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EL ESPIRITU IMPULSOR DE LA IGLESIA Y DE LA ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA

"Sobre todas las cosas hemos de desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación" (2R 10,9).

 

I. - "Creo en el Espíritu Santo" Por la gracia del Espíritu vivimos y creemos.

LA DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO Y SUS DONES es el punto de partida de la doctrina sobre la Iglesia, habida cuenta que en medio de las gentes de este mundo ella es la porción congregada por el Espíritu. Por lo que se refiere a la familia franciscana dentro de la Iglesia, el punto de partida de su camino espiritual específico: espiritualidad franciscana es la fe, esperanza y amor en el poder del Espíritu del Señor y sus dones para conducirnos en la vida; por lo que también esta doctrina es fundamento doctrinal básico de ella.

De hecho, Francisco de Asís manifiesta suma atención y cuidado por el conocimiento e iluminaciones del Espíritu:

"El varón de Dios, ausente del Señor en el cuerpo, se esforzaba por estar presente en el espíritu en el cielo; y al que se había hecho ya conciudadano de los ángeles, le separaba sólo el muro de la carne. El mundo ya no tenía goces para él, sustentado con las dulzuras del cielo. Buscaba siempre lugares escondidos, pero cuando estando en público se sentía de pronto visitado por el Señor, encontraba siempre manera de ocultarse a la mirada de los presentes y cuando no podía hacerlo, hacía de su corazón un templo.

No desatendía por negligencia ninguna visita del Espíritu sino que respondía al regalo y saboreaba su dulzura todo el tiempo que se le daba. Aún cuando le apremiase algún asunto o se encontrase de viaje, al notar en lo profundo los toques de la gracia, dejaba que se adelantasen los compañeros y se detenía él, quedándose a saborear la nueva iluminación, sin recibir en vano la gracia" (2C 94s).

"Desde la primera visita del Señor cuando era aclamado rey de la juventud, se enseñoreó de él una impresión espiritual que lo arrebataba a las cosas invisibles, por cuya influencia tuvo todas las de la tierra como de ningún valor, más aún, del todo frívolas" (1C 7).

DIOS ES ESPIRITU

"Puesto que Dios es suma inmaterialidad se deduce que es al máximo puro entendimiento". "La sustancia de Dios es su entendimiento; Dios es su entendimiento" Sto. Tomás de Aquino.

En el seno de la Trinidad el Espíritu Santo representa todavía más palpablemente que el Padre y el Hijo la identidad en Dios del conocimiento y el amor. El Espíritu Santo es la personificación de la empatía plena y cabal en conocimiento y afección entre el Padre y el Hijo. El Padre se conoce y ama perfectamente a sí mismo con toda su exuberancia y fertilidad, y este conocimiento y amor divino se desdobla en una persona distinta; el Verbo, Logos, Palabra, concreción la más veraz y auténtica de sí mismo; segunda persona de la Santísima Trinidad. Dios Padre e Hijo no pueden menos de querer infinitamente tanto en sí como en el otro el ser divino por bueno y perfecto; pero así como son omnipotentes en el amor de sí, en la autoafirmación, lo son además en la libertad para donarse enteramente, y se completan desde la eternidad en una omnipotente y sin par donación y entrega recíproca.

Esta relación de perfecta correspondencia afinidad y empatía de conocimiento y afección de las dos primeras personas de la Trinidad es tan libre, pujante y divina que se desdobla en la Tercera persona, animus divino personificado, el Espíritu Santo. Persona plena, cabal y autónoma como las dos anteriores; El Espíritu Santo es el amor o donación entre el Padre y el Hijo, a la vez que el sumo entendimiento o conocimiento que posee el uno del otro.

OBRA DEL ESPIRITU

en el seno de la Stma. Trinidad es la de ser vínculo de intercomunicación entre el Padre y el Hijo; que recíprocamente se conocen y aman al infinito por la eternidad. Es la espiración del conocimiento y relación mutua de ambos, de su empatía y amor, al punto de hacer de toda la Trinidad una misma cosa, un mismo ser, sin dejar de ser tres personas distintas. En Dios el sumo conocimiento tiene un carácter esencialmente relacional; simultáneamente es sumo amor. Este entendimiento y amor recíproco en Dios que expresa el Espíritu Santo, abarca toda existencia: "el Espíritu sopla dónde quiere" (Jn 3,8). A la omnisciencia o soberanía del entendimiento divino corresponde la infinita perfección de su bondad y omnipotencia.

En la creación originada en el pensamiento y querer divino el Espíritu manifiesta consumado y lleva a consumación precisamente este esplendor de su entendimiento y bondad, suscitando en el mundo y entre sus criaturas los fenómenos externos a su ser, todas sus obras. En el AT se revela que el Espíritu en conjunción con la Palabra dio hálito de vida a la creación; inspiró hagiógrafos, anawines, fue el contenido del anuncio mesiánico. Objeto de la acción del Espíritu es siempre la gloria de la Stma. Trinidad, y él mismo se encarga de orientar estas a la realización de una vida perfecta, paradisíaca , sin lacras, ni muerte, dolor o sufrimiento. La gloria que espira de Dios y de la infusión de su Espíritu consiste en el esplendor de sus propias perfecciones y de sus obras, por el reconocimiento y alabanza de su sublimidad.

Es así que Jesucristo, segunda persona de la Trinidad hecho hombre, Verbo o imagen auténtica del Padre, por el hecho de:

"que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo" (Credo), "es el resplandor de la gloria del Padre, vislumbre de su sustancia" (Hb 1,3).

Los apóstoles sus discípulos pueden testificar de él:

"hemos visto su gloria, gloria cual la del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

El Espíritu Santo es "Señor y dador de vida" confiesa el Credo Niceno, esto es infunde la virtud divina: la vida, la gracia o favor de Dios. "El en el principio se cernía sobre la faz de las aguas" (Gen 1,2). "Dios modeló al hombre de arcilla del suelo e insufló el espíritu por sus narices, convirtiéndole en un ser vivo" (Gen 2,7). Da vida otorgando el conocimiento y la caridad o amor divinos, puesto que "la vida eterna consiste en conocerte y amarte a ti único Dios verdadero" (Jn 17,3). Otorga la Gracia sobrenatural, la vida de la gracia en un conocimiento apropiado suyo y en el amor que nos mantiene en una vida digna y humana. Es también "Santificador", puesto que revela la intimidad más profunda cabe Dios y nos encamina a través de la fe al apartamiento para Dios. Transforma y eleva interiormente al hombre de modo que nuestra vida sea un vivir para Dios y en Dios. Se le llama por ello Paráclito , esto es, acompañante, el que asiste y orienta respecto a la verdad y la sabiduría. Otros nombres o signos que se asigna además al Espíritu Santo son: Espíritu de la verdad, de las promesas, de adopción. Agua, fuego, nube, luz, sello, mano, dedo, paloma (CIC 691).

 

 

II. - "Creo en Espíritu Santo en la Santa Iglesia Católica"

"El texto griego original como se compuso el Credo dice así. Esto es, por el don del Espíritu que nos da Cristo creo en su continuación en la Santa Iglesia; y creo en las tres verdades que se confiesa en seguida respecto a la existencia del hombre: perdón de pecados, resurrección de la carne y vida eterna. La confesión de fe del credo en el Espíritu Santo, toma a este, menos en su ser íntimo en el seno de la Trinidad y más en su accionar hacia fuera de ella, como principio de una nueva historia humana y de la familia de Dios entre los hombres" (Cf. Ratzinger, Intr. Ctmo. III). El Espíritu es poder por el que el Señor glorificado sigue presente en la historia del mundo. Es la expresión operativa del amor del Padre y del Hijo en la Iglesia, como donación a nuestra humanidad (CIC 683). La Iglesia es precisamente el lugar perpetuo de la revelación de Dios, de la manifestación de su Espíritu (Ratzinger IC p 221s). Es por ello que la doctrina sobre el Espíritu Santo y sus dones ha de ser el punto de partida de la doctrina sobre la Iglesia; como sobre la familia y espiritualidad franciscana consecuentemente.

DESIGNIO DIVINO SOBRE LA IGLESIA

OBRA DEL ESPIRITU EN LA IGLESIA

Así como en el seno de la Trinidad la obra del Espíritu es la de ser vínculo de intercomunicación entre el Padre y el Hijo, también su obra en la humanidad a través de la Iglesia es la de elevarla por encima de sí, más allá de cualquier egoísmo; estimulándola a atender a la sabiduría: sapere , a saborear lo que es perfecto, verdadero y bueno, a conocer, amar y entrar en relación vital con el bien que encuentra más allá de sí; en otras criaturas, pero especialmente, en grado sumo, en Dios mismo. Es la obra de la transformación de los corazones, de corazones de piedra convertirlos en corazones de carne .

La vivencia más trascendente de toda religión como de la Iglesia es, que Dios, desde su inaccesibilidad y santidad se halla hecho próximo a nosotros y se halla revelado. Lo ha hecho a través de:

LOS DONES NATURALES: en la manifestación de su Espíritu a través de los fenómenos naturales y de la propia conciencia ; de

LA REVELACIÓN SOBRENATURAL inspirando la sgda. Escritura, la sagrada Tradición, el Magisterio de la Iglesia y el Sentir común del Pueblo fiel (sensu fidelis). Dios ha sellado esta 'Revelación pública' ordinariamente mediante manifestaciones especiales de su Espíritu dirigidas a toda la humanidad, a quién la acoja con fe. Es definitiva, compromete en conciencia y nunca pasará, como proveniente de quién viene; se completó y cerró con el último escrito del NT, y nada se añadirá a "la plenitud de lo que ya hemos recibido" (Jn 1,16). Queda si la posibilidad de una mayor 'explicitación' de su contenido.

LAS REVELACIONES PRIVADAS: "El Espíritu Santo les irá enseñando y les recordará todo lo que Yo ya les he dicho" (Jn 14,26). La revelación pública o sobrenatural deja lugar en este sentido a las iluminaciones particulares del Espíritu, como las muchas recibidas por nuestros padres Francisco y Clara, las que, quedando debajo de la oficial sin formar parte del depósito de la fe ni tener carácter obligatorio, tienen por destinatario personas o grupos particulares. Algunos casos han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia.

- Nombres e Imágenes de la Iglesia en la sagrada Escritura: Asamblea, pueblo, rebaño, labranza, construcción, Jerusalén de arriba. Todos ellos evocan la acción del Espíritu en la Iglesia; así Asamblea, pueblo y rebaño evocan la convocación y guía de este. Labranza evoca el hálito de vida que la hace germinar y dar frutos. Construcción evoca la armonía y entendimiento en un sólo Espíritu que la hace posible, a diferencia de la torre de Babel. Y finalmente Jerusalén de arriba, evoca la relación directa a Dios, al Espíritu de la Iglesia; en lo que supera a la antigua Jerusalén de los judíos.

- Su origen, fundación y misión (CIC 758). El Hijo y el Espíritu concurren en la obra de la Iglesia. Ellos están en su origen o fundación y su misión, tanto del Hijo como del Espíritu, se realiza en la Iglesia. Ella representa la infusión y arras del Espíritu, la Nueva alianza en el mismo (CIC 731). El Espíritu del Hijo divino constituye la plenitud de la manifestación de lo alto en el interior del hombre, plenitud de los tiempos. Así se manifestó en Juan Bautista, el mayor de los profetas, en la llena de gracia , en Cristo (CIC 717).

Como en la época de Francisco la Iglesia hiciese crisis y:

"la doctrina evangélica en cuanto a la conducta de la mayoría dejase mucho que desear en todas partes, salvo excepciones; él mismo fue enviado por Dios para dar testimonio de la verdad a la humanidad de todo el mundo, a imitación de los apóstoles. El nuevo evangelista de los últimos tiempos, como uno de los ríos del paraíso inundó el mundo entero con las aguas vivas del Evangelio. Surgió en él inesperado fervor y un renacimiento del Espíritu, y por su medio, este germen renovó en toda la tierra a los que estaban decrépitos y acabados. Al resplandecer este siervo de Cristo cual lumbrera del cielo con nuevas formas y señales de lo alto se infundió un Espíritu nuevo sobre los corazones de los elegidos y se derramó una saludable unción" (1C 89).

La Iglesia, al igual que la familia franciscana, porción específica suya tienen por objetivo fundacional ser anfitrión del Logos, del Espíritu de Dios, de su designio o sabiduría que rige el universo y la vida. En este sentido ellas se insertan en el misterio de Dios y entran a formar parte de la realidad sobrenatural, no alcanzable del todo a nuestras capacidades, indescifrable. La Iglesia, como el franciscanismo están ligados por su origen, fundación y misión al misterio de Dios, de modo que no alcanzan a ser rectamente entendidos desde una mirada meramente naturalista o empírica. A través suyo aunque veladamente, está presente, para gozarse o sufrirse el misterio de Dios; pero allí está.

- Misterio o sacramento universal de salvación. La Iglesia es la presencia e "instrumento ordinario" de la acción del Espíritu en el mundo. Su misión es poner a todo hombre en contacto con la gracia salvadora de Jesucristo, con su fe y su moral. Trasmitirles su Espíritu.

Es así que Francisco dónde más sentía la actuación de este antes que la de sí mismo era en la acción de predicar al pueblo para que se convirtiese a penitencia :

"Francisco, merced a la pureza de Espíritu hablaba con toda seguridad. Sin ninguna preparación disertaba sobre materias elevadas y nunca escuchadas. Si alguna vez preparaba con atenta reflexión lo que iba a decir, acontecíale que al comenzar el sermón olvidaba en absoluto lo que había pensado y no le acudían otras ideas; y entonces sin avergonzarse, confesaba al auditorio haber llevado preparadas muchas cosas para decirles, pero que se le habían ido de la memoria. Y con ello llenábase improvisamente de tanta elocuencia que asombraba a cuantos le escuchaban. Otras veces, no ocurriéndosele nada, despedía con la bendición al pueblo, y este se iba satisfecho con sola esta predicación" (1C 72).

- El espíritu y la carne: "El Espíritu ha sido derramado en toda carne". La encarnación divina se prolonga en cada individuo de la especie humana por la infusión del Espíritu Santo que ha sido encomendada a la Iglesia. Esta es humana en cuanto constituida por hombres comunes y frágiles como todos, en los cuales ya se ha aposentado el Espíritu: "el reino de Dios ya está entre ustedes". Y es divina por portar la presencia de dicha virtud de lo alto, derivar de ella toda su fuerza y ser su cabeza el mismo Dios encarnado que le comunica su Espíritu. Por igual razón es santa; y es pecadora, en cuanto en sus miembros aún está presente el pecado; constituida por hombres de este mundo, cuya naturaleza tampoco después de la resurrección ha llegado a ser aún reino pleno de Dios; adolece aún de inclinación al pecado, de tentaciones al mal. La Iglesia es sociedad visible en cuanto institución o corporación de este mundo, inserta en medio de todos los pueblos y organismos de la tierra; y es espiritual en cuanto:

"el fin último de ella y las causas o medios próximos que operan la santidad que ella procura la califican efectivamente como sociedad espiritual y sobrenatural" (León XIII, Satis Cognitum, Inmortale Dei).

Estrictamente hablando no tiene que perseguir por fin alguna misión política, económica, social ni de cultura profana. Asuntos en los que por cierto el Espíritu que la inspira produce indirectamente benéfico influjo. Es activa, elementalmente en cuanto se constituye como tal no como por un título de propiedad o un derecho adquirido, sino en el acto de abrirse a la llamada del Espíritu que la convoca; en el acto de salir de sí y dirigirse al Señor, de superarse a sí misma, trascenderse en una viva orientación a Jesucristo y relacionarse con él. Y es contemplativa en cuanto la vida de la Iglesia consiste en su experiencia en el Espíritu del Verbo divino, el Logos celestial. Esta es la causa que engendró la Iglesia y el principio esencial de su vida y misión. Ella no crece en virtud de proyectos, planificaciones, liderazgo y mejor estructuramiento institucional; sino que crece y se desarrolla a partir de su más íntima comunión con Cristo y de la gracia del Espíritu que él le infunde. La Iglesia crece desde lo interno, desde su propia santificación hacia fuera, hacia su propagación.

 

IGLESIA: VOCACIÓN UNIVERSAL A LA SANTIDAD

en todo estado, dignidad común a todos cual Hijos de Dios

LA GRACIA DEL ESPÍRITU

inspira en los hombres el sentido de la espiritualidad, de una dimensión más noble y sublime de su existencia: revelación del Espíritu manifestación de la voluntad elevante de Dios. Actúa sobre la libertad del hombre sugiriéndole, persuadiéndole y motivándole a obrar en espíritu. Acondiciona el espíritu del hombre Iluminándole: "os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26), y entusiasma: en Teos mos , (mos moris = costumbre) dinamiza con la virtud de Dios nuestro ánimo, talante, modo de ser; enfervoriza la voluntad.

Francisco aparece como iluminado para una vida en penitencia y como el seráfico : encendido, empapado o embriagado de la gracia del espíritu:

"El Señor me concedió a mí, hermano Francisco, que así comenzara a hacer penitencia" (Test 1). Cuando preguntaban a los primeros hermanos quienes eran, respondían: "Somos penitentes de la ciudad de Asís" (TC 37).

La Gracia del Espíritu no está atada al sacramento "non est aligata sacramentis". El Espíritu del Señor ha sido derramado sobre toda la tierra; es así que refiere Pedro de unos oyentes no bautizados:

"En cuanto les propuse la Palabra bajó sobre ellos el Espíritu Santo igual que antes sobre nosotros; me acordé entonces de la Palabra: seréis bautizados con el Espíritu Santo . Por haber creído en Jesucristo, Dios les dio lo que a nosotros" (Hc 11,15ss).

"El Espíritu sopla dónde quiere", es libre, se da gratuitamente en toda su eficacia y el único aporte humano o material que requiere en forma indispensable es la entera adhesión a su dinamismo: "el Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti" (San Agustín). El es el que "hace prosperar y nada le añade nuestra fatiga" (Prov 10,22). El realiza el salto de cualidad interviniendo siempre para hacer válido y auténtico el necesario esfuerzo humano.

- Iglesia Pueblo, familia de Dios, convocación de peregrinaje hacia la gloria.

La Iglesia se constituye como tal en medio del mundo, no en razón de la raza o un derecho, sino en el acto de -a impulsos del Espíritu-, dirigirse hacia Dios, de salir de sí misma para dirigirse al Señor. Exodo, camino al Sinaí, camino de liberación del poder de este mundo para pactar la Alianza con Dios y regirse únicamente conforme al decálogo divino y constituirse en nación escogida. La Iglesia es ámbito en que se acata y reconoce prácticamente el misterio del reinado o poder soberano de Jesucristo. Decía San Francisco:

"Dios es Espíritu, por lo mismo no puede ser visto si no es en espíritu, ya que el Espíritu es el que vivifica" (Adm 1,6).

- Familias espirituales en la Iglesia: Dios ilumina o inspira en el Espíritu Santo algunas personas, como fue el caso de San Francisco y Sta. Clara, ilustrando su mente, para que perciban algo de su sabiduría y clarividencia sobrenatural y motivando su sentimiento, ánimo o voluntad para atraerlos hacia sí y actúen según su querer. Precisamente, Dios inspiró una particular 'sabiduría del espíritu' a Francisco y Clara, la que asumida concretamente por ellos, conforma 'la espiritualidad o carisma franciscano'. Esta sabiduría es fundamentalmente coherente con el mismo Evangelio y toda la Revelación; y lo que tiene de propio es más bien su percepción peculiar del conjunto del misterio cristiano, y la acentuación que ha llegado a vislumbrar de algunos aspectos del mismo. Distinguimos en ella cuatro aspectos relevantes que destacamos: Dios altísimo Bien sumo, Sencillez y Pobreza, Fraternidad pertinente al otro y Participación al reinado de Dios.

"Entre las familias espirituales suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia, la familia franciscana comprende a todos aquellos miembros del pueblo de Dios, laicos religiosos y sacerdotes, que se sienten llamados al seguimiento de Cristo, tras las huellas de san Francisco de Asís.

En maneras y formas diversas, pero en recíproca comunión vital, todos ellos se proponen hacer presente el carisma del común seráfico Padre, en la vida y en la misión de la Iglesia" (Regla OFS 1).

- Cuerpo de Cristo: él es la cabeza de la Iglesia; ella es su esposa. La Iglesia es femenina, antes que institución es cuerpo y alma de Jesucristo, la amada, la mística esposa embargada de su Espíritu, en cuanto manifiesta realizado el deseo esponsal de la humanidad por Dios. Es la seducida, poseída por el Espíritu de Cristo tanto en su corporalidad como en su alma; la confidente privilegiada, única, del Verbo eterno. "Signo, señal e instrumento de la íntima unidad de los seres humanos con Dios y de la unidad de todos estos" (LG 48,2 y 1,1). Es fecunda, en cuanto concibe y engendra en el corazón de sus miembros al Logos divino, trasmitiéndoles su Espíritu. Es madre pues nos da a luz y nos alecciona e introduce en el misterio trascendente de nuestro ser humano y de nuestro destino divino. Es virgen como María su prototipo, "Virgen hecha Iglesia" como la define Francisco en su saludo a las virtudes, por su profundo silencio en que palpita solo Dios; vacío de sí misma, de toda agitación o bulla mundanal, que solo habrá de ser rebasado de la plenitud de la presencia divina. Merced al Espíritu que lo habita, el cuerpo social de la Iglesia se define esencialmente como vida de Cristo en los suyos. Vida en respuesta al Espíritu: obediencia al Espíritu, vida en penitencia: búsqueda de Dios. Comunidad de los ya redimidos, reflejo de Cristo. Reino de Cristo presente ya en misterio .

- Templo del Espíritu Santo: El Espíritu es el alma de la Iglesia: "el hombre espiritual entiende y habla del Espíritu, el hombre carnal solo entiende y habla de lo material" ( ). En este sentido la Iglesia templo es en medio de las gentes germen, inicio del Reino. Se manifiesta así esencialmente por estar transida de:

VIDA SOBRENATURAL O DE LA GRACIA: en el Espíritu = caracterizada por los Dones y los Frutos del Espíritu Santo. Por estos Dios dispone nuestras almas para vivir habitualmente a sus luces y bajo su directriz. Los dones son disposición del yo bajo influjo directo de la potencia divina, que nos arrastran en cierta manera a actitudes sobrenaturales y nos llevan a dejar hacer ella en nuestra vida. Estos son: entendimiento, ciencia, sabiduría, consejo, piedad, fortaleza y temor de Dios. Operan cuando el cristiano en su modo de obrar es profundo por su fe, reflexivo, ponderado en el juicio, bien inspirado en sus puntos de vista, piadoso, resoluto en la virtud y reverente para con Dios, en virtud de impulso interior fuerte y decisivo del Espíritu. Los frutos del Espíritu Santo son: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, y castidad. Constituyen el producto o fruto visible y social: irradiación o Epifanía divina en el medio terrestre, del reinado del Espíritu en lo íntimo del yo.

La familia y espiritualidad franciscanas conforman auténticamente la verdadera Iglesia: templo del Espíritu Santo en cuanto portadoras de la fisonomía particular de alma y carisma, del Espíritu de nuestros fundadores. Nuestros institutos conforman una auténtica familia de la Iglesia en cuanto constituyen el exponente fiel del carácter especial de su propia razón de ser; de la finalidad específica e intenciones por las cuales la Iglesia los aprobó. Es así que la misma pobreza - sencillez, como actitud más propia de corazón y forma del alma franciscana es disponibilidad al Espíritu. Sinónimo de rectitud y entereza moral del antiguo testamento y de la actitud de "ovejas en medio de lobos, de la prudencia de serpientes y mansedumbre de palomas" (Mt 10,16) del nuevo testamento.

"Francisco enseñaba que el siervo de Dios puede conocer si participa del Espíritu del Señor si, cuando Dios obra algún bien por medio de él, su carne no se engríe por ello, ya que esta siempre es contraria a todo bien, sino antes bien se tiene por más vil y se considera menor que todos los demás hombres" (Adm 12).

Los contemporáneos de Francisco, como san Buenaventura, describen su figura como la de una persona realmente resplandeciente de dones y frutos de lo alto, caracterizándole cual templo viviente del Espíritu Santo:

"Ha aparecido la gracia de Dios, salvador nuestro, en estos últimos tiempos en su siervo Francisco. El Altísimo, en efecto, fijó su mirada en él con efusión de benignidad y condescendencia, que no sólo lo levantó de la vida contaminada del mundo, sino que, convirtiéndole en seguidor, adalid y heraldo de la perfección evangélica, lo puso como luz de los creyentes, a fin de que dando testimonio de la luz, preparase al Señor un camino de luz y de paz en los corazones de los fieles. En verdad, Francisco, cual lucero del alba en medio de la niebla matinal, irradiando claros fulgores con el brillo rutilante de su vida y doctrina, orientó hacia la luz; y como arco iris que reluce entre nubes de gloria, mostró en sí la señal de la alianza del Señor.

Francisco según aparece claramente en el decurso de toda su vida fue prevenido desde el principio con los dones de la gracia divina, enriquecido después con los méritos de una virtud nunca desmentida, colmado también del espíritu de profecía y destinado además a una misión angélica; todo él abrasado en ardores seráficos y elevado a lo alto en carroza de fuego. Viviendo entre los hombres, fue un trasunto de la pureza angélica y ha llegado a ser propuesto como dechado de los seguidores de Cristo. A interpretarlo así nos induce el sello de su semejanza con el Dios vivo impreso en su cuerpo por el admirable poder del Espíritu del Dios vivo" (LM Prólogo).

Similarmente se afirma de Sta. Clara:

"Como había muerto antes de tiempo en la carne, vivía del todo enajenada del mundo y tenía de continuo ocupada su alma en santas oraciones y divinas alabanzas. Había fijado ya en la luz el fervidísimo filo del interior deseo, y, como quién había trascendido la esfera de los estratos terrenos, abría más anchamente el seno de la mente al torrente de las gracias. Dios disponía para la pobre convites de su dulcedumbre, mostrando al exterior, a través de sus sentidos, la mente que la luz verdadera había colmado en la oración. Así, en un mundo frágil, indisolublemente junta a su noble esposo, se deleitaba de continuo en las cosas del cielo; sujeta a la rueda variable de los acontecimientos, pero sostenida por virtud inmutable guardaba como en vaso de arcilla el tesoro de gloria; ciertamente, moraba con el cuerpo en la tierra, mientras con su mente en el cielo" (Leg.S.Cla, 19s).

IGLESIA UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA

Estos rasgos de la Iglesia constituyen la marca esencial que imprime la presencia del Espíritu en ella. En efecto, todos estos son producidos por el Espíritu, y su decrecimiento o ausencia indica una presencia tenue de este.

- Una en la fe, una en los sacramentos, una en su sacerdocio en virtud de la sucesión apostólica. El Espíritu Santo presente en todos los fieles hace el talante o genio de familia peculiar de la comunidad de los hijos de Dios. El mismo impulsa a todos a la comunión en la fe, los sacramentos y en el sacerdocio ministerial. La Palabra de Dios recomienda acoger este impulso interior.

"Sean solícitos por dejarse llevar a una por el Espíritu Santo reinando en todos la paz. Uno es el cuerpo de la Iglesia a que hemos sido convocados, uno el Espíritu y una la esperanza a que todos hemos sido llamados. Para nosotros todos no hay más que uno y mismo Señor, una fe, un bautismo y un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todos, actúa por medio de todos y está en todos nosotros" (Ef 4,3-6).

Para Francisco el principio del gobierno del Espíritu sobre la orden es el fundamento de la unidad de todos los hermanos:

"El Espíritu santo, ministro general de nuestra religión se posa por igual sobre el pobre y sobre el rico, sin acepción de personas, y ella ha de ser lo mismo para pobres e iletrados que para ricos y sabios" (2C 193). "Quiso además prestar ayuda y consejo por sí y por los hermanos a las damas pobres (clarisas), en consideración a que un mismo espíritu sacó de este siglo tanto a los unos como a las otras" (2C 204).

- Santa es la familia que el Espíritu congrega y dirige por manifestar la santidad de Dios en medio del mundo. Santidad = posesión por el Espíritu Santo: espíritu del bien, sabiduría, rectitud. Espíritu de Dios = ánimo de Dios. Comunidad presidida y embargada por el Espíritu = anticipo e inicio de los últimos tiempos o de la plenitud de los tiempos.Francisco dice a los suyos:

"Sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su ¡santa operación!" (2R 10,9) esto es la santidad de vida. Y agrega: "El Espíritu del Señor quiere que la carne sea muy mortificada ... y se afana por la humildad... y por la verdadera paz del espíritu" (1Re 17,14s).

- Católica o universal, es la familia de los hijos de Dios, en cuanto por ella pasa ordinariamente la gestión del Espíritu respecto a toda la humanidad y países, impulsándolos a su destino supremo de reencuentro con Dios. Es el instrumento de salvación ordinario del Espíritu para todos los hombres. Y es también católica o universal en cuanto el Espíritu Santo manifiesta en ella todos o la plenitud de los medios necesarios a la Salvación del ser humano en Cristo.

El Espíritu precisamente iluminó a Francisco que manifestase al sultán de El Cairo en tierra sarracena el rol universal de la Iglesia:

"impulsado por el Espíritu Santo predicó a este la fe católica con tal devoción, que en confirmación de ella se ofreció a entrar en el fuego... El sultán le dijo: yo me convertiría de buena gana, pero temo hacerlo ahora, porque si estos llegaran a saberlo, me matarían a mi y a ti. Pero enséñame como puedo salvarme; yo estoy dispuesto a hacer lo que tú me digas" (Flor 24).

- Apostólica es la comunidad congregada por el Espíritu por mantener en los obispos de hoy una sucesión directa y la misma inspiración del Espíritu que impulsó y procede de los doce apóstoles. Lo es además, por bullir aún en ella el dinamismo evangelizador o apostolicidad que impulsó a aquellos a ir hasta los últimos rincones de la tierra con el mensaje de Cristo.

Francisco fue especialmente sensible a este rasgo o marca del Espíritu en su Iglesia. Optando como se sabe por la forma de vida apostólica , de modo que aunque no postuló al poder de los apóstoles que se recibe en el sacramento del orden, se empeñó explícitamente por asumir su manera de vivir en torno al Maestro y según la modalidad que a ellos este enseñó.

"Para conformarse en todo perfectamente a Cristo, quién, como dice el Evangelio envió a sus discípulos de dos en dos a todas las ciudades y lugares a dónde él debía ir, una vez que, a ejemplo de Cristo, hubo reunido doce compañeros, los mandó de dos en dos por el mundo a predicar. Habiendo asignado a los compañeros las otras partes del mundo, él tomó al hermano Maseo por compañero y se dirigió a tierras de Francia" (Flor 13).

LOS TRES ESTADOS DE VIDA EN LA IGLESIA

El Espíritu Santo produce fundamentalmente en todos los bautizados el estado de gracia; la calidad de hijos de Dios, hermanos de nuestro Señor Jesucristo, miembros de su Iglesia y herederos del cielo. No existe nada para el hombre superior a ello, ninguna dignidad más alta. Francisco de Asís que en su juventud, antes de la conversión había querido ser un importante caballero militar, en cuanto comprendió esto, no quiso más dignidad para sí y para sus seguidores que la de ser imitador de la humildad de Cristo. El Espíritu mueve a los hijos de la Iglesia a ejercer diversidad de funciones, ministerios o servicios , pero dentro de una igual y común dignidad. Tan importante es en ella el uno como el otro, y solo destaca a los miembros la santidad moral o de vida, y no así las funciones o ministerios; que tienen más carácter de servicios que de honores o dignidades.

- El sacerdocio o la jerarquía es la porción de la Iglesia que el Espíritu ha señalado peculiarmente para el ministerio de Santificar: administrar la gracia y los sacramentos, Regir o dirigir con potestad específica a la comunidad de los hijos de Dios, y Enseñar la doctrina revelada. Francisco bajo una mirada en el Espíritu tiene un alto sentido de este ministerio, por su proximidad a los sacramentos de Cristo y por su significación del mismo. No lo considera como ventaja de un hombre sobre los otros, ni aún ante Dios. Puesto que procurando como ninguno la perfección y familiaridad con Aquel, consideró que tal cosa es un afán diferente al estímulo que conduce al sacerdocio.

Se tuvo a sí mismo como el más pequeño y pecador, indigno para la familiaridad con los misterios de Cristo que supone dicha función. Pero se consideró indigno no solo en lo que concierne a acceder al estado de vida del sacerdocio, sino también, inferior incluso al hombre más pecador del mundo. Veneró la obra de Dios y del Espíritu en el sacerdocio, más que la subjetividad individual: la calidad moral, el mérito o la santidad personal de quién lo ostenta. La sabiduría del Espíritu Santo le inspiró un adecuado discernimiento que le permitió no confundir función sacerdotal de facto con un cierto estado de santidad moral ontológica o inherente a la función misma. Como si por el hecho de ser sacerdote, alguno, por sólo eso, ya fuese santo y de una moral superior.

Abrazó resuelta y directamente en cambio un estado de vida de empeño por la perfección. Enseñó: "el hombre vale nada más que por lo que es ante Dios" (Adm 19). Comprendiendo en el Espíritu que la Iglesia es más por la presencia de este y la santidad de sus miembros que por la dotación de conductores o ministros que puedan regirla; postula una orden de hermanos dedicados al cultivo de la santidad de vida y a la enseñanza de esta a todo quién quiera escucharles o acoger su buen ejemplo.

Francisco inspirado bajo las luces del Espíritu de la santidad indica que:

"La gran fe que el Señor le dio en los sacerdotes se refiere a los que viven según la norma de la santa Iglesia romana , y por razón de sus órdenes. Y que en cualquier caso: no quiere andar escatimando pecados en los sacerdotes, puesto que mira más bien en ellos al Hijo de Dios" (Test 6-9).

Con ello manifiesta el criterio sabio de discernimiento: su representatividad de Cristo, su investidura por el sacramento y su concordancia de vida con su estado en la Iglesia. Agrega respecto a su moralidad:

"Hemos de observar reverencia por los clérigos, no tanto por lo que son, en el caso de que sean pecadores, sino por razón del oficio y de la administración del santísimo cuerpo y sangre de Cristo, que sacrifican sobre el altar y reciben y administran a otros" (1CtaF. 33).

- Los Laicos son partícipes del don del Espíritu tanto como los anteriores en razón de su fe en Jesucristo y de su bautismo. Su estado de vida participa en el seno de la Iglesia, es decir bajo las luces del Espíritu, de la misma única común dignidad existente en esta; cuanto de la común universal vocación a la santidad. Su función específica en cuanto laicos no es inferior a la sacerdotal y se refiere a la ordenación de todas las realidades terrestres, corporales, familiares, sociales y a la construcción de las estructuras de este mundo, a las luces del Espíritu de Dios.

A los laicos dice Francisco:

"Puesto que soy siervo de todos a todos estoy obligado a servir y suministrar las palabras de mi Señor; y no pudiendo visitarlos personalmente por mi enfermedad y debilidad les comunico por esta carta y por mensajeros las palabras de N.S.Jesucristo, Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son Espíritu y vida" (2CtaF 2s).

Y agrega:

"¡Qué dichosos y benditos son todos aquellos que aman al Señor con todo el corazón y a sus prójimos como a sí mismos...! Porque se posará sobre ellos el Espíritu Santo y hará de ellos habitación y morada" (1Cta.F 1-6).

- Vida consagrada: Aunque a ojos mundanos, naturalistas pudiera parecer menos importante que el estado jerárquico que rige a la Iglesia; para ella, y a ojos del Espíritu esta representa lo más sagrado que la Iglesia posee: la dedicación exclusiva al Señor. Testigos de la vida del mundo futuro, del Reino pleno. En el conjunto de la Iglesia, la vida religiosa constituye el cenáculo de quienes se han anticipado a vivir corporativamente desde ya, la realidad de lo que será el reino pleno, cuando "Dios sea todo en todos". El Espíritu Santo se manifiesta de modo especial en la vida religiosa, en cuanto opción fundamental y don divino de una vida en el Espíritu .

A los religiosos demanda Francisco una vida de mayor santidad; y aunque sólo al final nombra explícitamente al Espíritu Santo, este queda incluido necesariamente en sus palabras, cual autor de toda santidad y germen de vida más elevada. Dice:

"Los religiosos que renunciaron al siglo están obligados de manera especial a hacer más y mayores cosas que cuantos hacen penitencia, pero sin omitir cuanto se pide de aquellos. Debemos aborrecer nuestros cuerpos con sus vicios y pecados, porque todos estos salen del corazón. Debemos negarnos a nosotros mismos y poner nuestros cuerpos bajo el yugo de la servidumbre y obediencia según lo que cada uno prometió al Señor.

No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino más bien sencillos humildes y puros. Nunca debemos desear estar sobre otros, sino más bien debemos ser siervos. Y sobre todos los que cumplan estas cosas y perseveren hasta el fin, se posará el Espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada. Y serán Hijos del Padre celestial, cuyas obras realizan" (2CtaF 36-49).

Se adivina detrás de tales enseñanzas de Francisco las palabras del Señor en el Evangelio: "El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada" (Jn 6,64), esto es, el Espíritu reina en quienes se sobreponen a la carne. Así debe ser de forma muy especial en los religiosos.

La Comunión de los Santos

El Espíritu Santo posee en la Iglesia su lugar eficiente en el mundo. Lo importante en ella no es la agrupación de hombres que la constituyen sino el don de Dios que transforma al hombre en un ser nuevo que él mismo no puede darse, en una nueva comunidad que él no puede sino recibir como un don. La Comunión de los Santos entendida desde el Don del Espíritu evoca la co-existencia e intercomunicación de la gracia, con todos los que viven entregados a aquel. El término latino que se usa para expresarlo "sanctorum" ('de los santos') se refiere tanto a las personas como a los dones santos, a la gracia en que todos han sido hecho partícipes: comunión en el Espíritu Santo, comunión en el Bautismo, comunión en la Eucaristía.

El universalismo en el bien es una de las características más significativas de Francisco; su empatía universal con todo lo que en el mundo hay de bueno, de santo y de justo; como con todo el mundo trascendente. El de ningún modo es un personaje capillista, intolerante o creador de facciones; sino que complacido del don santo que experimenta en sí mismo, mira con ojos de enamorado todo el fenómeno de la realidad, alegrándose infinitamente de ver presente en todos los seres los rastros del Espíritu, las maravillas de la gracia, que a él ha transformado. A la vez que con gran sentido de 'comunión' procura por todos sus medios, que aquella florezca en cuantos están llamados a disfrutarla y aún carecen de la misma. Expresión de tal empatía y devoción por todas las formas de presencia del misterio santo en el mundo es el saludo que siempre repetía Francisco al pasar delante de una Iglesia:

"Adorámoste santísimo Señor Jesucristo, aquí y en todas tus Iglesias que hay en todo el mundo, y te bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste al mundo" (TC 5).

Por otra parte, su actitud y expresiones al dirigir cartas llenas de inspiración y recomendaciones del Espíritu a diferentes y múltiples personas, revela su hondo sentido de 'comunión de los santos':

"A todos los alcaldes y consejeros, jueces y regidores en cualquier parte de la tierra, y a cuantos llegue esta carta, el hermano Francisco, vuestro siervo en el Señor Dios, pequeñuelo y despreciable os desea a todos salud y paz" (CtaA 1). "Al ministro general de nuestra orden y a todos los que lo serán después de él, y a todos los custodios y guardianes presentes y futuros les encargo que tengan consigo este escrito, lo pongan por obra y lo conserven cuidadosamente. Les ruego que ahora y siempre, mientras exista este mundo, con diligencia hagan observar lo que dice, según el beneplácito de Dios omnipotente" (CtaO 47s). "Todos los hermanos custodios que reciban este escrito sepan que tienen la bendición del Señor Dios y la mía si lo copiaren y conservan para sí y los hermanos; y si hacen sacar copias para los que tienen el oficio de la predicación y el de la custodia de los hermanos y predicaren hasta el fin todo lo que en el escrito se dice" (1CtaCus 9). "Les ruego que hagan llegar a los Obispos y a los demás clérigos la carta que a ellos escribí. Asimismo, les ruego que saquen inmediatamente muchas copias de la carta que les envío para los alcaldes y consejeros y repártanla prontamente a los destinatarios" (2CtaCus 4-7).

El Espíritu Santo impulsa en realidad a cuantos ayer como hoy han recibido su poder único y vivificante a una 'comunidad de los santos' de dimensiones cósmicas, que supera los límites de la muerte. Tanto los fieles repartidos por todos los países de la tierra, como las almas del Purgatorio y los santos del cielo somos reunidos y unidos por el Espíritu con Cristo cabeza de todos, conformando una trascendente y misteriosa comunión. En esta, cada uno participa de las buenas obras, gracias y méritos que el Espíritu en ellos suscita, y que todos ofrecen al Padre, por el bien de sus hermanos.

Francisco de Asís vive también un hondo sentido de esta intercomunicación de gracias con los santos del más allá; por ello se afirma de él:

"Amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad. Después de Cristo, depositaba principalmente en ella su confianza. Con vínculos de amor indisoluble se sentía unido a los espíritus angélicos, que arden en un fuego mirífico. Profesaba especial amor y devoción al bienaventurado Miguel Arcángel, por ser el encargado de presentar las almas a Dios. Impulsábale a ello el ferviente celo que sentía por la salvación de cuantos han de salvarse. A todos los santos tenía devoción, pero singularmente a los apóstoles Pedro y Pablo, por la ardiente caridad con que amaron a Cristo" (LM 9,3).

La Madre de Cristo y de la Iglesia: María

Francisco ora en su 'Saludo a la Bienaventurada Virgen María:

"Dios os salve, Señora, Santa y sacratísima Reina, MARIA, Madre de Dios, sois perpetua Virgen, elegida por el santísimo Padre del Cielo, cual templo suyo.

El os consagró con su santísimo y amado Hijo, y con el Espíritu Santo Consolador.

En Vos está y estuvo toda la plenitud de la gracia y de todo bien.

¡Salve, Palacio de Dios Salve, Tabernáculo de Dios! ¡Salve, Casa de Dios! ¡salve, vestidura de Dios!

¡Salve, Esclava de Dios! ¡Dios os salve, Madre de Dios! y a vosotras todas, las santas Virtudes, infundidas por la gracia y luz del Espíritu Santo en los corazones de los fieles, para que de infieles los hagáis fieles a Dios".

Para Francisco, en un concepto muy original suyo, María es ante todo templo, Iglesia o morada del Espíritu Santo y de todas sus santas virtudes ('Virgo eclesia facta'). La Virgen es vista en esta oración desde lo alto, cual un profundo silencio que sólo habita Dios. Es que en el origen de la Iglesia está ella: "consagrada en su santísimo y amado Hijo, y con el Espíritu Santo Consolador". Es la primera Iglesia y es la 'madre de la Iglesia' que después de la partida del Hijo, está en la oración a la cabeza de los apóstoles, al momento de la venida del Espíritu Santo, del que reciben estos el dinamismo y la efectividad de la misión evangelizadora.

La total adhesión de María al Padre, al Hijo y a toda moción del Espíritu Santo hacen de ella para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Ella colaboró de modo único a la obra divina constituyéndose en nuestra Madre en el orden de la gracia. Su maternidad se extiende perpetuamente en los siglos sobre los que creen, hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. San Buenaventura deja en claro que Francisco concibió del Espíritu la vida Evangélica, gracias a María:

"Mientras moraba en la Iglesia de la Virgen, Madre de Dios, su siervo Francisco insistía, con continuos gemidos ante aquella que engendró al Verbo 'lleno de gracia y de verdad', en que se dignara ser su abogada; y al fin logró -por los méritos de la madre de misericordia- concebir y dar a luz el espíritu de la verdad evangélica" (LM 3,1).

Francisco ha engendrado por la mediación de María una forma de vida en el Espíritu, vida de un hombre 'pascual'; y pone permanentemente todas sus miras en el cielo su patria. A Bartolomé, Cristo había dicho: "Verás cosas mayores; verás el cielo abierto" (Jn1,51). Y Francisco entiende que su Iglesia es "Santa María de los Angeles" porque este es 'el cielo abierto'. Vive en Santa María de Los Angeles dónde el cielo se comunica con la tierra: vive con María dónde se manifiestan los ángeles, vive en la Iglesia. En su testamento dejará escrito: "Morábamos en las Iglesias pobrecillas y desamparadas" (22).

Literalmente rinde a la Virgen un culto de 'hiperdulía', superior a todos los santos, y la tiene por patrona de la Orden:

"Rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús; le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana. Pero lo que más alegra es que la constituyó abogada de la Orden y puso bajo sus alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, a los hijos que estaba a punto de abandonar" (2C 198).

María fue para Francisco signo o señal escatológica del destino de la Iglesia. Llena del Espíritu Santo y rodeada de ángeles él dirigió siempre sus pasos hacia lo que, en su condición bienaventurada con fervor contemplaba.

 

 

III. - "Creo en el Perdón de los Pecados"

En Espíritu Santo creemos en el perdón de los pecados. Acción del Espíritu Santo significa infusión de la gracia o virtud divina, transformación del hombre en un ser más espiritual, más similar a Dios, más imagen y semejanza suya . El hombre no vuelve en sí, a su condición más esencial si se entrega simplemente a sus inclinaciones naturales. Para ser verdadero hombre hay que hacer frente a las inclinaciones naturales, hay que convertirse de todo pecado. Las aguas de la naturaleza no suben espontáneamente hacia arriba. La nueva posesión por el Espíritu liquida toda esclavitud al pecado. Francisco transformado en Espíritu en hombre nuevo, por nada quería volver al vómito y esforzándose cada día por emprender los caminos de lo alto repetía: "comencemos hermanos, que hasta hoy poco o nada hemos hecho".

MISTERIO DE LA LIBERTAD DEL HOMBRE: Antropología cristiana.

Libertad, autodeterminación es la capacidad de proponerse las propias metas, de forjar el propio destino, "de proyectar nuevas formas de cultura y de vida, de hacer historia; de distanciarnos de nuestro entorno, de objetivarlo y universalizarlo, por ende de criticarlo y modificar su curso. El hombre por su inteligencia y libertad trasciende a todo lo creado y es capaz de dar un sentido personal a la propia existencia" (Cech. Mmto. Act. Ed. Ch., anexo 1973).

El hombre "imagen y semejanza de Dios", se realiza y perfecciona en la medida que en virtud del Espíritu se aproxima a él. Todos estamos llamados a una vida profunda en Dios. Francisco enseña a los frailes:

"Sepamos que nada tenemos nuestro, sino vicios y pecados" (1R 17,8). Pero puntualiza: "Ninguna cosa debe disgustar al siervo de Dios, fuera del pecado" (Adm 11,1).

Al dar gloria a Dios nos glorificamos santificándonos o realizándonos nosotros mismos. El entendimiento y voluntad del hombre han sido dispuestos para conocer esta realidad y completar su glorificación. Toda nuestra vida consiste en el dilema de acoger libremente la conducción del Espíritu, el diseño divino, su voluntad, su pensamiento: contemplarle, sublimarnos, trascender de nuestra existencia, vivir en el Espíritu, en la sabiduría eterna de Dios.

"A los que ven a Dios su gloria les da la vida; la participación en la vida de Dios consiste en su visión y en el disfrute de sus bienes; la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios" (San Ireneo).

PECADO ORGINAL: el hombre acogió el espíritu del mal, y se abandonó a la amoralidad y pérdida de la conciencia moral, desdén del alma y de la espiritualidad; quedando propenso a radicarse en la pura carne, cual hombre materializado.

"No comas del árbol de la ciencia del bien y del mal o de lo contrario morirás sin remedio" (Gen 2,17).

El predominio original del mal o pecado sobrevino a la humanidad del comer de tal ciencia . El pecado original fue el desdén y la insurrección cabe la amenaza de muerte; esto es amenaza de miseria y destrucción de la naturaleza originalmente llena de vida, de regocijo y de gloria. Caída fatal y deliberada en la ley de la perdición (Gen 3,16-19): predominio de una divinidad infernal, abadón, apolión, ángel del abismo, Satanás o el mismo seol infierno. Pecado contra el Espíritu Santo.

"Dios sabe muy bien que el día en que comiereis del árbol de la ciencia del bien y del mal, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Gen 3,5).

La inspiración del Espíritu llamaba al hombre a asumir la valoración negativa dada por Dios a aquello, mientras el espíritu del mal le estimulaba a la reclamación y usurpación de autonomía, a pretender decidir por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo obrando en consecuencia. La infinita santidad de Dios significa la eterna identificación de su voluntad con la ley eterna, objetiva, cierta y segura, con la bondad absoluta: exclusión radical del mal y afirmación indeclinable del bien. La ciencia del bien y del mal se la ha reservado Dios exclusivamente a sí mismo: "no comas de este árbol", sólo él tiene el privilegio y facultad de disponer de los frutos del bien y del mal, y al atentar el hombre hacerlo también él, ya no está conformándose con su condición de criatura. Se hace juez de la ley eterna del bien y del mal; siendo así que no hay posibilidad que juzgue como compete sobre esta. Al querer pasar por alto el juicio de Dios y forjar su propia valoración arriesga temerariamente ir resbalando a la perdición, hacia las garras del príncipe de este mundo, de la arrogancia y presunción.

La gloria original del hombre consistió en su participación en el Espíritu de la ley eterna, en el bien que es y señala Dios, en acoger en sí la irradiación de su santidad. El predominio de la ley fatal del mal sobre el bien, del infierno en la tierra es debido al mal uso del libre arbitrio de hombres concretos a la generalización de la impiedad y corrupción. "Los impíos con las manos y palabras llaman a la muerte, la tienen por amiga y se desviven por ella; con ella conciertan un pacto" (Sab 1,16). El espíritu del mal que posee al impío es lo que en griego se llama un daimón : virtud o fuerza incontrolable, demoníaca. En-daimón es el sujeto poseído por dicho torrente de fuerza: endemoniado. Pero:

"Como a partir de un hombre entró la perdición y la muerte en el mundo, con cuanta más profusión ha de propagarse sobre todos la gracia de Dios y el don del Espíritu provenientes de un solo hombre Jesucristo" (Ro 5,12-15).

Francisco explica esta situación del ser humano diciendo:

"El pecado es deleitoso al cuerpo y amargo el servir a Dios; pues todos los vicios y pecados están y brotan del corazón del hombre" (2CtaF 69).

Para acercarse a Dios es necesario purificarse. Nada manchado puede entrar en la presencia del Señor. Y es en Jesucristo Dios, el bien ontológico, sustancial, en sí mismo, hecho hombre, que se ha sobrepuesto objetivamente y ha sido más fuerte en naturaleza humana el bien sobre el mal; los impulsos de bien que aún emergen en nuestra carne, sobre la ley fatal de señorío del mal. En virtud del Espíritu Santo que nos da Cristo se restituye en el hombre la preeminencia que poseía ya en el designio original el bien sobre el mal. El anuncio evangélico de Jesucristo para toda la humanidad y generaciones es ahora el reinado de su Espíritu, iniciado desde ya en la Iglesia; comunidad de cuantos le siguen y se bautizan. Pero que se dará en plenitud únicamente en el Reino pleno del más allá, la parusía.

Es por ello que la suprema ciencia y sabiduría que apeteció Francisco de Asís fue la de:

"Unirse más íntimamente al consejo y beneplácito del Señor. Con la mayor diligencia buscaba y con toda devoción anhelaba conocer de los sencillos y de los sabios, de los perfectos y de los imperfectos, cómo pudiera entrar en el camino de la verdad y llegar a metas más altas.

La dulzura y suavidad infusas cuya comunicación él ya había sentido en su interior, le obligaban a desasirse por entero de sí mismo; y, rebosando de un gozo inmenso, aspiraba por todos los medios a llegar con todo su ser allí donde, fuera de sí, en parte ya estaba. Poseído del Espíritu de Dios, estaba pronto a sufrir todo con tal que se cumpliese en él la voluntad del Padre celestial" (1C 91s).

SACRAMENTOS DE MUERTOS

El mismo Señor quiso vincular la infusión del Espíritu Santo a la fe, al perdón de los pecados y al Bautismo: "estaba establecido que por autoridad del Mesías había de proclamarse a todas las naciones la conversión a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son los testigos de todas estas cosas, yo les enviaré al prometido por mi Padre y seréis revestidos de la fuerza de lo alto" (Lc 24,47ss). "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn20,22). "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16,15s). Así como la Iglesia es presencia del Espíritu en el mundo, los sacramentos son autorrealización de esta cual instrumento de gracia para los individuos. Los sacramentos son la espina dorsal del concepto de Iglesia. Iglesia y sacramentos no pueden existir separadamente; por eso, el problema que nos plantea el 'perdón de los pecados' es el problema de los sacramentos y de la Iglesia.

EFECTO DE LA GRACIA

La renovación que produce el Espíritu Santo en el hombre es total. ¡No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón, siempre que su arrepentimiento sea sincero! Pero el hombre que recibe la acción del poder de lo alto necesita experimentar de una forma palpable que Dios ha entrado en su vida. Y precisamente este rol de signo sensible, palpable, a la vez que eficaz de la gracia, es el que cabe a los sacramentos instaurados por Cristo. El mismo, resucitado, al dar el Espíritu Santo confió a la comunidad de la Iglesia: a los apóstoles - sacerdotes, la potestad de reconciliar el poder de bautizar y de perdonar los pecados. Se acostumbra usar el término: Sacramentos de muertos para el Bautismo y la penitencia, por el hecho que ambos tienen por sujeto al hombre herido por el pecado, que no está en estado de gracia al momento de recibirlos; o que no tienen por requisito previo el estado de gracia para recibirlos.

PRELUDIO DEL REINO

Sin embargo, la gracia que dan estos sacramentos del Bautismo y de la penitencia no libra a la persona de todas las debilidades de la naturaleza. Sino que todavía hemos de combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal. "Tanto el perdón como el cambio y purificación interior que nos libra del dominio de las concupiscencias solo lo otorga Dios. Y tanto los sacerdotes como los sacramentos son meros instrumentos de los que él quiere servirse" (CIC 987).

Francisco se preocupa que:

"los frailes que van entre infieles, cuando vieren ser la voluntad de Dios, anuncien su palabra, para que crean... y para que se bauticen y hagan cristianos" (1R 16,5ss).

Y él mismo cuando predica en Greccio aseguró a la gente:

"si cada uno de vosotros confiesa sus pecados y hace dignos frutos de penitencia, yo les doy la palabra que todas esas plagas se alejarán de vosotros y que os mirará el Señor con amor" (2C 35). "Los milagros que hacía Francisco movían a las gentes a la humildad y sincera confesión de sus pecados" (LM.Milagr 7,7).

Por otra parte, él

"acudía presuroso a la confesión para expiar la falta que pudiera haber cometido" (LM 10,6).

 

 

IV. - "Creo en la resurrección de la carne"

En Espíritu Santo creemos en la resurrección de la carne. La fe en la resurrección es fe en el poder del Espíritu, por el que Dios obra el trascendimiento de lo meramente biológico, dentro de la corruptibilidad humana. El poder del Espíritu tiene su ampliación hasta el límite biológico de nuestra existencia, la muerte. A este reconocemos la fuerza transformadora más fuerte que la muerte, que abre un futuro decisivo para el hombre y para el mundo. La resurrección de la carne y la vida eterna presentan la última eficacia de la acción del Espíritu Santo en nuestra existencia intramundana. Por la virtud suya nuestra mortalidad será superada. La resurrección en la que todo desemboca nace necesariamente de la transformación de la historia iniciada con la resurrección de Cristo. Con esta, se supera el límite del 'bios', es decir, el Espíritu, el amor que es más fuerte que la muerte, trasciende lo biológico; y abre las puertas a una nueva manera de vivir, no sólo para el individuo, sino para la historia, para la humanidad toda.

LA ANTROPOLOGÍA CRISTIANA no nos dice que nos aguarde una eternidad sin cuerpo sin materia, como puro espíritu, sino que por la resurrección de la carne nuestro cuerpo habrá de ser espiritualizado, investido de luz. Pero si bien, Resurrección supone una evolución físico química del hombre que hoy somos, en cuanto no constituye un retorno desde la muerte al mismo ser humano terrenal, ni tampoco es un estado en que ya se hubiese perdido fatalmente la dimensión corpórea que nos caracteriza. Su realidad más profunda está dada por el hecho que constituye una vida del hombre entero, 'a los ojos del entendimiento y al amparo del amor de Dios'.

Lo que hace propiamente al hombre ser un resucitado es su apertura desde su yo integral a la trascendencia, su interlocución con Dios, su relación con este, cuyo amor crea la eternidad: "toda carne contemplará la salvación de Dios" (Lc 3,6). En este sentido quién cree en sentido cualificado entra en el ser-conocido y amado por Dios, lo cual es inmortalidad: "Quién cree en el Hijo, tiene ya la vida eterna" (Jn3,15s; 3.36; 5,24).

VIDA DE RESUCITADOS

Desde ya nos llama la Palabra de Dios a vivir una vida de resucitados; el estar-con-Cristo -por la acogida de su Espíritu en nuestro yo-, es el comienzo de la vida de la resurrección y la superación de la muerte (Flp 1,23. 2Cor 5,8. 1Tes 5,10). La infusión del Espíritu es ya vida que no puede quedar destruida por la muerte. Por su virtud el hombre mismo sobrevivirá, no por poder propio, sino porque la virtud divina lo ha penetrado y posesionado. Así, la muerte para quién vive en el Espíritu, no tiene el cariz de un hecho fatal, sino el de una indicación de que su tiempo es limitado para ser y crecer en Cristo. Más aún, ella le brinda la posibilidad de hacer su oblación culmine en brazos del Padre: "La vida es Cristo y la muerte una ganancia" (Fil 1,21).

PODER DEL ESPIRITU SOBRE LA NATURALEZA

La Resurrección de Cristo nos manifiesta que la vida del hombre investida por el Espíritu: segundo Adán, no puede ser extinguida por las fuerzas mundanales; y que la energía soberana de aquel, rompe con todos los límites impuestos por estas. "El Espíritu es el que vivifica, la carne no sirve para nada" (Jn 6,63). Esto es, la energía radica en el Espíritu que inviste a la carne. Respecto a nuestra propio cuerpo o carne, el resucitado nos señala su sentido existencial: ¡ser investido por el Espíritu!. Nos indica el respeto y funcionalidad del cuerpo en nuestra vida terrena, al servicio de la glorificación divina. "El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo" (1Cor 6,13). "Animo, yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

FRANCISCO Y CLARA

Que en todos los aspectos de su vida manifestaban haber muerto al mundo, hasta decir de ellos un cronista ajeno a la orden que "llevaban una vida desesperada". Vivían en el auténtico sentido de la palabra una vida de resucitados, para Dios. Es así que Francisco, inspirado a las luces de tal perspectiva, llega a cantar a la hermana muerte, en su 'Cántico de las Criaturas', expresa:

"Alabado seas mi Señor, por nuestra hermana, la Muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar.

¡Dichosos los que encuentre cumpliendo tu santísima voluntad! Porque la segunda muerte no les podrá hacer ningún mal".

Y de él refiere su biógrafo san Buenaventura:

"Al emigrar de este mundo el bienaventurado varón y penetrar su bendita alma en la morada de la eternidad para gustar plenamente de la fuente de vida transformado en un ser glorioso, dejó impresas en su cuerpo unas señales de su futura gloria, de modo que aquella carne santísima que, crucificada con los vicios, se había convertido en una nueva criatura, no sólo llevase grabada, por singular privilegio, la efigie de la pasión de Cristo, sino que también anunciase, por la novedad del milagro, una cierta especie de resurrección" (LM 15,1).

 

 

V. - "Creo en la vida eterna"

La eternidad es el hoy contemporáneo a todos los tiempos, es el poder creador de todo tiempo, que mide el tiempo. No es la carencia de tiempo, sino su extensión. No es la prisión que encierra en la inmutabilidad a quienes están más allá de la existencia temporal o terrena, sino, la expansión de esta a su plenitud. No es la imposibilidad de obrar en el tiempo; sino el trascendimiento más allá de este. Eternidad es lo esencialmente otro o distinto; es la actualidad que señorea, ilumina y orienta cada contingencia, circunstancia o vicisitud del tiempo. Es el hoy permanente que abarca a todos los tiempos y que se manifiesta en cada tiempo. En Jesús, hombre temporal con nosotros, recibimos el sentido más sublime y divino para nuestro existir en el tiempo. Siendo él simultáneamente Dios, hace presente en nuestra vida la eternidad de aquel, y comunica a nuestro espíritu el Espíritu eterno. "El Hijo, estando en el mundo tiene tiempo para Dios, y en él, Dios tiene todo el tiempo para el mundo" (H.U.von Balthasar, Teol. de Hist. 48).

Para Francisco es claro que para nosotros seres humanos pequeños e inconsistentes, nuestra vida eterna es estar con Dios, tener a Dios; como lo expresa en el texto que dio a fray León de las 'Alabanzas a Dios':

"Tú eres nuestra Fe, nuestra grande Dulzura. Tú eres nuestra Vida Eterna,

Grande y Admirable Señor, Dios Omnipotente, Misericordioso Salvador".

Su camino espiritual lleva a vivir prácticamente siempre de cara a la vida eterna; a considerar todo "sub specie aeternitatis": bajo la perspectiva de la eternidad. Esto enseña durante su vida en diversas formas, como por ejemplo:

"Las ovejas del Señor le siguieron en la tribulación, y en pago de esto, recibieron del Señor la vida eterna" (Ad 6,2). "Nuestro cuerpo, con sus vicios y pecados nos quiere quitar el amor de nuestro Señor Jesucristo y la vida eterna, y perderse él mismo en el infierno con todo lo suyo" (1R 22,5). "A todos los que Dios predestinó para la vida eterna, les enseña con el aguijón de las tribulaciones y enfermedades" (1R 10,3). "Hemos de alegrarnos más bien cuando nos vemos envueltos en todo género de pruebas y cuando podemos soportar toda suerte de aflicciones y tribulaciones de alma y de cuerpo en este mundo por la vida eterna" (1R 17,8).

La muerte pone fin al 'todavía no' de una existencia así encaminada y anticipada a la eternidad. Con esta, se consuma el 'tiempo' abierto a la opción fundamental del hombre merced a su libre albedrío. El tiempo que se nos otorga cual oportunidad para la aceptación o rechazo de la iluminación e investimiento por el Espíritu Santo y su gracia transformadora. Es así que los biógrafos de Francisco, una vez muerto pudieron declarar con diametral acertividad acerca suyo:

"Cuanto había vivido Francisco había sido todo divino y vencidas ya las seducciones de la vida mortal, libre voló a los cielos. Pues tuvo por deshonra vivir para el mundo, amó a los suyos en extremo y recibió a la muerte cantando" (2C 214).

JUICIO PARTICULAR

Con este se abre la vida eterna más allá de este mundo y constituye la retribución inmediata para cada uno respecto a su mérito o culpa. El Espíritu que lo conoce y escudriña todo, dejará entonces al descubierto los más secretos y recónditos actos, intenciones y pensamientos del hombre, que serán juzgados por el Hijo Jesucristo.

PURGATORIO

La obra del Espíritu ha de consumarse en el hombre en esta vida para que le sea posible acceder a la divina presencia. Para acercarse a Dios es necesario purificarse , nada manchado puede llegarse hasta él. En el monte Alvernia, un Angel reconfortó a Francisco asegurándole:

"Cuantos hermanos observaren a perfección en la Orden la vida del Evangelio de Cristo y la pureza de la Regla, inmediatamente después de la muerte corporal irán a la vida eterna sin pasar absolutamente por el purgatorio. Y quienes la observaren menos perfectamente, antes de ir al paraíso, serán purificados en el purgatorio" (Ll 2).

JUICIO FINAL

Ocurrirá al fin de los tiempos, al concluir estos; el peregrinaje de la Iglesia militante; la etapa de prueba y merecimiento otorgada a la humanidad. Es el momento de la culminación de la obra del Espíritu Santo en este mundo, y de la 'Segunda Venida del Señor': de la glorificación definitiva de Dios y de los justos. Antes se predicará el evangelio a toda criatura. De cara a aquel Francisco amonesta a ser responsables escribiendo:

"Todos aquellos a quienes llegue esta carta, si no acogen benignamente con amor divino las sobredichas odoríferas palabras de nuestro Señor Jesucristo, no las leen con frecuencia, ni las retienen consigo con obras santas hasta el fin, tendrán que dar cuenta en el día del juicio, ante el tribunal de nuestro Señor Jesucristo" (1CtaF 19-22).

EL INFIERNO

Quienes han rechazado el Espíritu de la santidad deliberadamente han de quedar definitivamente en la ausencia de Dios, en la aversión a Dios. Bajo el poder del mal, la 'gehena del fuego'. Francisco dice al respecto:

"Aquellos que no llevan vida en penitencia y ponen por obra vicios y pecados, sirviendo corporalmente al mundo con los deseos carnales, son unos ciegos. De ellos dice la escritura: 'Malditos los que se apartan de sus mandamientos'. Y dónde sea, cuando sea y como sea muera el hombre en pecado mortal, arrebata el diablo el alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación, que nadie las puede conocer, sino el que las padece. El cuerpo se lo comen los gusanos, y así pierde cuerpo y alma en este breve siglo e irá al infierno, dónde será atormentado sin fin" (1CtaF 2,1-18).

EL CIELO

Es la participación por obra del Espíritu Santo en nosotros de las bodas del Cordero en el banquete del reino; de la vida con Dios en la morada del Padre, en la Jerusalén celeste, en el paraíso. Es participación en la vida de la Santísima Trinidad.

"Nosotros hemos recibido desde ya el Espíritu de adopción filial por el que clamamos: ¡Abba! ¡oh Padre! Este Espíritu testifica en nosotros que somos hijos de Dios; y si hijos, también herederos, para ser glorificados junto con Cristo" (Ro 8,15ss).

El cielo realiza el misterio de la Glorificación del hombre: investimiento suyo por el Espíritu de Dios. Da cumplimiento a las esperanzas de cielos nuevos y tierra nueva, de la parusía, el pleroma o reino pleno. En todo caso, el progreso terreno en que tantas aspiraciones humanas confluyen, no se identifica con el reino; pero puede estructurarse bajo su perspectiva. La gloria de Dios que se dará cumplida en el cielo, está en el esplendor de sus perfecciones como en el de sus obras; y en el reconocimiento y alabanza externa a él de su sublimidad.

Clara augura ampliamente antes de morir las mejores bendiciones a sus hermanas presentes y futuras, diciendo:

"Suplico a nuestro Señor Jesucristo que por su misericordia, el mismo Padre celestial os conceda y confirme su santísima bendición en el cielo y en la tierra: en la tierra, multiplicando en gracia y virtudes a sus siervos y siervas en su Iglesia militante; en el cielo, exaltándoos y glorificándoos entre sus santos y santas en su Iglesia triunfante.

Les bendigo en mi vida y después de mi muerte en cuanto me es posible, con todas las bendiciones con que el mismo Padre de las misericordias ha bendecido y bendecirá en el cielo y en la tierra a sus hijos e hijas espirituales, y con las que cada padre o madre espiritual ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas espirituales. Amén.

¡El Señor esté siempre con vosotras, y que vosotras estéis siempre con él! Amén" (ClB 7-16).

En medio de las gentes de este mundo la familia franciscana es porción congregada por el Espíritu. El punto de partida de su camino espiritual específico: espiritualidad franciscana es la fe, esperanza y amor en el poder del Espíritu del Señor y sus dones, para conducirnos en la vida e introducirnos al cielo. Por ello, como hemos reflexionado hasta aquí, la doctrina sobre el Espíritu Santo es también el fundamento doctrinal básico de nuestra familia y de nuestra espiritualidad. * \

Fray Oscar Castillo Barros

Santiago,      Junio de 1998