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La
Mujer como protectora y transmisora de la vida
(Christine
de Vollmer, 2001-06-10)
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Conferencia
por la Sra. Christine de Vollmer en el congreso "Donna e
Culture, dalla Prospettiva di un Nuovo Femminismo", Roma
2001
Resulta de gran utilidad el desarrollo de un Nuevo Feminismo al
servicio de la mujer, de la familia y del mundo, y quisiera
participar con algunas ideas en este fecundo proceso.
Es una necesidad urgente desarrollar y difundir un nuevo
feminismo que vuelva a tomar con energía las funciones explícitas
de la mujer en un mundo donde los cambios, la globalización y
el materialismo quieren borrar diferencias culturales,
diferencias entre los sexos, e incluso eliminar los roles
esenciales como son la paternidad y la maternidad.
En otras épocas, hablar sobre la mujer como protectora y
transmisora de la vida hubiera parecido una banalidad. Pero hoy
es necesario re-examinar las bases y las manifestaciones de esta
afirmación, para fortalecer y expresar en términos modernos
toda la verdad que reside en ella.
En vista del grado en que la cultura moderna ha logrado
debilitar a la mujer como transmisora y protectora de la vida,
quisiera fundar mis aseveraciones en la investigación científica,
más que esgrimir argumentos morales y éticos, que son
justamente los que están en juego.
Una verdadera visión de la mujer
Una verdadera visión de la mujer, no obstante las diferencias
culturales, geográficas, históricas o raciales, siempre tendrá
que tomar en cuenta que la mujer es espíritu y materia en el
mundo. Ella tendrá siempre un efecto material y espiritual en
el sitio donde se encuentre. Tendrá un efecto espiritual por su
influencia interior, afectiva e intelectual. Y tendrá un efecto
material por lo que construye. La sorpresa que nos reserva la más
avanzada neurociencia es que en la transmisión de la cultura,
los efectos espirituales y materiales de su acción se cruzan.
Vale la pena analizar, cuando se aborda la visión de la madre
como transmisora de la vida y la cultura, los últimos
descubrimientos de la neurociencia. De ellos se pueden sacar
unas pistas que, de seguro, nos conducirán en los próximos años
a conclusiones muy importantes y, tal vez, hasta difíciles.
El desarrollo no es automático
En los últimos 30 o 40 años de estudios neurológicos se ha
ido descubriendo que el cerebro del bebé y del niño pequeño,
ese cerebro tan maravilloso que crece a una rapidez increíble y
es capaz de aprender tantísimas cosas a la vez, no crece automáticamente,
sino que crece únicamente como respuesta al estímulo.
Ya se conoce, desde las últimas décadas, que un niño que nace
perfecto, si es dejado en la oscuridad o en el silencio, no
desarrollará ni la visión ni el oído, y pasados los primeros
años, no podrá jamás ver ni oír. Los órganos que la
naturaleza ha preparado para ver y oír necesitan el estímulo
de luz y ruidos para desarrollarse y crecer. Igual que un
miembro que es enyesado o de alguna manera inmovilizado no crece
hasta que pueda moverse, así mismo pasa con el cerebro.
El revés maravilloso de esta moneda, entre paréntesis, es que
un cerebro dañado al nacer, o antes de nacer, también puede
desarrollarse, si un estímulo sensorial extra-especial le es
aplicado por la familia. Con esto estamos trabajando en
Venezuela, con gran éxito, con niños pobres que sufren retardo
y otros síntomas de daño cerebral.
Así pues, la necesidad de estímulo es algo ya reconocido por
la ciencia. Pero ahora surge algo que, como mujeres, nos
concierne mucho más. Y puedo decir que la ciencia, honestamente
seguida, va a contrapelo de muchas de las opiniones ‘políticamente
correctas’ que minan hoy día a la mujer como rectora y
vectora de la cultura.
Transmisión de cultura: una actividad neuronal
A la hora de analizar cómo la mujer contribuye a la transmisión
de la cultura, y con ella, de los valores humanos y las normas
de conducta, la neurociencia nos depara una gran sorpresa y un
mayor respaldo a la afirmación de la mujer como transmisora de
la cultura.
En efecto, del mismo modo que el cerebro tiene sus centros de
visión, de oído, su centro verbal, su centro vestibular y
otros, que si no reciben el adecuado estímulo, no se
desarrollan, existe una parte importante del cerebro, la parte córtico-límbico,
que gobierna las emociones, los valores y la conducta.
Esta región de nuestro cerebro también necesita ser estimulada
adecuadamente y a tiempo para que se desarrolle. Si no recibe el
estímulo adecuado y a tiempo, tendrá serias deficiencias en su
capacidad para la vida afectiva y espiritual, en su noción de sí
mismo, en el auto-control y otros aspectos de la vida afectiva e
interior. Esto equivale, estoy segura de que estarán de acuerdo
conmigo, a un retardo mental mucho más grave que el retardo
meramente intelectual o físico.
Esto es neurología. Ahora viene la parte que nos interesa
verdaderamente. Un neurocientífico destacado, el Dr. Allan
Schore ha hecho un trabajo que debe constituir para la
sociedad una señal de alarma. El Dr. Schore ha reunido una gran
cantidad de estudios muy recientes sobre el desarrollo neurológico
humano, aprovechando la tecnología no-invasora del cerebro, y
escogiendo los estudios más destacados que tratan del
desarrollo del sistema límbico. El sistema límbico es la parte
de la corteza cerebral que gobierna, justamente, toda la parte
emocional de la persona. La antología que ha publicado ,
que contiene al final unas impresionantes 100 páginas de
referencias, es de enorme importancia.
La mirada de la madre
Entre estos estudios se encuentran, por ejemplo, los que
demuestran el efecto de la mirada de la madre hacia el bebé.
Utilizando el método de estudios interdisciplinarios, y apoyándose
en los neurocientíficos más acreditados de nuestro tiempo, nos
describe la importancia de la mirada maternal sobre el bebé
recién nacido y durante sus primeros meses. Es durante la
transacción visual entre la madre y el bebé, cuando el sistema
límbico es estimulado. La naturaleza ha dispuesto que la
capacidad visual del recién nacido sea, precisamente, apta para
la distancia entre el pecho y brazos de la madre, y la cara del
bebé. La “transacción,” como la llaman, de esta mirada
mutua causa placer y origina la secreción de sustancias
parecidas a las endorfinas que, a su vez, incitan el desarrollo
de lóbulos cortico-límbicos que serán indispensables para su
vida afectiva.
Aparte de una interesante descripción de toda la mecánica de
aprendizaje del bebé en este proceso, estos científicos
exponen qué está sucediendo durante la “transacción” de
la mirada mutua. Es algo que sorprende oír de científicos:
afirman que hay una energía, casi mesurable, que emana del
cerebro de la madre, pasa a través de sus ojos, entra por los
ojos del bebé y estimula su cerebro. El Profesor Schore
concluye que esta energía es... ¡¡AMOR!!
¡Qué maravilloso descubrimiento del siglo XXI! ¡Que el amor
es una energía palpable, y que hace crecer al niño!. El amor
es, por tanto, una energía creativa. Ahora podemos entender
mejor lo que es la mirada de Dios sobre nosotros, y sentir con más
fuerza que, sin la mirada de Dios, dejaríamos de existir.
También explica el fenómeno trágico de los niños
abandonados, como los famosos huérfanos de Bucarest, que no
pueden aceptar, ni comunicarse, ni dar afecto si son adoptados
demasiado tarde, y que presentan cerebros con áreas
“apagadas” en los exámenes de PET .
Para mí, como madre, y también como hija, ha sido un gran
regalo conocer la importancia de esas horas de mirada de la
madre, que todas hemos conocido.
El trabajo de Schore y de sus colegas va aun más lejos y
demuestra la influencia indispensable de la voz, las caricias,
la presencia, y el lenguaje típico de madres con sus bebés y
niños pequeños. Han estudiado hasta los gestos y actitudes más
comunes de las madres y sus efectos sobre el cerebro y la
integridad de la vida emocional de la persona.
Las implicaciones del conocer
Pero estos conocimientos y otros parecidos, respecto a la función
de la madre, nos imponen una grave responsabilidad. Nos instan
imperantemente a resistir a las influencias que quieren separar
prematuramente a la madre de sus hijos. Nos indican que la
tendencia a dejar a los hijos en cuidado diario, escuelas
‘maternales’ y demás sustitutos, son negativos para ellos.
Son factores que limitan su desarrollo integral. Nos reafirman
en la convicción de que la función de la madre es
imprescindible e insustituible.
Estos descubrimientos nos indican que el cambio hacia la
profesionalización de la mujer fuera del hogar puede estar reñido
con la naturaleza misma, en la medida en que no se tengan en
cuenta las necesidades de los hijos en las edades más tempranas
de su desarrollo. Del mismo modo, las economías que no permiten
a las madres optar libremente por permanecer en el hogar sin
merma de la economía familiar, son economías minadas. Los
estudios nos muestran, además, que la profesión de madre es
mucho más que dar a luz y cuidar niños; que es construir,
mediante el amor intenso, las personas que Dios ha diseñado.
Le tocará al Nuevo Feminismo asumir la responsabilidad y las
implicaciones importantes de saber que la transmisión de los
valores, de la cultura y de la capacidad de amar es una tarea de
inmersión total, y no de simple “tiempo de calidad”.
Perfeccionamiento de la naturaleza
Si es verdad que la cultura, en su sentido más profundo,
consiste en el perfeccionamiento de la naturaleza humana,
podemos ver la lógica divina que hace que la cultura (los
valores, la conducta, la vida afectiva) dependa de un vehículo
(el cerebro límbico) que es construido mediante el amor.
Así vemos que la mujer, además de transmitir la vida física,
transmite también la vida espiritual y afectiva. Y que en los
primeros años de vida de la persona, es su madre la gran
protagonista en su formación emocional, intelectual y racional.
No es exageración decir que la ‘formación’ de la cual se
habla en general es, en gran parte, formación cerebral –es la
formación no sólo de contenido, sino del vehículo mismo, ya
que la madre es quien estimula la producción de las neuronas
que hacen posible estas funciones-.
Conocer a Dios
En el plan divino, el ser humano no está destinado sólo a
tener cultura, valores, conducta y vida afectiva. También debe
conocer a Dios. Gran parte de esta tarea recae, por supuesto,
sobre la madre, quien, primero con el amor, y luego con la
catequesis, introduce al niño a Dios. Pero el padre da otra
dimensión a estos conocimientos, siendo así que es el reflejo
de Dios Padre. Le toca a la madre asegurar que sus hijos tienen
padre.
Esto también hace unos años parecía una banalidad. Pero hoy
la maternidad en solitario es cada vez más aceptada y quizás
alentada. También la ciencia empieza a hacer sonar la alarma.
Las estadísticas indican, de forma incontestable, que los hijos
sin padre son más violentos, obtienen peores resultados académicos,
tienen mayor implicación en crímenes, y hay más muertes de jóvenes
sin padres en el hogar que con ellos. Sin padre son más
propensos los varones a la homosexualidad y las niñas al
embarazo precoz.
Un estudio interesante del psicólogo Paul Vitz demuestra
cómo los hombres más problemáticos de la historia tuvieron en
común la ausencia de sus padres. Están incluidos Stalin,
Hitler y Freud, entre otros.
En toda cultura, depende de las mujeres asegurar la presencia
del padre en el hogar. En las culturas donde las mujeres no
insisten en eso, el saldo es el caos social.
El reto de la globalización
Durante muchos siglos la transmisión de la cultura no corría
peligro. Las tradiciones de las diferentes razas y culturas
aseguraban una transmisión casi automática de los
comportamientos sanos. La tradición judeocristiana, en
particular, protegía la maternidad, la familia y por ende los
mecanismos de amor que más convienen al desarrollo de los
hijos.
Estamos viviendo la globalización de una cultura materialista,
donde grandes intereses financieros rigen la producción de
modas y música reñidos con la cultura cristiana. Estamos
viendo cómo culturas sanas son arrasadas por el poder de la
propaganda y el ‘marketing’. La moda, lo moderno, tienen
argumentos fuertes y atractivos, mientras se han olvidado las
razones de las costumbres familiares tradicionales.
Pero existe un riesgo más: aplicar “patrones de globalización”
a la educación y el desarrollo de los niños.
“Socializarlos”, apenas abandonan los pañales, en grupos de
su misma edad, vestidos todos de manera parecida, aprendiendo en
grupo y creciendo inmersos en una misma música, con juguetes idénticos
y actividades en común, puede restar mucho de la propia
individualidad.
Los niños que puedan gozar del privilegio de permanecer con sus
madres hasta los 6 años, cuando la mayor parte de su desarrollo
cerebral está completo y sus neuronas formadas de acuerdo con
su entorno y cultura familiar, son cada vez menos numerosos en
gran parte del mundo. Y, sin embargo, empieza a surgir en
Estados Unidos el movimiento del “home schooling” que
permite que los niños cursen gran parte de sus años escolares
bajo la tutela de sus madres.
Estos son niños privilegiados con una transmisión integral de
la cultura de sus padres, y no es coincidencia que la mayoría
de éstos lo hagan para mantener intacta su cultura cristiana.
Amparar lo más precioso
Por supuesto, la globalización trae también muchas ventajas
que facilitan la vida; bienes, servicios e información. No lo
podemos negar. Pero les toca a las mujeres del tercer milenio
saber qué pueden acoger de todo esto, y a qué resistirse.
La sabiduría dictará que se resistan a todo aquello que lleva
a la uniformidad y que separe a la mujer de sus hijos. Y dirá
que acojan todo aquello que facilite la familia grande, el amor
más cálido y la información útil y positiva. Ciertamente,
toda madre puede atestar el hecho de que cada niño es diferente
y, por tanto, en la familia numerosa reina la diversidad y se
hace difícil la “globalización”.
La globalización, en su aspecto más materialista, se
caracteriza por la falta de hijos y, por ende, está destinada a
desaparecer.
La mujer, madre amorosa, maestra formadora, y formándose
siempre a la luz de la ley evangélica, ha sido, es y será el
vehículo, la guía y la rectora de la civilización.
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