05-03 FELIPE Y SANTIAGO, APOSTOLES
1. CLARETIANOS 2003
Hoy celebramos la fiesta de dos apóstoles: San Felipe y Santiago. Y también hoy comienza la breve visita del Papa Juan Pablo II a España.
En la
petición de Felipe Señor, muéstranos al Padre, se sintetiza una cuestión a la
que nos referimos el jueves de la 2ª semana de pascua: el significado de
Jesucristo en relación con Dios. Para el evangelio de Juan, Jesús es el que nos
revela al Padre y el camino hacia el Padre. En su persona y en sus obras
encontramos los destellos que necesitamos para reconocer la presencia del Padre
en medio de nosotros.
Gonzalo (gonzalo@claret.org)
2. 2002.
COMENTARIO 1 - Jn 14, 6-14
v.
6-7: Respondió Jesús: -Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie se acerca al
Padre sino por mí. El camino supone una meta; la verdad, un contenido, que es la
vida (1,4). Jesús es la vida porque es el único que la posee en plenitud y puede
comunicarla (5,26). Por ser la vida plena es la verdad total, es decir, puede
conocerse y formularse como la plena realidad del hombre y de Dios. Es el único
camino, porque sólo su vida y su muerte muestran al hombre el itinerario que lo
lleva a realizarse.
Para el discípulo, Jesús es la vida, porque de él la recibe. Esta nueva vida
experimentada y consciente es la verdad; esta verdad entendida como camino
supone una asimilación progresiva a Jesús y da un carácter dinámico de
crecimiento a la vida y a la verdad. El Padre no está materialmente lejano, el
acercamiento a él es el de la semejanza.
v. 7-8: Si llegáis a conocerme del todo, conoceréis también a mi Padre; aunque
ya ahora lo conocéis y lo estáis viendo presente. Felipe le dijo: -Señor, haz
que veamos al Padre, y nos basta.
El Padre está presente en Jesús. La petición de Felipe (v. 8) denota su falta de
comprensión. Había visto en Jesús al Mesías que podía deducirse de la Ley y los
Profetas (1,43-45), pero no había comprendido que Jesús no es la realización de
la Ley, sino del amor y la lealtad de Dios (1,14.17). En el episodio de los
panes (6,5-7) Felipe no comprendía la alternativa de Jesús, por eso a la
pregunta de éste: ¿con qué podríamos comprar pan para que coman estos? Felipe
contestó: Doscientos denarios de plata no bastarían para que a cada uno le
tocase un pedazo. Para Felipe no había alternativa, seguía en las categorías de
la antigua alianza. Felipe ahora ve en Jesús al enviado de Dios, pero no la
presencia de Dios en el mundo.
vv. 9-11: Jesús le contestó: -Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has
llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre; ¿cómo dices
tú: «Haz que veamos al Padre»? ¿No crees que yo estoy identificado con el Padre
y el Padre conmigo? Las exigencias que yo propongo no las propongo como cosa
mía: es el Padre, quien, viviendo en mí, realiza sus obras. Creedme: yo estoy
identificado con el Padre y el Padre conmigo; y si no, creedlo por las obras
mismas.
Jesús le contesta con una queja: "Tanto tiempo como llevo con vosotros y ¿no has
llegado a conocerme? (v. 9). La convivencia con él, ya prolongada, no ha
ampliado su horizonte.
Felipe no sabe que la presencia del Padre en Jesús es dinámica ("quien me ve a
mí está viendo al Padre", v.10); a través de Jesús, el padre ejerce su
actividad.
Las exigencias de Jesús reflejan las múltiples facetas del amor, lo concretan y
lo acrecientan; por eso comunican Espíritu y vida y hacen presente a Dios mismo,
que es Espíritu, formulan la acción del Padre en Jesús y, por su medio con los
hombres Entre Jesús y el Padre hay una total sintonía (v. 11). El último
criterio para detectar esta sintonía son las obras
vv. 12-14: Sí, os lo aseguro: Quien me presta adhesión, hará obras como las mías
y aun mayores; porque yo me voy con el Padre, y cualquier cosa que pidáis en
unión conmigo, la haré; así la gloria del Padre se manifestará en el Hijo. Lo
que pidáis unidos a mí (= invocando mi nombre), yo lo haré.
La obra de Jesús ha sido solo un comienzo; el futuro reserva una labor más
extensa: "Quien me presta adhesión, hará obras como las mías y aun mayores"
(v.12) Las señales hechas por Jesús no son pues irrepetibles por lo
extraordinarias, son obras que liberan al hombre ofreciéndole vida. Con este
dicho da ánimos a los suyos para el futuro trabajo; la liberación ha de ir
adelante. Jesús cambia el rumbo de la historia; toca a los suyos continuar en la
dirección marcada por él. Los discípulos no están solos en su trabajo ni en su
camino Jesús seguirá actuando con ellos. A través de Jesús el amor del Padre (su
gloria) seguirá manifestándose en la ayuda a los discípulos para su misión (v.
13). La oración de la comunidad expresa su vinculación a Jesús (v. 14); se hace
desde la realidad de la unión con él y a través de él, pidiendo ayuda para
realizar su obra.
COMENTARIO 2
En
esta fiesta de dos santos apóstoles, la 1ª lectura, tomada de la 1ª carta de
Pablo a los corintios, nos recuerda el núcleo fundamental, esencial, de la fe
cristiana; aquello sin lo cual seríamos cualquier otra cosa, menos discípulos de
Jesús y miembros de su Iglesia. Es el llamado “kerygma” o proclamación. Lo que
los apóstoles seguramente predicaron, adaptándolo a las diversas circunstancias
y auditorios. San Pablo lo recuerda a los corintios entre los cuales algunos se
atreven a negar la realidad de la resurrección, o mejor, se atreven a afirmar
que la resurrección es algo completamente espiritual, místico, que no afecta
para nada nuestro cuerpo ni tiene repercusiones en nuestra existencia mortal.
Pablo recuerda a los corintios nada menos que “el evangelio que les prediqué”.
No una ideología, una doctrina filosófica o teológica. Tampoco un código moral.
Sino la certeza de los acontecimientos salvadores de los cuales los apóstoles
fueron testigos y autorizados mensajeros. Se trata de la muerte salvífica de
Jesús en la cruz, en cumplimiento del plan divino de salvación para toda la
humanidad. De su sepultura, garantía de la realidad mortal que experimentó
Jesús, y de su resurrección gloriosa, irrupción definitiva de Dios en nuestra
pobre historia humana y cumplimiento en Cristo de todas las promesas y
expectativa de la humanidad. Este es el Evangelio, la buena noticia. El
fundamento y principio de nuestra fe. Lo que nos define como cristianos. Es
decir, la misma persona de Jesús: su vida y su muerte. La garantía de que ante
Dios todos tenemos un lugar, de que El nos hará justicia a cada uno, y llevará a
la plenitud nuestra efímera existencia, como llevó a su plenitud la existencia
de Jesús.
El pasaje de la carta de Pablo, insiste al final en las apariciones del Señor
resucitado, y presenta una lista de testigos autorizados, anotando incluso que
muchos están todavía vivos en el momento en que se escribe la carta. Llama la
atención que está lista no coincida con los testigos señalados en los relatos de
apariciones del final de los cuatro evangelios. Faltan, por ejemplo, las
mujeres, que vieron a Jesús resucitado al pie del sepulcro (Mt 28, 9-10; Mc 16,
9-11; Jn 20, 11-18). Pero no es cuestión de una absoluta coincidencia que
resultaría más sospechosa como testimonio. Los primeros cristianos estaban
seguros, y Pablo se hace eco de ello, de que el Resucitado se había hecho ver
por diversas personas, en ocasiones distintas, de maneras diferentes. Lo que
Pablo subraya es que el testimonio de la resurrección depende de experiencias
ciertas tenidas especialmente por apóstoles: Cefas, que es el mismo Pedro, los
Doce como grupo que representa a la comunidad de salvación, la Iglesia,
Santiago, en este caso el llamado “hermano del Señor”, o “el menor”, para
diferenciarlo del hijo de Zebedeo, hermano de Juan, del grupo de los doce
apóstoles. Este Santiago el menor es el que estamos conmemorando en este día.
La lectura del pasaje del evangelio de san Juan ha sido escogida, seguramente,
porque en ella se menciona al apóstol Felipe, cuya fiesta, junto con Santiago el
menor, se celebra hoy. Con seguridad hay que diferenciarlo del Felipe
protagonista de varios relatos del libro de los Hechos de los Apóstoles, uno de
los siete varones escogidos como administradores de la comunidad por los
apóstoles (Hch 6, 1-6), el evangelizador de Samaria (Hch 8, 4-8) y del eunuco
etíope (Hch 8, 26-40); a no ser que las tradiciones sobre personajes distintos
que llevaban el mismo nombre hallan terminado confundiéndose.
En el pasaje evangélico el apóstol Felipe hace a Jesús una petición audaz e
inusitada: “muéstranos al Padre y eso nos basta”. Nada menos, como si a Dios se
le pudiera mostrar aquí o allá, como se muestra a una persona o a una cosa
cualquiera. Como si Dios pudiera ser contemplado con nuestros ojos mortales,
cuando en el AT es constante la afirmación de que quien vea a Dios
necesariamente morirá (véase por ejemplo Ex 33, 20; Is 6, 5). Pero con su
audacia el apóstol Felipe ha hecho que Jesús nos revele el verdadero rostro de
Dios: “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Conocer a Jesús, escuchar sus
palabras, vivir sus mandamientos, equivale a conocer plenamente a Dios, a
contemplar su rostro amoroso reflejado en la bondad de Jesucristo, en su
misericordia y amor hacia los pobres y sencillos.
De Santiago el menor sabemos que llegó a ser líder de la comunidad cristiana de
Jerusalén hasta los calamitosos años anteriores a la guerra judía contra Roma.
El historiador Flavio Josefo, contemporáneo de los acontecimientos, nos ha
dejado un testimonio vívido y honroso del apóstol en una de sus obras
(Antigüedades judías 20.9.1). Representaba Santiago el menor el cristianismo
judaizante de los primerísimos tiempos, apegado todavía al culto del templo, a
la reunión sinagogal, la guarda del sábado y demás tradiciones judías. Flavio
Josefo nos dice que gozaba del respeto y veneración, no solo de los cristianos,
sino también de los mismos judíos piadosos que lo llamaba “el justo”. El mismo
autor narra dramáticamente su muerte a manos de judíos fanáticos. De Felipe casi
no sabemos nada. La memoria litúrgica de la Iglesia los unió cuando en el siglo
VI fue inaugurada la basílica de los doce apóstoles en la ciudad de Roma, y se
depositaron en su altar principal supuestas reliquias de estos dos personajes.
1. Juan Mateos, El evangelio de Juan. Texto y comentario. Ediciones El almendro, Córdoba 2002 (en prensa).
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
3. CLARETIANOS 2002
Queridos amigos:
Hoy recordamos a dos apóstoles del grupo de los doce. La liturgia nos ofrece dos
perfiles sucintos, pero atractivos. En la carta a los Corintios, Santiago
aparece como testigo de la resurrección de Jesús, pero no en solitario, sino
como eslabón de una larga cadena de testigos. En el evangelio de Juan, Felipe
aparece como un buscador de Dios: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta".
Cada vez que la liturgia nos acerca a los discípulos de la primera hora experimento un poco de desconcierto. De ellos sabemos muy pocas cosas. Y, sin embargo, cada pequeña perla "escondida" en el evangelio basta para estimular una vida de seguimiento de Jesús. Si pienso en Santiago y en su encuentro con el Resucitado, no tengo más remedio que preguntarme: ¿Cómo "se me ha aparecido" a mí el Viviente? ¿Pertenezco al grupo de los testigos o me limito a engrosar el número de los admiradores? ¿A través de qué signos experimento que Jesús es el resucitado capaz de darme razones para vivir, trabajar, aguantar y esperar?
Cuando pienso en Felipe, pienso en mis deseos de
conocer al Padre, de no andarme por los suburbios del misterio de Dios. Pongo
nombre a todas mis búsquedas religiosas y también a todas mis incertidumbres. Y
caigo en la cuenta -¡otra vez más!- que toda búsqueda naufraga si no soy capaz
de reconocer que quien ve a Jesús ve al Padre. Recuerdo las palabras luminosas
del hermano Roger de Tazé: "Tú que buscas a Dios, ¿lo sabes? Lo esencial es la
acogida de su Cristo?".
Vuestro amigo.
Gonzalo Fernández, cmf (gonzalo@claret.org)
4. DOMINICOS 2004
Felipe y Santiago, Apóstoles del Señor
En la lista de los apóstoles, Felipe aparece en el Evangelio de Mateo 10 veces,
3 en quinto lugar.
Quien más noticias nos da sobre él es el evangelista Juan que lo presenta como
persona sencilla, generosa, cercana a Jesús, bondadosa. Tras ser recibido por
Jesús en su discipulado, es él quien da la noticia a Natanael y quien, ante el
escepticismo de éste, le añade: “Ven y lo veras’ (Jn 1, 42ss). Y es también el
que, tras oír y no entender el discurso de Jesús en la última Cena, dice al
Maestro: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”(Jn 14, 7s). Después de
Pentecostés, su predicación recayó principalmente sobre Frigia. En el Nuevo
Testamento no tenemos ninguna Carta escrita por Felipe.
Santiago es el segundo de este nombre, y se le llama el Menor, para
diferenciarlo de Santiago, hermano de Juan. Era familiar, primo, de Jesús.
Recibió también el nombre de Felipe el de Alfeo, por referencia a su padre.
Acaso fuera hijo de Maria de Cleofás, hermana de Maria, y de Alfeo. Fue un
personaje muy importante en la primera iglesia, pues presidió la comunidad de
Jerusalén. En el Nuevo Testamento contamos con una Carta de él a los fieles; una
carta dura, exigente, reclamando siempre fe y obras.
La luz de Dios y su mensaje en la Biblia
Primera carta de san Pablo a los corintios 15, 1-11:
“Hermanos: Os recuerdo el Evangelio que os prediqué y que vosotros aceptasteis,
y en el que estáis fundados...
Lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo
murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que
resucitó al tercer día; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce;
después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los
cuales vive todavía...; después se le apareció a Santiago; después a todos los
apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”
Evangelio según san Juan 14, 6-14:
“En aquel tiempo dijo Jesús a Tomás: Yo soy el camino y la verdad y la vida.
Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi
Padre...
Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús le replica: Felipe, hace tanto tiempo que estoy con vosotros ¿y no me
conoces? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre... ¿No crees que yo estoy en
el Padre y el Padre en mí?...”
Reflexión para este día
Consideremos hoy cómo Jesús, al convocar a sus discípulos predilectos para
formar una comunidad o familia, según el Espíritu, para la misión, eligió a
personajes de muy diversas condiciones y valores humanos.
Ninguno era persona públicamente reconocida por su prestigio social o
sacerdotal, y ninguno marca la pauta seguida para ser llamado. La variada
tipología de las personas muestra el realismo de Jesús y su apertura en la
acogida de los demás, tal como son, sin ficciones.
Felipe, por ejemplo, debía ser persona de carácter afable, agraciado con cierta
ingenuidad, y resultó muy fiel e interesado en los asuntos del Maestro.
Otros, como Santiago el Menor, se muestran de carácter más enérgico, más prontos
a asumir riesgos, y acaso más organizadores.
Lo ejemplar es que en la mesa y compañía del Señor cada cual -con sus peculiares
dones, dotado de cierta suficiencia y buena voluntad- debía seguir los pasos del
Maestro victoriosamente desde sí mismo, superando de continuo sus limitaciones,
y estando en sintonía con el Maestro y sus mensajes.
Eso mismo es lo que se nos pide a nosotros, llamados en el siglo XXI para ser
también anunciadores de la salvación en Cristo desde la pequeñez que somos.
5. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
Comenzamos hoy el Salmo con la expresión de que el clamor y la gloria de Dios
llegan a toda la Creación.
¿Qué nos quieren expresar el cielo, el firmamento, el día, la noche...? Que la
Voluntad y la Gracia de Dios lo recorren todo y nos llegan a todos. Su Gracia,
su Providencia y su Mensaje inundan a toda la Creación. ¿Cuál ha de ser nuestra
actitud ante este Mensaje que se nos susurra?
La
profunda seguridad y confianza en la mano providente de un Dios que es todo
Gracia. Que cuida día a día lo que ha creado y especialmente al hombre. Dios no
nos falla nunca. Su Voluntad y su Gracia nos llenan de seguridad y confianza. De
Dios puedo fiarme porque nunca abandona a los seres creados por Él. Hoy queremos
unirnos al canto del Universo; al clamor de la Naturaleza y de la Creación.
¡Ayúdanos a ser un canto de la Gloria de tu Amor con nuestra vida cotidiana!
¡Concédenos esa fe y abandono que confía en Ti! Y que lo hace con la misma
seguridad que tenemos del discurrir del día y de la noche y de la existencia de
las estrellas en el firmamento!
Celebramos hoy la fiesta de los Apóstoles Felipe y Santiago.
Del mismo modo que Jesús pregunta a Felipe sobre su “conocimiento” acerca de Él después de tanto tiempo de compartir su vida y mensaje con sus apóstoles; así también nos lo cuestiona hoy a nosotros. Felipe pide una manifestación extraordinaria del Padre y Jesús le descubre que sólo la fe puede descubrir la presencia del Hijo en el Padre y del Padre en el Hijo.
Somos creyentes. Hemos vivido ya un itinerario más o menos extenso de fe y vivencia cristiana. Nos hemos entrañado con los hechos y palabras de Jesús... pero nunca terminaremos de conocerlo del todo. Como a los apóstoles le hacemos preguntas inquisitivas sobre Él, sobre su Padre; acerca del discurrir del mundo y de la historia...
Seguimos pidiendo excesiva cantidad de signos y claras señales. Aún nos falta
–como a los apóstoles– esa “fina y lúcida” sensibilidad que sabe leer y entender
el lenguaje de Dios en todo aquello que ocurre, en las luces y en las sombras.
Pero Jesús conoce nuestras dudas e interrogantes y da una respuesta convincente
desde su ser, actuar y hablar. De ahí su afirmación profunda y llena de sentido:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Vuestra hermana en la fe,
Mª Luz García (filiacio@teleline.es)
6. FLUVIUM 2004
Evangelio:
Jn 14, 6-14 —Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida –le respondió Jesús–; nadie
va al Padre si no es a través de mí. Si me habéis conocido a mí, conoceréis
también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto.
Felipe le dijo:
—Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
—Felipe –le contestó Jesús–, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has
conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: "Muéstranos
al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que
yo os digo no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza sus
obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, creed por las
obras mismas. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará
las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre. Y lo
que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.
Conocer a Jesús
La festividad de los santos apóstoles Felipe y Santiago que hoy celebramos, nos
brinda la oportunidad de meditar en oración acerca de nuestro conocimiento de
Jesucristo. Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido?,
le reprochó el Señor. No pretenderemos nosotros, sin embargo, lograr una clara
comprensión del misterio del Hijo de Dios encarnado a partir de estas
consideraciones, siendo imposible para la inteligencia humana la visión acabada
de su realidad divina y humana. Invocamos, en cambio, a Dios con humildad para
que nos conceda un aumento de la fe: que creamos muy firmemente, para que ese
convencimiento se manifieste en vida cristiana a la medida de Jesucristo. La
verdad de Jesús de Nazaret: Verbo eterno del Padre y hombre perfecto, al tomar
carne de María Santísima, es el ideal para toda persona humana, hombre o mujer.
En Jesucristo, pues, hay dos naturalezas, divina y humana; siendo una única
persona: la Segunda de la Santísima Trinidad. Es posible, entonces, que, en
ocasiones, se hable con una cierta ligereza de Jesús. Manifestando, eso sí, su
condición de persona extraordinaria, pero sin dejar claro que en verdad es el
mismo Dios, connatural con el Espíritu Santo y con el Padre. No pocas veces, por
un afán mal entendido de presentar a un Jesucristo accesible y próximo a los
hombres, se llega a tratar al Hijo de Dios encarnado con irreverente
familiaridad. Nos lo muestran, en la literatura y la iconografía, de modo que es
difícil pensar que se trata de nuestro Creador, y el Señor de cuanto existe. No
es extraño, por consiguiente, que su presencia real en los sagrarios carezca, en
la práctica, de interés para algunos que transitan por las iglesias y no se
detienen –no le dan importancia– a hacer una genuflexión, según mandan las
rúbricas litúrgicas, al pasar ante el tabernáculo.
El mismo Jesús desea que le tratemos con la mayor confianza. De mil modos,
durante su vida pública, invita y facilita a los que le rodean, no ya a que le
sigan, a que le escuchen y aprendan de Él; Él mismo se hace el encontradizo,
buscando a cada uno, manifestando a las claras su deseo de darse porque nos
quiere, pues el bien de los hombre consiste en su posesión. El bien: el mejor
bien que es posible pensar, sólo lo encontramos en Jesucristo, porque es Dios
para nosotros. Cuando somos conscientes de su majestad y grandeza, de su amor
por los hombres, por nuestra felicidad, crece en cada uno el afán por conocerle
mejor y por amarle. Nos sentimos grandes por haber recibido la gracia del
Evangelio: anuncio de Dios al hombre y de su Amor ilimitado. La reverencia en el
trato y el interés efectivo por agradarle con la propia vida, surge como
consecuencia de la fe en su divinidad.
¿Con qué detenimiento –manifestación de verdadero interés– nos fijamos en Jesús?
No nos suceda que –cansados enseguida– apartemos pronto la mirada y decaiga
nuestro interés, por haber contemplado demasiado rápidamente su excelsa figura.
Tratemos de insistir, aunque nos sobrevenga al principio una cierta impresión
árida por falta de hábito en la meditación. En todo caso, Dios mismo contempla
el intento nuestro por conocerle y, como buen Padre, ayuda "enternecido" con su
luz al hijo pequeño –tú y yo– que, a duras penas, logra progresar un poco más en
Su conocimiento. La lectura repetida de los pasajes evangélicos, meditados con
el mayor interés, ayuda a sentirse como un personaje más, acompañando a nuestro
Dios mientras pasa por el mundo y nos da lecciones con su palabra y su sola
presencia.
Otras veces hemos considerado el afán apostólico, ese deseo de difundir la
doctrina de Cristo propio de todo cristiano. Pero el deseo de dar a conocer las
grandezas de Dios, no es la consecuencia de un precepto arbitrariamente impuesto
que se acoja como por obligación. Más bien se trata de un afán impaciente,
efecto de la Gracia de Dios y del entusiasmo humano al descubrir la maravilla de
Jesucristo. Los Apóstoles, revestidos con la Gracia, declaran orgullosos, a
pesar de las amenazas, ante los jefes del pueblo judío: nosotros no podemos
dejar de hablar de lo que hemos visto y oído. El apostolado, en efecto, es la
consecuencia natural de haber conocido al Señor.
Así ha sucedido siempre en la vida de los cristianos, y así nos ha llegado a
nosotros el tesoro de la Redención: a través de otros cristianos entusiasmados.
Tal vez, tan entusiasmados con Cristo, que quisieron poner su vida totalmente al
servicio de la extensión de su Reino. Luego, cada uno, según el don recibido de
Dios y la propia correspondencia, hemos respondido también a la medida de
nuestra generosidad. En todo caso, bien consientes de que no es indiferente el
comportamiento humano, porque el mismo Dios se ha hecho hombre para mostrarnos
su amor y que tengamos también ocasión permanente de amarle.
Santa María, Madre nuestra por la bondad de Dios, nos recuerda de continuo, si
nos acogemos a su cariño, que su Hijo Jesús es nuestro Hermano mayor, el Hijo
del Eterno Padre.
7.
Comentario:
Rev. D. Joan Solà i Triadú (Girona, España)
«Yo soy el camino, la verdad y la vida. El que me ha visto a mí, ha visto al
Padre»
Hoy celebramos la fiesta de los apóstoles Felipe y Santiago. El Evangelio hace
referencia a aquellos coloquios que Jesús tenía sólo con los Apóstoles, y en los
que procuraba ir formándolos, para que tuvieran ideas claras sobre su persona y
su misión. Es que los Apóstoles estaban imbuidos de las ideas que los judíos se
habían formado sobre la persona del Mesías: esperaban un liberador terrenal y
político, mientras que la persona de Jesús no respondía en absoluto a estas
imágenes preconcebidas.
Las primeras palabras que leemos en el Evangelio de hoy son respuesta a una
pregunta del apóstol Tomás. «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al
Padre sino por mí» (Jn 14,6). Esta respuesta a Tomás da pie a la petición de
Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14,8). La respuesta de
Jesús es —en realidad— una reprensión: «¿Tanto tiempo hace que estoy con
vosotros y no me conoces Felipe?» (Jn 14,9).
Los Apóstoles no acababan de entender la unidad entre el Padre y Jesús, no
alcanzaban a ver al Dios y Hombre en la persona de Jesús. Él no se limita a
demostrar su igualdad con el Padre, sino que también les recuerda que ellos
serán los que continuarán su obra salvadora: les otorga el poder de hacer
milagros, les promete que estará siempre con ellos, y cualquier cosa que pidan
en su nombre, se la concederá.
Estas respuestas de Jesús a los Apóstoles, también nos las dirige a todos
nosotros. San Josemaría, comentando este texto, dice: «‘Yo soy el camino, la
verdad y la vida’. Con estas inequívocas palabras, nos ha mostrado el Señor cuál
es la vereda auténtica que lleva a la felicidad eterna (...). Lo declara a todos
los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a quienes, como tú y como yo, le
hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en serio nuestra vocación de
cristianos».
8.
Jesús uno con su Padre
Fuente: Catholic.net
Autor: José Noé Patiño
Fiesta de Felipe y Santiago apóstoles Juan 14, 6-14.
Reflexión
Ahora nos llega el momento de la pregunta decisiva: Jesús, ¿es simplemente un
hombre o como el centurión que presenció su muerte nos vemos obligados a
responder: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”?
¿Quién es Jesús? Si Jesús es simplemente un hombre extraordinario, un genio
excepcional, un líder fuera de serie que enseñaba los más altos ideales éticos,
nunca antes predicados, nos basta con seguir su ejemplo, tratar de imitarle y de
cumplir sus enseñanzas. Pero si Jesús es realmente el Hijo de Dios, hecho hombre
por amor a nosotros, todo cambia. Y si examinamos su vida y obras con
profundidad, humanamente, quitando todo racionalismo, no cabe duda de que Jesús
es el Hijo de Dios.
Ante esta pregunta, que ya los judíos se formularon hace dos mil y recibieron la
respuesta del mismo Jesús y que hoy dos mil años después, los hombres se siguen
preguntando, las posturas se dividen. O se acepta a Jesús o se lucha contra Él,
pero no existen posturas fútiles o triviales..
Pero si alguien nos pregunta: ¿Qué es lo único seguro? ¿Tan seguro que podamos
entregarnos a ello a ciegas? La respuesta que saldría de nuestros labios sería:
el amor de Jesús. Sólo su amor es seguro y total. Porque por el amor de Jesús
sabemos que Dios nos ama, porque el Padre y Él son una sola cosa. Porque a fin
de cuentas Él es el Hijo de Dios.
9. 2004
LECTURAS: 1COR 15, 1-8; SAL 18; JN 14, 6-14
1Cor. 15, 1-8. Jesucristo es el Evangelio viviente
del Padre. No tenemos otro nombre ni otro camino mediante el cual podamos
salvarnos. Pero no podemos falsear el Evangelio, ni podemos hacer una relectura
del mismo conforme a nuestros intereses. El Enviado del Padre murió por nuestros
pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día, dándonos muchas pruebas de que
estaba vivo; ahora, después de cumplir su Misión, vive para siempre sentado a la
diestra del Padre Dios. En el fondo vemos el amor hasta el extremo que Dios nos
ha tenido. Quien crea en Cristo no sólo anunciará lo que sabe de Él y que los
apóstoles nos han transmitido, sino que dará testimonio del Señor proclamando su
Evangelio desde la propia vida, que se convertirá en una Buena Noticia del amor
salvador de Dios para todos los hombres. No podemos, por tanto, convertirnos en
una Iglesia con una doctrina diferente a la que realmente proclamó el Señor,
pues si eso hiciéramos estaríamos creyendo en vano. Conozcamos y experimentemos
el amor que Dios nos ha manifestado por medio de su Hijo Jesús, y demos
testimonio de Él con una vida en plena unión con el Señor y con lo que nos
transmitieron los apóstoles y nos hacen llegar, con la verdad que viene del
Espíritu Santo, los legítimos sucesores de los apóstoles.
Sal. 19. La creación entera se une a nuestra voz para
alabar al Señor, Creador nuestro. Dios, por medio de su propio Hijo, nos ha
reconciliado con Él y nos ha hecho partícipes de su divinidad. En Cristo todo ha
sido restaurado; y a la Iglesia corresponde hacer realidad ese don de Dios. Pues
ahora el Reino de Dios, conquistado ya por Cristo, sufre violencia y se va
abriendo paso día a día no sólo en el corazón de los hombres, sino en toda la
creación. Por eso debemos esforzarnos constantemente hasta lograr que todo
encuentre su verdadero significado en el Señor de la historia. A Él sea dado
todo honor y toda gloria ahora y por siempre. Amén.
Jn. 14, 6-14. Jesús es el Templo Santo en el que nos encontramos con nuestro
Dios y Padre para adorarlo en Espíritu y Verdad. Pero, mientras dure nuestra
vida en esta tierra, Él no nos quiere sentados junto a Él como si ya
estuviésemos en la visión beatífica; quienes vivimos unidos a Él por la fe y por
el Bautismo experimentamos a Cristo como Camino. La Iglesia, liberada de la
esclavitud del pecado, habiendo recibido la Vida de Dios y participando de Aquel
que es la Verdad, camina, como en un nuevo Éxodo, hacia la posesión de los
bienes definitivos. Y vamos tras las huellas de Cristo. Quien crea en Él no
puede quedarse instalado en sus logros o en sus tradiciones; el Reino de Dios es
una continua conquista que nos debe hacer creativos, sin traicionar el
Evangelio, para hacer que el Reino de Dios vaya tomando cuerpo en las diversas
culturas de nuestro tiempo. Quien contempla a Cristo contempla al Padre pues el
Padre permanece en Cristo. Quien contemple a la Iglesia debe contemplar a
Cristo, pues Cristo permanece en su Iglesia. Y Cristo, por medio de su Iglesia,
busca al hombre de todos los tiempos para llevarlo a su plena unión con el Padre
Dios; esa es la misión que tiene la Iglesia, tratemos de no traicionar la
confianza que el Señor nos ha tenido.
En la Eucaristía entramos en una relación de amor con Cristo. Él permanece en
nosotros y nosotros en Él. Él nos hace un signo creíble de su amor en el mundo.
Él espera de nosotros que lo demos a conocer no sólo con las palabras, sino con
las obras y la vida misma. Por eso nuestra participación en la Eucaristía nos
compromete a convertirnos en un signo del amor de Dios para los demás. Desde la
Iglesia, que vive su comunión con Cristo, el mundo debe experimentar el amor de
Dios. ¿Realmente creemos que Cristo está en nosotros y nosotros en Él?
La Iglesia no sólo está llamada a anunciar el Nombre de Dios a los demás; su
vocación mira a manifestarle al mundo el rostro amoroso y misericordioso del
Padre. Quien entre en relación con la Iglesia debe saber que ha entrado en
contacto con Dios, pues lo experimentará desde la comunidad de los fieles en
Cristo. Pero no podemos dar a conocer al mundo a Cristo sólo con las palabras;
mientras no lo demos a conocer con las obras estaremos traicionando al Evangelio
y a la misión que el Señor nos ha confiado.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, que nos conceda la gracia de convertirnos en su signo creíble del amor de
Dios para nuestros hermanos, para que, por nuestra unión con el Señor, todos
puedan encontrarse con Él y obtener la salvación eterna. Amén.
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10.
SANTOS FELIPE Y SANTIAGO, APOSTOLES: GENEROSOS Y VALIENTES
La Iglesia celebra el 3 de Mayo a los Apóstoles Felipe y Santiago
Siguieron a Jesús a través de los caminos polvorientos y se sentaron a descansar con Él junto a la misma fuente. ¿Torpes y duros de corazón, ambiciosos ante las parábolas del Reino, indecisos, cobardes, celosos de sus privilegios, impacientes ante la recompensa? Ellos mismos lo han confesado ingenuamente. Pero ¿y su generosidad y entusiasmo y el ímpetu del amor para seguir a un hombre que les prometía pobreza, y predicaba mansedumbre y perdón? Pocos tuvieron su valor. No dijeron: "Duro es este lenguaje, ¿quién puede escucharle?" Las enseñanzas del Maestro eran fuertes, hacía falta valor para permanecer a su lado: "Las raposas tienen guaridas y los pájaros nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza." Ni Felipe ni Santiago se cansaron de aquella vida de privación.
FELIPE, PADRE DE DOS HIJAS
Cuando siguieron a Jesús, Felipe demostró una docilidad como la de Pedro y la de Juan. “Sígueme", le dijo el Señor un día junto al lago de Genesareth, su lago, porque también él era de Bethsaida; y en seguida lo dejó todo, casa, mujer, hijas pequeñas, todo lo abandonó por seguir a Jesús. Y Jesús lo aceptó en su compañía; pero sin manifestarle predilección especial, como la demostrada con Simón hijo de Juan y Santiago y Andrés, su amigo. Natanael llega contagiado por Felipe: “He encontrado a un Rabí de Nazaret, que debe ser el Cristo." Y sigue con Jesús, el Mesías descubierto, y se arrima a El para no perder su palabra, ni su gesto, ni su mirada. Junto a Jesús está en la multiplicación de los panes; y se siente feliz cuando el Maestro le pregunta: "Felipe, ¿cómo daremos de comer a esta gente?".
Y mirando a la gente, calcula que doscientos denarios no bastan para dar un poco de pan a cada uno. Es un hombre de buena voluntad, sencillo y dócil; pero le ocurre como a Tomás, pues los misterios son demasiado altos para él. En aquel discurso de la Cena, se preguntaba, ¿qué significaba todo aquello?: "El Padre os ama; el Padre os dará un Consolador; el Padre y Yo somos una misma cosa: "Muéstranos al Padre y esto nos basta. Pero a su rudeza, debemos la bella manifestación: "Felipe quien me ve a mí, ve a mi Padre." De todos los Apóstoles, Felipe y Santiago son los menos andariegos. En los campos de Frigia, pasó Felipe los últimos años de su vida. Allí predicaba y bautizaba, ayudado por sus dos hijas, que habían consagrado su virginidad a Cristo y habían seguido a su padre en su misión. Alguna vez cruzaba el río y entraba en la vecina ciudad de Laodicea para cultivar la semilla que había sembrado allí el Apóstol Pablo.
SANTIAGO, LA SINAGOGA
Santiago, escucha atento, camina silencioso. Es un espíritu austero. Es pariente del Señor. Nacido en Cana, cerca de Nazaret. María, la madre de Jesús y su madre, María de CIeofás, son cuñadas, pues José el carpintero es hermano de su esposo. Es sobrino de la Madre Dios, es hermano de Jesús, uno de los pocos hermanos de Jesús que creyeron en él. Aunque los preferidos son Pedro y Juan, Santiago no vacila; no se queja; recoge humildemente las parábolas del Señor y piensa en las palabras de Cristo: "Todo el que hiciere la voluntad de Padre que está en los Cielos, ése es mi amigo, mí hermano y mi madre." Y llega el día de la dispersión.
EL OBISPO DE JERUSALEN, EL ASCETA
Santiago el Menor presidía en la caridad como primer obispo de la más antigua de las Iglesias, Jerusalén. Era un obispo sin mancha, con enorme apego a la tradición, con semblante lleno de dignidad, majestuoso en su caminar, prestigioso en su palabra, con inmenso y profundo espíritu de oración y con austeridad subyugadora. Se parecía a Juan el Bautista, y algo, quedaba del mosaísmo en su figura de la era apostólica, destinada a conducir hasta el sepulcro a la sinagoga. Santiago vivía en la Ciudad: ni comía carne, ni bebía vino, ni usaba calzado, ni se bañaba, ni se ungía, ni se cortaba nunca el cabello. Su único vestido era una túnica, y el manto de lino. Sus miembros estaban como muertos, dice San Juan Crisóstomo; y las rodillas recordaban la piel del camello. Era la reminiscencia de la Antigua Ley, amante de la disciplina inflexible, de las minuciosas prescripciones. El espíritu nuevo de Jesús no había conseguido borrar del todo su educación en la sinagoga.
La presencia de este hombre en Jerusalén fue una bendición, pues muchos israelitas a quienes la elocuencia de Pablo hubiera alejado de la fe, se dejaron ganar por el asceta, que hablaba la lengua de los libros sagrados y exaltaba "la ley real, la ley perfecta que condena a los prevaricadores, la ley santa que no debe ser quebrantada en un solo punto sin quedar completamente violada". Muchos judíos se convirtieron pues escuchaba a su obispo que les decía que podían seguir siendo fieles a Moisés, adorando en el templo al Dios de Israel, "Padre de las luces, que se revelaba a ellos en su Hijo Jesús", como. Renunciaban a sus familias sacerdotales, pero Santiago era para ellos el sumo sacerdote. En sus reuniones le veían sentado sobre el trono pontifical, llevando en la frente la insignia de los descendientes de Aarón, la placa de oro con los caracteres sagrados que decían: "Santidad de Yahvé". Judíos y cristianos se inclinaban delante de aquel hombre en quien se unían la virtud y el amor firme a la Ley. Le miraban con respeto al verle pasar rígido, descalzo, extenuado; le escuchaban cuando hablaba de "la puerta de Jesús crucificado", por la cual se llega hasta Yahvé. La multitud le oprimía para tocar el borde de la túnica; y se decía que, en una gran sequía, le bastó alzar las manos al cielo, para hacer descender la lluvia. Su oración era incesante. Le veían en el templo, a la entrada del Sancta Sanctórum, con la frente pegada en la tierra, sin que ni siquiera los mismos levitas se atrevieran a molestarle, para no interrumpir su contemplación.
AUTORIDAD DE SANTIAGO
Incluso para los gentiles convertidos, Santiago era una autoridad. San Pablo le llamaba "Columna de la Iglesia", aunque su espíritu era muy diferente que el del obispo de Jerusalén. Las obras legales que Pablo rechazaba eran sagradas para Santiago. Pero Santiago también cedió a la elocuencia de Pablo, en el Concilio de Jerusalén. Santiago se resistía a abandonar la Ley Antigua pero no era eso lo que se le reclamaba; bastaba que no impusiera su observancia; que él fuese al templo y conservase entre los suyos el signo de la circuncisión, mientras Pablo predicaba entre las gentes su evangelio de libertad.
Santiago se rindió con toda sinceridad. Cuando intervino en las iglesias evangelizadas por el Apóstol de los gentiles, Pablo estaba en la cárcel y sus enemigos deformaban su doctrina, torcían su pensamiento y traicionaban su enseñanza. No sólo rechazaban las obras de la Ley, sino que pregonaban la fe sin obras. El que cree no puede cometer pecado, decían los judíos helenizantes, falsificadores de la justificación paulina por la fe. Y la inmoralidad se extendía como una peste.
LA CARTA A LAS DOCE TRIBUS DE LA DISPERSION
Santiago escribió una carta "a las doce tribus de la dispersión". Sabía que no hablaba con los piadosos ritualistas de Jerusalén; y había prometido a Pablo no imponer las ceremonias mosaicas a los convertidos; y no pierde de vista que sus lectores viven en un ambiente de cultura helénica, amplia y brillante. Prescinde del hebreo y escribe en el griego de San Lucas, y en el de los antioquenos; ha leído los escritos del judaísmo helenizado, que conoce la sabiduría alejandrina y las tendencias neoplatónicas de Filón. Insiste en el cumplimiento de la justicia, se inspira en los Proverbios y en los profetas; pero, aunque no se ha desprendido de la Sinagoga, no quiere oprimir a las almas. Habla claramente de la ley perfecta de la libertad, que es el cumplimiento del Evangelio. Por algo Lutero llamaba a este escrito, la Epístola de la paja. Porque es la Carta de la fe con obras.
EXHORTACIÓN SENCILLA
Santiago no discute, como San Pablo; ni profundiza en los grandes misterios de la fe; exhorta sencillamente, propone una norma de conducta, y arranca la cizaña. Propone a los perseverantes "la corona de la vida, que Dios ha prometido a los que le aman, y recuerda la ley primordial de la caridad". La insolencia de los ricos llenaba de compasión el alma del apóstol, y le inspiraba este pensamiento: "Que el hermano de baja condición se glorifique en su pobreza como en el mayor de los honores; y que el rico vea en su riqueza un motivo de humillación, porque todo pasará como la flor del heno. Sale el sol, la hierba se marchita, la flor cae y desaparece todo encanto. Axial se agostará el rico en sus caminos."
NO AL DETERMINISMO
Hablando de los caracteres de la verdadera fe, Santiago anatematiza las teorías fatalistas que atribuyen el pecado a la acción irresistible del destino. "No; cada cual es movido e incitado por su propia concupiscencia; la concupiscencia concibe y pare el pecado y el pecado, al consumarse, engendra la muerte." La fe es una gracia sobrenatural, "un don perfecto, que desciende de arriba, del Padre de las luces, y regenera por la palabra de la verdad"; pero no desarrolla su virtud redentora sino a condición de que la "palabra plantada en el alma arroje de ella el fango de pecado, haciendo germinar frutos de justicia, paz y de misericordia". El corazón del apóstol recuerda el "celo amargo" de los que transforman en podredumbre la buena nueva de la santidad, y el Evangelio de paz en motivo de querella. Condena la "sabiduría terrestre, animal, diabólica", y clama Indignado: "¡De dónde nacen las luchas entre vosotros?”. ¿”Por ventura no son las pasiones que combaten en vuestros miembros la causa de vuestra miseria? Robáis, y no tenéis nada; asesináis, y nada conseguís; lucháis, os querelláis, y sois miserables como antes. Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?". Pero Santiago no olvida que su deber es curar las llagas abiertas; y así, después de ese desahogo, abre a los extraviados su corazón compasivo con acentos llenos de unción evangélica.
SINCERIDAD Y ENTUSIASMO
Se percibe el Sermón de la montaña: la misma sencillez en la enseñanza y en la expresión y la lógica del pensamiento, y la gracia de las imágenes, tomadas en los campos, en las aguas y en los cielos de Galilea. Junto al oyente de Jesús, reaparece el lector asiduo de los libros sapienciales; el grave moralista cuando escribe los peligros de la lengua; el gesto majestuoso, cuando se levanta contra el opresor del débil; y siempre, el carácter noble del hombre a quien todo Israel llamaba "el Justo", el hombre de la lealtad y la rectitud, que es el rasgo saliente de su fisonomía. No comprende que se pueda creer a medias, que se pueda orar con la duda en el corazón, y en los labios. Saber hacer el bien, y no hacerlo, es pecar, es mentir a Dios; dudar, es ser como una ola que danza en el mar. Un espíritu inconstante en sus caminos no consigue nada de Dios. Nuestro sí debe ser un si rotundo; nuestro no, un no claro y preciso.
Toda el alma de Santiago está en su sinceridad, en su entusiasmo para abrazar e imponer la vida cristiana con toda seriedad, "la norma perfecta," de la nueva religión, "la ley reina", que hace reyes a los que la guardan. Esa es la fuente de su inspiración, de su actitud con los humildes y de su indignación frente a los que les tiranizaban.
DERROCA A LOS PODEROSOS DE SUS SEDES
Ante la corrupción, el egoísmo duro y fastuoso de los grandes de Israel, no puede contener el anatema. "Llorad, ricos; aullad sobre las miserias que van a llover sobre vosotros. Vuestras riquezas se han consumido; vuestros mantos han sido roídos por los gusanos; vuestro oro y vuestra plata se han enmohecido, y la polilla devorará vuestra carne como el fuego. Estáis amontonando un tesoro de cólera para los últimos días. El salario del obrero que trabaja en vuestros campos clama contra vosotros, y la voz del segador sube hasta los oídos del Señor. Os sumergís en el placer, vivís en las delicias de la tierra, y engordáis como las victimas para el día del sacrificio." La muchedumbre escuchaba con emoción estos apóstrofes, como los de los antiguos profetas; pero los potentados rugían de cólera. Eran los aristócratas insolentes y rapaces que compraban las dignidades del sacerdocio, y se repartían los puestos del Sanedrín, y cruzaban las calles rodeados de servidores. Su odio, que había crucificado a Jesús y se había desencadenado contra sus discípulos, iba a terminar con el jefe del cristianismo judío. En el año 62, Festo, procurador de Judea, acababa de morir. Momento propicio. Santiago, en oración delante del Tabernáculo, fue llevado a presencia de Anás, sumo sacerdote, hijo del Anás que condenó a Jesús. En la terraza del templo, se celebró el juicio. "¡Hosanna al Hijo de David!", repetía el anciano, hasta que, lanzado de la altura, tiñó con su sangre aquella piedras que pronto sufrirían el incendio.