Josep Miró i Ardèvol17/01/2002
e-cristians 18-I-2002

En nuestros tiempos de confusión hay un exceso de palabras que generan vacío de contenido por uso abusivo, uno de ellos es el de libertad. Se entiende esta idea como sinónimo de espontaneidad. La visión de la libertad hoy es mayoritariamente aquélla que considera al hombre libre por la sencilla razón de que puede hacer lo que quiera. Sería pues una libertad adquirida pasivamente. Algo que el hombre se encuentra y que para realizarla sólo basta dejarse llevar por los impulsos y pasiones, sin ningún otro límite que sus posibilidades. Naturalmente, no hay que reflexionar demasiado para ver que éste es un concepto equivocado de la libertad.

En este sentido todas las leyes vigentes nos indican precisamente lo contrario. La libertad no es, no puede ser, fundamentalmente algo que nos es dado y que podemos ejercer ilimitadamente. Desde la Constitución al Código de Circulación toda la sociedad lo que hace es indicarnos, sin formularlo siquiera, que la libertad es otra cosa. Esta consideración se hace muy patente cuándo alguien contempla el alcance y limitaciones de un derecho tan fundamental como es la libertad de expresión que, en ningún caso, constituye un derecho ilimitado sino que se ve constreñido por otra serie de derechos fundamentales. No se trata ahora aquí de entrar en el debate sobre la delimitación, sobre las fronteras de la libertad, sino de continuar fijando nuestra atención en lo que hablamos, que es el mismo concepto de libertad, el propio concepto de libertad.

La libertad por definición, como posibilidad íntima de la persona, como posibilidad del sujeto, tiene que ganarse; no nos es dada. El hombre, de hecho, no es siempre libre (y evidentemente nunca lo es completamente) aunque siempre tenga la libertad de serlo . La libertad es, pues, una vía. Y es una vía que se apoya substancialmente por una afirmación y una negación en relación con el mundo, en relación con las cosas del mundo. La afirmación de las propias convicciones, enfrentándolas con el mi; y la negación de todo aquello que nos sea dado, que nos es dado por el mundo, es decir, la disponibilidad a la renuncia. Los hombres y mujeres que lucharon por la democracia durante el franquismo estaban dispuestos a renunciar, en función de su libertad personal, a todo aquello que les era dado: al trabajo, a la seguridad del hogar e, incluso, en algunos casos y momentos, a la propia vida. Esta característica era todavía más evidente en todas las corrientes de resistencia; la disidencia que se produce en el mundo socialista hasta su caída. La "Carta del 77" en Checoslovaquia es un buen ejemplo, un manifiesto que tiene precisamente como un de sus principales componentes a Jean Patocka. La libertad es pues al mismo tiempo afirmación y negación del sujeto. Afirmación y negación a partir de la propia conciencia.

Naturalmente eso exige que exista esta conciencia en el sentido de que esté desarrollada, no en el sentido de posibilidad, que ésta sería una condición común a toda persona. Y eso nos conduce a otro interrogante: ¿cómo se construye la conciencia?. La guía fundamental es el sentido religioso. La relación entre el "yo" y lo "sagrado"; entre mi persona y la Trascendencia infinita; la relación con Dios. El sentido religioso es, junto con la práctica de la filosofía la única vía en la que, inexorablemente, sólo puedo hacerme presente yo, nadie me puede sustituir. En este sentido, es razonable entender que la muerte, insustituible, intransferible, específica de cada sujeto, es una vía de acceso a Dios. La diferencia fundamental, sin embargo, de la vía religiosa con la filosofía es que ésta segunda es un saber, necesita unos conocimientos y unas determinadas metodologías y normas, es decir, está sólo al alcance de algunos.

Si sólo fuera ésta la posibilidad de construir la conciencia del hombre habrían habido a lo largo de la historia poquísimos hombres y mujeres concientes y éstos aun habrían sido discriminados por su grupo y por su clase social que, en definitiva, es el factor determinante de acceso al conocimiento. Pero la vía de la religión no exige todo eso, no viene predeterminada por el grado de sabiduría, sino que está al alcance de toda persona con independencia de su formación. Es, por decirlo así, y utilizando una palabra inadecuada pero que hace comprensible el sentido, la vía democrática para la construcción de la propia conciencia. Si el sentido religioso desaparece y la filosofía queda desplazada en un papel marginal en el ámbito del conocimiento, la sociedad se puebla de una mayoría abrumadora de personas con conciencia escasamente potenciada. Con sujetos que tienden a no serlo, porque no viven en el potencial de la construcción de su libertad a través de la afirmación y de la negación, sino que meramente son objetos impulsados por el mundo, para sus deseos y satisfacciones más primarias y llevadas por el mundo, que no tiene otro interés automático que repetirse y perpetuarse por el sentido preestablecido. Sólo el hombre y la mujer libre transformando el mundo cambian su sentido mirando hacia un punto nuevo.

Nuestra época está desorientada y esta desorientación nace, fundamentalmente, de la creciente falta de libertad, ejercicio de la libertad real por parte de las personas. Lo que es más grave es que cuando éstas creen que están siendo libres porque intentan hacer - engañándose porque eso no es posible - todo lo que quieren, están siendo en realidad simplemente objetos. Este es el problema central y de este problema se derivan muchos otros. Los aspectos más negativos del funcionamiento del mercado que, en definitiva, es un instrumento racional de situación de recursos, no es tanto del uso del instrumento, como del hecho de que el sujeto es muchas veces un mero consumidor, es decir, un objeto pasivo del consumo. Esta situación, como todas las otras, choca con la conciencia del hombre y choca de forma intuitiva porque el hombre, cómo demuestra ya desde la antigua Grecia la historia de Edipo, radica en la voluntad de ir más allá, en la voluntad de afirmarse, de ir más allá de este mundo, más allá de lo que parece propio.

Existen dos formas muy desarrolladas en nuestro tiempo de manifestación patológica de este intento de superar la falta de libertad de la persona. Una es la vía de la negatividad radical. La otra es la vía de la trasgresión.

La negatividad radical se expresa por la confrontación con el mundo a través del no como único sistema. Esta negatividad se alimenta de una manera muy primaria de, más o menos, viejas y derrotadas concepciones: el neopaganismo del ecologismo radical que acaba contemplando la existencia del hombre sobre la tierra como un factor intrínsecamente perverso, que hay que supeditar a la razón de una "madre tierra", gaia. Formulaciones muy unidimensionales del anarquismo o de las visiones simplificadas del marxismo. El denominado movimiento "antiglobalización" o también "pueblo de Seatle" es un buen ejemplo de la confluencia de corrientes muy distintas, que serían incapaces de articular ninguna propuesta común que fuera más allá de la negatividad. Eso no quiere decir que todo el movimiento antiglobalización tenga estas características, porque en su sí también hay corrientes coherentes que tienen planteamientos constructivos. Quizás para evitar confusiones sería más exacto hablar de movimientos relacionados con la globalización, dónde encontraríamos tanto los movimientos literalmente contrarios, como aquellos que, sencillamente, lo que pretenden es reformar y mejorar sus aspectos más negativos.

La otra vía, la de la trasgresión, nada en el terreno de la cultura pero también de la ciencia y las costumbres. En este caso, el "no" radica en la destrucción de cualquier norma canónica previa sea de carácter religioso, moral o ético. Y eso va desde el arte entendido como una sistemática trasgresión de los valores fundamentales, a los intentos en el ámbito de las costumbres y la ciencia de construir una nueva naturaleza humana, la conversión de la homosexualidad en un tercer sexo equiparable con valores de los dos géneros antropológicos de la persona, o la manipulación genética del ser humano sin ningún tipo de limitaciones. Dichos cuestiones serían manifestaciones de esta vía.

Naturalmente, el seguidismo de amplios grupos de población atrasa la condición de objetos pasivos y los seguidores de la vía del no son incapaces de dar respuesta a los problemas que van surgiendo en nuestro tiempo, a los retos que se van generando. Y aquí se produce otra paradoja. En el momento del mayor desarrollo material de la historiar de la humanidad, ésta tiene que hacer frente cada vez a problemas de más difícil solución, a problemas que la angustian y sobrepasan empezando por las perspectivas complejas y las consecuencias más o menos visibles del cambio climático, pasando por la emergencia de nuevas enfermedades, muchas de elles derivadas de la existencia de costumbres sociales inadecuadas, o, lo que es más grave en los países desarrollados, la destrucción de las posibilidades de construir la propia conciencia entre los jóvenes reducidos a objetos que sólo encuentran justificación a través del trabajo - un trabajo muchas veces sin horizonte ni otro sentido que el propio trabajo - y la enajenación que provoca la fiesta ininterrumpida del fin de semana dirigida al consumo, al gasto. El joven se habitúa a una vida y un trabajo que, en muchos casos, o no le da sentido o, sencillamente, le da el sentido de estimularlo a trabajar más y le dice que en la vida sólo puede tener éxito si trabaja y escala posiciones. "La "liberación" programática y pagada del fin de semana consiste, precisamente, en lo contrario al desarrollo de la conciencia. En la pérdida de conciencia. En mucho países, en muchas ciudades - Cataluña es un ejemplo - las mismas administraciones asumen pasivamente este hecho, cuando no, como en el caso del gobierno municipal de la capital de Cataluña, lo promueven. Hay que recuperar la capacidad de escribir la propia historia y eso requiere de la formación de la conciencia, de la capacidad, de la afirmación y de la negación simultánea, porque sólo de esta manera puede construirse esta historia que no es otra cosa que la ruptura con la repetición del sentido de lo que ya nos viene dado por el propio mundo, del sentido de la vida entendida como supervivencia.

Ésta, puede ser generada por unas condiciones objetivas para cubrir necesidades vitales, como sucede en el Tercer Mundo, y entonces la lucha invita al mantenimiento de la conciencia personal con la transformación de las estructuras económicas y sociales, o bien, cómo sucede en los países desarrollados, la supervivencia se sitúa en un nivel de consumo más alto en lo que ya no es el problema de las necesidades inmediatas, lo que hace falta mantener, sino en una serie de impulsos consumistas por los que hace falta sacrificar toda condición humana y así, por ejemplo, la posibilidad de utilizar las vacaciones para realizar viajes más largos y costosos es un factor que acaba determinando y limitando la opción fundamental de tener un hijo. Cuántas parejas no se plantean hoy en día una serie de elementos, que ellas tienen vinculadas a su propia supervivencia, como condición previa a la realización de aquello tan fundamental cómo es la capacidad solidaria, amorosa, de generar vida?

josepmiro@e-cristians.net