Gentileza
de www.capuchinos.cl para la
BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL
REALIZACIÓN
PERSONAL PLENA EN LA VIDA
FIN
U OBJETIVO DE LA CREACIÓN
|
La
gloria de Dios, la magnificación de sus perfecciones. No podemos pensar que
Dios mismo no oriente todo al supremo bien, que es su gloria. Esta se realiza
también en la felicidad y participación de todos los hombres en su perfección.
El hombre no puede por su parte ser perfecto y feliz, sino glorificando a Dios.
Glorificación
divina:
es la existencia real misma del esplendor, perfección y poder absolutos
de Dios; realzados, alabados y adorados en la forma más adecuada por el mayor número
de sus criaturas. De manera que la máxima difusión de su adoración redunda en
su mayor gloria externa y en mejor realización de cuantos conscientemente se la
tributan.
“El
Hijo es el esplendor de la gloria del Padre” (Hb 1, 2).
“Hemos visto su gloria - de Jesucristo -, gloria cual la que un hijo único
recibe de su padre, plenitud de gracia y de lealtad” (Jn 1 ).
(Plenitud de simpatía, acogimiento, comprensión y fidelidad).
Gloria
original del hombre:
fue su propia existencia, participando de la gloria que Dios le
comunicaba. No existe una gloria del hombre adquirida por sí propio, ya que en
él, todo es gracia y la virtud que desarrolla se funda en la buena acogida -
esmerada, abnegada - de la voluntad amorosa de Dios. El prestigio y la
celebridad popular no son gloria valedera, puesto que:
“el
hombre mira la cara, Dios ve el corazón”. “El hombre vale solo cuanto es a
lo ojos de Dios y nada más” (S. Francisco).
“A
los que ven a Dios, su gloria les da la vida...; la participación en la vida de
Dios consiste en su visión y en el disfrute de sus bienes...
La gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión
de Dios” (San Ireneo, Ad Her.
4, 19).
Originalmente
al ser humano, Dios le creó en una condición paradisíaca, gloriosa y real,
“a imagen y semejanza suya. En estado permanente de gracia y santidad
sobrenaturales: ‘Dios se paseaba todas las tardes con Adán por el paraíso’
”. La suerte del primer hombre fue haber sido hecho partícipe por Dios de sus
propias perfecciones para verter sobre él sus beneficios y coronar así su
misma gloria. “Vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gen
1, 31), “no imperaba entonces el infierno en la tierra” (Sab. 1,
13s). La naturaleza humana, por gracia sobrenatural de Dios, gozaba
perfecciones de justicia y santidad, de libre arbitrio, integridad e
inmortalidad, y del supremo destino de la visión divina.
El
drama del pecado original y personal:
consiste en el descarrío del hombre y de la creación bajo su mano, del
bien y perfección que es Dios, y reorientación tras las propias apetencias o
caprichos. Es negar el hombre la soberanía que pertenece a Dios y resistirse a
su destino de perfección y excelencia cual criatura suya; que le hace ser
gloria u orgullo de su Padre. Pecado en que está involucrado el espíritu de
Satanás. Leemos en la Sgrda. Escritura:
“No
comas del árbol de la ciencia del bien y del mal, o de lo contrario morirás
sin remedio” (Gn 2, 17).
Comer
significa desconocer la valoración negativa dada por Dios a aquello; una
reclamación o usurpación de autonomía indebida, querer decidir el hombre por
sí mismo lo que es bueno y lo que es malo. Procurarse uno mismo su destino bajo
la propia valoración y apetencias. Dios infinitamente santo es idéntico a la
norma de la bondad y del bien absolutos. Sólo El tiene la ciencia del bien y
del mal: “no comas de este árbol”. El bien y perfección original del
hombre consistía en permanecer en total dependencia de Dios.
El
pecado original suprimió la perfección de orden sobrenatural que poseía antes
el ser humano, deteriorándole tanto corporal como espiritualmente. Le doblegó
a la ley de morir, a la potestad del diablo, a la pérdida del cielo y a la
muerte eterna; oscureció su intelecto, eliminó su libertad para acceder a los
bienes espirituales, atenuó su libre arbitrio para los bienes terrenos y le
inclinó al pecado, de lo cual le es imposible librarse completamente.
San
Francisco de Asís dramatiza la situación del pecador renegado con el ejemplo
del marido avaro (2Cta.F. 72s)
“Se
enferma el cuerpo, se acerca la muerte, vienen los parientes y amigos diciendo:
- Dispón de tus bienes.
Su
mujer, sus hijos, los parientes y amigos fingen llorar. Y, al mirarlos llorando,
se siente movido por un mal impulso, y, pensándolo entre sí, dice:
Pongo
en vuestras manos mi alma, y mi cuerpo, y todas mis cosas.
Verdaderamente
es maldito este hombre que en tales manos confía y expone su alma, su cuerpo y
todas sus cosas; de ahí que el Señor diga por el profeta: Maldito el hombre
que confía en el hombre (Jer 17, 5).
En
seguida hacen venir al sacerdote y éste le dice: - ¿Quieres recibir la
penitencia de todos tus pecados? Responde: - Lo quiero.
-
¿Quieres satisfacer con tus bienes, en cuanto se pueda, los pecados cometidos y
lo que defraudaste y engañaste a !os demás? Responde: - No.
Y
el sacerdote le dice: - ¿Por qué no? - Porque todo lo he dejado en manos de
los parientes y amigos.
Y
comienza a perder el habla y así muere aquel miserable. Pero sepan todos que,
donde sea y como sea que muere el hombre en pecado mortal sin haber satisfecho,
si, pudiendo satisfacer no satisface, arrebata el diablo el alma de su cuerpo
con tanta angustia y tribulación, que nadie puede conocer sino el que la
padece. Y todos los talentos y el poder y la ciencia que creía tener (cf.
Lc 8, 18), le serán arrebatados (Mc 4, 25).
Y
lega a sus parientes y amigos su herencia, y éstos se la llevarán, se la
repartirán y dirán luego: - Maldita sea su alma pues pudo habernos dado y
ganado más de lo que ganó.
El
cuerpo se lo comen los gusanos. Y así pierde cuerpo y alma en este breve siglo
e irá al infierno, donde será atormentado sin fin”.
El
camino del pecado es claramente, ponerse en el ámbito de la perdición, de la
arrogancia y vanidad, del príncipe de este mundo: Satanás. Ese camino lleva a
entregarse a ilusiones de la gloria de este mundo, a utopías de la pompa, de
las riquezas, de ser triunfador; a la fascinación del éxito, de un desarrollo
ilimitado, al orgullo de la carne, de la supresión de toda miseria y dolor. En
una palabra, al secularismo que considera que Dios ha muerto, que el hombre vale
por sí mismo y que pecado y virtud son cosas indiferentes.
Fin
de mundo, el colmo de toda tragedia y del absurdo
El
desbarajuste de la obra primigenia de Dios - consecuencia del pecado – incluye
la llegada del trabajo fatigoso, del dolor y de la muerte a la existencia de
toda criatura. Pero además de la muerte individual, también, del fin de este
mundo. La terminación un día de todo el fenómeno de lo creado. Mal que espontáneamente
es considerado por quienes padecen mucho y ven que los males aumentan, como el
colmo de los males. Entonces se suele exclamar: “esto es el acabo de mundo
ya”. Bien sabemos que el Señor Jesús nos anunció:
“Después
de aquellos días de tribulación, el sol perderá su brillo, la luna dejará de
dar luz, las estrellas caerán del cielo y el mundo de los astros se desquiciará.
Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; todos los pueblos
de la tierra golpeándose el pecho prorrumpirán en llanto; y verán al Hijo del
Hombre venir sobre las nubes del cielo” (Mt
24, 29s).
Pero,
los males que hemos de resistir y de sobrellevar no son solo de orden físico,
sino incluso de orden moral o espiritual. Es decir la impostura del mal disfrazándose
de bien; el absurdo de la confusión del uno con el otro y aún el señorío del
mal – príncipe de este mundo – y la condena y castigo del bien.
“Antes de la venida de N. S. Jesucristo se manifestará la apostasía, el hombre del pecado, el hijo de la perdición, el adversario, que se revela contra el nombre de Dios y todo lo que es sagrado; e incluso, llegará al extremo de apoderarse del santuario y proclamarse a sí mismo Dios. Por ahora sabemos se le impide, pero entonces se manifestará. Es un hecho que el misterio de la iniquidad ya está en acción” (2Tes 2, 3-7).
EL
MISTERIO DE LA GLORIFICACIÓN DE JESUCRISTO
|
En
Jesucristo el bien ha sido más fuerte que el mal. Dios se ha mostrado en él, más
fuerte que la perdición, Satanás, el infierno. En él nos percatamos que ya no
es tal la ley fatal del señorío del mal sobre la pujanza del bien, aún
presente en este mundo. Que el resbaladero hacia la perdición y las cadenas que
esclavizaron al hombre, por osar “comer del fruto del árbol de la ciencia del
bien y del mal”, han sido rotas, en la persona de Jesucristo. El es Dios
mismo, el bien ontológico, sustancial o por propia naturaleza, y hecho hombre,
ha llevado al bien, en nuestro ámbito terrenal, a que prevaleciese
objetivamente sobre el mal. Ha restituido la preeminencia que el bien poseía en
el designio original, sobre el mal. De modo que, tarde o temprano, el bien tiene
necesariamente que sobreponerse sobre el mal.
Peregrinaje
de Cristo hacia la glorificación
Toda
la vida de Cristo se orienta y se explica en su glorificación.
“Padre,
glorifica a tu Hijo, para que este te glorifique a Ti. Y como si fuera un trueno
se escuchó la voz de Aquel: lo he glorificado ya, y lo volveré a glorificar”
(Mc
). “En
Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col
2, 3). “Digno es el
cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el
honor y la alabanza, a El la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Ap.
).
Nuestra
fe en el señorío de Jesucristo
A
Cristo lo llamamos el Kyrios (Kyrie eleison de la Misa antigua). Kyrios es, Señor,
fórmula de cortesía, pero es radicalmente el dueño, el propietario, el único
Señor, el Señor absoluto.
“Aunque
de hecho se tenga a muchos por dioses y a muchos por señores (Kyrioi), para
nosotros no hay más que un Dios... y un Señor (Kyrios) Jesucristo” (1Cor.
8, 5s).
Adonay
Kyrios =
Dios es el Señor, el amo.
“Nadie
puede decir: Jesús es un condenado, un maldito, hablando con el Espíritu de
Dios, y nadie puede decir Jesús es el Kyrios – el Señor, sino es por el espíritu
Santo” (1Cor 12, 3).
Para
cuantos creen, Cristo vive en la gloria:
“Ciertamente, el Mesías ha resucitado de la muerte, como primer fruto
de los que duermen, pues si un hombre trajo la muerte, también un hombre trajo
la resurrección de los muertos, es decir, lo mismo que por Adán todos mueren,
así por el Mesías todos recibirán la vida, aunque cada uno en su propio
turno; como primer fruto el Mesías, después, el día de su venida, los del Mesías,
luego el resto, cuando entregue el reinado a Dios Padre, cuando haya destruido
toda soberanía, autoridad y poder. Porque su reinado tiene que durar hasta que
ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. Como último enemigo destruirá a la
muerte: pues todo lo ha sometido bajo sus pies (aunque cuando diga: Todo le está,
sometido se exceptuará evidentemente el que le sometió el universo). Y cuando
el universo le quede sometido, entonces también el Hijo se someterá al que se
lo sometió, y Dios lo será todo para todos (1Cor. 15, 20-28).
Cristo,
el Kyrios está presente en el cielo y espiritualmente entre nosotros. Su
reinado y señorío ya se inició, pero aún deben “someterse bajo sus píes
todos sus enemigos”, tiene que “sometérsele la muerte”, tiene que
destruir el pecado, hasta el punto que ‘ya no haya más pecado’.
Misterio
de la glorificación del hombre
Consiste
en la obra de Jesucristo, que inició la restauración del hombre en su destino
primigenio: la gloria de Dios; y abrió las puertas a nuestra plena realización
en la participación de la realeza, perfección y bien divinos. Su
obra actual se efectúa a través del Espíritu Santo y de la Iglesia. El
es el primer hombre que glorifica adecuadamente a Dios y el primero entre estos
en ser glorificado por Aquel. Es el hombre definitivo.
Ahora,
aunque sigue siendo disyuntiva para el hombre el camino del bien o del mal; el
mal perdió ya su fuerza fatal, avasalladora, desde el momento que Cristo brinda
a cada uno la alternativa del Evangelio de la gloria. En lo futuro, el bien
prevalece sobre el mal en cada hombre que es capaz de abrir paso en sí al
triunfo de Cristo. He aquí el rol de la libertad del hombre: Dios sólo actúa
a favor de este, contando con su libre adhesión. Quienquiera se someta a la
soberanía y ley eterna de Dios, será resguardado y exaltado por El. La alegría
y fortaleza de sus fieles está en que El, al final, prevalecerá en favor de
los suyos. Nuestra gloria y liberación se fortalecen en la conciencia de que el
reino de Cristo ya se ha iniciado en la tierra en su porción privilegiada, el
“pueblo de Dios”; en la comunidad de sus fieles seguidores.
Los
seguidores de Cristo viven aguardando su regreso
“La
gracia salvadora se hizo manifiesta a todos los hombres, para que rechazando la
vida impía y los deseos mundanos, vivamos con sensatez, justicia y piedad en
este siglo, aguardando la dicha que esperamos: la venida de Jesús Mesías,
gloria del gran Dios y Salvador nuestro, que se entregó por nosotros para
rescatarnos de toda clase de maldad y purificarse un pueblo elegido, entregado a
hacer el bien. De esto tienes que enseñar animando y reprendiendo con
autoridad” (Tt. 2, 11-15)
Francisco
de Asís, seguidor ferviente de Jesucristo glorificado
Francisco
de Asís vivió permanentemente esta dimensión de plenitud, de salvación
definitiva por venir. En el ámbito de cielos nuevos y tierra nueva por arribar,
e incluso consignan sus biógrafos una y otra vez, que él parecía ser “un
hombre de otro mundo, un hombre del siglo futuro”.
Nada tiene que ver para él - es más que evidente - glorificación de la
existencia, conforme la palabra de Cristo: "mi Reino no es de este
mundo", con cualquier tipo de mesianismo terrestre, como el proclamado por
los liberacionistas. El se encamina resueltamente al predominio y plenitud del
Espíritu, de la nobleza de alma, del amor más alto: Dios es Amor.
La
suprema ciencia y sabiduría que apeteció por ello fue siempre la de vivir en
todo la santa voluntad de Dios y guiarse solo por sus designios, expresados en
el santo evangelio e inspiraciones particulares. Su misma estampa física es la
del hombre embargado y absorto en Dios. Podría parecer triste y taciturno en
sus penitencias, pero experimenta de continuo una riquísima vivencia llena de
esperanza y de luz, que no quiere perder por nada, y desea para todo el mundo.
Francisco
enseña en el ‘Diálogo de la Perfecta Alegría’ que sostiene con el hermano
León que, esta no se encuentra en el prestigio de rectitud personal, ni en las
dotes de influencia sobre los demás, ni en capacidades extraordinarias como
dominio de lenguas y ciencias naturales o sagradas, ni en el éxito pastoral,
como tampoco en el desarrollo más fabuloso e inesperado de la propia orden;
sino únicamente en asimilarse a Cristo, en la fidelidad a él hasta el extremo
del dolor. La perfecta alegría está en perseverar con Cristo con paciencia,
sin murmurar contra Dios, ni perder la calma. En renunciarse a sí mismo - en lo
que nos es dado asemejárnosle -, aún en las penas, injurias, oprobios e
incomodidades, recordando sus padecimientos redentores (Al. y Flor. 8).
Francisco
tiene la comunión con Cristo, como la vía de enaltecimiento y realización
personal plena. Enseña:
“En
esto hemos de gloriarnos en nuestras flaquezas, en llevar a cuestas diariamente
la santa cruz de N. S. Jesucristo" (Adm. 5, 8). "Ninguna
otra cosa pues deseemos, queramos, nos agrade y deleite, sino nuestro Salvador,
sólo verdadero Dios, que es bien pleno y sumo bien, de quién y por quién nos
viene, y en quién está toda la gloria de todos los vivientes y justos, de
todos los bienaventurados que gozan juntos en el cielo” (IRe. 23, 29)
“De
nosotros, todos míseros y pecadores, ninguno es digno siquiera de nombrarte:
por lo cual te suplicamos que Jesucristo tu hijo amado en quién siempre te
complaces, te de gracias por todo el mismo, con la plenitud que tu y él merecéis”
(S. Francisco, oración Omnip. Stmo. sumo Dios).
Francisco
vive pues según vemos, inmerso en el misterio de glorificación del Padre y del
ser humano. Tener a Cristo por Señor, es en él, participar de su señorío.
Iniciados
en nuestra propia glorificación
Si
bien Jesucristo ya realizó por su parte plenamente su rol y misión
salvadora, el mundo no ha dejado de ser mundo y continúa habiendo males,
injusticia, iniquidad y pecado. Es que la transformación de esta tierra no se
hará sin la propia adhesión y participación activa de las personas. La
glorificación de cada hombre se da en quienes creen y se empeñan en actitud de
penitencia. Entre tanto, los que
ceden a la ilusión de una gloria de la existencia diversa a la de Cristo,
imaginando poder librarse de su señorío, sujeción y servicio por razón de
alargarse la etapa de espera, continuarán entregándose libre, premeditada y
alevosamente a su propia condenación, incluso vilipendiando y perjudicando
alevosamente a los que buscan la gloria de Dios. La
palabra de Dios señala que la realidad de esta gloria consiste en:
“Haber
sido arrancados del dominio de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo” (Col
1, 13)
En
haber sido hecho justos, elevados al estado de adopción de hijos de Dios y
herederos de la vida eterna; partícipes de la naturaleza divina, santificados y
renovados internamente por la gracia santificante – cual principio permanente
de vida sobrenatural – infundiéndosenos la fe, esperanza y caridad. En haber
venido la misma Santísima Trinidad a habitar estable y no sólo ocasionalmente
en nuestra alma. Aún permaneciendo en medio de los males de este mundo.
FUNCIÓN
REAL DE TODOS LOS DISCÍPULOS DE JESUCRISTO
|
La
incorporación a Cristo por el bautismo y por la fe nos ha hecho partícipes de
su propio destino cual profeta, sacerdote y rey. Particularmente, la realeza que
nos señala por destino, tiene su principio en la divina infusión de la tercera
persona de la Trinidad: el Espíritu Santo; que viene a hacer de cuantos le
acogemos hombres reales, ricos en nobleza o prosapia del espíritu, en virtudes
y en santidad. Impulsados por la caridad, por el amor y la benevolencia.
Adquirimos por esta vía la alcurnia real que compete a nuestra naturaleza desde
su origen: hecha a imagen de Dios, y para reinar sobre toda la creación.
Categoría, más excelsamente revelada a través de la función real de N. S.
Jesucristo.
Dignidad
y vida sobrenatural
Esta
realeza tiene su pedestal sobre la conciencia humana, pobre, despojada y
humilde, en que se posa el Espíritu como en morada propia. Merced a su
sencillez, su actuar consecuente – auténticamente -, el hombre se ennoblece y
hace rey de sus propios movimientos, autodeterminándose. Al ser veraz y
delicado de conciencia, el hombre se enaltece y dignifica en forma insospechada.
He aquí nuestro destino de realeza sobre si mismo y de dominio propio. En
realidad toda la tarea del hombre consiste en poner su libertad al servicio del
Espíritu, del amor. El don de la pascua de Jesucristo nos estimula a proyectar
nuestra vida hacia la glorificación consumada. Hacia el gozo, majestad, soberanía
del espíritu y autenticidad victoriosa manifestadas en el mismo Jesucristo y
sus santos coronados con él; como Francisco de Asís. Ellos nos hacen sentirnos
más comprometidos con el testimonio que hoy a nosotros compete rendir. Con la
sabiduría evangélica que hemos profesado, y con la entera familia de sus discípulos
dentro del Pueblo de Dios, la santa Iglesia.
Cristo,
un cuerpo con los suyos
Toda
elevación nuestra tiene su raíz en la unión a Cristo, cual cabeza y Señor de
la humanidad recuperada. En la realidad de la participación nuestra de la
santidad esencialmente suya y del Padre. La suprema gloria y enaltecimiento del
ser humano que en él se nos manifiesta, se obtiene solamente recorriendo sus
mismas pisadas. En este proceso es determinante e imprescindible de nuestra
parte, la libertad interior y la disposición espontánea y resuelta, puesta al
servicio de la caridad que Dios infunde en el yo. Cada cual podrá enaltecer o
arruinar su destino conforme al grado de cooperación que aporte a la gracia.
Poder,
señorío y excelsitud en Cristo
Sometiéndonos
al señorío de Jesucristo, venimos a disfrutar también de la gloria de aquel
desde ya en la tierra: “el bien siempre es más fuerte”. Y obtenemos por su
virtud sobreponernos al pecado, a la perversidad y a la muerte. Precisamente, el
poder que resplandece en Jesucristo es el poder de “exusia”, poder por
delegación, poder del que actúa en la persona del mandante. “Yo y mi Padre
somos una misma cosa”. Su vida misma es la gloria, la excelsitud y el señorío
de Dios. En Cristo hemos visto la gloria del Padre.
Pobreza
espiritual, pedestal de realeza para Francisco
Para
Francisco la gloria de Cristo se manifiesta en la virtud que tanto brilló en él
como en María: la humildad y pobreza: “Virtud regia, por haber resplandecido
con tanto esplendor en el Rey y en la Reina, su madre santísima”. La que
califica además, como:
“la
porción de sus seguidores”. “Esto es lo portentoso de la altísima pobreza,
que os ha constituido a vosotros herederos y reyes del reino de los cielos, os
ha hecho pobres de cosas temporales y os ha enaltecido en virtudes. Sea ésta
vuestra porción, que conduce a la tierra de los vivientes, a la cual firmemente
allegándoos, ninguna otra cosa bajo el cielo perpetuamente queráis tener” (San
Francisco, IIRe. 6).
Enseña
Francisco también:
“La
santa pobreza confunde la codicia y la avaricia y todas las preocupaciones de
este siglo. Y la santa humildad confunde la soberbia y a todos los que viven según
el mundo y juntamente todo lo que es mundano” (Saludo Virtudes 11s).
La
profesión franciscana seglar OFS
Es
a estas luces, un privilegio de unión más estrecha a Cristo rey y Señor de la
gloria, y un compromiso responsable de participación de su dignidad, excelsitud
y santidad. Es: “ir de la vida al evangelio y del Evangelio a la vida; seguir
el ejemplo de Francisco que hizo de Cristo el inspirador
y centro de su vida con Dios y con los hombres”.
GLORIFICACIÓN
CONSUMADA
|
“El
día de la venida” de Jesucristo, al concluir ya el tiempo de la prueba, de la
espera, el siglo presente: ‘la Nueva Alianza’, se realizará la glorificación
plena tanto de él como del Padre y de todos sus fieles discípulos. Al retornar
entonces, se hará rodear de la nube de testigos - sus discípulos rescatados
– y ejercerá el juicio siendo excluidos definitivamente los subversivos a
Dios, personificadores del pecado y de Satanás, sustentadores de la muerte y el
sufrimiento de la humanidad (Cf. 1Cor 15, 20).
Salvación
y plenitud de la gloria
Cristo
prometió:
“Los
que me seguisteis en el tiempo de la regeneración (renovación, redención del
mundo), cuando el Hijo del hombre se siente en el trono de gloria, os sentaréis
también en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” (
).
Sabemos
de antemano que el señorío consumado de los discípulos no podrá ser antes
del día del juicio. Al morir y ser salvados, nuestro espíritu podrá ir dónde
el Señor según sus méritos; pero, en cuerpo y alma solo podremos disfrutar
con él, tras la resurrección de los muertos, el juicio final y la entrada
definitiva, irreversible y última en la gloria. A partir de ello, no existirá
ya más generaciones en la tierra, ni más muerte y condenación, como tampoco
posibilidad de ningún otro ingreso al cielo. Aquello será el fin de este mundo
e incluso el fin del purgatorio.
“Después
de aquellos días de tribulación, el sol perderá su brillo, la luna dejará de
dar luz, las estrellas caerán del cielo y el mundo de los astros se desquiciará.
Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; todos los pueblos
de la tierra golpeándose el pecho prorrumpirán en llanto; y verán al Hijo del
Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran pompa y majestad. Y enviará a
sus ángeles, para que a la voz de poderosas trompetas reúnan a sus elegidos de
los cuatro puntos cardinales, desde el uno al otro extremo del mundo” (Mt
24, 29ss).
"Vi
a los muertos que fueron juzgados por sus obras según lo escrito en el libro de
la vida, entonces la muerte y el hades (la condenación) fueron arrojado al lago
de fuego y azufre, que es la segunda muerte. Y a todo el que no estaba escrito
en el libro de la vida lo arrojaron al lago de fuego" (Ap. 20, 13ss).
El
‘Kyrios’ Señor absoluto superará toda iniquidad
Cristo
Señor volverá para establecer su reino de bien y rectitud con poder. Entonces,
caerá toda fuerza antagónica, todo baluarte que se hubiese interpuesto a su
reinado en la humanidad. Desaparecerá toda vigencia del absurdo y de la confusión,
todo camuflaje y aparentamiento de bien. Nada podrá prevalecer al poder de la
verdad y a la autenticidad del bien, que se fundan en él. Aquello completará
entonces nuestra participación en su gloria; que implicará juzgar y enseñorear
con él, sobre cuantos debieron seguirle con nosotros. Pero que por el
contrario, distrajeron nuestras fuerzas, por haber de salirles al paso para
obstruir la perversidad de sus acometidas contra la verdad y el bien en este
mundo. Entonces sí, ya no habrá mal alguno para quienes pertenezcan a Dios en
su gloria.
“Por
lo que toca a la venida de N. S. Jesucristo y a nuestra reunión con él, que
nada os engañe. Es efectivo que antes se manifestará la apostasía, el hombre
del pecado, el hijo de la perdición, el adversario, que se revela contra el
nombre de Dios y todo lo que es sagrado; e incluso, que llegará al extremo de
apoderarse del santuario y proclamarse a sí mismo Dios. Por ahora sabemos se le
impide, pero entonces se manifestará. Es un hecho que el misterio de la
iniquidad ya está en acción. En todo caso, al refulgir la venida del Señor
– Kyrios – él lo destruirá con el soplo de su boca y lo aniquilará” (2Tes
2, 1-8).
fray
Oscar Castillo Barros
actualizado10.2001