TRATADO GENERAL DE LOS SACRAMENTOS


CAPITULO   I

 

PROBLEMÁTICA ACTUAL DEL
TRATADO DE SACRAMENTOS

 

I.A.- Revisión Histórica y Metodología.

Entre los estudios que constituyen la Teología de hoy el tratado clásicamente llamado “De Sacramentis in Genere”, la Sacramentología General, es uno de los más modernos y más completos; pero para llegar a él la Iglesia ha tenido que realizar un largo recorrido cuya historia, brevemente descrita, es la siguiente:

Los Santos Padres nunca escribieron un tratado sobre los sacramentos en general, a pesar de que con mucha frecuencia expresaron su pensamiento sobre ellos; por ejemplo, las obras características de San Ambrosio, “De Mysteriis” y “De Sacramentis”, son reflexiones pastorales  sobre los sacramentos de incorporación a la Iglesia, pero no pueden ser consideradas como tratados generales que abarquen todos los sacramentos. Fue hasta mucho después de San Ambrosio cuando los teólogos de la Escolástica, apoyándose en las reflexiones exegéticas y dogmáticas formuladas por San Agustín contra los Pelagianos y Donatistas, comprendieron la necesidad de exponer de una manera unitaria todo el contenido doctrinal incluido en la Sacramentología.

Los autores escolásticos que más contribuyeron al estudio de la Sacramentología fueron Berengario de Tours, Pedro Abelardo, Hugo de San Victor, la Summa Setentiarum, Pedro Lombardo y Santo Tomás de Aquino; pero la Sacramentología General en forma de tratado independiente llegó a su apogeo hasta el siglo XVI, pues fue a partir del Concilio de Trento en que se afianzaron los conceptos sacramentales y su léxico, cuando pudo estructurarse con seguridad un verdadero tratado de los sacramentos en general.

Pero llegado el momento de interpretar la doctrina sacramental propuesta por el Concilio los teólogos leyeron sus documentos sin tener una perspectiva histórica de su trascendencia, resultando de ello que achacaron al Magisterio contenidos doctrinales que en realidad no había formulado; así les pareció que los sacramentos eran elementos capaces de producir la Gracia por sí mismos con una precisión y exactitud mecánicas, y no acciones vivas de Jesucristo celebradas por la Iglesia. Sobre este tema se volverá más adelante, pues es de mucha importancia.

La situación resultante, indeseada por Trento y que ya ha durado más de tres siglos, se ha visto alterada en los últimos tiempos por voces que se alzan reiteradamente pidiendo una revisión metodológica del Tratado de Sacramentología General. La renovación en este campo ha surgido sobre todo por la consideración histórica de los sacramentos, por un planteamiento más teológico y litúrgico sobre el Signo Sacramental, y por el nuevo impulso que a partir del Concilio Vaticano II ha promovido la revisión de los temas del Tratado General de los Sacramentos. Una de las primeras mutaciones operadas en la teología sacramental contemporánea ha consistido en visualizar al sa-cramento desde su comprensión como “cosa” hasta su apreciación como “acción”.

Para Santo Tomás de Aquino el lugar propio de los sacramentos es el que sigue a la Cristología: “Después de la consideración de cuanto atañe al misterio del Verbo Encarnado, hay que estudiar los sacramentos de la Iglesia, cuyo efecto depende del mismo Verbo Encarnado” (Sth. III, q. 60), pero a partir del Concilio Vaticano II ya no es posible concebir el tratado general de los sacramentos al margen de la Cristología, pues son acciones de Cristo en la Iglesia y para la Iglesia.

En los campos en que más ha progresado la Teología Sacramental ha sido en el del conocimiento histórico de las fuentes litúrgicas, y en el de la comprensión de las categorías teológicas que la han impulsado en su tarea investigadora. Hoy día tenemos un conocimiento bastante exacto de como la Iglesia ha ido administrando de modo distinto cada uno de los siete sacramentos a lo largo de su historia, así como los principios teológicos con que ha contado en toda ocasión que ha tenido que alterar su ritual de administración.

Se debe concluir que la Historia es un camino que el teólogo tiene que recorrer necesariamente si quiere comprender lo que ha sido de los signos sacramentales a través del tiempo.

 I.B.- Re-valoración del Signo Sagrado.

Las raíces de este cambio de sensibilidad teológica sobre los sacramentos están en el siglo XIX, ya que su comienzo fue promovido por el movimiento litúrgico que se inició entonces, aunque fue hasta en ese siglo cuando se presentó su efecto.

Para el desarrollo de la Teología Sacramental ya desde el siglo XIX fueron muy importantes las abadías de Solesmes, Beuron, Mailenstain, Mont-Cesar y María Lach; pero en el aspecto personal fueron sobre todo importantes las aportaciones del sacerdote y profesor Romano Guardini, y del monje benedictino  Odo Casel.

Romano Guardini estuvo siempre vinculado al movimiento litúrgico; ya en Tubinga, donde realizó sus estudios, permaneció en estrecho contacto con los benedictinos de la abadía de Beuron. Su pensamiento giraba entonces en torno de la Iglesia, esa misteriosa realidad que está situada profundamente en la Historia y sin embargo es garantía de lo eterno; estuvo también preocupado por la realización de la persona desde su vivencia de Dios en el seno de la comunidad litúrgica y eclesial. Más tarde entró en contacto con la abadía de María Lach, cuna del movimiento litúrgico en los comienzos del siglo XX; luego, en 1918, la revista Ecclesia Orans publicó en su primer número una obra de Guardini, “El Espíritu de la Liturgia”, y en 1922 el autor publicó “El Sentido de la Iglesia”.

Con estas dos obras Guardini se reveló como un pensador que reflexionaba con categorías renovadas sobre el culto desde su posición de cristiano, considerándolas como un acontecimiento que es personal a la vez que comunitario, el cual es vivido por cada cristiano en el seno de la Iglesia.

Dentro de una sugerente filosofía sobre el valor humanista del signo, Guardini aspiró a liberar al hombre tanto de la influencia del materialismo positivista como del subjetivismo despersonalizador y, al proponer su pensamiento sacramental a partir del signo, estableció una triple relación entre Fe, Iglesia y Sacramentos, moviéndose desde una consideración teológica como res sacra (= cosa sagrada) hacia la de actio ecclesiae (= acción eclesial) en la Liturgia.

Odo Casel (+ 1948), por su parte, dejó tras de sí una obra litúrgica y teológica que suponía una ruptura con lo que se había dicho anteriormente sobre los sacramentos. Casel partió del planteamiento sobre el misterio implicado en los sacramentos; sostuvo que la acción rememorativa de la Liturgia no se apoya en la devoción individual sino en la mediación objetiva de la acción eclesial, aunque su efecto santificante recaiga sobre las personas concretas que la celebran. Esta concepción de sacramentos está en su obra “El Misterio del Culto Cristiano” (San Sebastián 1953).

Toda la reflexión de Casel sobre la presencia del misterio en la acción litúrgica obtuvo su primer reconocimiento por parte del Magisterio de la Iglesia el año 1947, cuando Pío XII en la Encíclica Mediator Dei afirmó que en toda acción litúrgica están simultáneamente presentes la Iglesia y su Divino Fundador, y fue ratificada más tarde en el documento Sacramentum Concilio del Vaticano II.

Además de los autores mencionados, contribuyeron a la renovación litúrgica y sacramental las publicaciones de Semmerlroth “La Iglesia como Sacramento Original” (San Sebastián 1966);  de K. Rahner “La Iglesia y los Sacramentos” (Barcelona 1964); y en 1957 el estudio de E. Schillebeeckx “Cristo, Sacramento del Encuentro con Dios” (San Sebastián 1968).

La cuestión sacramental ha estado presente en varios Concilios:

El primer Concilio que abordó directamente el conjunto de la Sacramentología General fue el de Florencia; en él la preocupación de la Santa Sede, movida por el deseo de conseguir la vuelta a su comunión de la Iglesia autocéfala de Armenia, giró en torno a la determinación del número de sacramentos y de la descripción de los elementos integrantes de cada uno de ellos.

Vino después el Concilio de Trento enfrentándose con los Reformadores que negaban la causalidad sacramental. El Concilio sostuvo como aserto fundamental que los sacramentos, en cuanto signos instituidos por Jesucristo, causan la Gracia que significan en virtud de la acción realizada, es decir, ex opere operato. Determinar el efecto salvífico de los sacramentos fue la preocupación de Trento.

El Concilio Vaticano II ha tomado otra perspectiva al contemplar a los sacramentos como medios a través de los cuales la Iglesia llega a su propia realización. Ya no es posible, después del Concilio, hablar de sacramentología al margen de la Eclesiología, como tampoco es posible hablar de la Iglesia si se prescinde de los sacramentos.

I.C.- Cultura actual, y Signo Sagrado.

Con reiterada frecuencia se viene afirmando que la cultura contemporánea está regida por postulados pertenecientes al mundo tecnificado, positivista y poco apto para apreciar los signos, y en consecuencia los sacramentos. Así se lee en “Mysterium Salutis” de R. Schulte (MysS IV,2 p. 57): “La mentalidad de nuestra época está influida decisivamente por la técnica moderna, y de suyo es mas bien contraria a una interpretación personal sacramental de la realidad”. También en “Los Sacramentos del Evangelio” (CELAM) de A. González Dorado, vol. IX-I, pp. 23ss: dice: “En el secularismo actual subyace un rechazo a toda antropología simbólica y religiosa, como antropología irracional. Nos encontramos en un ataque frontal a la sacramentalidad”.

Es cierto que, por estar presionado por la técnica, el ambiente cultural en el que tiene que desarrollarse la Teología Sacramental es materialista e in-manentista, sin embargo no sería cierta la afirmación que sostuviese, de ma-nera absoluta, que la cultura contemporánea es incapaz de valorar los signos;. basta recordar la vigencia del símbolo conscientemente formulada por los filósofos (ver el estudio de J. Vidal “Sacré, symbole, crativité” , Louvain-La-Neuve 1990) que investiga a Karl Gustav Jung, Mircea Eliade y Paul Ricoeur. Estos tres autores han ofrecido sistemáticamente las notas diferenciales del símbolo, y a través de las mismas, además de definirlo, han puesto de manifiesto la complejidad de la vivencia simbólica, pues han afirmado que se trata de un factor humano montado simultáneamente sobre lo racional y lo irracional. El mayor de los filósofos contemporáneos, Ernest Bloch, utiliza más el lenguaje figurado para expresar su pensamiento, que el lenguaje abstracto.

Paulo VI, en la exhortación apostólica “Marialis Cultus”, dice: “En nuestro tiempo los cambios producidos en las usanzas sociales, en la sensibilidad de los pueblos, en los modos de expresión de la literatura y del arte, y en las formas de comunicación social, han influido también sobre las manifestaciones del sentimiento religioso. Ciertas prácticas culturales, que en tiempo no lejano parecían apropiadas para expresar el sentimiento religioso de los individuos y de las comunidades cristianas, parecen hoy insuficientes o inadecuadas porque están vinculadas a esquemas socioculturales del pasado, mientras en distintas partes se van buscando nuevas expresiones de la inmutable relación de la criatura a su Creador, de los hijos a sus padres”.

I.D.- Sacramentos e Iglesia.

Con los sacramentos se forma la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo.

*Con el Bautismo se engendran y agregan nuevos miembros a la vida sobrenatural de ese   Cuerpo.

*Con la Confirmación se robustecen.

*Con la Eucaristía se nutren y vigorizan, se unen más íntimamente a Cristo, y participan con mayor  pujanza de la vida del Cuerpo.

*Con la Penitencia se les restaura la Vida, si la hubieran perdido con heridas mortales; o se purifican de las escorias, para que la Vida penetre y circule libremente.

*Con la Unción de los enfermos se fortalecen los miembros enfermos y sanan de las secuencias del pecado.

*Con el Orden se crean ministros y jefes para que obren en nombre y persona de Cristo.

*Con el Matrimonio se santifica la unión conyugal y se adquieren nuevos miembros.

Los sacramentos nos adentrarán más y más en el Cuerpo de Cristo, adquiriendo en El una nueva situación eclesial cada vez más interior. Son la manera de participar mejor de los bienes comunitarios que hay en la Iglesia disponibles para la Historia de la Salvación

I.E.- Los Sacramentos y la Historia de la Salvación.

Los sacramentos hacen presente y actual la historia salvífica de cada hombre; son presencializaciones y actualizaciones de esa historia. Los sacramentos son una inserción en el Misterio Pascual; nos unen más con Cristo paciente y resucitado. Los sacramentos hacen vivir mas intensamente la vida litúrgica, porque los principales actos del culto público de la Iglesia son el Sacrificio Eucarístico y los demás sacramentos.

Con los sacramentos se forma el Reino de Dios en la tierra; sirven para agregar como ciudadanos a este Reino en orden de recibir sus bienes (el Bautismo), para agregar a la milicia laical (la Confirmación), para sustentar la lucha (la Eucaristía), para reconciliar a los desertores (la Penitencia), para confortar en la enfermedad y en la agonía (la Unción de enfermos), para agregar a la familia jerárquica (el Orden), y para procrear hijos y miembros de este Reino (el Matrimonio). Los sacramentos continúan así la historia sagrada del Israel y del pueblo de Dios. Biblia y sacra-mentos son parte de la misma Historia de Salvación.

La teología contamporanea ha preferido considerar los sacramentos, más que como cosas que se aplican, como fundamentos de la relación personal con Dios, con Cristo y con su Iglesia. El encuentro y la unidad con Dios, con Cristo y con la Iglesia, se obra a través de signos y símbolos que acreditan una condescendencia divina para acomodarse a la manera sensible y material del hombre, pero con efectos netamente divinos.

Los sacramentos, cuyo efecto es obra de Dios, son acciones y gestiones de Cristo que los ha instituido, y que actúa en ellos y los realiza en su Iglesia y por su Iglesia. Del mismo modo como la Iglesia continúa unida a Cristo y es su prolongación visible en la tierra, así también los sacramentos son presencia de Cristo y prolongación terrena de su obra salvífica. Con los sacramentos se conjunta inseparablemente la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con la acción de la Iglesia, para lograr la salvación del hombre.

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