Antropología Teológica I: Creación y Pecado

2. Teología del Pecado

 

2. Desarrollo histórico de la doctrina del Pecado.

 

2.1 Los Padres de la Iglesia.

En los Padres Apostólicos no se noto el interés por relacionar la situación que ellos vivían (pecado) con lo que realizó Adán y Eva. Por tanto, el término de pecado original no se encuentra en sus expresiones.

2.1.1 Melitón de Sardes.

180 d.C. Melitón hace una descripción a partir de la herencia: Adán nos ha dejado una herencia que es la esclavitud, pero espiritual no material, no de pureza sino de impureza, no hay vida sino muerte, no hay salvación sino perdición. La muerte es la consecuencia de ese pecado. Esta herencia es la fuerza del pecado y como consecuencia todos somos pecadores.

2.1.2 San Irineo.

San Irineo afirma que sólo el hombre se considera pecador cuando se confronta con la luz de Cristo. Su doctrina está apoyada en los escritos paulinos, especialmente en lo relacionado con el tema del pecado original.

En el pecado todos estamos inmersos un una situación; es el pecado de todos y no solamente de uno, por la corresponsabilidad que se ejerce cuando se deja pecar al otro. Así mismo, existe la unidad de la especie, por ello es nuestro el pecado de Adán, como nuestra es la obediencia de Jesús; por la desobediencia de un hombre entró la muerte, y por la obediencia de otro entró la vida, y por medio de él todos hemos sido reconciliados. Esta es la última llamada, y esta reconciliación alcanza al mismo Adán.

Todos pecamos en Adán, y por ello hemos sido inhabilitados para obedecer a Dios. En esto consiste la gran diferencia y sólo el único inocente podía reconciliarnos, y por El, recuperar la imagen de Dios. El Dios a quien Jesús obedece es el mismo ante quien Adán desobedece. Hay unidad en Dios y unidad en el género humano.

La pecaminosidad universal no pertenece a la constitución del hombre en sí mismo, sino que proviene del hecho histórico. Y es a partir de aquí que hemos sido solidarios en el pecado de Adán. La posibilidad de que Cristo nos redima y no salve de esta fuerza del pecado, es porque Cristo es la mediación entre Dios y los hombres.

La consecuencia del primer pecado es la muerte que se transmite de generación en generación. Se habla, pues, de la muerte física y de la muerte espiritual.

Partiendo de la universalidad del pecado y de la redención, Irineo habla de la encarnación de Jesús que viene a realizar la salvación. Del pecado nadie se ve libre, sino que proviene históricamente pues no pertenece ni siquiera al ser natural del hombre. La doctrina del pecado original no se entiende si no es por la redención de Jesucristo.

2.1.3 San Justino.

Las afirmaciones de San Justino, al igual que los Padres de iglesia, comienzan por señalar al género humano por su vinculación con el hombre caído. Adán es el hombre caído en muerte y el error de la serpiente que le provoca el mal. Desde Adán comienza la historia de pecado en la humanidad.

2.1.3 Teófilo de Antioquía.

El hombre, que había sido nombrado por Dios como el señor de la creación, a arrinconado a ésta a la trasgresión y al mal.

2.2 La controversia entre Pelagio y San Agustín.

Las fuentes de esta controversia se encuentran en los textos de Gn 1,3 y Rom 5,21, y están referidas a la praxis bautismal. Existe una diferenciación entre los pecados personales y el pecado original (Hech 2,38; Rom 6; 1Pe 3,21)[1], y Tertuliano se cuestiona: ¿por qué precipitarse tanto para bautizar a los infantes?. San Cipriano, hablando del bautismo de infantes, afirma que no se puede negar al niño que no ha pecado, pues se le perdonan los pecados ajenos. Orígenes, por su parte, afirma que al rezar “perdona nuestras ofensas como también nosotros...” estamos perdonando el pecado de Adán. Cirilo de Alejandría afirma que “somos imitadores de la trasgresión de Adán”, refiriéndose al pecado original aún cuando no lo describe completamente.

El pelagianismo se interesa ante todo en la teología de la gracia, al igual que San Agustín. Rechaza la doctrina del pecado original, negando por lo mismo la misma gracia, que es entendida por Pelagio como ayuda interior, y que permite una observancia salvífica de la ley moral. Esta doctrina será difundida por Julián de Edamo y Celestio, que serán los que transcriban la doctrina de Pelagio.

Pelagio aborda el tema de la voluntad libre del hombre, que Dios le ha dado desde el momento de la creación, y que se le ha llamado como libre albedrío, por el cual, todo hombre tiene la capacidad de elegir de un modo nato entre el bien o un mal. Cuando al hombre se le otorga la gracia es capaz de realizar cosas mejores. Admite la gracia y el perdón de los pecados. La gracia solamente facilita el bien; el perdón no es una transformación interior del hombre. La redención de Cristo sobre el hombre se reduce al influjo de su doctrina verdadera y de su buen ejemplo, así como Adán nos causo daño por su mal ejemplo, por tanto los pecados cometidos por su familia son imitación.

Pelagio era un siervo de Dios, inspirador de una vida cristiana más radical y ascética, y tenido en gran estima por los aristócratas de Roma. Acentuaba sobremanera el papel del libre albedrío y los esfuerzos que los seres humanos han de hacer para alcanzar la perfección. Dado que la perfección está en poder de la persona humana, según él, resulta ser algo obligatorio.

El Concilio de Cartago condenó a Pelagio, y posteriormente hizo lo mismo el Concilio de Orange. Se inicia el protagonismo de una iglesia periférica. A Tertuliano se le debe la acuñación de muchos términos (fado peccati, corruptio naturae, vitium originis) y es considerado como “traduccionista”, en cuanto que el pecado se va transmitiendo de generación, de las almas de los padres a los niños. Cada ser humano está incluido de algún modo en Adán y participa de su pecado y luchará hasta que sea rempradronado en Cristo. Piensa en la transmisión por vía generativa de un vicio original, afectando al hombre de manera interior por lo cual no hay solidaridad completa. Nadie puede ser puro sino renace del agua y del Espíritu.

San Agustín, por su parte, señala lo que los demás ya han dicho. Su experiencia es haber estado dominado por el pecado y liberado por el poder de la gracia de Cristo. Así, expresa que sólo se descubre el perdón cuando se está enfrente de la gracia de cristo.

En su obra general ofrece una exégesis de Rom 5,12-21. observa en este pasaje no solo el pecado que se transmite desde Adán hasta nosotros. Aún cuando Adán es nominado como “forma futuris”, no se refiere a Cristo, sino más bien a sus hijos que son reos. Explica el gran don y riqueza de la gracia que Cristo lleva en su cumplimiento.

También señala la distinción entre pecados personales y el pecado original. Somos reos porque estamos aprisionados por las cadenas de la muerte, por el único hombre que pecó. Es una herencia espiritual, que se transmite de generación en generación, y no por los pecados que se cometen por imitación.

Adán es el pecador por antonomasia, y es el hombre altamente privilegiado, pues contaba con la presencia de Dios, que lo hacía justo. Al pecado lo llama caída o apostasía, pues fue un pecado tan grave que toda la naturaleza pecó, así por el hecho de ser engendrados somos pecadores.

Los padres cristianos que no tienen ya el pecado original siguen engendrando reos, porque ellos engendran a sus hijos en concupiscencia. Quien esta bautizado está libre de todo pecado, pero no de todo mal. La concupiscencia en los niños es un castigo y por tal deben ser castigados en la otra vida, pues merecen la pena del infierno los niños que mueran sin bautizarse.

En su libro “De peccatorum mentis et remisionis”, estudia a profundidad las posturas pelagianas. Trata de la debilidad del hombre para cumplir la ley de Dios, es decir, que es un hombre incapaz de evitar el pecado. Trata de la gracia, sin la cual el hombre no puede realizar absolutamente nada, y sin la cual no se puede superar de la concupiscencia (que no se identifica con el aspecto sexual o sensitivo, sino que designa a una fuerza que arrastra hacia todos los pecados y en la que la soberbia tiene un papel muy importante).

La gracia no solo se nos da en el bautismo para borrar los pecados precedentes, sino que tiene que ser pedida diariamente.

2.3 Declaraciones magisteriales.

El Concilio de Cartago (celebrado en 418) enumera la misma doctrina de San Agustín:

El hombre se ha hecho moral por el pecado (DS 222).

Carácter penal de la muerte.

Sosimo, refiriéndose al pecado original, afirma que el bautismo es para el perdón de los pecados, pues por un solo hombre entró en el mundo el pecado y por otro, será redimido.

El Concilio de Orange (celebrado en 529) condena a los semipelaginaos. No solo la muerte ha sido introducida al mundo por el pecado de Adán, sino también ha herido la libertad humana (DS 398-400). Sobre el pecado original afirma que por él fue corrompido el hombre (Ez 18,20; Rom 6,16). Adán daño la prevalicación no solo a un hombre, sino a todos, por cuanto todos habían pecado.

Estos dos concilios manifiestan la ausencia de una reflexión sistemática.

2.4 La escolástica.

La escolástica aborda los elementos agustinianos, y presenta una nueva problemática al retomar el aristotelismo con su hilemorfismo. Se comienza a estudiar la naturaleza del pecado original.

2.4.1 Escuela de París.

Identifica el pecado original con la concupiscencia y la ignorancia.

2.4.2 Hugo de San Víctor y Pedro Lombardo.

Hay un consentimiento para la concupiscencia por medio del alma.

2.4.3 San Anselmo.

Afirma que el pecado es un mal moral, que se refiere a un mal de injusticia. El pecado es una carencia de la justicia original de vida. Debe y tiene que tener su sede en el alma. El pecado no reside en la carne, ni se transmite mediante un semen corrompido. Lo reinterpreta en un sentido metafísico; los individuos se distinguen entre sí. La generación no es causa eficiente del pecado, sino solo condición previa.

2.4.4 Santo Tomás.

El pecado original tiene materia y forma, según Santo Tomás. La forma del pecado es la carencia de la justicia original, que es un don preternatural al que va unido la gracia santificante. La materia es la concupiscencia de la carne.

La materia y forma toman la distinción de hábito. Dios concedió la justicia natural a Adán, que debía transmitirse de generación a cada uno de sus descendientes, más, al ser perdida por el pecado, sus consecuencias llegan a nosotros.

La generación es causa eficiente solo como transmisora de una carencia de justicia y en cuanto que nos liga con Adán.

2.4.5 Duns Escoto.

Define la justicia original como rectitud de la voluntad que afecta a esta voluntad y por medio de ella al alma. Es distinta a la gracia santificante, que es la que acompañaba en el estado primigenio a los primeros padres. La concupiscencia es consecuencia del pecado, pero que no forma parte de la esencia del hombre. A la generación se le puede decir transmisora del pecado pero sólo como condición necesaria para la existencia de una persona. Nuestra solidaridad con Adán depende de un libre decreto divino.

2.4.6 La escolástica subsiguiente.

Nos encontramos con la Reforma, el pensamiento de Lutero (1483-1546), Melanchton, Calvino, Zwinglio, etc., que reformulan las ideas sobre el pecado. Si antes se hablaba de la bonae naturae, ahora hablaran de corruptae naturae, basándose en el temor de Dios.

El hombre es incapaz de hacer cosas buenas. La reforma protestante ha creado una antropología totalmente pesimista. Y a este hombre que ha construido, solo le queda esperar la gracia de Dios, pues él no tiene la capacidad de hacer nada.

Según Lutero, el pecado original no es superado o borrado por el bautismo. Es una actitud fundamentalmente mala, de donde se derivan todas las acciones pecaminosas. El pecado es congénito a nosotros y siempre va a permanecer. Con esto le da en torre a toda la doctrina de la justificación de la redención de los pecados, pues Cristo al ser hombre, es también pecador.

La controversia más fuerte es la afirmación de que el hombre es a la vez, justo y pecador (“simul justus et pecator”). Justo lo entiende no por el bautismo, sino porque Dios ha creado las cosas buenas, pero siempre será pecador. El hombre es impotente para cumplir cualquier bien. El pecado es privación total del buen funcionamiento de las facultades humanas (corporales y espirituales). El pecado original es la misma inclinación al mal, es la nausea en confrontación con el bien; es la repugnancia total de la luz y de la sabiduría. Es amar al error y a las tinieblas.

El hombre continuará viviendo siempre bajo la forma de concupiscencia, que tiene una forma (amor sui), pues el hombre nunca logrará superar el pecado. El hombre es el centro de lo que está realizando y lo que se podría realizar. Se busca a sí mismo.

Independientemente de que Lutero ve al hombre como ser corrupto, lo ve también necesitado desde lo más profundo de su ser de una salvación, que es amarse a sí mismo. La preocupación fundamental de Lutero será la de expresar en términos existenciales la doctrina del pecado original, sin abstracciones, sino real y concretamente.

El hombre pecador es el que existe en concreto y el pecado es la fuerza que se opone a Dios, y que lo hace resistirse a El. El pecado es la condición carnal del hombre que se reduce el último término a la falta de fe. Para llegar a la fe solo hay un camino: la Sagrada Escritura; el conocimiento solo es posible por la Palabra de Dios.

El hombre quiere afirmar y entender su propio ser, pero no quiere entender su existencia como don de Dios. En este no entender se encuentra el pecado y la concupiscencia.

El hombre es justo y pecador porque nunca se verá libre de la concupiscencia y el sacramento del bautismo no lo borra del hombre.

Calvino llama a esta corrupción del hombre como depravación. Zwinglio le da nuevos aportes a la doctrina del pecado original, pues para él todo parte del hombre; es el primero que realiza una comparación entre la doctrina del pecado original del catolicismo y del protestantismo.

2.5 El Concilio de Trento.

El Concilio de Trento se celebró el año de 1546. Se puede encontrar su contenido en DS 1510-1516, sobre la doctrina del pecado original. En la sesión V se trata sobre el pecado original, centrándose en el aspecto moral, retomando a Santo Tomás. En el proemio de esta sesión se habla de los antiguos problemas (tesis pelagianas) y los nuevos (reforma protestante y división interna religiosa).

El pecado original y la caída es visto desde el aspecto religioso-moral. Es una realidad teológica. Así lo expresa en los cánones:

El pecado no es solamente carencia de belleza, por la maldad. Es privación y culpa. El conceto de culpa hace que nos fijemos en el pecado original que no puede ser reducido a un castigo por una acción culpable, ni por una consecuencia culpable.

Llama la atención que antes de su pecado es Adán presentado en un ambiente de santidad (canon 1), más perdió para la posteridad la santidad y la justicia, y llevó a la humanidad a un estado de muerte y de pecado (canon 2). El pecado original solo puede ser perdonado por los méritos de Cristo, que se nos aplican por el sacramento del bautismo (canon 3), y afecta a todos los infantes, aún cuando sean hijos de padres cristianos. Así, el bautismo no solo es necesario para alcanzar el Reino de Dios sino también para alcanzar la vida eterna (canon 4).

La relación del estado del hombre antes y después del bautismo, con respecto a la concupiscencia (canon 5). Trento llama a la concupiscencia materia inflamable, que permanece en los bautizados pero no puede dañar a los que no la consienten. Nunca se identifica la concupiscencia con el pecado original, solamente viene de éste. No es intención suya incluir en este decreto a la bienaventurada Virgen María, pues es la única preservada del pecado (canon 6).

2.6 De Trento al Vaticano II.

Después de Trento no se encuentra abundancia de reflexión sobre el tema del pecado original. Ante el Iluminismo que concibe al hombre como razón, la Iglesia se pone en contra, sobre todo por la postura de Jansenio que decía que todos los hombres deben hacer penitencia toda su vida por el pecado original.

El Vaticano I aborda el tema de los orígenes de la humanidad, la evolución sobrenatural. Contra la doctrina del pelagianismo, establece el origen común de todo el género humano.

Pío XII en su encíclica “Humani generis”, nos da algunas alusiones referentes al pecado original. Subraya el monogenismo. No hace una definición solemne, que ya la ha hecho el Concilio Tridentino. El papa no habla del dogma, de la unidad del género humano, pero muestra que el monogenismo es un dogma inseparable del dogma.

El Vaticano II, especialmente en la Constitución Dogmática Gaudium et Spes (13 y 22) hablando del hombre de hoy, reactiva la doctrina del pecado original. La teología católica realiza el transplante de la doctrina. En cuanto al monogenismo es afirmado ahora por el Vaticano II, y especula al abordar el pecado original en GS 22, donde encontramos cuatro características:

En GS 10 se habla del desequilibrio fundamental de las relaciones de la humanidad, enraizado en el corazón del hombre. Hay una división profunda del hombre, de modo que toda la historia nos muestra la lucha entre el bien y el mal, y sobre todo en la historia del hombre que no puede ya concebirse en libertad, es la lucha del propio hombre.

El Concilio se expresa en un modo amplio sobre el pecado y no entra en discusión con problemas concretos. Se sugiere que de manera discreta pero eficaz, que lo que la fe cristiana profesa sobre esa doctrina del pecado original no debiera resultar extraña a la mirada del hombre. Ante todo se remite a una salvación, que se hace notoria cuando se afirma que el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado (GS 22). Es allí donde se descubre verdaderamente hombre e hijo de Dios.

3. Síntesis conclusiva.

Ante la pregunta de por qué el pecado original es grave en sí, podríamos responder que es porque llegan a determinar el ambiente. Los que llegamos después en la historia, llegamos ya a un ambiente marcado por el pecado. La humanidad primigenia dejó marcada la historia por la libertad fallida.

El valor fundamental del pecado es Cristo mismo. La humanidad fundante en Dios que por la libertad llegaran a la mediación fallida, de allí que Cristo se plenamente hombre y plenamente Dios. Así Cristo, y el hombre en solidaridad con él, es mediador de la gracia, pues recapitula todo en sí mismo, antes y después. De allí que su presencia en la historia se significativa y trascendente, por la salvación que aporta. Es significativo por su encarnación y trascendente por su resurrección.

Las estructuras del pecado no caen del cielo, sino que vienen de los hombres. La situación de injusticia deriva de las situaciones particulares de injusticia. La humanidad no está señalada por la teología como pecadora, sino más bien, aborda la relevancia universal de Jesús, pues él es el salvador de todos.

A Jesús aún no se le ha estudiado de manera plena. Para hablar de pecado, primero debemos hablar de Jesús, pues solo a través de él se comprende el pecado, que sólo en Cristo se va a superar (2Cor 5,19): “En Jesús el Padre reconciliaba al mundo consigo mismo”.

Vemos un primer pecado que manifiesta su potencia en los demás pecados. Es un pecado aislado. En la historia se plantea el problema del ser histórico del hombre. En la gracia tenemos la resurrección de Cristo, trascendiendo el espacio y el tiempo.

El Catecismo de la Iglesia Católica se ocupa en los números 385-412 del tema. El único horizonte que debe permanecer abierto para el hombre, es el horizonte de la gracia. Jesús deja espacio para la libertad del hombre, y en esta oportunidad el hombre, el mismo se pierde. Este espacio está puesto para ser solidarios con Cristo, es decir, cooperadores de esta mediación.

Pero, ¿qué es lo que abre la problemática del pecado original? La libertad del hombre: mientras ésta no se realiza en Cristo, no habrá felicidad, sino privación.



[1]  DS 150 afirma: “El bautismo se administra solamente para la redención de los pecados para que puedan ser hijos de Dios”).