EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTIA.
La Piedra de toque de la Religión de Cristo.


Si como dice el Diccionario, la "piedra de toque" es lo que conduce al conocimiento de la bondad o malicia de una cosa, qué duda cabe de que la piedra de toque de la Religión de Cristo es la Sagrada Eucaristía.

¡La Eucaristía! ¡La Eucaristía! esa maravilla máxima entre todas las maravillas divinas que contiene la Religión de Cristo; esta Religión que se nos antoja como un engranaje admirablemente diseñado para volver irremisiblemente santo a quien no le opone resistencia, a quien se deja conducir por ella.

¡Creer en la Eucaristía! ¡Quien nunca podría imaginar pudiera creerse en algo que si bien es cierto, la razón no condena, lo condenan de tal manera los sentidos!

Nuestros ojos, nuestro tacto, nuestro gusto nos están dando testimonio de que la Hostia después de consagrada no ha sufrido cambio alguno y a pesar de ello nuestra fe y nuestra razón nos gritan con grito incontenible: ¡Eso es el Cuerpo vivo de Cristo! ¡Ahí esta Dios!

Con cuanta razón Cristo Dios, enaltecía tanto la FE. Con razón que tuviéramos Fe en Él, podemos decir que era el tema principal de sus enseñanzas, de sus afirmaciones:

+ Ve, tu fe te ha salvado + + Que sea como has creído + + Porque has visto, has creído + + Dichosos aquellos que no ven y sin embargo creen + +t Quien cree en Mí, tiene la Vida Eterna + (Jn. 6, 47).

Pero ¿acaso es obra de nuestra Fe, creer en la Eucaristía? o ¿es Dios quien nos da la Fe para que creamos en Ella? En otras palabras: nuestra Fe en la Eucaristía ¿es obra nuestra o es obra de Dios? Pero ¡Qué cosa buena hay en nosotros que no nos venga de Dios!

¡Oh Dogma: inmarcesible de la Religión de Cristo, que por un prodigio increíble de su infinita Bondad, lo mismo lo acepta el niño que el anciano, el rico que el pobre, el hombre que la mujer, el sabio que el iletrado! ¡Oh prodigio divino que es la Piedra de toque para distinguir el Cristianismo verdadero del falso, del que sin este Sacramento, de Cristianismo tan solo lleva el nombre!

 

QUÉ ES LA EUCARISTIA

Desde el principio del cristianismo, los fieles acostumbraban dar gracias a Dios celebrando la Cena del Señor y en griego llamaron al rito EUCARISTIA, que significa precisamente, "acción de gracias".

La Eucaristía es un verdadero Sacramento

Los Sacramentos son signos sensibles instituidos por N. S. Jesucristo para darnos la Gracia, o sea, la Vida Divina, y que por lo tanto, para hacer un Sacramento se requieren 3 cosas:

- que haya sido instituido por N. S. Jesucristo
- que sea un signo sensible y
- que confiera la Gracia.

Vamos a demostrar que la Eucaristía reúne estas 3 condiciones:

El signo sensible de la Eucaristía

La materia de la Eucaristía es pan de trigo y vino de uva. El pan de trigo se hace sin levadura en recuerdo de la Cena en que el Señor instituyó la Eucaristía empleando pan ácimo, es decir sin levadura, como era uso entre los judíos cuando celebraban la Cena Pascual.

El vino debe ser de uva, como el que usó N. S. Jesucristo en la Última Cena. Varias vinaterías fabrican vino especial para ser usado en la celebración de la Santa Misa y tienen la aprobación de la Curia Episcopal.

La forma son las palabras de la Consagración: + Este es mi Cuerpo +; + Este es el Cáliz de mi Sangre +.

El Ministro es el Sacerdote Católico que legítimamente hereda de los Apóstoles, por medio del Sacramento del Orden el poder que Nuestro Señor confirió a sus Apóstoles para cambiar el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre diciéndoles: + Haced esto en memoria mía + (Lc. 22, 19)

El sujeto es todo bautizado siempre que esté en Estado de Gracia, tenga suficiente razón para distinguir el pan ordinario del Pan Eucarístico y sepa que en éste está oculto, para ser alimento de nuestra alma, N. S. Jesucristo, tal como está en el Cielo.

La Eucaristía confiere la Gracia

Si todos los Sacramentos nos comunican la vida Divina, a lo que llamamos Gracia Santificante, en la Eucaristía no solamente recibimos la Gracia sino al Autor mismo de la Gracia, a Cristo el Señor .

Es Nuestro Señor Jesucristo mismo quien nos dice que la Eucaristía confiere la Gracia en estos términos: + Si no comieres mi Carne y no bebieres mi Sangre, no tendréis vida en vosotros + (Jn. 6, 54) es decir, no tendréis la Vida de la Gracia.

La Eucaristía nos da la Gracia quitándonos los pecados, como nos lo dice San Juan Bautista: "He aquí al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo". Cierto que Ella no nos perdona los pecados mortales, pero sí los veniales y al perdonarnos éstos, nos preserva de los mortales, a los que sin la Sagrada Eucaristía el pecado venial irremisiblemente nos arrastra.

 

La Eucaristía fue instituida por N. S. Jesucristo

Nuestro Señor Jesucristo, en la Cena que celebró con sus Apóstoles el jueves anterior al día en que iba a ser martirizado y muerto, después de haber comido del Cordero Pascual, que ordenaba la Ley de Moisés comieran los Israelitas en recuerdo del paso de sus antepasados, de la esclavitud de Egipto a la libertad, instituyó la Eucaristía tomando en sus manos un pan, levantando los ojos al Cielo, dando gracias a su Padre, bendiciéndolo, partiéndolo y dándolo a comer a sus Apóstoles diciéndoles: + Tomad y comed: ESTO ES MI CUERPO el cual se da por vosotros. Haced esto en memoria mía + Tomó después el Cáliz, dio gracias y se los entregó diciendo: +Bebed todos de él PORQUE ESTE ES EL CALIZ DE MI SANGRE + , la Sangre del Nuevo Testamento, la cual será derramada para remisión de los pecados. Haced esto cuantas veces lo bebáis en memoria mía + (Mt. 26, 26: Mc. 14, 22; Lc. 22, 19; 1 Cor. 11, 23).

La Doctrina Católica sobre la Eucaristía

Enseña nuestra Iglesia que, obedeciendo estas palabras de Nuestro Señor + Haced esto en memoria mía + con las que dio a sus Apóstoles la potestad de cambiar el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, nuestros Sacerdotes, que son sus legítimos sucesores, a la hora de la Consagración de la Misa repitiendo las mismas palabras de Nuestro Señor Jesucristo: + Esto es mi cuerpo, esta es mi Sangre + por indignos y pecadores que sean, cambian el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre.

Este hecho prodigioso es llamado por la Iglesia "transubstanciación" ya que toda la sustancia de pan se convierte en sustancia del Cuerpo de Cristo, y la sustancia del vino, en su Sangre.

Enseña además que después de la Consagración está Nuestro Señor vivo y todo entero tanto en el Pan como en el Vino, lo mismo en una Hostia consagrada que en 2 o más de ellas; lo mismo en todo el Vino consagrado que en una simple gotita de El y que al partir la Hostia o dividirse el Vino, ni se parte ni se divide Nuestro Señor, sino que permanece vivo y entero en cada una de sus partículas mientras no se corrompan las Especies Sacramentales; es por esto que nuestra Iglesia conserva en reserva en el Tabernáculo, el Pan Eucarístico, cuya presencia en nuestros Templos, los hace más ricos y grandiosos que el mismo Templo de Salomón, por pobres y pequeños que sean.

Por qué se guarda la Sagrada Eucaristía en los Tabernáculos.

Guarda nuestra Iglesia la Sagrada Eucaristía en los Tabernáculos, tanto para que reciba a toda hora el culto de adoración que le es debido, como para que encuentren en Ella los fieles el Amigo, el Confidente, el Padre que los consuele en todas su necesidades y para que pueda ser llevada a los fieles en caso de necesidad.

Pues por poco allegados que hayan estado los fieles a su Religión, cuando están próximos a dar el tremendo paso de este mundo a la eternidad, nada como la Sagrada Eucaristía consuela y fortalece su alma y si no se tuviera en reserva ¿cómo podría Llevársele a un cristiano enfermo que puede agravarse repentinamente a cualquiera hora de la noche?

El favor más grande que se puede esperar del Cielo es ciertamente la salvación de nuestra alma y uno de los medios más eficaces para obtenerla es, sin duda, hacer santamente la última confesión y la última comunión.

¿Por qué creemos los católicos que Nuestro Señor Jesucristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía?

La respuesta es sumamente sencilla: sabemos que Cristo es Dios y El así lo dijo con toda claridad.

No hay en la Biblia ninguna otra doctrina expuesta con tanta claridad, como la Presencia Real de Cristo en las Especies Consagradas.

San Juan en su Evangelio, dedica la mayor parte del Capítulo 6 a exponer con lujo de detalles cómo Nuestro Señor, después de haber multiplicado los panes (demostrando su absoluto poder sobre la materia) y un año antes de su Pasión, prometió a los judíos darles, como Pan del Cielo, su propio Cuerpo.

+ Yo soy el pan, vivo, que bajó del Cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre, y por lo tanto el pan que Yo daré es la carne mía para la vida del mundo +. Empezaron entonces los judíos a discutir entre ellos ya decir: " ¿ Cómo puede éste darnos la carne a comer"? Dijo pues Jesús: + En verdad, en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis la sangre del mismo, no tendréis vida en vosotros.

El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré en el último día. Porque la carne mía verdaderamente es comida y la sangre mía verdaderamente es bebida. El que de Mí come la carne y de Mí bebe la sangre, en Mí permanece y Yo en él. De la misma manera que Yo, enviado por el Padre viviente, vivo por el Padre, así el que me come vivirá también por Mí. Este es el pan bajado del Cielo, no como aquel que comieron vuestros padres, los cuales murieron. El que come este pan vivirá eternamente +.

Esta formidable promesa que causó tanto escándalo entre los presentes, Nuestro Señor la cumplió en la Última Cena como nos lo relatan tres Evangelistas: Mt. 26,17-29; Mc. 14, 12-25; Lc. 22, 7 -20 y San Pablo lo consigna ya como tradición recibida de los Apóstoles en Cor. 11, 23-26.

La Iglesia, fiel a las palabras del Señor Jesús, desde el principio creyó con fe absoluta en el prodigio de la Última Cena y el Concilio de Trento en contra de las desviaciones protestantes, definió solemnemente: "En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, están contenidos VERDADERA, REAL y SUSTANCIALMENTE el Cuerpo y la Sangre junto con el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y por consiguiente, CRISTO ENTERO (Ds 1651).

Obligación de comulgar

Que debemos comulgar para salvarnos está fuera de duda, pues Nuestro Señor claramente nos dice + Si no comieres la Carne del Hijo del Hombre y no bebieres su Sangre no tendréis vida en vosotros + (Jn. 6, 53)

+ El no precisa la frecuencia con que debamos comulgar aunque como ya hemos visto, nos indica que es su deseo que comulguemos diariamente, el que haya quedado en forma de pan, que es el alimento cotidiano del hombre; pero no quiso imponernos como obligación que hagamos por la fuerza lo que debemos considerar como la mayor riqueza que podemos alcanzar, lo que debemos hacer tan solo por amor.

Nuestra Madre la Santa Iglesia tampoco quiso obligarnos a comulgar; pero viendo cómo en el transcurso de los siglos se apartaban los fieles de esa fuente de vida, llena de dolor, tuvo que imponerles esta obligación, exigiéndoles, bajo pecado mortal, que comulgaran al menos una vez al año por la Pascua de Resurrección.

Sepamos aprovechar el Rey de los Sacramentos

Difícil es, mejor diríamos imposible, darse cuenta de todas las gracias con que inunda el Espíritu Santo a los que reciben la Sagrada Comunión frecuentemente y bien.

Sabemos que el pecado no puede coexistir con la Eucaristía, pues comulgar en pecado mortal sería un sacrilegio al profanar el Cuerpo de Cristo. El cristiano que por desgracia hubiera cometido un pecado grave, llevado por el deseo de comulgar se acercará lo más pronto posible al Sacramento de la Reconciliación y así recuperará la santidad perdida por su debilidad.

La Comunión frecuente no solamente nos ayuda a vivir en Gracia de Dios, sino que nos da fuerza necesaria para evitar el pecado y nos lleva al deseo de ser cada vez mejores cristianos y practicar más buenas obras, especialmente la del Apostolado para hacer partícipes a otros de las infinitas riquezas de nuestra Santa Religión.

La Sagrada Comunión nos ilumina para que podamos descubrir. entender y estimar las hermosuras y riquezas del Cristianismo, mismas que permanecen ocultas a quienes "por estar en pecado, son esclavos del pecado" y tienen cerrado el entendimiento para las cosas de Dios.

No nos dejemos engañar por el Demonio

El Demonio, que sabe bien lo que hace, pone en la mente del cristiano torpes ideas para apartarlo de la Sagrada Eucaristía. He aquí las principales:

1. No soy digno de acercarme a Dios.
2. Cuando se comulga frecuentemente, la Comunión no hace ya efecto.
3. No hay que familiarizarse con las cosas santas.
4. Me falta fervor, estoy distraído y sin devoción.
5. No me atrevo a comulgar diariamente porque vuelvo a caer siempre en las mismas faltas.

Pasemos a refutar brevemente estas objeciones.

1. No soy digno de acercarme a Dios.
No debe apartarnos del deseo de comulgar diariamente, el pensar que no somos dignos de acercarnos a Dios, de que tenemos que ser mejores de los que somos, porque la Sagrada Eucaristía, no es solamente un premio para los que ya son santos, sino también un auxilio para los pecadores arrepentidos, pero que quieren ser buenos, que quieren verse libres de las tentaciones al pecado.

2. Cuando se comulga frecuentemente la Comunión ya no hace efecto.
No son las lágrimas, ni las impresiones, ni las dulzuras de la devoción sensible, lo que hay que buscar en la Sagrada Comunión, sino el aumento en el amor a Dios, el horror al pecado; la pureza de conciencia, el acrecentamiento de las virtudes, principalmente de la humildad, la penitencia, la castidad, el desprendimiento de los bienes terrenales, el celo para procurar el bien material y espiritual del prójimo, el valor para pelear con los enemigos de nuestra alma y de nuestra Iglesia, la fidelidad para cumplir con las obligaciones de nuestro estado, y sobre todas las cosas una sumisión absoluta a la santa voluntad de Dios; y todas estas virtudes son fruto de las comuniones bien hechas.

¡Con cuánta razón nos dice San Alfonso María de Ligorio: "No te dejes engañar por el pensamiento de que tendrás más devoción si comulgas menos frecuentemente; cierto que el que come pocas veces come con más apetito pero está lejos de estar tan fuerte como el que toma regularmente sus comidas. Si comulgas rara vez, tendrás quizá un poco más devoción sensible, pero a tu alma le faltará la fuerza para evitar las recaídas"!

3. No hay que familiarizarse con las cosas santas.
¡Qué mejor que familiarizarse con las cosas santas, cuando esta familiaridad nos acerca a Dios en abandono tierno y confiado! y hay que poner especial cuidado en que tal sea nuestra familiaridad con la Santa Eucaristía y evitar la mala familiaridad que lleva al descuido, a la rutina. ¡Guárdenos Dios de la rutina en su santo servicio! Pongamos de nuestra parte cuanto podamos para evitarlo, procurando hacer cada vez mejor nuestras Comuniones.

4. Me falta fervor, estoy distraído y sin devoción.
No debe apartarnos de la Sagrada Comunión sentirnos al comulgar, faltos de fervor, distraídos y sin devoción.

Estas distracciones muchas veces no son voluntarias y Dios las permite, porque es muy grato a sus ojos el que a pesar de ellas perseveremos en la Comunión frecuente y hasta Santos, tales como San Vicente de Paul y Santa Teresa de Jesús las han tenido, Con cuánta razón el gran Doctor San Buenaventura nos dice: "A pesar de que os sintáis tibios y sin devoción, es preciso no alejarse de la Sagrada Mesa, pues mientras más enfermo se está, más -necesidad se tiene de médico".

Es gran torpeza apartarse de la Comunión por sentir que no se comulga tan bien como se quisiera, pues no es la manera de aprender a hacer una cosa el dejar de hacerla, sino al contrario practicarla, ya que es la práctica la que hace al maestro.

5. No me atrevo a comulgar diariamente, porque vuelvo siempre a caer en las misma faltas.
Desgraciadamente no es tan fácil corregirse de los defectos que lamentamos tan pronto como quisiéramos; pero comulgando con frecuencia, poco a poco nos vamos corrigiendo de ellos y si nos apartamos de la Eucaristía, indudablemente que caeríamos aún en peores faltas.

Si tenemos desvanecimientos tomando nuestro alimento ordinario ¿qué sería de nosotros si no comiéramos, o comiéramos menos? en lugar de estar débiles, moriríamos de hambre.

Si nos alejamos del Pan de los fuertes, centuplicamos nuestra debilidad y tendremos que lamentar no ya faltas ligeras, sino caídas graves, pecados mortales. "Puesto que peco todos los días, nos dice San Anselmo, tengo necesidad de remedio todos los días"; y después "Este Pan de cada día lo tomamos como remedio de todos los males;'.

Si supiéramos que en determinado Banco, se estaba entregando diariamente a todo el que se presentara, un "centenario" de oro, seguramente que no nos conformaríamos con ir a solicitarlo solo una vez a la semana. ¿Por qué, pues, no ocurrir diariamente al Templo a recibir el Pan divino, cuando vale infinitamente más que el oro?


SAN PIO X y LA SAGRADA EUCARISTIA

Todas las objeciones que el demonio o los mundanos hacen a la frecuencia de la Sagrada Comunión, y todas las que le han sido hechas en el transcurso de los siglos, fueron cuidadosamente estudiadas por orden de San Pío X, por la Sagrada Congregación del Concilio, lo que dio lugar a que, al encontrarlas contrarias al Evangelio, el Papa de la Eucaristía promulgara el 20 de diciembre de 1905, su Decreto "Sacra Tridentina Synodus", en el que llama a todos los fieles a la Comunión frecuente y diaria, con solo estas dos condiciones: 1a. que nos lleve a comulgar recta intención y 2a. Que no tengamos conciencia de pecado mortal.

A estos dos respectos nos dice San Pío X en su Decreto:

"La rectitud de intención consiste en que aquel que comulga, no lo haga por rutina, sino por agradar a Dios, unirse más y más a El por el amor y aplicar esta medicina divina a sus debilidades y defectos y que aunque convenga en gran manera que los que comulguen frecuentemente o diariamente, estén libres de pecados veniales, al menos de los completamente voluntarios y de su afecto, basta sin embargo con que estén libres de pecados mortales, y que tengan propósito de nunca más pecar".

Recomienda también San Pío X a los confesores, tengan mucho cuidado de no alejar de la Comunión frecuente y diaria a los que están en Estado de Gracia y se acercan a comulgar con recta intención.

Y en el 4º. artículo recomienda a los fieles que procuren hacer bien sus Comuniones en estos términos:

Como los Sacramentos de la Ley nueva, aunque produzcan su efecto por sí mismos, lo causan sin embargo más abundante cuanto mejores son las disposiciones de los que los reciben, se ha de procurar que preceda a la Comunión una preparación cuidadosa y le siga una conveniente Acción de Gracias, conforme a las fuerzas, condiciones y deberes de cada uno".

No podía San Pío X llamarnos a la Sagrada Comunión en mejores términos, y así lo han seguido haciendo los Papas Pío XI, Pío XII, Juan XIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II que le han sucedido, quienes han aminorado todo lo que de alguna manera dificultara recibir frecuentemente la Sagrada Comunión, tanto reduciendo al mínimo el ayuno eucarístico como instituyendo la Misa vespertina del sábado para cumplir el precepto dominical.

Para corresponder a su bondad y a su llamado:

Resolvámonos a comulgar con más frecuencia y a hacer mejor nuestras Comuniones.

Cierto es que comulgar diariamente tal vez no está en nuestra mano, es una gracia que nos viene del cielo, pero pidámosla a Nuestro Señor Sacramentado y El seguramente nos la concederá, si ponemos de nuestra parte toda nuestra buena voluntad, comenzando por comulgar con más frecuencia y procurando hacer mejor nuestras Comuniones, siguiendo las instrucciones de San Pío X.

Según ellas una buena Comunión requiere dos cosas:

-una preparación cuidadosa y
-una conveniente Acción de Gracias.

La preparación a la Comunión requiere preparar -nuestra alma, -nuestro cuerpo y -nuestro corazón.

La mejor preparación para nuestra alma, si no comulgamos con frecuencia, es una buena confesión; o la Comunión de la víspera, si comulgamos diariamente.

Preparemos nuestro cuerpo obedeciendo las disposiciones de la Santa Sede sobre el ayuno eucarístico que consiste simplemente en dejar de comer y beber una hora antes de la Misa. El agua simple no quebranta esta regla.

Si vamos a recibir sacramentalmente a Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, es preciso asistir correctamente vestidos. ¡Vamos a una fiesta maravillosa!

Y preparamos nuestro corazón llevando los sentimientos de humildad, de amor y de deseo que espontáneamente brotan del alma de quien considera que el Rey de los Cielos y tierra, el Señor de los Señores, viene a morar en un pobre pecador para hacerlo bueno si es malo y Santo si es bueno, que viene a su alma a santificarla.

Y después de haber recibido la Sagrada Comunión, De qué otra manera podemos comenzar nuestra Acción de Gracias, sino adorando al Señor que hemos recibido haciéndole después presente nuestro agradecimiento, nuestro amor, -nuestros buenos propósitos para apartarnos del pecado y -nuestras necesidades para que nos las remedie.

Debemos procurar no emplear menos de 5 a 10 minutos en nuestra Acción de Gracias. Mucho nos ayudarán a hacer bien todos esos actos los Folletos EVC 281 y 288. Este último trae nueve meditaciones, que nos llevan a reflexionar en la obligación que tiene todo buen cristiano -de visitar al Santísimo, -que no basta con ello sino que hay que recibirlo y recibirlo con frecuencia y hacer bien nuestras comuniones y trae después los actos de Fe, de Adoración, de Acción de Gracias, de Petición y de las resoluciones que debemos tomar para evitar el pecado y para hacer Buenas Obras, tanto en honor de Dios, como en bien propio y en provecho del prójimo.

Frutos que debe dar la Comunión en quien comulga diariamente

Debe llevar la Comunión, a quien comulga diariamente, el deseo de huir no solamente del pecado mortal, sino del venial y de todo afecto al pecado, el instruirse en Religión, especialmente para formarse una conciencia recta que le permita distinguir entre el bien y el mal, una conciencia delicada que cuide de no ofender a Dios en lo más mínimo, sin que esto quiera decir que todo se le haga pecado, pues no hay que poner pecado donde no lo puso Dios.

Debe llevarlo al desprendimiento de las cosas de la tierra, bien que amando lo que posee, como dones que de Dios ha recibido, no apegándose desordenadamente a ellas; el anhelo de aumentar en santidad; gran fidelidad para cumplir con las obligaciones de su estado, pues como todo cuanto hace un buen católico lo hace en servicio de Dios, debe hacerlo bien.

Debe llevarle el deseo de capacitarse para saber pelear contra los enemigos de su alma y de su Iglesia y una sumisión absoluta a la Voluntad de Dios, bendiciendo las penas y contrariedades del día como venidas de su mano y ofreciéndolas al Eterno Padre junto con los méritos de Nuestro Señor Jesucristo por la Redención del mundo.

Para saber si estamos haciendo bien nuestras Comuniones...

observemos nuestra conducta; si vemos que mejora, nuestras Comuniones son buenas; si no mejora, no estamos comulgando bien.

Por qué hay personas que aunque comulguen diariamente, no son ni con mucho modelo de cristianos.

Desgraciadamente no son raros los casos de personas que aunque comulguen diariamente, no parecen mejores que las que permanecen alejadas de la Comunión.

Cierto es que los que comulgan frecuentemente, no se conservan en pecado mortal, como: casarse por lo civil con alguien que está casado por la Iglesia, comercio de objetos robados, tener otra mujer además de la propia, faltar a los Mandamientos de la Iglesia, etc., pero carecen de las virtudes que deben distinguir a un buen cristiano, pues no son humildes, sintiéndose superiores al prójimo, no son pobres de espíritu, pues codician las riquezas, y hasta tienen una conciencia errónea, pues por ejemplo no ven pecado en aprovecharse en bien propio de algún error del prójimo, en una transacción o en una cuenta, en no poner la debida diligencia para devolver lo que encuentren perdido, etc.

Y esto se debe sencillamente a que no cuidan de instruirse debidamente en Religión.

Al efecto recomendamos a nuestros lectores, busquen en los Casilleros EVC instalados en gran número de Iglesias en todo el País.

Cierto que la Sagrada comunión ilumina nuestro entendimiento para que entendamos bien las cosas de la Religión, pero necesitamos conocer estas y es la instrucción Religiosa la que nos las da a conocer.

La Primera Comunión

A principios de este siglo, tomando en cuenta que desgraciadamente toda la Instrucción Religiosa que suelen recibir los fieles, es lo que mal aprenden cuando son preparados para su Primera Comunión, no se acostumbraba que estos la hicieran antes de los 10 y hasta 12 años; pero el Papa San Pío X, en el año de 1910, en su Decreto "Quam Singulari" determinó que los niños debían hacer su Primera Comunión tan pronto como llegaran a la edad de la razón y supieran hacer distinción entre el alimento natural y el pan sobrenatural de la Sagrada Eucaristía.

Es general la creencia de que se llega a esa edad a los 7 años, pero muy frecuentemente los niños llegan a ella mucho antes, pues seguramente por encontrarse en Estado de Gracia, entienden las cosas de la Religión, muchas veces mejor que las personas mayores.+ Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos + .

Estén pues alerta los padres de familia en proporcionar a sus hijos una adecuada instrucción religiosa, enviándolos al Catecismo de su Parroquia, estudiando con ellos en casa. ¿Qué clase de cristianos somos si ni siquiera podemos dar catecismo a los propios hijos?

Hay que tener presente que la catequesis no tiene como objeto preparar a los niños a hacer su Primera Comunión, sino a transmitirles íntegramente la Doctrina Cristiana, de la cual la recepción de los Sacramentos no es sino una parte. Muy frecuentemente en nuestra Patria hay la fatal creencia de que una vez hecha la Primera Comunión cesa la obligación que tenemos de instruirnos en nuestra Santa Religión, dando por resultado adultos con religión de niños.

Así pues, hay que seguir estudiando y deben ser educados en la asistencia a la Santa Misa los domingos comulgando lo más frecuentemente posible, la familia reunida ¡En cuántas ocasiones la Primera Comunión es la última!

Preparación de la Ceremonia

Es también muy frecuente dar tanta importancia a los aspectos exteriores y sociales, que se diluye la trascendencia del Sacramento que van a recibir .

El vestido, el trajecito, la vela, el librito con su rosario, los invitados, el desayuno, etc. pueden distraer al niño en exceso y ocupar tanto a los padres, que no tienen cabeza para confesarse y comulgar con sus hijos! dando un pésimo ejemplo (esto se aplica también sobre todo en las bodas).

Sin suprimir el aspecto exterior festivo de una ocasión tan bella e importante, procuren los padres y padrinos, centrar la mente de los niños en el Sacramento que van a recibir.

Se acostumbran los "padrinos" en la Primera Comunión y en otras ceremonias religiosas, pero hay que tener presente, que los únicos padrinos legales ante la Iglesia, son los del Bautismo y los de la Confirmación. Sería de desear que los que acompañen al niño en su Primera Comunión, fueran los padrinos de Bautismo, señalando su preocupación por la educación cristiana de sus ahijados.

Lo importante de un Sacramento es el encuentro con Jesús, no la fotografía o el video; procuren pues, los camarógrafos no ser imprudentes.

Ni qué decir la importancia de que los padres o padrinos hagan con el niño o niña que ha hecho su Primera Comunión la Acción de Gracias, propia de tan grande solemnidad.

Después de la Comunión, el padrino o madrina, inviten al niño a dar gracias a Dios, evitando las distracciones.

Pueden recitar con él la siguiente oración:

"Yo te adoro, Jesús mío, realmente presente en mi corazón y en mi alma; te reconozco como mi Dios y Salvador. Sé que en la Hostia Consagrada has venido a mí, siendo el Creador del cielo y de la tierra.

Te amo, Jesús, sobre todas las cosas, para corresponder a tu inmenso amor por mí. No solamente moriste por mí en la cruz, sino que en la Eucaristía quieres estar dentro de mí. Realmente eres mi mejor Amigo y te quiero mucho.

Gracias por todo lo que me has dado en mi vida, pero en especial por este momento de mi Primera Comunión.

Yo te pido, Dios mío, que nunca me aparte de Ti por el pecado, no quiero ofenderte jamás. Quédate para siempre conmigo y concédeme la gracia de Comulgar todos los domingos de mi vida para poder ser Santo como Tu quieres que sea.

Bendice a mis papás y padrinos. Bendice a mis catequistas y a todos los que me acompañan en estos momentos. Y también bendice al Sacerdote que me ha dado mi Primera Comunión. Amén".

El Sagrado Viático

Se llama Viático la Comunión que reciben los enfermos en peligro de muerte, pues esta palabra significa "avío", preparativo de viaje y la comunión es la mejor preparación para el viaje hacia la eternidad.

Cuando se solicita al Sacerdote la administración de la Unción de los Enfermos, hay que informarle si el enfermo puede comulgar, es decir, que esté consciente y no tenga vómitos.

Para que el Sacerdote tenga donde depositar el Cuerpo de Cristo, es conveniente preparar una mesita, adecuadamente cubierta, y poner además un crucifijo, una vela encendida, así como un vaso con agua por dos motivos: tal vez el enfermo necesite un sorbo para poder pasar la Sagrada Hostia y además el Sacerdote se purifica los dedos después de dar la Comunión. Esa agua se vierte al final, en una maceta.

Los presentes deben darse cuenta de que es nada menos Dios el que entra a su hogar y asistan al evento con toda devoción.

Naturalmente que en la Comunión del Viático no obliga el ayuno eucarístico.

Los protestantes y la Sagrada Eucaristía

A pesar de lo claramente expuesto que se encuentra en la propia Biblia protestante la doctrina de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, dando los protestantes más fe a sus sentidos que a las palabras de Cristo, so pretexto de que después de la Consagración el Pan Eucarístico no sufre ningún cambio sensible y de que tanto nuestros ojos, como nuestro tacto, nuestro gusto, nuestro olfato, nos dan testimonio de que permanece el mismo, pretenden que debemos concluir que Nuestro Señor, al decir + Esto es mi Cuerpo + hablaba en forma figurada y que no quería decir que el pan que tenía en sus manos fuera su Cuerpo, sino todo lo contrario, que NO ERA su Cuerpo.

¿Qué quiso pues decir Nuestro Señor con lo que dijo según los protestantes? Ellos no lo saben, pues no se ponen de acuerdo a este respecto. Unos dicen que quiso decir que el Pan Eucarístico era una figura de su Cuerpo, otros que un memorial, otros que una imagen, otros que una representación, un memoratorio, un recuerdo, un símbolo, etc., etc., pues dan más de 200 diferentes interpretaciones a estas 4 palabras tan claras de Nuestro Señor, quien por cieno no dijo: esto es la efigie de mi Cuerpo, ni esto representa mi Cuerpo, etc., etc., sino que claramente dijo: + ESTO ES MI CUERPO +.


Bibliografía:
Alicia Herrasti
2a. Edición 1999
Folleto E.V.C. No. 171
Sociedad E.V.C. Apdo. Postal 8707, 06000, México, D.F.