La empatía (I)
Victoria Cardona Romeu
Educadora Familiar
Todo
ser humano necesita tejer a su alrededor relaciones humanas satisfactorias,
tanto las familiares como las ajenas a
este ámbito. El bienestar emocional depende, en buena medida de la capacidad
que se tenga por conseguir este objetivo. Es seguramente la comprensión de los
sentimientos de los demás la llave por una convivencia satisfactoria, a parte,
desde luego, del conocimiento de la propia manera de ser, que incluye
calidades y limitaciones. Toda esta comprensión no depende de la simpatía, que
nace muchas veces espontáneamente, sino de lo que denominamos empatía.
La empatía es el esfuerzo que realizamos para reconocer y comprender los
sentimientos y actitudes de las personas, así como las circunstancias que los
afectan en un momento determinado. Ciertamente que, cuando calzamos los
zapatos de los demás y andamos juntos un rato estamos siendo empáticos. Gandhi
nos lo recordaba cuando decía: "las tres cuartas partes de las miserias y
malos entendidos en el mundo se acabarían si las personas se pusieran en los
zapatos de sus adversarios y entendieran su punto de vista". ¿No se
comprenderían mejor las alegrías y preocupaciones de los familiares y amigos y
estaríamos más capacitados para animar y ayudar? Es cierto, también, que al
salir de nuestro egoísmo por estar por los otros disfrutamos de una gran
felicidad.
Recuerdo una amiga mía que me explicaba que a medio hablar de un conflicto
que tenía con su madre le había dicho (seguro que con muy buena voluntad): "no
te preocupes, con el tiempo esto se arregla". El caso es que aquella joven no
se había notado nada comprendida ni escuchada completamente, necesitaba de la
empatía y del conocimiento de su madre de la totalidad de su problema, para
estudiarlo más a fondo y buscar soluciones juntas. Esto parece la situación de
aquel pobre enfermo que a punto de ir al quirófano, por una operación de
riesgo, se le dice con cara alegre (también con muy buena voluntad) "todo se
resolverá inmediatamente", cuando esta esperando una persona que le haga lado
con serenidad y cariño y que comprenda su sufrimiento.
Podría ser habitual que no supusiera ningún problema expresar lo que
sentimos o queremos o tratar las discrepancias, incluidos los conflictos,
cuando el interlocutor es un amigo o un compañero de trabajo, en el caso de
que haya una buena sintonía, pero se puede hacer más complicado con algún
familiar. A menudo querríamos resolver el problema y nos preguntamos el por
qué de aquella situación: "¿por qué no puedo comunicarme con este hijo?", o
bien "cuando le aviso de algo, ¿por qué no me deja hablar?". La solución la
encontraremos reflexionando para saber que es lo que realmente necesita en
aquel momento.
Aun así todos tenemos carencias para encontrar el momento ideal por
reencontrar la confianza y supone un esfuerzo que da buenos resultados, si nos
fijamos en la empatía que es, sin duda, una habilidad que nos ayuda a leer
emocionalmente al más próximo. Sería deseable y casi parece natural que entre
familiares no hubiera problemas de convivencia. Los vínculos que dan el calor
familiar hacen que haya una notable intimidad que no se encuentra en otros
entornos. Por eso cuando encontramos que tenemos la sensación de mala relación
con algún familiar, el dolor es más fuerte; incluso nos puede afectar la
salud.
John Cacioppo, profesor de Psicología de Chicago nos dice: "Las relaciones
más importantes en nuestras vidas y las que más incidencias parece que tienen
sobre la salud son las que mantenemos con las personas que convivimos
cotidianamente". Animémonos, pues, a mantener una actitud empática que nos
proporcionará paz y armonía en el ámbito familiar y social.