Gentileza de www.neoliberalismo.com para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL

 

PROFETAS CON HONOR

 

Paul Johnson
Traducción: Adolfo Rivero


Quizás deberíamos llamarlo "fatiga ideológica". Ahora que el Imperio Soviético ha desaparecido y que el comunismo, en la medida en que todavía existe, se ha trasmutado en una simple secta de criminales políticos, hay una cierta sensación de fatiga entre los que ayudaron a destruirlo. Es verdad que Ronald Reagan nunca perdió su entusiasmo y que Margaret Thatcher le explicará jubilosamente cómo lo hicieron a todo el que quiera escucharla. Pero este tipo de anticomunista es raro. La mayor parte está cansada del tema.

Leszek Kolakowski, el filósofo político polaco - cuya historia del marxismo en tres volúmenes es una de las grandes tareas de demolición de la historia - me dijo que mas nunca quería volver a oir hablar de "marxismo" ni de "comunismo". Comprendo exactamente como se siente. Mientras más se examina el panteón comunista, desde el mismo Marx hasta ídolos caídos como Bertold Bretch, más repelentes nos aparecen. Casi sin excepción, son gente horrible. Y su doctrina es una mezcla de odio, mentiras e hipocresía. Es asombroso que se haya podido engañar a tanta gente. Es asombroso hasta en los intelectuales, tan amigos de engañarse a si mismos. Realmente, hay una tendencia casi irresistible a cerrar este deprimente capítulo de la historia, y volver la atención hacia mejores cosas.

Y, sin embargo, hay que resistir la tentación. Necesitamos comprender por qué se pudo engañar a tanta gente durante tanto tiempo. Y una forma de hacerlo es examinar la historia de los que trataron de exponer el mito del comunismo y advertir sobre sus peligros - desde 1917 hasta fines de los años 80. Richard Gid Powers ha hecho exactamente eso. "Not Without Honor", (Free Press, 554 páginas, $30) su historia del anticomunismo norteamericano, es minuciosa, desapasionada, equilibrada y, en conjunto, singularmente exacta.

Not without Honor nos cuenta esa historia desde la época de Lenin y Wilson, pasando por el Red Scare de Mitchell Palmer, el secretario de Justicia de Wilson, hasta la feroces batallas ideológicas de los años 30. Desde la prohibición de criticar a la URSS durante la II Guerra Mundia hasta la posguerra y la Guerra Fría. Desde el ascenso y caída del macartismo, la "contención" y su erosión, los desastrosos años 70 y el triunfo final de los 80.

Es probable que el libro no se lea tanto como se merece debido a la "fatiga ideológica". Pero debería de leerse. No sólo porque contiene muchas importantes lecciones históricas sino porque nos dice mucho sobre la fragilidad de la naturaleza humana y, en particular, de los intelectuales.

Serios y reflexivos anticomunistas, que en su mayoría habían sido "liberales" y demócratas, se vieron obstaculizados por las payasadas de fanáticos (como Palmer) de la extrema derecha (como el padre Charles Coughlin) o por los simples oportunistas (como Joseph McCarthy). La guerra intelectual contra el comunismo tenía que tomar en cuenta la falta del más elemental sentido de equilibrio entre los intelectuales americanos que creían que los ocasionales excesos del anticomunismo representaban una mayor amenaza para la libertad que el comunismo mismo. Consideraban que Palmer, Coughlin y MacCarthy, culpables de que algunos cientos de personas fueran expulsadas del país o perdieran sus empleos, como iguales o peores que Stalin, Mao Tse Tung o Pol Pot, que mandaron a matar a decenas de millones, sino a cientos de millones, de seres humanos. ... A muchos intelectuales los llevó a un paroxismo de cólera saber que el Congreso por la Libertad de la Cultura, la organización que patrocinaba conferencias liberales y anticomunistas, así como la revista Encounter, habían sido secretamente subsidiadas por la CIA. Los intelectuales consideraban a la CIA - que simplemente quería preservar las instituciones americanas y frustrar los esquemas de los enemigos totalitarios de Estados Unidos - eran considerados como el equivalente moral de la KGB o peor, quizás, porque estaba más cerca. (Este resentimiento contra la CIA es evidente en innumerables películas de Hollywood y lo podemos apreciar en el reciente documental de CNN sobre la historia de la Guerra Fría.)

Hannah Arendt, Dwight McDonald y Norman Mialer llamaron a los participantes en el Congreso, "cucarachas de albañal". Este hábito de referirse a los seres humanos como insectos, por cierto, es típico de los que que (emocionalmente) prefieren el comunismo al anticomunismo. Ese tipo de discurso era característico del lenguaje de la Internacional Comunista. En el Congreso de Intelectuales celebrado en Wroklau en 1948, Alexander Fadaev describió a Jean Paul Sartre, momentáneamente mal visto por Stalin, como "una hiena, un perro de presa del capitalismo". Posteriormente, Sartre consiguió de nuevo la benevolencia soviética y afirmó que "cualquier anticomunista es una rata". Hasta 1980 era muy fuerte el sentimiento de que cualquiera que se opusiera vigorosamente al comunismo, especialmente los que habían estado en la izquierda, estaban "traicionando" a los trabajadores.

Pero el libro de Powell brinda pruebas convincentes de que el comunismo no sólo fue destruido por sus naturales enemigos de la derecha sino también por los antiguos izquierdistas que se habían dado cuenta de su error. Powers tiene mucho que decir sobre el papel de los intelectuales judíos en esta contraofensiva. Los judíos habían jugado un papel importante en el lanzamiento del comunismo tanto en Rusia como en el mundo, y es por eso que extremistas anticomunistas como el Padre Coughlin vinculaban al comunismo con "la judería internacional''. En todo caso, hasta 1945, el anticomunismo tenía un fracción antisemita en uno de sus extremos. Pero, como dice Powers, "el desproporcionado número de judios en la primera generación de comunistas americanos significó que también habría un desproporcionado número de judíos entre los amargados excomunistas y simpatizantes que empezaron a luchar contra el comunismo desde los años 30".

En la lista de honor de los que lucharon contra el comunismo y nunca abandonaron su compromiso con la democracia, el estado de derecho y el imperio de la ley, y que siguieron luchando por un mundo más libre y más justo, los judíos ocupan un lugar destacado: Arthur Koestler, Irving Kristol, Sidney Hook, Norman Podhoretz, Melvin Lasky, Louis Marshall, Abraham Cahan, Eugene Lyons, la lista es larga. "Anticomunistas" y "partidarios de la Guerra Fría" siguen siendo, para muchos, términos de oprobio, sobre todo en los medios académicos y los medios de comunicación. Pero la realidad es que la Guerra Fría fue una guerra por la libertad y por la justica, una guerra que Occidente ganó gracias a esos combatientes.

Es probable que el comunismo haya sido la ideología más maligna que haya amenazado nunca al mundo. Fue más hábil y más perdurable que el nazismo. Luchar contra el comunismo fue una empresa noble y frecuentemente heroica en la que crudos anticomunistas como Joe McCarthy sólo fueron figuras marginales. Not Without Honor pone las cosas en su lugar y enriquece la historiografía de nuestro tiempo.