LA CATEQUESIS EN LA ANTIGÜEDAD
Reflejos de historia sacramental en los monumentos paleocristianos


El artículo escrito por Alejandro Bertolino, joven estudioso de arqueología y guía en las catacumbas de San Calixto, presenta el largo camino de la formación de los futuros cristianos, desde su inscripción en las listas de los catecúmenos a las varias fases de la instrucción religiosa, hasta su admisión en la comunidad de la Iglesia. Están descritos el método catequístico aplicado y los ritos de preparación y de la administración del sacramento del bautismo, en base al testimonio de los datos arqueológicos de antiguos bautisterios y de inscripciones sepulcrales. La exposición está enriquecida por una selecta documentación bibliográfica.

1. EL CATECUMENADO

La institución de una fase preliminar que abarcaba un período adecuado de preparación al bautismo, se halla ya plenamente desarrollada hacia fines del siglo II. Se trataba de una catequesis prebautismal bien articulada que formaba a quienes aspiraban a hacerse cristianos y que en este tiempo de preparación eran llamados catecúmenos (los que son instruidos).

El catecumenado (1) empezaba en el momento en que el candidato se presentaba a los catequistas y hacía inscribir su nombre en elencos especiales guardados por los diáconos. Este acto de registración preveía que el aspirante fuera acompañado por algunos fieles que atestiguaran la rectitud y el real empeño en la instrucción cristiana; el primer paso era pues cumplido por el catecúmeno no en soledad, sino frente y en la comunidad gracias a la presencia de testigos que, más tarde, serán llamados "padrinos". Agustín (2) nos informa acerca de esta práctica puntualizando sus reales funciones.

"Para asegurarse mejor sobre las disposiciones del candidato, un medio utilísimo es el de informarse en el círculo de los amigos del catecúmeno sobre sus disposiciones interiores y los motivos que lo impulsan hacia la religión".

La función del padrino es por lo tanto atestiguada aquí como existente en forma institucional, subrayándose la dimensión eclesial del camino del futuro catecúmeno. Después de la registración del nombre y la presentación del candidato, se pasaba al examen sobre su vida, sobre la profesión ejercida y sobre los propósitos que lo animaban. El interrogatorio a menudo riguroso, tendía a asegurar a la Iglesia que existían las condiciones para poder efectivamente practicar la vida cristiana sin componendas con costumbres paganas o inmorales.

Detallado es el elenco que nos provee un texto del III siglo, la Tradición Apostólica (3), respecto de las actividades no compatibles con el ser cristiano:

"Examínense los oficios y las ocupaciones de aquellos que son conducidos a recibir la instrucción. Si uno administra un prostíbulo, desista o sea despedido. Si uno es escultor o pintor, hay que decirle que no represente ídolos: desista o sea despedido... El auriga que compite o quien participa en juegos públicos, desista o sea despedido. Quien es gladiador o enseña a los gladiadores a combatir, o es un funcionario que se ocupa de los juegos de los gladiadores, desista o sea despedido... La prostituta, el lujurioso, el disoluto y quienquiera haga cosas de que no está bien hablar, sean despedidos por impuros. El mago no sea admitido al examen. El encantador, el astrólogo, el adivino, el intérprete de los sueños, el charlatán, el falsario, el fabricante de amuletos, desistan o sean despedidos.... Quien tiene una concubina, desista y cásese según la ley; si no se aviene, sea despedido".

Como se ve, la práctica de diversas profesiones que de algún modo están relacionadas con la religión pagana, impedía recibir el bautismo. La intransigencia que se transparenta de las fuentes, se explica con el intenso deseo de la primera comunidad cristiana, de distinguirse al máximo de las costumbres paganas circundantes. Superado el examen, aun antes de la recepción del sacramento, el catecúmeno es ya considerado como miembro de la comunidad eclesial. El tiempo de la instrucción catequística realizará su progresiva integración en la Iglesia que culminaba en el bautismo.

Seguía el período de preparación, que generalmente tenía una duración de tres años; la extensión de la catequesis podía ser abreviada en casos excepcionales en los que se constatara la loable aplicación y el celo del catecúmeno. Era en este tiempo cuando los catecúmenos en lugares determinados eran instruidos adecuadamente acerca de la doctrina cristiana; los catequistas encargados de esta tarea, podían ser diáconos o presbíteros, pero de tal servicio no eran por cierto excluidos los laicos más dotados, como fue en el caso de Orígenes quien dirigía, por cuenta del obispo de Alejandría, una verdadera universidad de teología y exégesis bíblica. Durante los años de formación, los catecúmenos podían empezar ya a tomar parte en la asamblea litúrgica dominical, si bien con algunas limitaciones fundamentales: en la iglesia había lugares reservados para ellos y separados de los fieles; participaban tan solo de la liturgia de la Palabra y eran admitidos a escuchar la homilía, después de la cual eran alejados y debían aguardar el final de la Misa en un local separado del edificio de la iglesia: el nartex, un aula rectangular ubicada en dirección transversal al eje de la iglesia y adosada a la fachada.

Terminado el período de la preparación, el catecúmeno llegaba a vivir intensamente el período cuaresmal que precedía al bautismo previsto para la noche de Pascua. El era examinado una segunda vez para verificar cuál había sido su comportamiento durante el período formativo, luego su nombre era registrado por el mismo obispo en el "libro de la Iglesia", y con este acto el catecúmeno viene a ser electus, elegido para ser inscripto entre los ciudadanos de la Jerusalén celestial. En este momento toda la Cuaresma era vivida por el catecúmeno participando de las reuniones, catequesis casi diarias, vigilias de oración y ayunos de purificación. Juan Crisóstomo (4), obispo de Antioquía en el siglo IV, dirigiéndose a los electi de su diócesis, concluye con palabra de intenso lirismo, una de estas reuniones prebautismales:

"Ya les llega el perfume de felicidad, oh elegidos. Ya ustedes recogen las flores místicas para con ellas entrelazar coronas celestiales. ¡Tiempo de contento y alegría el que nosotros vivimos! He aquí llegado, en efecto, el objeto de nuestro deseo y de nuestro amor, los días de las bodas espirituales".

En el ámbito de la preparación cuaresmal, algunos ritos se destacaban por su plenitud de significados simbólicos. Entre estos figuraba el exorcismo, que consistía en formular algunas oraciones insuflándolas sobre el rostro del candidato y en marcarlo en la frente; de tal manera se evidenciaba que la persona era arrancada a las fuerzas del mal y siempre más ligada a Cristo. Un relieve particular asumía la entrega del Símbolo, que contenía los puntos fundamentales del Cristianismo; este era explicado para poder ser aprendido por los catecúmenos, quienes debían recitarlo solemnemente ante el obispo el domingo de Ramos, en la ceremonia de la restitución del Símbolo. Toda la preparación concluía con el rito final de la renuncia a Satanás y de la adhesión a Cristo, que se desarrollaba el Jueves Santo o bien en la misma noche pascual. Vuelto hacia occidente, lugar donde moran las potencias de las tinieblas, el catecúmeno manifiesta su primitiva condición de esclavo del pecado, después volviéndose hacia oriente, sede del Paraíso y lugar de donde brota la luz de Cristo, hace una solemne profesión de fe trinitaria.

2. EL METODO CATEQUISTICO

Como ya se ha señalado, la instrucción catequística estaba confiada al clero o a laicos bien formados. Afortunadamente, la tradición manuscrita nos ha conservado algunas de estas catequesis, redactadas por algunos entre los espíritus más cultos de la época, dirigidas a los catecúmenos o a los neófitos. Entre estas se han de recordar las Catequesis mistagógicas de Cirilo de Jerusalén, el De mysteriis de Ambrosio y particularmente el De catechizandis rudibus de Agustín. Este último es un verdadero tratado de metodología catequística, todavía hoy sumamente válido y lleno de sugerencias útiles para la reflexión. Fue escrito para satisfacer el pedido de un diácono cartaginés, cierto Deogratias, desalentado por estar convencido de que aburría a sus oyentes en vez de iluminarlos en la fe (5):

"Me has escrito, hermano Deogratias, que te escribiera algo que pueda serte útil sobre el modo de catequizar ... Tú experimentas casi siempre dificultad en encontrar el método a propósito para presentar la doctrina ... Tú dices que durante las largas y enervantes reuniones te sucede, y de ello te lamentas, de sentirte humillado frente a ti mismo y de estar disgustado de ti, muy lejos por lo tanto de instruir a tus oyentes y a los demás que te escuchan".

Agustín se explaya después en una serie de consejos pedagógicos a fin de que la catequesis esté siempre inmersa en un clima de gozo, hilaritas, procurando encontrar las condiciones mejores para amoldarse a los diversos oyentes eventuales. Toma en examen todas las posibles situaciones en que un catequista se puede hallar y brinda soluciones a los diversos problemas y obstáculos que los catecúmenos pueden ocasionar. El obispo africano advierte que en algunos casos el auditorio no comprende sus palabras y enseña entonces cómo descender dulcemente a los corazones de sus oyentes. Se da cuenta de que en otras situaciones el catequista puede mostrarse reticente en expresarse abiertamente por temor de ofender o enfrentar a la asamblea, y luego aconseja cómo evitar semejante riesgo. Agustín sabe que a veces el auditorio no reacciona y permanece indiferente; a raíz de eso le sugiere al docente una mayor introspección del pensamiento de quien escucha. Es siempre oportuno adaptarse al tipo de oyente que está delante de uno, habida cuenta del sexo, del número de las personas y de su origen social y cultural. Otras dificultades que el catequista puede encontrar son posibles distracciones que los oyentes pueden experimentar, y por lo tanto será preferible permitir a los catecúmenos sentarse a fin de evitar que, cansados, alejen su pensamiento de las palabras del maestro y, en todo caso, Agustín (6) sugiere que cuando se percibe cansancio, es menester sintetizar:

"Apresurémonos en el resto de la exposición, prometiendo una conclusión inmediata, y mantengamos la palabra".

3. BAUTISMO - CONFIRMACION - EUCARISTIA

El bautismo cristiano se remonta a Cristo, en el sentido de que se administra por mandato de él y es distinto de otros tipos de bautismo, en uso entre los judíos. No es de carácter ritual - en tal caso sería repetible-; en cambio, una vez recibido, no admite repeticiones, porque es signo del perdón de los pecados y del nuevo nacimiento en Cristo.

Sobre la base de las fuentes literarias podemos reconstruir el rito bautismal así como se desarrollaba en la antigüedad. Normalmente el catecúmeno llegaba a obtener el bautismo administrado por el obispo, después del largo período de preparación, la noche de Pascua. Primeramente se ungía al candidato varias veces; luego, después de la renuncia a las tentaciones del mundo y de los exorcismos, seguían diversas bendiciones del agua; finalmente, venía la triple inmersión o infusión que implicaba el pedido de adhesión al Símbolo pronunciado por el diácono al cual el catecúmeno debía responder con la afirmación "¡Creo!". La larga ceremonia concluía con el rito del intercambio del beso de paz de parte de toda la comunidad presente. Pero estos ritos fundamentales fueron enriquecidos y ampliados en algunas comunidades dando origen a liturgias algo diferenciadas, conservándose, sin embargo, la unidad sustancial.

Administrado el bautismo, el catecúmeno ya había entrado a formar parte con pleno derecho de la comunidad eclesial. Ahora podía ser llamado neófito, y como tal, llevaba la túnica blanca, signo de la regeneración realizada. También obtenía el sacramento de la confirmación administrado exclusivamente por el obispo. Consistía en la unción con una señal de la cruz sobre la frente, empleándose un aceite perfumado -el crisma-, y en la imposición de las manos. Tan solo a partir del siglo V, por iniciativa de algunas diócesis de las Galias la confirmación comenzará a adquirir una autonomía propia y cada vez más raramente será conferida juntamente con el bautismo. La misma eucaristía era administrada, por vez primera, como conclusión de las ceremonias con las que el catecúmeno se había transformado en un verdadero fiel. Como tal, el candidato, después de ser bautizado y confirmado entraba en la iglesia para poder participar de la Misa, por vez primera en su vida, donde tomaba parte también en el banquete eucarístico, juntamente con la totalidad de la comunidad cristiana.

4. LOS DATOS ARQUEOLOGICOS: LOS BAUTISTERIOS

Un silencio casi total hay que registrar con respecto a la existencia de bautismos en la época anterior a la paz religiosa (7). La única excepción la provee el ejemplo descubierto en Dura Europos, en Siria, donde en el interior de un edificio particular datado a comienzos del siglo III, se han reconocido algunos ambientes utilizados con certeza para oficiar el culto cristiano. El complejo presenta diversas habitaciones, dispuestas alrededor de un patio descubierto, destinadas a la celebarción eucarística y a las reuniones litúrgicas. Una de estas aparece como bautisterio: las dimensiones son reducidas respecto de los otros ambientes, pero las paredes muestran una decoración pictórica de notable hechura. Las escenas, sacadas del Antiguo y del Nuevo Testamento, aluden a la dimensión espiritual del bautismo y abarcan el centro más significativo de la habitación, constituido por una pila poco profunda para la inmersión de los catecúmenos. Sobre ella se levantaba un baldaquín sostenido por cuatro columnas; la sala contigua estaba quizás destinada a la administración del sacramento de la confirmación. La falta de datos relativos a ambientes bautismales para el período I / III siglo, hace suponer que el bautismo, en esta época, era administrado en sitios donde los elementos naturales se prestaban a la necesidad y que por lo tanto se bautizaba junto a los ríos, las fuentes y los manantiales, o bien se adaptaban edificios preexistentes que podían ser transformados en bautisterio, tales como los baños, las fuentes o las piscinas.
Solamente a partir del siglo IV, después de la paz religiosa obtenida por Constantino, podemos registrar el nacimiento y la difusión en todo el Imperio Romano de edificios proyectados y construidos a propósito para el rito bautismal.
El bautisterio, generalmente levantado junto a la basílica catedral, podía ser constituido por un único ambiente, o bien podía disponer de varias dependencias cuya función, si bien no determinable con certeza, parece haber sido la de acoger los diversos ritos y las múltiples fases que componían la ceremonia bautismal. Un ejemplo monumental y bien articulado de semejante bautisterio con diversos locales anexos, cuyas funciones pueden ser reconstruidas con suficiente seguridad, fue hallado en Salona en Croacia. En este caso afortunado podemos seguir paso a paso las varias etapas que llevaban al catecúmeno en su camino espiritual hasta la administración de los sacramentos. Los bautizandos, reunidos en el nartex en el exterior de la basílica, pasaban a través de un ingreso (A) a una amplia aula llamada catecumenia (B), donde recibían las últimas catequesis y se preparaban espiritualmente al encuentro con el sacramento. Desde allí, a través de un pórtico situado entre la iglesia y el bautisterio, entraban en una gran sala de espera (C) provista de grandes bancos adosados a las paredes, donde aguardaban el momento de la ceremonia; después, llegado su turno, pasaban a un pequeño local (D), el vestuario, donde dejaban los vestidos, para entrar luego en el bautisterio octogonal (E) en el cual se sometían al exorcismo y a la triple inmersión en la pila bautismal en forma de cruz (F). Una vez bautizados se trasladaban a un pequeño ábside, donde estaba la cátedra episcopal (G) para ser confirmados: después revestidos con hábitos blancos, salían del bautisterio recorriendo el pórtico en sentido longitudinal y eran admitidos en la basílica (H) para participar de la eucaristía.
En muchos otros casos de bautisterios descubiertos por las excavaciones arqueológicas, no es siempre posible reconstruir este sugestivo itinerario catecumenal, y nos podemos limitar, a lo sumo, a señalar la variedad de sus tipologías arquitectónicas que a veces asumen también cierto grado de simbolismo místico. Simbolismo que es todavía más acentuado por las decoraciones musivas o por las formas de las pilas bautismales. Estas, más o menos profundas según sirvieran para la inmersión o la infusión, y provistas a veces de instalaciones para traer o sacar el agua, se pueden presentar en forma cuadrada o rectangular evocando así la tumba de Cristo, las cuatro partes del mundo, los cuatro Evangelios o el tetragrama de Yahvé; en los casos de forma de cruz es fuerte la alegoría de la muerte del Redentor, que alude a la muerte del pecado en el neófito; las pilas octogonales y hexagonales proponen un lenguaje sacado del misterio del Ogdoas, el día octavo, el de la Recapitulación y de la Resurrección final.

5. LOS DATOS ARQUEOLOGICOS: LAS INSCRIPCIONES

Las lápidas sepulcrales, latinas y griegas, encontradas en las catacumbas o en los cementerios a cielo abierto proporcionan, también ellas, cierto número de indicaciones relativas a los sacramentos, y de modo especial al bautismo (8). Frecuentes son los casos en que los cristianos quisieron recordar en sus epitafios la propia condición en el seno de la Iglesia.  Para expresar el concepto de haber obtenido el perdón de los pecados mediante el bautismo, el cristiano de los primeros siglos acude a formularios sintéticos, pero incisivos definiéndose natus (nacido), renatus (renacido), luce renobatus (renovado en la luz), o bien usa la locución gratiam accepit (recibió la gracia); más raras las afirmaciones explícitas como bapdiatus-a (bautizado-a). Frecuentes también son los casos en que los cristianos recuerdan haber fallecido poco antes de alcanzar el bautismo, apareciendo entonces en las lápidas los títulos cathecumenus (catecúmeno) o bien candidatus in Christo (candidato a ser cristiano); así como si el cristiano murió apenas obtenido el sacramento, las inscripciones lo recuerdan como neophita (neófito) o neophotistos (recientemente iluminado). Bien explícita, a este respecto, la inscripción (9) de un niño muerto a mediados del siglo V, en la que se recuerda la fecha de nacimiento, el día de Pascua en que recibió el bautismo, el nombre cristiano asumido por el niño y la fecha de la muerte ocurrida en el subsiguiente Domingo in Albis:

“Aquí yace Pascasio, nacido con el nombre de Severo, en los días de Pascua, jueves 4 de abril ... vivió seis años, recibió la gracia el 21 de abril y dejó su blancas vestiduras en el sepulcro en la octava de Pascua”.

También el sacramento de la confirmación es citado por los epígrafes, pero con una incidencia más bien escasa, generalmente con las fórmulas un poco estereotipadas de unctus-a est crismate (fue ungido-a con el crisma) y consignatus-a o bien consecratus-a (fue confirmado). Un sarcófago de Espoleto recuerda a una mujer, neófita, Picentia Legitima consignata a Liberio Papa (Picencia Legítima confirmada por el papa Liberio) que fue pontífice entre el 352 y el 366 (10). Un texto particularmente rico de informaciones acerca de la administración de los sacramentos, lo trae el epígrafe grabado sobre el noble sarcófago de los cónyuges Flavio Julio Catervio y Septimia Severina, encontrado en Tolentino (11); en él, además de las citas del bautismo y la confirmación, se añade el recuerdo del sacramento matrimonial con un formulario entretejido de formas poéticas, impregnadas de una fe radiante en la resurrección.

“El Señor Omnipotente, que con méritos iguales los unió a ustedes en el dulce vínculo del matrimonio, custodia para siempre su sepulcro. Oh Catervio, Severina es feliz por estar unida a ti: puedan ustedes resurgir juntos, con la gracia de Cristo; oh felices ustedes a quienes el sacerdote del Señor, Probiano, lavó con el agua bautismal y ungió con el sacro crisma”.

Las alusiones a la eucaristía, en la epigrafía cristiana, no son muchas, pero tienen un gran valor sobre todo por el fuerte aspecto dogmático que revelan. En la basílica de San Lorenzo en Roma se descubrió un epitafio (12) en el que se afirma que verus in altari cruor est vinum (el vino en el altar es auténtica sangre), evidenciando una explícita alusión al dogma de la transubstanciación. Otras menciones del sacramento eucarístico se pueden encontrar en algunos poemas sepulcrales largos y complicados, redactados en griego. El primero proviene de Autun, Francia.  En este texto (13) cierto Pettorius que coloca el sepulcro para los propios parientes fallecidos, retomando la conocida simbología cristológica paleocristiana del pez, con acentuados toques de lirismo, teje una alabanza eucarística muy conmovedora:

“Recibe el alimento dulce como la miel del Salvador de los Santos, come hambriento, teniendo el ‘pez’ en tus manos. Nútreme, pues, del pez, te ruego, oh Señor Salvador.  Que mi madre descanse en paz, te suplico, oh luz de los muertos. Y tú, oh padre Ascandio, carísimo a mi corazón, con la dilecta madre y mis hermanos, tú que estás en la paz del pez, acuérdate de tu Petorio”.

Igualmente importante es el epígrafe (14) de Abercius, obispo de Frigia, que vivió en el siglo II. Evocando un viaje suyo a Roma, afirma haber sido asiduo en comulgar. En el texto se vuelve a encontrar el mismo simbolismo del pez ya encontrado en la inscripción precedente.

“Cristo me envió a Roma para que contemplara el palacio real ... y en todas partes me preparó como alimento el pez de fuente, grandísimo, puro, que la santa virgen toma y lo entrega a los amigos para que se nutran siempre, teniendo un vino agradable que nos ofrecía mezclado con agua, juntamente con el pan”.

El sentido es bastante claro: a Abercio, en cualquier parte adonde fuera, le era dado como alimento el pez, las carnes divinas, ofrecidas por la Iglesia a los fieles a fin de que se nutran siempre; y tal banquete divino comprendía las especies eucarísticas, vino mezclado con agua y pan, cuerpo y sangre de Cristo. Este último testimonio que nos dejó Abercio, cierra nuestra breve exposición panorámica sobre el catecumenado en la Iglesia de los primeros siglos.
El nos permite despedirnos, estableciendo un sugestivo paralelo entre la llegada de Abercio a Roma, enviado por Cristo, y el camino de todos nosotros los cristianos que, si bien a distancia de siglos, se despliega en la misma ciudad adonde Abercio arribó, siempre bajo la amorosa guía del Divino Maestro. Esa inscripción nos exhorta por lo tanto a perseverar en la Fe, no obstante las mil peregrinaciones que la vida nos impone, y a permanecer constantes en los sacramentos que la comunidad de la Iglesia de Roma, hoy como ayer, nos administra.

BIBLIOGRAFÍA

(1) Sobre la organización del catecumenado ver esencialmente B. CAPELLE, L’introduction du catéchuménat à Rome à la fin du second siècle en RTAM (Recherches de théologie ancienne et médiévale - Louvain) 5 1933 p. 129-154; V. MONACHINO La cura pastorale a Milano, Cartagine e Roma nel secolo IV  Roma 1947; A. TURCK Evangélisation et Catéchèse aux deux premiers siècles París 1962; G. KRETSHMAR Die Geschichte des Taufgottesdienstess in der alten Kirche. Leiturgia, Handbuch des evangelischen Gottesdienstes Kassel 1966; P. RENTINCK La cura pastorale in Antiochia nel IV secolo Roma 1970; V. MONACHINO S. Ambrogio e la cura pastorale a Milano nel secolo IV Milano 1973; I. DANIELOU – R. DU CHARLAT La catechesi nei primi secoli Torino 1982; G. FILORAMO – S. RODA Cristianesimo e società antica  Bari 1992. Para las fuentes literarias antiguas ver AMBROGIO Des Sacrements. Des Mystères. Explication du Symbole. Cuidado del texto, introducción y notas por Bernard Botte en CS ( CS = CSEL Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum) Paris 1961; AGUSTIN De catechizandis rudibus. Texto latino con traducción y notas de Combes y Fragues en BA (Bibliotheca Augustiniana) Paris 1949; CIRILO de JERUSALEN Catéchèse. Traducción de L. Bouvet Namur 1962; DIDACHÉ Instruction des Apôtres. Cuidado del texto e introducción por J. P. Audet Paris 1958; GREGORIO de NISA Discours catéchétique. Cuidado del texto, traducción y notas por L. Meridier en MD (La Maison Dieu) Paris 1908; HIPOLITO La Tradition Apostolique Cuidado del texto, traducción y notas por B. Botte en SC (Sources Chrétiennes) Paris 1953; TERTULIANO Traité du Baptême Texto latino con traducción y comentario de R. F. Refoulé en SC Paris 1952.
(2)
AGUSTIN De catech. 9.
(3)
TRADICION 16.
(4)
JUAN CRISOSTOMO Catech. 1.1.
(5) AGUSTIN De catech. 1.
(6)
AGUSTIN De catech. 19.
(7)
Para los testimonios arqueológicos ver P. TESTINI Archeologia cristiana Bari 1980; para los bautisterios en particular ver A. KHATCILATRIAN Les baptistères paléochretiens Paris 1962; B. GABRICEVIC Piscine battesimali cruciformi scoperte recentemente in Dalmazia en Akten des VII Internationalen Kongress für histliche Archäologie Città del Vaticano – Berlin 1969 p. 539 ss. ; I. NIKOLAJEVIC Les baptistères paléochretiens en  Zbornik radova visantoloskog Instituta 9 1966 p. 223 ss. Para la iconografía ver A. MARTIMORT L’iconographie des catacombes et la catéchèse antique en Rivista di Archeologia Cristiana 25 1949 p. 105-114; G. BELVEDERI La catechesi di S. Pietro Città del Vaticano 1950; L. DE BRUYNE L’initiation chrétienne et ses effects dans l’art paléochretien en VR 36 1962 P. 27-85.
(8) Para los formularios epigráficos relativos a las testificaciones sacramentales y al catecumenado en particular ver P. TESTINI Archeologia cristiana  Bari 1980 p. 416-428. Ver además C. CARLETTI Iscrizioni cristiane a Roma. Testimonianze di vita cristiana (secoli III-VII) Firenze 1986, en particular p. 85-102.
(9) ILCV (Inscriptiones Latinae Christianae Veteres) 1541.
(10) ILCV 965.
(11) ILCV 98 b.
(12)
Nuovo Bullettino di Archeologia Cristiana 1921 p. 106.
(13) Ver M. GUARDUCCI Nuove osservazioni sull’iscrizione eucaristica di     Pektorios en Rendiconti della Pontificia Accademia Romana di Archeologia 1947-49 p. 243 ss.
(14) Ver A. FERRUA  Nuove osservazioni sull’epitaffio di Abercio en Rivista di Archeologia Cristiana  1943 p. 279 ss; A. FERRUA – D. BALBONI Epitaphium Abercii Fano 1953.

(El presente artículo, por gentil concesión del Autor y del Editor, está entresacado de la revista “Catechisti nella città”, Roma, 1995, p. 3-11)