El Señor de los Teólogos

Pablo J. Ginés,
Premio Gandalf de la Sociedad Tolkien Española
05/12/2001

“El Señor de los Anillos es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica”, dijo J.R.R.Tolkien en 1953 acerca de su novela, que dentro de dos semanas llegará a los cines en una impactante película. “¿De verdad, como exclamó san Agustín, nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que repose en Ti? Cualquiera se atreve a confesarlo en una sociedad que hace alarde de increencia, que vive como si Dios hubiese muerto, teológicamente analfabeta”. Así se lamentaba Mariano Alonso el pasado abril en Alfa y Omega.

Y sin embargo, desde hace 10 años los aficionados de la Sociedad Tolkien Española (www.ste.es.org, independiente de toda afiliación religiosa) escriben en sus carnets de socio y en muchas otras publicaciones la siguiente frase, sospechosamente similar, de El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien (1892-1973): “Juntos tomaremos el camino que lleva al Oeste y juntos encontraremos una tierra en donde los corazones tengan descanso”.

Tanto Tolkien, católico ferviente, como San Agustín, diagnostican la enfermedad que muchos padecen sin saber nombrar: el hombre siempre quiere algo mas, su corazón no encuentra reposo en la sucesión de eventos, placenteros o no. Agustín, que es teólogo, dice con claridad que sólo en Dios hallaremos el reposo de los corazones. Tolkien, que está escribiendo literatura del género de fantasía, lo expresa de otra forma y anima a tomar “el camino que lleva al Oeste” donde reposan los corazones. En la Tierra Media de Tolkien, al Oeste sólo está el Mar, un Mar que lleva “mas allá de los círculos del mundo”. Más claro es el rey Elessar en el Apéndice final del grueso libro: “no estamos sujetos para siempre a los confines del mundo, y del otro lado hay algo mas que recuerdos”.

Cuando la película de El Señor de los Anillos se estrene dentro de dos semanas en las pantallas de todo el mundo podremos comprobar cuánto de la obra original de Tolkien ha pasado por el cedazo del director. Puede haber razones para la suspicacia: aunque el libro ya incluía una doncella guerrera (la dama Éowyn), parece que los guionistas también han dado una espada y escenas de acción a la princesa élfica Arwen, quiza para cubrir algún pactado cupo de mujeres espadachinas. También tiene su gracia que el mago Gandalf, sabio guía de los héroes, sea interpretado por un activista de la ideología gay como es Ian McKellen (elegante actor shakespereano, eso sí).

Sin embargo, mas allá de estas suspicacias, parece que la película será bastante fiel al libro y el director ha insistido en la importancia que se dará a la reflexión sobre la muerte, el amor y la lucha del hombre contra la maquina, los mismos temas que Tolkien señalaba en su obra. Eso son buenas noticias para la cultura cristiana y para una generación (¡otra mas!) que ha crecido con hambre de Belleza, Misterio y Verdad y que no sabe ni siquiera que es de eso precisamente de lo que tiene hambre.

El Señor de los Teólogos

Tolkien no escribió sólo una novela: El Señor de los Anillos hunde sus raíces en toda una mitología y un mundo detalladísimo, recogido en El Silmarillion. Allí asistimos a la Creación, cuando Eru, el Único, reúne a los Ainur (espíritus de naturaleza angélica) para que canten ante Él y, creando, den forma al mundo. Ahí empieza el ciclo de la Tierra Media, del que todo El Señor de los Anillos, con mas de 1.000 paginas, es tan sólo un capitulo.

La obra de Tolkien es una mina de material teológico. En España destacan los trabajos del profesor de la Universidad de Navarra José Miguel Odero, sacerdote del Opus Dei y especialista en la relación entre literatura y teología en autores como Chesterton, Belloc, Claudel, T.S. Eliot C. S. Lewis y Tolkien, a quien analiza en su extenso ensayo Cuentos de Hadas.

Probablemente lo mejor escrito en español sobre Tolkien desde una aproximación teológica sea la tesis del jesuita argentino Ricardo Irigaray, dirigida por Odero, y publicada en una versión revisada bajo el nombre comercial de Elfos, dragones y hobbits. Irigaray no elude las cuestiones difíciles: muerte e inmortalidad, redención y salvación, pecado original, sentido de la creación, valor del sacrificio, predestinación y libertad... todo eso está ahí, además de un tremendo amor por la obra del escritor británico. Ricardo Irigaray y otros sacerdotes estuvieron presentes en la creación de la Asociación Tolkien Argentina ( www.tolkien.org.ar, tan aconfesional como la española), y su inspiración se advierte en los primeros ejemplares de su revista con monográficos dedicados a temas como la Posesividad, la Amistad o la Esperanza, temas tolkinianos donde los haya.

Para el obispo ortodoxo ruso Seraphim Sigrist, la obra de Tolkien tiene la característica de ser una buena fuente de consejos, y por eso lo utiliza para ilustrar su capítulo “Ermitaño” (los ermitaños son quienes dan consejos a los caballeros artúricos) en su libro Theology of Wonder(Teología de la Maravilla). El obispo Seraphim es minoritario dentro de la ortodoxia, sin embargo. La juventud rusa ha absorbido durante años con pasión la obra de Tolkien pero la jerarquía más antioccidental considera que se trata de una operación del corrupto occidente para llevar a sus jóvenes al neopaganismo, a la brujería o al catolicismo, que para algunos de estos prelados no es mejor opción.

Teología del icono

Maria Kamenkovich, co-autora junto con su marido Valeri de una de las mejores traducciones al ruso de El Señor de los Anillos, dice que en su ciudad, San Petersburgo, un grupo de al menos una docena de jóvenes pasaron de la increencia o del neopaganismo al cristianismo, es más, al catolicismo romano, a partir de la obra de Tolkien. “La última vez que los vi pensaban ir a Roma a pedir permiso para fundar una orden religiosa”, nos comenta la traductora. Para ella, ferviente ortodoxa, como para muchos rusos, El Señor de los Anillos ha representado una ráfaga de aire entre la asfixia sin alma del comunismo soviético y la deshumanización del capitalismo salvaje.

“¿Hay un itinerario que lleva al lector de Tolkien hacia C.S. Lewis y hacia Chesterton?”, se pregunta Maria. “Sí, es algo que se ve mucho. Pero yo los he leído a todos y creo que Tolkien es el más profundo de los tres”. Los Kamenkovich están ultimando un libro sobre el sentido cristiano de la obra tolkiniana y han encargado un capítulo al obispo Seraphim.

En el campo católico también hay quien desconfía de la obra tolkiniana. El más duro ha sido el padre Miguel Ángel Fuentes, de la web de apologética del Instituto del Verbo Encarnado. La mitad de las acusaciones que hace se parecen a las que los protestantes enuncian acerca de las imágenes e iconos: que distraen, que confunden, que no son usan términos bíblicos. Y ciertamente, la obra de Tolkien, como los iconos y las imágenes, incluso como la Biblia misma, si se usa mal puede alejar de Dios y llevar a la idolatría.

En este sentido, cabe recordar las palabras del padre Zenon Teodor, uno de los mayores iconógrafos vivos, que dice que si el icono no está enraizado en la adoración (de Dios, no del icono en sí), puede distorsionar la fe de la misma manera que puede hacerlo una teología no enraizada en la oración. La comparación de los iconos con la obra de Tolkien tiene otro sentido: los iconos (la Trinidad de Rublev, la Dormición o la Asunción de la Virgen, etc...) a menudo presentan escenas del Reino de Dios que no salen como tales en la Biblia. Son ventanas abiertas al cielo y cumplen una función de carisma profético: comunicar a los hombres destellos del Cielo. Algo de esto hay también en la visión que Tolkien tenía de la obra artística.

Quizá también la obra de Tolkien es carismática en el sentido que le daba San Pablo al término. Un carisma –definición de manual- no es más que un don que Dios da a alguien para beneficiar a toda la comunidad. Tolkien tenía muy claro que él tenía un don, es decir, un bien –natural o sobrenatural- recibido de Dios. Esto puede verse en su cuento Hoja de Niggle, cuando el pintor, en el Más Allá, ve su obra completa: “Es un don, dijo. Se refería a su arte, y también a la obra pictórica”. Pero cuando un don beneficia a muchos, se convierte en un carisma, en este caso, un carisma de profecía, es decir, de anuncio y testimonio del Más Allá.

Frodo contra Harry Potter

La otra acusación del padre Fuentes contra la obra de Tolkien es la que afecta al tema de la brujería. En este caso, la prensa cristiana anglosajona ha demostrado alinearse a favor de Tolkien y de su amigo y colega C. S. Lewis y en contra de Harry Potter. Lo explica con claridad Toni Collins en la siempre recomendable www.envoymagazine.com:

“El Catecismo de la Iglesia Católica afirma inequívocamente: «Toda práctica de magia o brujería, por la que uno intente utilizar poderes ocultos, para ponerlos a su servicio y tener poder sobrenatural sobre otros –incluso si fuese para restaurar su salud- son gravemente contrarios a la virtud de la religión (...) La Iglesia por su parte previene a los fieles contra ello [2117]». Esto es lenguaje fuerte en el catecismo, el mismo lenguaje usado para condenar la lujuria, la fornicación o el aborto. Los católicos no pueden, en buena conciencia, tomarse a la ligera este aviso. Si Harry Potter estuviese usando la lujuria, la fornicación o el aborto para salvar a sus amigos en Hogwarts, ¿seguiríamos pensando que sus libros son aceptables para el bien de los niños? Es importante darse cuenta de que la brujería de la que escribe Rowling presenta un contraste oscuro comparada con la magia de fantasía que aparece en Tolkien o Lewis. Los personajes buenos de la Tierra Media o de Narnia no lanzan hechizos a la gente, no invocan espíritus y se comunican con ellos como vecinos adorables, no hacen rituales ni mezclan pociones. Los personajes buenos de Hogwarts sí lo hacen”

Lo cierto es que entender la magia que se hace en la Tierra Media siempre ha sido complicado y se han escrito ríos de tinta sobre ella. En nuestro mundo real no existe la “magia buena”, según la doctrina católica y la experiencia cotidiana de los sacerdotes exorcistas designados por los obispos. Existe el poder de Dios y existe la brujería. Si la brujería “funciona” es por obra sobrenatural maligna, por mucho que en el anuncio del periódico ponga “magia blanca”.

En la Tierra Media de Tolkien los luminosos Elfos se extrañan cuando ven el uso de la palabra magia entre otras razas: “es extraño, usáis la misma palabra para lo que hacemos nosotros y para los engaños del Enemigo Oscuro”. Un católico de la Renovación Carismática diría, con bastante propiedad, que los Elfos no lanzan “hechizos curativos” sino que poseen el carisma de sanación (o muchos otros carismas, estén listados o no por San Pablo y por los Hechos de los Apóstoles).

Más allá del tema de la brujería, cabe señalar que Frodo, el protagonista de El Señor de los Anillos, se enfrenta al mayor Poder Oscuro sin magia de ningún tipo, armado apenas de sus fuerzas desfallecientes y de la amistad de su compañero Sam, y la victoria final no se debe a su fuerza de voluntad, sino a una Providencia que el lector católico suspicaz podrá captar. La diferencia de profundidad ética y simbólica entre Frodo –lleno de simbologías crísticas- y Harry Potter es suficiente para que nos pongamos de lleno del bando del hobbit de Tolkien.

La tentación pagana

Hay otra crítica a El Señor de los Anillos: su facilidad para alimentar tendencias “New Age”, neopaganas y neognósticas. Lo cierto es que en la época que se escribió éstas no eran tan fuertes como lo son hoy y el gran enemigo parecía ser todavía el materialismo y cierto cientifismo soberbio encarnado quizá más por el mago corrupto Saruman que por el terrible Señor Oscuro. Pero Tolkien había decidido que su fantasía ocurría en un pasado imaginario muchos siglos antes de Abraham, sin Revelación conocida, y no podía figurar nada reconociblemente judeocristiano. Se parte de un monoteísmo natural, manifestado en la repulsa por la esclavitud, el derecho del Único a recibir toda adoración y un heroísmo pagano pero no desesperado.

Según T. A. Shippey, excelente conocedor del Tolkien académico y del Tolkien escritor, el profesor de Oxford quería escribir una obra propia de la época del poema altomedieval Béowulf, un poema anónimo, escrito sin duda por un cristiano, pero que narra una historia pagana. Tolkien quería salvar a los héroes paganos.

”El dilema de Beowulf era también el de Tolkien. Toda su vida profesional lo puso en contacto con los relatos de los héroes paganos, ingleses, noruegos o godos; era capaz de apreciar sus verdaderas cualidades más que nadie. Al mismo tiempo no le cabía duda de que el paganismo era débil y cruel”, explica Shippey en El Camino a la Tierra Media, un libro donde se detalla magistralmente cómo Tolkien trató de redimir a los paganos que conoció por la literatura que él amaba.

Lo cierto es que Tolkien era muy intolerante con el paganismo genuino. Según Shippey, sin duda recordaba los cuerpos bien conservados en turba, como “la expresión de terror en el rostro de la Reina Gunhilda (evidentemente aun luchando mientras la claveteaban viva)”. Y ya en 1924 se reía de los neopaganos de la época, “acostumbrados a ver por todas partes las divinidades tuertas y de barba roja” (en referencia a los dioses nórdicos Odín y Thor).

Es de esperar que las personas que disfruten con la obra de Tolkien tengan el buen sentido de seguir el ejemplo de grandes conocedores del paganismo como el desconocido autor de Béowulf, Snorri el autor de las Eddas, C. S. Lewis y el mismo Tolkien y opten por el cristianismo, “mito sucedido realmente” (como Tolkien explicó a Lewis en la noche que llevaría a la conversión de éste) y no por mescolanzas neopaganas diseñadas por lo general en despachos de California. Pero por supuesto, una fe cristiana desprovista de Misterio, de lo Sagrado, de celebración, de adoración, de lo numinoso, nunca podrá seducir al tipo de gente que va buscando precisamente estas cosas para reposar su corazón.

Sorteados estos peligros, el éxito de masas sostenido que sin duda va a representar El Señor de los Anillos (recordemos que van a estrenarse 3 películas, una cada año) puede ser el principio de una cierta reconquista católica de la cultura popular. Muchos se darán cuenta de la sed que tenían y de cómo los brebajes de brillantes colores que se venden apenas quitan la sed. El secreto de Tolkien ha sido el de un arte sin complejos que apunta al Arte de Dios. Y así el escritor británico pudo escribir estas palabras:

“(En la Encarnación y la Resurrección de Cristo) El arte se ha autentificado. Dios es el Señor, de los ángeles y de los hombres... y de los elfos. La Leyenda y la Historia se han encontrado y fusionado. Pero en el reino de Dios, la presencia de los fuertes no subyuga a los débiles. El Hombre redimido sigue siendo hombre. La narración, la fantasía, todavía continúan y deben continuar. El Evangelio no ha desterrado las leyendas; las ha santificado, en particular el “final feliz”. (...) Quizá todos los cuentos se tornen reales, mas con todo, una vez redimidos, se parecerán tanto y al mismo tiempo tan poco a las formas con que salen de nuestras manos como el Hombre una vez salvado a la criatura caída que ahora conocemos”.

Para conocer mejor el catolicismo de la obra de Tolkien vea nuestra reseña del libro de Joseph Pearce J.R.R.Tolkien, Señor de la Tierra Media clicando aquí

Para leer una entrevista de Zenit.org a Joseph Pearce sobre la obra de Tolkien clicar aquí

Para leer la interesante historia de conversión de Joseph Pearce, biógrafo de Tolkien, visite nuestra sección El hecho y su contexto