HABITAR LA ETERNIDAD


     Los cristianos, como se decía, vivían igual que todos. Pero hay un punto que de manera particularmente evidente los diferencia de los demás, y es la concepción de la muerte y de la vida más allá de la muerte. Desde fines del siglo II, fue justamente la concepción de la muerte y del más allá lo que los impulsó a distinguirse resueltamente de las costumbres de los paganos, que hasta entonces también los cristianos habían seguido. En todo y por todo los cristianos aceptaban la vida de los paganos, cumplían su deber de soldados, de comerciantes, de esclavos. Pero ante el concepto de la muerte se sintieron demasiado diversos. Hasta fines del siglo II, para los cristianos no había sido un problema el ser sepultados juntamente con los paganos en áreas comunes. El mismo san Pedro, como se sabe, fue sepultado a pocos metros de distancia de tumbas paganas, e igualmente san Pablo en la Vía Ostiense. Pero a fines del siglo II los cristianos quisieron aislarse en las prácticas funerarias y separaron sus cementerios de los de los paganos. ¿Por qué?

     El concepto pagano de la muerte era frío, desesperante: el pagano sabía que existía la supervivencia y creía en la misma, pero para él era una supervivencia sin sentido. En efecto, para el paganismo el alma sobrevivía en los Campos Elíseos o en otros ambientes ultraterrenos, pero solo hasta tanto fuera recordada. No bien el difunto fuera olvidado, sería absorbido en la masa amorfa, sin sentido y carente de personalidad, de los dioses Manes. Es por esto, como fácilmente se puede observar, que las tumbas paganas se hallan todas a lo largo de las vías consulares. Sus restos están alineados por kilómetros a lo largo de esas carreteras (particularmente, de la Vía Apia) en gran evidencia, precisamente porque los titulares de las tumbas querían hacerse recordar: sabían que hasta tanto hubiera alguno que los viera, leyera sus nombres, pensara en ellos, viera su imagen, ellos sobrevivirían.

Terminado el recuerdo, todo estaba terminado. Es por esto que hacían testamentos con legados aun muy costosos, para obligar a recordarlos. Tenemos textos conservados en las inscripciones donde se recuerda que los propietarios de los sepulcros dejaron gruesas sumas de dinero a los libertos a fin de que cada año, en el aniversario de su muerte, fueran a encender una lamparilla sobre su tumba u ofrecieran un sacrificio: todo para ser recordados. Para poner un solo ejemplo de gran sepulcro que atraía la atención de los vivientes, baste mencionar la tumba de Cecilia sobre la Vía Apia. Para los cristianos todo esto no tenía sentido: creían seriamente en la otra vida, pero no de manera tan desesperante, tan fría. Por tal motivo querían crearse áreas cementeriales propias y distintas. Construyeron así los koimeteria, término que significa literalmente "dormitorios". Esta palabra era para los paganos del todo incomprensible. Ellos, en efecto, no comprendían para nada este término aplicado a las áreas funerarias. Así, en el edicto de confiscación del emperador Valeriano en el 257, que nos es referido por Eusebio de Cesarea, se dice que sean confiscados a los cristianos los bienes y lugares de reunión (aquí en el Transtíber fueron evidentemente confiscados los "títulos" de Calixto, Crisógono y Cecilia) que pertenecían a la comunidad. Además de estos bienes, fueron confiscados también los así llamados koimeteria, "dormitorios". Los romanos no entendían qué significaba esto. Para un pagano, en efecto, "dormitorio" era la pieza donde uno se acuesta por la noche y se levanta por la mañana. Para el cristiano era una palabra que lo indicaba todo: se va a dormir para ser despertado; la muerte no es el fin, sino el lugar donde se reposa; y hay un despertar seguro.

     Encontramos aquí conceptos con los cuales los cristianos pensaban en la muerte y los volvemos a encontrar en las catacumbas: por ejemplo, el concepto de Depositio. Las lápidas con la palabra Depósitus, a veces abreviada (depo, Dep o solo D) se cualifican en seguida como cristianas. En efecto, Depositio es un término jurídico, usado por los abogados, que quería decir "se da en depósito": los muertos eran confiados a la tierra como granos de trigo, para ser devueltos luego en las mieses futuras. Es, este, un concepto que los paganos no tenían.

     Por todos estos motivos, por una teología de la muerte tan diferente de la de los paganos, los cristianos quisieron aislarse y crear sus propios cementerios. Lo mismo pasó con los judíos, pero solo posteriormente.

     Las excavaciones en Villa Torlonia han demostrado con seguridad que las catacumbas hebraicas fueron creadas por lo menos 50-60 años después de las cristianas. Son los judíos quienes en este tipo de sepultura imitaron a los cristianos.

     Esta concepción cristiana de la muerte, o mejor dicho, este mundo de los muertos que es sentido como viviente, nos hace entrar en la mentalidad de los primeros cristianos, de los habitantes del Transtíber de entonces: externamente eran alfareros, molineros, changadores, soldados, pescaderos, barqueros, etc., como todos los demás (sabemos incluso que eran apreciados por sus conciudadanos como gente que sabía cumplir con su deber). Pero en lo íntimo de su conciencia tenían algo profundamente diverso de los demás.

     En el Cementerio Mayor sobre la Vía Nomentana se encontró una hermosa inscripción cristiana: externamente es una pequeña lápida de mármol que no presenta características particulares, pero por los conceptos que expresa yo la considero uno de los hallazgos más bellos. Se habla ahí de un siciliano fallecido en Roma, el cual quiso recordar en griego, con estas brevísimas palabras, su concepción de la vida: "He vivido como debajo de una tienda (es decir, he vivido provisoriamente) por cuarenta años; ahora habito la eternidad".

Encontramos aquí toda la diferencia en la concepción de la vida entre los cristianos y los paganos. Para los primeros se trataba de entender el presente como un vivir provisoriamente para ir hacia la verdadera habitación, la verdadera morada; para los paganos la vida tenía un sentido cerrado: la muerte, en efecto, era el fin. En cambio, el momento trágico de la muerte venía a ser para los cristianos el ingreso a un ambiente gozoso. Jesús lo compara con la fiesta de bodas. Es por esto que los cristianos en sus tumbas pintan rosas, aves, mariposas; en las decoraciones de las catacumbas, a menudo se vuelve a hallar pintado este ambiente alegre, sereno, con símbolos que expresan serenidad y tranquilidad.


De: Umberto Fasola, Le origini cristiane a Trastevere, Fratelli Palombi Editori, Roma, 1981, pp. 61. Por gentil concesión de los Editores.

Nota sobre el autor: Umberto Fasola (+ 1989), padre Servita, se graduó en Sagrada Teología, en Arqueología Cristiana, en Letras y Filosofía. Fue Profesor de Topografía cementerial de Roma Cristiana, Rector del Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, Secretario de la Pontificia Comisión de Arqueología Sacra, Curator del Collegium Cultorum Martyrum. Descubrió y estudió diversas catacumbas, entre las cuales el Coemeterium Majus sobre la Vía Nomentana. Escribió muchos libros y artículos de Arqueología.