El
esfuerzo por la unidad
En el
período histórico comprendido entre mediados del siglo XV y el año
1517 que corresponde aproximadamente a dos generaciones se pasó de las
fundadas esperanzas en la plena restauración de la unidad cristiana al
drama de la escisión religiosa de la propia Cristiandad occidental. Los
papas del siglo XV aspiraban a poner término al cisma oriental, y ese
mismo deseo sentían los más claros varones de la Iglesia griega. La
amenaza turca sobre el Imperio bizantino inclinaba también a los
gobernantes de Constantinopla a aproximarse al Occidente cristiano. El
concilio ecuménico de Ferrara?Florencia fue un gran concilio unionista.
El emperador Juan VIII y setecientos representantes de los Patriarcados
orientales y de la Iglesia rusa se hallaban presentes. Todas las
cuestiones disciplinarias y teológicas que separaban a los orientales
de la Iglesia católica fueron debatidas ante el papa y el emperador, y
por fin, el 6 de julio de 1439, la bula de unión Laetentur Caeli fue
solemnemente proclamada, y a ella se adhirieron en años sucesivos una
serie más de confesiones cristianas de Oriente.
Pero el emperador de Oriente y el patriarcado de Rusia determinaron no
asumir tales acuerdos. Por fin, el 12 de diciembre de 1452, el emperador
Constantino XI, sucesor de Juan VIII, decidió proclamar la unión de
las Iglesias, pese a la violenta hostilidad de los fanáticos
antilatinos. Pero al caer Constantinopla en poder de los turcos el 29 de
mayo de 1453, se perdió el Imperio cristiano de Oriente. Con él
desapareció también aquel logro tanto tiempo anhelado de la unidad de
las Iglesias orientales con Roma, justamente cuando parecía que se
acababa de conseguir.
Un hecho indudable es que el pueblo seguía siendo profundamente
religioso y cristiano. La Baja Edad Media no tuvo aquel ímpetu creador
de los grandes tiempos de la Cristiandad, pero no por ello careció de
valores espirituales.