Se atribuye a Karl Rahner esta frase famosa: "El cristiano del
futuro será místico, o no será". Es decir, ante la situación
de crisis de un cristianismo tradicional, y crisis quiere decir
"purgación" o discernir lo que tiene valor del que no
tiene, la realidad auténtica de la falsa, sólo podrá sobrevivir
aquel cristiano que pueda fundamentar su cristianismo en la propia
experiencia vital de un Dios que haya sido para él liberación, salud
o razón de su existencia.
Parodiando la frase, espero que no ofensivamente, yo diría también
que el cristiano del futuro habrá pasado por la experiencia del
acompañamiento espiritual, o no lo será. Porque el cristianismo es
un hecho tan personal, se adhiere tanto a la propia manera de ser, que
necesita de un aprendizaje también personalizado. Hay que hacerse un
traje "a medida", un conjunto de buena calidad, claro está,
pero también de la propia talla. Y esto precisamente es lo contrario
de lo que hoy se llama "el cristianismo a la carta", que se
basa en este planteamiento: esto a mí me gusta, o esto no lo acepto
porque no va conmigo.
El acompañante espiritual es aquél que nos ayuda a descubrir de
manera progresiva lo que "nos conviene", o con otras
palabras "lo que Dios quiere para mi vida". Sin violentar
nunca nuestra libertad, nos propone cada vez más dar un paso adelante
en nuestro compromiso de seguimiento a Jesucristo. Por otro lado,
cuando hemos dado algún paso atrás, nos anima a no desfallecer y
continuar el camino con alegría. Como la flor necesita un cuidado
antes de tener forma, y se abre con más esplendor y rapidez si
encuentra unas buenas manos de jardinero o de labrador que le den los
abonos que le hacen falta, también nuestra vida necesita de una mención
y de un acompañamiento.
Igual que una pequeña infección requiere el consejo del médico
para que no se eternice o se agrave, también los contratiempos o las
podas que sufrimos en nuestra vida necesitan una cicatrización lenta
y bien llevada. Por eso encuentro de buen gusto que San Benito, en su Regla
para los monjes, compare al abad con un buen médico (RB 27,2;
28,2). El abad es escogido por todos los monjes para que lleve el
acompañamiento espiritual de la comunidad (RB 54), y cada monje puede
elegir al mismo abad u otro anciano para compartir con él la aventura
de su vida interior (RB 46,5-6). La espiritualidad benedictina es una
propuesta para que el cristiano valore adecuadamente su crecimiento
humano y cristiano y el de su prójimo, y busque los medios necesarios
para su desarrollo.
¿Qué actitudes debe tener el acompañante?
- Como el abad en la Regla de San Benito, el acompañante
espiritual "tiene que saber curar tanto las heridas propias
como las de los demás", no descubriéndolas ni haciéndolas
públicas (RB 46,5-6).
Al acompañante ya le han pasado muchas cosas en la vida,
verdes y maduras. También él ha caído en trampas, pero antes o
después ha sabido ser sincero consigo mismo, y ha buscado la
autenticidad, llamando a las cosas por su nombre, volviendo con
paciencia al Dios-Amor de quien se había apartado (Pról. 2),
intentando encaminar, con la ayuda de algún hermano, algunas
actitudes de su vida (Pról. 47-48).
- Como el abad, "es preciso que sea docto en la ley divina,
para que sepa y tenga de dónde sacar cosas nuevas y viejas"
(RB 64,9) para que "sus mandatos y su doctrina difundan en
los corazones de los discípulos la levadura de la justicia
divina".
El acompañante sabe explicitar y expresar la geografía del
corazón, y a menudo tiene que recurrir a citas y personajes de
las grandes tradiciones espirituales, de parábolas, anécdotas, o
de la poesía, para explicar lo que pasa dentro el corazón del
acompañado, y qué sentido tiene en el plan de salvación que
Dios ha reservado para él.
La tradición cristiana oriental ha puesto el acento en la idea
de que el maestro espiritual tiene que ser santo y humilde
"diciéndole siempre al fondo del corazón aquello que,
fijando los ojos hacia el suelo, dijo aquel publicano del
evangelio: Señor, no soy digno, yo pecador, de elevar los ojos al
cielo". Como dice el padre Evdokimov en El arte del icono,
la santidad "aclara y explica" y "es lo único
serio de la vida, puesto que pone fin al absurdo y establece otro
eón (ser eterno) como un sello en el corazón del mundo".
- La tradición cristiana occidental, sin embargo, también ha
valorado que el maestro espiritual sea docto en teología, y se
sirva de las otras ciencias humanas. Como explica Santa Teresa en
el capítulo V de su Vida: "buen letrado nunca me engañó".
- "Capaz de ganarse las almas, tiene que velar encima de
ellas muy atentamente" (RB 58,6). Esta recomendación de San
Benito al maestro de novicios también vale para todo acompañante
espiritual. Y sirve, además, cuando dice que algunas veces la
oración del maestro quizás es el mejor remedio para el discípulo
(RB 28,5). Rezar también es amar, y en esas cosas del espíritu,
a menudo sólo el amor, que se comunica también de manera
misteriosa, puede ayudar a deshacer nudos que a veces pueden
parecer insolubles.
- Es necesaria una actitud de vigilia para descubrir la manera de
ser del acompañado, porque cada persona tiene que ser tratada de
una determinada manera (RB 2,23-25). Escuchar lo que dice, y lo
que no dice, estar atento a sus gestos y a toda la capacidad
comunicativa no verbal que tenemos los hombres y las mujeres.
"Escucha, escuchar, y morir escuchando, para que el otro
pueda vivir", dice Yves Raguin en Maestro y discípulo.
A veces, cuando se acompaña en el dolor, el silencio es la
actitud más oportuna; estropeándolo todo cuando se empieza a
hablar y hablar, como hicieron los amigos de Job cuando fueron a
encontrarlo en su desgracia.
- El acompañante tiene que dar las herramientas suficientes al
acompañado para que vaya aprendiendo a curarse las heridas él
mismo, aprenda a velar, pueda abrir las alas y volar él solo.
Esto es lo que San Benito pide a los ermitaños (RB 1,4), que
deben saber guiarse ellos mismos cuando han profundizado en su búsqueda
espiritual. El acompañado, sin embargo, sabrá siempre que el
acompañante está ahí, como la playa junto al mar, donde siempre
podemos ir para encontrar la serenidad, por si algún día ha
pasado algo especial en nuestra vida que necesite otra vez de
consejo.
¿Qué actitudes tiene que tener el acompañado?
- Buscar a Dios de verdad (RB 58,7). Sólo es posible dialogar
desde la base de la autenticidad y de la sinceridad.
- Expresar lo que vive interiormente, no sólo lo que piensa, sino
lo que siente: los miedos, las ilusiones… (RB 7,44).
- Escuchar con ganas (Pról. 1), es decir, con confianza, con
disponibilidad, con ganas de aprender.
¿Qué actitudes hacen de todo cristiano
un colaborador con el cuidado (terapia) de Dios a toda la humanidad?
Todo cristiano puede convertirse, en uno u otro momento, en icono
de la Trinidad Salvadora:
- Por lo que podríamos llamar "Logo-terapia": todos
sabemos cómo San Benito valora la palabra; el silencio que quiere
que haya en el monasterio sólo es un medio para escuchar la
Palabra, o para evitar banalizar las conversaciones (RB 6,4). Todo
el que crea un ambiente positivo, portador de sentido, orientador
hacia hacer tomar conciencia de la realidad, por la vía de la
palabra, colabora en la obra redentora del Cristo. Por medio de la
palabra, el hombre explicita su interior y se comprende mejor él
mismo.
- Por la "Abba-terapia", que no sería más que adoptar
la actitud del Padre del hijo pródigo de la parábola, la del
buen samaritano, o la del buen pastor. Sólo una acogida
incondicional puede dar la confianza para que el otro se pueda
abrir tal y como es, y pueda expresar sus pensamientos y
sentimientos.
- Y por la "Pneumo-terapia", sabiendo que el Espíritu
Santo ya ha sido infundido en nuestro corazón y que se manifiesta
por el deseo de Dios. Recordando que el verdadero acompañante es
Cristo, maestro interior; que la vida, la alegría verdadera,
corre dentro de cada persona como una fuente que espera ser
liberada de la losa o de los impedimentos que lo obstaculizan.
Hace falta que sepamos percibir esa vida y seguirla.
La flor que encuentra, antes de abrirse, unas buenas manos de
jardinero y se fía de ellas ha recibido un gran don, pero siempre es
el sol el que hace posible que el capullo se convierta en rosa.
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