1. CLARETIANOS 2003
En el prefacio de la misa de hoy leemos esto: Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió su mensaje a la tierra y la Virgen creyó el anuncio del ángel: que Cristo, encarnado en su seno por obra del Espíritu Santo, iba a hacerse hombre por salvar a los hombres. Sí, ya sé que es un texto muy denso, pero resume bien el sentido de la solemnidad de hoy, a nueve meses de la Navidad. Aquí aparecen todos los personajes que encontraremos en las lecturas de hoy:
Dios Padre, que envía su mensaje a la tierra, o –por decirlo con las palabras del profeta Isaías- que nos envía una señal. Es el Dios cuya voluntad quiere cumplir Cristo al llegar a este mundo. Así se expresa en la carta a los hebreos y en el salmo 39: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.
Cristo, que es el Enmanuel (Isaías) y se llamará Jesús, Hijo del Altísimo, Hijo de Dios (Lucas), el mismo ue, al llegar a este mundo, dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.
El Espíritu Santo, que hace germinar a Jesús en el seno de María: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra.
María, en quien, según la fe de la Iglesia se ha cumplido la profecía de Isaías: La Virgen está encinta y da a luz un hijo. Es esta virgen la que –según el relato de Lucas- estaba desposada con José y, al recibir de Dios la vocación de ser madre de Jesús, respondió: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
El ángel Gabriel, que actúa como mensajero de Dios y que comunica a María las noticias más hermosas que jamás se han anunciado: El Señor está contigo; concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo; la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra.
La solemnidad de hoy aparece, pues, como el primer tiempo de la sinfonía de la encarnación. Este primer tiempo lleva un título: “La anunciación del Señor”. Y una indicación respecto del tempo: “Al llegar la plenitud de los tiempos”. Y, por supuesto, una detallada explicación de la partitura que ejecuta cada uno de los intérpretes.
Sobran las palabras. Llega el momento de dejarse invadir por la música y de aplaudir con todas las fibras de nuestro ser.
Gonzalo (gonzalo@claret.org)
2. 2001
COMENTARIO 1: Lc 1, 26-38
RUPTURA CON EL
PASADO:
DIOS CONTACTA CON UNA MUCHACHA DEL PUEBLO
«En el sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se
llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María» (1,26-27). Trazado ya el eje
horizontal de las nuevas coordenadas del momento histórico en que Dios se ha
decidido a intervenir personalmente en la historia del hombre, «Herodes»
(tiempo) y «Judea» (espacio), diseña ahora Lucas el eje vertical, comenzando
por el dato espacial, «Galilea», al que seguirá más tarde el dato temporal
(«César Augusto, cf 2,1).
El zoom de aproximación funciona esta vez con más precisión: «a un pueblo que
se llamaba Nazaret». Aunque en el episodio anterior se sobrentendía que se
trataba de Jerusalén, donde radicaba el templo, por razones teológicas Lucas
omitió mencionar una y otro, limitándose a encuadrar el relato en «el
santuario» como lugar apropiado para las manifestaciones divinas.
El contraste entre «el santuario» y «el pueblo de Nazaret» es intencionado.
Nazaret no es nombrado jamás en el AT: no está ligado a promesa o expectación
mesiánica alguna; esta segunda intervención divina no va a representar una
continuidad con el pasado.
Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer mensaje iba dirigido a la
institución religiosa; el segundo, a una muchacha del pueblo. Igualmente, en
contraste con la primera escena, el mensajero Gabriel no se dirige a un hombre
(Zacarías), casado con una mujer (Isabel) y entrado ya en años, sino a una
mujer «virgen» (María), desposada pero sin convivir todavía con un hombre
(José). La primera pareja estaba íntimamente entroncada con la tradición
sacerdotal de Aarón, explicitándose la ascendencia a propósito de Isabel (lit.
«una de las hijas de Aarón»); la nueva pareja se remonta, en cambio, a David,
pero por línea masculina, José («de la estirpe de David»). Isabel era
«estéril» y «de edad avanzada», María es «virgen» y recién «desposada»,
resaltándose su absoluta fidelidad a Dios (por oposición a la esposa
«adúltera» o «prostituida», figuras del pueblo extraviado; cf. Os 2,4ss; Jr
3,6-13; Ez 16). A propósito de María, no se menciona ascendencia alguna ni se
habla de observancia. María representa a «los pobres» de Israel, el Israel
fiel a Dios («virgen», subrayado con la doble mención), sin relevancia social
(Nazaret).
Jugando con los «cinco meses» en que Isabel permaneció escondida y «el sexto
mes» en que Dios envió de nuevo a su mensajero, encuadra Lucas el anuncio de
la concepción de Jesús en el marco de su predecesor. «En el sexto mes», como
otrora «el día sexto», Dios va a completar la creación del Hombre.
El ángel «entra» en la casa donde se encuentra María (en el santuario del
templo no entró, sino que «se apareció de pie a la derecha del altar del
incienso») y la saluda: «Alégrate, favorecida, el Señor está contigo» (1,28).
La salvación se divisa ya en el horizonte; de ahí ese saludo de alegría (cf.
Zac 9,9; Sof 3,14). El término «favorecida/agraciada» de la salutación y la
expresión «que Dios te ha concedido su favor/gracia» (lit. «porque has
encontrado favor/gracia ante Dios») son equivalentes. María goza del pleno
favor divino, por su constante fidelidad a la promesa hecha por Dios a Israel.
Más tarde se dirá de Jesús que «el favor y la gracia de Dios descansaba sobre
él» (2,40); en el libro de los Hechos se predicará de José y de David (Hch
7,10.46), pero sobre todo de Esteban: «lleno de gracia/favor y de fuerza» (Hch
7,8). «El Señor está contigo» es una fórmula usual en el AT y en Lucas para
indicar la solicitud de Dios por un determinado personaje (Lc 1,66 [Juan B.];
Hch 7,9 José, hijo de Jacob]; 10,38 [Jesús]; 11,21 [los helenistas naturales
de Chipre y de Cirene]; 18,10 [Pablo]; cf. Dt 2,7; 20,1, etc.); asegura al
destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una tarea
humanamente impensable. El saludo no provoca temor alguno en María, sino sólo
turbación por la magnitud de su contenido (1,29a), a diferencia de Zacarías
(«se turbó Zacarías y el temor irrumpió sobre él», 1,12). Inmediatamente se
pone a ponderar cuál seria el sentido del saludo que se le había dirigido en
términos tan elogiosos (1 ,29b).
HIJO DEL ALTÍSIMO
Y HEREDERO DEL TRONO DE DAVID REY UNIVERSAL
«No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en
tu seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús» (1,30). En
contraste con el anuncio dirigido a Zacarías, es ahora María la destinataria
del mensaje. Dios ha escogido libremente a María y le ha asegurado su favor.
A diferencia de Isabel, que había esperado, en vano, tener un hijo, María va a
dar a luz un hijo cuando todavía no lo esperaba, siendo así que, si bien sus
padres ya la han desposado con José, ella sigue siendo «virgen». La
construcción lucana es fiel reflejo de la profecía de Isaías: «Mira, una
virgen concebirá en su seno y dará a luz un hijo, y le pondrá de nombre
Emmanuel» (Is 7,14). La anunciación es vista por Lucas como el cumplimiento
de dicha profecía (cf. Mt 1,22-23).
Igualmente, a diferencia de Zacarías, quien debía imponer a su hijo el hombre
de «Juan», aquí es María, contra toda costumbre, la que impondrá a su hijo el
nombre de «Jesús» («Dios salva»). Mientras que allí se apreciaba una cierta
ruptura con la tradición paterna, aquí la ruptura es total. Se excluye la
paternidad de José: «Este será grande, lo llamarán Hijo de Altísimo y el
Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la
casa de Jacob y su reinado no tendrá fin» (1,32-33).
Continúa el paralelismo, acrecentándose el contraste: tanto Juan como Jesús
serán «grandes», pero el primero lo será «a los ojos del Señor» (1,15a), ya
que será «el más grande de los nacidos de mujer» (cf 7,28), por su talante
ascético (cf. 1,15b; 7,33) y su condición de profeta eximio, superior a los
antiguos, por haberse «llenado de Espíritu Santo ya en el vientre de su madre»
(cf. 1,15c); Jesús, en cambio, será «grande» por su filiación divina, por eso
lo reconocerán como el Hijo del Dios supremo («el Altísimo» designa al Dios
del universo) y recibirá de manos de Dios el trono de su padre/antepasado
David, sin descender directamente de él.
«Ser hijo» no significa solamente haber sido engendrado por un padre, sino
sobre todo heredar la tradición que éste transmite y tener al padre por modelo
de comportamiento; no será David el modelo de Jesús; su mensaje vendrá
directamente de Dios, su Padre, y sólo éste será modelo de su comportamiento.
La herencia de David le correspondería si fuera hijo de José («de la estirpe
de David»), pero el trono no lo obtendrá por pertenecer a su estirpe, sino por
decisión de Dios («le dará», no dice «heredará»). «La casa de Jacob» designa a
las doce tribus, el Israel escatológico. En Jesús se cumplirá la promesa
dinástica (25m 7,12), pero no será el hijo/sucesor de David (cf. Lc 20,41-44),
sino algo completamente nuevo, aunque igualmente perpetuo (Dn 2,22; 7,14).
LA NUEVA TRADICIÓN INICIADA
POR EL ESPÍRITU SANTO
María, al contrario de Zacarías, no pide garantías, pregunta sencillamente el
modo como esto puede realizarse: «¿Cómo sucederá esto, si no vivo con un
hombre?» (lit. «no estoy conociendo varón», 1,34): el Israel fiel a las
promesas no espera vida/fecundidad de hombre alguno, ni siquiera de la línea
davídica (José), sino sólo de Dios, aunque no sabe cómo se podrá llevar a cabo
dicho plan. María «no conoce hombre» alguno que pueda realizar tamaña empresa.
Son variadísimas las hipótesis que se han formulado sobre el sentido de esta
pregunta. Deducir de ella que María ha hecho un voto de castidad contradice de
plano la psicología judía en el caso de una muchacha palestina «desposada» ya,
pero que no ha tenido relaciones sexuales con su marido, pues éste no se la ha
llevado todavía a su casa. Lucas no pretende ofrecernos una transcripción
literal de un diálogo; se trata más bien de un procedimiento literario
destinado a preparar el camino para el anuncio de la actividad del Espíritu
en el versículo siguiente.
La respuesta del ángel pone todas las cartas de Dios boca arriba: «El Espíritu
Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso, al que va a nacer, lo llamarán “Consagrado”, “Hijo de Dios” (1,35). María
va a tener un hijo sin concurso humano.
A diferencia de Juan Bautista, quien va a recibir el Espíritu antes de nacer,
pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra
del Espíritu, la fuerza creadora de Dios. La venida del Espíritu Santo sobre
María anticipa la promesa formulada por Jesús en los mismos términos a los
apóstoles (cf. Hch 1,8), que se cumplirá por la fiesta de Pentecostés. La
idea de «la gloria de Dios / la nube» que «cubría con su sombra» el
tabernáculo de la asamblea israelita (Ex 40,38), designando la presencia
activa de Dios sobre su pueblo (Sal 91 [90 LXX],4; 140,7 [139,8 LXX]), se
insinúa aquí describiendo la presencia activa de Dios sobre María, de tal modo
que María dará a luz un hijo que será el Hijo de Dios, el Consagrado por el
Espíritu Santo, en una palabra: el Mesías (= el Ungido).
Se afirma claramente el resultado de la concepción virginal, pero no se dice
nada sobre el modo como esto se realizará. La idea de una fecundación divina
es demasiado antropomórfica. Mediante un nuevo acto creador (Espíritu Santo),
se anuncia el nacimiento del nuevo Adán, el comienzo de una humanidad nueva.
La nueva fuerza que Jesús desplegará es la del Dios Creador / Salvador, la que
no le fue posible imprimir en la misma creación, por las limitaciones
inherentes a todo lo creado. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu
a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto
sobre el hombre, un proyecto que no termina con la aparición del homo sapiens,
sino que más bien empieza con él, puesto que debe partir precisamente del
hombre que es consciente de sus actos, del hombre que ha experimentado
personalmente la necesidad de una fuerza superior e ilimitada que pueda llevar
a término un proyecto de sociedad que no se apoye en los valores ancestrales
del poder y de la fuerza bruta ni en los más sofisticados del dinero y del
saber, fruto todos ellos de la limitación de la criatura y de la inseguridad
del hombre.
Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu
Santo (cf. 11,13). María ha resultado ser la primera gran
«favorecida/agraciada»; Jesús será « el Mesías/Ungido» o «Cristo»; nosotros
seremos los «cristianos», no de nombre, sino de hecho, siempre que, como
María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición
que éste inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y
fanatismos del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va
amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su
presencia manifestándose espontáneamente bajo forma de frutos abundantes para
los demás.
LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS
La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por considerar que tanto su
senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la
empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se tradujo en «sordomudez». A María, en
cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel
añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha
concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses,
porque para Dios no hay nada imposible» (1,36).
La repetición, por tercera vez (cf. 1,7.18.36), del tema de la
«vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que
se encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye
el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato)
el nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva
creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha devuelto la
fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en
el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso
humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en
peligro la realización del proyecto más querido de Dios.
EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO
Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO
Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su proyecto (lo estaba
«esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio
del ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho»
(1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del Señor», en
representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que
espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el
cumplimiento de la promesa.
El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamente: «Y el ángel la
dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensajero, Gabriel, que, estando «a las
órdenes inmediatas de Dios» (1, 19a), «ha sido enviado» a Zacarías (1,19b),
primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11),
y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en
su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28),
une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su
misión, se comprueba su partida.
La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los
rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol
genealógico del pueblo escogido: Judea / Jerusalén, región profundamente
religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley;
servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para
ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen
la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era
estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el
anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobrecogido de espanto, replicó, se mostró
incrédulo, pues no tenía fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más
religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que
profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.
La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida,
formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los
esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de
los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea,
región paganizada; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no
fecundada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte:
es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición
religiosa.
No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la
bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del
mensajero, a pesar de no verlo humanamente viable, cree de veras que para
Dios no hay nada imposible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril
está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El sí de María,
dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-Dios, el Hombre que no
se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla
a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.
3.
COMENTARIO 2
Para entender adecuadamente el relato de la anunciación a María de la
encarnación de Dios en su vientre, tenemos que enfrentar el "género literario"
llamado "anunciaciones". En la Biblia se dan muchas anunciaciones y todas
consisten fundamentalmente en esto: presencia gratuita de Dios en medio de su
pueblo y anulación de los reparos que presenta el ser humano para la
realización del proyecto de Dios. Por eso se suele hablar de esterilidad, de
miedo, de otros compromisos, etc. Toda anunciación, por consiguiente, debe ser
colocada en un género literario lleno de simbolismos que hay que saber leer
para no tomarlos al pie de la letra. (Sobre los géneros literarios: Concilio
Vaticano II, Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, nº 12, §2).
Por lo mismo, lo fundamental del relato de la anunciación es que Dios se hizo
presente de una manera gratuita, amorosa, sin méritos de nadie. Tan importante
como esto, es la ruptura que Dios hizo de las imposibilidades humanas que
impedían su encarnación. Y lo grande de María fue su fe en la Palabra, fe que
la llevó a superar sus limitaciones culturales de mujer y de doncella
campesina en una región marginada del poder central judío. En María aparece el
temor, no así la desconfianza; y las dificultades que le presenta al ángel
quedan resueltas, sin que llegue a lesionarse su condición humana. Llegar a
disminuir la condición humana de María para agrandar el misterio, disminuiría
la realidad humana de su Hijo y quedaría afectada toda la encarnación.
Por eso a nosotros nos toca leer a fondo el relato de la anunciación, ver la
profundidad de sus símbolos, para entender todo lo que Dios simbólicamente nos
revela. Si la encarnación de Dios en la historia es lo más divino que pueda
acontecer en razón de su origen, es también lo más humano en razón de su
término. Nuestra fe tendrá aquí siempre el desafío de salvar lo divino de Dios
sin destruir lo humano de la historia. Sólo así la encarnación mantiene su
valor de redención.
1. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio
de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
2. Diario Bíblico.
Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
4. 2002
Hablamos mucho hoy
de opción por los pobres y de opción por el pueblo. Pero no vamos a pensar que
es una creación nuestra. El primero en hacer esas opciones fue Dios mismo. La
fiesta que hoy celebramos es un maravilloso ejemplo de esa forma de actuar de
Dios en su relación con las personas. La Anunciación marca el momento en el
que todo el plan de salvación, la voluntad de Dios de llevar a la humanidad a
una nueva vida en plenitud y armonía pende de la palabra de una persona. El
Dios que nos ha creado libres se fía de tal modo de nuestra libertad que
consulta con nosotros, nos pide permiso para llevar adelante su plan. Dios no
invade nuestro mundo ungido con su fuerza todopoderosa y terrible. Dios se
acerca sin hacer ruido, llama a la puerta y hace depender todo de la respuesta
y colaboración de nosotros, de cada uno de nosotros. ¡Qué ejemplo enorme de
respeto! Pero no sólo eso. No se buscó a los poderosos de este mundo, a los
que oficialmente tenían poder para abrir y cerrar las puertas de sus reinos a
la presencia de Dios, a los que tenían poder para obligar a las personas a
seguir una determinada fe. Dios se dirige a los humildes y sencillos. Una
sencilla chica de Galilea es la destinataria del mensaje del ángel. Ya el
hecho del envío del ángel es una señal de cómo Dios cree en nosotros. Él cree
en nuestra libertad, cree en nuestra responsabilidad.
El Dios que nos ha creado libres respeta de tal modo nuestra libertad, que no
quiere salvarnos sin nuestro consentimiento. Cuando se acerca a nosotros no lo
hace de modo paternalista y autoritario. No nos trata como a niños. Dios entra
en relación con cada uno de nosotros, nos invita a sentirnos libres y
responsables. Llama a nuestra puerta y solamente entra si le abrimos. Es
nuestra oportunidad. Es nuestra responsabilidad. San Pablo dirá que “Para ser
libres, Cristo nos liberó”. María supo ciertamente ejercitar su libertad y
responder libremente a la oferta de Dios. Con muchas limitaciones, es cierto,
pero toda persona tiene una semilla de divinidad: la libertad. Esforzarnos por
ser plenamente libres y creer en la libertad de nuestros hermanos son
posiblemente nuestros primeros deberes como cristianos.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de
Latinoamérica)
5. CLARETIANOS 2004
Queridos amigos y amigas:
No hace mucho todas las televisiones del mundo retransmitían las primeras imágenes desde el planeta Martes. En esos mismos días el presidente Bush anunciaba que los Estados Unidos incrementarían sus inversiones en política espacial para, en el plazo de diez años, poder alunizar con frecuencia de tal modo que se asegure la presencia del hombre en la Luna y, con la experiencia adquirida, amartizar. A raíz de tales declaraciones escribía, en El País, Federico Mayor Zaragoza: “Mirar hacia arriba no era lo difícil. Era lo fácil. Lo difícil es contemplar los grandes problemas de la Tierra en estos principios de siglo y de milenio y reconocer el fracaso de las fórmulas aplicadas hasta ahora para hacer frente a un buen número de ellos”. Misión: La Tierra.
Hace dos mil años, Dios contempló el dolor de nuestro mundo y el corazón humano, y no pudo dejar de hacer suya esta misión: se hizo carne, uno de tantos (cf Flp 2, 7).
Cuando el mundo dormía en tinieblas
en tu amor quisiste ayudarlo
y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.
(Himno de Vísperas en Adviento)
Hoy celebramos ese momento histórico. Celebramos la Encarnación. Celebramos el SI de una muchacha de Nazaret a los planes de Dios. Celebramos que nuestro Dios es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Celebramos que tanto nos ama Dios que envió al mundo a su único Hijo para que vivamos gracias a él. ¿Qué mas celebramos hoy?
Vuestra hermana en la fe,
Ermina Herrera, javeriana (erminahv@yahoo.es)
6.
Comentario: Rev. D. Josep Vall i Mundó
(Barcelona, España)
«No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios»
Hoy celebramos la fiesta de la Anunciación del Señor. Dios, con el anuncio del
ángel Gabriel y la aceptación de María de la expresa voluntad divina de
encarnarse en sus entrañas, asume la naturaleza humana —«compartió en todo
nuestra condición humana, menos en el pecado»— para elevarnos como hijos de
Dios y hacernos así partícipes de su naturaleza divina. El misterio de fe es
tan grande que María, ante este anuncio, se queda como asustada. Gabriel le
dice: «No temas, María» (Lc 1,30): el Todopoderoso te ha mirado con
predilección, te ha escogido como Madre del Salvador del mundo. Las
iniciativas divinas rompen los débiles razonamientos humanos.
«¡No temas!». Palabras que leeremos frecuentemente en el Evangelio; el mismo
Señor las tendrá que repetir a los Apóstoles cuando éstos sientan de cerca la
fuerza sobrenatural y también el miedo o el susto ante las obras prodigiosas
de Dios. Nos podemos preguntar el porqué de este miedo. ¿Es un miedo malo, un
temor irracional? ¡No!; es un temor lógico en aquellos que se ven pequeños y
pobres ante Dios, que sienten claramente su flaqueza, la debilidad ante la
grandeza divina y experimentan su poquedad frente a la riqueza del
Omnipotente. Es el papa san León quien se pregunta: «¿Quién no verá en Cristo
mismo la propia debilidad?». María, la humilde donce lla del pueblo, se ve tan
poca cosa... ¡pero en Cristo se siente fuerte y desaparece el miedo!
Entonces comprendemos bien que Dios «ha escogido lo débil del mundo, para
confundir lo fuerte» (1Cor 1,26). El Señor mira a María viendo la pequeñez de
su esclava y obrando en Ella la más grande maravilla de la historia: la
Encarnación del Verbo eterno como Cabeza de una renovada Humanidad. Qué bien
se aplican a María aquellas palabras que Bernanos dijo a la protagonista de La
alegría: «Un sentido exquisito de su propia flaqueza la reconfortaba y la
consolaba maravillosamente, porque era como si fuera el signo inefable de la
presencia de Dios en Ella; Dios mismo resplandecía en su corazón».
8. Fluvium 2004
Aprendiendo a querer
Dios mío, quisiera escucharte yo también, con mi oído interior atento, sin
filtros de prejuicios. No vaya a ser que casi sólo oiga lo de siempre: lo mío,
mis palabras, muy razonadas –eso sí–, pero no las tuyas. Necesito librarme de
ese monólogo, casi permanente, aunque pierda la tranquilidad y la seguridad de
no tener quien se me oponga.
María, que es la misma inocencia y no desea otra cosa sino agradar a su Dios,
alienta sin cesar su disposición de servir a su Señor. Vive todos los días de
la ilusión por complacerle en cada detalle, poniendo todo su ser en amarle. Se
siente contemplada por su Creador y a la vez segura, sabiendo que Él conoce
hasta el más delicado movimiento de su espíritu, mientras ella, llena de paz y
alegre como nadie, va plasmando en sus obras el amor que le tiene.
María se turbó, dice el evangelista. Acababa de escuchar un singular saludo,
que era la más grande alabanza jamás pronunciada. Con su clarísima
inteligencia había entendido bien: era un saludo de parte de Dios, un saludo
afectuoso a Ella de parte del Creador. Las palabras que escucha indican que el
mensajero viene de parte del Altísimo, que conoce la intimidad habitual entre
Dios y Ella; por eso se dirige a María, pero no por su nombre. En María, lo
más propio, más aún que su nombre, es su plenitud de Gracia. Así la llama el
Angel: Llena de Gracia. Es la criatura que tiene más de Dios, a quien el
Creador más ha amado. Y María correspondió siempre, del todo y libremente, con
su amor al amor divino.
A partir de la disposición de María el Angel le transmite su mensaje. Como
afirma Juan Pablo II, Dios "busca al hombre movido por su corazón de Padre":
no debemos temer a Dios. Las palabras de Gabriel –tan intensas– y lo
inesperado del mensaje, posiblemente sobrecogieron a Nuestra Madre, pero no
tenía por qué temer, le dice el Angel. Su presencia ante ella, por el
contrario, era motivo de gran gozo: el Señor la había escogido entre todas las
mujeres, entre todas las que habían existido y las que existirían: el Verbo
Eterno iba a nacer como Hombre, para redimir a la humanidad, y Ella sería su
Madre.
¿Tenemos miedo a Dios? De Él sólo podemos esperar bondades, aunque nos
supongan una cierta exigencia. ¿Tememos preguntarnos si nuestras conductas son
de su agrado, no sea que debamos rectificar? Queramos mirar al Señor cara a
cara, francamente, como mira un niño ilusionado el rostro de su padre,
esperando siempre cariño, comprensión, consuelo, ayuda...
No se puede pensar en la respuesta de María como en algo independiente de sus
disposiciones habituales. Su sí a Dios cuando contesta a Gabriel, vino a ser
la formalización actual de lo que siempre había querido.
Señor, que vea; te pido como Bartimeo, aquel ciego al que curaste. Que Te vea.
Que vea qué esperas de mí. Quiero escuchar tu llamada, en cada circunstancia
de mi vida y, como María, para mi vida entera... Entiendo que conoces los
detalles de mi andar terreno y prevés lo que llamo bueno y lo que llamo malo y
que todo es ocasión de amarte. Ayúdame a intentarlo sinceramente, de verdad.
Enséñame a hacer tu voluntad, porque eres mi Dios, te pido con el Salmista.
Enséñame a confiar en tu Bondad omnipotente.
No temas, María –le dice Gabriel, antes incluso de manifestarle en detalle la
Voluntad del Señor. Y, luego, el mensaje mismo incluye los motivos de
seguridad y optimismo: que cuenta con todo el favor de Dios y que será obra
del Espíritu Santo la concepción y mantendrá su virginidad... Finalmente,
recibe también una prueba de otra acción poderosa de Dios: la fecundidad de
Isabel, porque para Dios no hay nada imposible, concluye el arcángel.
Cuando nos habituamos a comtemplar a Dios –Señor de la historia: de la mía–
presente en los sucesos de cada jornada, tenemos paz. Lo sentimos como un
Padre inspirando y protegiendo cada paso nuestro: queriéndonos. Porque nos
comprende y nos sonríe con el cariño afectuoso de siempre. También cuando,
quizá sin darnos mucha cuenta, intentamos rebajar la exigencia sin verdadero
motivo, "escurrir el bulto". Es que no es obligación, discurrimos. Y le
escuhamos en el fondo del alma: "¿Me quieres?" Y ya sabemos que a la pregunta
por el amor se responde con la vida: "que obras son amores..."
Ayúdame, Señor, a decirte siempre que sí. Auméntame la fe para ver más
claramente qué esperas de mí cada mañana y cada tarde. El "sí" de María, el
día de la Anunciación, fue a ser Madre de Dios. El Verbo se hizo humano en sus
entrañas, por el Espíritu Santo y su consentimiento. Nuestros "sí" a Dios de
todos los días, se parecen a los que Nuestra Madre pronunciaba de continuo,
amando a Dios en cada momento y circunstancia de la vida. Eran en María
enamoradas afirmaciones –silenciosas casi siempre– de una conversación que no
termina, como no terminan nunca las palabras de afecto en los enamorados,
aunque sólo se contemplen. Madre mía enséñame a querer.
9.
Anunciación del Señor
1ª Lectura
Is 7,10-14
10 El Señor se dirigió otra vez a Acaz y le dijo: 11 «Pide al Señor tu Dios
una señal, aunque sea en las profundidades del abismo o en las alturas del
cielo». 12 Acaz respondió: «No la pediré, no quiero tentar al Señor». 13
Isaías dijo: Escuchad, pues, casa de David: ¿os parece poco cansar a los
hombres, para que queráis también cansar a mi Dios? 14 El Señor mismo os
dará una señal. Mirad: la virgen encinta da a luz un hijo, a quien ella
pondrá el nombre de Emanuel.
Is 8,10
10 Haced planes: serán desbaratados; dad órdenes: inútiles serán, porque
Dios está con nosotros.
Salmo Responsorial
Sal 40,7-8
7 Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no pides holocaustos ni sacrificios
por el pecado; en cambio, me has abierto el oído, 8 por lo que entonces
dije: «Aquí estoy, en el libro está escrito de mí:
Sal 40,8-9
8 por lo que entonces dije: «Aquí estoy, en el libro está escrito de mí: 9
Dios mío, yo quiero hacer tu voluntad, tu ley está en el fondo de mi alma».
Sal 40,10
10 Pregoné tu justicia a la gran asamblea, no he cerrado mis labios; tú lo
sabes, Señor.
Sal 40,11
11 No he dejado de hablar de tu justicia, he proclamado tu lealtad y tu
salvación, no he ocultado tu amor y tu fidelidad ante la gran asamblea.
2ª Lectura
Heb 10,4-10
4 porque es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los
pecados.
CRISTO, OFRECIDO COMO VÍCTIMA VOLUNTARIA
5 Por eso, al entrar en este mundo, Cristo dijo: No has querido
sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo. 6 No te
han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. 7 Entonces
dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de
mí. 8 Primero dice que no ha querido sacrificios ni ofrendas y que no le han
agradado los holocaustos y los sacrificios por el pecado; 9 y luego añade:
Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, con lo que deroga el primer régimen
para fundar el segundo. 10 Y en virtud de esta voluntad nosotros somos
santificados, de una vez para siempre, por la ofrenda del cuerpo de
Jesucristo.
Evangelio
Lc 1,26-38
26 A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret, 27 a una joven virgen, prometida de un hombre
descendiente de David, llamado José. La virgen se llamaba María. 28 Entró
donde ella estaba, y le dijo: «Alégrate, llena de gracia; el Señor está
contigo». 29 Ante estas palabras, María se turbó y se preguntaba qué
significaría tal saludo. 30 El ángel le dijo: «No tengas miedo, María,
porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebirás y darás a luz un hijo,
al que pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande y se le llamará Hijo del
altísimo; el Señor le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la
casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». 34 María dijo al
ángel: «¿Cómo será esto, pues no tengo relaciones?». 35 El ángel le
contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y se le llamará
Hijo de Dios. 36 Mira, tu parienta Isabel ha concebido también un hijo en su
ancianidad, y la que se llamaba estéril está ya de seis meses, 37 porque no
hay nada imposible para Dios». 38 María dijo: «Aquí está la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel la dejó.
* * *
Comentarios
Servicio Bíblico Latinoamericano
Análisis
La fiesta litúrgica de la Anunciación nos prepara para el Nacimiento de Jesús que celebraremos dentro de 9 meses. El texto del Evangelio es muy denso, por lo que nos detendremos solamente en los elementos que ayuden a la reflexión de la fiesta que celebramos.
Una mirada, aun desatenta, ve fácilmente que Lucas compone los relatos de la infancia en forma de díptico poniendo en paralelo el nacimiento de Juan, el Bautista, y el de Jesús; veamos esto a modo de esquema:
Juan el Bautista |
Anuncio: “se apareció el ángel (Gabriel) ... dará a luz un hijo... le pondrás por nombre... lleno de Espíritu Santo...” (1,5-25) |
Nacimiento: “se cumplió el tiempo de dar a luz” (1,57-58) |
Circuncisión: “al octavo día fueron a circuncidar... el nombre de... Juan” (1,59-66) |
Crecimiento: “el niño crecía y su espíritu se fortalecía” (1,80) |
|
Anuncio: “envido por Dios el ángel Gabriel... vas a dar a luz un hijo... le pondrás por nombre... el Espíritu Santo vendrá sobre ti...” (1,26-38) |
Nacimiento: “se le cumplieron los días del alumbramiento” (2,1-20) |
Circuncisión: “se cumplieron los ocho días para circuncidarlo... el nombre de Jesús” (2,21) |
Crecimiento: “el niño crecía y se fortalecía” (2,40.52) |
Debemos destacar que “díptico” no significa “igualdad”, lo que también es evidente. A modo de ejemplo baste notar el momento del encuentro de ambas madres; allí Isabel dice: “bendito el fruto de tu seno”, “la madre de mi Señor”, “el niño saltó en mi seno”, “feliz de ti” (1,39-45). Uno de los elementos que Lucas quiere destacar en este díptico es la importancia enorme del Bautista y la superioridad todavía mayor de Jesús sobre él. Tener esto presente ayuda a no desviar el eje de nuestra lectura. Que las madres sean una anciana y la otra joven, que una sea estéril, la otra virgen (lo que se destaca fundamentalmente al hablar de la virginidad es la juventud, ya que se entiende por virgen generalmente a la mujer que aún no ha menstruado). Ciertamente Zacarías e Isabel parecen figuras tomadas del AT mientras María es figura de la novedad absoluta del Evangelio.
Otro elemento interesante a tener en cuenta es que Lucas construye el relato teniendo en cuenta muchos esquemas de “vocación” (mensajero divino con “envío” - objeción - signo - aceptación), esto se repite también en el relato de Zacarías (1,5-25), de Gedeón (Jue 6,11-24: “Yahvé contigo...”), de Jeremías (1,4-10). Sin embargo, esto llevó a algunos -particularmente católicos- a centrar el relato en María más que en Jesús. Es inconveniente quedarse en un “esquema” sin saber ir a su contenido. El centro del relato -y de la fiesta litúrgica, que es Anunciación del Señor- no es anuncio del lugar de María sino el nacimiento de Jesús. En esto, ciertamente María juega un rol muy importante, pero no debemos confundir la importancia de María con la centralidad de Jesús; como todo en los evangelios, el texto es cristológico, no mariológico.
Veamos algunos elementos que son importantes: sobre la virginidad de María y el casamiento con José sugerimos ver lo dicho el día de San José (19 de marzo, donde hemos hablado de las etapas del matrimonio).
El saludo del ángel tiene varios elementos interesantes para tener en cuenta: “alégrate” (jaire) es el clásico saludo griego, que se ha traducido al clásico latino “Ave” (de allí el “ave María”). No parece que haya que sacar conclusiones extrañas de un simple saludo que, como todos los saludos, remite a valores culturales (en castellano, “saludo”, remite a la “salud”, de allí el “salve”).
No es fácil encontrar una buena traducción para el kejaritômenê: está incluida la palabra “jaritos” que es “gracia” y “menin” que significa permanecer, de allí “llena de gracia”. La pregunta es a qué se refiere con esta “gracia”. Las lecturas que están más centradas en María hablan de una “predestinación”, o de que en virtud de su “fe, humildad y voluntad de obedecer” ella fue elegida (las comillas pertenecen a Calvino). Es posible entender que María estará acompañada por la gracia de Dios para la tarea que debe desempeñar en el plan de Dios si es que ella acepta -como de hecho hará-. Quienes han visto en esta frase un deseo de María de permanecer virgen, o aún más, un “voto”, parecen ir mucho más allá de lo que el mismo texto afirma. María está llamada a un lugar específico en la historia de la salvación, dar a luz al “hijo de Dios”, y la gracia es necesaria para este rol, ciertamente.
Pero el anuncio radica en que “darás a luz un hijo”, y se destaca quién será este niño: “será grande...”. Lo interesante es que se afirma que “reinará”, en el trono de “David su padre” (1,32a-33b), y que “será llamado hijo de Dios” (1,35bcd). Jesús es, entonces, hijo de David e hijo de Dios. Este es el marco cristológico del relato. La referencia a David nos pone en clima del cumplimiento de las promesas del AT, mientras que la de “hijo de Dios” en el marco de las predicaciones cristianas. No es improbable, que la esperanza de los pobres, que está reflejada en el canto de Zacarías y en el de María también esté aludida aquí: la expectativa en el “hijo de Dios” no puede desentenderse de las esperanzas de los pobres que esperan que el “hijo de David” (y sus seguidores) no espiritualice sus angustias sino que -por el contrario- se preocupe de sus dolores. La importancia que Jesús dará a los pobres en el evangelio de Lucas parece ir en este mismo sentido. Por otra parte, no es unánime la manera de leer el v.35: literalmente podemos traducir “el que nacerá santo será llamado hijo de Dios”. ¿Cómo entenderlo? ¿el santo que nacerá será llamado hijo de Dios, el que nacerá será santo y llamado hijo de Dios o el que nacerá será llamado santo-hijo de Dios? Sea lo que fuere, es evidente que el nacimiento virginal sirvió como signo de que Jesús es hijo de Dios (ciertamente no es hijo de Dios por nacer de madre virgen, como si todo nacimiento “normal” no fuera “santo”). Lo importante es que la santidad del Hijo cuyo nacimiento hoy es anunciado no es algo adquirido sino algo que le es propio.
Comentario
Como toda mujer de pueblo, María tiene sueños, deseos, proyectos... sin embargo, esta mujer se encuentra cara a cara con los deseos, proyectos y sueños de Dios. Dios quiere algo de esta mujer, y ella se compromete con Él. Frente a un Dios que se decide a intervenir, el texto nos presenta en un pueblo infiel, y una mujer de pueblo que se presenta como modelo de fidelidad.
Dios sigue interviniendo para dar luz en la noche de la injusticia, para que los pobres tengan fiesta... Y una mujer de pueblo nos enseña el camino. El camino de dejar proyectos que no son los de Dios, el camino de renunciar a los ídolos del dinero, la ambición y el poder, para que Dios reine en la justicia, la verdad y la paz; para que se "haga en nosotros su palabra".
Este anuncio prepara la llegada del Señor. Esto ya estaba anticipado en los textos sobre el Bautista que ahora se superan en cada bloque. Juan es anticipo de Jesús, la vocación de María es para entregar al mundo a su Hijo, que es “Señor”. La virginidad de María es un signo de que este que hoy es anunciado será “Hijo de Dios”, hijo que viene para un reino que no tendrá fin.
Jesús es el centro de esta fiesta, y su madre es el instrumento fiel para la realización del plan de Dios, por eso la “llena de gracia”. Pero Dios sigue derramando su gracia en su pueblo para que seamos fieles a su proyecto -su reino-, y tengamos la capacidad de llevarlo adelante procurando que Jesús sea el Señor, que seamos capaces de ser hermanos y que “no temamos” ante el desafío porque el Espíritu de Dios nos acompaña.
10. 2004
LECTURAS: IS 7, 10-14; SAL 39; HEB 10, 4-10; LC 1, 26-38
Is. 7, 10-14. Si Dios nos invitara a pedir una señal que nos llevara a saber que
realmente Dios camina con nosotros, aún en los momentos más difíciles, y que no
dejáramos de confiar en Él, evitando afianzarnos en nuestras visiones personales
o en la ayuda de los poderosos, ¿realmente pediríamos esa señal? Quien llegara a
hacerlo sabría que se estaría comprometiendo a caminar a la luz del Señor, aún
en momentos en que todo pareciera tan oscuro como una media noche sin estrellas
que pudieran marcarle a uno el rumbo. Dios nos ha dado a su propio Hijo,
concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de María Virgen. La Vida, la
Muerte y la Resurrección de Cristo nos hablan de que tiene sentido creer en
Dios. Quien acepta esa Señal del amor de Dios se compromete a caminar, no bajo
los propios caprichos, sino dentro de la voluntad de Dios. Entonces se convierte
uno en un barro tierno, recién amasado, puesto en manos de Dios para que Él haga
su obra de salvación en nosotros. Entonces, aun cuando pasemos por pruebas
demasiado difíciles, continuaremos confiando que Dios nos sigue amando y
conduciendo hacia la perfección a la que, en Cristo, todos estamos llamados.
Sal. 39. Dios, habiéndonos hecho hijos suyos por nuestra
unión a Cristo, desde el día de nuestro bautismo, nos envía para anunciar su
justicia, a proclamar su lealtad y su auxilio. Toda nuestra vida debe dar a
conocer al mundo entero el amor y la lealtad de Dios. Nosotros somos los
redimidos por Dios. La Palabra eterna del Padre ha tomado nuestra condición
mortal y nos ha hecho hijos de Dios. No nos conformemos sólo con recibir la vida
divina. Convirtámonos en testigo de la vida nueva que Dios ofrece a todos. Que
nuestra vida completa se convierta en una continua ofrenda de alabanza al Señor.
Heb. 10, 4-10. La salvación únicamente nos viene por medio del Misterio Pascual
de Cristo: su Muerte y su Resurrección. El Sacrificio de Cristo, ofrecido de una
vez y para siempre, para borrar nuestros pecados y para darnos nueva vida,
suprime todos los antiguos sacrificios, que no podían perdonar nuestros pecados.
Quien acepta a Jesucristo, el Enviado del Padre, tiene consigo esa salvación. Y
quien, unido a Cristo, purificado de sus pecados, vive como hijo de Dios, debe
manifestar con sus buenas obras que la maldad ha quedado atrás. No podemos haber
recibido la vida de Dios en vano; no pudo caer la gracia de Dios en nosotros
como en saco roto. Si hemos aceptado la Redención, en adelante no podemos ya
vivir para nosotros, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. El
nacido de María Virgen, el engendrado en María por obra del Espíritu Santo, ha
dado su vida por nosotros. Junto con Él pronunciemos nuestro sí de fidelidad a
la voluntad de Dios, que nos quiere hijos suyos, entregados constantemente en
favor de los demás hasta que el Reino de Dios llegue a su plenitud en nosotros.
Lc. 1, 26-38. El Hijo de Dios se ha hecho carne, en el seno de María Virgen, por
obra del Espíritu Santo. Dios viene, no sólo a visitar a su Pueblo; viene a
redimirlo de su pecado y a elevarlo a la misma dignidad del Hijo de Dios. La
obra de salvación en nosotros es la obra de Dios y no la obra del hombre. A
nosotros sólo corresponde el decir, junto con María: Hágase en mí según tu
Palabra. Nosotros hemos de definir nuestra vida desde nuestra relación con Dios:
sus siervos; aquellos que están dispuestos a hacer en todo la voluntad del
Señor. Fue la desobediencia de Adán la que nos apartó de Dios; es la obediencia
de Cristo la que nos hacer volver, ya no como siervos, ya no como simples
criaturas, sino como hijos en el Hijo, a la casa paterna. Por eso debemos
procurar caminar en la fidelidad a la voluntad de Dios. No podemos decir sólo
con los labios: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestra
vida toda debe manifestar nuestra fidelidad al Señor. Sólo entonces podrá,
realmente, tomar cuerpo en nuestra propia vida, en la vida de la Iglesia, el
Verbo eterno para continuar, por medio nuestro, su obra salvadora en el mundo y
su historia.
El Hijo de Dios e Hijo de María se ha convertido para nosotros en el Pan de
Vida. Él viene a nosotros como alimento para impulsar nuestra vida en la
fidelidad a la voluntad del Padre Dios. Él nos pide que tomemos nuestra cruz de
cada día y vayamos tras sus huellas. Por eso al reunirnos para celebrar la
Eucaristía venimos para que el Señor nos transforme cada día en una imagen más
clara de su amor en medio de nuestros hermanos. A nosotros corresponderá
continuar su obra. Pero no podemos ir al mundo a proclamar el Nombre del Señor
si antes no hemos hecho nuestra la Palabra de Dios; mientras esa Palabra no tome
cuerpo en nosotros podremos, tal vez, anunciar el Nombre del Señor con los
labios, pero lo denigraremos con nuestras malas obras. Seamos fieles en nuestro
servicio a la Palabra de Dios. Dejemos que el Espíritu Santo transforme nuestra
vida para que también nosotros nos convirtamos en pan de vida para nuestros
hermanos, no por obra nuestra, sino por obra de Dios, que nos quiere enviar como
testigos suyos para que el mundo tenga vida.
Somos hijos en el Hijo. Por medio del Bautismo, por medio del agua y del
Espíritu Santo, hemos renacido como hijos de Dios. Y el Señor nos envía para que
colaboremos en el renacer de toda la humanidad, unida a Cristo y participando de
su ser de Hijo de Dios. Es el Espíritu Santo el que guía nuestros pasos y
nuestras obras. Así, en el seno de la Iglesia, por obra del Espíritu Santo,
serán engendrados los nuevos hijos de Dios. Siendo conscientes de nuestro ser de
hijos de Dios demos testimonio de la Verdad con una vida íntegra. De nada nos
aprovecharía el sabernos redimidos por Cristo, de haber recibido su Vida y su
Espíritu, si después vivimos como si no conociéramos a Dios. Que nuestro
testimonio sea la mejor forma de trabajar para que el Reino de Dios llegue a
todos, hasta lograr que todos juntos podamos alabar a nuestro único Dios y
Padre.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de saber poner confiadamente nuestra vida en sus manos para que
Él lleve a cabo en nosotros su obra de salvación, y nos convierta en testigos de
su Evangelio para salvación de todos. Amén.
www.homiliacatolica.com
11. ARCHIMADRID 2004
UN RESPIRO
Todos los veranos suelo subir a lo alto de un monte a celebrar Misa en memoria
de un salesiano amigo. Todos los veranos, cuando llego arriba, me acuerdo de
Ricardo, el Salesiano, de San Juan Bosco, de los dos paquetes de Ducados que me
fumé el día antes, del chuletón del día anterior, del michelín izquierdo y de lo
bien que están situadas las Iglesias en medio de los pueblos y no en lo alto de
los montes. Todos los veranos, cuando subo al monte, un amigo tiene ya preparado
allí, en lo alto, un bocadillo de atún con pimientos que es una delicia: tras un
par de mordiscos y un par de tientos a la bota de vino, se empieza de verdad a
disfrutar del monte, de la altura que domina todo el paisaje, del aire que se
respira (mucho más sano para fumarse un cigarrito en condiciones) y del celebrar
la Eucaristía en incomparable marco e iniciar el descenso por la tarde, después
de una buena comida.
La solemnidad de hoy, la Anunciación del Señor, es (salvadas las distancias, faltaría más) como el bocadillo de atún con pimientos de piquillo. Estamos avanzando en la Cuaresma, caminando hacia la cruz, descubriendo toda la dureza del camino, tropezándonos una y otra vez con nuestros pecados, raspándonos las piernas con las espinas de nuestras infidelidades, magullándonos con ese íntimo pavor a convertirnos de verdad y perder nuestros pequeños y absurdos tesoros. Parece que no tiene nada de agradable esto de la Cuaresma, además ya hemos vivido unas cuantas ¿y qué?, ¿Hemos cambiado alguna vez radicalmente nuestra vida?, ¿Hemos dejado de confesarnos de alguno de esos “pecados de siempre” después de alguna Cuaresma porque no lo cometamos más? ¿Nos han valido para algo tantas Cuaresmas anteriores?. Es algo parecido a lo que pasa a mitad de la montaña, empiezas a pensar que sería mejor hacer la Misa en la parroquia del pueblo, que así podría ir más gente, que es tontería después de tantos años seguir subiendo, que… Puedes tener toda la razón , pero el bocadillo de atún con pimientos, si te lo comes en tu cocina o en el mejor restaurante, no te sabe igual.
“Alégrate”, “No temas”, “El Espíritu Santo vendrá sobre ti”, son las palabras con las que el ángel Gabriel comienza sus frases a la Virgen y no se oyen igual desde el sofá del salón de tu casa. Si no estás caminando por la Cuaresma el anuncio más grande que la humanidad entera ha recibido, la noticia más impensable e inconmensurable de todos los tiempos, no te sabrá a nada, preferirás “comer” otra cosa.
Con la Solemnidad de hoy sabemos que no caminamos para nada, que seguimos a Dios hecho hombre y “entonces yo digo: <Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad>”. No sé si este camino de la Cuaresma será plenamente eficaz en mi vida, no sé si lo harán muchos o pocos, no sé si me cansaré antes de llegar al final. Pero si sé que si no camino nunca llegaré a la cumbre, si sé que lo hago en compañía de María mi Madre a la que no quiero dejar sola, sé que dentro de nueve meses celebraremos la Navidad y no será la misma sin esta Cuaresma de hoy, sé que el año que viene volveré a subir a la montaña y sé que -aunque yo no lo note-, cada año bajo distinto de este monte de la Cuaresma pues, de una manera o de otra, me he encontrado con la Cruz.
Gracias María por tu sí, que al Espíritu Santo yo
nunca le diga no.