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El
Oficio de Lectura y las otras Horas
«El Concilio exhorta con vehemencia a todos
los cristianos a que aprendan el sublime conocimiento de Cristo con la lectura
frecuente de las divinas Escrituras» (DV
25).
El que hoy llamamos Oficio de Lectura
representa la última etapa de una celebración de plegaria que antiguamente tenía
lugar durante la noche, siguiendo el ejemplo de Jesús (Mt 14,23.25; Lc 6,12) y
de la Iglesia primitiva (Hch 16,25; 20,7s); y de acuerdo también con los
consejos del Señor y de los Apóstoles sobre la necesidad de vigilar y orar en
todo tiempo (Mt 26,41; Lc 21,36; Rm 13,11; 1Pe 4,7), noche y día (Lc
2,37; 18,7; Hch 26,7; 1Tes 3,10; 1Tim 5,5; 2Tim 1,3).
No sabemos bien cómo se configuró esta Hora
en la antigüedad, ni conocemos en qué medida era frecuente, privada o
comunitaria. Pero en la Edad Media era ya una de las Horas más importantes no sólo
en el Monacato, sino también en las principales iglesias de Roma, Jerusalén y
Milán. Comprendía varios Nocturnos o divisiones, según las vigilias
o partes de la noche. Por lo regular, comenzaba en plena noche, antes del canto
del gallo, y duraba hasta el alba.
Poco a poco se fue desplazando hasta
celebrarse antes de la aurora -matuta-, de donde viene el nombre Ad
Matutinum o Maitines, nombre con que ha llegado hasta nosotros. Por
cierto que, cuando el clero abandonó la celebración del Oficio en común
(siglo X en adelante), apareció la práctica de anticipar los Maitines a
la tarde del día precedente. El actual Oficio de Lectura, en esa misma línea,
«puede recitarse a cualquier hora del día, e incluso en la noche del día
precedente, después de haberse celebrado las Vísperas» (OGLH 59).
1. Significado actual del Oficio de lectura
En las diversas reformas del Oficio Divino,
esta Hora ha sido objeto de muchos cambios. Al llegar el Vaticano II,
unos recomendaron la abolición de esta Hora, otros proponían sustituirla por
una lectura libre de la Escritura, y otros propugnaban que se mantuviera como un
Oficio litúrgico, en el que hubiera salmos y se estructurara un curso amplio de
lecturas, principalmente de la Sagrada Escritura. Finalmente prevaleció esta última
orientación, que implica aspectos notablemente innovadores: «La Hora llamada Maitines,
aunque en el coro conserve el carácter de alabanza nocturna, compóngase de
manera que pueda rezarse a cualquier hora del día, y tenga menos
salmos y más lecturas» (SC 89c).
Oficio de Lectura
es nombre que corresponde bien a lo que actualmente viene a ser. Es Oficio,
celebración litúrgica, no mera lectura devocional; y de lectura, es
decir, de asimilación orante de la Palabra de Dios. En este sentido, como lo
antigua lectio divina, es al mismo tiempo lectura y oración.
En la Liturgia de las Horas renovada, esta
Hora responde bien a la decidida voluntad conciliar de fomentar en el pueblo
cristiano la lectura asidua de la Escritura (DV 25, PO 13), y
concretamente de aumentar en la liturgia la Palabra de Dios, es decir, de
acrecentarla en importancia, en variedad y en extensión (SC 24,35,51).
En efecto, la base de este Oficio son las
lecturas bíblicas, precedidas de salmos, y acompañadas de otras lecturas
de Padres u otros autores. Pero se trata de una verdadera celebración litúrgica
de la Palabra, en la que a ésta se une siempre la oración:
«La oración debe acompañar "a la
lectura de la Sagrada Escritura, a fin de que se establezca un coloquio
entre Dios y el hombre, puesto que ‘con él hablamos cuando oramos, y a
él escuchamos cuando leemos los divinos oráculos’ (S. Ambrosio)"
(DV 25); y por lo mismo, el Oficio de lectura consta también de salmos, de un
himno, de una oración y de otras fórmulas, y tiene de suyo carácter de oración»
(OGLH 56).
2. La Palabra de Dios en el Oficio de
lectura
A) Motivos del uso de la Sagrada Escritura
en el Oficio Divino:
La Iglesia fundamenta con claridad la
presencia de la Sagrada Escritura en el Oficio Divino, alegando varios motivos:
«La lectura de la Sagrada Escritura,
que [a] conforme a una antigua tradición se hace públicamente en la
liturgia, no sólo en la celebración eucarística, sino también en el Oficio
Divino, ha de ser tenida en máxima estima por todos los cristianos [b] porque es
propuesta por la misma Iglesia, no por elección individual o mayor propensión
del espíritu hacia ella, sino [c] en orden al misterio que la Esposa de
Cristo "desarrolla en el círculo del año, desde la Encarnación y la
Navidad, hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectación de la dichosa
venida del Señor" (SC 102). Además, en la celebración litúrgica, [d] la
lectura de la Sagrada Escritura siempre va acompañada de la oración, de
modo que la lectura produce frutos más plenos, y a su vez la oración, sobre
todo la de los salmos, es entendida, por medio de las lecturas, de un modo más
profundo y la piedad se vuelve más intensa» (OGLH 140).
a) Antigua tradición.
El uso de la Biblia en las asambleas de oración
era ya práctica sinagogal judía. En lectura continua de tres ciclos anuales,
se leía la Ley (la Torá), primero en hebreo, luego en versión
parafraseada en arameo (el Targum). Se hacía también lectura de los
profetas y de otros escritos sapienciales. Y se concluía con el canto de los
salmos y la recitación del la Tephillah. Como sabemos, Jesús asume y
continúa esta costumbre: «Vino a Nazaret, y según costumbre, entró el día
de sábado en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura», etc. (Lc
4,14-21). Y la Iglesia primera hereda la misma práctica, añadiendo la lectura
de los evangelios y de los escritos apostólicos.
b) Ordenada por la Iglesia.
En el Oficio de lectura la comunidad
cristiana, o cada uno de los fieles en la recitación privada, no selecciona los
textos de la Biblia que se han de leer según sus gustos o inclinaciones, o a
tenor meramente de sus circunstancias concretas, sino que recibe el alimento de
la Palabra divina que le da la Madre Iglesia, en orden a la celebración litúrgica,
siempre cambiante, del Misterio Pascual. No se trata, pues, de una lectura
realizada con criterios predominantemente subjetivos, privados o devocionales,
sino que es una celebración continua de la Palabra divina, realizada en un
marco litúrgico y mistagógico, que despliega y actualiza eficazmente en los
fieles la historia salutis.
c) En orden al misterio litúrgico
celebrado.
La presencia de las lecturas bíblicas en el
Oficio de lectura podría explicarse bien con sólo recordar aquellas palabras
del mismo Cristo a los discípulos de Emaús: «Comenzando por Moisés y por
todos los profetas, les fue declarando cuanto a él se refería en todas las
Escrituras» (Lc 24,27). En efecto, todas las Escrituras tienen su clave en el
Misterio de Cristo, y por eso, a medida que éste va siendo contemplado a lo
largo de los ciclos y fiestas del año litúrgico, cada una de las Escrituras va
hallando cumplimiento e iluminación, al mismo tiempo que ellas hacen en la fe
inteligible el aspecto concreto del misterio celebrado. De este modo, la
presencia de la Biblia en la liturgia hace de ésta una epifanía
continuada de Cristo, es decir, una permanente «manifestación de la bondad y
del amor de Dios hacia los hombres» (Tit 3,4). De este modo peculiar, por la
lectura litúrgica de las Escrituras, Cristo se hace presente a los discípulos,
que habrán de decirse: «¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros
mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras?» (Lc 24,32).
d) Lectura acompañada de oración.
La peculiaridad de la Palabra de Dios en el
Oficio Divino, a diferencia de la eucaristía o los sacramentos, es que su
proclamación se realiza en forma exclusivamente orante y dialogal. En la
Liturgia de las Horas, y especialmente en el Oficio de lectura, la Palabra
divina se proclama en medio de la asamblea litúrgica, congregada precisamente
para eso, para escucharla y recibirla, para responderla y cantarla en la oración.
Este modo orante de leer la Palabra in medio Ecclesiae hace más
inteligible las Escrituras, y más profunda y luminosa la oración.
B) El Leccionario bíblico del Oficio de
Lectura
El Oficio de Lectura tiene como fin «ofrecer
al pueblo de Dios, y principalmente a quienes se han entregado al Señor con una
consagración especial, una más abundante meditación de la Palabra de Dios»
(OGLH 55), en un clima de oración (56). La elaboración del actual Leccionario
bíblico de este Oficio tubo de resolver no pocas dificultades. En principio se
proyectó y compuso un Leccionario bienal, que permitiera hacer en dos años una
amplia lectura, moralmente completa, de la Biblia. Pero después, por evitar
tomos del Oficio Divino demasiado voluminosos, se optó por un curso anual de
lectura bíblica, al que obviamente le falta bastante para ser completa. Al
mismo tiempo se anunció la preparación de un volumen complementario, el
quinto, de la Liturgia de las Horas, en donde se incluiría la lectura bienal
(OGLH 145-146). La edición alemana del Oficio Divino y la castellana para
algunos países de Hispanoamérica incluyen esta lectura bienal, que finalmente
aparecerá en edición típica latina.
Pero consideremos ya los criterios de selección
y de ordenación seguidos al elaborar el actual Leccionario bíblico.
Se ha procurado una cierta correlación con
el leccionario de la Misa, y así el Nuevo Testamento se lee cada año íntegramente
uniendo el Leccionario del Misal y el del Oficio; lo que no sucede con el
Antiguo Testamento, del que sólo se lee una selección (OGLH 146). En esta
coordinación se ha procurado que entre ambos leccionario no se produjeran
coincidencias de lecturas (146).
En la distribución de los libros bíblicos se
ha tenido muy en cuenta los tiempos del año litúrgico. En Adviento
se lee Isaías, en Navidad parte de Isaías y Colosenses, en Cuaresma
Exodo y algo de Números y Levítico, en Pascua selecciones de 1 Pedro,
Apocalipsis y Cartas de San Juan. En el Tiempo Ordinario el criterio de
selección es más complejo: se incluyen libros del Antiguo Testamento según la
historia de la salvación, libros del Nuevo, generalmente en el orden en que
fueron escritos, y que no coincidan con las lecturas de la misa (OGLH 152). Y
para solemnidades y fiestas se han asignado lecturas propias.
Para dar unidad a cada lectura, a veces hay omisiones
de algunos versículos (155).
3. La lectura de los Santos Padres
A) Justificación de esta práctica en el
Oficio Divino
El anterior Oficio Divino era bastante pobre
en lecturas de los Santos Padres y de otros autores cristianos. Por ejemplo, de
650 lecturas había sólo 24 de los Padres Griegos. Pero la Iglesia, deseosa de
conocer, guardar y continuar siempre viva su propia tradición, siente gran
aprecio por la lectura de los Padres y de los grandes autores cristianos.
Por eso el Concilio decidió que se hiciese de estas lecturas en el nuevo Oficio
una más cuidada selección (SC 92b).
«Según la tradición de la Iglesia Romana, en
el Oficio de Lectura, a continuación de la lectura bíblica, tiene lugar la
lectura de los Padres o de los escritores eclesiásticos... En esta lectura se
proponen diversos textos, cuidando de conceder el primer lugar a los Santos
Padres, que gozan en la Iglesia de una autoridad especial» (OGLH 159-160). «La
finalidad de esta lectura es, ante todo, la meditación de la Palabra de Dios
tal como es entendida por la Iglesia en su tradición» (163). «Mediante
el trato asiduo con los documentos que presentan la tradición universal de la
Iglesia, los lectores son llevados a una meditación más plena de la Sagrada
Escritura y a un amor suave y vivo hacia ella» (164). Por otra parte, «la
lectura de los Padres conduce a los cristianos al verdadero sentido de los
tiempos y de las festividades litúrgicas, les hace accesibles las
riquezas espirituales de la Iglesia... y pone al alcance de los predicadores
ejemplos insignes» (165).
Los Santos Padres, dóciles al Espíritu Santo
que posee la inteligencia de las Escrituras, y meditándolas en función del
misterio de Cristo (+Lc 24,45; DV 8,9,12), supieron comentarlas siempre en su
dimensión litúrgica y espiritual, bien conscientes de que «toda Escritura está
inspirada por Dios y es provechosa para enseñar la verdad, para rebatir el
error, para reformar las costumbres, para educar en la rectitud, a fin de que el
hombre de Dios esté perfectamente equipado para toda clase de obras buenas»
(2Tim 3,16). Por eso el Oficio de lectura viene a ser una participación en esa
profunda y luminosa meditación que los Santos Padres, bajo la guía del Espíritu,
hicieron de la Palabra divina.
B) El Leccionario patrístico
Al elaborar el actual Leccionario patrístico
se han tenido en cuenta algunos
a) criterios positivos:
Procurar textos de gran valor espiritual, en
orden a la vida cristiana. Seguir con atención al año litúrgico, con ayuda a
veces de sermones y homilías que acentúan su dimensión sacramental y su
eficacia espiritual. Presentar junto a los Padres, Doctores de la Iglesia, y páginas
del Concilio Vaticano II y de los Papas. Recoger textos sobre la oración y el
culto que ayuden para la vida pastoral y para la espiritualidad litúrgica.
b) criterios negativos:
Excluir textos que pudieran resultar problemáticos
por su fondo o por sus expresiones: textos que tocan cuestiones teológicas o
filosóficas debatidas, o que contienen antisemitismos, moralismos pietistas,
alegorismos exagerados, etc.
Siguiendo tales criterios, el Leccionario patrístico,
conforme a la tradición romana, suele ir enlazado con la lectura bíblica
precedente (OGLH 159). A veces realiza una lectura continuada de ciertos
documentos importantes, como las Catequesis de San Cirilo de Jerusalén,
el Sermón sobre las bienaventuranzas de San León Magno, o aquel otro Sobre
los pastores, de San Agustín, etc. Una frase a modo de título va al
inicio de la lectura para favorecer su comprensión.
El actual Leccionario patrístico es una
excelente antología de textos cristianos, en la que están presentes Padres
y escritores de todas las épocas, de Oriente y de Occidente, y en la que se
toca una gran variedad de temas, como se puede comprobar en un Apéndice
que va al final de este cuaderno. Además, el Leccionario puede ser
complementado por otro Leccionario ad libitum «que contiene una mayor
abundancia de lecturas» (OGLH 161) y que, al parecer, será editado
conjuntamente con el Leccionario bíblico bianual. Y existe también la
posibilidad de que las Conferencias Episcopales añadan otros textos, propios de
la tradición patrística local (162).
4. La lectura hagiográfica
A) Significado de esta lectura
La Iglesia siempre ha estimado en mucho la
lectura de la vida de los santos, pues en ellos los fieles cristianos encuentran
ejemplo y estímulo en el seguimiento de Cristo. Por eso ya en el siglo VIII el
Oficio Divino incluye la lectura de las Pasiones de los santos. Pero
muchas veces, por falta de conocimientos exactos o de sentido crítico, tales
lecturas eran más próximas a la leyenda que a la historia. Por eso en todas
las reformas del Oficio Divino se procuró, aunque con poco éxito, mejorar la
calidad de estas lecturas. Tal intento sólo iba a lograrse tras la decisión
tomada por el Concilio Vaticano II de «devolver su verdad histórica a las
pasiones o vidas de los santos» (SC 92c).
«Con el nombre de lectura hagiográfica
se designa ya el texto de algún Padre o escritor eclesiástico que o bien habla
directamente del Santo cuya festividad se celebra o que puede aplicársele
rectamente, ya un fragmento de los escritos del Santo en cuestión, ya la
narración de su vida» (OGLH 166).
Las lecturas hagiográficas en el Oficio, como
veremos más ampliamente en el capítulo 12, están al servicio del culto litúrgico
a los santos, que, tal como lo entiende y vive la Iglesia, tiene un valor muy
grande (LG 49-51, SC 8, 1O4, 111). Haciendo memoria litúrgica de los santos, el
pueblo cristiano contempla en ellos la fuerza santificante del Misterio de
Cristo, da gracias a Dios, que tales maravillas obra entre los hijos de los
hombres, ve en ellos exégesis vivas y estimulantes del evangelio, y al mismo
tiempo que honra su memoria, acude a su intercesión.
B) El Leccionario hagiográfico
El Concilio Vaticano II, de acuerdo con el
sentido crítico de nuestra época, dispuso que en el nuevo Oficio Divino se
cuidase especialmente «la verdad histórica de las pasiones o vidas de los
santos» (SC 92c). Y ello no era tan fácil de realizar, dado que los procesos
de beatificación o de canonización, y por tanto las fuentes documentales más
seguras, comenzaron en el siglo XII, cuando la Santa Sede se reservó esta
facultad, que en 1558 quedó encomendada a la Sagrada Congregación de Ritos. Se
optó, pues, en esta cuestión por una solución doble:
Una breve reseña histórica,
con datos ciertos referentes al santo y a su culto, se pone al comienzo del
oficio correspondiente.
La lectura hagiográfica,
en segundo lugar, se ha elaborado con arreglo a estos criterios: En unas 70
lecturas -la mitad más o menos de las lecturas hagiográficas- es el mismo
santo el que habla por alguna página escogida de sus escritos. En unas 30
lecturas se emplean biografías contemporáneas y bien informadas. En lo
referente a las Actas de los Mártires sólo se han empleado 4 de las
antiguas, documentalmente ciertas, y en otros casos, unos 40, se han tomado
escritos de Padres que hablan del mártir concreto o del martirio en general.
Por último, de todo el Santoral, en 4 casos se han compuesto lecturas nuevas
para algunos santos, con buenas bases históricas.
5. Estructura de la celebración del Oficio
de lectura
Este Oficio se compone de una apertura, la
salmodia, las lecturas y una conclusión.
a) Apertura de la celebración
Es similar a la de las otras Horas. Pero si el
Oficio de lectura se celebra antes de Laudes, entonces tiene un forma más
solemne, como corresponde al inicio de todo el Oficio del día. Se comienza con
la invocación Señor, ábreme los labios (Sal 50,17). Y en seguida se
reza o canta el invitatorio con el Salmo 94, que exhorta a la alabanza
del Señor, a escucharle, y a entrar en su descanso (+Heb 3,7-4.16). También
pueden usarse en su lugar los salmos 23, 66 o 99, en los que hay una entusiasta
invitación a la alabanza.
b) Salmodia
En el Oficio de lectura hay «tres salmos, o
fragmentos, cuando los salmos que corresponden son más largos» (OGLH 62).
Estos salmos, que a un tiempo son oración y Palabra inspirada, son ya una
primera aproximación contemplativa al mensaje de la lectura bíblica. Y por eso
son salmos meditativos, de carácter histórico a veces (+104-107), de
colorido penitencial los viernes, o de tonalidad pascual los domingos. En las
grandes fiestas de Pascua y Navidad los salmos elegidos tienen un uso litúrgico
largamente tradicional.
c) Las lecturas
Las lecturas constituyen el cuerpo central de
la celebración, y por eso dan el nombre a la Hora. Entre la salmodia y las
lecturas se dice el verso, que sirve para enlazar ambas partes. Y en
seguida vienen las dos lecturas, que en las Vigilias, al añadir un evangelio,
se convierten en tres (OGLH 73).
La primera lectura es bíblica,
y se toma generalmente del propio del Tiempo, excepto en solemnidades o fiestas
de los santos, en que se toma del Propio de los santos o del Común de los
mismos. De este modo, tal como lo desea la Iglesia, se realiza una lectura
continua de la Sagrada Escritura, siempre de acuerdo al tiempo litúrgico
(SC 51, OGLH 248). Y si tal lectura se debido interrumpir, el texto omitido
puede unirse al propio del día (249). Conviene advertir la importancia y valor
del responsorio que sigue a la lectura:
«El texto [del responsorio de la
lectura bíblica] ha sido seleccionado del tesoro tradicional o compuesto de
nuevo de forma que dé nueva luz para la inteligencia de la lectura que se acaba
de hacer, ya sea insertando dicha lectura en la historia de la salvación, ya
conduciéndonos desde el Antiguo Testamento al Nuevo, ya convirtiendo la lectura
en oración o contemplación, ya, finalmente, ofreciendo la fruición variada de
sus bellezas poéticas» (OGLH 169).
La segunda lectura es la patrística,
o bien la hagiográfica en solemnidades y fiestas de los santos. También
lleva responsorio, pero no va tan ligado a la lectura, de forma que deja más
abierto el tema posible de meditación (OGLH 170).
c) Conclusión del Oficio
En los domingos, fuera de Cuaresma, en fiestas
y solemnidades, y en las octavas de Navidad y Pascua, se recita el Te Deum,
himno solemne que despliega una amplia doxología trinitaria, y que sin duda es
la mejor coronación de un Oficio de lectura de especial dignidad litúrgica.
Este himno, según lo vemos en la Regla de San Benito, ya a comienzos del
siglo VI estaba presente en esta Hora.
El Oficio termina con la oración
propia del día y con la aclamación Bendigamos al Señor: Demos gracias a
Dios.
Según lo que hemos visto, el Oficio de
lectura se nos muestra como una celebración comunitaria de la Palabra de Dios
por la que, en un clima meditativo de oración, se recuerdan y actualizan litúrgicamente
los grandes misterios de la historia salutis, siempre en referencia al
Misterio de Cristo. Este Oficio, por tanto, no sólo ha de ser una fuente
continua de espiritualidad, y de espiritualidad litúrgica, para quien lo recita
privadamente, sino que, celebrado como Vigilia, sobre todo en las grandes
solemnidades, puede ser sumamente precioso para la vida de la comunidad
cristiana (OGLH 71).
6. Las Vigilias
Las celebraciones nocturnas de oración
comunitaria, a ejemplo de Jesús, que «pasaba la noche en oración» (Lc 6,12),
remontan a la época apostólica, cuando los cristianos querían imitar a las vírgenes
prudentes (Mt 25, 1-13), a los siervos atentos, que esperaban el regreso de su
señor (Mc 13,35-36; Lc 12,36-40).
Las Vigilias no son otra cosa que un Oficio de
lectura prolongado. Siguen el orden de la celebración de éste, según señala
la Liturgia de las Horas, hasta las lecturas, entonces se añaden cánticos y
evangelio, según viene indicado en apéndices, después se tiene homilía si
conviene, y se termina con el Te Deum (OGLH 73).
Las Vigilias son comienzo de la celebración
del domingo y de las grandes solemnidades como Pascua, Navidad, Pentecostés y
otras, muy recomendadas a los fieles desde antiguo (70-73). Son distintas en
absoluto de las misas vespertinas que permiten el cumplimiento del
precepto dominical o festivo. Y en el actual Oficio, conservan el carácter de
alabanza nocturna de los antiguos maitines.
7. La Hora Intermedia y las Completas
Al hacer la historia de la Liturgia de las
Horas, ya comprobamos la antigüedad de las Horas litúrgicas de tertia,
sexta y nona, que, desde bastante antes del nacimiento del monacato, se
situaban entre Laudes y Vísperas. En efecto,
«conforme a una tradición muy antigua de la
Iglesia, los cristianos acostumbraron a orar por devoción privada en
determinados momentos del día, incluso en medio del trabajo, a imitación de la
Iglesia apostólica. Esta tradición, andando el tiempo, cristalizó de diversas
maneras en celebraciones litúrgicas. Tanto en Oriente como en Occidente,
se ha mantenido la costumbre litúrgica de celebrar Tercia, Sexta y Nona,
principalmente porque se unía a estas horas el recuerdo de los acontecimientos
de la Pasión del Señor y de la primera propagación del Evangelio» (OGLH
74-75).
El Concilio Vaticano II, no queriendo
eliminarlas, dispuso que se mantuviesen las tres en el Oficio coral, y que fuera
del coro se redujera a una, la más acomodada al momento del día (SC 89e).
Los que celebran las tres Horas diurnas,
porque rezan en coro, o por libre voluntad, o con ocasión de retiros
espirituales o reuniones pastorales (OGLH 76,78), encontrarán en el actual
Oficio Divino los elementos propios de cada Hora, y en cuanto a los salmos,
recurrirán a la Salmodia complementaria (81). En cuanto a las comunidades
religiosas, especialmente las de vida contemplativa, que a veces desean para
estas Horas una salmodia más variada, la Sagrada Congregación del Culto Divino
dispuso que las que celebran todos los días las tres Horas menores, en lugar de
la salmodia complementaria, pueden usar, exceptuados los domingos, y siempre que
al menos dos tercios de la comunidad consienta en ello, los salmos que siguen: A
Tercia, los salmos de la Hora media de la semana en curso. A Sexta,
los salmos de la Hora media de la semana precedente. A Nona, los salmos
de la Hora media de la semana siguiente (Notificación sobre la Liturgia de
las Horas para algunas Comunidades religiosas, 6-VIII-1972).
El que dice una sola
de las tres Horas diurnas, puede hacerlo en cualquier momento del día, y emplea
la salmodia intermedia prevista en el esquema de las cuatro semanas.
La Hora Intermedia, que insiste en procurar la
santificación de la jornada entera, estimula la espiritualidad del trabajo, y
hace memoria de los momentos principales de la Pasión de Cristo, como puede
apreciarse sobre todo en los himnos y en las oraciones conclusivas del Salterio
de las cuatro semanas.
Las Completas,
por su parte, «son la última oración del día, que se ha de hacer antes del
descanso nocturno, aunque haya pasado ya la media noche» (OGLH 84). Su
estructura es similar a la de las otras Horas del Oficio, pero ésta ofrece la
posibilidad, poco después del comienzo, de realizar al final del día un breve
examen de conciencia y un acto penitencial (86). La salmodia es breve, un
salmo o dos muy cortos, y está permitido orar todos los días los salmos del
domingo (88).
La hora de Completas viene a ser un ensayo
diario de la propia muerte. En efecto, es la hora del sueño, y el sueño es
imagen de la muerte (+Jn 11,13; 1Tes 4,15). El que duerme se queda inerte, como
sin vida, y si el sueño nocturno da fin a la vigilia del día, así la muerte
dará fin a esta vida temporal. De este modo, durmiendo, acompañamos a Cristo
en el sepulcro, y despertando, participamos de su resurrección (+Or. Viernes).
Por eso antes de entregarnos al sueño, oramos: En tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu, que es lo que dijo Cristo al morir (Lc
34,46; y Esteban, Hch 7,59; +Salmo 30, Compl. Martes). Y en el mismo sentido,
decimos también en el Cántico de Simeón: «Ahora, Señor, puedes dejar
a tu siervo irse en paz» (Lc 2,29-32).
Completas es una hora íntima, en la que los
fieles, rehuyen al Maligno, príncipe de las tinieblas (1Pe 5,8-9; Ef 4,26-27;
lect. Martes, Miércoles), y con toda confianza se acogen al amparo infalible
del Altísimo y de sus ángeles (Sal 90). El es la Luz, y en su reino «ya no
habrá noche» (Ap 22,4-5, lect. Domingo II).
La Hora, concebida como una verdadera
celebración, incluye una bendición final, El Señor nos conceda una noche
tranquila y una muerte santa. Y termina, dando así fin al curso diario del
Oficio Divino, con la antífona a la Virgen María (OGLH 92).
Ficha de trabajo
1. Textos para meditar:
-Concilio Vaticano II, Constitución
dogmática sobre la divina Revelación, nn. 14-20: Las Sagradas
Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento.
-Id., ib., nn. 8-9: La Tradición
y los Santos Padres.
-Id., ib., nn. 21 y 25: amor a la
Palabra de Dios.
-Id., Constitución sobre la Sagrada
Liturgia, nn. 24, 33 y 51: la Palabra de Dios en la liturgia.
2. Textos para ampliar:
J.A. GOENAGA, Significado de las estructuras
de la Liturgia de las Horas, en La celebración en la Iglesia, 3,
Salamanca 1990, 429-509.
3. Para la reflexión y el diálogo:
1. ¿Qué nos dice el mandato de Jesús: «escrutad
las Escrituras, ellas hablan de mí»? 2. ¿Con qué actitudes leemos y
escuchamos la Palabra de Dios en la liturgia y en particular en el Oficio
Divino? 3. ¿Qué podemos hacer para conocer mejor a los Santos Padres, sobre
todo como intérpretes de la Palabra de Dios? 4. ¿Qué representan los santos
en nuestra vida? ¿Procuramos conocerlos mejor a través de los testimonios auténticos
de su vida y de sus escritos?