El
educador –padre o maestro- es como un sembrador que coloca una
buena o mala semilla. Con su ejemplo, trabaja y cuida el crecimiento
de esta plantita. He aquí una pauta para reflexionar sobre la formación
de los que en sus manos tiene la gran tarea de educar.
1- La necesidad de formación del educador es constante. Cuando se
piensa que ya no la necesitamos, hay que pensar en la consecuencia de
nuestros errores en los educandos (hijos o alumnos). Los fracasos de
los médicos están en los cementerios, los de los abogados en las cárceles,
pero los de los educadores andan sueltos por ahí.
2- Partiendo de su propia formación, el educador es formador de
caracteres. Según los griegos, "spermologo", es decir,
sembrador de ideas. Sembrar buenas ideas: es como sembrar buena
semilla. La Verdad que germina en puntos buenos, genera obras buenas.
La falsedad es la mala semilla, que cosecha malas obras. En lengua
"nahualt" al educador se le llama "temachtiam",
que significa formador de rostros (caracteres, personalidad).
3- La acción pedagógica no es solo práctica docente sino expresión
de una personalidad (la del educador) con la cual enseña a los
alumnos a humanizar su querer. Entre los factores que influyen en el
éxito de la educación, la personalidad del pedagogo ocupa en más
alto porcentaje (entre medios didácticos, edificios, libros, etc.).
4- La personalidad del educador cuenta en primer lugar con su propia
singularidad o peculiaridad. Su irrepetibilidad es una maravilla de la
creación, ya que nadie puede hacer las cosas a su manera y nadie
puede sustituirle en su empeño para mejorarse a sí mismo.
5- Así también sucede con su propia madurez. La "persona bien
educada es una persona madura". La persona madura tiene una
constante disposición al cambio, a la superación, a la mejora. Se
conoce bien: "así soy yo", pero a la vez se pregunta como
debería ser y el resultado no lo deja al azar, sino que se propone
metas de perfección y establece las acciones (planes) necesarios para
mejorar. Como está dispuesto a su propio cambio, también estará
pendiente del progreso de sus educandos, asegurándose de que saldrán
mejores (y no peores) de cómo entraron en el proceso educativo.
La mejora, que es el cambio de un estado a otro más perfecto, se
puede dar aunque la persona no quiera o no lo sepa, porque siempre está
en constante evolución en el tiempo. El peligro está en que el
cambio sea para empeorar. Por eso hay que motivar para que la persona
con su inteligencia y su voluntad elija libremente sus propios cambios
para superarse en lo afectivo, lo intelectual, lo ético, etc. Así la
persona se reorienta, se modifica y se perfecciona.
6- La persona inmadura actúa como si fuera perfecta y le molesta si
le señalan un error, deficiencia o debilidad.
7- El educador está formado para el respeto de la verdad. Actualmente
existe una cultura inclinada más a la opinión que a la verdad. Sin
embargo, ésta existe, digan lo que digan los relativistas y los
subjetivistas. La verdad se nos impone y tenemos que ser humildes y dóciles
ante ella, para vivirla con fidelidad y congruencia. También respeta
meticulosamente las normas de la justicia.
8- El educador también busca un enfoque filosófico y teológico,
aprendiendo y ayudando a buscar las primeras causas para encontrarle
el verdadero sentido a la educación y a la vida humana, a la luz de
la Primera Causa que es Dios.
9- La educabilidad característica de la esencia humana, posee una
proyección en el tiempo y el espacio que debería conformar a la
sociedad humana en función de los muchos bienes que constituyen su
cultura.
10- La educación se apoya en cuatro pilares: aprender a conocer,
hacer, ser, vivir y convivir. Para SER es necesario educar la
inteligencia y la voluntad. También, aprender a vivir la libertad con
responsabilidad.
11- La voluntad define la calidad moral de la persona, de quien es un
distintivo su actitud de servicio y su capacidad de amar, que no solo
es una manifestación del sentimiento, sino de la inteligencia y la
voluntad y conlleva la vivencia de la fidelidad, la lealtad y otras
virtudes que le dan congruencia y permanencia a su ser. La tendencia
amatoria es la principal característica del hombre que tiende hacia
el bien.
Según Aristóteles, amar es procurar el bien del otro. El educador
(padre de familia, maestro o gerente) que sabe amar al educando (hijo,
alumno, empleado), es exigente y comprensivo, condiciones inseparables
del amor; como también lo es el servicio.
12- Servir es arrancar las malas hierbas: rencor, envidia, vanidad,
petulancia, egoísmo, autocomplacencia, fastidio, pereza, rutina,
resentimiento,mezquindad, susceptibilidad.
13- Servir es contagiar la juventud (que no es infantilizarse), a través
del saludo, del diálogo y la comprensión, el saber escuchar y dar
atención, brindar confianza, lealtad y calor humano, por medio de una
palabra, una mirada, una sonrisa, poniendo diligencia y exactitud en
la relación con el educando.
14- El educador profesional sabe personalizar; establece metas y diseña
planes que le permitan desarrollar individualmente a sus educandos y
hace énfasis en la formación de hábitos buenos (virtudes).
Para esto deben seguir algunas reglas:
- Conocer de forma clara y concreta el hábito que se quiere adquirir
o desarraigar.
- Repetición de actos. No permitirse jamás ninguna excepción
consciente antes de afianzar el hábito.
- Intensidad y decisión. Rodearse de circunstancias favorables
- Buscar y multiplicar las ocasiones
- Mantener vivo el ánimo
Aristóteles decía: "La única forma de adquirir una
virtud es actuar virtuosamente".
Nota:
Este artículo ha sido tomado de una conferencia dictada en el Centro
Escolar El Roble, Guatemala, por: Dr. Héctor Lerma. Universidad
Panamericana, México D.F. Si bién está dirigida a educadores
profesionales bien puede aplicarse a la noble tarea de ser padre o
madre. Enviado por Guillermo Mazariegos (Guatemala) a Escuela Virtual
para Padres.