TEMA I
UN PRIMER ENCUENTRO

 

1.- Interés por Jesús

Es importante que comencemos señalando que en ningún momento de la narración evangélica se intenta una reconstrucción, siquiera sumaria, de la fisonomía moral de Jesús. Tanto el kerigma primitivo como los evangelios se han limitado a transmitir los hechos y los dichos, demostrando muy poco o escaso interés por aquellos elementos que podrían servir para una biografía.

Si se piensa en el origen comunitario y en la transmisión oral del material que confluye en los evangelios, pueden comprenderse sus limitadas posibilidades biográficas; era todavía fácil memorizar y codificar las palabras y las acciones, y no, en cambio, hacer otro tanto con los rasgos interiores, las motivaciones profundas, el desarrollo de la conciencia de Jesús.

Es preciso, sin embargo, notar también que el interés que empujó a las comunidades apostólicas a la tarea de transmitir los hechos y los dichos del Maestro tuvo más de efectivo que de doctrinal. Lo puede demostrar el hecho de que los evangelistas dieron a aquella transmisión un enmarque, a su manera, biográfico, en el cual las palabras y acciones tienen su permanente centro de referencia en la persona misma de Jesús.

2.- Un hombre de verdad

En esos textos, aparentemente objetivos y neutrales, se puede encontrar el eco de la fuerte impresión que Jesús suscitó en sus discípulos y que debía prolongarse, ciertamente, en el lenguaje directo de la predicación apostólica. Aparece en esos textos una comunidad impresionada: no sólo a causa de la extraordinaria experiencia de la Pascua, sino también a causa del Jesús prepascual, al que la resurrección había terminado por dar el máximo de relieve y por proporcionarle la clave definitiva de interpretación.

Pero la verdad es que no debió ser solamente la doctrina de Jesús la que tenía peso; en medida superior tuvo que influir también la fuerza de su personalidad arrolladora. La doctrina de Jesús ha incendiado al mundo no por la presentación pública de un programa teórico, sino, sobre todo, porque él mismo se identificó con su programa y lo realizó con pasión.

Leyendo los evangelios es difícil escapar a la impresión de que en sus páginas se nos presenta un hombre de verdad (ni personaje genérico, ni invención literaria). Una comunidad anónima carente de recursos literarios y de capacidades creativas no habría podido forjar un personaje de tales proporciones. La descarnada trama narrativa de los evangelios, su aire espontáneo y descuidado termina dando un sorprendente relieve a ese hombre apenas esbozado, pero vigorosamente esculpido.

3.- Su estilo personal

En las narraciones evangélicas pueden reconocerse algunos trazos predominantes o características individuales de la figura de Jesús, incluso cuando los autores no pretendieron expresamente ponerlos de relieve. Quedan esculpidos inexorablemente en las palabras y en las acciones que él, como toda persona que habla y actúa, modeló a su imagen y semejanza y en las cuales dejó la impronta inimitable de su personalidad.

Se trata del estilo vital y único que serpentea por todas partes en los evangelios. Sus palabras tienen un sonido personal y un colorido inconfundible. Le gusta la descripción concreta, intuitiva, la agudeza ingeniosa, la antítesis tajante, a veces la exageración grotesca. Sobre todo, en muchos lugares resulta una característica conciencia de majestad que pertenece al estilo de Jesús en un sentido mucho más exclusivo y que carece de paralelos.

Apreciamos líneas constantes en la conducta de Jesús: amor permanente a los pecadores, compasión hacia todos los que sufren, rechazo de toda clase de fariseísmo... Y en todo ello, y por encima de todo, una orientación radical hacia Dios, hacia el Señor de soberanía sin límites que también es Padre.

El lenguaje de Jesús se caracteriza por una conciencia de sí de singular majestad..., por un acento que es, al mismo tiempo, de autoridad y de simplicidad, de bondad y de sugerencia escatológica. Su mensaje, que constituye una cima nueva e insuperable de la larga historia religiosa humana, no procede por medio de la revelación sensacional o arcana, ni siquiera mediante un razonamiento teológico discursivo; es, más bien, comunicación inmediata de cosas poseídas desde siempre y cotidianamente experimentadas...

4.- Concreto, inmediato, humano

El piensa y se expresa habitualmente por medio de imágenes y comparaciones muy sugestivas que, por ser extraídas de la observación de la naturaleza y de las costumbres de la vida, no resultan nunca banales: los lirios vestidos mejor que Salomón, la clueca que recoge a sus polluelos bajo las alas, el rojo de la tarde que anuncia el buen tiempo, los hombres vestidos de lobos rapaces, los prudentes como serpientes y sencillos como palomas, la paja vista en el ojo ajeno y la viga no vista en el propio, los remiendos viejos que no le van al vestido nuevo, el vino nuevo que revienta los odres nuevos, la ciudad construida sobre el monte, la lámpara puesta sobre el candelero, un ciego que guía a otro ciego...

Hablando con esa expresividad, profundiza con inmediatez su sentido de la realidad, su observación del encanto de la naturaleza, la riqueza de su imaginación, el gusto por las manifestaciones humildes de la vida cotidiana..., pero, sobre todo, un conocimiento agudo del corazón del hombre, fuente del bien y del mal. En ello se transparenta la Galilea de su tiempo, una sociedad bulliciosa que vive en las más variadas profesiones y situaciones: campesinos, pastores, mercaderes, pescadores, cobradores de impuestos, albañiles, invitados a bodas, patronos y siervos, niños que juegan en la plaza, enfermos necesitados de médico, fariseos satisfechos de sí mismos, el muchacho que se escapa de casa... Un entero mundo que vive y muere, festeja y sufre, oprime y es oprimido, en el que Jesús participa con atenta ternura, con desdeñosa condena, con profunda compasión.

Pero es en el uso de la parábola en donde Jesús manifiesta su genio personal y su maestría como narrador. No la fábula (que pone en escena animales), ni la alegoría (tan del gusto de los rabinos, que juega con el simbolismo y las ideas abstractas); sino la parábola que pone en escena hombres reales en su vida cotidiana y en su problemática familiar. Lo que importa en ellas es el comportamiento de los personajes, más que las ideas: la caridad del buen samaritano, la astucia del administrador infiel, el gozo del padre que recobra a su hijo...

A través de las parábolas, Jesús se propone provocar un cambio en sus oyentes alcanzándolos en las situaciones concretas, apoyándose no en la autoridad de textos bíblicos comentados, sino en la fuerza de la experiencia. La parábola se convierte en boca de Jesús en un medio inteligente de diálogo con sus interlocutores, a los que asigna una función en la parábola misma para poderlos conducir, por la vía del autoconvencimiento, a cambiar de vida. Por eso el uso frecuentísimo de la forma interrogativa: ¿Quién de vosotros?, ¿qué os parece?, etc.

Es siempre con la parábola como Jesús prefiere hablar de Dios o del papel que Dios le ha confiado a él en la tierra. Las parábolas nos conducen a ver la realidad como la veía Jesús, pero antes nos invitan a encontrar al mismo Jesús, la conciencia que tiene de sí y de su misión.

5.- Para los demás

Los evangelios son el testimonio de un hombre que supo vivir de verdad para los demás. Él no quiso elegir para sí la vida del desierto, donde consumar una ascesis imperturbada, sino los caminos de su tierra, que le permitirían a él, profeta itinerante del Reino, encontrar a sus hermanos en las mas variadas condiciones. Él existe sólo para los enfermos, los pecadores, los discípulos, para esa multitud que le parecía como un rebaño disperso y sin pastor.

No se echa atrás ante las barricadas de la pureza ritual, que le impedían tener contacto con los leprosos, pecadores... Como y bebe con ellos como signo de alegre comunión, aunque se gane las condenas de los fariseos. Para él sólo cuenta el amor desinteresado que no hace distinciones entre buenos y malos. En esto se compendia todo su Evangelio y su misma vida.

Jesús pone en acción sus poderes extraordinarios, sin que ni siquiera le retenga la inviolable ley del reposo sabático, para liberar a los hombres de la enfermedad física o espiritual. Pero rechaza tajantemente hacer milagros para satisfacer la curiosidad o para ganar prestigio...

Jesús siguió el proyecto de vida que se dio a sí mismo: darse como regalo a todos, comenzando por su Abbá; estar a su servicio sin reservas y sin hastío. Incluso la muerte, que cada hombre vive como puede , oprimido como está por su drama supremo, Jesús se propone transformarla en don para el mundo. Y muere implorando perdón para aquellos que lo han llevado a la muerte.

6.- Auténticamente él mismo

Jesús está dominado por una profunda exigencia de autenticidad: lo manifiesta su choque con el formalismo farisaico. Aborrece la hipocresía y la ostentación en el cumplimiento de las obras buenas (ayuno, limosnas, oraciones). Caricaturiza la ostentación de los hipócritas: tocan la trompeta delante de sí en las sinagogas y en las plazas... Está lleno de admiración, en cambio, por el publicano que tiene el valor de reconocerse pecador.

La rectitud debe llegar al punto de hacer el bien sin buscar complacencia: no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha. La moralidad de la observancia puramente exterior no basta; es preciso que los deseos e intenciones estén en consonancia. De hecho, la lámpara luminosa de la acción es la intención escondida. Nada dispensa de la autenticidad del corazón.

Pretende devolver el primado a la conciencia, liberándola del fardo pesado y molesto de las tradiciones humanas, para que la fuente del bien vuelva a ser el corazón colocado ante la palabra de Dios. Actúa así a favor de una liberación que llegue hasta las raíces del hombre y lo lleva a un amor universal y veraz y al culto divino en espíritu y verdad. Sólo entonces la ley y el culto, el sábado y la oración, recuperarán su significado originario.

7.- Audazmente libre

Jesús vivió la libertad de un modo que sorprendió e incluso escandalizó. El ambiente no favorecía la libertad, y lo pagó con su vida. Su comportamiento se encontró frecuentemente en contraste: contraste con el ambiente religioso de su tiempo; contraste con cuanto los hombres esperaban de él.

Él es libre en relación con sus parientes (incluida su madre); frente a la ley de la pureza ritual, para ir directamente al encuentro del hombre y de Dios. Libre sobre todo, y de un modo sorprendente, frente a la fundamental concepción farisaica, según la cual la salvación viene de la observancia de la ley. Jesús, en cambio, trabaja por devolver el primado al Padre de la gracia misericordiosa.

Libre de las ambiciosas expectativas mesiánicas y nacionalistas que todos los de su entorno hubieran querido imponerle. De este modo, él se encontrará completamente solo, en el camino de una mesianidad no aceptada ni comprendida por nadie: la mesianidad de la cruz.

Su fuerza de libertad interior estriba en la obediencia a la palabra del Padre, que está escrita para él igual que para todos. Es la voluntad divina la que sostiene y funda su libertad. Él reivindica la libertad no teorizando, sino obrando; pero nunca para crearse a sí mismo una existencia más fácil, sino para hacer más libres a los demás.

8.- Antiguo y nuevo

Jesús no es un apátrida o un desaceptado; pertenece plenamente a su ambiente, acoge la situación que le ha tocado en suerte. Él hace suyo el pasado de su gente, al ritmo de las promesas de Dios, guiado por las enseñanzas indiscutibles de los profetas, depositario de la predilección divina, educado en la ley y en las tradiciones sagradas. Condivide la fe monoteísta de los padres, el culto del sábado y del templo, los mandamientos y la espiritualidad de la alianza. Su participación de la herencia común es tan real, que muchos estudiosos hebreos creerían poder explicar a Jesús de Nazaret sólo con las coordenadas del judaísmo y del rabinismo de aquel tiempo.

Pero, situado totalmente en su tiempo, emerge con su impresionante originalidad y con su genio particular. Es un soplo de novedad en la gris monotonía de un judaísmo ya sólo repetitivo de la ley y de las tradiciones. Resulta nuevo incluso en el pasado común que comparte con su pueblo. Nuevo en su referencia a Dios, al que considera su Padre; nuevo su respeto por la ley, a la que piensa que debe completar; nueva su conciencia de pertenencia al pueblo elegido, abriéndose al universalismo más generoso; nueva la esperanza mesiánica de la que no comparte las ambiciones triunfalistas; nueva la estima por el tiempo presente, que considera el momento apremiante de la conversión a la fe en el Reino; nueva la proyección hacia el futuro, visto como salvación universal.

Nuevo también respecto a los modelos sociales: Jesús no es ni sacerdote ni escriba, ni reformador social ni maestro de moral, ni revolucionario ni conservador, ni monje ni asceta, ni político ni espiritualista... Ningún esquema, ningún tipo humano consigue encuadrarlo ni le sirve de parámetro. Jesús supera toda categoría que quiera encuadrarlo e interpretarlo.

9.- Comprensivo y exigente

Jesús se revela dotado de una extraordinaria capacidad de comprensión, no sólo de la situación humana en general, sino también de las situaciones personales más variadas; las acoge con actitud de comunión y las domina desde dentro, con respeto viril. Era una acogida llena de benevolencia, de la que surgía el perdón, sin encontrar resistencias secretas. Los evangelios están plagados de estos encuentros de perdón: la adúltera, Zaqueo, la samaritana...

Parece que a Jesús le bastan la fe y el arrepentimiento y que no pide otra cosa a los hombres que encuentra. Pero cuando formula las condiciones para su seguimiento presenta exigencias que prácticamente no tienen límites: vender..., renunciar..., tomar la cruz... Es posible que esas condiciones ilimitadas de generosidad sean la medida que Jesús tiene de sí mismo, el eco de su proyecto de vida: donación de sí mismo que quiere ir hasta el fondo, sin reservas. La comprensión y el rigor no se alternan en él, sino que se identifican en una única lógica: la de la radicalidad del amor.

A sus discípulos les pide la misma radicalidad, a pesar de conocerlos profundamente: perdonar setenta veces siete; ser misericordiosos como el Padre celestial; abandonarlo todo para seguirle; hacer el bien a quienes nos hacen el mal. Los discípulos de entonces, como los de siempre, se asustan de esta exigencia; pero ellos saben una cosa: que el Maestro va por delante en el camino propuesto y que los acogerá siempre con la misma capacidad de perdón.

10.- Dolor y felicidad

En los evangelios, Jesús camina consciente de llevar sobre sus espaldas una inmensa responsabilidad. La conciencia de representar la decisión suprema de Dios y el giro final de la historia caracteriza al profeta de Nazaret. Esta conciencia, sin embargo, no lo encorva ni lo aplasta, antes bien, da a su figura una noble gravedad profética.

No tiene aire de juglar franciscano o de payaso patético (que querría atribuirle Harvey Cox). Advierte, sí, la belleza de la naturaleza y las alegrías de la vida humana, pero no se extasía en ello. Tiene ante los ojos y en el corazón el triste espectáculo de la situación humana. Las realidades más cotidianas de su vida pública fueron las desgracias humanas: pecado, enfermedad, muerte, injusticias... Ante los hombres muestra una aguda capacidad de penetración y una dedicación redentora incansable.

Pero esta dolorosa experiencia de los males humanos que le aflige coexisten en él con el candor de su referencia radical al Padre, tan diversa de la de los grandes profetas de Israel, aplastados por la majestad de la gloria. Con su Dios mantiene relaciones de espontánea familiaridad y de entrega filial, inéditas en la historia religiosa de la humanidad. Le asiste la gran certeza de que Dios se ha decidido a intervenir con el peso de su potencia liberadora; es más, su intervención ha comenzado ya, y es él mismo (Jesús) la inauguración del reinado de Dios sobre los males humanos. De ahí su fundamental optimismo en su modo de ver la historia humana. El lector de los evangelios se sumerge continuamente en esta conciencia indestructible del profeta de Nazaret: (Dios reina hasta el punto de hacer bienaventurados, ya ahora, a los pobres y a los que sufren!

No es difícil entrever la secreta felicidad de este hombre al sembrar por todas partes su noticia grande y hermosa (evangelio), pese a que los textos evangélicos no siempre son demasiado elocuentes al describirla. Pero, (cuánto tuvo que luchar para demostrar a los hombres el amor liberador del Dios que inaugura su Reino! Esta el la esperanza que Jesús ha encendido en el mundo y la bienaventuranza que ha dejado en herencia.

11.- Magnanimidad

Jesús no tuvo una vida fácil. La muchedumbre, los discípulos, los fariseos, la familia..., intentaron desviarlo de su camino. Él, sin embargo, se muestra decidido a proseguir hasta el final su misión, aunque se quede solo. No aparece indeciso sobre lo que tiene que hacer; supera la tentación con el recurso a la voluntad del Padre. Renuncia a la violencia, pero no a la lucha, que se convierte en el pan cotidiano de su intensa vida pública. No se hace la ilusión de éxitos fáciles, ni siquiera en la así llamada primavera de Galilea. Sabe hasta qué punto es exigente su seguimiento, y afirma, sin términos medios, haber venido a traer no la paz, sino la espada.

No obstante, su fortaleza de ánimo no tiene nada de estoico. Es discreta y sufrida. No es la fortaleza del héroe, totalmente orientado a la afirmación de sí mismo y entusiasmado por el peligro y el dolor. Su heroísmo reside por completo en la aceptación humilde de la voluntad de Dios y en dejarse comer por todos hasta el final. Su agonía es la negación del heroísmo en sentido clásico. ¿Qué distinto el Jesús de Getsemaní del filósofo Sócrates, que en la vigilia de su muerte disertaba serenamente sobre la inmortalidad del alma.

Jesús pide la misma magnanimidad a sus discípulos, a los que exige opciones definitivas y decisiones irrevocables. No cabe servir al mismo tiempo a dos señores. Pero Jesús se distancia del rigorista intransigente, incapaz de comprender a aquellos que no saben caminar derechos. Nadie como Jesús sabe comprender a fondo el corazón humano.

12.- Sentimientos espontáneos

En Jesús hay lugar, además, para la inmediatez y la espontaneidad de esos sentimientos y esas reacciones que caracterizan al hombre concreto, al verdadero semita. No es un voluntarista, asceta y nivelador de sus emociones. Sabe airarse como los profetas. Conoce la amistad y la ternura. Los evangelistas hacen notar el sentido de profunda compasión que le inundaba frente al dolor humano. Llora a su amigo muerto y sobre la ciudad que, a causa de su ceguera, se encamina hacia la destrucción. Expresa su admiración entusiasta por la fe del centurión, de la cananea, de la viuda que echa secretamente su moneda en el templo. Abraza con ternura a los niños... Advierte la falta de reconocimiento de los nueve leprosos curados...

En la pasión siente terror por la muerte inminente y concibe la idea de pedir al Padre un cambio imposible. El miedo a la soledad le empuja a pedir a los discípulos que permanezcan cerca, aunque ellos lo dejarán solo. Especialmente en Marcos, los sentimientos de Jesús aparecen vivaces en extremo: maravilla, indignación, amargura, compasión, miedo, angustia.

13.- Grandeza y humildad

Llama la atención el elevadísimo concepto que tiene de sí mismo. No existe un caso semejante en toda la historia de la humanidad. Y si es extraordinaria la conciencia que tiene de sí, lo es también el modo con que esta conciencia se presenta: con una humildad desarmada.

Se atribuye poderes que sólo competen a Dios, pero se considera tan sólo el siervo obediente de ese su Dios. Se tiene por el Mesías de las antiguas promesas divinas, pero su mesianismo aborrece el poder y la grandeza que todos esperan. Considera que en él se da el acontecimiento del reino de Dios, pero este Reino viene en el silencio y de modo escondido. Se sabe en una relación única con el Padre, pero se arrodilla ante Dios implorando como cualquier pobre hombre y aceptando su difícil voluntad. Realiza milagros, pero nunca por prestigio propio, sino prohibiendo hablar de ello, casi atribuyéndolos a la fe de los que han recibido el beneficio, huyendo a ocultarse si alguien piensa en hacerlo rey. Si hay un momento en que afirma explícitamente su realeza y mesianidad, es precisamente durante su proceso, cuando una y otra parecen quedar claramente desmentida por los hechos.

Se buscó un puesto entre los humildes del pueblo, que fueron sus interlocutores cotidianos y los destinatarios preferidos de su evangelio y de su solicitud; entre la gente de mala fama, que ningún rabino respetable debería haber frecuentado. Desprovisto de toda legitimación pública para su misión de maestro o profeta (no tiene títulos) en compañía de modestísimos pescadores que deberían recoger su herencia; sin un mínimo de de razonable organización para una misión de alcance incalculable; armado sólo de una fe inquebrantable en su Dios y de confianza en la capacidad de conversión de los hombres. (Este es Jesús de Nazaret!

Vivió una humildad auténtica, que hizo purísimo y creíble su testimonio.

14.- Pero... ¿quién es este?

Sublimidad y simplicidad, grandeza y humildad, santidad y cercanía al hombre pecador, comunión intensa con Dios y atención diligente al hombre , ternura e indignación profética, comprensión para la fragilidad humana y exigencias sin límites, realismo dramático y sereno optimismo, gravedad y candor, conocimiento de la maldad innata en el corazón humano y confianza en sus posibilidades de conversión, capacidad de dominar a los hombres y a las cosas e impotencia silenciosa ante sus jueces...

Todo en él parece regirse por el hilo de la paradoja, para después unificarse con armoniosa espontaneidad en su persona, tan auténtica y simple que parece uno de tantos. Ninguna figura humana conocida por la historia y la literatura de todos los tiempos se puede comparar con el hombre de los evangelios. Antes aun de que nos provoque con su pregunta: ¿Quién decís que soy yo? (Mt 16,15), nosotros mismos ya nos lo estamos preguntando: pero... ¿quién es este?.