Cátedra del
Apóstol San Pedro 02-22
1. CLARETIANOS 2003
Hoy es fiesta:
La
Cátedra del Apóstol San Pedro.
Un Simón balbuciente, hijo de Jonás, se convierte, por el encuentro profundo con
el «Hijo de Dios vivo» en un Pedro seguro y firme confesor: “Tú eres el Mesías”.
Así es piedra-cimiento de la Iglesia.
Cuando contemplo la imagen de Pedro en los evangelios, pienso que mis rudezas también pueden irse transformando, a medida que avance con profundidad mi encuentro con el “Hijo de Dios vivo”.
Hace una semana se sentó a mi lado en el autobús un hombre que me recordó a Pedro, con todos los respetos a su Cátedra. Mediana estatura, poblado bigote y barba de varias semanas. Sucio, mal vestido y mal oliente. Poco culto y con mucha experiencia. Un tanto rudo al hablar, pero manteniendo la corrección. Espontáneo, franco y confiado.
Espontaneidad, franqueza, confianza. Tres rasgos que hacen del Simón que se encuentra con Cristo, el Pedro de la fe. Tres actitudes que tienen que acompañar mi proceso de profundización en el descubrimiento-encuentro con el “Hijo de Dios vivo”. Tres cualidades que ayudan a crecer a la Iglesia cimentada en la roca del Apóstol.
La confesión de Pedro, espontánea- franca- confiada, construye Iglesia. Y, de buena gana, podemos hacerla crecer con esa misma frescura que viene del Espíritu y que no nos revela nadie de carne y hueso.
Hoy, además, a quienes tenemos encomendado algún rebaño, se nos invita a renovar nuestra generosidad y familiaridad con él. Una oportunidad que podemos aprovechar también otros días. Nos vendrá bien a todos.
Que celebréis una feliz fiesta y el Día del Señor os sea favorable.
Luis Ángel de las Heras, cmf (luisangelcmf@yahoo.es)
2. Mt 16, 13-19
COMENTARIO 1
v. 13 El paso a la parte pagana del lago (16,5) tenía por objeto salir del
territorio judío. Cesarea de Filipo era la capital del territorio gobernado por
este tetrarca, hermano de Herodes Antipas (cf. Lc 3,1). Para proponer a sus
discípulos la cuestión de su identidad, Jesús los saca del territorio donde
reina la concepción del Mesías davídico.
Primera pregunta: cuál es la opinión de la gente (los hombres) sobre Jesús («el
Hijo del hombre» = «el Hombre»). El Hombre es el portador del Espíritu de Dios (cf.
3,16s); por contraste, «los hombres» en general son los que no están animados
por ese Espíritu, los que no descubren la acción divina en la realidad de
Jesús.
«El Hombre/este Hombre»: la expresión se refiere claramente a Jesús, en paralelo
con la primera persona («yo») de la pregunta siguiente (15). Este pasaje muestra
con toda evidencia que Mt no interpreta «el Hijo del hombre» como un título
mesiánico. Resultaría ridículo que Jesús, cuando va a proponer a los discípulos
la pregunta decisiva, les dé la solución por adelantado; incomprensible sería,
además, la declaración de que Pedro había recibido tal conocimiento por
revelación del Padre (17), si Jesús mismo se lo había dicho antes.
v. 14. La gente asimila a Jesús a personajes conocidos del AT. O bien es una
reencarnación de Juan Bautista (cf. 14,2) o Elías, cuyo retorno estaba anunciado
por Mal 3,23; Eclo 48,10. Para Jeremías, cf. 2 Mac 15,13ss. En todo caso, ven
en Jesús una continuidad con el pasado, un enviado de Dios como los del AT. No
captan su condición única ni su originalidad. No descubren la novedad del Mesías
ni comprenden, por tanto, su figura.
vv. 15-16. Pregunta a los discípulos, que han acompañado a Jesús en su actividad
y han recibido su enseñanza. Simón Pedro (nombre más sobrenombre por el que era
conocido, cf. 4,18; 10,2) toma la iniciativa y se hace espontáneamente el
portavoz del grupo.
Las palabras de Pedro son una perfecta profesión de fe cristiana. Mt no se
contenta con la expresión de Mc 8,29: «Tú eres el Mesías», que Jesús rechaza por
reflejar la concepción popular del mesianismo (cf. Lc 9,20: «el Mesías de Dios»
«el Ungido por Dios»). La expresión de Mt la completa, oponiendo el Mesías Hijo
de Dios (cf. 3,17; 17,5) al Mesías hijo de David de la expectación general.
«Hijo» se es no sólo por haber nacido de Dios, sino por actuar como Dios mismo.
«El hijo de Dios» equivale a la fórmula «Dios entre nosotros» (1,23). «Vivo» (cf.
2 Re 19A.16 [LXX], Is 37, 4.17; Os 2,1; Dn 6,21) opone el Dios verdadero a los
ídolos muertos; significa el que posee la vida y la comunica: vivo y
vivificante, Dios activo y salvador (Dt 5,26; Sal 84,3; Jr 5,2). También el Hijo
es, por tanto, dador de vida y vencedor de la muerte.
v. 17 A la profesión de fe de Simón Pedro responde Jesús con una
bienaventuranza. Llama a Pedro por su nombre: «Simón». «Bar-Jona» puede ser su
patronímico: hijo de Jonás; se ha interpretado también como «revolucionario»,
en paralelo con Simón el Fanático o zelota (10,4). Jesús declara dichoso a Simón
por el don recibido. Es el Padre de Jesús (correspondencia con «el Hijo de Dios
vivo») quien revela a los hombres la verdadera identidad de éste. Relación con
11,25-27: es el Padre quien revela el Hijo a la gente sencilla y el Hijo quien
revela al Padre.
Pedro pertenece a la categoría de los sencillos, no a la de los sabios y
entendidos, y ha recibido esa revelación. Es decir, los discípulos han aceptado
el aviso de Jesús de no dejarse influenciar por la doctrina de los fariseos y
saduceos (16,12) y están en disposición de recibir la revelación del Padre, es
decir, de comprender el sentido profundo de las obras de Jesús, en particular
de lo expresado en los episodios de los panes (cf. 16,9s). Han comprendido que
su mesianismo no necesita más señales para ser reconocido. La revelación del
Padre no es, por tanto, un privilegio de Pedro; está ofrecida a todos, pero
sólo los «sencillos» están en disposición de recibirla. Se refiere al sentido
de la obra mesiánica de Jesús.
«Mi Padre del cielo» está en paralelo con «Padre nuestro del cielo» (6,9). Los
que reciben del Padre la revelación sobre Jesús son los que ven en Jesús la
imagen del Padre (el Hijo), y los que reciben de Jesús la experiencia de Dios
como Padre (bautismo con Espíritu Santo) pueden invocarlo como tal.
v. 18 Jesús responde a la profesión de fe de Pedro (16: «Tú eres»; 18: «Ahora te
digo yo: Tú eres»). Lo mismo que, en la declaración de Pedro, «Mesías» no es un
nombre, sino indica una función, así «Piedra» en la declaración de Jesús.
-Hay en ella dos términos, «piedra» y «roca», que no son equivalentes. En
griego, petros es nombre común, no propio, y significa una piedra que puede
moverse e incluso lanzarse (2 Mac 1,16; 4,41: piedras que se arrojan). La
«roca», en cambio, gr. petra, es símbolo de la firmeza inconmovible. En este
sentido usa Mt el término en 7,24.25, donde constituye el cimiento de «la casa»,
figura del hombre mismo.
De hecho, los pasajes de 7,24s y 16,16-18 están en paralelo. En el primero se
trata de la vida individual del seguidor de Jesús; en el segundo, de la vida de
su comunidad. La primera se concibe como una casa; la segunda, como una ciudad
(iglesia) (cf. 27,53), es decir, como una sociedad humana.
En este pasaje expone Mt su tratado sobre la fe en Jesús. Esta es la que permite
la construcción de una sociedad humana nueva, la «iglesia de Jesús» o Israel
mesiánico (cf. ekklesía, la asamblea del Señor del antiguo Israel, Dt 23,2-4;
Jue 20,2), que equivale al reinado de Dios en la tierra, al reino del Hombre
(13,41). Su base inamovible es la fe en Jesús como Mesías hijo de Dios vivo.
Todo el que dé tal adhesión a Jesús será «piedra» utilizable para la
construcción de la ciudad.
«El poder de la muerte», lit. «las puertas del Abismo», o reino de la muerte. Se
representa el reino de la muerte como una ciudad rival, como una plaza fuerte
con puertas que representan su poder y que combate la obra de Jesús (cf. Is
38,10; Job 38,17; Sal 9,14; 107,18; Sab 16,13). «No la derrotará» indica la
victoria sobre la muerte, la indefectibilidad de la ciudad de Jesús, la
permanencia del reino de Dios; pero no solamente en su etapa terrestre, sino
incluso a través de la muerte misma. Jesús es el dador de vida («el Hijo de Dios
vivo») y su obra no puede estar sujeta a la muerte. Se refleja aquí el
contenido de la última bienaventuranza, que anunciaba la persecución para los
que son fieles a la opción propuesta por Jesús (5,10s). También otros pasajes,
por ej., el ya citado de 7,24s y el de 10,28, sobre no temer a los que pueden
matar el cuerpo.
v. 19 Con dos imágenes paralelas se describen ciertas funciones de los
creyentes. En la primera, el reino de Dios se identifica con la iglesia o
comunidad mesiánica. Continúa la imagen de la ciudad con puertas. Los creyentes,
representados por Pedro, tienen las llaves, es decir, son los que abren o
cierran, admiten o rechazan (cf. Is 22,22). Se opone esta figura a la que Jesús
utilizará en su denuncia de los fariseos (23,13), quienes cierran a los hombres
el reino de Dios. La misión de los discípulos es la opuesta: abrirlo a los
hombres.
Sin embargo, no todos pueden ser admitidos, o no todos pueden permanecer en él,
y esto se explicita en la frase siguiente. «Atar, desatar» se refiere a tomar
decisiones en relación con la entrada o no en el reino de Dios. La expresión es
rabínica. Procede de la función judicial, que puede mandar a prisión y dejar
libre. Los rabinos la aplicaron a la explicación de la Ley con el sentido de
declarar algo permitido o no permitido. Pero, en este pasaje, el paralelo con
las llaves muestra que se trata de acción, no de enseñanza.
El pasaje no está aislado en Mt. Su antecedente se encuentra en la curación del
paralítico, donde los espectadores alababan a Dios «por haber dado tal autoridad
a los hombres» (9,8). La «autoridad» de que habla el pasaje está tipificada en
Jesús, el que tiene autoridad para cancelar pecados en la tierra (9,6). Esa
misma es la que transmite a los miembros de su comunidad («desatar»). Se trata
de borrar el pasado de injusticia permitiendo al hombre comenzar una vida nueva
en la comunidad de Jesús. Otro pasaje que explica el alcance de la autoridad que
Jesús concede se encuentra en 18, 15-18. Se trata allí de excluir a un miembro
de la comunidad («atar») declarando su pecado.
Resumiendo lo dicho: Simón Pedro, el primero que profesa la fe en Jesús con una
fórmula que describe perfectamente su ser y su misión, se hace prototipo de
todos los creyentes. Con éstos, Jesús construye la nueva sociedad humana, que
tiene por fundamento inamovible esa fe. Apoyada en ese cimiento, la comunidad
de Jesús podrá resistir todos los embates de las fuerzas enemigas, representadas
por los perseguidores. Los miembros de la comunidad pueden admitir en ella
(llaves) y así dar a los hombres que buscan salvación la oportunidad de
encontrarla; pueden también excluir a aquellos que la rechazan. Sus decisiones
están refrendadas por Dios mismo.
COMENTARIO 2
El texto evangélico de la liturgia de la fiesta de la Cátedra de San Pedro nos
ofrece la posibilidad de dirigir nuestra atención a la realidad de la Iglesia,
construída sobre el fundamento de la proclamación de fe del discípulo.
Desde Mt 13,1 han ido adquiriendo rasgos marcadamente distintos dos grupos: el
de la gente, y el de los discípulos. Dichas diferencias se han profundizado a
partir de los “retiros” de Jesús (Mt 14,13; 15,21; 16,4). Particularmente en
esta sección, los discípulos adquieren relevancia y entre ellos se mencionan
especialmente las actuaciones de Pedro (14,28-31; 15,15). El mismo horizonte
reaparece en Mt 16, 13-19 donde se oponen claramente dos tipos de opiniones
sobre Jesús: la de la gente (“los hombres”) en los vv. 13-14 y la de los
discípulos (“ustedes”), en general, y la de Pedro en particular en los vv.
15-16.
Son los discípulos quienes, con su doble tipo de respuesta, señalan la
distinción entre los que no han “entendido” la realidad de Jesús y los que, por
su fe, descubren en Él al Hijo del Dios viviente.
Esta proclamación solemne que Pedro realiza en nombre del grupo, ofrece la
posibilidad de la construcción de la comunidad salvífica, del Israel mesiánico.
El don de la Ley divina a Moisés hizo posible la edificación del Pueblo de Dios
“el día de la Asamblea” (Dt 9,10; 10,4; 18,16). De modo semejante la revelación
del Padre que origina la profesión de fe de Pedro posibilita la creación de un
nuevo espacio salvífico.
Este nuevo espacio salvífico es una construcción firme a la cual no pueden
derrotar las fuerzas del maligno. El texto asigna al “abismo” o “muerte” la
posesión de “puertas”. Se trata por tanto, de una ciudad adversaria a la nueva
construcción, debido a su enemistad con la obra de Jesús. Aunque la fuerza de
este Adversario es inconmensurable, se revela impotente frente a la obra de
Dios. Persecuciones y muertes son vencidas gracias al don de la Vida que el Dios
Viviente ha concedido por medio de su Hijo.
La proclamación de fe de los discípulos, que se expresan por la boca de Pedro,
posibilita la descripción de dos funciones de la misión que a ellos es
encomendada. Por medio de dos imágenes se les indica la tarea a realizar.
La primera consiste en la acogida que han de brindar a quienes estén amenazados
por el enemigo.. A diferencia de los fariseos que cierran a los seres humanos el
“Reino de Dios”, con el símbolo de las llaves se señala la posibilidad que
tienen los discípulos de dejar entrar en el Reino. Deben ser administradores
fieles como Eliaquín, hijo de Jelcías, destinado por Dios a recibir la “llave
del palacio de David” (Is 22,22).
La segunda imagen está tomada del ámbito judicial. “Atar y desatar” es el acto
en que los jueces deciden la prisión o la libertad de un acusado. A los
discípulos, y a Pedro, se les encomienda esta función judicial. Llamados a dar
acogida contra el Mal deben determinar quienes reúnen los requisitos
indispensables para el ingreso o la permanencia en el Reino. En 18,15-18,
hablando de la corrección mutua, se muestra un caso del ejercicio de ese poder.
En Pedro, el primero de los discípulos que confiesa su fe, Jesús define la
naturaleza y la misión del creyente. La confesión de fe en Jesús les posibilita
a todos ellos la construcción de una nueva sociedad frente a la enemistad de sus
perseguidores. Posibilita además el ofrecimiento de salvación dando a los seres
humanos la oportunidad que esperan y pueden, también, excluir a los que rechazan
esa salvación. En la fe de Pedro podemos entender las posibilidades que abre la
fe a toda existencia creyente.
1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones
Cristiandad, Madrid
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)
3. CLARETIANOS
A la luz del evangelio siempre volvemos a encontrarnos: celebrando a Pedro como apóstol (29 de junio) y celebrando a Pedro como roca (22 de febrero). No son dos perspectivas opuestas, pero sí diferentes. La figura de Pedro da pie para ello.
¿Quién no conoce la historia de Pedro? Debió de ser un hombre decidido, entusiasta, generoso, fiel a su maestro y amigo, desde el día en que lo miró Jesús y le cambió el nombre de Simón por el de Cefas, piedra sobre la que iba a edificar su Iglesia. Tenía, no obstante, sus debilidades. Es el que puede ir andando sobre las aguas. Pero es el que luego comienza a hundirse. Es el que alardea de que, aunque todos los discípulos negasen a Jesús, él nunca lo haría. Después lo hizo. Negó a Jesús, pero sintió sobre sí la mirada de amor de su maestro y "lloró amargamente". Por eso, más tarde, después de la resurrección, ya no presumirá de amar a Jesús más que sus compañeros. Se limitará a decir esa bella frase con la cual nos sentimos tan identificados: "Tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero".
Tras la resurrección de Jesús, el rudo pescador se convierte en un apasionado predicador y padre de nuevas comunidades. "No hay Iglesia sin Pedro", el que tiene el poder de atar y desatar, el que tiene también la función de "confirmar a sus hermanos". "No hay Iglesia sin Pedro"; o lo que es lo mismo: no hay Iglesia sin referencia a aquel que simboliza la unidad y la firmeza de una fe que se funda en Jesucristo. "No hay Iglesia sin Pedro"; o, dicho de otra forma, prescindiendo de aquellos que en la historia hacen las veces de Pedro.
Es esencial que los
hombres y mujeres de hoy, todo los creyentes, sigamos mirando a ese Pedro que es
piedra y que da firmeza, coherencia y serenidad a nuestra fe. Y hasta que
cantemos con entusiasmo aquel viejo "Tu es Petrus" (Tú eres Pedro).
Patricio García Barriuso cmf. (cmfcscolmenar@ctv.es)
4. ACI DIGITAL 2003
13. Cesarea de
Filipo, hoy día Banías, situada en el extremo norte de Palestina, cerca de una
de las fuentes del Jordán.
18. Pedro (Piedra) es, como lo dice su nombre, el primer fundamento de la
Iglesia de Jesucristo (véase Ef. 2, 20), que los poderes infernales nunca
lograrán destruir. Las llaves significan la potestad espiritual. Los santos
Padres y toda la Tradición ven en este texto el argumento más fuerte en pro del
primado de S. Pedro y de la infalible autoridad de la Sede Apostólica.
"Entretanto, grito a quien quiera oírme: estoy unido a quienquiera lo esté a la
Cátedra de Pedro" (S. Jerónimo).
20. Como señala Fillion, las palabras de este pasaje marcan "un nuevo punto de
partida en la enseñanza del Maestro". Cf. Juan 17, 11; 18, 36. Desconocido por
Israel (v. 14), que lo rechaza como Mesías - Rey para confundirlo con un simple
profeta, Jesús termina entonces con esa predicación que Juan había iniciado
según "la Ley y los Profetas" (Luc. 16, 16; Mat. 3, 10; Is. 35, 5 y notas) y
empieza desde entonces (v. 21) a anunciar a los que creyeron en El (v. 15 s.) la
fundación de su Iglesia (v. 18) que se formará a raíz de su Pasión, muerte y
resurrección (v. 21) sobre la fe de Pedro (v. 16 ss.; Juan 21, 15 ss.; Ef. 2,
20), y que reunirá a todos los hijos de Dios dispersos (Juan 11, 52; 1, 11 -
13), tomando también de entre los gentiles un pueblo para su nombre (Hech. 15,
14); y promete El mismo las llaves del Reino a Pedro (v. 19). Este es, en
efecto, quien abre las puertas de la fe cristiana a los judíos (Hech. 2, 38 -
42) y luego a los gentiles (Hech. 10, 34 - 46). Cf. 10, 6.
5. FLUVIUM
A la grandeza y la
felicidad por la obediencia
En esta Fiesta, en que celebramos "La Cátedra de san Pedro", Príncipe de los
Apóstoles, podemos fijarnos en el ejemplo de fidelidad a Jesucristo que brilla
sobremanera en el que fue, antes de ser elegido, un pescador de tantos en
Galilea. Quiso que su vida no fuera sino lo que el Hijo de Dios determinara. Y
podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que todo el interés de Pedro, a pesar
de su carácter fuerte e impetuoso, como se desprende de algunos pasajes
evangélicos, de modo particular en Marcos su compañero de apostolado, se
centraba de modos exclusivo en Jesús. Era su deseo cumplir en detalle la
voluntad de Jesús, que es tanto como decir cumplir la voluntad de Dios. Este
identificarse con el Maestro, cumpliendo su voluntad, no es propio únicamente de
Pedro, identifica a todos los santos, pues ninguno puede serlo al margen de la
voluntad de Dios.
Cuando parece que un cierto ideal de la persona consistiría en desenvolverse en
la vida guiado únicamente con el propio criterio, sin más punto de referencia
que el parecer personal; cuando bastantes consideran definitivas sus opiniones,
y suficientes –por ser suyas– para configurar la propia vida del mejor modo
posible; nos ofrece hoy la Iglesia –Nuestra Madre–, para edificación de todos
los fieles, el estímulo de la obediencia. Cuantos deseamos conducirnos con la
segura esperanza de la Vida Eterna, no lo haremos de acuerdo con nuestro
parecer, ya que la Eterna Bienaventuranza no es un proyecto humano. Se comprende
con facilidad que no es una decisión del hombre nuestra existencia en este
mundo, ni, claro está, la Vida Eterna en intimidad con Dios, que conocemos por
Revelación.
Pedro, habiendo conocido el extraordinario e inalcanzable poder y majestad de
Jesucristo, se mantiene inamoviblemente fiel al Maestro, cuando bastantes le
abandonan porque no comprenden sus palabras. Señor, ¿a quién y iremos? –le
responde–, Tú tienes palabras de Vida Eterna. Así se expresa el Príncipe en el
crítico momento –para muchos– de la deslealtad. Cuando aparecen haber perdido
sentido los milagros realizados; cuando su vida admirable y sus palabras,
cargadas de autoridad, no significan nada para la mayoría; Pedro confía aún en
Jesús. Su persona será para él siempre merecedora de toda confianza: hay que
creerle siempre y obedecerle; con Cristo no tiene sentido dudar. El criterio de
Jesús tendrá en todo momento para este apóstol una autoridad absoluta. Las
palabras y deseos del Maestro tienen mucha más fuerza para él que sus propios
pensamientos.
Parece muy claro, por lo demás, que la mayor hazaña o reflexión de cualquier
hombre, por decisiva que parezca, no pasa, en la práctica, de ser algo
necesariamente vinculado a lo caduco, como el mismo hombre. De hecho, son muy
pocos en proporción las mujeres y los hombres que han pasado a la historia. En
cambio, identificados con Dios, que en Jesucristo nos hace posible conocer su
voluntad, aunque los hombres tengan poca relevancia para el acontecer humano, se
hacen eternos e inapreciablemente valiosos: como ha previsto Dios. Muchos han
logrado ya, sin fama ni espectáculo, acrecentar su vida absolutamente –no sólo
para el mundo–, porque con toda sencillez procuraron vivir según el querer
divino.
Obediencia. Que en nosotros se haga Su Voluntad: hágase Tu voluntad en la tierra
como en el Cielo, rezamos con la oración que Cristo nos enseñó. Pidámosle que,
en efecto, cada día sea para todos más decisivo no tanto hacer lo que queremos,
cuánto lo que Él quiere; firmemente convencidos de que no nos hace mejores ni
más grandes en la vida salirnos con "la nuestra". Lo único que –de verdad– nos
hace grandes, aunque no lo parezca, es que Dios se salda con "la suya" en
nosotros. Comprobaremos, a partir de esta docilidad humilde, que nos va mejor
además en las relaciones interpersonales. Guiados por intereses solamente
nuestros, que con demasiada frecuencia son egoístas, tenemos sobrada experiencia
–por desgracia– de la sociedad tensa que de ordinario hemos de soportar. También
por lograr una convivencia en paz nos conviene dejarnos conducir por los
mandamientos de nuestro Creador. Siendo el autor del hombre, tiene la ciencia
exacta –la ley moral– para el más correcto desenvolvimiento en sociedad.
Pedro pecó. Fue débil en aquel momento y posiblemente en otros muchos que no nos
han revelado las Escrituras. Sin embargo, a pesar de sus pecados, volvió al
Señor y hoy podemos celebrar su Cátedra: su autoridad, concedida por Jesucristo
y asentada en Roma como Pastor universal de la Iglesia. Recordamos con alegría
que su arrepentimiento –lloró amargamente, relata San Marcos tras haber negado a
Cristo–, era manifestación de su amor a Jesús, más fuerte que cualquiera de sus
pecados.
El hombre más feliz y perfecto es aquel en quien mejor se cumple la voluntad de
nuestro Creador y Señor. Así es nuestra Madre, la más maravillosa de las
criaturas: hizo en mí cosas grandes el que es Todopoderoso, puede afirmar.
Implorando su asistencia maternal sabremos imitarla.
6.
Benedicto
XVI explica el significado de la «cátedra» de Pedro
Intervención en la audiencia general del miércoles , 22 febrero 200