El origen
divino de la Iglesia
La Resurrección
de Jesucristo es el dogma central del Cristianismo y constituye la prueba
decisiva de la verdad de su doctrina. «Si Cristo no resucitó - escribió San
Pablo -, vana es nuestra predicación y vana es vuestra fe» (I Cor XV, 14).
Desde entonces los Apóstoles se presentarían a sí mismos como «testigos» de
Jesucristo resucitado (cfr. Act II, 22; III, 15), lo anunciarían por el mundo
entero y sellarían su testimonio con la propia sangre. Los discípulos de
Jesucristo reconocieron su divinidad, creyeron en la eficacia redentora de su
Muerte y recibieron la plenitud de la Revelación, transmitida por el Maestro y
recogida por la Escritura y la Tradición.
Pero Jesucristo no sólo fundó una religión "el Cristianismo", sino
también una Iglesia. La Iglesia "el nuevo Pueblo de Dios" fue
constituida bajo la forma de una comunidad visible de salvación, a la que se
incorporan los hombres por el bautismo. La constitución de la Iglesia se consumó
el día de Pentecostés, el día en que el Espíritu Santo desciende sobre los
discípulos, y a partir de entonces comienza propiamente su historia.