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EL JESÚS HISTÓRICO Tema 8 |
La autoridad de Jesús > Documento 2 |
EL
COMPORTAMIENTO PROPIO DEL HIJO Santiago Guijarro Oporto
La
ambientación de las palabra de Jesús sobre Dios como Padre en la
cultura de su época es un elemento que raras veces aparece en los
estudios neotestamentarios, determinados en gran parte por
preocupaciones de tipo histórico o teológico[i].
Esta notable ausencia revela un presupuesto implícito que acaba
manifestándose de diversas formas, a saber: que las relaciones
padre-hijo se entendían y vivían entonces de forma muy parecida a como
se entienden y se viven hoy. Algunas de las discusiones a las que he
aludido en el apartado precedente presuponen esta visión etnocéntrica.
Para evitar sus efectos sobre nuestra comprensión de los textos es
necesario conocer el contexto social en el que vivieron Jesús y sus
discípulos, porque es en él donde adquieren sentido las palabras a
través de las cuales expresaron sus experiencias[ii].
Para
entender adecuadamente el sentido que estas palabras tuvieron para ellos
es necesario recuperar el «imaginario social» que ellos compartían.
Jesús y sus discípulos vivieron en una sociedad altamente
contextualizada, en la que el contexto, es decir aquellas cosas que todo
el mundo sabe y no es necesario explicitar, tenía una gran importancia[iii].
Nuestro contexto cultural es diferente. Han pasado muchos años y se han
dado complejos procesos que nos han llevado a entender y vivir la
relación padre-hijo de forma distinta a como la entendieron y vivieron
Jesús y sus discípulos.
Recuperar
el contexto
La
pregunta a la que pretendo responder es la siguiente ¿Cuál es el
comportamiento que se esperaba de un hijo en la sociedad en que vivió
Jesús? Me interesa especialmente este aspecto de las relaciones
padre-hijo, porque gracias a él podremos identificar cuáles son los
comportamientos de Jesús que revelan un relación filial con Dios.
Parto de la convicción de que Jesús sólo pudo vivir y expresar su
filiación de forma encarnada, es decir, según los patrones culturales
que definían las relaciones padre-hijo en la sociedad palestina del
siglo primero. Esto no significa en absoluto que su imagen de Dios esté
totalmente determinada por estos patrones culturales, sino que dicha
imagen no pudo haberse dado al margen de cómo se entendían y vivían
entonces las relaciones entre padre e hijo[iv].
R.
Hamerton-Kelly apuntó ya en esta misma dirección cuando afirmó que
"Al representar su más íntima comprensión de Dios a través del
símbolo «padre» Jesús recurrió no sólo a la tradición religiosa,
sino a su propia experiencia familiar". La perspectiva de Hammerton-Kelly
es histórica y por eso se pregunta por la experiencia familiar que de
hecho tuvo Jesús. La mía es más bien social, y por eso trataré
identificar los patrones sociales compartidos que definían y encauzaban
entonces las relaciones entre padres e hijos. Mi propósito es elaborar
un «escenario de lectura», es decir un marco en el que la actuación
de Jesús y su forma de hablar de Dios como Padre adquieren un sentido
más preciso, y sin el cual resulta muy difícil evaluar dicho
comportamiento y captar sus connotaciones[v].
Para
elaborar este «escenario de lectura» sobre las relaciones padre-hijo
en la Palestina del siglo primero disponemos de tres tipos de
instrumentos: los datos literarios, epigráficos y arqueológicos de
aquella época que han llegado hasta nosotros[vi];
los estudios sobre la cultura mediterránea tradicional[vii];
y los estudios sobre la familia en el judaísmo antiguo[viii].
Los estudios comparativos sobre la cultura mediterránea tradicional nos
proporcionan modelos en los que situar y ambientar los datos literarios
y arqueológicos, los cuales a su vez sirven para matizar y perfeccionar
dichos modelos con ayuda de un procedimiento heurístico común en las
ciencias sociales que se conoce con el nombre de «abducción». Por su
parte, los estudios sobre la familia en el judaísmo de aquella época,
nos servirán para contrastar los resultados obtenidos[ix].
Relación
dominante dentro de la familia
La
familia era la institución básica de la sociedad helenístico-romana,
y el núcleo a partir del cual se articulaba el tejido social. La vida
familiar se articulaba a través de un complejo entramado de relaciones,
cuyo objetivo último era salvaguardar la integridad y la continuidad
del grupo familiar. Los tratados antiguos sobre la buena gestión de la
casa se centran en las tres relaciones básicas en las que intervenía
el paterfamilias: la
relación padre-hijo, la relación esposo-esposa y la relación
amo-esclavo, a las que hay que añadir otra serie de relaciones menos
importantes para la vida pública: las relaciones padre-hija,
madre-hijo, madre-hija y esposa-esclavo[x].
Todas estas relaciones estaban articuladas entre sí y existía entre
ellas una jerarquía precisa.
En
las sociedades mediterráneas tradicionales la relación padre-hijo era
y sigue siendo la relación dominante dentro de la familia. Una
relación dominante es aquella que posee precedencia sobre las demás, y
en consecuencia es capaz de desplazarlas a un segundo plano. El
carácter dominante de una relación se verifica cuando las personas
implicadas en ella se relacionan en presencia de otros miembros de la
familia. En este caso, la relación dominante desplaza a las demás y se
modifica poco, mientras que las otras relaciones se hacen latentes y el
comportamietno que las caracteriza se modifica notablemente. F. Barth ha
aplicado esta categoría a algunos sistemas de parentesco mediterráneos
y ha llegado a la conclusión de que en ellos la relación dominante es
la relación padre-hijo[xi].
En un trabajo precedente he intentado mostrar cómo esta
caracterización es válida para la sociedad mediterránea del siglo
primero en general y para la sociedad palestina en particular[xii].
El
carácter dominante de la relación padre-hijo se explica fácilmente
cuando se conoce cuál era la finalidad de la familia en aquella
sociedad y cuáles eran los medios utilizados para alcanzarla. La
finalidad era, como ya he dicho, preservar la integridad y garantizar la
continuidad del grupo familiar y sus propiedades. Para lograr estos
objetivos la familia disponía de dos instrumentos básicos: la
autoridad patriarcal, y un complejo sistema de transmisión de sus
bienes, fueran estos materiales (propiedades) o inmateriales (religión
y honor). Estos dos instrumentos estaban vinculados a la figura del paterfamilias,
de modo que cuando éste faltaba la familia corría el riesgo de
desintegrarse o desaparecer. Para evitarlo, la familia mediterránea
tradicional poseía un férreo mecanismo de sucesión que pivotaba sobre
los varones, y que tenía su eje en la relación padre-hijo[xiii].
La
relación padre-hijo era, por tanto, la cadena de transmisión que
garantizaba la integridad y la continuidad de la familia. El momento
crítico de dicha transmisión era la muerte del padre, y por eso en él
se concentraban una serie de leyes (herencia) y de ritos (entierro del
padre) que servían para realizar el traspaso de los atributos y
funciones del padre al hijo. Esta transmisión era decisiva para la
continuidad de la familia, y por tanto no podía dejarse al azar, sino
que se preparaba a lo largo de toda la vida. El ideal era que un hijo
llegara a ser una réplica exacta de su padre, porque un día ocuparía
su lugar y perpetuaría su presencia en la familia, según el dicho de
Ben Sira: "muere un padre y es como si no muriera, pues deja tras
de sí un hijo como él" (Eclo 30,4)[xiv].
Esta convicción hizo que la imitatio
patris y la emulación de los antepasados fueran elementos muy
importantes en la educación de los hijos.
La
preparación del hijo para suceder a su padre era un asunto decisivo en
el que no cabía la improvisación, y por eso las leyes que regían la
relación padre-hijo habían sido codificadas en una serie de derechos y
obligaciones, que constituyen los atributos intrínsecos de dicha
relación[xv].
Estos derechos y obligaciones se daban en los dos sentidos de modo que
los derechos de uno correspondían a las obligaciones del otro. Voy a
comenzar exponiendo las obligaciones que el hijo tenía hacia el padre,
y después me detendré en sus derechos, que eran al mismo tiempo
obligaciones del padre hacia él. Ambos aspectos son interesantes para
nuestro propósito, pues ambos implican comportamientos de parte del
hijo, sean estos activos (obligaciones) o pasivos (derechos), y ambos
pueden sernos útiles para rastrear actitudes propias de un hijo en el
comportamiento de Jesús.
Las
obligaciones del hijo hacia su padre
Quien
desee conocer las obligaciones que un hijo tenía hacia su padre en el
judaísmo del siglo primero debe comenzar por examinar las implicaciones
que tenía entonces el quinto mandamiento del decálogo, que mandaba
honrar al padre y a la madre (Ex 20,12 y Dt 5,16), pues éste es
también el punto de partida de los escritores de la época cuando
hablan de ella[xvi].
El
honor era el valor central de aquella cultura, y por tanto el que
determinaba la mayoría de los comportamientos de quienes vivían en
ella. Era un bien común que todos los miembros de la familia estaban
obligados a defender, conservar y acrecentar[xvii],
y una forma privilegiada de hacerlo era observar la jerarquía que Dios
había establecido dentro de la familia al otorgar "más honor al
padre que a los hijos" (Eclo 3,2). El fundamento del mandato de
honrar al padre era una disposición divina que entendía la función de
los padres como servidores de Dios en el acto de procrear y determinaba
su posición dentro de la familia con respecto a los hijos[xviii].
El padre, como representante público de la familia, concentraba en sí
el honor del que participaban todos sus miembros, y por eso se decía
que "el honor de un hombre está en la honra de su padre" (Eclo
3,11). La defensa del honor del padre era, en el fondo, una defensa del
honor de la familia, y por tanto de todos los que pertenecían a ella.
El
mandato de honrar al padre se traducía en tiempos de Jesús en
obligaciones más precisas. Filón lo concreta en estas cinco:
respetarle como a persona mayor, escucharle como a maestro,
corresponderle como a benefactor, obedecerle como a gobernante, y
temerle como a señor[xix].
Estas mismas obligaciones aparecen también de forma más dispersa en la
literatura sapiencial[xx],
de donde se deduce que la visión de Filón es representativa de lo que
se pensaba en el judaísmo sobre estas obligaciones. El fundamento de
todas ellas y la razón que se invocaba para motivarlas era que los
hijos debían pagar a los padres lo que éstos habían hecho por ellos
en su niñez. El pago de esta deuda era mucho más urgente en la vejez,
cuando los padres no podían valerse por sí mismos[xxi].
Veamos brevemente las otras cuatro obligaciones mencionadas por Filón:
el respeto, la escucha, la obediencia y el temor.
Respetar
al padre (y a la madre) implicaba no maltratarle, ni maldecirle, ni
burlarse de él, y sobre todo reconocer su lugar de precedencia dentro
de la familia a través de gestos y manifestaciones visibles. En
consecuencia, el que despreciaba a su padre atraía sobre sí la
maldición y alejaba de sí la bendición y el que desamparaba a su
padre en la vejez era un blasfemo[xxii].
La
obligación de escuchar la enseñanza del padre es, en realidad una
consecuencia de la obligación que el padre tenía de instruir al hijo.
Este estaba obligado a acoger de buen grado su instrucción y a ponerla
en práctica (Prov 1,1-4). Volveremos sobre ella al hablar de dichas
obligaciones.
La
obediencia era, probablemente, el signo más claro de que un hijo
honraba a su padre. Filón justifica esta obligación diciendo que un
padre nunca mandaría a sus hijos nada que se apartara de la virtud[xxiii].
Es la explicación de un filósofo que trata de hacer razonable el
mandato de obedecer. En realidad la obediencia que todos los miembros
deben al paterfamilias tiene
como objetivo reforzar su autoridad, de la que depende la cohesión del
grupo familiar, y esta obligación es mucho más urgente en el hijo, que
estaba llamado a suceder a su padre. En el libro del Deuteronomio
encontramos una ley referida al hijo desobediente (Dt 21,18-21), que
seguía vigente en la época helenístico-romana, y que confirma la
importancia que se atribuía en tiempos de Jesús a esta obligación[xxiv].
La obediencia era, sin duda, uno de los rasgos más característicos de
la actitud de un hijo hacia su padre.
Filón
menciona en último lugar el temor y comenta esta obligación a partir
de un pasaje del Levítico en el que prescribe: "que cada uno de
vosotros tema a su padre y a su madre" (Lv 19,3). Según él,
Moisés quiso anteponer el temor al afecto no como una norma general,
sino como una motivación para algunos casos[xxv].
El temor es la actitud característica de los esclavos hacia sus amos, y
los hijos son tales con respecto a sus padres. Resulta inevitable pensar
que la recomendación de temer a Dios tan recurrente en la literatura
sapiencial podría estar relacionada con esta obligación de los hijos
hacia sus padres.
Las
obligaciones del padre hacia el hijo
Las
obligaciones del padre hacia el hijo se entrelazan a veces con las del
hijo hacia el padre que acabamos de enumerar. Así, por ejemplo, el
padre tenía obligación de instruir a su hijo, pero éste, a su vez,
tenía la obligación de recibir la enseñanza de su padre. En la
mayoría de los casos se da una correspondencia de este tipo, de modo
que el hijo siempre tenía la obligación de recibir aquello que la ley
y la costumbre asignaban al padre como obligación. Esto justifica que
nos detengamos en las obligaciones del padre hacia el hijo, pues
también en ellas podemos encontrar algunos elementos que nos ayuden a
caracterizar la actitud del padre hacia el hijo.
La
primera obligación de un padre hacia su hijo era la de darle la vida, y
junto con ella proveerle del sustento necesario, ofrecerle un techo
donde cobijarse, protegerle y ayudarle en todo lo que pueda. Se trata de
una ley inscrita en la naturaleza por Dios, que tenía especial
importancia en los primeros años de la vida, pero que se extendía a lo
largo de toda ella. Todas estas obligaciones del padre ponían de
manifiesto su solicitud hacia el hijo[xxvi].
Recordemos que algunas de ellas aparecen en los dichos de Jesús que se
refieren a Dios como a un padre que cuida con solicitud a sus hijos y
les proporciona sustento y vestido.
Especialmente
importante era la obligación que el padre tenía de educar e instruir a
su hijo[xxvii].
Sabemos que en la Palestina del siglo primero la educación de los hijos
estaba a cargo de los padres y no de la sinagoga o de la escuela[xxviii].
El padre era el encargado de enseñar a sus hijos la adecuada gestión
de la casa y de las propiedades familiares, y si se trataba de una
familia más humilde, de enseñarle un oficio[xxix].
Un aspecto muy importante de la educación doméstica consistía en el
relato de las gestas de los antepasados, con las que la familia había
recibido prestigio y honor. El ejemplo de los antepasados ilustres
servía para modelar el carácter y el estilo de vida de aquellos que un
día tendrían la responsabilidad de continuar el nombre de la casa[xxx].
Finalmente, el padre tenía la importante obligación de transmitir al
hijo la tradición religiosa. En varios pasajes del AT el padre es quien
debe explicar un determinado acontecimiento, institución o memorial,
relacionado con los grandes acontecimientos de la historia de su pueblo:
el éxodo, la conquista y
el don de la tierra, la entrega de la ley, etc[xxxi].
Finalmente
hemos de señalar un aspecto que tenía gran importancia en la relación
del padre con el hijo: la obligación que el padre tenía de tratar al
hijo con severidad, imponiéndole su autoridad incluso con castigos[xxxii].
Este modelo educativo, que tiene poco que ver con el que se promueve en
nuestra sociedad, era el más común en la sociedad en que vivió
Jesús. Está basado en una concepción negativa de la naturaleza
humana, que es necesario corregir y educar para que se adapte a modelos
sociales de comportamiento y pueda así afrontar en el futuro las
contrariedades de la vida. Esta forma de tratar al hijo reafirmaba la
autoridad paterna, y servía para acrecentar la cohesión familiar[xxxiii].
Conclusión
Estas
obligaciones del hijo hacia el padre y del padre hacia el hijo no agotan
ni mucho menos el contenido de la relación paterno-filial, pero sí dan
una idea de los atributos intrínsecos que definían dicha relación en
tiempos de Jesús. Podemos resumirlos en las siguienes afirmaciones:
-
El hijo estaba destinado a reproducir la imagen de su padre,
porque su principal misión sería sucederle al frente de la casa. La imitatio
patris era, en consecuencia un aspecto muy importante de la
educación y del comportamiento del hijo.
-
El hijo estaba obligado a honrar a su padre a lo largo de toda su
vida, y a asistirle en sus necesidades en la ancianidad.
-
El hijo debía obedecer en todo a su padre, reconociendo de forma
concreta la autoridad que aquel tenía sobre él.
-
El hijo debía respetar y temer a su padre, reconociendo su
precedencia y el honor mayor que le había sido conferido por Dios.
-
El hijo recibía de su padre la vida y con ella todo lo necesario
para subsistir: vestido, alimento, techo, etc.
-
El hijo recibía de su padre una amplia instrucción, que iba
desde lo material (aprender un trabajo), hasta lo más espiritual
(transmitir las enseñanzas religiosas más importantes). El hijo estaba
obligado a acoger esta instrucción con buena actitud.
-
El hijo debía recibir la disciplina y los castigos de su padre
de buena gana, pues aunque no lo comprendiera sabía que se trataba de
algo necesario para su educación. Es razonable pensar que Jesús compartió estos principios que regulaban consciente o inconscientemente la relación padre-hijo en la cultura en la que él vivía, y también podemos pensar que estos esquemas culturales nos ofrecen algunas pistas para descubrir en su comportamiento las actitudes propias de un hijo hacia su padre.
Guijarro Oporto, S., ìDios Padre en la actuación de Jesúsî Estudios Trinitarios 34 (2000) 33-69.
[i]
R. Hamerton-Kelly,
God the Father. Theology
and Patriarchy in the Teaching of Jesus, Philadelphia 1979, pp.
55-70 es uno de los pocos autores que se han planteado un estudio de
la experiencia familiar de Jesús como presupuesto para entender lo
que él quería decir cuando hablaba de Dios como Padre.
[ii]
Sobre la naturaleza social del lenguaje véase: S.
Guijarro Oporto, La
lectura del NT como diálogo intercultural, en: J. R. Ayaso (ed.),
IV Simposio Bíblico
Español. Biblia y Culturas, Granada
1993, vol. II, 353-62, pp. 000-000
[iii]
La distinción entre sociedades altamente contextualizadas y
sociedades escasamente contextualizadas ha sido aplicada al mundo
del NT por B. J. Malina,
Reading Theory Perspective. Reading
Luke-Acts, en: J.
H. Neyrey (ed.), The
Social World of Luke-Acts. Models for Interpretation,
Massachusets 1991, 3-23, pp. 19-20.
[iv]
Esta afirmación va más allá de la que guió la interesante
investigación de R. Hamerton-Kelly,
God the Father
55. Véase también nota nº 31.
[v]
Sobre los escenarios de lectura véase: J.
H. Elliott, What is
Social-Scientific Criticism?, Minneapolis 1993, 40-48.
[vi]
La mayor parte de la información la encontramos en la
literatura judía de la época. La mayor parte de la producción
literaria a la que tenemos acceso (Eclo, Filón, Flavio Josefo)
denota un fuerte influjo helenístico.
[vii]
Nos interesan sobre todo los estudios de tipo comparativo en
los que aparecen los rasgos comunes: los valores implicados, la
definición de las relaciones, etc. Este tipo de patrones culturales
con muy resistentes al paso del tiempo, y por eso han perdurado en
las sociedades tradicionales menos afectadas por los cambios de los
dos últimos siglos. Véase: B.
J. Malina - J. H. Neyrey, First-Century
Personality: Dyadic not Individual, en: J.
Neyrey (ed.), The
Social World 67-96,
pp. 70-72.
[viii]
La literatura sobre la familia en el mundo greco-romano es
muy amplia. Nosotros tendremos en cuenta sobre todo los estudios
sobre la familia en el judaísmo de la época, aunque al nivel de
las clases acomodadas las diferencias eran muy pocas. La obra de
referencia en este campo es: S.
J. D. Cohen (ed.), The
Jewish Family in Antiquity, (Brown Judaic Studies 289) Atlanta
1993. Sobre la situación de la familia en Galilea: S.
Guijarro Oporto, La
familia en la Galilea del siglo primero, Estudios Bíblicos 53
(1995) 461-488
[ix]
He expuesto con más detalle cómo deben conjugarse estos
elementos, y las precauciones que deben observarse al hacerloi en: S.
Guijarro Oporto, Fidelidades
en conflicto. La ruptura con la familia por causa del discipulado y
de la misión en la tradición sinóptica, (Plenitudo Temporis
5), Salamanca 1998, 36-42.
[x]
S. Guijarro Oporto,
Fidelidades en conflicto
132-133.
[xi]
F. Barth, Role
Dilemmas and Father-Son Dominance in Middle Eastern Kinship Systems,
en: L. K. Hsu (ed.),
Kinship and Structure,
Chicago 1971, 87-95.
[xii]
S. Guijarro Oporto,
Reino y familia en conflicto:
una aportación al estudio del Jesús histórico, Estudios
Bíblicos 56 (1998) 507-541, pp. 523-527.
[xiii]
Sobre la continuidad de la familia a través de la relación
padre-hijo, véase: S.
Guijarro Oporto, Fidelidades
en conflicto 138-139;
sobre la autoridad del paterfamilias
y sus funciones, véanse pp. 129-133.
[xiv]
Véase también Eclo 44,10-11; 46,12. Lo mismo encontramos en
el mundo greco-romano, como revelan las palabra que Dión Casio pone
en boca de Augusto, describiendo al hijo como "otro yo"
que perpetúa la presencia del padre (Discursos
LVI 3,1-6).
[xv]
Según F. Barth,
Role Dilemmas
88: "los atributos intrínsecos son las especificaciones
básicas de la relación que ningún participante en ella puede
negar en su comportamietno sin rechazar la relación e su
totalidad"
[xvi]
Son representativos de la interpretación de esta época los
comentarios de Ben Sira (Eclo 3,1-16); Filón de Alejandría (Decal
106-120) y Flavio Josefo (Ap
2,206-208).
[xvii]
S. Guijarro Oporto,
Fidelidades en conflicto
117-123.
[xviii]
Filón, Decal
119: "los padres son los siervos de Dios para la tarea
de engenderar a los hijos y aquel que deshonra al siervo deshonra
también al señor"
[xix]
Filón, Spec
2, 234. Sobre las obligaciones de los hijos hacia lo padres
en la obra de Filón de Alejandría, véase: A.
Reinhartz, Parents and
Children: A Philonic Perspective, en: S.
J. D. Cohen (ed.), The
Jewish Family 61-88,
pp. 77-81. Para una visión más amplia en el judaísmo de la
épóca helenística: O. L.
Yarbrough, Parents and
Children in the Jewish Family of Antiquity, en: S.
J. D. Cohen (ed.), The
Jewish Family 39-59,
pp. 49-53.
[xx]
Prov 1,8; 4,1; 23,22; 19,26; 20,20; 30,17. Eclo 3,3-16; Sal
126,3-5. Véase también: Filón, Decal
111-120. 165-167; Spec.
2,223-262.
[xxi]
Filón, Decal
116-118.
[xxii]
Dt 27,16; Eclo 3,8-9. 16; Josefo, Ap
2,206.
[xxiii]
Filón, Spec
2,235.
[xxiv]
Filón, Spec 2,232.
243-248; Josefo Ant
4,260-264; 16,365. Sobre la vigencia de esta ley en
Palestina en tiempos de Jesús, véase: S.
Guijarro Oporto, Fidelidades
en conflicto 235-238.
[xxv]
Filón, Spec
2,239.
[xxvi]
A. Reinhartz, Parents
and Children 69-73.
[xxvii]
Prov 4,1-4; Tob 4; Filón, Spec
2,228.
[xxviii]
Según una tradición del Talmud, fue Josué Ben Gamala, un
contemporáneo y amigo de Flavio Josefo, quien comenzó a reclutar
maestros en Jerusalén y luego en otros distritos para enseñar la
Ley a los jóvenes, pero "en otros tiempos, cuando un niño
tenía a su padre éste era el que lo instruía, y si no tenía
padre, no recibía instrucción" (bBB
21a).
[xxix]
mQid 4,14.
[xxx]
Josefo, Ap 2,204
[xxxi]
Ex 12,26-27; 13,14-15; Dt 6,20-24; Jos 4,6-7. 21-23.
Sobre la función catequética del padre en Israel, véase: C. J. H.
Wright, God's People in God's
Land: Family and Property in the Old Testament, Grand Rapids
1990, 83-84. En la época helenística: Tob 4; 4Mac
18,10-19; Filón, Legat
115; Spec
4,150; Flavio Josefo, Ap
1,60; mPes
10,4.
[xxxii]
Esta concepción tradicional de la educación se encuentra ya
en el libro de los Proverbios (Prov 13,24; 22,15 y 23,13-14), y
está magníficamente recogida en un pasaje de Ben Sira y en otro de
Filón (Eclo 30,1-13; Spec
2,240). Véase: A.
Reinhartz, Parents and
Children 74-77; y
también: O. L. Yarbrough,
Parents and Children
45-46.
[xxxiii]
Todos estos aspectos han sido puestos de manifiesto en el
magnífico estudio de J. J. Pilch, Beat
his Ribs while he is Young (Sir 30:12): A Window on the
Mediterranean World, Biblical Theology Bulletin 23 (1993)
101-113, pp. 102-107. |