Una
Iglesia Católica Universal
El
universalismo cristiano se puso pronto de manifiesto, en contraste con el carácter
nacional de la religión judía. A Antioquía de Siria, una de las grandes metrópolis
de Oriente, llegaron discípulos de Jesús fugitivos de Jerusalén. En Antioquía,
el universalismo de la Iglesia se hizo realidad y allí fue, precisamente, donde
los seguidores de Cristo comenzaron a ser llamados cristianos.
La admisión de los gentiles en la Iglesia había sido una novedad difícil de
comprender para muchos judeo-cristianos, aferrados a sus viejas tradiciones. En
el año 29 se reunió el denominado concilio de Jerusalén para tratar de estos
problemas tan fundamentales. El Apóstol Pedro, una vez más, habló con
autoridad en defensa de la libertad de los cristianos, en relación con las
observancias legales de los judíos. El «concilio», a propuesta de Santiago,
obispo de Jerusalén, acordó no imponer leyes puramente rituales de la religión
judía a los conversos gentiles. Así quedó resuelto de modo definitivo el
problema de las relaciones entre Cristianismo y Ley mosaica.