04-26 SAN ISIDORO DE SEVILLA

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1. CLARETIANOS 2002

Queridos amigos:

Se puede ser santo y sabio. San Isidoro fue el hombre más docto de su tiempo. Había nacido en Cartagena (Murcia) el año 560. Huérfano de padre y madre, fue confiado a su hermano Leandro, quien lo educó admirablemente en la vida cristiana. Adquirió una incomparable erudición logrando dominar el latín, el griego y el hebreo. Se hizo monje, y al final, a la muerte de su hermano, fue nombrado arzobispo de Sevilla. Colabora con Sisebuto, Sisenando y Suintila, reyes godos, a la estabilidad del reino. Restaura la vida monástica. Anima la vida religiosa en aquel imperio romano-visigodo, siendo algo así como el Primado de aquel reino. Escribió obras importantísimas como la Historia de los godos, vándalos y suevos, Hombres Ilustres, Libro de las Sentencias y, sobre todo, Las Etimologías, que viene a ser como una enciclopedia del saber de aquel tiempo. Murió en Sevilla el 23 de abril del año 636.

San Isidoro de Sevilla sirvió a Dios y a los hombres gobernando, escribiendo, organizando, animando, restaurando. Su vida nos está indicando que se puede ser santo y sabio, ciudadano de la ciudad celeste y ciudadano de la ciudad terrestre, fiel a Dios y fiel al mundo, místico e ilustrado contemplativo y comprometido, orante y gobernante.

Podremos ser cristianos normales o seres vulgares, hombres descreídos o personajes mundanos, pero cuando hemos estado en contacto con los santos nos va a ser muy difícil dudar acerca de la verdad del evangelio, de la realidad de Dios, y de que los santos son excelentes humanos que contribuyen con su presencia y sus obras a la iluminación de este mundo.

Vuestro amigo.

Patricio García, cmf (patgaba@hotline.com)


2. CLARETIANOS 2004

Queridos amigos y amigas:

Empezamos esta tercera semana de pascua con la fiesta de San Isidoro, un hombre que destacó por su sencillez y su gran sabiduría.

Sencillez y sabiduría, dos palabras que no siempre van juntas en la vida de las personas. ¿Por qué? Probablemente, porque, cuando nos sabemos “sabios” en algo, creemos que es por nuestros propios méritos y nos llenamos de orgullo, nos creemos un poco autosuficientes y perdemos sencillez. ¿Se trata entonces de ignorar nuestras cualidades, nuestros dones, nuestras pequeñas “sabidurías”? No, creo que no. Es importante reconocer todos los dones que el Señor nos regala y ponerlos al servicio de los demás, pero sabiendo que los tenemos porque Dios nos los da, no por nuestros propios méritos. Tener conciencia de esto hace que nos mostremos ante el mundo de otra manera: “débil, tímido y tembloroso”, dice Pablo en la primera lectura. Como quien sabe que es portador de un tesoro valioso, pero frágil, un mensaje de vida que habla de Otro, y no de uno mismo. Es ese mensaje de vida, esa Buena Noticia que portamos, la que nos hace ser sal de la tierra y luz del mundo, es decir, presencia viva de Dios allá donde estemos, pero siempre desde la sencillez, como hizo Jesús.

La sabiduría de Dios, que es distinta de la del mundo, es pura gracia, no se adquiere sólo con los libros –algunos- sino en la vida vivida en profundidad y desde Dios. San Isidoro decía que “es necesario progresar en la vida espiritual y, para ello, la lectura nos instruye y la meditación nos purifica; por tanto, es preciso leer con frecuencia y orar más frecuentemente todavía para así vivir en unión con Dios”.

¿Habéis leído el libro “Sabiduría de un pobre”? Si no lo habéis hecho os lo recomiendo. Para mí es un libro especial. Cada vez que lo leo tengo la impresión de que me ayuda a profundizar en lo que consiste la sabiduría de Dios.

Oremos, pues, como el pobre de Asís. Vaciémonos de nosotros para llenarnos de Dios. Sólo así seremos capaces de transparentarlo. Sólo así nuestra luz brillará y la gloria será suya.

Vuestra hermana en la fe,

Lidia Alcántara Ivars, misionera claretiana (lidiamst@hotmail.com)


3. Comentario: Rev. D. Joaquim Meseguer i García (Sant Quirze del Vallès-Barcelona, España)

«Vosotros sois la sal de la tierra»

Hoy, Jesús nos habla claramente del carácter testimonial de la vida cristiana: «Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5,13). Así, pues, el que no demuestra lo que cree con su comportamiento y sus obras no puede tenerse por seguidor de Jesucristo, quien nos dio en todo momento el ejemplo de su vida. Vigilemos, pues, para que nuestra existencia no pierda la cualidad de ser sal y luz, ya que entonces «no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres » (Mt 5,13).

Gracias a Dios, tal como dice la Carta a los Hebreos, «estamos rodeados de una gran nube de testigos» (Heb 12,1), santos y santas, que en todo tiempo han dado el sabor cristiano a la vida humana, han preservado las costumbres de la corrupción imperante en el ambiente, y han contribuido a dar brillo a la sabiduría divina. Uno de ellos fue san Isidoro de Sevilla, hombre que, aunando la fe y la cultura, trabajó para preservar el legado intelectual del mundo greco-latino y para innovar a la vez los conocimientos de su época con nuevas aportaciones. Por el método enciclopédico y ordenado de sus Etimologías, avanzándose con mucho a su tiempo, ha sido propuesto como el patrón de los informáticos. ¡Cuando la santidad y la sabiduría se dan la mano, realizan grandes obras para mayor gloria de Dios y bien de la humanidad...!

San Isidoro vio la unión entre sabiduría y santidad como un deber pastoral en bien del pueblo fiel: «El obispo debe tener un conocimiento eminente de la Sagrada Escritura, porque si se limita a tener una vida santa, sólo él se aprovechará. En cambio, si está instruido en la doctrina y en la predicación, podrá instruir a los demás y enseñará a los suyos». Mientras reflexionamos estas palabras de san Isidoro, pidamos a Dios que nos dé doctos y santos pastores, según su corazón.