EL 
SACRAMENTO DEL BAUTISMO


 

CAPÍTULO   II

ANALISIS  DE  LA  REVELACIÓN:

LA  TRADICION  DE  LA  IGLESIA

           
En los primeros años el bautismo dependía demasiado estrechamente de la vida de las comunidades, de la incorporación de miembros nuevos y de las opciones que el mismo implicaba, para evitar que fuera com-prendido principalmente como un sacramento vivido y asimilado por la experiencia espiritual.

            La reflexión sobre el sacramento del bautismo resulta estimulada por los siguientes aspectos:

            1º.- La catequesis bautismal, en la que se trata de explicar sumariamente el significado del sacramento a los catecúmenos.

            2º.- La enseñanza teológica, que profundiza para los cristianos los primeros rudimentos que recibieron en el momento de su preparación para el bautismo.

            3º.- La controversia en la que las cuestiones discutidas o impugnadas obligan a la Iglesia a precisar los puntos de su doctrina; como por ejemplo en el bautismo de los herejes.

II.A.- La época anterior a Nicea.

            II.A.1.- Las comunidades judeo-cristianas.

            El judeocristianismo se mantuvo fiel a su patrimonio espiritual, a su cultura semítica y a sus cos-tumbres litúrgicas. Es importante conocer el ritual y la doctrina que se seguían en aquel tiempo, para comprender la transición del sacramento del bautismo durante la edad apostólica, así como la estructuración de la Iglesia.

            a).- La Didaje.

            La Didaje nos ofrece la descripción más antigua de la forma en que se debía bautizar:

            "Respecto al bautismo, bautizad de la manera siguiente (después de haber enseñado todo lo que pre-cede), bautizad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, en el agua viva. Si no hay agua viva, bautícese en otra agua y, a falta de agua fría, en el agua caliente. Si no tienes bastante ni de la una ni de la otra, derrama tres veces sobre la cabeza 'en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo'".

            La preferencia por el agua viva tiene su raiz en los medios judíos, que consideraban que el agua de las corrientes o de los manantiales poseía las mejores cualidades para las abluciones. Además, la fórmula trinitaria es simbolizada en la Didaje por la triple ablución, alusión inequívoca a la triple invocación que precede. Tanto la fórmula de Mateo (28,19) como la instrucción de la Didaje dan testimonio de una costumbre establecida.

            b).- Las odas de Salomón.

            En este documento la inmersión en las aguas bautismales está concebida como una bajada a los in-fiernos y una liberación de la muerte, máscara de Satanás (Oda 22). La fe primitiva unía a la muerte reden-tora de Jesús su descenso a los infiernos para rescatar a los que estaban allí prisioneros. El sacramento los arranca a la muerte y del "camino del error", y les da parte en la resurrección de Cristo, sacramentalmente efectuada a la salida de las aguas bautismales.

            El bautismo es descrito como un retorno al paraíso. Este tema, evocado en las Odas por el arbol de la vida y el rito de la leche y de la miel, seguirá siendo grato a la teología siria y a la de san Efrén.

            c).- La carta de Bernabé.

            La carta, en 6,8-19, desarrolla una catequesis del bautismo, describiendo las etapas y las compo-nentes del sacramento:

            "Al renovarnos mediante la remisión de los pecados, el Señor nos ha moldeado hasta el punto de que tenemos alma de niños pequeños, como si él nos hubiese creado de nuevo, pues es de nosotros de quien habla la Escritura cuando Dios dice a su Hijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza "(1,26).

            Se presenta al bautismo como una nueva Creación que pone otra vez al hombre en el estado pri-mitivo del Paraíso. Al perdonar los pecados, el bautismo es una renovación y a la vez una nueva Creación.

            Con la ayuda del texto de Isaías 45,2, el autor presenta el bautismo como una bajada a las aguas de la muerte. Lejos de ser arrebatado por ellas, el catecúmeno halla en la cruz su salvación. A la bajada corporal corresponde una ascención hasta el encuentro con Cristo en la Gloria (11,45).

            d).- El Pastor, de Hermas.

            "A los demás hombres que habían traído sus ramos reverdecientes y llenos de retoños, pero sin fru-tos, el ángel los enviaba también a la torre, después de haberlos marcado con una señal. Los que iban a la torre llevaban todos las mismas vertiduras, blancas como la nieve. En cuanto a los hombres que habían de-vuelto sus ramos verdes y como los habían recibido, también los hizo entrar en la torre, después de haberles dado vestiduras y una señal".

            Las vestiduras blancas significan al Espíritu Santo, que fue dado en el bautismo y debe ser guardado intacto. La sphragis o sello designa al bautismo. La sphragis se expresa por una señal trazada en la frente del neófito, para indicar que Dios toma posesión de él.

            II.A.2.- Justino y los apologistas.

            Justino, en su primera Apología (61-62), nos ofrece la descripción del rito bautismal de su tiempo. El bautismo era administrado por inmersión, con la invocación trinitaria:

            "Aquellos que creen en la verdad de nuestra enseñanza y de nuestra doctrina, prometen primeramente vivir conforme a esta ley. Entonces les enseñamos a orar y a pedir a Dios, en ayuno, el perdón de los pecados, y nosotros mismos oramos y ayunamos juntamente con ellos. Después los llevamos a un lugar en que haya agua, y allí, de la misma manera que nosotros mismos hemos sido regenerados, a su vez, en el nom-bre de Dios padre y señor de todas las cosas, y de Jesucristo nuestro salvador, y del Espíritu Santo, son la-vados entonces en el agua... Esta ablución se llama iluminación porque quienes reciben esta doctrina tienen el espíritu lleno de luz. Y por eso en nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu Santo, que predijo por medio de los profetas toda la historia de Jesús, es lavado aquel que es iluminado".

            Para Justino y los demás apologistas el primer efecto del bautismo es perdonar los pecados (Arístides, Apología, 17,4; Teófilo, Ad Autol., II,16). El bautismo es también regeneración e iluminación; in-cluso el perdón  de los pecados no es sino una consecuencia de la transformación bautismal que lleva hasta la consagración total a Dios.

            Justino habla de la recreación (Apol., 61,1) y de la regeneración, pero no explica estos términos, lo cual permite suponer que formaban parte de la enseñanza que se impartía, por lo que Justino puede emplear-los sin tener que explicarlos. La Apología utiliza por primera vez el vocablo photismos (= iluminación) para designar al bautismo: 'Esta ablución se llama iluminación porque quienes reciben esta doctrina tienen el espíritu lleno de luz" (Apol. 61,12).

            El bautismo abre al neófito la comunidad de los hermanos, y le permite compartir con ella el misterio eucarístico. En lo sucesivo, el neófito tendrá que "dar testimonio de la verdad, caminar en las buenas obras y observar los mandamientos, con el fin de ganar la vida eterna".

            II.A.3.- Ireneo de Lyon.

            Ireneo presenta al bautismo como "lavacrum regenerationis", la piscina del nuevo nacimiento. Cristo, asumiendo en sí la Creación, pone con su nacimiento virginal, con su encarnación de María virgen, el fundamento del nuevo nacimiento para la humanidad entera, y devuelve a ésta la imagen y semejanza de la primera Creación que se perdió por la desobediencia de Adán (Adv. Haer. III,17,1):

            "Cuando el Espíritu de Dios mezclado al alma se une a la carne, entonces, a causa de la efusión del Espíritu, el hombre llega a ser espiritual y perfecto, y entonces es la imagen y semejanza de Dios" (Adv. Haer. V,6,1). El Espíritu no solamente restituye la imagen y la semejanza, o sea el estado primitivo del hombre, de Adán, sino que es una fuerza que actúa en el hombre entero y lo conduce hacia la divinización progresiva (Adv. Haer. III,24,1). "Ahora recibimos una parte del Espíritu para perfeccionarnos y prepararnos a la inco-rruptibilidad, acostumbrándonos poco a poco a recibir y a llevar en nosotros a Dios" (Adv. Haer. V,8,1).

            El bautismo sitúa al hombre en la economía de la salvación y prepara la reunión universal; le hace progresar, como a la Iglesia entera, hacia la consumación. Es, a la vez, prenda de incorruptibilidad y promesa de visión de Dios (Adv. Haer. V,6,1 y V,36,3).

            II.A.4.- Clemente de Alejandría.

            El bautismo de Jesús es profecía del bautismo cristiano; su preocupación es mostrar que Cristo es el modelo que los recién bautizados deben imitar:

            "Pues bien, lo mismo sucede con nosotros, cuyo modelo fue el Señor. Al ser bautizados se nos ilumina; al ser iluminados, se nos hace hijos; al convertirnos en hijos, se nos torna perfectos; una vez hechos perfectos, recibimos la inmortalidad. Esta operación recibe múltiples nombres: carisma, iluminación, perfec-ción, baño. Baño por el cual somos purificados de nuestros pecados, carisma por el cual se se perdonan los castigos merecidos; iluminación en la cual contemplamos la bella y santa luz de la salvación, es decir, de la cual penetramos con la mirada en lo divino; perfección porque, en efecto, nada le falta a quien ha conocido a Dios, pues sería absurdo dar el nombre de carisma de Dios a un don incompleto. Además, la liberación del mal es principio de salvación" (Pedagogo I,6,25,3).

            El sacramento de regeneración produce ante todo la vida al liberar de la muerte, y esta vida reside esencialmente en la fe recibida. La Palabra acogida produce la vida eterna y libera de la muerte, hace de los cristianos los recién nacidos de Dios. Clemente compara la efusión del Espíritu iluminador a un ungüento que cura los ojos y les permite ver la luz eterna; así pues el bautismo da el Espíritu, quizá por medio de una cris-mación: "De la consumación poseemos las arras, el bien futuro del que tenemos una primera prenda por la fe, después de la resurrección lo tomaremos como bien realizado, así se cumple la palabra: que os suceda según vuestra fe. Donde está la fe está la promesa, y el cumplimiento se halla en la iluminación (el bautismo), pero el término del conocimiento es el descanso, meta final de nuestro deseo" (Pedagogo I,6,29,3).

            II.A.5.- Orígenes.

            Para Orígenes las figuras históricas del bautismo hallan su cumplimiento y su significado en la en-carnación; Cristo las ha hecho suyas, por eso encierran un significado espiritual permanente. Así pues, Cristo es el sacramento de Dios que se prolonga en el sacramento de la Iglesia. El es el agua verdadera que da la salvación.

            En el sacramento, como en la Escritura, hay que buscar bajo el signo visible o la letra oculta e inte-rior, y en el rito bautismal, el bautismo espiritual invisible (In Joan., com. fragm. 76). El baño del nuevo naci-miento introduce a la Iglesia y a sus hijos en la economía o historia de la salvación; es a la vez realidad y fi-gura; realidad en relación a las promesas, y figura de la realidad futura.

            El agua bautismal, sobre la que ha sido invocada la Trinidad, es para Orígenes principio y fuente de todas las gracias divinas, y de la vida espiritual, que no es otra cosa que el desarrollo de la gracia bautismal. Orígenes recurre a los libros del Exodo y Números, los cuales proporcionan el tema de la partida y del trán-sito, de la marcha y del viaje que llevan desde la cautividad egipcia hasta la tierra prometida. Esta marcha co-rresponde a la bajada del Logos hasta la kenosis de la cruz. La purificación no se termina en el bautismo, es la condición cristiana permanente que a un tiempo es de tentación y de purificación. La vida espiritual es un perfecto tránsito de la Ley a la Gracia, del pecado a Cristo; es un devenir, un venir del Señor.

            El Espíritu recibido en el bautismo transforma al cristiano hasta su resurrección, de la cual él es prenda. El lo conduce y le enseña a leer la ley de lo interior, a mortificar la carne, a vivir bajo el régimen del espíritu, a hallar al Padre en la oración. La gracia bautismal provoca toda la ascención espiritual, puesto que transforma a los fieles en imagen gloriosa del Salvador. Orígenes la compara a los pozos del desierto, en los cuales bebemos de la fuente de Dios que nos hace entonar el cántico por la salvación.

                        La ascesis bautismal de Orígenes es esencialmente escatológica, si bien se distingue en ella un triple bautismo: el figurativo, el cristiano, y el de fuego a la entrada de la Gloria (In Luc., hom. 14). Orígenes aplica también al bautismo la distinción paulina del espejo, y del cara a cara, y muestra que la purificación bautismal no es más que la sombra de la purificación total, que la prolonga y la consuma:

            "Aquellos que han seguido al Salvador estarán sentados en doce tronos, juzgando a las doce tribus de Israel, y recibirán este poder en la resurrección de los muertos; y eso es la regeneración que es el nuevo nacimiento, cuando la tierra nueva y los cielos nuevos sean creados para aquellos que se han renovado, cuando la nueva alianza y su cáliz sean dados. De esta regeneración el preámbulo es lo que Pablo llama el baño de la regeneración, y lo que de esta novedad sigue al baño de la regeneración del espíritu. En la rege-neración por medio del agua, todo el hombre que ha sido engendrado de lo alto en el agua y en el Espíritu estará puro de pecado y, si me atrevo a decirlo, puro en espejo y en enigma".

            Orígenes recurre a imágenes bíblicas para describir el carácter escatológico del bautismo. Pinta a Cristo con la espada de fuego a la entrada del Paraíso, al borde del río que los elegidos atraviesan para una última purificación. En las homilías sobre el Exodo halla de nuevo el tema escatológico en el mar Rojo, que destruye a los pecadores y que deja pasar a los justos. Para Orígenes el triduum sanctum que resume el mis-terio de Cristo y el misterio pascual simboliza perfectamente al bautismo, que conduce al bautizado a la resu-rrección con Cristo, en el Espíritu (In Ex Hom. 5,2).

            II.A.6.- Tertuliano.

            Tertuliano tiene un tratado sobre el bautismo que es más bien una defensa contra la secta gnóstica que profesaba el dualismo maniqueo, según la cual, y dado que para ella todo lo material era malo, el agua del bautismo debía ser rechazada, ya que solamente la fe era necesaria para alcanzar la salvación. Como san Ire-neo, en quien se inspira, Tertuliano muestra la unidad del designio de la salvación a través de la historia, tan-to del mundo material como del espiritual.

            La primera parte del tratado de Tertuliano sobre el bautismo responde a los gnósticos. Explica el simbolismo del agua (3-6), explica el rito bautismal (7-8) y desarrolla la tipología bíblica del sacramento (9). La segunda parte vuelve sobre diversas cuestiones teológicas (10-16) y disciplinarias (17-20).

            a).- El sacramento del agua.

            "Si Dios ha utilizado esta materia (agua) en toda su obra, también la ha hecho fecunda cuando se trata de sus sacramentos: si el agua preside la vida en la tierra, la procura también para el cielo" (3,6).

            El agua debe su eficacia al Espíritu divino que la habita desde los comienzos (3,2), que la anima, la santifica para hacerla santificante (4,1). Esta prerrogativa original y profética del Espíritu se consuma en el bautismo. Cuando se hace la invocación de Dios, el Espíritu sobreviene del cielo, se detiene sobre las aguas, las santifica con su presencia, y éstas se impregnan del poder de santificar a su vez (4,4). La consagración da al agua una verdadera eficacia en el orden espiritual, por ella el espíritu es lavado y el cuerpo purificado, en tanto que los baños paganos están vacíos de significado (5,1).

            b).- Los ritos del bautismo.

            "Después de la renuncia a Satanás somos sumergidos en el agua, respondiendo además lo que el Señor ha precisado en el Evangelio" (la confesión Trinitaria). (De Corona, 3).  

            El agua de la inmersión lava los pecados; la invocación trinitaria y la confesión de la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo constituyen el sello de la fe. El compromiso del neófito responde a la promesa de Dios (sponsio fidei), en la que las tres Personas divinas son los garantes de la salvación y la esperanza.

            Al salir de la piscina bautismal, el bautizado recibe primeramente la unción de todo el cuerpo; los dos ritos corren parejos y forman un todo. El cuerpo húmedo es frotado con aceite, según el uso antiguo, para que entre en calor. Esto explica la prohibición de tomar baños durante toda la octava pascual.

            La venida del Espíritu Santo, el cual toma de nuevo posesión de su antiguo trono (la carne lavada de sus antiguos pecados por el baño), lleva al bautismo a su consumación; nuevo paralelismo entre las dos creaciones, entre el bautismo y el diluvio, entre el bautismo de Jesús y el de la Iglesia.

            c).- Tipología bíblica del bautismo.

            El ciclo del Exodo le proporciona al agua bautismal tres referencias: la liberación de Egipto, mediante las aguas del mar Rojo que salvan a unos y tragan a otros; el agua de Mara, que el león tornó dulce gracias a Moisés, y ahora gracias a Cristo; y el agua de la roca, que simboliza a Cristo traspasado.

            En el Nuevo Testamento Cristo Jesús aparece frecuentemente relacionado con el agua: en su propio bautismo, en las bodas de Caná, en la promesa del agua viva, en el vaso de agua dado al prójimo, en el pozo de Jacob, en su marcha sobre las aguas, en el lavatorio de los pies, o en el lavatorio de las manos de Pilato.

            d).- Cuestiones teológicas.

            El bautismo de Juan tiene un valor profético y otro pedagógico: por el primero dispone a los sujetos a la conversión, por el segundo realiza lo que el primero promete: perdona los pecados y da el Espíritu Santo.

            Otra cuestión se tiene acerca del bautismo de sangre. Respecto a los ya bautizados, el martirio lava todos los pecados contraídos después del primer bautismo; y para aquellos que aún no han recibido el bautismo de agua, el martirio hace las veces de éste.

            II.A.H.- Cipriano de Cartago, y la controversia sobre el bautismo de herejes y de apóstatas.

            En el siglo III la Iglesia se encontró ante dos prácticas diferentes, cuando los cristianos que habían sido bautizados dentro de alguna secta sismática o herética volvían a ella. En Africa y en el oriente se siguió la práctica de bautizarlos nuevamente, mientras que en Roma y en la Iglesia de Egipto se limitaron a recon-ciliarlos mediante el rito de la imposición de manos. Dos sínodos reunidos en Cartago los años 251 y 256, presididos por el obispo Cipriano, mantuvieron lo establecido por los anteriores sínodos de los años 218 y 222 en contra del Papa Esteban I, que quería imponer la práctica romana de la reconciliación. Para justificar su posición los obispos Cipriano de Cartago y Firmiliano de Cesarea se basaron en los siguientes argumentos:

1.- Los herejes no tienen ni el Espíritu Santo ni la Gracia, porque son pecadores y enemigos de Dios; por tanto no pueden dar lo que no tienen.

2.- Puesto que "fuera de la Iglesia no hay salvación", y puesto que Cristo confió únicamente a los apóstoles y a sus sucesores los sacramentos, el bautismo no sólo de los herejes sino incluso el de los cismáticos es inváli-do, pues la Iglesia es una e indivisible.

3.- Los herejes no confiesan la fe íntegra en la Trinidad, no pueden actuar según las intenciones del Señor, ni siquiera cuando emplean la fórmula bautismal.

            La Iglesia de Roma, por su parte, no hacía depender la validez del bautismo del ministro, sino de la acción divina, por lo que consideraba que la invocación de los nombres divinos, incluso en boca de un hereje, iniciaba la obra de regeneración, y por tanto no era necesario renovar el sacramento.

            Se trataba de dos concepciones distintas, una daba preeminencia al carácter personal y ético del ministro, la otra al punto de vista sacramental y funcional. El mérito de la Iglesia de Roma en esta ocasión estuvo en haber subrayado el carácter objetivo y sacramental del bautismo, contra la sobrevaloración de la santidad del ministro. El canon 8 del concilio de Arles, del año 314, ratifica la adhesión definitiva del Africa cristiana a la tradición romana:

            "A propósito de los africanos, que usan su propia ley y rebautizan, ha parecido bien que, si alguno viene de la herejía a la Iglesia, se le interrogue acerca del símbolo; si es manifiesto así que ha sido bautizado en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; pero si no puede responder acerca de la Trinidad, será bautizado" (Dz 53; Ds 123).

II.B.- La Edad de Oro de la Patrística.

            Tenemos la suerte de poseer las homilías catequéticas de Cirilo de Jerusalén, de Teodoro de Mop-suestia, de Juan Crisóstomo, de Ambrosio de Milán y de Agustín de Hipona; documentos de capital impor-tancia para la explicación de los ritos y la tipología bautismal, que al mismo tiempo muestran el lugar central que la formación de los nuevos cristianos siempre ha ocupado en la vida de la Iglesia.

            II.B.1.- La Catequesis Bautismal.

            a).- La preparación.

            Después de una larga preparación, que duraba de 3 a 7 años según la costumbre de cada comunidad eclesial, se administraba el bautismo durante la noche del sábado al domingo de Pascua; pero la preparación próxima para recibir el sacramento comenzaba con la inscripción al iniciar la Cuaresma.

            La víspera del comienzo de la Cuaresma el candidato daba su nombre al encargado de los registros, y al día siguiente, primero de Cuaresma, se presentaba acompañado de su padrino, pasaba por una especie de examen que permitía cerciorarse de su buena disposición, y entonces el obispo le inscribía oficialmente en el libro de registro: "La persona encargada escribe tu nombre en el Libro de la Iglesia, añadiendo el nombre del testigo o padrino. Cuando se celebra un juicio, el acusado debe estar de pie. Tu tendrás, por tanto, la mirada abajo y las manos extendidas en actitud de oración" (Teodoro de Mopsuestia, Hom. Ct. XII,1).

            El significado que se da a este examen que precedía a la inscripción es que Satán en ese momento se esforzaba por argüir contra nosotros, so pretexto de que no tenemos derecho a sustraernos de sus domi-nios; diciendo que le pertenecemos por sucesión a partir del primer hombre. Para combatirle tenemos que

acudir ante el juez para defender nuestros títulos y demostrar que por derecho no dependemos de Satán, sino de Dios que nos formó a imagen suya. El conjunto de los ritos bautismales constituye un drama en que el candidato, que hasta entonces pertenecía al demonio, se esforzará por sacudir el yugo.

            La inscripción visible en el registro de la Iglesia es figura de la inscripción en la Iglesia celeste. Los cuarenta días de la Cuaresma constituyen un tiempo de retiro, al respecto comenta Cirilo de Jerusalén: "si estuviera cercano el día de tu boda, ¿nó dejarías todo lo demás para dedicarte enteramente a la preparación del festín? ¿Vas a consagrar tu alma a su Esposo celeste? (PL XXXIII, 345 A). Durante este tiempo los cate-cúmenos debían acudir todos los días muy temprano a la Iglesia; la ceremonia diaria se abría con un exor-cismo cuya finalidad era liberar progresivamente al alma de la tiranía que el demonio ejercía sobre ella; de esto escribe Cirilo: "recibe con celo los exorcismos, son para tí saludables. No olvides que tu eres un oro adulterado y falsificado; nosotros procuramos purificar ese oro. Y lo mismo que sin fuego el oro no puede ser purificado de su escoria, así el alumno no puede ser purificado sin los exorcismos".

            Al exorcismo seguía cada mañana la catequesis; durante esos cuarenta días el obispo recorría todas las Escrituras, para explicar primero su sentido literal y luego el espiritual.

            El último rito de la preparación al bautismo, que corresponde a la renuncia a Satán y la adhesión a Cristo, tenía lugar durante la noche del sábado al domingo de Pascua, y aunque formaba parte de las ceremonias preparatorias estaba ya incluido en la liturgia de la noche pascual; esto ocurría en todas las Iglesias, en Jerusalén, Milán, Antioquía o Roma. Teodoro de Mopsuestia nos recuerda el rito de la renuncia:

"De nuevo os ponéis de pie sobre los cilicios, descalzos, despojados de vuestra vestidura exterior y con las manos extendidas hacia Dios, en actitud de oración. Después os arrodilláis conservando erguido el resto del cuerpo, y decís: Yo renuncio a Satanás, a todos sus ángeles, a todas sus obras, a todo su culto, a toda su vanidad y a todo extravío secular, y me comprometo por voto a bautizarme en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". "El catecúmeno, de pie, está orientado hacia occidente, porque el occidente es el lugar de las tinieblas; vosotros, al volveros simbólicamente a oriente, renunciáis a ese lugar tenebroso y oscuro" (XXXIII,1069,A).

            A la renuncia de Satanás y a sus pompas, la apotaxis, corresponde la adhesión a Cristo, o synatasis: "Cuando hayas renunciado a Satán y roto el antiguo pacto con el Hades, entonces se abrirá ante tí el Paraíso de Dios, el mismo que El plantó en oriente y de donde fue arrojado nuestro primer padre a causa de su desobediencia. Y tu, para simbolizar esto, te vuelves de occidente a oriente, que es la región de la luz".

            La profesión de fe de cara a oriente es la contrapartida de la abjuración pronunciada mirando hacia occidente. Este rito se encuentra en la liturgia bautismal de la Iglesia de Milán: "Te has vuelto a oriente, pues quien renuncia al demonio se vuelve a Cristo y le mira cara a cara" (De Mys. 7). Esta observación hacia el oriente no sólo se da en el bautismo, sino también en la oración. También los mártires se vuelven hacia oriente para orar antes de ser sacrificados.

            Con relación al día de la resurrección, san Gregorio de Nisa comentaba que "El gran día (de la vida eterna) no estará ya iluminado por el sol visible, sino por la verdadera luz del sol de justicia, llamado oriente por los profetas, porque no conocerá ocaso". También las Constituciones nos hablan del uso de ese rito de volver hacia oriente para la liturgia de la Eucaristía: "Todos, poniéndose en pie vueltos a oriente, tras la despedida de los catecúmenos, oran a Dios que subió al cielo de los cielos en oriente"; esto se decía en re-cuerdo de la antigua morada del Paraíso, plantado al oriente, de donde fue arrojado el primer hombre (II,57).

             b).- El rito bautismal.

            El baptisterio.

            Es una construcción octogonal cuyos lados simbolizan en su número 8 la resurrección (por Noé, su esposa, sus tres hijos y sus esposas, únicos salvados del diluvio). También es símbolo de la resurrección porque Jesús resucitó el día siguiente del séptimo día, que es el sábado; además los siete días de la Creación son figura del tiempo del mundo, y el octavo día es figura de la vida eterna.

            La decoración representaba generalmente la figura del Buen Pastor sobre un fondo paradisíaco, aunque la había también que representaba a un ciervo saciando su sed. La decoración basada en ciervos que beben de las fuentes es una alusión al Salmo 41: "Como anhela la cierva estar junto al arroyo, así mi alma desea, Señor, estar contigo".

            La piscina, construida de manera que era forzoso para el bautizado atravesarla bajando al agua por el lado de occidente y saliendo de ella por el oriente, expresaba la travesía del mar Rojo o del rio Jordán, y la introducción del iniciado en el baptisterio significaba la entrada en la Iglesia, es decir, el retorno al Paraíso, perdido por el pecado del primer hombre.

            El despojo de las vestiduras.

            Una vez introducido en el bautisterio, el catecúmeno era despojado de sus vetiduras: "Apenas entra-dos en el bautisterio, se despojan de sus vestiduras como signo de desnudarse del hombre viejo y de sus obras". Dice Teodoro de Mopsuestia: "Es preciso que se te quite el vestido, signo de mortalidad, y que, por el bautismo, revistas la túnica de incorruptibilidad" (XIX,8).

            Cristo en la cruz fue el primero en despojarse de este hombre viejo que es pecado y mortalidad. Si el bautismo es conformación con Cristo muerto y resucitado, la desnudación es para Cirilo de Jerusalén  con-figuración con la desnudez de Cristo en la cruz.

            La unción pre-bautismal.

            Una vez despojado de sus vestiduras, el catecúmeno era ungido con óleo. Cirilo comenta así este rito: "Despojados de vuestras vestiduras, habéis sido ungidos con el óleo exorcizado desde la extremidad de los cabellos de vuestra cabeza hasta los pies, y os habéis hecho partícipes del verdadero olivo, que es Jesucristo. Separados del olivo silvestre e injertados en el olivo auténtico, os habéis hecho partícipes del óleo verdadero. Por la invocación de Dios y la oración, el óleo adquiere no sólo la virtud de purificar todo vestigio de pecado, sino también de auyentar todas las potencias invisibles del maligno".

            La unción con óleo tenía por objeto fortalecer al iniciado para sus luchas contra el demonio. Hay que tener en cuenta el sentido dramático que se daba a la noche pascual mediante la consumación del conflicto con el demonio; conflicto que se tenía presente desde el comienzo de la preparación, o más bien desde el mo-mento de la inscripción, y que ahora tenía que resolverse en un combate supremo. El candidato, como buen atleta, debía ser ungido con óleo antes de la lucha.

            El rito bautismal.

            El rito estaba constituido esencialmente por la inmersión y la emersión, acompañadas de la invocación a las tres Personas. La inmersión simboliza la purificación del pecado, porque el bautismo es katarsis. La emersión simboliza la comunicación del Espíritu Santo, que otorga al hombre la filiación adoptiva, y hace del bautizado una nueva criatura mediante un nuevo nacimiento.

            El bautismo es una nueva creación del hombre a imagen de Dios, precedida por la destrucción del viejo Adán. El bautismo es también anticipo de la pasión de Cristo; sobre de esto nos dice Cirilo: "Fuisteis después llevados a la santa piscina del divino bautismo, igual que Cristo fue bajado de la cruz y puesto en la sepultura preparada de antemano. Cada uno fue interrogado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Pronunciasteis la confesión saludable y por tres veces fuisteis sumergidos en el agua y de ella salisteis, aludiendo así la imagen a los tres días de la sepultura de Cristo. Por esta acción habéis muerto y nacido, y el agua salvífica ha sido para vosotros a la vez sepultura y seno materno".

            La imposición de la túnica blanca.

            Estas vestiduras blancas vienen a sustituir a las abandonadas antes del bautismo, las cuales configuraban al hombre viejo; en las blancas tenemos el símbolo del hombre nuevo. Comenta Teodoro de Mopsuestia lo siguiente: "Desde que subiste del bautismo llevas una vestidura resplandeciente, símbolo del mundo luminoso, del género de vida a que has pasado en figura. Cuando recibas realmente la resurrección y te revistas de inmortalidad e incorruptibilidad ya no tendrás necesidad de tales vestiduras".

            Gregorio de Nisa insiste en esta idea de la vestidura de gloria que se perdió por el pecado de Adán: "Como si Adán viviera todavía en cada uno de nosotros, vemos nuestra naturaleza envuelta en estas túnicas de piel y en estas hojas caducas de la vida terrena que, al despojarnos de nuestras vestiduras de luz, nos cosimos a nosotros mismos, revistiéndonos de las vanidades, los honores, las breves satisfacciones de la carne, en lugar de nuestras vestiduras divinas"; y más adelante continúa: "la envidia del demonio nos apartó del árbol de la vida y nos despojó de las vestiduras sagradas, para vestirnos de vergonzosas hojas de higuera".

            En el bautismo, las vestiduras blancas expresan la configuración con la Gracia de Cristo; son, además, prefiguración de la vida futura que se nos anticipa en la vida presente.

            La sphragis o signación.

            Se trata de la imposición de la señal de la cruz sobre la frente del candidato al bautismo. Basilio la cita como una de las tradiciones que se remontan a la época de los apóstoles, que, según dice, "nos ha en-señado a marcar con la señal de la cruz a los que ponen su esperanza en el nombre del Señor".

            El término sphragis designaba en la antigüedad tanto el objeto que servía para marcar como la marca producida por tal objeto. Estos objetos servían para sellar documentos tales como testamentos. En particular se llamaba sphragis a la marca con que un propietario distinguía los objetos que eran de su pertenencia; en ese sentido la sphragis abarca varias categorías que nos interesan aquí de modo especial: sphragis se llamaba la marca que los pastores imprimían con un hierro candente en los animales de sus rebaños para poder distinguirlos; en el ejército se marcaba a los reclutas con un tatuaje llamado signaculum, expresión equivalente al sphragis, que consistía en un anagrama del nombre del General, grabado en sus manos o en sus antebrazos. Clemente de Alejandría recomendaba a los cristianos que eligieran como figura para sus sellos la de una paloma, un pez o un navío, pero nunca a de espadas o de figuras mitológicas.

            Los Padres de la Iglesia dan diferentes significados a la sphragis bautismal: La señal de la cruz que se marca en la frente del candidato al bautismo indica que en lo sucesivo pertenece a Cristo, es decir, al re-baño de Cisto, o al ejército de Cristo. Es así como la sphragis permite al Buen Pastor reconocer a los suyos; el Pseudo Dionisio puso de relieve este aspecto en Antioquía: "Por esta señal, el catecúmeno es recibido en la comunión de los que han merecido la deificación y constituyen la asamblea ante los santos". Por otro lado la sphragis tiene la significación de alistamiento en el ejército; Teodoro de Mopsuestia así la aplica a los bauti-zados: "Esta marca que has recibido es la señal de que has sido ya distinguido como oveja de Cristo, como soldado del Rey del Cielo... El soldado que a causa de su estatura y dotes físicas parece digno de ser elegido para el servicio del imperio, recibe en la mano una marca que indica a qué rey sirve; así tú ahora, por haber sido elegido para el Reino del Cielo, llevas visible la marca que te distingue como soldado del Rey del Cielo".

            Ya hemos visto que el bautismo era considerado como el inicio de un estado de lucha permanente contra el demonio, y que la imposición de la señal de la cruz es el símbolo de esa lucha; de la misma manera la señal de la cruz en la vida cristiana viene a ser la manifestación de que en dicha vida se mantiene la lucha  contra Satán, el cual ya fue vencido por el bautismo, por lo que, marcado con la señal de la cruz, el bautizado ya no le pertenece.

            La imposición de una marca en un ser humano para hacerlo invulnerable tiene antecedente bíblico; el primer ejemplo de ello se encuentra en Caín, a quien Dios impuso una marca en la frente para evitar que sus enemigos lo matasen (Gn 4,15); también Ezequiel habla de la marca de Dios que llevan en la frente los miem-bros del futuro pueblo de Israel (9,4). A este respecto habría de comentar Cirilo de Jerusalén: "No nos aver-goncemos de la cruz de Cristo; más, aunque alguno la disimule, lleva tú su señal públicamente en la frente, para que los demonios, al ver el signo real, se alejen temblando. Haz esta señal cuando comas y bebas, cuan-do estés sentado o acostado, cuando te levantes, cuando hables, en una palabra en toda ocasión". Y es que los demonios temen a la cruz porque en ella Cristo los venció; por eso cuando ven la cruz se acuerdan del Cru-cificado y temen al que les aplastó la cabeza. San Cirilo también se refirió a la sphragis como nuevo símbolo equivalente a la circuncisión judía: "Después de la fe, recibimos como Abraham la sphragis espiritual, siendo circuncidados en el bautismo por el Espíritu Santo".

            Otro testimonio lo encontramos en la vida de san Antonio escrita por san Atanasio de Alejandría, donde dice que cuando algunas personas iban a visitar al santo a su cueva en pleno desierto escuchaban en su interior ruido de lucha, y al somarse no veían a nadie, por lo que concluían que estaba luchando con los de-monios. Le gritaban a Antonio y el les respondía que no se preocuparan, que se persignaran, se saniguaran y marcharan tranquilos, y así se marchaban armados con la señal de la cruz (Vita Ant. 13).   San Pablo habla de la cruz de Cristo como sphragis: "En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo... Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva... En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús" (Gal 6,14). Lo que hace a Pablo hombre consagrado no es la circuncisión, sino la cruz de Cristo.  

            La crismación.

            Queda por mencionar el rito de la crismación o de la unción con el óleo santo, de la que habla Cirilo de Jerusalén: "Es un don de Cristo y del Espíritu Santo, que obra por la presencia misma de su divinidad" (Cat 21,3). Se hace en el nombre del Espíritu Santo o en el nombre de la Trinidad, y es el rito que consuma la acción sacramental.

            Es imposible apoyarse en el vocabulario, sobre todo en el término sphragis, para distinguir el bautis-mo del sacramento de la confirmación. Hasta el siglo IV se consideró que la gracia del bautismo y la de la confirmación, el don del Espíritu Santo, eran conferidos en una misma ceremonia litúrgica, sin que ninguno de los dos sacramentos se distinguiera del otro con nitidez.

II.C.- La Catequesis Escrituraria.

            La catequesis escrituraria de los sacramentos es ante todo tipológica; consiste en mostrar la ana-logía profética de las acciones de Dios en el Antiguo Testamento que figuran y anuncian los sacramentos, para mostrar la continuidad de una misma economía y explicar el significado espiritual del bautismo. Las lecturas bíblicas de la cuaresma y de la vigilia pascual eran elegidas en función de esa tipología. El sim-bolismo del bautismo que se enraiza en el país de Israel halla su explicación en los medios bíblico y judío.

            II.C.1.- El ciclo del Génesis.

            San Hilario resumió la tradición litúrgica del Génesis al principio de su tratado De los Misterios: "Cristo, durante todo el tiempo de esta mundo, mediante verdaderas y auténticas prefiguraciones engendra la Iglesia, la lava, la santifica, la escoge, la rescata: en el sueño de Adán, en el diluvio de Noé, en la bendición de Melquisedec, en la justificación de Abraham. Así, desde la creación del mundo ha estado prefigurado lo que se habrá cumplido en Cristo" (De Mys., I,1).

            Los Padres encuentran que el símbolo del agua bautismal evoca: 1º.- a las aguas creadoras, vivificadas por el Espíritu, que son símbolo de vida y fecundidad; 2º.- al agua del diluvio, instrumento de castigo de Dios; 3º.- al agua purificadora, agua de baño que lava las inmundicias.

            También extraen tres temas del paralelismo teológico de las dos creaciones, y los incorporan a su teología del bautismo; ellos son:

            1º.- El tema de los dos Adanes, en el que el nuevo Adán reestablece la economía de Dios a viva fuerza, en pugna contra el demonio que había encadenado al primero.

            2º.- El tema de la Imago, la imagen y semejanza, que traduce en los Padres griegos el estado nuevo y espiritual de la humanidad regenerada.

            3º.- El tema de la Iglesia-Paraíso, grato a la teología siria, que caracteriza a la vez al bautismo y a la vida mística, a la recompensa de los mártires y la felicidad futura.

            II.C.2.- El ciclo del Exodo.

            La milagrosa liberación de Egipto y la travesía del mar Rojo son dos figuras privilegiadas del bau-tismo; ya los judíos habían actualizado este acontecimiento capital de su historia con la celebración de la

Pascua anual. Los cristianos conmemoran en su celebración pascual la victoria de Cristo, así como su propia liberación y salvación, y bautizan a sus catecúmenos la noche de la Pascua para asociar los dos misterios.

            Por el bautismo, la victoria de Cristo sobre el demonio se aplica a cada uno de los catecúmenos, y opera en cada uno la liberación espiritual mediante el sacramento del agua; por eso los ritos bautismales fueron establecidos en relación con el libro del Exodo:

            1.- La unción con la sangre, que preserva las casas.

            2.- Los exorcismos y la signación, que ponen en fuga al demonio.

            3.- La travesía del agua y el paso a la piscina bautismal hacen que el candidato recorra el mismo camino que el pueblo de Israel, de la servidumbre a la liberación.

            4.- La manducación de los panes ázimos queda relacionada con la existencia cristiana que la vida bautismal hace realidad.

II.D.- Temas de la predicación bautismal.

            San Gregorio de Nacianzo reconocía que el bautismo recibe diversos nombres que descubren la multiplicidad de sus aspectos benéficos: Se le llama don, carisma, baño, unción, iluminación, vestidura de inmortalidad, agua de regeneración, sello de Dios, etc. La explicación de sus diversas denominaciones permite a los Padres exponer los diversos aspectos de la teología bautismal, pero nosotros los reduciremos a tres: baño, iluminación y sello.

            II.D.1.- Baño.

            Los Padres del siglo IV recurren a la imagen de la muerte y el enterramiento, sugerida por la inmer-sión, y al misterio pascual con el nuevo nacimiento en la fe por el bautismo, que ellos comparan con el tra-bajo del alfarero por cuanto que da nueva forma y utilidad a la materia.

            La lectura del libro del Génesis permite a san Agustín desarrollar el paralelismo de las dos creaciones en las que se consuma la obra de Dios: El agua es signo de fecundidad y de vida en la primera Creación, e igualmente lo es en la segunda. La primera Creación es fruto de la tierra y del agua, la segunda lo es del agua y el Espíritu, añadiría san Juan Crisóstomo.

            El descenso del Hijo de Dios al mundo, que está simbolizada por la persona de Cristo y su misión, tiene para los Padres un significado a la vez nupcial y dramático; nupcial en cuanto que se anudan los esponsales de Cristo con la humanidad y con su Iglesia (Juan Crisóstomo recuerda la creación de la primer  pareja porque el bautismo celebra los esponsales de los neófitos con Cristo); dramático, porque el agua evoca no solamente el diluvio sino la victoria, alcanzada a viva fuerza en las aguas sobre las fuerzas demoníacas, victoria figurada también en la travesía milagrosa del mar Rojo.

            La acción del sacramento del bautismo es pues, a la vez, liberación del demonio y del pecado, pero es también nacimiento del seno de la encarnación redentora.. El agua bautismal expresa el carácter cósmico y escatológico de la redención y del sacramento. No sólo el hombre entero es llamado a la resurrección futu-ra, incluso de su cuerpo, sino que arrastra consigo la Creación completa en la economía del nuevo Génesis.

            II.D.2.- La iluminación.

            En su obra " El Diálogo", Justino precisa que Jesucristo vino a traer su luz a sus prosélitos y a todas las naciones, mediante una alianza nueva, una Ley nueva, y una doctrina nueva (122,4-5).

            El tema del bautismo como proceso de iluminación llega a su plenitud con los Padres griegos del siglo IV. Para san Gregorio de Nacianzo el día del bautismo es "la fiesta de las luces"; para ellos el bautismo es el esplendor de las almas, la transformación del curso de la vida que pone a la conciencia en la búsqueda de Dios. El bautismo es iluminación porque anuncia al neófito todo el depósito de la revelación y de la fe. Como recuerda Gregorio, la revelación es el desencubrimiento de la naturaleza luminosa de Dios en el curso de la historia bíblica, que se consuma en la manifestación de Cristo. Diría san Cirilo de Alejandría al respecto (In Joa 3,5):  "Por gracia del bautismo y de la iluminación del Espíritu se obtienen la plena participación del Verbo y la gnosis perfecta y verdadera de Dios".

            II.D.3.- "Spragis" del Espíritu.

            Este vocablo pone el acento sobre la unidad de la acción bautismal cuyo alcance no es sólo negativo (baño de limpieza y purificación), sino esencialmente positivo: transformación interior, y adopción divina se-llada por Dios mismo. San Basilio nos dice: "Id pues, enseñad a las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En efecto, el bautismo es el sello se la fe, y la fe es la adhesión a la divinidad" (Contra Eunomio, III,5).

            Como ya antes se dijo, el sello bautismal evoca, en primer lugar, al signo que el propietario pone sobre aquello que le pertenece, tal como la marca a hierro candente sobre las ovejas del rebaño, el tatuaje con el nombre del general sobre el brazo de los saldados, o la marca de propiedad puesta sobre el esclavo por quien lo ha comprado. Esta marca de Dios sobre el bautizado renueva en el alma que ha sido regenerada la imagen divina que fue perdida por el pecado. El sello es a la vez el signo de la alianza entre Dios y el neófito, y la incorporación de éste al Reino de Dios.

            San Gregorio de Nisa dice: "Quien tiene el anillo tiene al Padre y al Hijo y al Espíritu, pues Dios nos ha enseñado su imagen en Cristo, y nos ha dado como arras el Espíritu en nuestros corazones, para que se-pamos que el anillo es el sello de aquel que nos es dado, con el que son señalados los secretos de nuestro corazón y los servicios de nuestras acciones" (In Luc., 7).

II.E.- San Agustín: Controversias y problemas teológicos.

            San Agustín es tributario a la vez de la catequesis ambrosiana y de la teología africana, y en especial de la eclesiología de Cipriano.

           ll.E.-  San Agustín: Controversias y problemas teológicos.

          San Agustín es tributario a la vez de la catequesis ambrosiana y de la teología africana, y en especial de la eclesioligía de Cipriano.

          La controversia donatista permitió a San Agustín clarificar las condiciones de validez y de eficacia de los sacramentos, y fue el combate al pelagismo la ocasión  de enseñar de nuevo la necesidad del bautismo, incluso para niños. Los donatistas rechazaban el bautismo realizado por los ministros indignos, y rebautizaban a los católicos que se pasaban a sus filas; a esta situación se añade la validez de los sacramentos administrados fuera de la Iglesia católica, y la del nuevo bautismo de los cismáticos y herejes.

          ll.E.1.- La Controversia de los donatistas.

          Agustín distingue entre la validez y la eficacia del bautismo, distinción que faltó hacer a san Cipriano, cuya autoridad suelen invocar los donatistas. Una y otra virtud puede existir sin la otra; para la validez no se requieren ni la fe ni la santidad del ministro, por eso el bautismo puede ser conferido válidamente fuera de la comunidad católica, la Iglesia lo reconoce y no lo reitera, ni tampoco bautiza de nuevo a aquellos que de la Iglesia se han pasado al cisma y luego regresan.

          La razón de la validez de los sacramentos conferidos por los pecadores y los herejes es que ellos son propiedad de Dios y no del ministro. Los sacramentos no dejan de ser propiedad de Dios y de la Iglesia porque sean mal utilizados por los herejes y los impíos. Ni la santidad ni la indignidad del ministro influyen en  la  gracia recibida; las disposiciones del sujeto no son, por lo mismo, la causa, sino la condición sine qua non de la eficacia. Recibido en la fe, el bautismo ejerce su efecto en proporción a esa fe.

           Pero sobre la eficacia del sacramento san Agustín piensa otra cosa. Si bien en caso de peligro de muerte aún el bautismo recibido de un hereje perdonaría los pecados de un moribundo bien dispuesto, fuera de ese caso de peligro el obispo de Hipona, influido por la doctrina de san Cipriano sobre la Iglesia como único órgano de salvación, tiende a creer que la administración del sacramento es ilícita y perniciosa, tanto para el ministro como para el sujeto, y que aún obrando de buena fe el candidato que recibe el sacramento dentro del cisma “queda gravemente herido por el cisma”.

            II.E.2.- El pelagianismo y el bautismo de los niños.

            En relación con la necesidad de bautizar a los niños san Agustín manifestó su opinión en varios de sus escritos: “De Libero Arbitrio” dice que la fe de los padres sustituye a la del niño, (III, 23,67). En el “De Baptismo”, que la Gracia de Dios suple las disposiciones personales del niño, habida cuenta de que la  fides  aliena sólo desempeña la función de perfeccionamiento. En la carta 98 opina que la gracia bautismal es concedida en virtud del don del Espíritu Santo que vive y actúa en los santos de la Madre Iglesia: “Operando interiormente el Espíritu, el beneficio de la gracia rompe las ataduras de la culpa, restablece el bien de la naturaleza, regenerada en Cristo a aquel que había sido engendrado en Adán”.

             Estando a favor del bautismo de los niños, el problema de san Agustín con los discípulos de Pelagio se presentó porque ellos enseñaban que el bautismo de los niños era recomendable, pero no por una razón medicinal o purificadora del pecado, puesto que los niños son inocentes, sino para que recibieran los efectos positivos y santificantes del sacramento, con vistas a alcanzar el Reino de los Cielos. Frente a esta teoría san Agustín afirmó la universalidad del pecado original, y la necesidad del bautismo para todos los hombres, incluso los niños, so pena de condenación eterna. No hay otro medio que el bautismo de los niños para permitir que éstos logren la salvación y la vida eterna, y una vez bautizado el niño recibirá los frutos del sacramento y el Espíritu habitará en él. San Agustín reconoce, sin embargo, que el martirio hace las veces del bautismo, y que la fe y la conversión de corazón puede también suplirlo si las circunstancias impiden en forma absoluta el recibielo (De Baptismo IV,22).

          II.E.3.- El bautismo hace la Iglesia.

          Si la controversia antipelagiana hace insistir más en la curación del mal contraído mediante el nacimiento carnal, la regeneración se le presenta a san Agustín como vida nueva y don del Espíritu; esta regeneración es una renovación del hombre entero; su cuerpo mismo es santificado y llamado a la incorruptibilidad  futura, sin que por ello la concupscencia sea destruida por completo antes de la resurrección, así se explican las luchas y las pruebas de la vida. A la acción del sacramento debe unirse la conversión del corazón y la fe personal: “Aliud est sacramentum baptismi, aliud conversionem cordis, sed salutem hominis ex utroque compleri” El sacramento del bautismo es una cosa y la conversión del corazón es otra, pero la salvación del hombre se realiza por la unión de ambas (De Bapt. IV,25,32).

            “La paloma (Espíritu) no halla en todas partes un nido donde dejar sus pequeños; es en la fe verdadera, la fe católica, en la sociedad de la unidad de la Iglesia, donde produce sus frutos”

(In Ps 83,7).