EL 
SACRAMENTO DEL BAUTISMO


 

CAPITULO   I

EL  ANALISIS  DE  LA  REVELACIÓN

EN  LA  SAGRADA  ESCRITURA

 

I.A.- La preparación en el Antiguo Testamento.

            El cristianismo hunde sus raíces en el judaísmo, el cual permite, mejor que las religiones mistéricas, explicar el trasfondo del bautismo. El judaísmo, religión de Israel, practicaba las lustraciones rituales y uti-lizaba el rito de la circuncisión para la incorporación de nuevos miembros al pueblo elegido.

            a).- Las lustraciones judías.

            La impureza mancilla al hombre y lo hace incapaz de acercarse a Dios, pero la purificación le permi-te volver a participar en los actos sagrados.

            La legislación sacerdotal conoce los ritos de purificación en los cuales casi siempre aparece el agua, aplicada tanto a las personas como a los objetos. En el Antiguo Testamento era obligatorio en algunas ocasiones el lavado de las vestiduras (Lev 11,32.40) y en otras del cuerpo entero de la persona (Lev 14,8; 15,3-13). En el libro de los Jubileos, Abraham pide en su testamento a Isaac que se lave las manos y los pies antes y después de la ofrenda del sacrificio (21,26); posteriormente ningún sacerdote pudo hacerse cargo de su servicio sin haber tomado previamente un baño.

            Los esenios desarrollaron estas prescripciones, y las hicieron extensivas a toda la comunidad.

            Las purificaciones no tenían eficacia moral; podían, sobre todo en los profetas, simbolizar la pureza de corazón, pero no operarla. Los mismos profetas anuncian para los tiempos mesiánicos una "aspersión de aguas puras" (Ez 36,25; Zac 13,1; Is 4,4), una era de purificación total y de renovación. En esta perspectiva se sitúa la misión y la predicación de Juan el Bautista.

            b).- La circuncisión, rito de incorporación.

            Israel practicaba desde tiempos inmemoriales la circuncisión (Ex 4,25; Jos 5,2); muy pronto fue el signo de la Alianza y expresó la petenencia a Yahweh (Ex 4,25) o al Pueblo Elegido (Ex 12,48; Num 9,14).

            La institución de la circuncisión es atribuida por el código sacerdotal a Abraham (Gn 17,9-14), sin embargo la obligación de circuncidar a los miembros del pueblo no existe en la legislación antigua, ni aparece todavía en el Decálogo, sino que fue hasta después del exilio que los judíos vivieron en Babilonia cuando se estableció en forma absoluta.

            El rito se celebraba al octavo día del nacimiento, e incorporaba al niño varón al pueblo de Dios, a la vez que le hacía partícipe de las promesas mesiánicas. Es un signo en la carne, pero los profetas siempre con-cedieron más importancia a la "circuncisión del corazón" como signo de verdadera fidelidad al pacto de la Alianza.

            San Pablo enseñó que la circuncisión tiene carácter provisional, y que la fe es superior. Los cristia-nos son circuncisos de corazón, en el Espíritu (Rom 2,28-29).

            I.B.- El Bautismo de Juan.

            Estamos informados acerca de los baños rituales que tomaban los esenios por la descripción que de ellos se hace en la obra de Flavio Josefo, en el Documento de Damasco y en los escritos del Mar Muerto. Es posible que Juan hubiese tenido contacto con la comunidad esenia y haya sido influenciado por ella, pero los esenios de Qumran no consideraban el baño como rito de iniciación; por eso, aunque las semejanzas pueden explicarse por mediación de los mismos textos proféticos, no permiten deducir una dependencia entre el bau-tismo de Juan y los ritos esenios.

            El origen del bautismo impartido por Juan, considerado en toda la densidad de su contenido, hay que buscarlo principalmente en las profecías escatológicas del Antiguo Testamento, y en la conciencia personal que el Bautista tuvo de la inminencia de las realizaciones mesiánicas que él vino a proclamar. Juan mismo ca-racterizó su bautismo como "un bautismo de conversión para el perdón de los pecados" (Mc 1,4; Mt 3,2-11), unido a la confesión de las culpas, el cual ya era conocido por el judaísmo (Mc 1,5; Mt 3,6). Este rito bautis-mal es a la vez provisional y profético; está centrado en la inminente venida del Mesías que le otorga la eje-cución histórica y realiza su significado. El cometido de Juan es preparar para el Señor un pueblo bien dis-puesto a recibirlo, y presentar al Mesías ante Israel; el carácter provisional del bautismo de agua que admi-nistra es mencionado por el mismo Juan, anunciando un bautismo próximo "en el Espíritu y el fuego" (Mt 3,11; Lc 3,16).

            Los profetas habían situado los acontecimientos mesiánicos dentro del marco de un nuevo Exodo, en un Edén recobrado, en el que los setenta ancianos del banquete de la Alianza representasen a todas las na-ciones de la tierra. Juan Bautista invita al pueblo al desierto con miras a ese nuevo Exodo, conducido por el Mesías en persona.

            Perdón de los pecados y efusión del Espíritu corren parejas en los textos proféticos, y especialmente en Ezequiel; dichos textos describen la acción mesiánica como un crisol del que sale una Creación nueva, un pueblo renovado. El libro de Joel describe la era mesiánica como un tiempo paradisíaco precedido por una efusión del Espíritu, una transformación universal, la unión de todas las naciones (Jo 3,1-3; 4,9-21; cf. He 2,17-21). La imagen bíblica y escatológica del fuego expresa la obra de Cristo: él depura y transforma en el crisol redentor; la víctima libremente devorada por el fuego lleva a cabo la redención universal, de la que nace el Nuevo Pueblo y el "culto en espíritu y en verdad".

            I.C.- El Bautismo de Jesús por Juan Bautista.

            La historicidad del acontecimiento es indiscutible; el bautismo de Jesús por Juan pertenece a la tradición mejor atestiguada. Los cuatro evangelistas describen al Espíritu que desciende sobre Cristo en forma de paloma cuando sale de las aguas del Jordán; Juan añade que "permanece sobre él", con el fin de precisar la permanencia de al condición mesiánica y del orden inaugurado por Cristo.

            La venida del Espíritu sobre Jesús manifiesta el poder salvífico y creador de Dios. Lleno del Espíritu, el Siervo de Yahweh realiza el programa de salvación anunciado por los cantos, arranca a la humanidad de la servidumbre de Satanás, y restaura la soberanía de Dios. Esta obra, inaugurada y significada en el bautismo, se efectuará a través de la prueba de la pasión y muerte, en la condición gloriosa que Cristo revestirá en su exaltación.

            El simbolismo de la paloma que planea sobre las aguas del Jordán pone en evidencia la acción crea-dora de Jesús (cf. Gn 1,2). El Espíritu que planeaba sobre las aguas del caos primitivo anuncia ahora la Crea-ción renovada, y la nueva criatura de la que él es a la vez tipo y mediador.

            I.D.- El mandato de bautizar, cumplido después de la resurrección de Jesús.

            Después de la resurrección del Señor será mediante el bautismo como los hombres podrán recibir la remisión de sus pecados y su renovación en el Espíritu, pues él mismo les notificó a sus discípulos el mandato de conferir el bautismo y de anunciar la Buena Nueva: "Id por todo el mundo y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 18,18-19).

            Los cuatro evangelios expresan la fe y la práctica de la Iglesia Apostólica, que se remite explícita-mente a la intención de su fundador. La Didajé y Justino atestiguan ya el texto de Mateo y la fórmula trinitaria del bautismo (Did 7,1; Justino I Apol. 61,3). La Iglesia primitiva predica el Evangelio y bautiza a los nuevos adeptos para conformarse a la voluntad del Señor. Evangelio y bautismo estriban en la persona y en la misión de Jesús. El bautismo, en nombre de la Trinidad, introduce en el reino mesiánico.

            I.E.- En los Hechos de los Apóstoles.

            Tres elementos componen el bautismo cristiano en los Hechos de los Apóstoles, dando continuidad parcialmente al objetivo del bautismo de Juan, que era el de la remisión de los pecados; ellos son el aconteci-miento de Jesús rechazado por los judíos, crucificado por Pilato, resucitado por el Padre y convertido en Señor en la gloria divina. Los tres elementos permanecen unidos.

            a).- El bautismo de agua.

            Todos los apóstoles recibieron primeramente le bautismo de Juan "para el perdón de los pecados" pero luego recibieron también en bautismo del Espíritu, a partir de Pentecostés (He 2,1-4). Ambos bautismos tienen un mismo rito, el agua, pero su significado ha cambiado. La profecía se ha hecho realidad, gracias a la obra de Jesús el bautismo cristiano es una participación en la salvación de Cristo y en la acción de su Espí-

ritu. El caso de los discípulos de Juan Bautista que se encuentran con san Pablo, narrado en He 19,1-6, nos muestra la progresión desde el bautismo de Juan hasta el don del Espíritu:

            "Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Efeso, donde encon-tró algunos discípulos; les preguntó: '¿recibísteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?; ellos contes-taron: 'Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo. El replicó ¿pues qué bau-tismo habéis recibido? -el bautismo de Juan, respondieron- Pablo añadió: 'Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea Jesús'. Cuando oye-ron esto fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús y, haniéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo".

            b).- El bautismo en el nombre de Jesús.

            El bautismo de agua era administrado en la comunidad apostólica "en el nombre de Jesús" (He 2,38; 10,48; 19,5), lo cual expresa y afirma el paso de la profecía a la realidad: Cristo ha venido y nos ha traído la salvación. Aquellos que abrazan la fe reciben el bautismo de agua; el rito es a la vez público y litúrgico, ex-presa la fe y concreta los frutos de la misma. El bautismo efectúa la incorporación al pueblo mesiánico; sig-nifica y sella públicamente el compromiso personal del candidato, que por la fe da testimonio, con todos los creyentes, del señorío del Resucitado.

            c).- El bautismo en el Espíritu.

            San Pedro describe los elementos constitutivos de la iniciación cristiana: "Convertíos, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo para remisión de sus pecados, y entonces recibiréis el don del Espíritu Santo" (He 2,38).

            Normalmente el bautismo da el Espíritu Santo, no obstante, los Hechos subrayan la libertad de Dios y del Espíritu, pues el don del Espíritu no está necesariamente ligado al bautismo; puede precederlo, como en el caso de Cornelio (He 10,44), o seguirlo como en el caso de los samaritanos (He 8,15).

            En varios casos el Espíritu es dado mediante la imposición de manos. Este rito, que está tomado del Antiguo Testamento, es polivalente en el libro de los Hechos; significa una misión que la Iglesia encomienda, y a menudo acompaña, al igual que en la epístola a los Hebreos, a la administración del sacramento del bautismo; sorprende, sin embargo, que el apostol san Pablo no haga mención alguna de la imposición de manos después del bautismo, y que además considere unido el don del Espíritu Santo al sacramento mismo.

            En conclusión, vemos que la comunidad apostólica practicó el bautismo de agua impartiendolo en el nombre de Jesucristo, o en el nombre del Señor Jesús, y que mediante dicho sacramento resultaban perdona-dos los pecados y se recibía el don del Espíritu, ya sea inmediatamente por el mismo sacramento, o posteriormente mediante el rito de la imposición de manos unida a la oración.

            I.F.- En la teología Paulina.

            Mientras que los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles nos presentan una visión de la liturgia primitiva, las epístolas paulinas nos proporcionan la primera elaboración de una teología del bautismo.

            a).- El bautismo en Cristo Jesús.

            Rom 6,3-7 es un texto de capital importancia, porque en él se ven las relaciones entre el bautismo y el misterio de Cristo:

            "¿O es que ignoráis que cuantos fuimos sumergidos por el bautismo en Cristo Jesús, fue en su muerte donde fuimos sumergidos?. Pues por medio del bautismo fuimos juntamente con él sepultados en su muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva. Porque, si estamos injertados en él por muerte semejante a la suya, también lo estaremos en su resurrección. Comprendamos bien esto: que nuestro hombre viejo fue crucificado junto con Cristo, a fin de que fuera destruido el cuerpo del pecado, para que no seamos esclavos del pecado nunca más, pues el que una vez murió, ha quedado definitivamente liberado del pecado".

            En un mismo movimiento 'muere el cuerpo del pecado", es enterrado el cuerpo heredado de Adán, y resucita el hombre nuevo a una existencia nueva. La obra salvífica es la repetición del Génesis, cuyo relato subyace en el paralelismo paulino. Los bautizados ya no viven para lo sucesivo en Adán, pues el cuerpo del pecado ha sido destruido en la cruz, sino que están incorporados a Cristo, el Adán nuevo, como criaturas nuevas.

            b).- El bautismo en el Espíritu Santo.

            En el bautismo el neófito recibe el Espíritu Santo, primero de los dones recibidos, que no es otro que el Espíritu de Cristo; por eso la vida en Cristo es idéntica a la vida en el Espíritu. Pablo utiliza la imagen del sello para describir el don del Espíritu recibido en el bautismo, y al rito entero que constituye al fiel dentro de su condición nueva de hijo, de heredero de la Promesa.

            c).- Bautizados para formar un solo cuerpo.

            "Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, fuimos bautizados en un solo Espíritu para que formásemos un solo cuerpo, y a todos se nos dio a beber un solo Espíritu" (1 Cor 12,13).

            Por su incorporación a Cristo, los cristianos se han convertido en hijos de Abraham, en herederos de las promesas. El bautismo realiza a la vez la unión de los cristianos a Cristo, y la inserción de los mismos a la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo. De este cuerpo Cristo es la cabeza, que anima al cuerpo en la diversidad de sus miembros y lo desarrolla para llevarlo a su plena estructura, como lo enseñan las epístolas de la cautividad.

            Cristo es a la vez el principio vital que se difunde en sus miembros a través de todas las junturas del organismo, dando a cada uno su crecimiento para la construcción del cuerpo entero, y es el jefe que concede a cada uno una función específica (Ef 4,4-16).

            I.G.- En la Primera Carta de san Pedro.

            para el sacramento que nos ocupa, el texto más importante de la primer carta de Pedro es el de 3,18-22 que dice:

            "Cristo murió de una vez y para siempre por los pecados, justo por injustos, para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte según la carne, fue vivificado según el Espíritu. Y por él fue a predicar a los espíritus encarcelados, a los que en otro tiempo reusaron creer, cuando la paciencia de Dios daba largas, mientras que en los días de Noé se preparaba el arca en la que pocos, o sea ocho personas, se salvaron a través del agua. Con ellas se simboliza el bautismo que ahora os salva, el cual no consiste en quitar una impuresa corporal, sino en pedir a Dios una conciencia buena, y todo, todo por la resurrección de Jesucristo. El está a la diestra de Dios, después de subir al cielo, sometidos ya ángeles, potestades y virtudes".

            Nos hallamos ante dos trozos originariamente distintos, un himno a Cristo resucitado, en forma de confesión de la fe cristiana, y un fragmento de la catequesis bautismal en el que se habla de la bajada de Jesús a los infiernos.

            El autor quiere poner ante los ojos de los cristianos que renuncian a Satanás en el bautismo el ejem-plo de Cristo, quien al bajar a los infiernos proclamó allí la derrota del demonio y de los ángeles caídos, para animarlos a luchar contra el mundo pagano y sus demonios.

            La correspondencia entre Noé, el diluvio y el bautismo se basa en tres elementos: el agua, el arca, y las ocho personas salvadas. El agua, de una y otra parte, es el lugar de enfrentamiento de las potencias in-fernales. El arca, como la Iglesia, es el instrumento de la salvación. A las ocho personas salvadas correspon-de, dentro del simbolismo de la economía cristiana, el signo del octavo día, que es el día pascual.

            La victoria de Cristo sobre Satanás, proclamada hasta en los infiernos que son sede de las fuerzas demoníacas, hace de él el nuevo Noé, porque conoció la invasión de las grandes aguas de la muerte y del infierno, fue liberado de ellas por Dios para convertirse en el primogénito de la nueva Creación, y por el misterio de su muerte y de su resurrección él se convierte en el principio de la ogdoada (ocho días) estable-cida sobre la victoria pascual.

            Los cristianos, sepultados mediante el bautismo en las aguas expiatorias de la muerte, son salvados por la resurrección de Cristo. En lo sucesivo pertenecerán a la economía del octavo día y constituirán el uni-verso nuevo, en el cual el porvenir ya está presente como misterio.

            El bautismo cristiano anticipa en el juicio escatológico en el que el mundo pecador será aniquilado por el fuego, y donde la bienaventurada agdoada será establecida definitivamente en la gloria de Dios.

            La carta de Pedro se esfuerza por liberar el bautismo cristiano de una concepción ritualista y má-gica, para desarrollar la acción interior y espiritual del mismo; pues el sacramento es el instrumento de la salvación traído por el Resucitado, y permite al cristiano dar testimonio públicamente, con lo que gana un significado misional frente al mundo pagano.

            I.H.- En la doctrina del cuarto Evangelio.

            Juan funde en una sola fórmula dos realidades: la del siervo de Isaías, que lleva sobre sí los pecados de los hombres y se ofrece como cordero del sacrificio, y el rito del cordero pascual, que simboliza la reden-ción de Israel.

            Cuando Juan habla de nacer de Dios, con el verbo nacer quiere expresar un origen, y habitualmente va acompañado de la preposición de (1 Jn 2,29; 3,9; Jn 3,5.8). Nacer de Dios es ante todo un misterio que exige fe, y se apoya esencialmente en el nacimiento de Cristo atribuido al Espíritu. La aplicación de este mis-terio a los fieles está ligada al eón nuevo, al cumplimiento de la Escritura, a la participación del Espíritu, y a la vida eterna de quienes a través de la muerte han llegado a una nueva vida.

            Este nacimiento de Dios hace a los fieles tekna Theou, hijos de Dios, expresión muy utilizada por Juan (Jn 1,12; 11,52; 1 Jn 3,1-2) y que quiere expresar la filiación divina de los fieles. El bautismo efectúa en el cristiano lo que se manifestó primero en el bautismo de Jesús: proclamación de su filiación divina y descenso del Espíritu.

            Se trata de una nueva Creación, de un nuevo nacimiento. Jesús viene a operar este nuevo Génesis fundando el Reino de Dios. Es de notar que Juan utiliza únicamente aquí la imagen sinóptica del reino, porque el acotecimiento ha cedido el paso a la persona de Jesús, que es quien lo desencadena.

            Las personas participan en la vida nueva por medio de la generación bautismal: fe y bautismo son las condiciones para participar de la salvación que viene de la cruz. En la perspectiva del cuarto evangelio, Juan parte de la experiencia eclesial del bautismo para elevarse hasta la obra redentora que lo provoca.

            Para Juan, como para Pablo, la muerte, y la glorificación de Cristo realizada por el Espíritu, son ge-neradoras del bautismo cristiano y de la comunidad. El Espíritu es el principio de la Creación nueva, purifica y hace penetrar en la intimidad divina. El bautismo, por su enraizamiento en Dios, es el fundamento de toda la vida cristiana, desde la ruptura con el pecado hasta la consumación en la santidad