Objetivo
En los encuentros de catequesis familiar lo primero y especial que buscamos
lograr, es que Cristo se haga presente, tener un “encuentro” con El.
El problema Pastoral número uno de la Iglesia y condición vital para tener
cristianos maduros y conscientes, es recuperar el modo de catequesis de los
primeros cristianos es decir, que revele la doctrina, maravillosa, oculta
(los misterios), especialmente el de los Santos Sacramentos. Se trata de
“quitar el velo” a los misterios cristianos, realizados por Cristo en su
Pascua, aplicados a nosotros en el bautismo, para vivirlos concretamente,
imitando y sintiendo a Cristo. En pocas palabras, entender lo que dijo e
hizo Cristo y dar testimonio de El.
Situación Actual
La generaciones actuales han sido bautizadas pero no evangelizadas, para
muchos Jesús es un extraño. “El hombre naturalmente no acepta las cosas del
Espíritu de Dios; son locura para él” (San Pablo). Mucha gente se dice
católica, pero no sabe qué significa eso realmente. Muchos son católicos por
la presión de la costumbre social. Pero les falta encontrar convicciones
profundas a su identidad, tienen una pertenencia débil a la Iglesia, son
“simpatizantes”.
Para muchos que han sido bautizados en la iglesia católica, siguen en ella
porque la vida tiene momentos donde hay que solemnizarla con ciertos ritos,
como son: el Matrimonio, el nacimiento de un hijo con el Bautismo, el
crecimiento con la Primera Comunión, etc.
Nadie se enamora ni tiene amistad o afecto a otro por lo que le digan de él,
sino cuando lo ha tratado personalmente, es decir, cuando han oído sus
palabras.
La meditación, sin las palabras de Dios, que le den sustancia sobrenatural,
se convierte en simple reflexión. Lo más importante son conocer las
«palabras de Dios» y, como tales, «vivas y eternas», eficaces por sí mismas,
independientemente de cualquier idea o uso particular. San Pablo nos enseña
a tener presente que no es la demostración racional o la capacidad oratoria,
sino la proclamación desnuda de los hechos divinos, en la que, quien cree,
experimenta el poder de Dios que le salva, sin que él mismo pueda o sienta
la necesidad de explicarse el cómo y el porqué.
Estrategia
Proponemos dedicar el mayor tiempo a la profundización de pasajes ya
establecidos del Evangelio, pues es la que tienen el poder de convertirnos.
Primero hay que “tragar”, asimilar, hacer carne, vivir los evangelios,
llenarnos las entrañas, es decir recibir en el interior, primero nosotros,
el mensaje, hacerlo nuestro, antes de llevarlo a otro sabiendo, que sólo así
podremos ser convincentes, buscando evangelizarnos, para evangelizar, dar
testimonio. Ser testigo es presenciar o adquirir directo y verdadero
conocimiento de una cosa, «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo
» (san Jerónimo).
La lectura espiritual no consiste sólo en leer el Antiguo Testamento a la
luz del Nuevo y viceversa, sino que consiste también en leer cada cosa
particular o cada pasaje, teniendo en cuenta otras palabras contenidas en la
Escritura sobre el mismo asunto, sabiendo que el mismo Espíritu que ha
inspirado aquella palabra ha inspirado también todo el resto.
Lo fundamental es iniciar un plan que tiene procesos de crecimiento, etapas
de maduración.
Etapas de Maduración
Para ello proponemos las Reuniones de Estrategia Conjunta en Constante
Renovación para los Encuentros de Catequesis Familiar (RECCRECF), con el
objeto de profundizar los pasajes de la Biblia seleccionados para los
encuentros. En estos se plantearán también todas aquellas objeciones, dudas
que se susciten en los encuentros entre padres y guías para que ambos
crezcan en conocimiento y entren “mar adentro” de las enseñanzas de Cristo y
sus misterios que son los que dan Espíritu y Vida al dogma, pues la letra
mata, mas el espíritu da vida” (2 Cor 3, 4-6). Porque el dogma sin lo
espiritual se pierde de vista acaba por anquilosarse, transformándose en
puros principios y leyes que causan la rebelión contra el dogma mismo.
En los encuentros RECCRECF buscaremos enfocar y profundizar cada frase de
Jesús, para ser testigos de Cristo, para conocerlo, tenemos que ir poco a
poco como La Virgen María, “repasando sus palabras en nuestro corazón” (Lc
2, 19 y 51).
Muchas veces en nuestro plan pastoral tratamos de abarcar muchos temas que
por falta de tiempo no llegamos a profundizar, finalmente, los detalles
cruciales se nos pasan por alto. Por eso Juan Pablo II nos previene que: «El
nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el
activismo, con el riesgo fácil del « hacer por hacer ». Tenemos que resistir
a esta tentación, buscando « ser » antes que « hacer »
Las cuestiones de espiritualidad, por el hecho de ser las más vitales y a
veces la más misteriosas, no se pueden sintetizar o esquematizar porque
corremos el riesgo de presentar un esqueleto allá en donde pretendíamos
presentar la vida.
Los primeros iniciados no fueron instruidos para después ser enviados a
repetir lo mismo, sino que primero conocieron a Jesús íntimamente, entraron
en diálogo con El, vislumbraron el significado de sus palabras, hasta
llegarlo a amar y luego salieron a dar testimonio. Tengamos siempre en
cuenta que en catequesis no se trata de acumular conocimiento para después
repetirlo sino de formar espíritus, proporcionando sólidos principios y el
arte de saberlos usar. Así como los apóstoles no estaban convocados para
repetir lo que escuchaban, tampoco los padres que participan en catequesis
familiar. Lo que vale es el testimonio, sin el ejemplo, solo queda un
discurso hueco que se contradice con el obrar y esto puede degenerar en la
rebelión del hijo hacia el padre y hacia Jesús por asociación.
Cuidemos que nuestro celo no nos lleve a ahuyentar “los peces” repitiéndoles
demasiado las obligaciones antes de que conozcan a Cristo.
Nuestro celo tiene que estar más bien en profundizar en la palabra de Dios,
“entrar mar adentro”. Nuestra tarea está en sembrar, que germine la semilla
a su tiempo, es sólo mérito del Espíritu Santo. Ser testigo es presenciar o
adquirir directo y verdadero conocimiento de una cosa.
Espíritu de los Encuentros
“Yo os aseguro: si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el
Reino de los Cielos” (Mt 18, 3). Así, los últimos serán primeros y los
primeros, últimos.»(Mt, 20, 1 ss). A los humildes, a la gente sencilla, es a
quien Dios revela sus misterios. Porque todo el que se ensalce, será
humillado; y el que se humille, será ensalzado.» (Lc 14, 7-11). Aprendan de
mí - dice Dios por boca de Cristo, que soy sencillo y humilde (Mt 11, 29).
«Igual que este Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar
su vida en rescate por todos» (Mt 20, 28). ¿Qué es lo que Jesús nos dice que
imitemos en su humildad? ¿En qué ha sido Jesús humilde?
«Manso y humilde de corazón» significa también esto: perteneciente al pueblo
de los humildes y de los pobres de Dios. De la humildad libremente escogida:
el hacerse pequeño con los pequeños y estar de parte de los pequeños. La
verdadera grandeza no se mide sólo por las cosas hechas, sino también y
sobre todo por la intención con que se hacen, o sea, por el amor.
Dios «rechaza a los soberbios y da su gracia a los humildes» ( Prov 3, 34;
Job 22, 29). El concede su gracia al humilde porque sólo el humilde es capaz
de reconocer la gracia.
Amor es la Ley
Muchas de las dudas de los que se inician en la fe católica se deben a una
falta de conocimiento del la Palabra de Dios y su simbolismo.
¿Con qué idea de Dios vive el pueblo cristiano, con qué ojos lo mira: si con
los ojos temerosos e interesados del esclavo, o con los ojos confiados del
hijo?. El paso derecho, a la nueva alianza tiene lugar en un instante, en el
bautismo, pero el paso moral, psicológico, de hecho, requiere toda una vida.
La relación entre el hombre y Dios, se puede comparar con la relación que
hay entre dos criaturas enamoradas, uno es fiel al otro porque lo desea, no
por estar obligado bajo una ley.
Hay muchos cristianos bautizados que tienen fobia a la religión porque en su
infancia han sido sometidos, ya sea en la catequesis, o en la dirección
espiritual a una insistente predica sobre los deberes, virtudes y vicios, en
las condenas y en el «deber hacer» del hombre, considerando la gracia como
una ayuda ocasional que se suma, al esfuerzo humano, para suplir lo que el
hombre no consigue realizar por sí solo, y no, al contrario, como algo que
viene antes de todo ese esfuerzo y lo hace posible. Este resentimiento se
genera cuando el deber se impone sin que el bautizado comprenda bien los
misterios de Cristo, el sentido de sus palabras; sin conocerlo, sin saber lo
que Jesús y Dios han hecho por nosotros, de esta manera, al no conocerlo no
tenemos el amor hacia El, para seguir su camino sostenidos por Su gracia.
Los apóstoles y padres de nuestra fe tuvieron la ventaja de ser instruidos
en toda la doctrina y además por el Salvador en persona, fueron espectadores
de todas las gracias derramadas por él en la naturaleza humana y de todos
los padecimientos que él sufrió por los hombres. Lo vieron morir, resucitar
y subir al cielo; Sin embargo aún habiendo conocido todo esto, hasta que no
fueron bautizados (se entiende, en Pentecostés, con el Espíritu), no
mostraron nada nuevo, noble, espiritual y mejor que lo antiguo. Ahora bien,
cuando les llegó el bautismo y el Espíritu irrumpió en sus almas entonces
quedaron nuevos y abrazaron una vida nueva, fueron guías de los demás e
hicieron arder la llama del amor de Cristo en sí mismos y en los otros...
Expectativas el catequista
El camino de Jesús, después de un primer momento de entusiasmo y de éxito,
tropezó con una desconfianza paulatinamente mayor, con la separación y el
alejamiento de muchos, cada vez más numerosos, hasta ser completamente
rechazado por la mayoría de los suyos.
De todo esto nos surgen los siguiente interrogantes: ¿Por qué tan pocos
creen y se convierten? ¿Por qué esta palabra de Dios -si de verdad es
palabra de Dios- no arrolla al mundo, no lo cambia en un instante? Por qué
nuestro mensaje no es atrayente, no tiene una inmediata respuesta en la
gente, siendo inmediatamente comprendido, asimilado y puesto en práctica?
Los evangelios, nos enseñan que la palabra de Dios no da fruto
automáticamente, depende también de las distintas situaciones del terreno,
de las distintas respuestas. Este es el punto esencial del misterio del
reino de Dios, que no es un misterio que se puede interpretar según las
categorías de eficiencia, es decir que pueden obtener resultados adecuados
en relación a la obra o los medios que se utilicen.
Medios y Recursos
La pregunta que se suscita en el catequista es ¿cuál sería la manera de
iniciar a «los de fuera» para que entren en los misterios de Dios y se
conviertan?. Luego de una introducción al Génesis, para iniciarnos en la fe
católica y comenzar a comprender los misterios del reino podemos tomar como
una especie de manual al evangelio de Marcos, para tener una aproximación de
la manera en que Jesús evangelizó a los doce apóstoles.
Para “los de fuera” (los que aún no conocen a Cristo) creemos conveniente
aprovechar las ventajas y virtudes de las parábolas, siguiendo la pedagogía
de Cristo.
Saber aplicar la parábola a nosotros mismos nos hace dar cuenta que no es
reflexionando sobre nosotros como llegamos a tomar conciencia de las cosas
oscuras que tenemos, sino reflexionado sobre la vida de Jesús, sobre sus
palabras. Sólo así comenzamos a reconocer nuestras debilidades, primer paso
para una conversión. Por esto los encuentros de catequesis deben cuidar de
no transformarse en terapias de grupo porque muchos de nuestros pesares y
dolores son causados por ese lado oscuro en nosotros, que solamente salen a
la luz, meditando las palabras de Jesús y en oración.
El ABC de la Catequesis
En la Iglesia hay quien es competente en derecho canónico, otro en teología,
otro en el gobierno, otro en la administración, otro en la cultura, otro en
las obras de misericordia... En casos uno queda fácilmente como hipnotizado
por el objeto de la propia competencia, acabando por considerarlo como lo
único verdaderamente importante en la Iglesia y no viendo nada más. Los
carismas son operaciones del Espíritu Santo, chispas del mismo fuego de Dios
confiadas a nosotros, para la Iglesia. En cualquier caso, nosotros que
llevamos este tesoro y este fuego, somos pobres criaturas: ¿cómo hacer para
no quemarse con el orgullo y no quemar este tesoro? Esa es la tarea de la
humildad. Cada uno de nosotros, en el ámbito espiritual, es como una pequeña
célula que moriría inmediatamente, si se separa del resto del cuerpo. En
efecto, ejerciendo un ministerio o cubriendo un cargo, uno cae en la cuenta
de que, sin los demás, sin el resto del cuerpo místico, la Iglesia, nada
sería.
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