Autodominio Cristiano
Autor: Sophia Institute Press
Capítulo 2: Disciplínate
Todo lo que sabemos sobre el bien y el mal y la lucha espiritual, aparte de la
revelación, lo conocemos a través de nuestra propia naturaleza.
Conocemos el pecado únicamente como pecado humano y conocemos la bondad y la
virtud solamente como los vemos a través de nuestra naturaleza. Cuando pensamos
acerca de la bondad y el amor de Dios, pensamos en estos atributos como lo vemos
y nos muestra la sagrada humanidad de Jesucristo. Cuando pensamos en la maldad
diabólica es solamente a través de la maldad humana, engrandecida y magnificada
que podemos imaginarla.
En esta tierra, no hay conocimiento moral alguno, aparte de la revelación, que
pueda alcanzarnos si no es a través de nuestra propia naturaleza.
¿Quién pueda dudar que esta naturaleza nuestra es capaz de revelarnos el bien y
el mal? Las cumbres de la vida espiritual son conocidas por pocas, pero creo que
las profundidades de la maldad son conocidas por menos aún.
Nuestra naturaleza puede revelarnos la perfección de la virtud o del vicio, al
parecer, con igual facilidad.
¿Por qué, entonces, si nuestra naturaleza es igualmente capaz del bien y del
mal, no es tan fácil cometer el mal?
El hombre de fortaleza necesita desarrollar y usar todo lo que le ha sido
confiado y todas sus facultades para ser simplemente humano.
Ninguna de tus facultades humanas es mala
No existe algo en el hombre – sustancia, poder y facultad que sea malo en si
mismo. La doctrina católica de la encarnación enseña que Nuestro Señor asumió
nuestra naturaleza en su totalidad y que todo lo que pertenece a nuestra
naturaleza estaba en Él.
Analiza el alma del más grande pecador y del más grande santo, y no encontrarás
en el pecador una sola cosa que no esté en el santo. Compara el alma de María
Magdalena o de San Agustín antes y después de su conversión. Como santos no
fueron debilitados o privados de nada. No perdieron ni destruyeron nada; estaban
en plena posesión de todas sus facultades y poderes.
Habrá mucho en María Magdalena que nunca habrá usado, que probablemente nunca
soñó, hasta que alcanzó a Nuestro Señor. Él le reveló el secreto del verdadero
desarrollo personal, que es otra palabra para santidad. Encontró bajo su guía
todo lo que tenía en ella para ser usado de una forma más plena y rica de la que
alguna vez pudo imaginar.
La santidad no es el vaciar la vida, sino el llenarlas. “…no he venido a
abrogarla sino a consumarlas” (Mt. 5,17).
En la proporción en que un hombre sea bueno, será fuerte. Olvidamos
frecuentemente que el Discípulo Amado era, de hecho, Hijo del Trueno (Mc. 3, 17)
El más dócil de los santos es fuertísimo. Los santos frecuentemente nos
sorprenden mostrando un valor y firmeza que no creemos posibles.
La diferencia entre la bondad y la maldad radica en el uso correcto o incorrecto
de facultades buenas en si mismas. El pecado es el mal uso de las facultades que
Dios nos ha dado, el utilizarlas para la consecución de fines para los que no
fueron creados.
Cada poder, cada facultad, casa don de nuestra naturaleza nos fue dado para el
bien. Para el servicio de Dios y en la capacidad de ser usados para servirle a
Él. Cuando tomamos estos dones de Dios, y los utilizamos para un fin indigno,
pecamos. Él corazón que puedo elevar a Dios para unirme a Él, puedo utilizarlo
para amar aquellos que Dios más deteste.
La misma voluntad con la que elijo el bien puedo utilizar para escoger el mal.
Mi voluntad es buena independientemente de aquello para lo que la utilice. Al
regresare el mal violento mi naturaleza y debilito mi voluntad. Al elegir el
bien, actúo de acuerdo a mi naturaleza y mi voluntad crece cada vez más fuerte y
confiable.
Cuando escojo el mal no reside en la voluntad, sino en los objetos sobre los que
se ejerce la decisión. El mal es el abuso de una gran y noble potencialidad.
Para ser bueno, he de utilizar mi voluntad en la elección decidida del bien.
Así, podemos considerar una por una esas facultades que han sido causa del más
grande pecado, y ver como, a pesar de haber sido instrumentos de pecado, son en
sí mismas buenas, y a través del uso de las mismas, los santos ses hicieron
santos.
Agustín no dejó sus grandes dotes intelectuales cuando abandonó errores
maniqueos para convertirse en seres de Cristo. Vemos más bien, la emancipación
de su intelecto. La verdad liberó.
Torna las facultades que Dios te ha dado hacia el bien
Es necesario ser muy claro en este punto pues de él depende toda nuestra visión
de la reforma de vida personal.
El cambio de una vida de pecado a una de santidad no es más que un cambio de los
objetos sobre lo que ejercitamos las potencialidades que Dios nos ha dado. Esto
no es imposible al contrario, es muy razonable.
Hay una inmensa motivación en el pensar que estoy esforzándome en usar mis
potencialidades para aquel fin para el amor a Dios, habrán grandes dificultades
en el entrenamiento consistente en apartarlo de objetos indigno, pero no puedes
dudar del hecho de que puede amar a Dios. Esfuérzate algún tiempo y tendrás
éxito.
Examina la estructura de tu ser y una cosa te impresionará: Toda facultad de tu
mente, toda potencia, todo miembro de tu cuerpo fue hecho para actuar. El cuerpo
es el instrumento de la acción de la mente; los sentidos son los canales a
través de los cuales se alimenta. Todo ha de convertirse en instrumento de la
manifestación del alma en servicio de Dios.
La mortificación, que nos ayuda a utilizar nuestras facultades como debemos, no
es un fin en sí mismo; es un medio para conseguir un fin, y el fin es el
verdadero y pleno uso de lo que tenemos.
La autodisciplina necesariamente ha de estar en proporción al uso erróneo de
cualquier sentido o potencia y buscamos el uso correcto de los mismos en todo
acto de mortificación.
“… en vez del gozo que le ofrecía, soportó la cruz..” (---12,2): no soportamos
el dolor por sí mismo, sino por aquello que está más allá del mismo. Soportamos
esos actos de negación y contención personal por que sentimos y sabemos sobra
que solamente a través de esos actos podemos recuperar el señorío sobre todas
aquellas facultades que hemos utilizado erróneamente y que aprendemos a usarlos
con un gozo y vigor que no habríamos conocido antes.
Los actos de mortificación están llenos de promesa y esperanza
Los labios que frecuentemente se han sellado en silencio penitencial por haber
pronunciado palabras amargas, por críticas poco. Por criticas poco caritativas,
irreverencia o parloteo incesante, encuentran momentos en los que pueden reparar
y curar con palabras llenas de caridad a quienes han herido en el pasado, o
hablar con ardorosa elocuencia de la fe de la que alguna vez blasfemó.
San Pablo no exhorta a que nuestros miembros sirvan a la justicia hasta llegar a
la santidad. Cuando nos dice que no nos pide que renunciemos al uso de alguno de
estos poderes o que los dejemos ociosos; nos pide más bien que no nos
entreguemos al pecado, sino a Dios, como uno resucitado de entre los muertos y
que usemos toda potencia que tengamos para servir a Dios como instrumento de la
justicia hasta llegar a la santidad. Usarlos para aquello para lo que nos fueron
dados. En el poder de la acción positiva el poder mortífero del pecado es
vencido. Deja a Dios reinar en tu corazón y encontrarás trabajo suficiente para
tu cabeza y tus manos.
Entre este riguroso vivir en el pleno y libre ejercicio de todas las
potencialidades y la vida de pecado, se encuentra ese periodo de disciplina y
mortificación durante el cual las potencias mal utilizadas han de ser
contenidas, restringidas y entrenadas para su verdadero trabajo. Habrán días de
oscuridad cuado parezca que este trabajo es imposible.
Encontraremos sostén en dos pensamientos: que la facultad mal usada es en sí
buena y que únicamente usándola para lo que nos fue dada encontrará redención.
Nos sostendrán estas ideas y nos motivarán a soportar el sufrimiento, precio de
la redención.
El gozo al que nos enfrentamos nos ayuda a sobrellevar la cruz de la disciplina.
Este es el verdadero centro de la ascesis cristiana. Sin una motivación tan
grande, carece de sentido y es una cruel auto tortura. Necesitamos llenar la
propia vida, no vaciarla.
Muchas almas que han renunciado a una cosa tara otra y han vaciado su vida,
aprende dolorosamente, que sus energías, al no encontrar forma de expresión, se
han reflejado al interior del alma y se vengan a través de un mental auto
análisis y escrúpulos enfermizos. Necesitan estas energías una salida; necesitan
intereses.
El anhelo de la vida no puede ser contenido.
Debemos, para tener éxito y no desesperarnos, aprender que la mortificación es
temporal y que existe para encauzar el arroyo al canal principal.
Somete tu voluntad rebelde
Conocemos la tendencia que tienen nuestras potencias querer una vida
independiente, de vivir y actuar no para el bien de la persona, sino para su
propia gratificación, dañando muy frecuentemente a la persona.
Muchas veces no nos damos cuenta de esto sino hasta que nos percatamos de que
hemos perdido el control de nosotros mismos – que una tras otra de nuestras
facultades y sentidos (nuestros “miembros” como los llama San Pablo) se niegan a
obedecernos y viven su propia vida por separado; más aún, en múltiples ocasiones
forman facciones y se agrupan para destrozar la conciencia y colocar alguna
pasión para gobernar al todo. Aquí está teniendo lugar una revolución bien
organizada, tan silenciosa que la conciencia no se alarma realmente sino hasta
que se percata de que su poder ha desparecido de verdad.
En la medida en que cada facultad, cada sentido vive para sí, en esa proporción
adquiere fuerza al absorber para sí la vida destinada a alimentar a toda la
naturaleza y así agota y disminuye a los demás.
Esta fragmentación de la unidad y fuerza del alma es muy frecuentemente, el
resultado no de un acto conciente de la persona, sino de la negligencia, de
haber permitido que la naturaleza siguiese su curso y siguiera sus propias
inclinaciones. La eterna vigilancia es el precio de la libertad” (Wendell
Phillips) y hemos de ejercer esta vigilancia en cada parte de nuestro ser –
sentidos, facultades, inclinaciones – si hemos de permanecer libres.
Es sin duda una extraña sublimación del orden de la naturaleza que el hombre no
pueda usar sus potencialidades con la libertad espontánea que quisiera, sino que
éstas la utilicen a él.
¿Alguien ignora lo que es encontrar alguna parte de su naturaleza actuando en
directo desafío de su voluntad? En primera instancia parecerá que la
desobediencia no es deliberada, como si fuera una falta de cuidado de parte
nuestra y que hemos de ser más firmes al ordenar. Posteriormente no hay
posibilidad de duda: la voluntad ha dado una orden y está siendo desobediencia
con desafío.
¿Cómo sucede esto? ¿De dónde adquiere esta parte desafiante voluntad propia?
Del corazón que ha empezado a querer lo que la razón y la conciencia prohíben.
La razón lo ridiculiza, la conciencia da estrictas órdenes, pero el corazón con
un catálogo de pasión arrasa con todo a su paso, a pasear de las protestas de la
conciencia y de los dictámenes de la razón, y se sale con la suya.
Controla tus potencias y facultades
Es labor de la mistificación el lograr obediencia de las potencialidades
rebeldes y el no permitir una autoridad dual en el reino del alma y que todo
actúe para el bien de la persona a quien pertenecen.
Este es el trabajo de la mortificación que enfrenta cualquier persona que, por
descuido, consentimiento propio o pecado, ha perdido en alguna medida el poder
de autogobierno. Sus facultades han salido de control y se han disgregado
persiguiendo cada una su fantasía. Deben aprender que pueden ser útiles en el
reino del alma únicamente cuando obedecerá la autoridad soberana de la voluntad
y cooperar con todas las otras potencias para el bienestar del alma. Debe dejar
saber a estas facultades indisciplinadas que tienen su lugar y trabajo por
hacer, y que cuado hayan aprendido controlarse, harán su trabajo mejor y
encontrarán mayor satisfacción en el mismo y una mayor libertad de que tuvieron
en sus días de mayor libertinaje.
Hemos de reunir a las facultades y potencias vagundas y llevarlas al mundo del
orden y enseñarlas a marchar marcando el mismo paso, refrenando a la s más
impulsivas y entusiastas urgiendo a las perezosas a pasar a l frente, lidiando
pacientemente con las que han sido ganadas de una vida fácil e independiente
para unirse al servicio de la patria del alma.
La disciplina ha de ser para todas como una motivación para trabajar mejor que
nunca, siempre unidas y bajo la guía de la conciencia para combatir a los
enemigos del alma. La unión, claridad de objetivos, docilidad y obediencia,
contribuyen a la consecución de objetivos y resultados.
Por tanto, todas las potencias de mente y cuerpo deben disciplinarse para lograr
el bienestar de la persona. La más brillante facultad de mente poco puede lograr
sin las más humildes y pobres. Cuando una pasión o facultad se ha colocado a si
misma en una posición de prominencia o autoridad que no le corresponde, es
necesario ubicarla por un tiempo en el último lugar, castigándola si es
necesario, disminuyendo su fuerza y espíritu rebelde con el único fin de que se
aprenda a realizar su trabajo mejor.
Dicha disciplina no constituye un freno poco razonable de nuestras potencias. Su
objetivo es restaurar al alma el ejercicio de su autoridad plena que consiste en
el orden y la cooperación de las que depende su unidad. Requiere de tres
elementos.
Paciencia: Es necesarísima. La impaciencia, una gran ansiedad por un rápido
resultado de nuestro esfuerzo, lo único que lograr es retrazar el trabajo. No
debemos desanimarnos si nos toma años rectificar la negligencia o el abuso de
años.
El pesimar de más, aunque sea un poco, puede causar una reacción que precipitará
las cosas a un estado peor del que se encontraba antes. Hemos de templar los
materiales antes de poder darles la forma que deseamos. Es imposible lograr
grandes reformad y cambios súbitos. Los hábitos, buenos o malos, se forman
únicamente a través de la repetición de actos; hacer un poco cada día
perseverando en la voluntad logrará más que se pretende obtener violentamente.
No existen los esfuerzos indisciplinados de la autodisciplina: siempre terminan
en el fracaso.
Hay que aprender a actuar con una paciencia incansable.
Prudencia: No podemos pensar que la bondad de una causa puede eximir a una
persona de las ordinarias leyes de la prudencia al ejecutar; menos aún podemos
esperar que Dios remedio los efectos de la propia imprudencia. La acción de la
gracia depende de los cimientos construidos sobre las leyes de la naturaleza.
Una persona no puede desembarazarse de aquello a lo que se ha habituado por años
de autocomplacencias. Lo que sea en sí malo puede y debe abandonar ya que actuar
mal nunca es útil o necesario. Al querer abandonar lo que no esta mal, no
debemos actuar con demasiada prisa.
Guiado por prudencia, aquel que ha de cambiar, será entrenado gradualmente a que
Prescinda de aquello que se ha convertido casi en una necesidad para él. Hemos
de lograr una existencia normal antes de emprender la vida ascética.
Gracia: Finalmente, necesitamos buscar siempre la ayuda de la divina gracia.
No podemos emprender solos la obra de nuestra restauración, no podemos ser
restaurados a un mero estado de naturaleza separada. Los remedios que Dios
proporciona son sobrenaturales, y si hemos de ser restaurados, hemos de
elevarnos por encima de nuestra naturaleza. Dios vierte en nuestras heridas el
aceite y el vino de la divina gracia, para que nuestras heridas sean curadas.
Esa medicina que lo cura transforma nuestra naturaleza y la colma de nuevo
vigor.
La lucha por ser dueños de nosotros mismos nos sobrepasa. No podemos
contentarnos meramente con ser lo que éramos, hemos de ser más. Si deseamos
recuperarnos hemos de llamar al gran médico y en sus manos encontrar una vida
nueva y un mundo nuevo que se descubrirá a nuestros ojos.