Historia de la Iglesia
Siglo IV - Edad Antigua
INTRODUCCIÓN
El cristianismo seguía difundiéndose por todo el mundo conocido. Los primeros
cristianos no empezaron proponiendo de antemano una filosofía o una teología.
Dieron, más bien, testimonio de Jesús, a quien consideraban como Maestro y
Señor. Pero al contacto con otras culturas se vieron estos primeros cristianos
en la necesidad de explicar con lenguaje inteligible y racional lo que ellos
vivían por la fe. A este esfuerzo de la primera Iglesia por poner por escrito
la fe o credo en lenguaje humano, sin traicionar lo esencial, lo llamamos
inculturación. No todo fue fácil, ciertamente. Pero el Espíritu Santo era
quien iluminaba las mentes de los obispos.
El siglo IV empezó con una gran persecución, la novena, decretada por el
emperador Diocleciano, en el año 303. Entre las regiones que más sufrieron
está España, Italia y África. Pero los cristianos daban testimonio de su fe en
Cristo, y preferían morir antes que renegar de sus creencias.
I.SUCESOS
El Evangelio llegó, por fin, al palacio imperial
El hecho más importante de este siglo fue la conversión al cristianismo del
emperador Constantino, siguiendo el ejemplo de su madre santa Elena. El año
312, en el puente Milvio sobre el Tíber, vence a Majencio que quería
arrebatarle el Imperio. Majencio huye y se ahoga en el Tíber. Eusebio, amigo y
confidente del emperador, añade que en la víspera Constantino y sus soldados
vieron en el cielo una cruz luminosa con estas palabras: “Con esta señal
vencerás”. Lactancio, escritor contemporáneo, dice que, convertido
Constantino, hizo inscribir en el lábaro o bandera imperial el monograma de
Cristo.
Y en el 313 publicó un edicto de tolerancia para los cristianos e impuso la
paz religiosa. Así terminaron las crueles persecuciones. Es lo que se ha
llamado el Edicto de Milán, que reconocía plena libertad de culto a todos los
ciudadanos del imperio de cualquier religión que fueran. Debían devolverse a
los cristianos los edificios confiscados. Prohibió que se obligara a los
cristianos a celebrar ritos paganos; fomentó la conversión al cristianismo;
defendió a los esclavos y prohibió su matanza; prohibió el adulterio; declaró
que el día domingo fuera festivo para todo efecto. Se hablaba así de la
Iglesia constantiniana y del imperio cristiano. Constantino construyó
iglesias, obsequió al Papa Silverio el palacio de Letrán y levantó en el
Vaticano una basílica en honor del príncipe de los apóstoles. Restituyó,
además, los bienes eclesiásticos confiscados por sus antecesores. Pero, ¿con
qué fin?
A la muerte de Constantino, Juliano, emperador de 361 a 363, trató vanamente
de restablecer el paganismo. Atacó el cristianismo y murió como apóstata,
pronunciando la famosa frase: “Venciste, Galileo”. Con este emperador se
extinguió la familia de Constantino.
Muerto Juliano, subió al trono Teodosio que en el 380 proclama al cristianismo
religión del estado. Persigue a los herejes y a los paganos. Derrumba los
templos paganos. Religión y estado vivían juntas. El evangelio iba poco a poco
penetrando en la sociedad .
No todo era miel sobre hojuelas
Aunque este siglo proporcionó la paz oficial a la Iglesia y la misma Iglesia
quedó reconocida y protegida, sin embargo, pronto se cernieron graves peligros
de índole diversa, que comenzaron con el emperador Constantino, quien, siendo
el dueño absoluto del imperio, cayó en la tentación de adueñarse de la Iglesia
o tenerla como aliada. Le dio primero libertad, luego protección y culminó
entrometiéndose en ella. Convocó, sin estar todavía bautizado, el concilio de
Nicea (año 325). Estos fueron otros peligros graves que sufrió la Iglesia en
este siglo:
a)El gobierno romano pretendió manejar los asuntos eclesiásticos para su
conveniencia política. A esto se ha llamado cesaropapismo, y fue
iniciado por Constantino, y causó mucho daño a la Iglesia, como veremos. Los
emperadores cristianos se pusieron el título de “Sumo Pontífice” y quisieron
desempeñar un papel semejante al de la Iglesia; se consideraban “igual a los
apóstoles”, “obispo de fuera”. Los cristianos aceptan el carácter sagrado del
emperador, a quien consideran naturalmente como jefe del pueblo cristiano:
nuevo Moisés, nuevo David. Incluso el emperador convocaba los concilios.
b)La Iglesia comienza a recibir inmensos beneficios de los
emperadores cristianos y obtiene un opíparo patrimonio; al mismo clero le
vienen regalados privilegios jurídicos...y comienza la tentación de la
ambición terrenal. Los mismos obispos y cristianos apelarán al emperador como
árbitro de sus disputas incluso teológicas.
c)Muchos quisieron ser admitidos a la Iglesia más por conveniencia y
oportunismo que por convicción. Esto acarreó lamentable descenso en la
práctica fervorosa del Evangelio. Se bautizaban, pero no cambiaban sus
costumbres. Se prohibía el infanticidio, pero no la exposición de los niños.
Seguían las luchas de gladiadores. Incluso la justicia del estado recurrió a
la tortura para poner orden “religioso” .
d)Al llevar Constantino la capital del imperio a Oriente, a una pequeña ciudad
del Bósforo, a la que llamó Constantinopla, ésta quiso ser la “segunda Roma” y
polarizó en torno a sí a los cristianos del Oriente. Esta ciudad
posteriormente fue elevada al rango de patriarcado. Como es natural entre los
hombres, las ambiciones y los intereses políticos fueron creando de vez en
cuando problemas entre Constantinopla y Roma, problemas que fueron el
germen de la futura división de la Iglesia. Esta división se efectuó
en 1054, cuando el patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, y el
delegado del Papa se excomulgaron mutuamente. Y todavía estamos divididos. El
patriarcado de Constantinopla, encabeza las iglesias ortodoxas, que no
reconocen la autoridad ni el primado del Papa.
Nuevas herejías
Como nos dice Cristo en la parábola de la cizaña: el enemigo nunca duerme. Y
quiere poner su cizaña en medio del campo de buen trigo. Y lo hace mientras la
Iglesia duerme y descansa.
En este siglo se dieron las siguientes herejías:
Donato, natural de Cartago, provocó una dolorosa división entre los
obispos africanos y atrajo a su bando a 270 de ellos y a numerosos seguidores.
Sostenía que el sacramento del bautismo, impartido por un obispo indigno –uno
de los “lapsi”- no era válido; y que, por tanto, había que rebautizarse para
volver a la Iglesia; y, también, sostenía que el cristiano que cometiera
pecados graves, debería ser expulsado definitivamente de la Iglesia. Esta
herejía concebía a la Iglesia como una comunidad integrada tan sólo por los
justos.
Por su lado, Macedonio de Constantinopla negó la divinidad del Espíritu
Santo. Decía que era un ser situado entre Dios y la creatura.
Arrio vino a perturbar la paz interna de la Iglesia. Era un sacerdote
de Alejandría. Negó la divinidad de Cristo, diciendo que era una criatura, la
más perfecta, una criatura superior. Esta herejía fue muy peligrosa. No sólo
subordinaba el Hijo al Padre en naturaleza, sino que le negaba la naturaleza
divina. Su postulado fundamental era la unidad absoluta de Dios, fuera del
cual todo cuanto existe es criatura suya. El Verbo habría tenido comienzo, no
sería eterno, sino tan sólo la primera y más noble de las criaturas, aunque,
eso sí, la única creada directamente por el Padre, ya que todos los demás
seres habrían sido creados a través del Verbo. El Verbo, por tanto, no sería
sino Hijo adoptivo de Dios, elevado a esta dignidad en virtud de una gracia
particular, por lo que en sentido moral e impropio era lícito que la Iglesia
le llamase también Dios. Arrio expuso esta doctrina en su obra Talía, el
Banquete. El arrianismo consiguió una rápida difusión, porque simpatizaron con
él los intelectuales procedentes del helenismo, racionalista y familiarizados
con la noción del Dios supremo. Contribuyó también a su éxito el concepto del
Verbo que proponía y que entroncaba con la idea platónica del Demiurgo, en
cuanto era un ser intermedio entre Dios y el mundo creado y artífice a su vez
de la creación.
II. RESPUESTA DE LA IGLESIA
La Iglesia, fiel a su Maestro
Las herejías fueron muy duras. Pero Dios sigue conduciendo su barca a buen
puerto.
Ante las herejías que iban brotando, la Iglesia, queriendo ser fiel a su
Maestro, se reunió en Concilios para explicitar mejor y defender
la doctrina cristiana. Nunca mejor dicho el refrán: “No hay mal que por bien
no venga”; es decir, las herejías ayudaron mucho a la Iglesia para perfilar
mejor el credo y la doctrina de Cristo. En relación con los concilios la
Iglesia tenía una certeza: sin el obispo de Roma, sucesor de Pedro, no era
posible un concilio ecuménico. El Papa tenía que convocarlo o dar su
consentimiento y luego ratificar los decretos. Así se mostraba que la
autoridad primera era la del sucesor de Pedro. Así lo quiso Jesucristo: “Tú
eres Pedro...”.
¿Qué concilios se celebraron en este siglo?
a)El concilio de Nicea (325), el primer concilio ecuménico, convocado
por el emperador Constantino . Este concilio condenó la herejía arriana y
proclamó a Cristo verdadero Dios consustancial al Padre, es decir, de la misma
naturaleza divina. Así quedó: “...Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo
único de Dios; Dios verdadero de Dios verdadero”. Tomó el pueblo parte activa
en manifestaciones emocionales, pero nunca dejó de ser católico. “Ni los
obispos más arrianos se atrevían a negar la divinidad de Jesús ante el pueblo.
Los oídos de los fieles son más santos que los corazones de algunos obispos”
(San Hilario de Poitiers, Contra Auxensium, cap. 6). Era necesaria la condena
del arrianismo, pues afectaba a la esencia misma de la obra de la redención:
si Jesucristo, el Verbo de Dios, no era Dios verdadero, su muerte careció de
eficacia salvadora y no pudo haber verdadera redención del pecado del hombre.
La Iglesia de Alejandría se dio pronto cuenta de la trascendencia del
problema, y su obispo, Alejandro, trató de disuadir a Arrio de su error. Mas
la actitud de Arrio era irreductible, y en el año 318 hubo de ser condenada su
doctrina por un concilio de cien obispos de Egipto. Y en el 325, por el
concilio ecuménico de Nicea.
b)El concilio de Constantinopla (381) definió la divinidad del
Espíritu Santo. Fue convocado por el emperador cristiano Teodosio, quien
influyó activamente en la marcha de las discusiones. El Papa no estuvo
representado por ningún delegado suyo. Sembrada estaba la semilla de la
discordia: Constantinopla contra Roma. Así se amplió el credo de Nicea:
“Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que con el Padre y el
Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas”. Se
llamó a este credo Símbolo niceno-constantinopolitano.
Aportación de los Padres de la Iglesia
a)San Atanasio: Puntal del concilio de Nicea fue el diácono
Atanasio, secretario de san Alejandro, obispo de Alejandría. Enérgico, culto,
piadoso. Fue el terror de Arrio y sus secuaces. En el 328 fue nombrado obispo
de Alejandría. Los arrianos, con acusaciones y calumnias y poniendo a precio
su cabeza, consiguieron desterrarlo cinco veces.
b)San Hilario de Poitiers escribió acerca de la Trinidad, una
historia eclesiástica y comentarios de diversos libros de la Sagrada
Escritura.
c)San Basilio y san Gregorio Nacianceno expusieron el dogma de
la Trinidad.
d)San Gregorio de Nisa, místico, nos dejó también una gran
síntesis de la doctrina católica.
e)San Ambrosio de Milán fue excelente predicador y muy versado
en la Biblia, escribió tratados para favorecer la práctica cristiana. Ambrosio
en Milán y san Juan Cristóstomo en Constantinopla introducen las costumbres de
oriente, la “monodia” y la “antífona”, que formarán la base del futuro canto
gregoriano. La comunidad oraba cantando. Las primeras comunidades adoptaron el
sistema del canto alternado: un lector decía versículos de un salmo, la
comunidad respondía el estribillo.
El desierto y la soledad atrajo a algunos...
En este siglo comenzaron los primeros monjes .
La vida monacal y conventual está basada en la frase que Jesús dijo a un
joven: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, dalo a los pobres,
luego ven y sígueme” (Mt 19, 21); es decir, desasimiento total, aun de los
legítimos placeres de la vida, por amor a Cristo. Hubo, pues, un número de
hombres que se retiraron a la soledad para dedicar su tiempo a la oración y a
la penitencia.
Comenzó el monacato en Egipto (siglo III). El ejemplo de Antonio en la Tebaida
(356), llamado san Antonio abad, atrajo a muchos seguidores. San Pacomio (347)
organizó la vida cenobítica, escribiendo una regla de cómo vivir en comunidad;
la más antigua regla monacal. Este monaquismo primitivo se extiende
rápidamente por Egipto, Palestina, Siria y Mesopotamia. No tiene formas
jurídicas muy concretas. El candidato se pone bajo la dirección de un maestro
o padre espiritual, llamado abad, hasta volar por sus propias alas. Este
monaquismo pone el acento en la lucha contra el demonio, contra las propias
pasiones, por eso se dan a penitencias que nos parecen exageradas.
San Basilio redactó la primera regla formal para monjes, para ordenar un poco
el monaquismo: les exige vivir en comunidad, les anima al estudio y al cuidado
de los pobres. A Europa llegó este estilo de vida monacal gracias a san
Atanasio, que desterrado fue a ver al Papa Julio; en el viaje, lo acompañaban
varios monjes, y esto despertó por donde pasaba admiración y atracción. Entre
los pilares de la vida monacal en Europa está san Martín de Tours (muerto en
el 397), animador del movimiento monástico y del apostolado rural; san
Ambrosio de Milán; y san Benito de Nursia, ya en el siglo V y VI, como
veremos. También en este siglo IV comienza la liturgia de consagración de
vírgenes o de entrega de velo. San Ambrosio propone como modelo de las
vírgenes a la Virgen María. San Jerónimo (347-419) es el propagandista de la
vida monástica entre las mujeres de la aristocracia romana. Su alimento será
la cultura bíblica. Jerónimo será adalid del monje que pone su talento al
servicio de la cultura cristiana.
La Iglesia continuaba profundizando en los sacramentos y en la
disciplina
Primero el bautismo. Al ser el cristianismo la religión oficial
del imperio, son muchos los que piden el bautismo. Continúa siendo
administrado sobre todos a los adultos, pero también a los niños. Algunos de
ellos lo retrasaban hasta la hora de su muerte (bautismo clínico, del que ya
hablamos), porque se sentían débiles para no pecar ; además, porque la
preparación para recibirlo era larga: instrucción, confesión, ayunos y
oración. Los catecúmenos comenzaban la catequesis al inicio de la cuaresma.
Esta catequesis se dividía en dos partes:
·Catequesis bautismal, anteriores al bautismo: exorcismos, explicación
del credo, conversión moral.
·Catequesis mistagógica, posterior al bautismo, orientada a la
comprensión del propio bautismo y de la eucaristía.
Después, la confesión. Ya hablamos extensamente sobre las etapas
que tuvo este sacramento de la confesión en el apéndice del siglo II. Hagamos
ahora un breve resumen. En este tiempo se permitía una sola confesión en la
vida, por eso los pecadores la retrasaban lo más posible, a menudo para la
hora de la muerte. Había también penitencias oficiales o canónicas, que eran
públicas, por pecados graves y escandalosos. El que ha pecado gravemente hace
confesión de su culpa al obispo, secretamente. Este también podía pedir a los
pecadores que acudieran a la penitencia .
El primado de Roma
El primado de Roma sobre la Iglesia universal tenía un fundamento dogmático
que los Papas , a partir del siglo IV, se esforzaron por definir con la mayor
claridad. San Dámaso, san León I, Gelasio y san Gregorio Magno figuran entre
los principales expositores de esta doctrina, cuya formulación se volvía cada
vez más necesaria por las crecientes pretensiones de los patriarcas de
Constantinopla.
No se funda esta primacía romana sobre una razón de orden político, como
sucedía en el imperio. Su fundamento hay que encontrarlo en la Sagrada
Escritura, en el conferimiento del primado a Pedro por parte de Jesús (cf. Mt
16,18). Los Papas, por ser los sucesores de Pedro en la cátedra de Roma,
tienen en la Iglesia la preeminencia y la autoridad que Cristo concedió al
Simón Pedro.
A lo largo de los siglos se le dieron al obispo de Roma títulos diversos:
Papa, Vicario de san Pedro, Vicario de Cristo, para significar la naturaleza
de su primado universal. Pero siempre se añadía el humilde calificativo de
“siervo de los siervos de Dios”.
Los Papas ejercían activamente su primacía sobre las iglesias de occidente. En
oriente, en cambio, aunque se consideraba a la Sede Romana como la primera, su
influjo era menor. Pero cuando surgían conflictos de fe o de disciplina
recurrían al juicio del obispo de Roma. Fueron numerosos los asuntos que los
Papas resolvieron por medio de “decretales”. También el mismo Papa enviaba sus
legados para hacer llegar eficazmente la autoridad pontificia a las diversas
iglesias.
¿Sacerdotes casados?
Es un hecho que, durante los primeros siglos, gran parte de los sacerdotes
estaban casados. Pero a medida que las comunidades crecían y su atención
pastoral requería más tiempo y dedicación, y a medida que fueron apareciendo
escándalos, la Iglesia de occidente comenzó a exigir el celibato a sus
sacerdotes. El primer concilio conocido, que lo prescribe, es el de Elvira
(España) en el año 306. Esta exigencia, aunque no siempre fue fácil de
cumplir, se fue extendiendo por toda la Iglesia de occidente. En ese modo de
vivir se veía un reflejo del modo como Cristo mismo vivió para cumplir su obra
redentora.
El celibato para los sacerdotes católicos de rito latino es una perla
preciosa, de la que habló el Papa Pablo VI en una hermosa encíclica
“Sacerdotalis coelibatus”. Es un llamado de Dios a una consagración total a Él
y a la Iglesia, y al mismo tiempo es una respuesta libre del candidato al
sacerdocio; no es una imposición. Todavía en el siglo XX se levantan voces
pidiendo su abolición . Pero el Papa Juan Pablo II ha zanjado la discusión
afirmando que este modo de vivir, fundado en el ejemplo de Cristo mismo y una
antiquísima tradición, es un don que Dios ha hecho a su Iglesia, y que ésta
debe custodiar con fidelidad.
CONCLUSIÓN
Nuestra fe sigue robusteciéndose siglo a siglo. La fe es un don de Dios y vale
más que la propia vida física. ¿Por qué no acabamos recitando el símbolo de fe
del concilio de Nicea?
“Creemos en un Dios, Padre Todopoderoso, hacedor de todo lo visible e
invisible, y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, Unigénito engendrado del
Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado, que no hecho, consubstancial (homoousios)
al Padre, por quien todo fue hecho, lo que está en el cielo y lo que está en
la tierra, quien por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó y se
encarnó, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos,
vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, y en el Espíritu Santo”.