la
Resurrección y ellas la anuncian a los discípulos varones; o bien en Mateo y
Marcos, en que además se les pide que les anuncie que irá a Galilea y ahí le
verán.
En este encuentro personalísimo con la Magdalena, el mensaje de Jesucristo es un mensaje teológico: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios". María Magdalena debe anunciar, no sólo que resucitó, sino que sube al Padre, que participa de la gloria del Padre, que es además, nuestro Padre y nuestro Dios.
La iconografía de María Magdalena nos la representa a menudo como la eterna penitente sexual. ¿Por qué no recordarla como algunas antiguas pinturas, con una lámpara en la mano, anunciado la Pascua, la luz de Cristo?
María Magdalena, cuya vida inspiró la de muchas mujeres, sigue siendo ejemplo de discipulado: con sus hermanas (y hermanos) siguiendo a Jesús, hasta la cruz y el sepulcro; entregándose por completo, para que Dios haga de ella un ser totalmente transparente a la presencia de Dios; y finalmente, con la luz de Cristo, anunciando la Buena Nueva por excelencia.
Para
la revisión de vida
- Ante mis defectos de carácter, ¿tengo la audacia de María Magdalena de
ponerme a los pies de Jesús para pedirle que haga de mí una "nueva creación"?
- ¿Me atrevo a defender la dignidad de las mujeres, hijas de Dios, en los
diversos ámbitos de la vida eclesial?
Para
la reunión de grupo
- Las mujeres siguieron a Jesús durante su ministerio, desde Galilea hasta
Jerusalén, hasta la cruz, el sepulcro y la Resurrección. Sin embargo, poco se
nos dice de ellas en el Evangelio. ¿Cuál es la situación de las mujeres hoy
en día en el seno de nuestras iglesias?
- Si Jesús encargó a las mujeres, y de manera especial a María Magdalena, el
anuncio de la Resurrección nada menos a los apóstoles varones, ¿por qué
tendríamos hoy las mujeres que callar?
- ¿Qué ministerios están en manos de mujeres? ¿Qué importancia tienen
dentro de nuestras comunidades?
- Cuando las mujeres proclamamos la Palabra, somos oídas y creídas, o tenidas
por locas, al igual que a las mujeres del siglo I, cuyo mensaje fue tenido por
desatino?
- ¿Cuántas veces nos ocurre esto? ¿A qué se debe? ¿Qué podemos hacer para
cambiar esta situación en el seno de nuestras comunidades?
- ¿Hace falta ser mujer para tener que defender los derechos de la mujer tanto
en la sociedad como en la Iglesia? ¿Es menos o más hombre el varón que
defiende esta Causa?
Para
la oración de los fieles
- Para que las mujeres tengamos la audacia de las primeras seguidoras de Jesús...
- Para que tengamos la audacia de pedir a Jesús que expulsa todos nuestros
"demonios" y nos haga partícipes de su Resurrección, como a María
Magdalena
- Para que nuestra comunidades se abran a una nueva relación de respeto y
dignidad ante las mujeres...
- Para que tengamos el amor y la valentía de estar al pie de las muchas cruces
de quienes hoy en día sufren por enfermedad, pobreza, injusticias,
discriminaciones...
- Para que tengamos la audacia, como María Magdalena, de anunciar la Resurrección,
aún en medio de un sistema de muerte y opresión...
Oración
comunitaria
Danos, Señor Jesús, el amor y la audacia de María de Magdala, para alumbrar
nuestras vidas, nuestras familias, nuestras iglesias, nuestros países con la
"luz de Cristo" que proclamamos con ella en la Pascua.
O bien:
Te damos gracias por la sororidad que nos hace tus seguidoras, y te pedimos sabiduría, discernimiento y firmeza para luchar por superar en el seno de nuestras comunidades toda muestra de discriminación hacia las mujeres, de modo que brille tu luz, ésa que pusiste en manos de Sta. María Magdalena para alumbrar al universo entero
7. DOMINICOS 2004
Dijo Jesús a María Magdalena: anda, ve a mis
hermanos y diles: subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.
Magdalena es mujer inquieta e insaciable. Pasó de enferma, poseída por siete
demonios (Lc 8, 2), a gozar de buena salud; y pasó de alejada de Dios a ser
discípula de Jesús.
Alabemos a Dios por la obra de la gracia que, abriendo caminos de conversión,
hizo de una pública pecadora una santa; de una cortesana que vendía en Magdala
sus favores, una celosa servidora de Jesús y del Evangelio; de una licenciosa
apasionada, una incondicional servidora que acompañó a la Virgen en el
Calvario...
¿Quién ha visto mayor cambio que el de la Magdalena en la dirección del amor,
permaneciendo éste igual en su fogosidad y entrega?
Así son los cambios que hacen santos a los pecadores.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Lectura del Cantar de los Cantares 3, 1-4:
“Así dice la esposa: En mi cama, por la noche, buscaba el amor de mi alma: lo
busqué y no lo encontré. Me levanté y recorrí la ciudad por las calles y las
plazas buscando al amor de mi alma; lo busqué y no lo encontré. Me encontraron
los guardas que rondan la ciudad, y les dije: ¿Visteis al amor de mi alma? Y,
apenas los pasé, encontré al amor de mi alma”.
Lectura de la segunda carta de san Pablo a los corintios 5, 14-17:
“Hermanos: nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por
todos, todos murieron. Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no
vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos...
El que vive con Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo
nuevo”.
Evangelio según san Juan 20, 1-2. 11-18:
“El primer día de la semana, María Magdalena fue el sepulcro al amanecer... , y
vio la losa quitada del sepulcro...
Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Llorando, se asomó al sepulcro
y vio dos ángeles... que le preguntaron: mujer, ¿por qué lloras? Ella les
contestó: porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Dicho
eso, da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero sin saber que era él. Jesús le
dice: mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?... Señor, si tú te lo has
llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré. Jesús le dice: ¡María! ....”
Reflexión para este día
El amor se necesita, se busca y se acaba encontrando.
Cuando decimos que vivimos de verdad en calidad de personas, vivimos del amor.
Vivir sin amor es estar muriendo a todo lo que no es amor.
Nuestro amor cristiano es un amor nuevo.
Nace del corazón de Jesús que se entregó por nosotros, por amor, y nos mostró el
camino de la entrega, oblación, donación por amor. Nadie ama más y mejor que el
que da la vida por sus amigos y enemigos.
María Magdalena desbordó de amor,
Asumió en tal grado el espíritu del hombre nuevo en Cristo, que se volcó sin
medida en gratitud a quien primero la amó hasta dar su vida por ella: Cristo
Jesús.
Examinémonos a nosotros mismos, que todavía vivimos en esta tierra.
¿Cómo amamos? ¿a quién amamos?, ¿por quién nos sacrificamos y ofrecemos nuestra
vida?
8. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
Hoy celebramos la fiesta de Santa María Magdalena. Ella pertenece al grupo de
mujeres elegidas por los evangelistas para figurar con nombre propio en los
relatos evangélicos. Esto nos hace pensar que tuvo que ser una persona muy
significativa en la primera comunidad cristiana, más si tenemos en cuenta lo que
la tradición dice de su vida anterior.
¿Qué tipo de discipulado encontramos en María Magdalena? Nos encontramos con una
mujer inquieta, cautivada por Jesús, apasionada, que busca a Jesús. En María
Magdalena también encontramos gestos de ternura hacia Jesús: es capaz de ponerse
a sus pies, perfumárselos con el mejor perfume y besárselos. Otro rasgo de su
seguimiento es la valentía del saber estar en los momentos clave, no sacando
pecho o haciéndose ver, sino sabiendo acompañar con discreción, desde el
silencio, un silencio que dice mucho: le acompaña de cerca en el camino al
Calvario, permanece junto a María y Juan al pie de la cruz.
Esta cercanía de María Magdalena a Jesús no podemos decir que es pura relación
afectiva que no compromete a nada. María Magdalena también participa de la
Misión de Jesús, se siente misionera. Prueba de ello es que tras encontrarse con
el Maestro en el sepulcro, corre a contar a los apóstoles lo que ha visto y
vivido.
Ojalá también nosotros sepamos vivir así nuestro seguimiento a Jesús:
sintiéndonos acogidos por él, amándole, siendo valientes, estando con él y
siendo misioneros.
Vuestra hermana en la fe,
Miren Elejalde (Mirenelej@hotmail.com)
9.
¡Cristo ha resucitado!
Fuente:
Autor: Cefid
Cristo resucitado, me atrevo a ponerme en tu presencia para que me llenes de Ti
y del gozo de tu triunfo sobre el mal y la muerte. Creo firmemente en tu
presencia renovadora, pero aumenta mi pobre fe. Confío que eres Tú quien me
guiará en esta meditación y en toda mi vida para vivir como un hombre o mujer
nuevo(a). Enciéndeme con el fuego de tu amor, para que me entregue a Ti sin
reservas y quemes con tu Espíritu Santo mi debilidad y cobardía para darte a
conocer a mis hermanos.
Enséñame, Cristo resucitado, a descubrirte, para ser un instrumento de tu amor,
a buscar las cosas de arriba y a gozar de tu presencia a lo largo del día.
Transfórmame, como a los primeros discípulos, en un apóstol convencido de tu
resurrección, capaz de darlo todo por Ti.
1. «Mujer, ¿por qué lloras?»
Las horas amargas del calvario han dejado una huella profunda en los discípulos.
Aflora en ellos la duda, el desencanto. Les viene el deseo de regresar al
pasado, de no haberse encontrado nunca con Cristo, de no haberle nunca entregado
su amor.
Quizás el prototipo de estos momentos de soledad y abandono es María Magdalena.
Ella había cambiado radicalmente su vida para consagrarse completamente al amor
de Jesucristo, y sin embargo, ahora no lo encuentra. Llora desconsolada. Cristo
se le aparece bajo la forma del jardinero y pregunta...
A nosotros también nos ocurre que el Señor se nos “esconde”, no lo hallamos con
la facilidad de antes, y podría tocar a nuestra puerta el llanto, la desazón...
Pero es necesario abrir bien los ojos. María todavía no tiene una fe plena en su
Señor. Él ha muerto, y parece que todo ha terminado... ¡Lo tiene delante y no lo
reconoce!
¿No nos sucede a nosotros otro tanto? Cristo está delante de nosotros en esa
situación difícil, en ese fracaso aparente, en las pequeñas cruces de todos los
días. Y nos pregunta, nos grita de mil maneras diversas, ¿por qué lloras? ¿No te
has dado cuenta que he resucitado y estoy contigo para siempre?
Nos resulta urgente abrir los ojos de la fe. Cristo no acostumbra aparecer como
Yahvé en el Antiguo Testamento. No hay rayos ni temblores. Jesucristo resucitado
no quiere que le tengamos miedo y opta por lo sencillo. ¡Cristo camina con
nosotros en lo cotidiano! Jesucristo se nos quiere manifestar en el trato con la
familia, en la relación con el compañero de trabajo, la vecina, el cumplimiento
del deber cotidiano. ¡Lo tenemos delante de los ojos, pero muchas veces no
queremos descubrirlo! Da la impresión, en ocasiones, que conocer a Cristo sería
más “fácil” si pusiera requisitos más complicados ... pero a Cristo se le conoce
en la humildad de lo ordinario vivido de modo extraordinario.
“¡Levántate tú que duermes, y te iluminará Cristo!” nos anuncia la liturgia
pascual. Pero podríamos decir también, levántate tú que estás abatido, triste,
confundido, y sal al encuentro del Resucitado. Él ha olvidado ya tu pasado, tus
traiciones e infidelidades. Él quiere secar hoy tus lágrimas. Es por eso que,
como con María Magdalena, quiere iniciar contigo ahora un diálogo de corazón a
Corazón...
2. «Si tú te lo has llevado...»
María Magdalena es una mujer que ama profundamente a Jesucristo. Impresiona que
un enamorado sea capaz de ciertas “locuras” para agradar al amado y disfrutar de
su presencia. El amor, cuando es auténtico, es donación, y su único límite es no
tener límites.
Este amor que no conoce obstáculos lleva a esta mujer a decir cosas que, a
simple vista, pueden parecer delirios o incluso acusaciones sumamente
comprometedoras. Primero le insinúa al jardinero que ha sido un profanador del
sepulcro de Cristo: “si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto...” Ella
no está buscando culpables, sino que pide ayuda a quien sea. Su interés está en
recuperar al amor de su vida que se le ha escondido. No reprocha, no reclama,
simplemente suplica: “¡Oriéntame para encontrar al Maestro!” ¿También nosotros
acudimos con ese interés a nuestra dirección espiritual, a los sacramentos? ¿Le
pedimos a la Iglesia, a sus ministros, con verdadero interés, que nos muestren
dónde está el Cristo vivo? ¿O nos hemos acostumbrado a su presencia silenciosa
en la Eucaristía y en los hermanos?
Pero el amor de la Magdalena la empuja a más: “...yo lo recogeré”. ¿Cómo podrá
una mujer sola cargar una cierta distancia el cuerpo de un hombre de 33 años,
con la musculatura propia de un carpintero y peregrino, de un hombre-Dios que
pudo expulsar Él solo a los mercaderes del templo? A la Magdalena, nuevamente,
no le interesan las dificultades: su amor la empuja a vencerlas.
En nuestra vida también hay enormes dificultades y algunas nos parecen incluso
imposibles. Sin embargo, el amor de un alma convencida se crece ante la
adversidad. Su amor es tan intenso que, de un cierto modo, le descubre que
Cristo resucitado está a su lado. Sólo le interesa encontrarlo, poseerlo y darse
a Él sin medida.
3. «¡María!»
Cristo resucitado se conmueve ante el amor desinteresado y fiel de la Magdalena
y la llama por su nombre. No puede seguir ocultándose y se le descubre. Y es que
un amor así, a pesar de nuestras debilidades pasadas, conmueve a nuestro Señor
hasta lo más profundo de su ser y se siente “desarmado”, no puede no
corresponder a nuestro amor.
Jesús ha vencido al mal – incluso el que nosotros hemos cometido –, y nosotros
hemos triunfado con Él. La Magdalena se postra ante Él, y Él la llena del gozo
de su resurrección, como quiere llenarnos a nosotros en este rato de oración.
Sólo basta perseverar en la prueba y pedir su gracia, buscar para encontrarlo.
Pero Cristo Resucitado nos muestra que Él no se deja ganar en generosidad. María
Magdalena no pensaba encontrar más que un cadáver, y sin embargo, Cristo se le
muestra con su cuerpo glorioso, vivo para siempre. Animados por esta confianza,
debemos también acercarnos con una disposición de entrega a Jesucristo, para
pedirle que nos ayude a vencer al hombre viejo, a vivir como hombres o mujeres
nuevos...
La resurrección obra una auténtica transformación en la Magdalena. Ya no llora.
Ahora es enviada por Cristo a anunciar el gozo de su triunfo: “Ve y dile a mis
hermanos..” ¡Por primera vez en el Evangelio Cristo nos llama hermanos suyos!
¡Se ha realizado la filiación divina: somos verdaderamente hijos adoptivos de
Dios y hermanos de Cristo! Y como tales, participamos de su misma misión... La
resurrección no podemos guardarla en el baúl de los recuerdos, sino anunciarla a
los cuatro vientos como María Magdalena, de manera que muchos otros hombres y
mujeres se conviertan en apóstoles convencidos del Reino de Cristo.
María Magdalena sale a dar testimonio de la resurrección, pero su amor no le
permite sólo rezar y dar ejemplo con su vida virtuosa para que los demás
conozcan a Cristo. Ella siente la necesidad, esencial a nuestra vocación
cristiana, de hacer algo, hablar, predicar, atender, ayudar, etc., todo lo que
pueda, para dar a conocer el amor de Cristo al mundo.
10. 2004. Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
A María la llamaban «Magdalena» porque venía de un pueblecito de Galilea llamado
Magdala. Parece que Jesús la hizo sentirse totalmente sanada. Los evangelios nos
dicen que expulsó siete demonios de ella (Mc 16,9; Lc 8,2). Ella le ayudó en su
trabajo y fue testigo de su crucifixión.
Ha sido habitual identificarla con la mujer pecadora de Lucas 7,36-50, pero esa
mujer no recibe ningún nombre y no hay razón suficiente para esa identificación.
En el evangelio de Juan, María Magdalena es la única mujer que se acerca a la
tumba (en el de Mateo son dos, en el de Marcos tres y en el de Lucas un número
indeterminado). Ellas fueron las primeras que recibieron la noticia de la
resurrección de Jesús. Fueron enviadas a llevar la noticia a los hermanos. La
palabra «apóstol» viene del griego «apostellein», enviar. ¡Resulta que los
primeros apóstoles que proclamaron el mensaje cristiano de la Resurrección
fueron mujeres! Por eso, María Magdalena es tradicionalmente conocida como la
apóstol de los apóstoles. Es la patrona de los Dominicos, llamados también Orden
de Predicadores, y muchos conventos de dominicos llevan el nombre de «María
Magdalena». También la podemos ver como la patrona de todas las mujeres que han
predicado el Evangelio de muchísimas maneras a través de la historia cristiana.
La memoria de María Magdalena está asociada indisolublemente a la de la
resurrección de Jesús, pues ella fue, como leemos hoy en el evangelio de Juan, y
como testimonian los otros evangelistas, la que primero llevó a los discípulos
la gran noticia del hallazgo de la tumba vacía donde había sido colocado el
cuerpo sin vida del Señor. En épocas distintas de la historia de la Iglesia se
ha manifestado fuertemente la admiración por esta mujer, que de pecadora se hizo
penitente y santa y que, confundida con otras mujeres que aparecen en los
evangelios, manifestó al Señor un amor rendido y tierno, capaz de expresarse en
gestos atrevidos que escandalizaron a sus contemporáneos y que nos inspiran a
nosotros.
La primera lectura tomada del Cantar de los Cantares nos habla, precisamente, de
ese amor desvelado, que en medio de la noche busca por la ciudad al objeto de su
anhelo, que pregunta a los centinelas sin encontrar respuesta y que, finalmente,
sin ayuda de nadie porque el amor se le hace encontradizo y se le entrega como
un don, descansa en el amado. El libro del Cantar de los Cantares es un libro
hermoso e inquietante. Escrito en versos apasionados lleno de imágenes y de
metáforas audaces, cuenta los amoríos de dos jóvenes que se pierden, se
encuentran, vuelven a perderse hasta que al fin, se abrazan definitivamente. Los
judíos piadosos tuvieron sus reparos en aceptar este poema amoroso entre sus
libros sagrados, terminaron haciéndolo cuando lo interpretaron como una metáfora
del amor de Dios por su pueblo, como también lo hicieron los primeros
cristianos, que lo aplicaron al misterio de amor de Cristo por la Iglesia. A lo
largo de los siglos los místicos lo han convertido en una mina de sus anhelos en
busca del amor absoluto, que sólo encuentra reposo al abismarse en Dios. Hoy, la
liturgia le presta sus palabras a santa María Magdalena, que lloró al amor de su
alma al pie de la tumba vacía, y que lo encontró resucitado, vestido de
hortelano, entre las frondas del jardín.
El evangelio, tomado de san Juan, nos presenta a la santa junto al sepulcro de
Jesús. Sólo encuentra dos ángeles que le preguntan por qué llora, lo mismo que
un hombre a quien ella toma por el guardián del huerto. A todos les responde que
llora por su Señor, porque no sabe dónde está, donde lo han colocado. Ella está
dispuesta a buscarlo hasta el fin. Sólo la voz de Jesús le revela el misterio de
la tumba vacía: su Señor ha resucitado, la llama por su nombre y le encarga la
misión de anunciar a los discípulos su ascensión hacia el Padre. La pecadora
penitente se convierte en mensajera, misionera de la resurrección, apóstol de
los apóstoles.
¿Estamos muy seguros de haber encontrado a Jesús en nuestras vidas? ¿No nos hará
falta un poco de la pasión y de la ternura con que lo amó y buscó la Magdalena
hasta encontrarlo? ¿No estará oculto, vestido de hortelano, de pobre trabajador,
de persona sencilla, muy cerca de nosotros, sin que le hallamos reconocido? Si
le reconociéramos en nuestros hermanos, seríamos capaces de convertirnos en
mensajeros de su victoria sobre el pecado y la muerte, sobre el dolor, la
ausencia y las lágrimas. Seríamos sus entusiastas mensajeros.
11. 2004. Comentarios Servicio Bíblico
Latinoamericano
A María la llamaban «Magdalena» porque venía de un pueblecito de Galilea llamado
Magdala. Parece que Jesús la hizo sentirse totalmente sanada. Los evangelios nos
dicen que expulsó siete demonios de ella (Mc 16,9; Lc 8,2). Ella le ayudó en su
trabajo y fue testigo de su crucifixión.
Ha sido habitual identificarla con la mujer pecadora de Lucas 7,36-50, pero esa
mujer no recibe ningún nombre y no hay razón suficiente para esa identificación.
En el evangelio de Juan, María Magdalena es la única mujer que se acerca a la
tumba (en el de Mateo son dos, en el de Marcos tres y en el de Lucas un número
indeterminado). Ellas fueron las primeras que recibieron la noticia de la
resurrección de Jesús. Fueron enviadas a llevar la noticia a los hermanos. La
palabra «apóstol» viene del griego «apostellein», enviar. ¡Resulta que los
primeros apóstoles que proclamaron el mensaje cristiano de la Resurrección
fueron mujeres! Por eso, María Magdalena es tradicionalmente conocida como la
apóstol de los apóstoles. Es la patrona de los Dominicos, llamados también Orden
de Predicadores, y muchos conventos de dominicos llevan el nombre de «María
Magdalena». También la podemos ver como la patrona de todas las mujeres que han
predicado el Evangelio de muchísimas maneras a través de la historia cristiana.
La memoria de María Magdalena está asociada indisolublemente a la de la
resurrección de Jesús, pues ella fue, como leemos hoy en el evangelio de Juan, y
como testimonian los otros evangelistas, la que primero llevó a los discípulos
la gran noticia del hallazgo de la tumba vacía donde había sido colocado el
cuerpo sin vida del Señor. En épocas distintas de la historia de la Iglesia se
ha manifestado fuertemente la admiración por esta mujer, que de pecadora se hizo
penitente y santa y que, confundida con otras mujeres que aparecen en los
evangelios, manifestó al Señor un amor rendido y tierno, capaz de expresarse en
gestos atrevidos que escandalizaron a sus contemporáneos y que nos inspiran a
nosotros.
La primera lectura tomada del Cantar de los Cantares nos habla, precisamente, de
ese amor desvelado, que en medio de la noche busca por la ciudad al objeto de su
anhelo, que pregunta a los centinelas sin encontrar respuesta y que, finalmente,
sin ayuda de nadie porque el amor se le hace encontradizo y se le entrega como
un don, descansa en el amado. El libro del Cantar de los Cantares es un libro
hermoso e inquietante. Escrito en versos apasionados lleno de imágenes y de
metáforas audaces, cuenta los amoríos de dos jóvenes que se pierden, se
encuentran, vuelven a perderse hasta que al fin, se abrazan definitivamente. Los
judíos piadosos tuvieron sus reparos en aceptar este poema amoroso entre sus
libros sagrados, terminaron haciéndolo cuando lo interpretaron como una metáfora
del amor de Dios por su pueblo, como también lo hicieron los primeros
cristianos, que lo aplicaron al misterio de amor de Cristo por la Iglesia. A lo
largo de los siglos los místicos lo han convertido en una mina de sus anhelos en
busca del amor absoluto, que sólo encuentra reposo al abismarse en Dios. Hoy, la
liturgia le presta sus palabras a santa María Magdalena, que lloró al amor de su
alma al pie de la tumba vacía, y que lo encontró resucitado, vestido de
hortelano, entre las frondas del jardín.
El evangelio, tomado de san Juan, nos presenta a la santa junto al sepulcro de
Jesús. Sólo encuentra dos ángeles que le preguntan por qué llora, lo mismo que
un hombre a quien ella toma por el guardián del huerto. A todos les responde que
llora por su Señor, porque no sabe dónde está, donde lo han colocado. Ella está
dispuesta a buscarlo hasta el fin. Sólo la voz de Jesús le revela el misterio de
la tumba vacía: su Señor ha resucitado, la llama por su nombre y le encarga la
misión de anunciar a los discípulos su ascensión hacia el Padre. La pecadora
penitente se convierte en mensajera, misionera de la resurrección, apóstol de
los apóstoles.
¿Estamos muy seguros de haber encontrado a Jesús en nuestras vidas? ¿No nos hará
falta un poco de la pasión y de la ternura con que lo amó y buscó la Magdalena
hasta encontrarlo? ¿No estará oculto, vestido de hortelano, de pobre trabajador,
de persona sencilla, muy cerca de nosotros, sin que le hallamos reconocido? Si
le reconociéramos en nuestros hermanos, seríamos capaces de convertirnos en
mensajeros de su victoria sobre el pecado y la muerte, sobre el dolor, la
ausencia y las lágrimas. Seríamos sus entusiastas mensajeros.
12.
La aparición a María Magdalena
Fuente: Catholic.net
Autor: Clemente González
Reflexión:
Es justo para María Magdalena que, en su infinita ternura y misericordia, Jesús
Renacido prefiera mostrarse por primera vez a ella con su cuerpo transfigurado.
La compasión que Jesús siempre ha demostrado respecto a las almas en pena lo ha
llevado a mostrar mayor atención hacia ellas. María Magdalena siguió durante
años a Cristo en sus recorridos por las calles de Israel compartiendo alegrías y
esperanzas con los otros discípulos, y ahora recibe el consuelo de ser la
primera en ver a su Maestro vivo.
¿Cuántas veces también nosotros nos sentimos deprimidos, trastornados,
embrujados por los hechos que se arremolinan violentamente en nuestra vida? Es
precisamente en estos momentos cuando Dios está más cercano a nosotros, ansioso
de donarnos el consuelo de su abrazo y su Resurrección, si logramos renunciar a
nuestra autocompasión y dejamos de hurgar, orgullosos, en nuestro corazón herido
buscando sólo el bien propio. Si nos esforzamos por volver a la luz, entonces
secaremos de nuestros ojos las lágrimas de la desesperación. Entonces veremos la
esperanza de Cristo, el Hijo de Dios que ha triunfado sobre el dolor, el pecado
y la muerte.
13.
María Magdalena, Santa
Fuente: Catholic.net
Autor: Cristina Fernández
Hoy celebramos a Santa María Magdalena que, de ser una pecadora pública se
convirtió en santa, tras un profundo encuentro con Cristo.
La Iglesia celebra la vida de María Magdalena como una de las más conmovedoras
escenas de conversión total del Evangelio.
Los evangelistas hablan de María Magdalena de tres maneras distintas: como la
pecadora arrepentida, como María Magdalena y como María, la hermana de Lázaro.
La Liturgia romana las identifica como la misma persona.
Un poco de historia
El nombre de María Magdalena se deriva de Magdala, que es una población en la
orilla occidental del mar de Galilea. Ella era una pecadora que se presentó a
Cristo cuando Él cenaba en la casa de un fariseo y al momento se arrojó al suelo
a los pies del Señor.
Se echó a llorar, bañando con sus lágrimas sus pies y los secó con sus cabellos.
Después, los ungió con el perfume que llevaba en un vaso de alabastro. Jesús le
hizo ver al fariseo que esta mujer había lavado sus pies con sus lágrimas
mientras que él no le había ofrecido agua para lavarse los pies al entrar a su
casa, como era costumbre entre los judíos.
Él no le dio el beso de paz y ella no había cesado de besar sus pies; él no le
ungió la cabeza y ella sí le había ungido los pies. Jesús añadió que a María
Magdalena se le perdonaban sus muchos pecados porque había amado mucho. Y a ella
le dijo: “Tus pecados te son perdonados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz.”
María Magdalena es una de las mujeres que seguían a Cristo en sus viajes, de las
que nos hablan en varias ocasiones los Evangelios. Estuvo con Jesús,
acompañándolo la víspera de la entrada triunfal en Jerusalén, cuando Él cenó con
la familia de Lázaro en Betania. Ahí volvió a ungir al Señor con perfume y los
que ahí estaban la criticaron, pensando que con el valor del perfume que ella
derramaba, se podría dar de comer a muchos pobres. Cristo les dijo que la
dejaran en paz, pues a los pobres siempre los tendrían, pero a Él no.
Ella fue una de las mujeres que acompañaron a Jesús camino al Calvario y, luego,
permaneció junto a la Cruz. Los evangelistas sinópticos la citan siempre en
primer lugar. Esto puede ser debido a que fue la mujer más célebre de la
primitiva comunidad, después de la Madre de Jesús, por sus cualidades de
carácter y su dedicación al Señor.
Junto con las otras mujeres, estuvo también en el sepulcro observando dónde
colocaban el cuerpo del Maestro y, al regresar a casa, preparó perfumes y
ungüentos para volver al sepulcro después del sábado y aplicarlos al cuerpo del
Señor.
María Magdalena fue la que descubrió que alguien había quitado la piedra del
sepulcro del Señor, cuando llegó al sepulcro con las otras mujeres cargada de
aromas.
Fue la primera persona que vio, saludó y reconoció a Cristo Resucitado cuando se
quedó junto al sepulcro llorando amargamente, porque creía que habían robado el
cuerpo de Jesús.
Jesús Resucitado quiso tener este encuentro con María Magdalena, con la pecadora
arrepentida. Jesús la llamó diciéndole: “¡María!” , y ella le respondió:
“¡Maestro!” Jesús le pidió que contara esto a los demás.
Algunos investigadores dicen que, después de Pentecostés, María Magdalena se fue
a vivir a Éfeso con la Virgen María y con San Juan, donde murió. Otros dicen que
se fue a vivir con Lázaro y Marta, para evangelizar la provincia y que pasó los
últimos treinta años de su vida en esa zona.
¿Qué nos enseña la vida de María Magdalena?
Nos enseña que, aunque tengamos muchos pecados y caigamos muchas veces en los
mismos, Dios nos ama y nos puede perdonar.
Jesús nos deja el Sacramento de la Confesión para perdonar nuestros pecados y
darnos las gracias necesarias para seguir adelante.
Ella supo quién era Jesús. Sabía que era el Hijo de Dios y lo trató como tal. Su
trato a Jesús fue delicado y lleno de detalles. No perdió ninguna ocasión para
demostrarle su amor.
Dios vino a todos los hombres, pecadores y no pecadores. Jesús, al recibir a
María Magdalena, nos hace ver a todos nosotros que nos ama. Dios nos ama como
somos, con nuestros defectos y nuestras cualidades, y busca nuestro amor.
El amor de María Magdalena a Jesús se manifestó en un verdadero arrepentimiento
de sus pecados y en una profunda conversión, en un cambio radical de vida.
Oración
María Magdalena, te pido me ayudes a reconocer a Cristo en mi vida evitando las
ocasiones de pecado. Ayúdame a lograr una verdadera conversión de corazón para
que pueda demostrar con obras, mi amor a Dios.
Amén.
14. Fray Nelson Viernes 22 de Julio de 2005
Temas de las lecturas: Encontré al amor de mi alma * Mujer, ¿por qué estás
llorando? ¿A quién buscas?.
1. Una imagen compleja
1.1 De María Magdalena se han dicho las cosas más bellas y las más procaces; se
han escrito líneas sublimes y vulgares; se la ha representado como la gran
imagen de la misericordia de Dios o como la sombra más persistente al ministerio
de Cristo.
1.2 Esta multiplicación de versiones sólo deja en claro una cosa: hemos mirado a
María Magdalena más como un objeto de la imaginación del pueblo o de los
guionistas del cine que como una persona que desde las páginas de la Escritura
nos saluda y nos comunica su mensaje.
1.3 O dicho de otro modo: esta fiesta, en este año, puede ser la gran ocasión
para encontrarnos no con la fantasía, sino con esa maravillosa y salvífica
verdad que el Señor nos regala en su Palabra Viva que es la Escritura.
2. La primera testigo
2.1 María Magdalena es testigo de excepción de la muerte de Cristo y testigo de
excepción de su resurrección. Allí donde los "valientes" hombres, los apóstoles,
han huido detrás de sus miedos, esta mujer, audaz y sencilla en su arrojo ha
puesto sus ojos en el lugar preciso para ver, como tal vez nadie ha visto, la
Pascua de Cristo.
2.2 Pero María Magdalena está ahí, al pie de la cruz, no por curiosidad no por
causalidad, sino porque, su vida misma ha sido marcada por el ministerio de
Cristo. Ella ha sido creada por la palabra, la gracia, la oración y el poder del
Espíritu que habita en Jesucristo. Ha hecho un camino, desde Galilea hasta
Jerusalén, y por eso ha hecho también ese otro camino, desde la entrada triunfal
hasta el Gólgota.
3. Grandeza de Cristo
3.1 Así entendemos que en la vida de la Magdalena lo único grande fue y es
Cristo; lo único bello fue y es Cristo; lo único poderoso fue y es Cristo. En
ella, como en todos los santos, resplandece Jesús, el Cristo de Dios.
3.2 Fue grande Cristo liberándola de siete demonios. Fue grande perdonando sus
culpas. Fue grande instruyéndola en el Evangelio vivo. Fue grande concediéndole
fortaleza frente a la natural oposición que su presencia podía causar. Fue
grande sobre todo llamándola como primera entre todos los hombres y mujeres que
hoy proclamamos la verdad central de nuestra fe: ¡el Señor vive!
15.- Autor: Juan J. Ferrán, L.C.
María Magdalena, la enamorada de Dios
El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor total. "Para mí la vida es
Cristo"
Realmente nos encontramos en el Evangelio a un personaje muy especial del que
nos pareciera saberlo todo y del que casi no sabemos nada: María Magdalena.
Magdalena no es un apellido, sino un toponímico. Se trata de una María de
Magdala, ciudad situada al norte de Tiberíades. Sólo sabemos de ella que Cristo
la libró de siete demonios (Lc 8, 2) y que acompañaba a Cristo formando parte de
un grupo grande mujeres que le servían. Los momentos culminantes de su vida
fueron su presencia ante la Cruz de Cristo, junto a María, y, sobre todo, el ser
testigo directo y casi primero de la Resurrección del Señor. A María Magdalena
se le ha querido unir con la pecadora pública que encontró a Cristo en casa de
Simón el fariseo y con María de Betania. No se puede afirmar esto y tampoco lo
contrario, aunque parece que María Magdalena es otra figura distintas a las
anteriores. El rostro de esta mujer en el Evangelio es, sin embargo, muy
especial: era una muj er enamorada de Cristo, dispuesta a todo por él, un
ejemplo maravilloso de fe en el Hijo de Dios. Todo parece que comenzó cuando
Jesús sacó de ella siete demonios, es decir, según el parecer de los entendidos,
cuando Cristo la curó de una grave enfermedad.
María Magdalena es un lucero rutilante en la ciencia del amor a Dios en la
persona de Jesús. ¿Qué fue lo que a aquella mujer le hechizó en la persona de
Cristo? ¿Por qué aquella mujer se convirtió de repente en una seguidora ardiente
y fiel de Jesús? ¿Por qué para aquella mujer, tras la muerte de Cristo, todo se
había acabado? María Magdalena se encontró con Cristo, después de que él le
sacara aquellos "siete demonios". Es como si dijera que encontró el "todo",
después de vivir en la "nada", en el "vacío". Y allí comenzó aquella historia.
El amor de María Magdalena a Jesús fue un amor fiel, purificado en el
sufrimiento y en el dolor. Cuando todos los apóstoles huyeron tras el
prendimiento de Cristo, Marí a Magdalena estuvo siempre a su lado, y así la
encontramos de pié al lado de la Cruz. No fue un amor fácil. El amor llevó a
María Magdalena a involucrarse en el fracaso de Cristo, a recibir sobre sí los
insultos a Cristo, a compartir con él aquella muerte tan horrible en la cruz.
Allí el amor de María Magdalena se hizo maduro, adulto, sólido. A quien Dios no
le ha costado en la vida, difícilmente entenderá lo que es amarle. Amor y dolor
son realidades que siempre van unidas, hasta el punto de que no pueden existir
la una sin la otra.
El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor total. "Para mí la vida es
Cristo", repetiría después otro de los grandes enamorados de Cristo. Comprobamos
este amor en aquella escena tan bella de María Magdalena junto al sepulcro
vacío. Está hundida porque le han quitado al Maestro y no sabe dónde lo han
puesto. La muerte de Cristo fue para María un golpe terrible. Para ella la vida
sin Cristo ya no tenía sentido. Por ello, el Resucitad o va enseguida a
rescatarla. Se trata seguro de una de las primeras apariciones de Cristo. Era
tan profundo su amor que ella no podía concebir una vida sin aquella presencia
que daba sentido a todo su ser y a todas sus aspiraciones en esta vida. Tras
constatar que ha resucitado se lanza a sus pies con el fin de agarrarse a ellos
e impedir que el Señor vuelva a salir de su vida.
El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor de entrega y servicio. Nos dice
el Evangelio que María Magdalena formaba parte de aquel grupo de mujeres que
seguía y servía a Cristo. El amor la había convertido a esta mujer en una
servidora entregada, alegre y generosa. Servir a quien se ama no es una carga,
es un honor. El amor siempre exige entrega real, porque el amor no son palabras
solo, sino hechos y hechos verdaderos. Un amor no acompañado de obras es falso.
Hay quienes dicen "Señor, Señor, pero después no hacen lo que se les pide".
María Magdalena no sólo servía a Cristo, sino que encontrab a gusto y alegría en
aquel servicio. Era para ella, una mujer tal vez pecadora antes, un privilegio
haber sido elegida para servir al Señor.
El amor de María Magdalena a Cristo constituye para nosotros una lección viva y
clarividente de lo que debe ser nuestro amor a Dios, a Cristo, al Espíritu
Santo, a la Trinidad. Hay que despojar el amor de contenidos vacíos y vivirlo
más radicalmente. Hay que relacionar más lo que hacemos y por qué lo hacemos con
el amor a Dios. No debemos olvidar que al fin y al cabo nuestro amor a Dios más
que sentimientos son obras y obras reales. El lenguaje de nuestro amor a Dios
está en lo que hacemos por Él.
En primer lugar, podemos vivir el amor a Dios en una vida intensa y profunda de
oración, que abarca tanto los sacramentos como la oración misma, además de vivir
en la presencia de Dios. En estos momentos además nuestra relación con Dios ha
de ser íntima, cordial, cálida. Hay que procurar conectar con Dios como persona,
como amigo, como confidente. Hay que gozar de las cosas de Dios; hay que
sentirse tristes sin las cosas de Dios; hay que llegar a sentir necesarias las
cosas de Dios.
En segundo lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la rectitud y coherencia
de nuestros actos. Cada cosa que hagamos ha de ser un monumento a su amor. Toda
nuestra vida desde que los levantamos hasta que nos acostamos ha de ser en su
honor y gloria. No podemos separar nuestra vida diaria con sus pequeñeces y
grandezas del amor a Dios. No tenemos más que ofrecerle a Dios. Ahí radica
precisamente la grandeza de Dios que acoge con infinito cariño esas obras tan
pequeñas. De todas formas la verdad del amor siempre está en lo pequeño, porque
lo pequeño es posible, es cotidiano, es frecuente. Las cosas grandes no siempre
están al alcance de todos. Además el que es fiel en lo pequeño, lo será en lo
mucho.
Y en tercer lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la entrega real y veraz
al prójimo por Él . "Si alguno dice: Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un
mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no pude amar a Dios a
quien no ve" (1 Jn 4,20). El amor a Dios en el prójimo es difícil, pero es
muchas veces el más veraz. Hay que saber que se está amando a Dios cuando se
dice NO al egoísmo, al rencor, al odio, a la calumnia, a la crítica, a la
acepción de personas, al juicio temerario, al desprecio, a la indiferencia, a
etiquetar a los demás; y cuando se dice SÍ a la bondad, a la generosidad, a la
mansedumbre, al sacrificio, al respeto, a la amistad, a la comprensión, al buen
hablar. La caridad con el prójimo va íntimamente ligada a la caridad hacia Dios.
Es una expresión real del amor a Dios.