¿CÓMO PODRÉ PERDONAR?



1. La herida imperdonable

2. Perdonar en toda circunstancia

3. El resentimiento es malo para ti

4. Tampoco tú eres perfecto

5. El perdonado ha de perdonar

6. Ser sincero ante tu ira

7. Contemplar el asunto con realidad

 

8. Ver el punto de vista del otro

9. El papel del amor

10. Cuando el perdón parece injusto

11. Saber decir: "Lo siento"

12. Cuando no hay respuesta

13. Ni inocente ni culpable

14. ¿De nuevo amigo o deudor permanente?

15. El poder de perdonar

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La herida imperdonable

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De vez en cuando sobreviene una herida que te deja paralizado en tu camino. Te sientes sacudido, ultrajado. Reaccionas ardiendo en ira o te quedas frío, desconcertado. Lo último que se te ocurre es volverte contra el que te ha herido. Piensas que es imposible olvidar la herida, dejar de sentir indignación. Quizá llegas a pensar que sería un error el perdonar. Lo que te han hecho clama al cielo.

  • Hay un niño jugando con un palo en un campo cercano a su pueblo. Sobre la hierba quedan aún huesos y calaveras, restos de la última matanza, cuando las tropas irrumpieron y mataron a todos los sospechosos de haber ayudado a los guerrilleros. En la mente del niño, el palo es una metralleta. El está ahora matando a los asesinos de su padre. El es ahora el hombre de la casa. Cuando crezca tendrá que tomar venganza.
  • Cincuenta años después de la segunda guerra mundial, algunos de los internados en campos de concentración de las junglas asiáticas tramaban aún la venganza. Recordaban los efectos duraderos de las torturas que sufrieron. "El mundo olvidará -decía uno de ellos- pero yo nunca podré olvidar".

Tal vez la herida imperdonable ha sido hecha a alguien a quien amas. Shirley guardaba dentro de sí la herida producida a su esposo por un compañero de trabajo. "No tengo problemas en perdonar lo que me hayan hecho a mí -decía- pero creo que no tengo derecho a perdonar lo que le han hecho a él".

El perdón de las pequeñas faltas de todos los días es algo que todos damos y recibimos constantemente.

Si te he pisado el pie, tú me dices enseguida: "No ha sido nada".

Si alguien ha cometido un fallo que nos retrasa a todos el trabajo del día, acabamos sonriendo y, aquí no ha pasado nada.

De pronto, te hiere el comentario de una amiga. Ella se da cuenta de mi gesto y, rápidamente, me pide perdón y me hace una caricia. Es así como perdonamos y somos perdonados, casi sin damos cuenta de lo que hacemos.

Pero ¿qué pasa cuando llegan las grandes heridas que no tienen fácil curación? ¿Cómo podemos perdonar?

Hay algunos que sí han encontrado respuesta a esta pregunta.

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Perdonar en toda circunstancia

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En tiempo de guerra y de conflictos políticos suceden cosas que dejan graves huellas de errores no perdonados. Pero, en esas mismas circunstancias, también suelen darse brillantes ejemplos de perdón.

EI P. Son, pastor protestante en Corea, era un hombre extremadamente amable. Había sido hecho prisionero por los extranjeros que habían invadido su país. Entonces llegó a él la noticia de que sus dos hijos que estudiaban en la universidad, habían sido asesinados por estudiantes activistas, porque aquellos no querían unirse a su causa.

Estando el P. Son celebrando el funeral por sus hijos, el público quedó estupefacto al oír que decía que Dios le había concedido suficiente amor como para buscar y adoptar al asesino.

Gracias a un grupo de amigos, consiguió rescatar al asesino que estaba a punto de ser fusilado y lo recibió en su familia.

"Ya hemos perdido dos hijos" -le dijo el P. Son- ahora sé tú nuestro hijo en lugar de ellos".

  • En 1987, millones de espectadores pudieron asistir a una entrevista televisada con Gordon Wilson. El y su hija quedaron enterrados en el derrumbamiento provocado por una bomba en Irlanda del Norte. El mantuvo agarrada la mano de su hija hasta que ésta murió. Sin embargo, no abrigó rencor contra los que pusieron la bomba.
    "Rogaré por ellos esta noche y todas las noches. Que Dios los perdone, porque no saben lo que hacen".
  • Una mujer holandesa, Corrie ten Boom, a sus cincuenta años de edad, se entregó resueltamente a ayudar a los judíos a escapar de los Nazis. Fue detenida y llevada, con su hermana Betsi, al campo de concentración de Ravensbruck, en donde Betsi murió. Después de la guerra, Corrie trató, incansablemente, de persuadir a la gente para que perdonara.

Sucedió un día, que uno de aquellos crueles guardias de Ravensbruck se presentó ante ella; había éste hallado el perdón de Dios y quiso también obtener el perdón de ella, estrechando su mano. Ante los ojos de Corrie pasaron todos los horrores que ella y su hermana habían padecido en el campo. Le pareció que era incapaz de mover su brazo.

Oró en silencio: "Jesús, no puedo perdonarle. Perdóname tú a mí".

"En cuanto pude tomar su mano -escribía después- me sucedió algo increíble: desde mi hombro, a través de mi brazo y mi mano pasó una corriente desde mí hacia él, mientras mi corazón se inundaba de amor hacia aquel extraño".

Me dirás que estos son personajes extraordinarios; que tú no podrías hacerlo, que tú ni querrías hacerlo.

Desde luego, tú puedes escoger el no perdonar. Pero, antes de que lo decidas así, convendría que estudiaras las consecuencias de esa postura.

 

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El resentimiento es malo para ti

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Hay un proverbio inglés que dice:

Los palos y las piedras podrán romper mis huesos, pero las palabras nunca me podrán hacer daño.

¡Totalmente falso! Las palabras pueden hacer un daño silencioso, incluso a nivel físico. Cuando alguien te decepciona o te injuria, la ira o el miedo que alimentas dentro de ti producen profundos cambios en tu ritmo cardíaco y en tu tensión arterial. Tu cuerpo se prepara para luchar o para huir. En casos extremos se pueden producir ataques cardíacos a resultas de haber escuchado palabras crueles o de haber presenciado sucesos horribles.

El dolor es una importante válvula de seguridad. Si recibes una cortada en una pierna, el dolor que sientes te avisa del mal y te recuerda que tienes que ser más cuidadoso. Te hará ir corriendo en busca de un ser querido para que te consuele; o en busca de un médico para que te ponga unos puntos.

No es malo el sentirse airado cuando alguien te ha herido. (Ya volveremos sobre esto). Es una reacción normal e indica una personalidad sana. Si el asunto ha sido trivial o de poca importancia, lo único que necesitas es, simplemente, admitir ese sentimiento tuyo y controlarlo.

Pero, cuando la herida ha sido más seria, es fácil que necesites ayuda. No hay que ignorar el dolor. Hasta conviene manifestárselo a alguien que pueda animarte y ayudarte. A veces se necesita tiempo hasta que remita el dolor emocional.

Frecuentemente, el hablar de ello con la persona que nos ha herido, puede llevamos a la reconciliación. Y si alguien te dice que le has herido, el hablar de ello puede llevarme a que yo comprenda la herida que he causado, y a mostrar que lo siento y que quiero seguir mostrándole mi aprecio.

Normalmente, esto será suficiente para aliviar gran parte del dolor de la herida e iniciar una rápida recuperación; algo así como ocurre con una herida bien desinfectada y tratada que pronto sanará. Este es el mejor sistema de curación.

Pero, suponte que el uno no quiere hablar o que el otro no quiere admitir que existe un problema. La herida no se cura. El resentimiento se encona. Cada vez que piensas en ello, se te revuelve tu interior. Va penetrando en tu personalidad y comienza a enturbiar también tus relaciones con los demás. "No volveré a confiar en nadie -dices- y comienzas a distanciarte también de los demás".

Si el resentimiento es profundo, puede llegar a afectar al cuerpo. Todos los médicos saben muy bien que los pacientes crónicos empeoran cuando abrigan, en su interior, un resentimiento mal curado.

Y así, la irritación puede ser buena al comienzo, pero una ira permanente y no curada es, ciertamente, muy peligrosa. Para nuestro propio bien, necesitamos aprender a perdonar.

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Tampoco tu eres perfecto

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Hemos visto que una de las razones para perdonar está en tu propio interior: el resentimiento te hace mucho daño. Pero también hay otra razón más externa: y es que ninguno de nosotros es perfecto. Si eres sincero, tienes que admitir que, como todos los demás, tú también, con frecuencia, necesitas perdón. Necesitas el perdón de los demás. Necesitas el perdón de Dios.

Quizá este último pensamiento sea nuevo para ti. Tus palabras y tus acciones tienen mucho más alcance del que crees. No es un asunto privado tuyo. Son también asunto de Dios, que conoce hasta el más mínimo detalle de tu vida.

Cuando eres holgazán, desleal, descuidado, mordaz, ambicioso o cobarde, ofendes al Dios que te creó. Cuando hieres a otra persona, cuando descuidas el poner en marcha la energía y las facultades que posees, en realidad, estás hiriendo al Padre que se preocupa por ti y por los que están en torno a ti, que sois hijos de Dios.

En cierta ocasión, el rey David se enamoró de la esposa de uno de sus soldados, y tramó la muerte de éste. Cuando comenzó a sentir remordimientos de lo que había hecho, escribió a Dios un poema en el que decía: "¡Ante ti, sólo ante ti he pecado!

Comprendió la trascendencia de sus acciones ante los ojos de Dios que es el que se preocupa de todos.

Esto te puede parecer muy complicado, sobre todo, si aún sientes rencor por lo que otros te hayan hecho. Pero, en realidad es el anuncio de una buena noticia.

La buena noticia es que Dios te ofrece un perdón total. Y te lo ofrece en la medida en que tú te tomes también en serio el mal que hayas hecho con tus culpas y tus pecados.

El perdón de Dios tiene su partida en un acontecimiento real que sucedió hace veinte siglos, pero que aún hoy conserva plenamente su inmensa virtualidad.

Ponte a pensar, por ejemplo, en algunas cosas que te costaría mucho perdonar:

  • Injusticia llevada a cabo por fines políticos
  • Destrucción envidiosa de un hombre, por la buena influencia que ejercía sobre los demás
  • Ser vendido, por dinero, por alguien en quien tu confiabas
  • Traición de un íntimo amigo quien, en momentos de peligro, niega que te hubiera conocido
  • Ser golpeado y escarnecido, sólo por un rato de diversión
  • Permitir que se condene a un inocente a una de las más crueles muertes jamás imaginadas
  • Burlarse de una persona mientras sufre un horroroso tormento

Jesús, el Hijo de Dios, es la única persona inocente que jamás haya existido. Mientras le sucedían todas estas cosas, él seguía amando a la gente que se las hacía, ofreciendo amistad al que le traicionaba, avisando a sus compañeros de lo que iba a suceder. Respondió amablemente al gobernador que lo sentenciaba. Oró claramente en favor de los soldados que clavaron sus pies y manos a una cruz: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen".

Sobrellevó todo el castigo de todos los pecados cometidos por su pueblo durante toda la historia. Experimentó lo que era sentirse apartado de Dios. Gritó: "¿Por qué me has abandonado?".

Dios le respondió con una demostración única de su poder sobre el universo. Resucitó a su Hijo. Jesús volvió a encontrarse con sus seguidores y les comunicó la buena noticia que habían de trasmitir a todo el mundo: el ofrecimiento del perdón y de una nueva vida vivida en el amor de Dios.

El perdón que Dios nos ofrece no ha sido un perdón barato y fácil.

Esta es la historia de la cruz de Jesucristo. Dios derramó sobre nosotros un amor costosísimo, al enviar a su Hijo Unigénito a morir por ti y por mí. Y, en consecuencia, nos invita a volvemos a él y decirle: "Me arrepiento de mi pecado. Creo que Jesús murió por mí. Perdóname y haz que vuelva a ser tu hijo o tu hija".

Pero, date cuenta de que, si das este paso, también tú te comprometes a perdonar.

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El perdonado ha de perdonar

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El resentimiento sin perdón suele compararse con lo que sentimos cuando alguien nos debe dinero. Podemos rabiar y echar humo, pero esto no arregla nada si el deudor no tiene con qué pagarnos.

En el asunto del perdón, hay muchos casos en los que el ofensor no puede arreglar las cosas. Es muy raro que sea capaz de poder enmendar las cosas exactamente.

¿Quién puede arreglar la muerte de un hijo o de una hija? ¿Quién puede borrar los efectos de un rumor malicioso? La única salida para la persona ofendida es aceptar la pérdida y tratar de cancelar la "deuda".

Ya hemos visto que ninguno de nosotros es perfecto. Constantemente estamos hiriendo a Dios. Estamos totalmente en deuda con él y nada podemos hacer, como no sea solicitar su perdón. Pero Dios es enormemente generoso. Si se lo pedimos, nos perdona. Por obra de su amor en la cruz, la deuda ha quedado perdonada.

Pero existe una condición. Es preciso que demostremos que hemos entendido el amor de Dios y que nos arrepentimos de veras de nuestro pecado.

Jesús nos lo explicó de esta manera: si aceptamos el generoso perdón de Dios por esta deuda nuestra de muchos millones, estaría totalmente fuera de la cuestión el que, por nuestra parte, nos negáramos a perdonar a los demás una deuda de unos pocos centenares:

"Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden".

Así está escrito en la célebre oración con la que Jesús nos enseñó a orar. El Dios que nos perdona nos exige que nosotros perdonemos a los demás.

Estas son, pues, las dos razones que tenemos para perdonar, que el resentimiento nos hace daño, y que un corazón que no perdona entristece a Dios. Veamos ahora los pasos que hemos de dar hacia el perdón.

 

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Ser sincero ante tu ira

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El primer paso hacia el perdón es examinar la herida y ser sincero contigo mismo acerca de tus sentimientos.

La respuesta normal ante la herida es la ira, pero la ira puede expresarse de dos maneras opuestas.

  • Podemos lanzarnos al ataque: increpamos, criticamos, realizamos gestos amenazantes. Y, si hemos sido gravemente provocados, damos golpes, bofetadas o puñetazos.
  • nos batimos en retirada. Ponemos gesto sombrío, rehusamos cooperar. Hacemos el vacío. Con nuestro proceder damos a entender que ya no confiamos más. En una querella, el silencio puede ser tan agresivo como los gritos.

Hay gente que ha sido educada en ambientes en los que está mal visto el realizar gestos airados.

Estos no suelen querer reconocer que se hallan airados.

"No estoy furioso -me decía uno mientras apretaba los puños y me miraba fijamente-. Tú nunca serás capaz de ponerme furioso".

No podemos menos de sonreír cuando oímos a alguien que grita: "Yo no estoy gritando".

Tu ira puede ser como un fuego devastador o como un iceberg. En ambos casos, tu mirada, la forma de sentarte o de estar de pie, el tono de tu voz, las palabras que usas, casi siempre indicarán a los demás que estás furioso.

Es muy importante ser capaz de examinar e identificar lo que estás sintiendo. Describir tus sentimientos de la forma más precisa posible:

  • Estoy decepcionado.
  • Me siento irritado.
  • Esto me pone furioso.
  • Estoy triste y dolido.
  • Mi reacción ante este lío es sentirme estupefacto y paralizado.

No siempre es fácil el reconocer nuestros verdaderos sentimientos. Cuando uno ha sido herido muy profundamente, la confianza en sí mismo y el sentido de su propia valía pueden sufrir un fuerte bajón. La ira inicial puede quedar profundamente sepultada bajo un sentimiento de fracaso e inutilidad. Puede ser hasta peligroso el tratar de precipitar un perdón instantáneo.

"Siento que ayer me gastara tanto de nuestro dinero en caprichos. ¿No te importará, verdad? -le decía Peter a su esposa, un tanto apresuradamente en el desayuno-, La noche anterior había llegado muy tarde y no hubo tiempo para hablar.

"No, desde luego que no -le replicó Helen-. Fue culpa mía el exigirte cuentas", Respuesta, quizás demasiado rápida y condescendiente, porque más tarde le entraba la llorera por cualquier cosa. Se sentía sombría y pesimista ante todo; cansada y falta de energía.

Síntomas como estos pueden indicar que la ira ha quedado reprimida y que el sujeto puede caer en una depresión. Si Helen no es capaz de decirle a Peter lo que realmente siente, al menos tendrá que hablar de ello con algún amigo o consejero experimentado.

Decir: "Lo siento", no es una fórmula mágica. No basta. Hay que hablar de los problemas y buscar soluciones reales.

Si te examinas sinceramente, no dejarás de reconocer los sentimientos de ira que te invaden cuando alguien te hiere. Quedarás sorprendido de su fuerza y, quizá, te sientas culpable por tenerlos.

"Airaos, pero no pequéis -dice la Biblia-. El sentimiento inicial no es malo. No derroches energías en tratar de negarlo; usa, más bien, tu energía en situar la ira bajo control y en resolver la situación.

Una manera de desahogar nuestra ira es hablar de ello con Dios. El hablar con Dios no tiene por qué reducirse a recitar las oraciones ya conocidas. En la Biblia hay muchos otros ejemplos de oración, en los que la gente expresa libremente sus dudas, sus temores, su rabia ante la injusticia.

El niño pequeño que se abalanza a golpear a su padre en un arranque de ira encontrará consuelo antes que el que se retrae y se enfurruña.

Dios es admirablemente compasivo. El descargar nuestros más penosos sentimientos sobre él, puede constituir el primer paso para conseguir su ayuda y recobrar nuestra paz de espíritu.

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Contemplar el asunto con realidad

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El segundo paso en el proceso hacia el perdón es el tener una visión clara de lo que realmente sucedió.

Quizá descubras que tus sentimientos iniciales fueron una reacción excesiva ante la situación. Hasta es posible que el lío en que te encuentras, el dolor o el miedo que experimentas, comience n a parecerte algo cómicos.

El sentido del humor es un gran don. La gente más equilibrada son los que no se ofenden ante un simple error o fallo, porque ven pronto el lado ridículo de las cosas. Sus sentimientos de ira se tornan pronto en golpes de risa.

Cierto que la risa no será lo más propio en muchas ocasiones. Pero es que, la alternativa ¿es siempre el echarle la culpa a alguien?

Una profesora de colegio quedó absolutamente desconcertada por no haber aprobado el examen de conducir. Después de darle muchas vueltas dentro de su cabeza, se convenció de que había sido calificada injustamente. Detrás de su ira se hallaba el hecho de que jamás en la vida había sido suspendida en un examen. Tenía un historial intacto de éxitos, y este fallo se le antojó un terrible desastre.

Para los espectadores imparciales era evidente . que tenía un erróneo concepto de sí misma: -"Nunca puedo fallar"-, y que su desconcierto se debía a esto. El tener la experiencia de que no era una catástrofe el volver a repetir el examen iba a ser mucho más provechoso para ella que el haberlo aprobado.

"¿Por qué te fijas en la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?" -preguntaba Jesús empleando una hiperbólica comparación.

Se estaba refiriendo a un fallo humano bien conocido. Tendemos a advertir y criticar en los demás las cosas que suelen constituir nuestros principales defectos.

  • "No soporto a John -decía Arthur-. Siempre trata de ser la estrella del grupo".

El pobre Arthur se quedó perplejo ante la carcajada que estalló en el grupo. Nos costó bastante el volver a animarle. Creó que le ayudamos a ser más equilibrado.

Ocurre un problema parecido cuando surgen en el presente sentimientos acerca de fallos previos no perdonados.

  • Carol trajo a casa a su novio para presentarlo a sus padres.

"Nunca traigas más a ese hombre a mi casa -le dijo su padre-. Se ha portado como un esquirol entre sus compañeros de trabajo".

Ya hacía años que el padre de Carol había dejado de hablar de su amargura por la huelga que le costó su puesto de trabajo. Carol creyó que ya había perdonado a sus patronos. Ahora se dio cuenta de que toda su amargura estaba dirigida contra los trabajadores que habían traicionado su causa.

Hemos visto que, cuando algo nos pone furiosos, la fuerza de estos sentimientos puede provenir de nuestra historia pasada o de nuestras expectativas poco realistas. Hemos de aprender a conocemos a nosotros mismos para evitar así el culpar injustamente a los demás.

 

 

 

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Ver el punto de vista del otro

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Ahora ,que tienes una idea clara de lo que ha sucedido y de como te sientes acerca de ello, el paso siguiente es tratar de comprender el punto de vista del otro.

Los franceses tienen un proverbio:

Comprenderlo todo es perdonarlo todo

Encierra mucha verdad. Cuando llegas a comprender el asunto, puede que el problema desaparezca. Pero aquí no acaba todo. Comprender es un paso que nos enseña qué cosas pueden excusarse y qué cosas necesitan perdón. Una vez que comprendo qué es lo que es lo que pasaba por ti, cuando me heriste, yo podría decir:

Me doy cuenta de que ha sido un accidente. No fue más que un malentendido. No ha sido culpa de nadie. Estabas bajo una presión tal, que no has podido evitarlo. Tú no podías pensar que yo me iba a sentir ofendido.

Una vez comprendido todo, yo te excuso. Es como si, en mi interior tribunal de justicia, hubiera sentenciado: "No ha lugar".

Puede ocurrir, sin embargo, que, una vez haberlo comprendido todo, tenga que acusarte:

No has tenido cuidado. No has tratado de comprender. Te ha faltado sensibilidad. A pesar del estrés, deberías haber tenido más autocontrol.

Cuando reprendemos la actuación de alguien, le estamos diciendo: "Tú eres una persona madura. Sabes que hay cosas que están bien y que están mal. Tú eres capaz de elegir. Yo te considero responsable de esta actuación".

Porque, si excusamos algo que está evidentemente mal, le estamos, de alguna manera diciendo al culpable: "La verdad es que esperaba muy poco de ti. Yo te desprecio. No te considero merecedor de mi indignación".

Una vez que hemos excusado lo que conviene excusar, y una vez que hemos reprendido lo que hay que reprender, entonces estamos en situación de poder decir:

Sí. Tú has hecho esto. Acepto tus excusas. Ya no te lo voy a tener guardado. Seguiré confiando en ti como antes.

Llegados a este punto, nos enfrentamos con el costo total del perdón. Puede que esté fuera de nuestro alcance. Que solos no podamos conseguirlo.

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El papel del amor

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Recapitulemos:

  • Alguien te ha herido.
  • Eres consciente de lo que ha ocurrido y de cómo te sientes.
  • Comprendes lo que sentía la otra parte y, hasta cierto punto, le excusas.
  • Pero, aun así, hay algo que ha estado mal y tú le reprendes por ello.

Ahora bien, ¿dónde encontrar el poder y la voluntad para perdonar?

¿Temes que no sea posible, y que las cosas no van a volver a estar como antes?

¿Pretendes que todo dependa de la otra persona? Tú únicamente perdonas, si el otro se excusa humildemente y hace que te sientas gloriosamente generoso.

¿No dependerá, más bien, de lo generoso que te muestras hacia el otro?

Es el amor el que nos proporcionará un poderoso motivo para perdonar.

Si amamos a alguien, no lo abandonaremos. A los seres queridos no podemos arrojarlos por ahí como un trapo viejo. Perderlos es como si nos cortaran un dedo. Podremos sentimos furiosos con ellos y creer que el perdonar va a ser difícil y doloroso. Pero también sabemos que, a la larga, nos va a doler mucho más el perder su amor.

Muchos de nosotros hemos aprendido a perdonar cuando éramos niños. Lo hemos aprendido con nuestros padres y nuestros cuidadores a los que amábamos y necesitábamos. Ahora somos grandes, pero tenemos que seguir aprendiendo cosas nuevas. Siempre cometemos fallos y equivocaciones. La experiencia de ser amados y perdonados sigue ayudándonos a crecer y a convertirnos en personas amables.

Ya hemos aprendido que los adultos tampoco somos perfectos. A veces admitimos nuestras equivocaciones y nos perdonamos. Esto nos acerca más unos a otros; nos sentimos más seguros. Pero puede ocurrir que, por cualquier razón, hayas aprendido mal esta lección en la niñez. No estás convencido de que el amor pueda curar la herida. Te cuesta confiar y te cuesta perdonar. Si este es tu caso, necesitas hablar de ello con alguien. Nunca es tarde para aprender nuevos caminos hacia el amor.

No acaba aquí la cosa. Porque no podemos tener con todos una relación tan cercana. Sin embargo, Jesús nos dice que les amemos también a ellos. Jesús nos resume lo que Dios nos exige en estos dos mandamientos:

Amarás al Señor; tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Aquí, amar quiere decir reconocer que cada persona, para Dios, es tan preciosa y valiosa como nosotros mismos. Esta es la actitud básica, a partir de la cual, podremos desarrollar nuestros sentimientos de amor hacia los demás.

  • Cuando Gordon Wilson declaró que perdonaba a los terroristas que mataron a su hija, no sabía ni quienes eran ni hasta qué punto eran culpables. Estaba empezando a sentir el terrible dolor de haber perdido a su hija. Le quedaban aún por delante muchos pasos en su perdón.
    Simplemente, estaba declarando que esos asesinos eran seres humanos amados por Dios, por muy culpables que fueran. Estaba expresando que sería posible perdonarlos.
  • Cuando el P. Son declaró que quería adoptar al asesino de su hijo, confiaba que Dios le enseñaría un nuevo camino más allá del dolor y de la muerte. Confiaba en un Dios cuyo amor puede hacemos, también a nosotros, amantes y amables.

En lo más profundo de nuestros corazones, la mayor parte de nosotros compartimos el convencimiento de que todos los seres humanos son de gran valor, aunque sean culpables. Cuando nos ocurre algo terrible, y sentimos odio y deseo de venganza, sufren un vuelco todos nuestros valores. Podemos llegar a echamos atrás y preguntamos: ¿hay que perdonar también en este caso?

 

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Cuando el perdón parece injusto

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¿Hay, en verdad, ocasiones en las que está mal el perdonar? Podrías pensar que, una cosa es perdonar la ofensa que te hayan hecho a ti y otra muy distinta cuando el daño se ha hecho a otros. ¿Qué sería de la justicia si lo perdonamos todo?

En 1986, tres hombres irrumpieron en una casa del Oeste de Londres, en busca de dinero. Al no encontrar nada de valor, se enfurecieron. Dos de ellos violaron brutalmente a la hija de la casa. A su padre y a su novio los ataron y golpearon con un bate de béisbol.

La primera reacción de esta familia cristiana fue el perdonar. "Cuando sucedió, me pareció que tenía que perdonar -dijo la muchacha en una entrevista de radio-. Más tarde, le di más vueltas en mi cabeza. Pero sabía que si no perdonaba me destruiría a mí misma".

Once meses más tarde, los tres hombres comparecían en juicio. El juez aplicó sentencias mucho más suaves por la violación que por el robo. Se basaba en que la familia había soportado bien la desgracia. Y decidió que el sufrimiento de la víctima no había sido tan grande.

El padre protestó enérgicamente, diciendo que esto no era justo. Para él no existía contradicción entre el decir "Yo les perdono", por una parte; y el exigir, por otra, que se llevara a cabo todo lo que exige la justicia.

Los padres retienen, muchas veces, el perdón a un niño durante algún tiempo, para que éste sienta el castigo. Una vez cumplido este tiempo, todo vuelve a ser normal. La falta ha quedado perdonada, y el niño vuelve a ser amado y animado.

En el mundo de los adultos, el estado tiene que tener reglas y castigos. Es importante que se haga justicia. El castigo, debe medirse correctamente. Un juez puede sentir amor y simpatía hacia un culpable, y puede sentir deseos de perdonarle. Pero ha de sopesar muy seriamente hasta qué punto ello puede afectar a la comunidad.

Si, ante un delincuente, decimos: "Pobrecillo. Ha tenido una infancia desgraciada", estamos enviando a sus víctimas el mensaje de que no las estimamos ni las protegemos. Estamos infravalorando también al culpable; implícitamente lo estamos despreciando y diciendo que no esperamos mucho de él.

El Nuevo Testamento nos narra que el apóstol Pablo fue encerrado en la prisión de Filipos después de haber sido apaleado por orden de los magistrados. A la mañana siguiente, éstos mandaron ponerle en libertad. Pero Pablo conocía sus derechos.

Podría haber perdonado a los magistrados y marcharse tranquilamente. Muchas veces, él mismo había escrito cartas urgiendo a los cristianos a ser generosos en el perdón. Pero, en esta ocasión, aguardó firme en la prisión hasta que los magistrados llegaran a pedirle excusas.

El perdón es algo que está en el corazón de la fe cristiana. Pero también lo está la justicia.

Nunca ha de usarse el perdón como un escape en una situación conflictiva. Tenemos la obligación de ser valerosos en la preservación de la justicia en el mundo.

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Saber decir: "Lo siento"

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Ella dijo: Por supuesto que le perdono, pero tendría que habérmelo pedido. ¿Por qué voy a ser yo quien tenía que hacer el primer movimiento?

El dijo: Estoy deseando pedirle perdón, pero no me atrevo a hacerlo. Sé que me va a hacer trizas.

Hasta ahora hemos contemplando el perdón desde el punto de vista de la persona injuriada. Pero, para restaurar plenamente la relación, el perdón supondría únicamente la mitad de todo el proceso. Es necesario el arrepentimiento por parte del injuriador.

El ajuste del perdón con el arrepentimiento es lo que produce la reconciliación.

Perdonar es:

  • hacerlo gratuitamente
  • no reclamar compensación alguna
  • dejar de sentirse resentido

Arrepentirse es:

  • aceptar el perdón
  • realizar una restitución apropiada
  • dejar de sentir culpabilidad o vergüenza

El arrepentimiento puede ser tan difícil como el perdón. Sigue los mismos pasos:

  • EI arrepentimiento ha de incluir el dominio de los sentimientos
    La culpabilidad y la vergüenza son sentimientos que queman tanto como los de dolor o ira. Hay quienes pretenden sepultarlos y rechazan admitir la falta. Otros, en cambio, reaccionan con exceso y se castigan con un remordimiento destructivo.
  • EI arrepentimiento implica el comprender por qué el otro se ha sentido herido.
    Cualquier acontecimiento nunca se ve de la misma manera por ambas partes del conflicto.
  • EI arrepentimiento exige respeto y amor hacia el otro.
    ¿Es que no tiene sentido del humor? ¿Por qué arma tanto lío por ello? Si el ofensor pretende que la herida no tiene importancia, está subestimando al ofendido.

Con la reconciliación ocurre muchas veces un problema: ¿Es conveniente que las excusas se pidan públicamente?

La confesión ¿ha de ser pública?

"Dorothy, querida, sé que tengo que pedirte perdón. He pensado cosas terribles de ti desde que te vi cenando con Clifford el otro día. Estoy seguro de que fue algo totalmente inocente. Perdóname por estar celoso".

Existe el peligro de que una petición de perdón sea una manera sutil de manifestar nuestra amargura o crítica hacia alguien.

Hay quien piensa que la confesión tiene que ser lo mismo de pública que la falta cometida.

Los resentimientos privados, normalmente, han de tener soluciones también privadas.

Pero una falta claramente pública -por ejemplo, un robo que haya puesto bajo sospecha a otra gente- exige una confesión pública para poner en claro la culpabilidad.

El adulterio puede ser un caso difícil: es algo muy privado, pero que implica a alguna otra persona.

Donald siempre había sido fiel a EIsa, y ella confiaba en él. Estaba profundamente arrepentido de lo que ocurrió en Viena, cuando la soledad le impulsó a buscar una mujer. Estaba deseando decírselo a EIsa para obtener su perdón y su consuelo.

Pero temía que ella iba a sufrir terriblemente e iba a desconfiar cada vez que él tuviera un viaje. Y empezaría a preocuparse por algún contagio. El mismo andaba cavilando acerca del SIDA. Si no se lo contaba a EIsa, tendría que soportar él solo todo el remordimiento. Era casi imposible que ella se enterara pero, si se enteraba, todo sería mucho peor.

En estas ocasiones es preciso sopesar el alivio que podemos conseguir nosotros con el golpe y el dolor que podemos causar a los demás.

La falta y el pecado siempre podemos confesárselo a Dios. El mejor punto de partida para el arrepentimiento es la oración. Dejando aparte nuestro orgullo herido, ponemos en la presencia de Dios

que es compasivo y misericordioso lento a la cólera y propicio al perdón,. que no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.

Una vez que te hayas reconciliado con Dios, confía en su ayuda para encontrar la mejor manera de reconciliarte con los demás.

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Cuando no hay respuesta

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¿Qué pasa, si la parte culpable no dice: "Lo siento?" ¿Puede el perdón ser unilateral?

Perdonar al insolente

Si no hay respuesta de la otra parte, no es posible recomponer la relación. No podemos restablecer la paz, pero, aun en tiempo de guerra, podemos seguir amando. Dios lo hace.

"Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen; seréis así hijos de vuestro Padre celestial que hace que el sol brille sobre buenos y malos".

Podemos proceder por los primeros pasos del perdón:

  • sentir nuestro dolor y nuestra cólera,
  • comprender lo que ha sucedido,
  • estimar a la otra persona.

Después podemos emplear el amor, lo que quiere decir que tenemos que dejar de abrigar pensamientos de odio y venganza.

Si encontramos un enemigo que está hambriento le alimentamos.

Si encontramos un enemigo herido, lo curamos.

Pero, si vemos que ese enemigo está atacando y causando daños, empleamos toda nuestra energía y coraje para controlarlo.

El amor puede ser amable y compasivo, pero el amor puede también ser enérgico y lleno de indignación moral. Jesús nos mostró muy bien estos dos aspectos del amor.

Aceptó a la gente herida, culpable y despreciada por la sociedad.

Pero se indignó con la gente engreída que oprimía a los pobres con grandes cargas.

La cólera puede contribuir al bien, cuando salva a los demás o nos vuelve a poner en pie a nosotros mismos.

Pero, en cuanto se siente triunfante y nos coloca sobre los demás, es peligrosa. Hemos de abandonarla en cuanto se vuelva insolente, incapaz de ningún cambio positivo.

Perdonar a los muertos

La familia del difunto estaba furiosa porque el funeral había sido fijado para una hora muy temprana.

En realidad, por lo que estaban furiosos era por tener que aparecer tristes ante la muerte del difunto, a quien habían deseado la muerte desde hacía muchos años.

La ira y la culpabilidad pueden mezclarse con el dolor y la pena, cuando muere alguien que te hirió en vida. En esta situación, la ira no sirve para nada bueno. Decídete a suprimirla.

Pero tómate tu tiempo. Ahora mismo no hay prisa. Sientes pena y sientes rabia. Déjalo todo en las manos de Dios. Trata, poco a poco, de recomponer el recuerdo de una persona a quien, hubo un tiempo en que respetabas y amabas. Sé agradecido por las cosas buenas, y también por lo que aprendiste en el dolor.

Perdonar en un divorcio

Una esposa o un esposo abandonados necesitarán tiempo para digerir la indignación y para conseguir una visión serena de lo sucedido, tratando de superar la desesperanza.

Con los niños ya es diferente. Necesitan reconciliarse con el padre o la madre que han perdido; necesitan poder seguir amándolos.

El divorcio puede ser más duro que una ofensa. Hay que seguir los mismos procesos:

sentir dolor sentir rabia superarlo.

Pero siempre existe el peligro de que un nuevo contacto, familiar o económico, vuelva a reavivar todo el conflicto.

 

 

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Ni inocente ni culpable

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No me digas que no hay culpables en una ruptura conyugal, decía Ana.

Me explicaba su indignación. Se hallaba en lo más álgido de su estupor y su dolor por el incalificable abandono de su esposo después de veinticinco años de matrimonio.

Pero, después de unos días, pienso decirle a Ana que, cuando se pretende una reconciliación conyugal, hay que dejar de pensar en que exista una parte inocente y una parte culpable.

Cuando dos han compartido un amor profundo, han descubierto mutuamente todas sus debilidades y limitaciones. Son vulnerables a un dolor profundo y son también capaces de una gran alegría.

El perdón no consiste únicamente en olvidar el pasado. El perdón consiste en volver a construir la confianza. Es decir:

Voy a seguir siendo sincero contigo No voy a levantar barreras para protegerme. Aunque vuelvas a fallar; te seguiré perdonando.

A los seres que amamos no podemos adaptarlos exactamente a nuestra medida. Siempre habrá heridas en nuestro amor.

No sólo en el matrimonio resulta difícil trazar una línea entre el ofensor y el ofendido. También en otro tipo de relaciones herimos a los demás y somos heridos a nuestra vez.

"¿Cuántas veces tengo que perdonar?, preguntó el apóstol Pedro a Jesús. "¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: "No hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete".

Un aviso:

El perdón no siempre significa un volver adonde estábamos antes. A veces, las heridas se producen por haber concedido al otro demasiadas exigencias. Parte del proceso de reconciliación consistirá en admitirlo y en comenzar a decir no a esas excesivas exigencias.

Pero esto implica también sus riesgos. Quizá la otra parte no esté dispuesta a admitir esas nuevas limitaciones. Te puede acusar de no haber perdonado. Habrá que recorrer, tal vez, un camino difícil antes de que florezca completamente la nueva relación con esa persona. Quizá nunca se consiga del todo. El amor incluye una buena dosis de buena voluntad y, si es preciso, de condescendencia.

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¿De nuevo amigo o deudor permanente?

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El verdadero perdón no reclama compensaciones de ninguna clase. Pero, el verdadero arrepentimiento sí incluye un esfuerzo por recomponer bien las cosas.

Si piensas que las personas valen más que las cosas, nunca pensarás que las heridas personales se pueden curar con cosas. Nunca pongas precio al perdón. El perdón tiene que ser gratuito. Se acabaron las reclamaciones.

Jack decía que había perdonado a su hermano por la conducción negligente que causó el accidente que le iba a costar el uso de sus piernas. Pero pasaron meses y años en los que Dick seguía empujando aquella silla de ruedas, seguía pagando y pagando por aquel accidente.

¿Era Jack quien le imponía esta carga o era Dick quien se la imponía a sí mismo?

Así como es verdad que el que perdona tiene que ser generoso, también es verdad que el que se arrepiente tiene que realizar compensaciones.

La reconciliación sería falsa, si el resultado deja a una de las dos partes en posición moralmente superior.

Si el que perdona rechaza toda oferta de ayuda y domina a la otra persona forzándola a sentirse agradecida, entonces estamos ante un falso perdón.

Si la persona perdonada insiste en realizar pagos enormes o extraordinarios sacrificios para conseguir el perdón, entonces estamos ante un falso arrepentimiento.

Para evitar estos peligros, es importante no precipitar el proceso del perdón. Comenzar pronto, sí. Pero tomarse su tiempo para que ambas partes estimen equilibradamente cuál es la oferta y dónde termina la responsabilidad

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El poder de perdonar

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Hemos recorrido varios pasos hacia el perdón:

examinar la ofensa y la cólera

comprender qué es lo que ha sucedido y cuál es el punto de vista de la otra parte

hacer que desaparezca la cólera

Quizás tú mismo has realizado ya cada uno de estos pasos.

Sin embargo, el haber dado estos pasos y el haber comprendido el problema no habrá curado totalmente la herida. Más pronto o más tarde, tendrás que decidirte a perdonar y a emprender el difícil camino del amor.

¿Cómo lograrlo? ¿Cómo conseguir la fuerza para hacer algo tan difícil como esto?

Ya hemos dicho que Dios espera que los que él ha perdonado, perdonen también ellos, a su vez. El nos ordena perdonar. Pero no espera que lo hagamos todo con solas nuestras fuerzas. Si queremos de veras perdonar el mal que nos han hecho, él nos promete su ayuda.

Infinidad de personas han descubierto que, si confían en Dios, Él les ha concedido esa fuerza. Sólo tienes que pedírselo: "No puedo perdonar a esa persona. Dame fuerzas para perdonar".

Pronuncia esta oración y obra en consecuencia. Decide no alimentar más tu herida. No aguardes a que la otra realice el primer movimiento. Realízalo tú. Siempre que hables con otros, habla bien de la persona a quien has perdonado. Si el resentimiento vuelve a arañar tus pensamientos, acuérdate de que tú ya has hecho tabla rasa del asunto... como Dios lo ha hecho contigo. La herida ha sido ya desinfectada y cosida. Se está curando. Ya eres libre.

 

Bibliografía:
Vera Sinton]
Ediciones Mensajero
2a. edición
España

 

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Tomado de www.jesusvivo.com