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LOS PODERES CREADORES DE UN CIVILIZACIÓN LIBRE

 

F.A.Hayek
Traducción: Adolfo Rivero


La máxima socrática de que el reconocimiento de nuestra ignorancia es el principio de la sabiduría tiene una profunda aplicación en la vida social. Si queremos comprender cómo funciona la sociedad primero tenemos que estar concientes no sólo de nuertra ignorancia de la mayor parte de las circunstancias que determinan sus acciones sino también de la necesaria ignorancia del hombre como tal en relación con buena parte de lo que determina el desarrollo de la sociedad.

No es una exgeración decir que el hecho más importante del que tiene que partir cualquier intento de comprender la vida social es, precisamente, esa inevitable ignorancia sobre lo que determina la mayor parte de nuestras propias acciones. Esto es así porque la ventajas de la vida social, y particularmente de esas formas más avanzadas de la vida social que llamamos civilización, descansan sobre la paradoja de que el individuo puede utilizar más conocimiento del que posee. Se pudiera decir que la civilización comienza donde el individuo puede beneficiarse de más conocimiento del que él mismo puede adquirir, y puede copar con su ignorancia utilizando un conocimiento que no tiene.

Sin embargo, por su propia naturaleza, nuetra ignorancia es uno de los temas más difíciles de discutir. A primera vista, pudiera parecer imposible por definición hablar razonablemente sobre ella. No podemos dicutir inteligentemente algo de lo que no sabemos nada. Al menos debemos poder formular la pregunta cuya respuesta desconocemos. Con ese objetivo, tenemos que tener algún conocimiento genérico sobre el tipo de cosa, o el tipo de mundo, del que estamos hablando. Si vamos a comprender cómo funciona la sociedad tenemos que reconocer, como mínimo, la realidad y la amplitud de nuestra ignorancia. Aunque no podemos ver en la oscuridad, al menos tenemos que poder establecer los límites de la oscuridad para comprender nuestra conducta

Es necesario reflexionar sobre la afirmación de que el hombre ha creado su civilización así como sobre la habitual conclusión de que si el hombre ha hecho sus instituciones, también puede cambiarlas cuando quiera. Pero esa conclusión sólo estaría justificada si el hombre hubiera creado deliberadamente la civilización con plena comprensión de lo que estaba haciendo o si, por lo menos, comprendiera plenamente cómo se mantiene la misma. En cierto sentido, por supuesto, es cierto que el hombre ha hecho su civilización. Es el resultado de sus acciones o, más bien, de las acciones de cientos de generaciones. Pero eso no significa que la civilización sea el resultado de un proyecto humano, que el hombre haya apuntado hacia lo que ha producido o inclusive que sepa cómo ha surgido, o de qué depende, su funcionamiento y continuidad.

 

La concepción de que el hombre, dotado de una mente capaz de concebir la civilización, se hubiera dispuesto a crear esa civilización como si la hubiera preconcebida en su mente, es fundamentalmente falsa. El hombre simplemente no impone en la naturaleza un patrón mentalmente preconcebido. Su propia mente es un patrón constantemnte cambiante como resultado de su esfuerzo por adaptarse al medio ambiente. Es igualmente falso pensar que para alcanzar una civilización más alta sólo tenemos que poner en práctica las ideas que nos guían en la actualidad. Si vamos a progresar, tiene que haber espacio para una constante revisión de nuestras concepciones actuales producto de la experiencia. Somos tan incapaces de concebir cómo será la civilización, o cómo podrá ser, de aquí a a 500 o sólo 50 años, como lo hubiera sido el hombre medieval para prever nuestra forma de vida actual.

Toda esa concepción del hombre que construye deliberadamente su civilización se deriva de un intelectualismo falso que trata la razón humana como algo fuera de la naturaleza y con una capacidad de razonamiento independiente de la experiencia. Pero el desarrollo de la mente humana es parte del desarrollo de la civilización, y es el estado de la civilización en cualquier momento dado el que determina la amplitud y posibilidad de los valores humanos. La mente no puede prever su propio progreso. Aunque siempre debemos tratar de conseguir nuestros actuales objetivos, también tenemos que dejar espacio para que nuevas experiencias y futuros acontecimientos decidan cuáles de esos objetivos se conseguirán. No debemos adoptar la posición extrema de algunos antropólogos modenos cuando alegan que "No es el hombre el que controla la cultura, es al revés." Pero ciertamente es útil recordar que "sólo es nuestra profunda ignorancia de la naturaleza de la cultura lo que nos permite creer que la dirigimos y controlamos." Esa posición es un correctivo necesario de la concepción intelectualista. Nos ayuda a ver con mayor claridad la constante interacción entre nuestros esfuerzos intelectuales conscientes por lo que pensamos alcanzable y la red de intuiciones, hábitos y creencias dentro de los que se produce algo muy diferente de lo que habíamos proyectado.

Echemos de lado por un momento nuetra idea fundamental, lo que hemos querido subrayar, es decir, en que medida nuestra propia mente es un producto de la civilización en la que se ha desarrollado, y que poco consciente está de la experiencia que en realidad utiliza hasta que la misma se haya incorporada en nuestros hábitos, convenciones, lenguaje y principios morales. Aún así, nuestra ignorancia de la mayoría de las circunstancias que nos permiten alcanzar nuestros objetivos es simplemente abrumadora. Basta con una somera reflexión sobre el tema.

 

O, para decirlo de otra manera: es en gran medida porque la civilización nos permite aprovechar el conocimiento que no poseemos individualmente, y porque el uso que cada individuo hace de su conocimiento particular puede ayudar a que otros, que él no conoce, consigan sus objetivos, que el hombre, como miembro de una sociedad civilizada, puede conseguir sus fines individuales mucho más éxitosamente de lo que pudiera hacerlo solo. Sabemos poco de los hechos particulares a los que el conjunto de la actividad social tiene que ajustarse continuamente para darnos lo que nos hemos acostumbrado a esperar. Sabemos inclusive menos de las fuerzas que provocan ese ajuste al coordinar apropiadamente la actividad individual. En realidad, nuestra actitud cuando descubrimos lo poco que sabemos de lo que nos hace cooperar, es asombro o curiosidad. Mucho de nuestros ocasionales impulsos de destrozar la maquinaria de la civilización se debe a esa incapacidad del hombre para comprender lo que está haciendo.

La civilización se basa en la utilización de la experiencia, adquirida por incontables individuos y generaciones y trasmitida a través de un proceso de comunicación y transmisión de conocimiento. La identificación del desarrollo de la civilización con el crecimiento del conocimiento que eso sugiere sería muy engañosa, sin embargo, si por "conocimiento" sólo entendiéramos el conocimiento consciente, explícito de los individuos, el conocimiento que significa que podemos explicar qué es esto o aquello (2). Todavía sería más engañoso si el conocimiento euviera confinado al conocimiento científico y es importante comprender que, en contra de un punto de via muy popular (3), el conocimiento científico ni siquiera agota todo el conocimiento explícito y consciente que la sociedad utiliza constantemente. Los métodos científicos de investigación no son adecuados para satisfacer todas las necesidades de conocimiento explícito sobre el que está basado el funcionamiento de la sociedad.

No todo el conocimiento de hechos particulares, de las condiciones de tiempo y lugar que el hombre utiliza conantemente, se presta a organización o a registro centralizado: gran parte de la misma sólo existe dispersa entre innumerables individuos. Lo mismo es válido de esa gran parte del conocimiento que no es conocimiento suantivo sino conocimeinto de dónde y cómo encontrar la necesaria información. Yo he discutido esos tipos de conocimiento en otra parte, especialmente en un artículo en Schweizer Monatshefte (octubre de 1956). Pero para nuestros objetivos actuales, no es esa distinción entre diferentes tipos de conocimiento racional la más importante y los incluiremos todos cuando hablemos de conocimiento explícito.

El aumento del conocimiento y el desarollo de la civilización sólo son sinónimos si interpretamos el conocimiento para que incluya toda adaptación humana al medio ambiente al que se ha incorporado la experiencia anterior. En ese sentido, no todo conocimiento es parte de nuestro intelecto y nuestro intelecto no es todo nuestro conocimiento. Nuestros hábitos y capacidades, nuestras actitudes emocionales, nuestros instrumentos y nuestras instituciones – en ese sentido todas son adaptaciones, más o menos efectivas, formadas por la experiencia pasada y que se han desarrollado por eliminación selectiva de las conductas menos adecuadas y que conituyen un fundamento tan indispensable de nuera acción exitosa como nuesro conocimiento consciente. No todos esos factores no racionales subayacentes en nuestra acción conducen inevitablemente al éxito. Se puede retener muchos de ellos mucho después de que hayan sobrepasado su utilidad y aún cuando se hayan convertido más en un obstáculo que en una ayuda. Sin embargo, no podríamos vivir sin ellos: el empleo mismo de nuestro intelecto descansa sobre su constante uso.

El hombre se enorgullece del aumento de su conocimiento. Pero, como resultado de lo que él mismo ha creado, las limitaciones de su conocimiento consciente y, por consiguiente, la amplitud de su ignorancia ha aumentado constantemente. Desde el inicio de la ciencia moderna, las mejores cabezas han reconocido que "el diapasón de la ignorancia reconocida crecerá con el avance de la ciencia." (4) Infortunadamente, el efecto popular de ese progreso científico ha sido la creencia, aparentemente compartida por muchos científicos, de que el espectro de nuestra ignorancia está disminuyendo constantemente y que, por consiguiente, que podemos pretender un mayor y más amplio control de todas las actividades humanas. Todavía más importante es el hecho de que, en la medida en que aumenta la civilización, el individuo sabe cada vez menos del ambiente artificial del que depende cada vez más.

He hablado de la trasmisión y comunicación del conocimiento para señalar dos aspectos diferentes del proceso de civilización. Uno es la trasmisión en el tiempo, el traspaso de generación en generación de un acervo acumulado de conocimiento. El otro es la comunicación de la información sobre la que basar sus decisiones entre contemporáneos. Estos dos aspectos no pueden separarse nítidamente porque los diversos medios de comunicación entre contemporáneos están entre los elementos más importantes de nuestra herencia cultural, de esos instrumentos que utilizamos, sin comprenderlos, para perseguir nueros fines.

Eso es válido cuando se aplica a la acumulación y transmisión del conocimiento abstracto, conciente, que llamamos ciencia, y también en relación con nuestra conciencia de los rasgos concretos del mundo en que vivimos – la "geografía" de nuestro medio. Pero esto es sólo una parte, aunque la más conspicua, de la experiencia heredada y es la única de la que necesariamente "sabemos" en el sentido ordinario del término. Con todo, también estamos mejor equipados para tratar con nuestros medio debido a las muchas "herramientas" que tenemos además del conocimiento consciente –herramientas que la raza humana ha ido evolucionando gracias al proceso de aprendizaje y manipulación de los resultados. Subrayo los resultados porque las herramientas cada vez mejores que han sido transmitidas por sucesivas generaciones sólo encarnan los resultados de la experiencia sin que se trasmita el conjunto de la experiencia. Una vez que la herramienta más eficiente está disponible, se usará sin que el usuario sepa por qué es mejor o cuáles son las alternativas.

En ee sentido, las "herramientas" que el hombre ha desarrollado, y que son una parte tan importante de su adaptación al medio, no sólo consisten en implementos materiales y, ni siquiera, en los tipos de conducta que él individualmente usa como medio para un fin. En gran medida, el hombre no sólo ignora por qué usa ciertas herramientas en vez de otras sino también de qué dependen sus acciones y en qué medida los resultados que consigue están condicionados por hábitos de los que no está consciente. Esto es válido no sólo para el hombre civilizado sino, y quizás aún más, para el hombre primitivo. Con el aumento del conocimiento consciente ha habido una acumulacion igualmente importante de herramientas en el sentido de formas probadas, y generalmente adoptadas, de hacer las cosas. Una civilización avanzada y todas las acividades del hombre civilizado, incluyendo su pensamiento racional, dependen del uso inconsciente de esos procedimientos tanto como las formas más sencillas de vida humana. (5)

Por el momento, sin embargo, consideraremos no tanto el conocimiento que nos es trasmitido como como la forma en que se utiliza la experiencia actual. Eso comprende, sobre todo, la ayuda que recibimos de la experiencia actual de otras personas. Los conocimientos y habilidades dispersos, los variados hábitos y oportunidades de todos los miembros de la sociedad se combinan para ajustar las actividades de la sociedad a las circunstancias cambiantes. En la medida en que es posible separar esos dos aspectos, ajuste a la actualidad y cambio, dejaremos de lado el "progreso" y nos concentraremos en esos ajustes que tienen que estarse produciendo continuamente sólo para poder mantener la civilización.

Cualquier hombre que participe en la civilización continuamente se beneficia de una experiencia humana actual que no es la suya y, al mismo tiempo, es llevado a participar en un proceso de adaptación a circunstancias continuamente cambiantes de las que, en su mayoría, no sabe casi nada. Con todo, si va a seguir existiendo, toda la estructura de la sociedad tiene que compartir esos cambios. La persistencia de un orden a través del continuo cambio se basa en una división y combinación de los conocimientos de diferentes personas, en un agregado de diferentes tipos de conocimiento que nadie puede manejar en su conjunto.

Todo cambio de condiciones significará necesariamente algún cambio en el uso de los recursos, en la dirección y tipo de las actividades, en los hábitos y en las prácticas habituales. Y cada cambio en las acciones de los afectados exigirá, en primera lugar, ulteriores ajustes que se extenderán gradualmente al conjunto de la sociedad. En cierto sentido, todo cambio crea un "problema" para la sociedad, aunque ningún individuo lo perciba como tal. Ese problema es gradualmente "resuelto" con el establecimiento de un nuevo ajuste general. Los que toman parte en este proceso tienen muy poca consciencia de por qué están haciendo lo que están haciendo. No tenemos forma de pronosticar quién hará, a cada paso, lo adecuado. No tenemos forma de saber qué combinación particular de actitudes personales, conocimientos y circunstancias le sugerirá a alguien la respuesta exitosa, o por qué canales se trasmitirá su ejemplo a los que vengan después. Es difícil concebir todas las combinaciones de conocimientos y capacidades que participan en este proceso, y de dónde surgen las prácticas que, una vez descubiertas, van a ser generalmente aceptadas. Pero el incontable número de modestos pasos de personas anónimas en el proceso de hacer cosas habituales en circunstancias diferentes establece el ejemplo que se impone después que muchos han ensayado su propia solución. Estos pasos modestos son tan importantes como las grandes innovaciones intelectuales explícitamente reconocidas.

¿Quién demostrará tener la correcta combinación de aptitudes y oportunidades para descubrir la mejor forma? Esto es tan poco predecible como mediante qué proceso diferentes tipos de conocimientos se combinarán para conducir a la solución del problema. Por supuesto, habitualmente la exitosa combinación de conocimientos y aptitudes no resulta de ningún proceso de reflexión colectiva sobre la solución de la tarea. Mas bien se desprende de imitar lo que otros han hecho en circunstancias similares y del esfuerzo por mejorarlo. De las respuestas individuales a signos como los cambios en los precios, o expresiones de valor estéticas o morales; de observar estándares de conducta; en resumen, de usar los resultados de la experiencia de otros individuos, pasados y presentes. El método por el que sólo ciertos elementos del conocimiento relevante son llevados a los diferentes individuos que basan sus decisiones en ellos, descansa en factores que, en su conjunto, son tan poco conocidos como todas las circunstancias que ellos pueden comunicar.

Lo que es esencial para el funcionamiento del proceso es que cada individuo sea capaz de actuar sobre la base de su conocimeinto particular, siempre único por lo menos en cuanto al conocimiento de alguna circunstancia particular se refiere; y que pueda usar sus capacidades y oportunidades individuales dentro de los límites que le son conocidos y para su objetivo individual.

Hemos llegado al punto en que la principal tesis de este ensayo debería ser fácilmente comprensible. En gran medida, la libertad individual se sustenta en el reconocimiento de nuestra inevitable y universal ignorancia en relación con la mayoría de los factores de los que depende la consecución de nuetros objetivos y nuestro bienestar.

Si fuéramos omniscentes, si pudiéramos saber no sólo todo lo que afecta la consecución de nuestros actuales deseos sino también de los futuros, entonces habría poco que decir a favor de la libertad. A su vez, por supuesto, la libertad individual haría imposible una completa previsión. La libertad es esencial para dejar espacio a lo impredecible. La queremos porque hemos aprendido a esperar de ella la oportunidad de conseguir muchos de nuestros objetivos. Es porque cada individuo sabe tan poco, y en particular porque rara vez sabemos quién de nosotros sabe más, por lo que confiamos en los esfuerzos independientes y competitivos de muchos para inducir el surgimiento de lo que vamos a desear cuando lo veamos.

Por humillante que esto sea, tenemos que reconocer que le debemos el progreso e inclusive la preservación de la civilización a que haya el máximo de oportunidad para que sucedan accidentes. Estos accidentes ocurren en la combinación de conocimientos y actitudes, habilidades y hábitos adquiridos por los hombres individuales, y también en la confrontación de hombres calificados con circunstancias particulares con que están equipados para lidiar. Nuestra necesaria ignorancia de tantas cosas significa que, en gran medida, tenemos que lidiar con probabilidades y oportunidades.

Por supuesto, es verdad tanto de la vida social como de la individual que los accidentes favorables en general no simplemente suceden. Tenemos que estar preparados para ellos. Pero, con todo, siguen siendo posibilidades y no certidumbres. Implican riesgos tomados deliberadamente. Significan los fracasos de individuos o grupos tan meritorios como los que triunfan. Significan la posibilidad de un fracaso serio o de un retroceso inclusive para la mayoría, y simpelmente una alta probabilidad de ganancia neta en el balance. Todo lo que podemos hacer es aumentar la posibilidad de que alguna constelación especial de circunstancias capacidades individuales resulte en la formación de algún nuevo instrumento (en el sentido amplio que hemos utilizado) o en la mejoría de uno viejo, y en el aumento de la posibilidad que estas innovaciones serán rápidamente conocidas por los que puedan aprovecharlas.

El hombre aprende de la frustración de sus expectativas. Por supuesto, no deberíamos añadir elementos de impredictibilidad con estúpidas instituciones humanas, en cuyo caso, la invalidez de nuestros esfuerzos no nos enseñaría nada significativo. Mas bien, deberíamos mejorar las instituciones humanas con el objetivo de aumentar la posibilidad de una previsión correcta. Pero, sobre todo, deberíamos dar el máximo de oportunidades para que individuos desconocidos aprendan hechos de los que todavía no están conscientes y oportunidades para usar este conocimiento en sus acciones. Porque conseguir nuestros objetivos dependede fuerzas que no conocemos en detalle y cuyo funcionamiento sólo comprendemos en muy pequeña medida.

Es en la utilización de más conocimiento del que nadie posee o que es intelectualmente posible sintetizar, de donde surgen logros que son mayores de lo que ninguna mente humana puede prever. Algunas veces olvidamos que la libertad significa la renuncia al control dierecto de los esfuerzos individuales y la limitación de la coerción a la aplicación de reglas abstractas. Es gracias a esta renuncia a la coerción para conseguir fines específicos por lo que una sociedad libre puede hacer uso de mucho más conocimiento del que puede abarcar la mente de ningún dirigente.

De este argumento a favor de la libertad se deduce que no conseguiremos nuestros objetivos si confinamos la libertad a los casos particulares en que sabemos que hará bien. La libertad concedida solamente donde se sepa por anticipado que sus efectos serán benéficos no sería libertad. Si supiéramos cómo se va a usar la libertad, en gran medida desaparecerían los argumentos a su favor. Entonces podríamos alcanzar los mismos resultados diciéndole a la gente que hiciera lo que la libertad les permitiría hacer. Pero nunca conseguiremos los beneficios de la libertad, nunca obtendremos esos imprevisibles nuevos resultados para los que brinda la oportunidad, si no es concedida también donde los usos que se hacen de la misma no parezcan deseables. Por consiguiente, no es un argumento en contra de la libertad individual que frecuentemente se abuse de ella para fines reconocidos como socialmente indeseables. Nuestra fe en la libertad descansa no sólo en resultados demostrables en circunstancias particulares sino en la convicción de que, en su conjunto, permitirá la aparición de más fuerzas positivas que negativas.

También se deduce que la importancia de la libertad para hacer cosas particulares no tiene nada que ver con la cuestión de si nosotros o la mayoría podrá usar nunca esa posibilidad particular. No conceder más libertad de la que todos podamos ejercer sería concebir su función de manera completamente errónea. La libertad que sólo será usada por un hombre en un millón puede ser más importante para la sociedad y más beneficiosa para la mayoría que cualquier libertad que todos usemos.

En realidad, casi se pudiera decir que la libertad para hacer algo en particular es más preciosa para la sociedad en su conjunto mientras menos probable sea la oportunidad de su uso. Mientras menos probable sea la oportunidad, menos probable también que la experiencia a ser ganada vaya a ser recuperada si un caso tan único se desperdicia. También es probablemente cierto que la mayoría no está directamente interesada en la mayoría de las cosas que sería más importante que fueran libres de hacer. De otra forma, los resultados de la libertad también pudieran conseguirse mediante una mayoría que decidiera lo que debían de hacer los individuos. Pero la acción de la mayoría está necesariamente confinada a lo conocido y establecido, a temas en los que ya se ha conseguido un acuerdo en ese proceso de discusión que tiene que estar antecedido de diferentes experiencias y acciones por parte de distintos individuos.

Por consiguiente, en gran medida, los beneficios que derivo de la libertad son resultado de los usos de la libertad de otros y, en gran medida, de usos de la libertad que yo mismo nunca pudiera hacer. Por consiguiente, no es sólo y ni siquiera principalmente la libertad que yo mismo puedo ejercer lo que me resulta importante. Inclusive pudiera ser que, en muchos sentidos, la libertad de los demás fuera más importante para nosotros que la misma nuestra, y ciertamente es más importante que cualquier cosa pueda ser ensayada por alguien que todos puedan hacer lo mismo. No es porque nos guste hacer cosas determinadas, no es porque consideremos alguna libertad particular como esencial para nuestra felicidad, que reclamamos la libertad. El instinto que nos hace rebelarnos contra cualquier restricción física, aunque un buen aliado, no siempre resulta una guía segura para justificar o delimitar la libertad. Lo que es importante no es qué libertad me gustaría ejercitar personalmente sino que libertad pudiera necesitar alguien para hacer algo beneficioso para la sociedad, una libertad que solamente podemos garantizar a este desconocido individuo si se la garantizamos a todos.

Por consiguiente, los beneficios de la libertad no están confinados a los hombres libres –las libertades que un hombre ejercita no son el principal beneficio que la libertad le representa. No cabe duda de que, a través de la historia, mayorías no libres se han beneficiado de la existencia de minorías libres, y que las sociedades no libres de hoy se benefician y hasta pueden mantener su nivel cultrual gracias a lo que obtienen y aprenden de las sociedades libres. Por supuesto, los beneficios que derivamos de la libertad de otros son mayores mientras mayor sea el número de los que pueden ejercer su libertad. Por consiguiente, el argumento a favor de la libertad de alguien es válido para la libertad de todos. Es mejor para todos que haya algunos libres a que no haya ninguno, o que haya más libres que menos. Lo que hay que reconocer es que la importancia de la libertad para hacer algo determinado no tiene nada que ver con el número de personas que quieren hacerlo; casi pudiera decirse que están en proporción inversa. Una lección que tenemos que sacar de estas consideraciones es que una sociedad puede estar asfixiada por los controles aunque la gran mayoria no esté consciente de que su libertad ha sido significativamente rebajada. Si partimos de la premisa de que las únicas libertades importantes son las que ejerce la mayoría, ciertamente estariamos creando una sociedad estancada con todas las características de la falta de libertad.

Los "nuevos" factores que constantemente emergen en el proceso de adaptación consisten en primera instancia en nuevos patrones de coordinación de los esfuerzos de los distintos individuos, y en nuevas formas en el uso de nuestros recursos, tan temporales como las condiciones que las han provocado. También habra modificaciones de instrumentos e instituciones adaptadas a las nuevas circunstancias. Algunos de estos serán adaptaciones puramente temporales a las condiciones del momento, mientras que otros demostrarán ser mejorías que aumentan la versatilidad de los usos e instrumentos existentes y, por consiguiente, se mantendrán. Constituyen una mejor adaptación no sólo a las particulares circunstancias de tiempo y lugar sino a ciertos rasgos permanentes de nuestro medio ambiente. En estas espontáneas "formaciones"se encuentra encarnada una percepción de las leyes generales que gobiernan la naturaleza. Paralela a esta acumulativa objetivación de la experiencia en instrumentos y formas de acción habrá un crecimiento del conocimento explícito, de reglas genéricas que pueden comunicarse de persona a persona a través del lenguaje.

Este proceso de surgimiento de lo nuevo es relativamente mejor conocido y más fácilmente comprensible –aunque inadecuadamente apreciado- en la esfera intelectual donde los resultados son nuevas ideas. Es el campo en que la mayoría de las personas está consciente, por lo menos, de algunos de los pasos individuales del proceso, donde necesariamente sabemos lo que está sucediendo y, por consiguiente, donde la necesidad de la libertad es generalmente más comprendida. La mayoría de los científicos se da cuenta de no podemos planificar el progreso del conocimiento y que, en ese viaje a los desconocido que es siempre es la investigación, dependemos en gran medida de las caprichos del genio las circunstancias individuales y que, aunque una nueva idea surja en una mente individual, será el resultado de una combinación de conceptos, hábitos y circunstancias aparejados por la sociedad, el resultado tanto de accidentes afortunados como de esfuerzos sistemáticos.

Debido a que estamos necesariamente conscientes de que nuestros avances en la esfera intelectual surjen con frecuencia de lo imprevisto y o espontáneo, tendemos a subrayar demasiado la relativa importancia de la libertad en este campo, en comparación con la importancia de la libertad de hacer cosas. Pero la libertad de investigación y opinión, de expresión y discusión, cuya importancia es reconocida por la mayoría, sólo se refiere a la última etapa del proceso en el se descubren las nuevas verdades. Sería como tratar la parte suerior de un edificio como si fuera el todo. No se puede elogiar el valor de la libertad intelectual a costa del valor de la libertad de hacer cosas. Si tenemos nuevas ideas que discutir, diferentes puntos de vista que ajustar, es debido a que estas ideas y puntos de vista han surgido de los esfuerzos de individuos en circunstancias siempre nuevas, que están utilizando en sus tareas los nuevos instrumentos y formas de acciones que han aprendido. El punto de vista intelectualista que subraya exclusivamente la formación de ideas genéricas y abastractas es una consecuencia de que esta parte del progreso del conocimiento es el más obvio y más familiar para los que reflexionan sobre el mismo.

La parte no intelectual del mismo proceso, la formación del medio ambiente en el que surge lo nuevo, requiere para su comprensión y apreciación un esfuerzo mucho mayor de imaginación. Algunas voces podemos reconstruir el proceso intelectual que ha llevado a una nueva idea, pero difícilmente podemos esperar reconstruir la secuencia y combinación de las contribuciones que no consistieron en la adquisición de nuevo conocimiento explícito, las que consisten en hábitos y habiidades empleados, en instalaciones y oportunidades usadas, y el particular ambiente en que se han desenvuelto los principales actores que ha producido el resultado. Nuestros esfuerzos hacia la comprensión de esa parte del proceso puede ir poco más allá de mostrar en modelos simplificados el tipo de fuerzas que está en acción y los principios generales de las influencias presentes. Cada hombre puede estar preocupado solamente de lo que conoce. Por consiguiente, esos rasgos de los que nadie está conciente, en general no son tomados en cuenta y quizá\s nunca puedan ser rastreados en detalle.

En realidad, esos rasgos inconcientes no sólo son habitualmente pasados por alto sino que son frecuentemente tratados como si fueran un obstáculo más bien que una ayuda o una condición esencial. Debido a que no son "racionales" en el sentido de entrar explícitamente en nuestro proceso de razonamiento, frecuentemtne son tratados como irracionales en el sentido de contrarios a la acción inteligente. Con todo, aunque mucho de lo no racional que afecta nuestras nuestras acciones tambien puede ser en este sentido irracional, muchos de ellos simples "hábitos" e "instituciones sin sentido" que usamos sin cuestionar y que son las condiciones de todo lo que conseguimos, adaptaciones sociales exitosas que mejoran constantemente y de lo que depende lo que se puede, o no se puede, conseguir. Aunque es importante descubrir sus defectos, ni por un momento pudiéramos avanzar sin apoyarnos constantemente en ellas.

La forma en que hemos aprendido a organizar nuestro día, vestirnos, comer y arreglar nuestras casas, hablar, escribir y utilizar los innumerables instrumentos de la civilización, no menos que el famoso "know-how" usado en la producción y el comercio, todo ello nos proporciona el fundamento sobre el que basamos nuestra propia contribución a la civilización. Y es en el nuevo uso y mejora de los instrumentos que la civilización pone a nuestra disposición surgen las nuevas ideas que posteriormente se procesan en la esfera intelectual. Aunque la manipulación conciente del pensamiento abstracto tiene cierto impulso propio, éste no seguiría durante mucho tiempo sin los constantes retos que no se originan en la esfera intelectual sino que surgen de la capacidadde la gente de actuar de forma nueva, ensayando nuevas formas de hacer las cosas y alterando toda la estrucutra de la civilización en la adaptación al cambio. En efecto, el proceso intelectual es sólo un proceso de elaboración, selección y eliminación de ideas concientes ya formadas. Pero el flujo de nuevas ideas en gan medida surgen de la esfera en que la acción, acción frecuentemente no racional, y los eventos materiales se influyen mutuamente. Y que se secaría si la libertad estuviera confinada a la esfera intelectual.

De esta forma, la importancia de la libertad no depende del elevado carácter de las actividades que ella hace posible. La libertad de acción, de la acción inclusive en cosas muy modestas, es tan importante como la libertad de pensamiento y de creencia. Se ha vuelto habitual menospreciar la libertad de acción llamándola "libertad económica". Pero no sólo el concepto de libertad de acción es mucho más amplio que el de libertad económica que comprende sino que, lo que es más importante, es muy cuestionable si existen acciones que puedan ser consideradas puramente económicas, y si las restricciones a la libertad pueden confinarse a lo que se califican de simples aspectos económicos. Las consideraciones económicas son simplemente el proceso mediante el que tratamos de reconciliar y ajustar nuestros diferentes objetivos (o casi todos, con la excepción de los del avaro o del hombre para el que hacer dinero se ha convertido en un fin en si mismo) que, en última instancia, no son únicamente económicos.

La mayor parte de lo dicho hasta ahora es válido no sólo para el uso que hacen los hombres de los medios para conseguir sus fines sino también para estos fines mismos. Una de las características esenciales de una sociedad libre es que sus objetivos son abiertos, de que pueden surgir nuevos objetivos, primero entre unos cuantos individuos o en una pequeña minoría, que,con el tiempo, se convierten en los fines de la mayoría.

Tenemos que reconocer que aún lo que consideramos como bueno o bello es cambiable. No en el sentido de permitirnos tomar algún tipo de actitud relativista sino en el sentido de que, en gran medida, no sabemos qué le parecerá bueno o bello a otra generación. No sabemos por qué consideramos esto bueno o bello, o quién tiene razón cuando la gente discrepa sobre si algo es bueno o no. El hombre es una criatura del proceso de la civilización no sólo en cuanto a su conocimiento sino también en cuanto a sus objetivos y valores. Y, en última instancia, es la significación de estos deseos individuales para la perpetuación de la especie lo que va a determinar si los mismos van a perdurar o a cambiar. Por supuesto, es un error creer que podemos sacar conclusiones sobre lo que deberían ser nuestros valores porque nos damos cuenta de que son el producto de una evolución. Pero podemos dudar razonablemente que estos valores son creados y alterados por las mismas fuerzas evolutivas que han producido nuesta inteligencia. Todo lo que podemos saber es que la decisión última sobre lo que es aceptado como correcto o equivocado no será tomada por ninguna sabiduría individual sino por la desaparición de los grupos que se hayan adherido a las creencias "erróneas".

Es en la persecución de los objetivos del momento donde todos los instrumentos de la civilización tienen que demostrar su valor. Es en ese proceso donde se descarta lo que no es efectivo y se preserva lo que lo es. Pero no se trata sólo de que con la satisfacción de las viejas necesidades y la aparición de nuevas oportunidades constantemente están surgiendo nuevos objetivos. Qué individuos y qué grupos triunfarán y seguirán existiendo depende tanto de los objetivos que persiguen y los valores que rigen sus acciones como de los instrumentos y capacidades de que dispongan. Un grupo puede prosperar o extinguirse tanto por el código ético que sigue como por los ideales de belleza y bienestar que abraza, como por el grado en que haya aprendido, o no aprendido, a satisfacer sus necesidades materiales. Dentro de una sociedad dada, los grupos particulares pueden ascender o hundirse debido a los fines que persiguen y los estándares de conducta que observan. Y los fines del grupo exitoso tenderán a convertirse en los fines de todos los miembros de la sociedad.

Cuando más, sólo comprendemos parcialmente por qué los valores que mantenemos, o las reglas éticas que seguimos, conducen a la contínua existencia de nuestra sociedad. Ni podemo estar seguros, bajo condiciones que cambian constantemente, que todas las reglas que han demostrado ser efectivas van a seguir siéndolo. Aunque exista la suposición de que cualquier estándard establecido contribuye de alguna manera a la preservación de la civilización, nuestra única forma de saberlo es si sigue manteniendo su valor en la competencia con otros estándares ensayados por otros individuos o grupos.

La competencia en la que se basa el proceso de selección tiene que comprenderse en el más amplio sentido de la palabra. Es una competencia tanto entre grupos organizados y no organizados como entre individuos. Pensar el proceso como un contraste con la cooperación o la organización sería no comprender su naturaleza. El esfuerzo por conseguir resultados especificos mediante la cooperación y la organización es tan parte de la competencia como los esfuerzos individuales, y las buenas relaciones entre los grupos tambien demuestran su eficiencia en la competencia con otros grupos organizados sobre principios diferentes. La distinción aquí relevante no es entre la acción de indiviudos y la de grupos sino entre arreglos en los que pueden ensayarse diferentes hábitos y puntos de vista y arreglos en los que una agencia tiene los derechos exclusivos y el poder para coaccionar a otros para mantenerlos fuera de juego. Sólo es cuando se conceden esos derechos exclusivos, sobre la base de suponer el superior conocimiento de individuos o grupos particulares cuando el proceso deja de ser experimental y las creencias que prevalecientes en ese momento tienden a convertirse en un gran obstáculo para el progreso del conocimiento.

 

De esta manera el argumento a favor de la libertad no es un argumento en contra de la organización, que es uno de los instrumentos más poderosos que pueda utilizar la razón humana sino un argumento en contra de toda organización exclusiva, privilegiada y monopolista. Y contra el uso de la coerción para impedir que otros hagan mejor las cosas. Toda organización está basada en un conocimiento dado, e inclusive una organización concebida para aumentar el conocimiento sólo puede ser efectiva en la medida en que sean correctos el conocimiento y las creencias en que descansa. En la medida en que hechos todavía no conocidos contradigan las creencias sobre las que se basa la estructura de la organiación, éstos sólo pueden percibirse en su incapacidad y en su sustitución por un tipo de organización diferente. Las organizaciones suelen ser benéficas y efectivas mientras sean voluntarias y estén inscritas en una esfera privada, ajustándose a circunstancias no tomadas en cuenta cuando su concepción, o fracasando. Para convertir a toda la sociedad en una sóla organización construida y dirigida según un plan único sería extinguir las fuerzas que han formado la misma razón que la concibió.

Merece la pena reflexionar un momento sobre qué sucedería si en cualquier decisión se tomara sobre la base de lo que todo el mundo estuviera de acuerdo en que es el mejor conocimiento de que la sociedad dispone sobre el tema. Si fueran prohibidos todos los esfuerzos que parecieran superfluos en vista del conocimiento generalmente aceptado y solo se hicieran las preguntas o los experimentos que parecieran significativos a la luz de la opinión reinante. La humanidad pudiera alcanzar un punto donde su conocimiento le permitiera pronosticar adecuadamente las consecuencias de todas las acciones convencionales y en los que no ocurrieran fracasos o desencantos. Parecería que el hombre habría sometido su medio ambiente a su razón porque no se haría nada cuyos resultados no pudieran ser pronosticados por su raza forma pudiéramos concebir una civilización que se paralizara no porque se hubiera agotado las posibilidades de ulterior crecimiento sino porque el hombre habría triunfado tan completamente en someter todas sus acciones y su entorno inmediato a su actual estado de conocimiento que no surgiría ocasión para que apareciera un nuevo conocimiento.

El racionalista que quiere someterlo todo a la razón humana confronta un dilema real: el uso de la razón aspira al control y la predictibilidad. Pero el proceso del avance de la razón descansa sobre la libertad y la impredictibilidad de la acción humana. Los que alaban los poderes de la razón humana generalmente sólo ven un aspecto de esa interacción entre el pensamiento y la acción en el que la razón, al mismo tiempo, se está usando se está transformando. No ven que el progreso del proceso social del que emerge el avance de la razón necesita permanecer libre de su control.

. Su continuo éxito pudiera depender de su deliberada abstención de ejercer los controles a su disposición. En el pasado, las fuerzas espontáneas del crecimiento, por muy restringidas que hayan No hay duda de que el hombre debe parte de su mayor éxito en el pasado al hecho de que no ha sido capaz de controlar la vida social estado, generalmente se impusieron inclusive sobre la coerción organizada del estado. Con los medios tecnológicos de control ahora a disposición del gobierno, ya no es seguro que esta imposición sea posible. Muy pronto, pudiera ser imposble.

 

La necesidad de cultivar la libertad individual como un objetivo deliberado de política, más bien que tratarla como algo que tiene que ser tolerado porque no puede ser impedido, se ha vuelto mayor que nunca. No estamos lejos del punto en que fuerzas sociales deliberadamente organizadas pudieran eliminar esas fuerzas espontáneas de las todo progreso depende.