SAN BENITO ABAD    07-11

VER AÑO CRISTIANO

1. CLARETIANOS 2002

Europa es un continente con varios patronos, hombres y mujeres, pero parece que el patrono por antonomasia es San Benito de Nursia, cuya fiesta celebramos hoy, en las primeras semanas del verano. A mí me parece una figura sumamente atractiva, portadora de un mensaje de armonía para la desequilibrada sociedad de nuestro tiempo. El famoso "ora et labora" benedictino no es un lema compuesto por él, pero condensa bien su espíritu. Para comprenderlo mejor os sugiero, a los que tenéis curiosidad y tiempo, que os acerquéis a su famosa Regla, por lo menos al prólogo. No os va a defraudar, a pesar de que han pasado ya casi quince siglos desde su redacción.

En Europa estamos viviendo desde hace décadas varios procesos que parecen contradictorios. Por una parte, se ha producido un desenganche notable de algunas de las raíces que han alimentado nuestra identidad: la racionalidad de la cultura griega y la espiritualidad judeocristiana, al mismo tiempo que parece aflorar de mil maneras en el arte, la música y la moda el soterrado imaginario nórdico y mediterráneo. Pero, por otra parte, estamos empeñados en un apasionante proceso de unión. De hecho, el nombre escogido para este proyecto es Unión Europea. Los más exigentes afirman que se trata de un proyecto que ha avanzado bastante en el terreno económico, poco en el político, casi nada en el social y -lo que es peor- que se trata de un proyecto sin alma, sin un espíritu aglutinador, sin un verdadero horizonte utópico.

Creo que en este esfuerzo por inyectar un suplemento de alma merece la pena fijarnos en los patronos de Europa. Cuando la iglesia nos los propone como tales es porque considera que han contribuido a hacer un continente mejor y poseen claves útiles para el presente y el futuro.

De Benito de Nursia quiero rescatar solamente una a la que aludía antes: la armonía entre una visión religiosa de la vida y un esfuerzo continuado por mejorar las condiciones sociales. La escisión de ambos polos ha empobrecido a Europa. El ateísmo moderno se sintió "obligado" a eliminar el primero para afirmar el segundo. Y un cierto renacimiento espiritual contemporáneo añora el primero desentendiéndose del segundo. ¿Podremos encontrar en el evangelio de Cristo una síntesis que nos permita crear un futuro mejor, compartido con todos los que llegan a nuestras tierras?

Este es el gran desafío. No está mal que en un día como hoy nos tomemos unos minutos para meditarlo.

Vuestro amigo,

Gonzalo Fernández , cmf (gonzalo@claret.org)


2. DOMINICOS 2003

Ora et labora: Ora y trabaja
Entendámoslo correctamente: San Benito (+ 547) es patrono espiritual de Europa.

San Benito representa lo mejor del ‘espíritu de Europa’: Pueblos que aprendieron a labrar la tierra para que les diera pan. Pueblos que despertaron a la cultura para labrar leyes y normas de convivencia. Pueblos que, a través de generaciones, experiencias y sufrimientos, se nutrieron en gran medida del mensaje de Cristo que es mensaje de de fe, justicia, amor y paz.

¿Se habrá enterado bien nuestra Europa unida del siglo XXI de que tiene por patrono a un abad del siglo V-VI que, dejando sus bienes materiales en el campo, se retiró a vivir con Dios en la soledad y formó comunidades de contemplativos benedictinos?

¡Qué atrevidos e ingenuos somos muchos de los hombres y mujeres de fe, gente sencilla, cargada de buena voluntad, pero con escasa cartilla en el banco! ¿Qué podemos decir –desde el corazón de san Benito- a esta Europa del euro, del mercado, de la cultura, de los monasterios y universidades, del primer mundo, si en sus Parlamentos y Leyes se quiere olvidar de su historia cristiana y no pone interés en mantener el Ora benedictino junto al Labora de sus producciones?

No callemos. Repitamos el lema del eminente maestro que cultivó y enseñó a cultivar por Europa los modos de orar a Dios y los modos de arar la tierra, los modos de crear y conservar joyas de arte y cultura, y los modos de impregnar la vida con aromas de esperanza eterna.

ORACIÓN:

Señor, Dios nuestro, te pedimos por intercesión de san Benito, hijo tuyo y hermano nuestro, que quienes hoy alimentan la mejor esperanza de futuro para Europa se miren más en el espejo de la historia benedictina para aprender y enseñar al mismo tiempo humanidades y divinidades, trabajo y oración, justicia y fraternidad. Amén.



Palabra de Dios
Lectura del libro de los Proverbios 2, 1-9:
“Hijo mío: si aceptas mis palabras [de sabiduría] y conservas mis consejos; si prestas oído a la sabiduría y atención a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia; si la procuras tanto como el dinero, y la buscas tanto como un tesoro, entonces tú comprenderás el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios. Porque es el Señor quien da la sabiduría, y de su boca proceden la prudencia y la inteligencia. Él atesora sensatez para el honrado, hace de escudo al de conducta intachable, cuida de los justos y guarda el camino de los fieles....”

Oído a la sabiduría, atención a la prudencia, amor a los valores del espíritu, sin desdeñar los bienes que hacen bella y grata nuestra existencia, son tesoros del hombre noble. ¿Los cuidamos con predilección?

Evangelio según san Mateo 5, 1-12:
“Aquel día, Jesús, al ver el gentío, subió a la montaña, se sentó... y se puso a hablar a sus discípulos enseñándoles: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”.

Aquí tenemos, expresado en términos que resultan paradógicos, el tesoro del hombre noble y cristiano: no buscar el sufrimiento, las lágrimas, la miseria, por sí mismas, pero asumirlo todo con espíritu de fe y ayudar a los demás; tener limpio el corazón, crear paz en nuestro entorno y defender la justicia.



Momento de reflexión
Vivamos bajo la acción del Espíritu.
A todos los santos se les puede aplicar el mensaje de la primera y segunda lectura de la liturgia de hoy, porque santidad de vida no hay más que una, y en ella se contienen las actitudes fundamentales que nos llevan a la identificación con Cristo.

Sin embargo, hemos de recordar que a cada uno se nos otorgan especiales dones y cualidades para que, dentro de la unidad de espíritu, y bajo la acción del Espíritu Santo, realicemos obras de amor en parcelas concretas de la Iglesia de Cristo, y en servicio a la humanidad.

San Benito fue pobre, sufrido, compasivo, misericordioso, sediento de justicia y verdad, creador de paz...

Pero acaso hayamos de subrayar en él algunas cualidades que le hacen más digno de imitación, por ejemplo, su sentido del vivir comunitario, su visión de organizador de la vida fraterna, su actitud como pastor providente que vive para los demás, su actitud de acogedor de necesitados, su cualidad de amigo que habla con Dios en todo momento y en todas partes.


3. CLARETIANOS 2003

Desde hace semanas se está discutiendo el borrador de Constitución Europea preparado por un comité dirigido por el francés Valery Giscard d’Estaing. Uno de los puntos polémicos de este borrador se refiere a la inclusión o no, en su preámbulo, de una referencia explícita a las raíces cristianas de Europa.

El hecho histórico es tan imponente que no admite discusión posible. Hay divergencia de opiniones en cuanto a la conveniencia política de tal inclusión en un texto que alardea de laico. (No logro entender por qué esta afirmación de laicidad, que es ya una opción ideológica como cualquier otra, tiene preferencia de paso).

Todo esto viene a propósito del bueno de San Benito, patrono de este continente, junto con otras figuras como Cirilo y Metodio, Catalina de Siena, Brígida de Suecia, etc. Benito, en su tiempo, supo dar un alma a los pueblos de Europa, un ideal de vida, una inculturación del evangelio. Su “no anteponer nada a Cristo” y su propuesta de vida armónica en obediencia a una regla consiguieron insuflar aliento a una sociedad que estaba postrada anímica, cultural y económicamente. Él y sus hijos construyeron una red de monasterio por Europa. Es verdad. Roturaron campos, desarrollaron la agricultura, constituyeron núcleos poblacionales, conservaron y difundieron la cultura clásica, cuidaron la liturgia. Todo esto es verdad. Pero nos quedaríamos siempre en las ramas si no prestáramos atención a las raíces de las que surge un ideal de cultura como el que representa Benito de Nursia. Las raíces son su experiencia de Jesucristo.

La Europa de hoy aspira a constituirse como una sociedad justa, democrática, solidaria. Esto es algo noble y deseable. Pero, ¿cuál es el alma de este proyecto? ¿Cuáles son sus raíces? ¿Basta la alusión a un difuso humanismo de corte ilustrado?

El cristianismo no puede imponer su manera de ver las cosas. Puede proponer con humildad (porque tiene a las espaldas una larga historia de contradicciones), pero también con confianza y audacia (porque no se propone a sí mismo como ideología sino a la persona de Jesús) un alma para este nuevo proyecto de unidad.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)


4. CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 10 julio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió este domingo Benedicto XVI desde la ventana de su estudio a unos 40.000 peregrinos congregados en la plaza de San Pedro para rezar a mediodía la oración mariana del Ángelus.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Mañana se celebra la fiesta de san Benito abad, patrono de Europa, un santo al que por el que siento un amor particular, como se puede intuir por haber elegido su nombre. Nacido en Nursia, en torno al año 480, Benito realizó sus primeros estudios en Roma, pero decepcionado por la vida de la ciudad, se retiró a Subiaco, donde permaneció durante unos tres años en una cueva --el famoso «Sacro Speco»-- dedicándose totalmente a Dios. En Subiaco, sirviéndose de las ruinas de una ciclópea villa del emperador Nerón, junto a sus primeros discípulos, construyó unos monasterios, dando vida a una comunidad fraterna fundada en la primacía del amor de Cristo, en la que la oración y el trabajo se alternan armoniosamente en alabanza de Dios. Años después, en Montecassino, dio plena forma a este proyecto, y lo puso por escrito en la «Regla», su única obra que ha llegado hasta nosotros. Entre las cenizas del Imperio Romano, Benito, buscando antes que nada el Reino de Dios, sembró, quizá sin ni siquiera darse cuenta, la semilla de una nueva civilización, que se desarrollaría, integrando los valores cristianos con la herencia clásica, por una parte, y de las culturas germánica y eslava por otra.

Hay un aspecto típico de su espiritualidad, que hoy quisiera subrayar de manera particular. Benito no fundó una institución monástica orientada principalmente a la evangelización de los pueblos bárbaros, como los demás grandes monjes misioneros de la época, sino que indicó a sus seguidores como objetivo fundamental de la existencia, es más, el único, la búsqueda de Dios: «Quaerere Deum». Sin embargo, sabía que cuando el creyente entra en relación profunda con Dios no puede contentarse con vivir de manera mediocre, con una ética minimalista y una religión superficial. Desde esta perspectiva, se entiende mejor la expresión que Benito tomó de san Cipriano y que, en su «Regla» (IV, 21), sintetiza el programa de vida de los monjes: «Nihil amori Christi praeponere», «No anteponer nada al amor de Cristo». En esto consiste la santidad, propuesta válida para cada cristiano, que se ha convertido en una auténtica urgencia pastoral en nuestra época, en la que se experimenta la necesidad de anclar la vida y la historia en sólidas referencias espirituales.

María es modelo sublime y perfecto de santidad, que vivió en constante y profunda comunión con Cristo. Invoquemos su intercesión, junto a la de san Benito, para que el Señor multiplique también en nuestra época hombres y mujeres que, a través de una fe iluminada, testimoniada en la vida, sean en este nuevo milenio sal de la tierra y luz del mundo.