ORACIÓN, ESPERANZA, DEVOCIONES


     En los cementerios subterráneos, además, encontramos numerosos signos que nos manifiestan tantos aspectos de la espiritualidad de los primeros cristianos. Uno de los temas más a menudo recurrentes es representado por la oración. Esta era realizada con un ademán significativo, que todavía ahora se conserva en los ademanes litúrgicos del celebrante: extender los brazos hacia el cielo, para ofrecer a Dios la súplica y para aguardar Su gracia. Es, en efecto, un ademán doble, de oferta y de recepción. No es, sin embargo, un ademán de origen cristiano. El famoso Orante de Berlín, estatua conservada justamente en el museo de esa ciudad, representa a un hombre completamente desnudo que levanta los brazos y los ojos al cielo, en el ademán de la oración.

     A mediados del III siglo los cristianos de Roma debieron afrontar la espantosa persecución de Decio. No solo hubo una masa de gente que por miedo renegó de la fe, sino que en cierto momento el mismo papa Fabián y sus siete diáconos, es decir, casi todos los que gobernaban a la Iglesia, fueron asesinados. Apenas siete años más tarde, con la persecución de Aureliano, ocurrió lo mismo. Primero el papa Sixto II (en el 258) sorprendido en una catacumba y asesinado ahí mismo juntamente con cuatro diáconos; en seguida después, otros dos diáconos, asesinados y sepultados en el cementerio de Pretextato. Quedaba tan solo Lorenzo para gobernar a la Iglesia.

También él fue asesinado algún día después. Lo más espantoso en esos terribles días fue el número extraordinario de lapsi, es decir, de aquellos que por miedo habían renegado de la fe. Sabemos por las cartas de Cipriano, asesinado también él en setiembre del año 258, que fue este un momento muy feo para la Iglesia de Roma y por lo tanto también para la del Transtíber.

     Un pintor de esos años pintó una barca que está por hundirse. Pareciera que todo está acabado: el palo mayor roto, las velas desgarradas, pero el hombre está con los brazos levantados y tranquilo. Su ademán expresa serenidad. Desde lo alto, en efecto, aparece Dios que le pone una mano sobre la cabeza. Alrededor hay náufragos. Pero él tiene la seguridad compartida por todos los cristianos: no obstante la situación espantosa, la esperanza prevalecerá. Las pinturas en las catacumbas nos revelan siempre la mentalidad de los cristianos, sus devociones, sus creencias.

     Para los habitantes del Transtíber era importante María. La dedicación de la basílica de Santa María a la Virgen se remonta al siglo VI; por cierto, es anterior a Santa María Antigua; probablemente es posterior a Santa María Mayor , que se remonta al año 432. Algunas pinturas en las catacumbas revelan cómo estaba difundida esta devoción a la Virgen. En un famoso fresco de la catacumba de Priscila está representada la Virgen con el Niño y el profeta que señala una estrella para significar la realización de la profecía de Balaam ("Cuando aparezca la estrella, de una virgen nacerá el Salvador"). Y probablemente el profeta que señala la estrella es el mismo Balaam. Algunos estudiosos piensan que es Isaías quien proclama la realización de la profecía relativa a la maternidad de una virgen.

     También la adoración de los Magos es una escena que se repite muy a menudo en las catacumbas. Los Magos, en las pinturas antiguas, no siempre son tres; a veces son cuatro; otras veces, dos. En el Evangelio no se dice que fueran tres: se habla de tres regalos, no de tres personas: tres regalos, bien podían ser presentados por cuatro o dos o cinco sujetos. En las representaciones más antiguas, hay que advertirlo, no existe para nada el pesebre, la cuna con el buey y el asno. Es esta una escena más tardía, que aparece en algún sarcófago ya en el siglo IV, mientras que en la pintura hay un solo ejemplo en la catacumba de San Sebastián. La preferencia otorgada a los Magos se explica justamente por el hecho de que los cristianos de Roma provenían del mundo pagano, idolátrico.

     La Virgen pintada en un fresco del Cementerio Mayor, la única Virgen orante que tenemos, le reza a su Niño, pidiéndole una gracia.

 

(Umberto Fasola)