Capítulo 4

Encontramos en este capítulo un Moisés muy cercano a nosotros. Ha recibido una misión de Dios. No puede tener dudas de que es Dios mismo quien se le ha aparecido en el Horeb. Hasta cierto punto ha hecho suyos los planes de Dios. Y sin embargo, se resiste, pone objeciones... Necesita dejarse convencer por Dios. Asistimos así a un proceso de educación y transformación de Moisés por Dios.

1-9

La primera dificultad que presenta es la carencia de signos que prueben que es un enviado de Dios. Él está convencido de ello, pero ¿y la gente? «No van a creerme», objeta.

Dios accede a la petición de Moisés y le hace capaz de realizar tres signos. Son signos en el sentido más estricto. Mediante ellos se le concede a Moisés realizar prodigios propios de Dios, que exceden las capacidades humanas. Así, Moisés es investido del poder de Dios. Recibe una participación del poder de Dios. En adelante, irá en nombre de Dios, con su misma autoridad, revestido de su capacidad de realizar prodigios extraordinarios. Cuando Dios da una misión -la que sea- concede al mismo tiempo la capacidad y los dones necesarios para realizarla...

10-17

La segunda objeción que presenta Moisés es también muy razonable: «No he sido nunca un hombre de palabra fácil... sino que soy pesado de boca y de lengua». Dios le encarga hablar al Faraón, al pueblo, a los ancianos... ¡y es tartamudo!

Dios se remite a su omnipotencia creadora: «¿Quién ha dado al hombre la boca?... ¿No soy yo, el Señor?». Si Dios es el Creador de todo, el que da al hombre la boca y la capacidad de hablar, ¿no podrá transmitir su palabra a través de un hombre tartamudo?

Este «argumento» es tan definitivo que cuando Moisés vuelve a poner reparos (v. 13), el texto sagrado nos dice: «Entonces se encendió la ira del Señor contra Moisés» (v. 14). En efecto, la dificultad es real, pero quedarse detenido en ella es desconfiar del Señor y de su omnipotencia, capaz de suscitar todo de la nada.

De hecho, esta paradoja nos introduce un poco más en el estilo de Dios: la tartamudez de Moisés no sólo no es dificultad para que Dios realice su obra, sino que es más bien una condición necesaria para la misma. Si Moisés hubiera tenido un gran don de palabra, habría transmitido una palabra humana; siendo tartamudo, torpe de palabra, pesado de labios y de lengua, será instrumento adecuado para transmitir la palabra divina. Así no podrá quedar oscurecido el mensaje divino con luces humanas. Por la misma razón los grandes instrumentos de Dios nacerán de mujeres estériles o ancianas (Jue 13,2ss; 1Sam 1; Gen 11,30; Lc 1,5ss). Por la misma razón, el Hijo de Dios nacerá de una virgen (Lc 1,26ss).

Esto es lo que significan las palabras que Dios le repite reiteradamente: «Yo estaré en tu boca». Moisés queda expropiado. Ha sido constituido profeta y Dios ha tomado posesión de su lenguaje. Su palabra ya no será suya sino del que le ha enviado (cfr. Jn 7,16). No tiene sentido pretender apoyarse en dotes humanas. La seguridad proviene exclusivamente de su misión divina: «Yo estaré en tu boca».

Por lo demás, Dios mismo muestra la solución concreta a la dificultad de Moisés. Le da a su hermano Aarón como colaborador: «Él será tu boca». Si Dios es el que da al hombre la boca (v. 11), ahora le da a Moisés como boca a su hermano Aarón. Moisés sigue siendo el profeta, de forma irrevocable; y Dios mismo provee a la dificultad para serlo.

18-23

Moisés vuelve a Egipto. Vuelve para encontrar a sus hermanos. Pero ¡qué distinto es este Moisés del que tuvo que huir! La experiencia del desierto le ha desposeído de sí mismo. Si vuelve a Egipto es porque Dios mismo le manda (v. 19). Sólo va equipado con «el cayado de Dios» (v. 20), el que Dios mismo le ha entregado (v. 17) y que simboliza la fuerza de la misión divina, y con un más adecuado conocimiento de los planes de Dios (v. 21-23).

24-26

Versículos difíciles y misteriosos. Partiendo del contexto en que se encuentran situados, podemos comentarlos así: lo mismo que Jacob (Gén 32,25-33), Moisés lucha con Dios. Desde su encuentro con Él en la zarza ardiente, la historia de Moisés ha sido una lucha continua con el Señor. «Dios quiso darle muerte»: en efecto, hemos asistido al proceso de aniquilación del Moisés autosuficiente y pagado de sí. Progresivamente Moisés ha sido transformado... Pero no sin lucha: hemos visto sus resistencias. Por fin se ha dejado vencer. Y ahora surge un Moisés nuevo, capaz de colaborar en los designios de Dios. La circuncisión simboliza un Moisés completamente a disposición del Señor... y la sangre es el símbolo de la vida que hay que perder para encontrarla...