IGLESIA DE LOS MÁRTIRES
Las persecuciones y sus causas


Giovanni Del Col, director de las Catacumbas de San Calixto

Importancia de las Catacumbas
Después de visitar virtual o realmente las catacumbas cristianas de Roma, de leer libros y de ver videos acerca de ellas, surge espontáneo preguntarse: ¿Cuál es la importancia de las catacumbas cristianas de Roma desde el punto de vista histórico-arqueológico y desde el religioso -espiritual?

La primera y más inmediata impresión es que las catacumbas son la prueba histórica de que la Iglesia de los orígenes fue una Iglesia de mártires. Los mártires fueron numerosísimos y las catacumbas guardan su testimonio.

En este bosquejo nos proponemos profundizar el argumento sobre el número de los mártires romanos, sobre el significado y valor del martirio, sobre las causas de las persecuciones y sobre su desarrollo.

Otro aspecto de la importancia de las catacumbas es su testimonio sobre la vida de la Iglesia primitiva , sobre la continuidad de nuestra fe con la de los primeros siglos, sobre su espiritualidad y sobre el atractivo ejercido por las catacumbas sobre los cristianos en el curso de los siglos.

1. ¿Cuántos fueron los mártires?

No conocemos su número exacto. Los historiadores consideran que fueron aproximadamente algunos miles. Las Actas de los Mártires, que son los protocolos judiciarios de los procesos contra los cristianos, nos han conservado el recuerdo de tantos mártires, pero no podemos sacar de ellas una lista completa de estos.

Según Tácito, en la gran persecución desencadenada por Nerón, ellos fueron una ingens multitudo, una ingente multitud. San Clemente Romano habla de «una gran multitud de elegidos». El martirologio jeronimiano enumera nada menos que 979. Posteriormente San Cipriano escribirá que «el pueblo de los mártires fue incalculable» (martyrum innumerabilis populus). Más que en los escritores cristianos de esos tiempos encontramos el testimonio de los mártires en las catacumbas, a las que estaba ligado el culto mismo de los mártires.

Vamos a aludir aquí brevemente a los mártires más conocidos de las catacumbas romanas abiertas al público.

En la sola catacumba de San Calixto fueron sepultados 46 mártires, conocidos por su nombre. Entre estos, los papas mártires Ceferino, Ponciano, Fabián, Sixto II, Eusebio, Cornelio; los cuatro diáconos del papa Sixto II, Santa Cecilia, Santa Soteris, Marcos y Marceliano, Calócero y Partenio, Cereal y Salustia, San Tarcisio, etc.

En Domitila: los mártires Nereo y Aquileo; en San Sebastián: el mismo titular de la catacumba y San Máximo; en Priscila: los mártires Félix y Felipe, el papa Marcelino, Prisca, Pablo, Mauro, Simetrio y muchos compañeros de estos; en Santa Inés: la mártir niña y Santa Emerenciana.

También las otras catacumbas, situadas a lo largo de las vías consulares, guardan el recuerdo de numerosos mártires. A los mártires conocidos por su propio nombre y venerados en la Iglesia de los primeros siglos hemos de añadir el número, por cierto mucho mayor, de los mártires desconocidos que fueron sepultados en las catacumbas.

Los mártires pertenecen a toda categoría de edad, sexo, extracción social, profesión y cultura. Ellos vienen a ser modelos para los cristianos de todo tiempo y lugar. Son los testigos de una fe invencible, de una fidelidad total a Cristo confirmada con el ofrecimiento de la propia vida.

2. Significado y valor del martirio

El tema de los mártires nos hace reflexionar sobre el significado y el valor del martirio. «Mártir», del griego mártyr, quiere decir «testigo» e indica a quien se sacrifica y sufre o muere por un ideal o por una misión. El término fue aplicado precisamente a los cristianos de los primeros siglos que afrontaron persecución y muerte en defensa de la fe.

La Iglesia de los orígenes tuvo tantos mártires que mereció el título de «Iglesia de los mártires» y esos siglos de persecución fueron llamados «la era de los mártires» (Aera Martyrum).

El papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente puso fuertemente de relieve la importancia y el valor ecuménico del martirio en la Iglesia de los orígenes, como también en la Iglesia de nuestro tiempo: «La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires: Sanguis martyrum, semen christianorum (Tertuliano). Los acontecimientos históricos relacionados con la figura de Constantino el Grande, nunca hubieran podido garantizar un desarrollo de la Iglesia como el que se verificó en el primer milenio, si no hubiera sido por esa siembra de mártires y por ese patrimonio de santidad que caracterizaron a las primeras generaciones cristianas.

Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones respecto a los creyentes -sacerdotes, religiosos y laicos- han realizado una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. El testimonio rendido a Cristo hasta el derramamiento de sangre se ha tornado patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes, como ya lo destacaba Pablo VI en la homilía con motivo de la canonización de los mártires de Uganda.

Es un testimonio que no se ha de olvidar. La Iglesia de los primeros siglos, si bien encontrando notables dificultades organizativas, se preocupó por consignar en apropiados martirologios el testimonio de los mártires. Tales martirologios han sido actualizados constantemente a lo largo de los siglos... «En nuestro siglo han regresado los mártires, a menudo desconocidos, casi 'milites ignoti' de la gran causa de Dios ... Es necesario que las Iglesias locales hagan lo posible para no dejar perecer la memoria de cuantos han padecido el martirio... Esto no puede no constituir también un respiro y una elocuencia ecuménica. El ecumenismo de los santos, de los mártires, es quizás el más convincente» (n. 37).

3. Las persecuciones y sus causas

Dejando a los estudiosos la presentación histórica de este período glorioso de la difusión del cristianismo, nos limitamos aquí a registrar brevemente las varias persecuciones con sus responsables. Los textos de historia de la Iglesia, como los específicos sobre las persecuciones, traen amplias bibliografías a las cuales remitimos para un estudio profundizado del argumento en cuestión.

Desde su origen el cristianismo se difundió rápidamente en todo el imperio romano, ejerciendo una fascinación irresistible en toda clase social. Proponía, en efecto, un estilo de vida nuevo, fundado en la libertad y el amor: un estilo que se diferencia radicalmente de aquel de la sociedad y la religión romana.

En la sección sobre «Los cristianos del tiempo de las persecuciones en la defensa de los Apologistas», hemos visto que la religión cristiana fue totalmente rechazada por los romanos, legalmente proscrita como «rara, ilícita, perniciosa, malvada, desenfrenada, nueva y maléfica, oscura y enemiga de la luz, detestable» y perseguida, aunque no de manera continua y general.

¿Cómo es posible que la religión por excelencia de la justicia y del amor haya sido juzgada tan duramente y perseguida tanto por los emperadores y la autoridad política como también por la gente común, los paganos que convivían con los cristianos?

Los primeros siglos del cristianismo señalan el paso de la civilización romana pagana a la civilización cristiana. Las dos civilizaciones se presentan antitéticas en sus principios, exigencias y justificaciones. El proceso de transición se verifica a través de alternas vicisitudes que provocan choques y resistencias en los órganos de gobierno politico, en el emperador y en el senado, como asimismo en las mismas masas populares. Las persecuciones son, en verdad, la manifestación de la lucha del mundo pagano contra la religión cristiana.

La religión cristiana es una religión nueva, supranacional, universal, liberadora. Sus principios afectan toda la vida del hombre y de la sociedad. Los cristianos, en efecto, sancionan la indisolubilidad del matrimonio y exaltan la fidelidad conyugal y el valor de la virginidad; rinden culto al único Dios, rechazando cualquier otra divinidad; afirman el principio de la libertad y dignidad de todo hombre, rehusando toda forma de explotación del prójimo, en particular la esclavitud que constituía el necesario soporte de la sociedad romana; difunden la doctrina de la inmortalidad del alma y de la vida futura, más allá de la muerte; practican una moral severa, y despliegan una intensa obra caritativa, especialmente hacia los necesitados y los esclavos, suscitando el reconocimiento y la admiración de los mismos adversarios paganos.

Todos estos principios de libertad, igualdad, justicia, caridad son valores insólitos y en parte desconocidos e incomprensibles para el modo de pensar y de vivir pagano.
La filosofía y la cultura pagana manifiestan desprecio hacia la religión cristiana, juzgada religión de bárbaros y de ignorantes. Para confutar la injusticia de las persecuciones y la incomprensión de la cultura pagana, los Apologistas escriben las defensas de la inocencia de los cristianos, de su fidelidad a las leyes y al emperador y de su participación activa en la vida de la sociedad romana y afirman el valor de la doctrina y del ideal de vida de los cristianos, o sea, en sustancia, la superioridad de la religión cristiana sobre la pagana.

Una de las causas principales de las persecuciones fue precisamente el contraste entre las dos religiones pagana y cristiana. La religión cristiana fue por tanto considerada como el enemigo más peligroso del imperio, porque obstaculizaba la restauración de las tradiciones y del poder de Roma, basado en la antigua religión y en el culto al emperador, instrumento y símbolo de la unidad del imperio.

Las persecuciones tienen, pues, una motivación religioso-política. La religión cristiana es nueva y revolucionaria; rechaza la religión tradicional de Roma. Por esto el gobierno romano, generalmente tan abierto y tolerante hacia las religiones extranjeras, se mostró a menudo hostil e intransigente hacia la religión cristiana, debido a la diferencia radical entre la religión cristiana y las otras religiones.

Las otras religiones, además, eran consideradas sustancialmente como un asunto privado, sin trascendencia social y política. Ellas, en efecto, se avinieron a la componenda adaptándose al culto oficial del emperador. La religión cristiana, en cambio, lo rehusaba decididamente, porque habría constituido un acto de impiedad, una negación de Dios.

Segun muchos estudiosos, el fundamento jurídico de las persecuciones es el senadoconsulto del año 35, cuando el emperador Tiberio propuso al senado de Roma la consecratio Christi, es decir, el reconocimiento de la divinidad de Cristo y en consecuencia la legitimidad de su culto. El senado romano desechó la propuesta y declaró la religión cristiana «illicita». «Non licet esse christianos», no es lícito ser cristianos. Con su «veto» Tiberio se opuso a la aplicación del decreto del senado.

El decreto quedó sin efecto hasta Nerón, quien para librarse de la acusación de haber incendiado a Roma, les echó la culpa a los cristianos, acusándolos de praticar una religión nueva y maléfica.

Acerca de los cristianos fueron esparcidas entre la gente menuda las calumnias más fantasiosas e infamantes, que fomentaron contra ellos el odio y el furor popular. Son los flagitia, las infamias vergonzosas atribuidas a los cristianos, prácticas atroces y obscenas, contrarias a la moral y a la seguridad del Estado.

Tergiversando monstruosamente la cena eucarística, se acusó a los cristianos de canibalismo e infanticidio; se los acusó de incesto por la costumbre de llamarse hermanos y hermanas y de darse el beso de paz; de ateísmo e impiedad porque no admitían el culto tradicional a los dioses de Roma; de crimen de lesa majestad (crimen maiestatis), porque no ofrecían sacrificios al emperador; de asociación secreta e ilegal, peligrosa para el imperio; de odio contra el género humano, porque considerados la causa de las públicas calamidades, como la peste, las inundaciones, la carestía, las invasiones barbáricas. De hecho, los cristianos se negaban a participar de las celebraciones religiosas en honor de los dioses para aplacar su maldición.

Para comprender el dinamismo de las persecuciones hay que tener presente la actitud hostil de las masas populares, también si la actitud del gobierno romano hacia los cristianos fue, por lo general, tolerante y a veces benévola.

3. Storia delle persecuzioni

Le persecuzioni sono un argomento di studio vasto e complesso, con molti aspetti politici e religiosi che investirono sia la classe dirigente (imperatore, senato, governatori delle province romane), sia gli stessi cittadini. Le persecuzioni costituiscono la difesa a oltranza, in parte utopistica, di un ordine giuridico incapace ormai di garantire la pax romana, la sicurezza e il benessere delle popolazioni dell'impero.

Quante furono le persecuzioni e per quanto tempo durarono?

Fin dall'inizio, al messianismo politicamente rivoluzionario e apertamente antiromano dei Giudei, ì cristiani opposero un messianismo senza implicazioni politiche e pacifico; per questo gli organi di governo romani furono neutrali o addirittura benevoli nei confronti della nuova religione, che trovava ascolto e simpatia persino in ambienti della classe dirigente.

La svolta decisiva avvenne durante il regno di Nerone (54-68), che accusò i cristiani dell'incendio di Roma, incriminandoli come membri di una "superstitio illicita", formula che richiama la dichiarazione del Senato -consulto dei 35. Pare che questa fosse in sostanza la giustificazione giuridica di tutte le persecuzioni, anche se si aggiunsero altre motivazioni politiche e religiose.

La prima grande persecuzione durò quattro anni, dall'incendio di Roma dei 19 luglio 64 al 9 giugno 68, morte di Nerone.

Seguì un periodo di circa trent'anni di completa tranquillità. Domiziano (81-96), che aveva accentuato il culto dell'imperatore, negli ultimi due anni dì vita scatenò un breve persecuzione.
Nel secondo secolo scoppiò una nuova persecuzione sotto Traiano (98-117), per il divieto di costituire società non permesse (le "eterie").La quarta grande persecuzione avvenne al tempo dell'imperatore Marco Aurelio (161-180), quando l'impero fu funestato da carestie e pestilenze e minacciato dai barbari. Di tutte queste calamità furono accusati i cristiani.

All'inizio del terzo secolo, sotto Settimio Severo (193-21 1) ci furono altri fenomeni di persecuzione scatenati dal furore popolare contro i cristiani dichiarati nemici pubblici e accusati di lesa maestà. Non sembra tuttavia che l'imperatore abbia mai pubblicato un editto di persecuzione.

Una persecuzione più di natura politico- personale che religiosa fu poi ordinata da Massimino Trace (235-238), che infierì contro i sostenitori, tra cui molti cristiani, del suo predecessore Alessandro Severo.

Nel 244 assunse il potere imperiale il cristiano M. Giulio Filippo (244-249) che nei cinque anni di regno si oppose decisamente agli ambienti più intransigenti dei paganesimo e al fanatismo delle folle. Per questo fu da loro odiato e disprezzato come un traditore della religione e della tradizione pagana.

Il suo avversario Decio (249-251) praticò infatti una politica di restaurazione dell'antica religione nazionale romana. Con un editto del 249-50 ordinò a tutti i sudditi dell'impero di offrire pubblicamente un sacrificio propiziatorio ("una supplicatio") agli dei della patria. Una delle prime vittime fu il papa Fabiano. La persecuzione fu breve, ma intensissima e generale.

Il successore di Decio, Treboniano Gallo (251-253), in occasione di una nuova grave pestilenza che devastò tutto l'impero, ordinò sacrifici espiatori (holocausta), ai quali i cristiani non poterono partecipare, scatenando così ancora una volta, come reazione, l'odio e il furore del popolo.

Al tempo di Valeriano (253-260) la persecuzione, da individuale e limitata a determinate regioni, divenne collettiva e generale; cioè il cristianesimo fu perseguitato in tutto l'impero come chiesa, come gerarchia, come struttura. Fu imposta la chiusura degli edifici sacri, la confisca dei cimiteri (editto del 257), la pena di morte per i capi religiosi (vescovi, preti e diaconi); la perdita della dignità e la confisca dei beni per tutti gli altri cristiani (editto del 258).
L'anno seguente la persecuzione cessò sostanzialmente con la cattura dell'imperatore nella guerra persiana (259). La persecuzione fu ripresa in forma violenta e generalizzata da Diocleziano e Galerio agli inizi del IV secolo con gli editti dei 303 e 304, che imponevano la distruzione delle chiese, la consegna dei libri sacri e l'ordine a tutti i cristiani di sacrificare agli dei, pena la condanna a morte.

Con l'editto di tolleranza del 311 e l'editto di Milano del 313 cessarono le persecuzioni e furono concesse alla Chiesa piena libertà di culto e di riunione e la restituzione dei beni ecclesiastici confiscati. La religione cristiana fu così apertamente riconosciuta come "religio licita", ma sarà solo nel 394 che l'imperatore Teodosio I obbligherà il Senato a decretare l'abolizione del paganesimo in tutte le sue forme e da quel momento il Cristianesimo diventa la religione ufficiale dell'impero romano.

4. La vita della Chiesa delle origini testimoniata dalle Catacombe.

Le catacombe ci fanno rivivere la vita della primitiva Roma cristiana. E' vero che le catacombe sono soltanto dei cimiteri, ma esse ci parlano con la testimonianza storica di un patrimonio ricchissimo di pitture, sculture, iscrizioni che illustrano gli usi, i costumi, la vita degli antichi cristiani, la loro cultura, la loro fede. Infatti ogni comunità che vive, necessariamente si esprime e traduce la propria fede in documenti scritti o visivi. I cimiteri, in molte civiltà, sono luoghi dove si "oggettiva" l'interpretazione della vita e della morte. Così, per esempio, la maggior parte di quello che conosciamo della cultura egiziana proviene dalle tombe.

Le catacombe non raccontano solo la storia delle persecuzioni, l'olocausto e il culto dei martiri; presentano anche con chiarezza la fede della Chiesa apostolica e dei primi secoli. La visita alle tombe degli Apostoli e alle catacombe, memoriale dei martiri, è un ritorno alle radici, alle sorgenti antiche della fede e della vita della Chiesa dei primi secoli. Le catacombe ne sono la testimonianza storica. Esse sono state giustamente definite "la culla del cristianesimo e l'archivio della Chiesa delle origini" (0. Marchi).
sezione "La spiritualità delle catacombe' é evidenziata la continuità della nostra fede con la fede della Chiesa primitiva, soprattutto nella centralità di Cristo.

La spiritualità delle Catacombe è cristocentrica, sacramentale, sociale, escatologica, biblica, nuova e trasformatrice. Essa non è solo una documentazione della fede della Chiesa primitiva, ma è uno stimolo forte a rinnovare personalmente la fede e a testimoniarla nella propria vita.

I pellegrini, che ogni giorno visitano le catacombe, ne colgono il valore apologetico e ritengono la visita una vera esperienza spirituale. Sono soprattutto i giovani che scoprono il valore religioso delle catacombe. "Le catacombe non mi erano mai piaciute... ora mi mancano". "Di tutti i centri religiosi che abbiamo visto, incluse le grandi basiliche, le catacombe hanno avuto su di noi l'impatto maggiore. La purezza di fede dei primi cristiani, l'offerta totale della loro vita ci ha umiliati... Ci eravamo immaginati un luogo buio e repellente; abbiamo trovato un luogo che irraggia pace e grazia". "La visita ci ha offerto una vera e propria lezione di vita".

"Ricorderò le catacombe come la cosa più bella della mia vita". "Sono la cosa più bella che abbia mai visitato". "Alle catacombe ho capito bene tutto il coraggio e l'amore dei Martiri. Nelle cripte dei Papi e di Santa Cecilia ho capito che di fronte al coraggio di quegli uomini e donne tutto quello di cui noi siamo capaci e proprio niente...".

Le catacombe svelano l'intimo segreto della spiritualità della Chiesa dei primi secoli nella sua giovinezza di conquista e di martirio. Questo è il motivo per cui fin dall'inizio si sviluppò il culto dei martiri. 1 cristiani sentirono il bisogno di radunarsi presso le loro tombe per festeggiare la ricorrenza del martirio e invocare la protezione di quei gloriosi campioni della fede.

Milioni di visitatori da ogni parte del mondo, nel corso dei secoli, hanno compiuto il pellegrinaggio alle catacombe cristiane di Roma accolti dai martiri della Chiesa e dagli innumere- voli cristiani che hanno testimoniato la loro fede nella vita di ogni giorno. E' interessante notare che molti pellegrini hanno anche firmato la visita, incidendo nell'intonaco delle pareti il loro nome e, talvolta, frasi di invocazione per ottenere la protezione dei martiri stessi. Sono i graffiti che si vedono numerosi vicino alle tombe dei martiri.

1 pellegrini vengono da ogni contrada dell'impero, dall'Oriente vescovi illustri come Ignazio di Antiochia, Policarpo di Smirne, Abercio di Gerapoli e semplici fedeli, perché tutti - al dire di S. Giovanni Crisostomo - "guardano a Roma con i suoi due luminari Pietro e Paolo, i cui raggi rischiarano il mondo".

Dai paesi occidentali arrivano pellegrini, fin dalla lontana Irlanda. Sull'esempio di S. Patrizio (5º sec.), che fu creato da Papa Leone primate di quella nazione, schiere di pellegrini affrontano a piedi un viaggio lungo, faticoso e rischioso. Anche dagli altri paesi il flusso dei pellegrini è notevole e costante. Ricordiamo che dai paesi nordici sono soprattutto i missionari apostoli che giungono a Roma per attingere alle tombe sante e dal papa autorità e forza per predicare la fede, riportando talora in patria reliquie di martiri e di santi.

Dal primo giubileo del 1300 le Cronache degli Anni Santi registrano la presenza di folle di pellegrini sempre in aumento, che fanno della visita alle catacombe una meta quasi obbligata del loro itinerario di fede e di devozione.

Tra i pellegrini meritano particolare menzione quelli divenuti santi, come S. Brigida di Svezia ( 14º sec.), S. Filippo Neri e S. Carlo Borromeo (16º sec.), S. Giovanni Bosco, S. Teresa di Gesù Bambino e S. Maria Mazzarello. Commuove pure vedere nei registri di S. Callisto le firme dei moderni testimoni della fede, come il Card. Giuseppe Slipy, martire dell'Ucraina e il card. Giuseppe Mindzenty, primate d'Ungheria.

Il card. Slipy era stato condannato ai lavori forzati in Siberia, nel durissimo carcere di Mordavia, da dove fu liberato per interessamento di papa Giovanni nel 1963.Venuto a Roma visitò le catacombe di S. Callisto, scrivendo che lo faceva "post quadraginta annos miraculosae liberationis" "dopo 40 anni di una miracolosa liberazione".

I 40 anni risalgono agli inizi degli anni 20, quando i comunisti assunsero il controllo dell'Ucraina che divenne Repubblica Sovietica Socialista. "Ho dovuto soffrire - spiegò il Cardinale - di essere arrestato di notte, tribunali segreti, interrogatori interminabili, sorveglianza continua, maltrattamenti morali e fisici, umiliazioni, tortura e fame. Mi sono trovato davanti a inquisitori e giudici perfidi, prigioniero inerme, silenzioso testimone che, fisicamente e psicologicamente esausto, difendeva la sua Chiesa, essa stessa silenziosa e condannata a morte. Prigioniero per la causa di Cristo, trovavo la forza sapendo che il mio gregge spirituale, il mio popolo, tutti i Vescovi, sacerdoti e fedeli, padri e madri, bambini, gioventù militante come vecchi inermi, camminavano al mio fianco. Non ero solo". Sembra di leggere una pagina degli Atti dei Martiri!

Il secondo, arrestato nel 1948, dopo inaudite torture e un processo-farsa, era stato condannato all'ergastolo. Dopo gli anni di prigione e il domicilio coatto nell'ambasciata degli USA a Budapest, appena liberato venne a Roma e visitò di nuovo le catacombe, scrivendo sul registro dei Visitatori illustri: "Plenus consolationibus fidei prim. suae Ecclesiae - pieno di consolazioni per la fede della sua Chiesa delle origini".

Schiere di consacrati, personaggi illustri, Re e Regine, Capi di Stato, Autorità civili di ogni rango e di tanti paesi hanno visitato con interesse e con fede le catacombe cristiane di Roma.
Ma i pellegrini più illustri sono stati i Sommi Pontefici e questo fin dai primissima secoli dei Cristianesimo, anzi fin dalle origini stesse delle catacombe. Come non ricordare tra i Papi che hanno amato le Catacombe lo stesso Papa Callisto, scelto ancora diacono da Papa Zeffirino quale amministratore e custode del Cimitero ufficiale della Chiesa, le catacombe che da lui presero il nome? E nel 4º secolo il grande papa S. Damaso, che curò, abbellì e illustrò con splendide iscrizioni latine le catacombe di Roma?

Nei secoli bui delle invasioni barbariche i Pontefici assistettero impotenti alla distruzione sistematica dei monumenti, ai saccheggi e alle ripetute devastazione delle catacombe. All'inizio dei 7º secolo, S. Gregorio Magno esclamava: "Ubique mors, ubique luctus, ubique desolatio, undique percutimur, undique amaritudinibus replemur" "Dovunque la morte, il lutto, le desolazioni; da ogni parte siamo percossi, da ogni parte ripieni di amarezze".

I Papi Paolo I, Adriano I, Leone III e soprattutto Pasquale I furono quindi costretti ad ordinare la traslazione dei corpi dei martiri nelle chiese della città, per motivi di sicurezza, per evitare la loro profanazione: nella sola basilica di S. Prassede il 20 luglio dell'817 furono portati ben 2.300 corpi santi. In seguito molti altri furono portati al Pantheon, già dedicato da Bonifacio IV (608-615) al culto della Vergine col nome di S. Maria ad martyres.

Dopo le clamorose scoperte delle tombe dei martiri a S. Callisto, il papa Pio IX istituì la Commissione di Archeologia Sacra (6-1-1852) e nel 1854 visitò le catacombe di S. Callisto. Con profonda commozione sostò in preghiera nella cripta dei Papi, prendendo in mano i frammenti delle iscrizioni dei suoi predecessori.

Pio XI e Pio XII nel ministero della parola hanno frequenti riferimenti alle catacombe, gemma che rende bella la Chiesa di Roma. Pio XII così si esprimeva: "La Roma cristiana vive di vita indistruttibile; la sua archeologia è l'archeologia della vita e i documenti di vita cristiana nei suoi primordi e nel suo svolgimento storico, dottrinale, artistico, iconografico, epigrafico e liturgico, alimenta la nostra Chiesa".

Giovanni XXIII fu il primo papa dopo Pio IX a visitare le catacombe. Raccontò allora di aver visitato per la prima volta le catacombe di S. Callisto quand'era seminarista al Laterano e gustava le lezioni dell'insigne archeologo Orazio Marucchi. Eletto papa, egli aveva detto: "Voglio venire alle catacombe. Devo venire a pellegrinare e a pregare, come fanno tanti visitatori" e il 19 settembre 1961 il papa poté attuare il suo proposito. La visita - secondo il desiderio del Pontefice - doveva servire di esempio a tutti i fedeli di Roma.

"La storia della Chiesa - disse allora il Papa - è storia di lotta, ma anche storia di trionfi. Noi, persone consacrate, ne siamo a conoscenza più di tutti. Quindi serena fiducia nonostante tutto; Dio è con noi. La Chiesa di oggi trionferà, come ha trionfato la Chiesa delle Catacombe".
A sua volta il Papa Paolo VI volle visitare due insigni santuari dei Martiri Romani: le catacombe di Domitilla e quelle di S. Callisto. A S. Callisto il 12 settembre 1965 sostò lungamente in preghiera nella cripta dei Papi e in quella di S. Cecilia, e raccomandò alle guide di aiutare i pellegrini "a intravedere l'umile splendore della primitiva testimonianza cristiana".

Infine Giovanni Paolo II già da vescovo (1965) era giunto pellegrino presso le tombe dei Martiri. Eletto Papa, volle che con lui anche i giovani romani rinnovassero i sentimenti di fede meditando sulle tombe dei primi cristiani. Il Papa ha confidato che giovane sacerdote aveva letto "Roma sotterranea" del grande archeologo maltese Antonio Bosio (1575-1629) e che riteneva le catacombe una valida testimonianza storica ed apologetica della Chiesa delle origini.

Le catacombe sono i monumenti archeologia più significativi della Roma cristiana dei primi secoli. "Questi monumenti - ha affermato recentemente il papa Giovanni Paolo II, ricevendo, il 7 giugno 1996, i membri della Commissione Archeologica e i Direttori delle Catacombe - rivestono un alto significato storico e spirituale. Visitando questi monumenti, si viene a contatto con suggestive tracce del cristianesimo di primi secoli e si può, per così dire, toccare con mano la fede che animava quelle antiche Comunità cristiane... Come non commuoversi dinanzi alle vestigia, umili, ma così eloquenti di questi primi testimoni della fede?

"Lo sguardo si proietta ora verso lo storico appuntamento del grande Giubileo, durante il quale le catacombe di Roma assurgeranno a luogo privilegiato di preghiera e di pellegrinaggio .. Insieme alle grandi basiliche romane, le catacombe dovranno rappresentare una meta irrinunciabile per i pellegrini dell'Anno Santo"

Già fin d'ora - aveva notato il papa - "le catacombe sono meta significativa di tanti pellegrini che giungono nella Città eterna". Non c'è luogo, infatti, più adatto di questo per riaffermare e testimoniare la propria fede alle soglie del terzo millennio.