DE LA DOCTRINA AL MODELO

 

El acto médico personalista resulta de su tradición doctrinal. Aunque la limitación de este trabajo ha impedido una reflexión sobre el acto médico a lo largo de la historia, desde una perspectiva fenomenológica puede decirse que la fundación del acto médico histórico cristalizó como "dialógico", "asimétrico", "personal" (el hombre como autoconciencia y cuerpo), "beneficente" (orientado al bien del enfermo) y cuyo valor o bien esencial era la conservación de la "vida". Cada uno de estos presupuestos son estimados y configurados por la bioética personalista, aunque nuestro tiempo histórico exija la conveniente adaptación o remodelación.

 

Del respeto a la persona surge la condición especialmente dialógica de la relación entre médico y enfermo, en diálogo dos personas y dos conciencias, sin la presencia de un Estado configurador del modelo relacionar. De su propia experiencia se deduce la condición asimétrica de esta relación, pues, por la situación precaria en el que la enfermedad sitúa al enfermo, el diálogo no se proyecta entre iguales (esto debería ser lo deseable): los discursos son asimétricos; siempre hay un débil y un fuerte, siempre alguien que pide o necesita y otro que da o favorece. Una debilidad que es rechazada por la cultura, pero que es difícilmente rectificable. De esta fragilidad y de la necesidad de autoestima del médico, surgirá esa dimensión de protección del enfermo que anida en el núcleo esencial del acto médico, la actitud beneficente, la búsqueda del bien del enfermo.

 

Este conjunto de realidades históricas cristalizaron en la defensa a ultranza del valor vida -de la conservación de la vida- columna vertebral de la acción terapéutica del médico histórico, cuya absolutización ha sido origen de conflictos en nuestros días.

 

Por fin, puede afirmarse que el médico histórico siempre percibió al enfermo como persona, al modo de un yo corporal, donde la corporeidad herida por la enfermedad constituía el territorio de la acción médica, inseparables el cuerpo y el espíritu e inimaginable cualquier interpretación dualista de la persona. Al menos en el marco de las realidades prácticas.

 

Desde el punto de vista moderno el acto médico asume dos modalidades. l) Puede ser un acto médico asistencias o específicamente clínico, que se orienta a un diagnóstico, a un pronóstico y a un tratamiento: atender un parto, curar una neumonía, intervenir una catarata, atender a un comatoso, etc. En este caso el médico contempla la naturaleza herida del enfermo y se apresta a aclarar el origen de la enfermedad y a oponer una medida curativa. Se trata de una acción orientada a recuperar la normalidad, la salud, la vieja physiologia de los médicos griegos. Y 2) acciones o técnicas sanitarias de utilidad o protección de las personas: abortos, eutanasia activa, uso utilitarista de embriones, cambio de sexo, etc. Aquí el homofaber médico actúa modificando el sentido del determinismo corporal, en orden a conseguir un fin de naturaleza utilitarista, generalmente -aunque no siempre- a iniciativa de su enfermo o cliente. Estas últimas acciones constituyen o formalizan el mayor número de disensos en la moderna relación médico-enfermo.

 

De todo lo anterior, y del trasfondo doctrinal que hemos revisado en páginas anteriores, se deduce que el acto médico personalista, de forma opuesta al principialismo originario, tiene en gran aprecio el modelo histórico de ejercer la Medicina, aunque mantiene, igualmente, la necesidad de incorporarlo en los desarrollos positivos de la Modernidad. Destaca en él su raíz o fundamento personalista, cuyo rasgo clave es que la persona es también el cuerpo, es decir, que la persona es el hombre y el hombre es persona. La bioética personalista es normativa, pero el agente moral protagonista -que es el médico- actúa de forma libre, aunque su elección dispone de un referente de perfección que es la realidad de la persona y sus bienes (cuando menos su "vida", su integridad", su "telos", su "libertad", su derecho al bien del "conocimiento" de la enfermedad y el respeto a su "intimidad") que pueden ser estimados como verdaderos fines inscritos en su naturaleza, y como tales verdaderos "bienes particulares". Y que han de ser concebidos, en conjunto, como la ruta o carretera principal a orientar la elección libre del agente -del médico- que, al verse obligado a confrontarlos en el momento de la enfermedad, establece necesariamente una jerarquía de bienes en el momento de su elección.

 

La decisión no viene determinada por el significado del acto médico o por la corporeidad -por el objeto moral- pero éste orienta normativamente el bien integral de la persona. Es función del médico una elección que, resultando útil al objetivo del acto médico -curar- respete siempre, de forma paralela, el bien integral de la persona* (19). Es por esto que su elección del bien del enfermo constituya en conciencia una auténtica elección moral, la convicción de que elige el verdadero bien del enfermo. Esta elección no decide, todavía, la intervención médica, pues exige la aceptación del enfermo, el cual tras un verdadero diálogo con el médico juega un papel importante en la decisión terapéutica, sólo que su opinión sobre la opción terapéutica no determina, en caso de disenso, al médico. El acto médico personalista se somete a la libertad de los dos agentes, pero es siempre un acto reflexionado y decidido en conciencia.

 

En su planteamiento, además del respeto a la dignidad de la persona (así entendida), el acto personalista ancla en una actitud de benevolencia, en un amor de amistad. Por tanto, este modelo rechaza que la vinculación entre paciente y médico constituya sólo una relación mercantil orientada a un acuerdo técnico básicamente utilitario. Muy al contrario, manteniéndose afín al sentimiento matriz que orientó la práctica clínica de nuestros maestros en la Medicina, reafirma la concepción tradicional de que el acto médico es esencialmente un "servicio", es decir, un acto de amistad singular por el que el médico dispone su ciencia (su arte, su oficio) en ayuda de otro hombre que le necesita en un momento de debilidad de su naturaleza (como le puede ocurrir a él); configurándose de este modo una relación orientada por el deber de la competencia profesional -que demanda eficacia- pero donde el sujeto de la atención médica -el enfermo- ha de ser respetado en su dignidad como persona. Es un deber de responsabilidad del médico aquel de percibir que el objeto de su acción como faber es un hombre, una persona, alguien que tiene dignidad y no precio, en suma, un absoluto, que exige un trato especial. Este modelo recupera la dimensión histórica de "profesión" de la Medicina y le adjudica perfiles de significado más profundo que el legítimamente atribuible a otros oficios, carreras o trabajos, por lo demás igualmente dignos y respetables. En este contexto es deseable que la condición de médico o de enfermero/a venga fuertemente asistido por la idea de la "vocación", en el sentido marañoniano (tabla 4), que fácilmente promoverá a las virtudes y a una dimensión de los deberes médicos como algo de suyo exigible, pero, finalmente, gratificador.

 

El médico personalista o, mejor, la bioética personalista es pues una ética de bienes y de virtudes, pero es igualmente ética de deberes y de convicciones, que la configuran, sin duda, como un modelo exigente -de máximos- para la práctica médica. No es una ética del Medievo, ciertamente, pero tampoco sirve a un referente temporal o meramente estético de comportamientos. Es, en suma, una ética de deberes nucleada desde el respeto más profundo a la dignidad de la persona.

 

 

UNA APROXIMACIÓN A LA BIOÉTICA PERSONALISTA

 

PERSONALISMO ONTOLÓGICO

 

Con los presupuestos doctrinales que hemos considerado en páginas anteriores, ha cristalizado un modelo personalista de bioética. El modelo que ha determinado la denominación ha sido formulado por Elio Sgreccia y puede ser considerado un personalismo ontológico (17) él se establece como fundamento de la bioética el concepto de persona y se propone el deber del respeto a la vida humana en todas sus manipulaciones desde la concepción hasta la muerte. La persona se convierte en el filtro para determinar la licitud o ilicitud de una determinada intervención sobre la vida: es lícito todo lo que no daña a la persona.

Es ilícito todo lo que daña a la persona o suprime su existencia.

 

Y como persona es inseparable de vida la bioética personalista defiende la vida de un modo integral, sin flsuras. Por lo tanto, el modo de definir la persona tiene una importancia esencial en este modo de concebir la bioética. El modelo romano afirma la persona de forma metafísica, ontológica y su máximo representante, Sgreccia,7 formula cuatro principios cuyos enunciados son indicativos de su contenidos. No nos vamos voy a extender sobre ellos. Para su conocimento remito al lector a la excelente exposición de L.M.Pastor recientemente publicada 19.

 

El valor fundamental de la vida

 

Lo hemos comentado ya. La persona no es cosa, es persona. Por lo tanto sólo cabe una actitud de respeto. De contemplación y salvación. Y puesto que no es objeto, ha de ser siempre respetada como fin y nunca como medio. Todo hombre para otro hombre es un bien absoluto, al que no se debe instrumentar. Cada hombre es único e irrepetible. Todo lo que es él le pertenece, tanto lo que pertenece a su ser (organismo) como lo que es su obrar, sus acciones. El derecho a la vida es el primero de los derechos y el más fundamental, porque sin él todos los demás -incluida la libertad- son inexistentes.

 

Principio terapéutico de totalidad

 

Principio capital dentro de la bioética. Por él se concede al todo persona disponibilidad sobre las partes para asegurar la existencia y para evitar un daño que no podría ser evitado de otro modo. La parte existe para el todo y por lo tanto puede ser sacrificada para beneficio del todo. Da pie y sanción este principio a la cirugía y su aplicación exige algunas circunstancias: l) que la operación esté orientada al bien del organismo sobre el que se incide (entre otras cosas, el marido no puede exigir a la mujer su esterilización por sus propias razones); 2) es preciso que se intervenga sobre la parte enferma; 3) que no exista otro modo razonable de curar la enfermedad, y que se haga en el momento de la necesidad; 4) que se de una alta probabilidad de mejoría y 5) que haya consentimiento por parte del paciente. Todo esto conduce a un criterio síntesis, a que se de una cierta proporcionalidad de la terapia quirúrgica.

 

Principio de libertad y responsabilidad

 

En base a un conocimiento racional de los hechos, el paciente ha de ser libre al decidir sobre la opción terapéutica que se le va a aplicar.

Esta libertad debe venir acompañada de responsabilidad. Esta responsabilidad le impide obrar contra sí mismo, mediante el suicidio o la eutanasia. Y al médico también alcanza, puesto que el límite de su libertad es el respeto a la dignidad de la persona.

 

El principio de sociabilidad y subsidiariedad

 

Implica a la condición de persona como ser social, como ser con... otros. Esto quiere decir a uicio de Sgreccia que, como personas, todos estamos involucrados en la vida y en la salud de los demás, en la ayuda al otro.

 

Este principio convierte a la persona en ser subsidiario de un derecho a que los demás defiendan su vida y salud. El principio dota de fundamento a los poderes públicos en la búsqueda del bien común de la salud, aunque este debe respetar siempre antes los derechos de la persona, que son anteriores a los de la sociedad y el Estado.

 

UN NUEVO MODELO PERSONALISTA

 

En las páginas que restan el autor pretende acercarles a un nuevo modelo personalista que ha denominado personalismo fenomenológico o médico, que se propugna cercano a la tradición médica y donde el hombre, la persona, es formulado en clave de fenomenología. No podremos hacer otra cosa que una aproximación, pues por razones obvias es imposible recordar aquí sus fundamentos históricos, filosóficos y ni aún el método operativo práctico, aunque puede ser suficiente para orientarles a la espera de una publicación más sistemática.

 

El personalismo fenomenólogico apuesta por el binomio libertad/verdad o, si se prefiere, por aquel que afirma conjuntamente el yo quiero/yo soy, una dialéctica que el mundo moderno parece haber decantado decididamente a favor del yo quiero en detrimento del yo soy . Se fundamenta igualmente en el concepto de persona, la cual es entendida de modo fenomenológico, como cuerpo y psique constituyendo un yo encarnado, apreciable como una realidad integral: el hombre como le vemos, como le conocemos, como es en la realidad científica. En nuestro modo de pensar se hace urgente recuperar el pensamiento médico tradicional y liberarle de ciertos sofismas que orientan algunos de los modos, supuestamente éticos, del pensamiento contemporáneo. Esta recuperación de lo propio, de lo nuestro -de lo que es la esencia de la sabiduría médica- debería hacerse desde el seno de la Medicina. Y debería hacerse en diálogo con nuestro tiempo -con las luces de nuestro siglo- pero, eso sí, sin reverencia a postulados espurios o a los vaivenes del laboratorio filosófico. Esta es la verdadera apuesta del personalismo médico, uno de cuyos modelos vamos a esbozar seguidamente.

 

El modelo fenomenológico reflexiona sobre el modo de ser médico, sobre la relación médico-enfermo que podemos llamar histórica -vigente aún hoy en muchos de los comportamientos de nuestros colegas- y al reconocerla en la distancia la aprecia dialógica (entre dos personas, entre dos conciencias), asimétrica ( hoy se pretende que sea simétrica y debe tender a serlo), y con tres rasgos definitorios: la beneficencia como razón de ser del médico y de la Medicina -como conciencia del médico- , la persona que es vista como el hombre, como un yo encarnado, fenoménico; y donde la conservación de la vida adquiere un significado estelar, seguramente excesivo, pero definitorio. A esta reflexión, una bioética actual que se centre en el respeto a la persona no puede excluir -y aún debe resaltar- el elemento clave del debate moral contemporáneo, el hombre como agente moral libre, responsable último en la intimidad de su conciencia, sujeto de derechos y obligaciones -en nuestro sentir "deberes"- entre los cuales se abre paso en el mundo médico la capacidad de aceptar o de rechazar las intervenciones terapéuticas que puedan incidir sobre él. Si es médico rechazando libremente una opción científica por razones éticas, si es paciente rechazando en conciencia una determinada opción que el médico o la Medicina le ofrezcan. En suma, el personalismo médico al que se va a hacer breve alusión acoge y reivindica de la Medicina histórica la soberanía de la conciencia del agente moral, pero ello no solo para el médico Como fuera en el patemalismo histórico- sino también para el enfermo, una importante conquista de la Modemidad.

 

Como puede observarse en el paradigma personalista (tabla 5), el deber esencial del médico y del profesional sanitario (enfermero/a, farmacéutico, etc.) es el deber de competencia profesional, en íntima asociación y constituyendo un todo al deber de responsabilidad.

 

Competencia significa conocimiento del oficio asociado a una alta fundamentación científica de las acciones o de los actos de significado curativo o sanador que se han de realizar. Significa, en fin, conocer bien los actos o acciones técnicas de protección de los pacientes y su fundamento y significado. Responsabilidad, por su parte, significa autoconciencia de que los actos de competencia profesional que lleva a cabo el médico se ejercitan, se llevan a cabo en una persona -y no en un automóvil o en un edificio- la cual, por constituir un absoluto, exige ser tratada como un fin y nunca como un medio, y a la que se ha de desear y aplicar el mayor bien. Competencia significa afán por estar al día en los avances de la Medicina, significa verdadero amor al estudio, significa una permanente exigencia interior acerca de la necesidad de adquirir nuevos conocimientos que doten de garantía y seguridad al núcleo del acto médico. Es dudoso que sin la vigencia de este deber, que nace en la experiencia, de esta ética del trabajo bien hecho, el acto médico pueda adquirir el significado de ético. Competencia y responsabilidad distinguen la ética médica de la ética económica o de la ética social, y no es momento ahora de incidir más sobre ello. En consecuencia, estos primeros y fundamentales deberes *(20) reafirman el carácter histórico de la Medicina como una profesión y como una vocación. El acto médico podrá experimentar la modernización que caracterice a cada tiempo, pero debe seguir siendo básicamente un servicio, un proceder de benevolencia, de singular amistad, realizado en conciencia; algo, en suma, cuya vigencia aparece en entredicho en algunos modernos desarrollos de la Medicina.

 

Pero algo importante distingue al médico personalista. En efecto, en la mejor herencia de nuestros maestros, y en la más científica de las dudas, a la vez que se exige un conocimiento profundo del arte médico -y una preocupación sincera por la formación continuada- el médico personalista no es "cientificista" (Marañón).

 

Es decir, no concede a la sabiduría médica, a la racionalidad científica, la autonomía ética. En otras palabras, rechaza que la ciencia esté por encima de la ética o que la ciencia sea ella misma ética (epistemología). Ciencia y ética deberían coincidir, pero pueden no hacerlo y esto ocurre en muchas ocasiones y es preciso saberlo y detectarlo. Ciencia y ética poseen un discurso propio y estos pueden mostrarse, en ocasiones, divergentes. Ciertamente es posible que desde la cultura de la ética algunos magnifiquen el significado de la ciencia dotándola de una autonomía reverenciar, pero desde la cultura de la ciencia el médico personalista distingue perfectamente ambos discursos, y sabe hacer siempre una elección en conciencia.

 

En suma, que cuando el dictamen de la ciencia médica le resulta obscuro moralmente somete la decisión terapéutica y el previsible alcance de sus acciones al paradigma personalista.

 

Es obvio que la decisión final es obra de la razón del médico y obviamente un ejercicio de su libertad de elección, que en este caso -tras pasarla por un filtro o procedimiento que eleva a su consideración el contraste entre la acción médica que se va a llevar a cabo y la estructura de bienes que van a ser involucrados por tal acción- se autodetermina en un sentido u otro.

 

 

Tabla 5. El paradigma personalista

 

LOS BIENES DE LA PERSONA

 

Vinculados a la psique Vinculados a la corporeidad

1. El bien de la libertad l. El bien de la vida

 

2. El bien del conocimiento 2. El bien de la integridad ('Discurso aproximativo') ("Integridad física")

3. El bien de la intimidad 3. El bien de la corporeidad

a. "Secreto profesional" y Carácter normativo de la

b. "Intimidad corporal" corporeidad

 

 

Es obvio que la decisión final es obra de la razón del médico y obviamente un ejercicio de su libertad de elección, que en este caso -tras pasarla por un filtro o procedimiento que eleva a su consideración el contraste entre la acción médica que se va a llevar a cabo y la estructura de bienes que van a ser involucrados por tal acción- se autodetermina en un sentido u otro.

 

Es importante ahora subrayar dos hechos prácticos. El primero se centra en el propio paradigma, y viene a decir que, en ausencia del paradigma, el personalista actúa en conciencia y no precisa necesariamente de él para calificar acciones que, de suyo, pueda tener ya perfectamente calificadas desde el punto de vista ético. Si un ginecólogo rechaza el aborto a prior¡ no precisa del paradigma, como es obvio. El segundo subraya, como ya decíamos antes, que el paradigma no sustituye a la conciencia del médico pero sí que le centra en el constitutivo ético de la acción que va a llevar a cabo. Le descubre o le alerta sobre si el acto asistencias o la técnica de utilidad o protección que va a ejecutar -versus poner un dispositivo intrauterino- modifica o lesiona un " bien" de la persona . En suma, le orienta, le abre a la reflexión ética a través de una herramienta distinta, de una hermenéutica nueva, diferente al mero utilitarismo médico. El paradigma es pues un instrumento, un procedimiento, y en tal sentido califica al modelo de procedimental. El que nunca quiera conocerlo y estudiarlo es obvio que nunca se abrirá al paradigma personalista.

 

El paradigma muestra al médico seis bienes que están en la persona, que la constituyen. No se trata de principios ni de valores.

 

Son bienes constitutivos de la persona -bienes básicos- fines inscritos en su naturaleza racional que exigen ser respetados, que se ven directamente involucradof, por la acción médica. De ello se deduce que el modelo propugnado, además de una ética de deberes, es una ética de bienes, formal y procedimental, en definitiva, y, como veremos más adelante, al final, una ética de virtudes.

 

Orientada por el paradigma la eticidad del acto, favorable o no, en la medida en que solo dos bienes de la persona son prescriptivos -la libertad del médico y del paciente y la vida del enfermo- el médico deberá decidir en conciencia. Si sopesado el dilema en la doble perspectiva del juicio médico o razón de competencia y del juicio ético- evidenciado por el paradigma- prevalece en conciencia el argumento clínico, el médico debe proceder a implantarlo. En caso contrario debe rechazarlo. Es decir, declina llevar a cabo tal planteamiento clínico -una medicación, una práctica, una petición del paciente, una decisión del médico si se trata de una enfermera- por simple razón ética bien deliberada. Como puede verse, el bien de la libertad, no tanto como libre arbitrio -como mera autonomía-cuanto como verdadera libertad moral -reflexionada en la verdad- es el que decide aquí. La libertad así concebida, como verdadera elección de la conciencia a la luz de la persona deber ser atendida: es, por así decir, norma y prescripción.

 

Esto nos retorna al paradigma (tabla 5). En efecto, de los seis bienes de la persona humana considerados, tres presentes en la psique o espíritu del hombre y tres representando la corporeidad, cuatro de ellos -y por argumentos sobre los que ahora no podemos extendernos- tienen carácter normativo pero no prescriptivo. Norma significa regla que se debe seguir o a la que se deben ajustar las conductas, tareas o actividades (los hijos deben obedecer a los padres); pero "norma" no significa aquí que, en conciencia, haya siempre que cumplirla, que es el significado que aquí se da de "prescripción"; ésta significa orden, precepto, determinación imperativa de una conducta sin margen de opción en nuestro caso. En el acto médico personalista dos bienes de la persona humana nunca pueden ser conculcados: la libertad moral (de ambos, paciente y médico) y la vida del enfermo. Son bienes básicos que se convierten en deberes normativos y prescriptivos . Ninguno es superior al otro, pero se hallan jerarquizados, porque sin la corporeidad y por tanto sin la vida no es objetivamente posible la libertad. Si nos situáramos en el paradigma de David Ross se trataría de deberes prima facie y siempre actual duties 9. La vida del enfermo es un bien histórico desde el punto de vista médico, pero es que, además, es el presupuesto de la libertad moral, su condición de posibilidad. Algo tan real que explica el rechazo cuasi universal de la eutanasia activa en el mundo médico. Y al mismo tiempo algo tan filosóficamente tangible que el propio Kant suscribió de pleno. El argumento del filósofo de Koonisberg es claro: sin la vida no es posible el libre arbitrio y sin vida tampoco son posibles los deberes. Para que exista realmente la libertad tiene que haber vida. En el conflicto entre bienes, entre la libertad y la vida, "quien se arrebata la vida -dice- está disponiendo de su persona y no de su estado. Esto es lo más opuesto al supremo deber para con uno mismo, ya que elimina la condición de todos los restantes deberes. El suicidio sobrepasa todos los límites del libre arbitrio, dado que este solo es posible si existe el sujeto en cuestión"20. En definitiva el médico personalista defiende el valor vida, aunque ciertamente no como un absoluto; y en caso de peligro para la vida del enfermo la defensa del bien de la vida le faculta a romper la lógica del paradigma.

 

Los cuatro bienes no prescriptivos, dos presentes en el psiquismo del hombre como condición humana y dos representado la corporeidad, deben ser reflexionados y atendidos. El bien del conocimiento es clave. Sin conocimiento de su situación clínica es inútil hablar de libertad por parte del enfermo. El paciente tiene el derecho y la obligación de poder acceder a una información asequible de su situación clínica, pero es que, además, es nuestro deber para con él. El bien del conocimiento precede al bien de la libertad. Desde este punto de vista, atender al bien del conocimiento es un deber mucho más consistente que el mero consentimiento informado, que es característico de las éticas modernas, y como tal bien de la persona exige un modo idóneo y específico en la forma de producirse -que he denominado discurso aproximativo- que siempre favorezca a la persona y que supere la mera dimensión de garantía ante el Derecho. El bien de la intimidad parece ocioso de recordar, pues ya queda reflejado en el documento hipocrático. Recuerda dos deberes: uno primero, que alude al trato digno del cuerpo, que le protege de un desvelamiento innecesario, instrumental y cosificado; y otro segundo donde se respeta la intimidad de la enfermedad como secreto, consciente el médico de que ha accedido a una información por razones de oficio y también por la naturaleza singular de la amistad médica, de esa empatía que establece lazos de confidencia entre médico y paciente. Esta confianza no debe ser rota nunca, salvo graves razones no tanto de _justicia a nivel individual como de bien común.

 

Los bienes que aluden a la corporeidad no reflejan un contenido apriorístico de la persona, ni expresan una persona específica sino que están ahí, son lo formal del cuerpo. La persona solo está, solo se da, en la existencia modalizada como persona encarnada, en un monismo misterioso e integral. Por lo tanto el modo de respetar la persona implica respetar la corporalidad, en su vida, su integridad física y en su propia ley interior, en ese proceso vital, unidireccional, que le determina desde la concepción hasta la muerte, en su telos. Solo graves razones médicas pueden y deben hacer subordinar la integridad y el telos de la persona a la racionalidad del principio de competencia profesional, a la racionalidad médica, subordinando también el principio de responsabilidad. Sobre el bien de la vida ya hemos comentado antes que es un bien prescriptivo. Vida significa promoción de la vida, es decir, recuperación de la salud y defensa de la vida humana en cuanto existencia amenazada. Como respecto de la libertad, si no se la respeta radicalmente no se es personalista. Al bien de la integridad física -así denominado ahora- le llamaron los teólogos principio de totalidad, y así le denomina Sgreccia 17. Por él y desde siempre los médicos han extirpado órganos para salvar la vida de los enfermos. Enfrentados el bien de la vida y el bien de la integridad corporal, este cede al carácter prescriptivo del bien de la vida. Su análisis desapasionado abrió desde siempre el camino a la eticidad de las prácticas quirúrgicas. Aunque estas también son legítimas cuando sirven al bien integral de la persona en cuanto un absoluto, más que a intereses de una persona individual representando su libre arbitrio, expresando en definitiva su yo quiero. Pero la integridad corporal no muestra solo una cara anatómica o quirúrgica posee también una cara genética, de integridad del patrimonio genético, que se abre a la responsabilidad de su conservación. Una integridad que, como se puede suponer, es también individualidad como posesión de una existencia.

 

Y este bien de la persona no es solo integridad -que ya vemos puede ser superada cuando esta en riesgo la vida- es también telos, es decir direccionalidad de la naturaleza biológica, función de órganos, finalidad del cuerpo, el denominado bien de la corporeidad o telos. Telos , función y finalidad no son intercambiables pero expresan contenido afines, próximos. Nuestro siglo ha consagrado la voluntad de poder nietzscheana y en este sentido, rechaza cualquier significado ético que no sea formal y apriorístico y sobre todo autónomo. En este sentido, la contemplación del cuerpo ya no parece responder a la histórica pregunta ¿,qué es el hombre?. Y desde hace dos siglos ha dejado de ser, para algunos, un referente de moralidad. Para muchos el cuerpo puede, debe ser y es, simple instrumento o correlato de la razón humana. La bioética personalista no tiene ninguna inhibición al rechazar este postulado. El cuerpo no es neutral ciertamente, pero se muestra a la razón práctica con un significado premoral o proto-moral como han mantenido ilustres fenomenólogos. Para Zubiri, por ejemplo, en la impresión de realidad se nos da algo así como el canon de moralidad. Ciertamente que no puede prescribir normas de suyo, pero sí que alumbrar formalmente sus contenidos y constituir normativamente ese canon universal, protomoral, sobre el cual la razón elevaría los deberes. Un debate filosófico clave en Bioética en el que no podemos entrar. Aunque imposible una profundización hay que distinguir, además del telos funcional, un telos existencias, un telos de vida presente en los recién nacidos y en los jóvenes, a los que se les presume una vida por delante y un telos de muerte, que está presente en el anunciado fin del hombre cuando la Medicina ha tirado la toalla y los acontecimientos progresan inexorables configurando, a corto plazo, el final de la vida, la muerte.

 

El aprecio y respecto por los tres bienes de la corporeidad -vida, integridad y telosexpresan una radical aceptación de lo que somos como seres humanos, de que nos aceptamos como somos : cuando así ocurre radicalmente viene a darse lo que Millan Puelles ha llamado la libre afirmación de nuestro ser 21.

 

Pero el hombre es libre y el bien de la libertad prescriptivo y esto nos lleva a concluir que el médico puede aceptar el paradigma en todo o en parte, y no se estaría rompiendo con ello el paradigma. Si se acepta su diseño, en respetando los bienes prescriptivos, algunos podrían puntualmente o siempre no aceptar alguno de los bienes normativos y no prescriptivos -por ejemplo el carácter normativo del telos- y voluntariamente así romper la unidad del paradigma, dando el visto bueno a la anticoncepción química o a la cirugía de la transexualidad, por citar dos ejemplos. El hombre puede aceptar una verdad de su ser y luego elegir en sentido contradictorio. El bien de la libertad no está desgraciadamente subordinado a la praxis de la verdad. Porque así es la condición personal del hombre. La persona se expresa por sus actos y estos son, a su vez, determinados en conciencia, y ésta, como sabemos, muchas veces no acierta plenamente con la verdad, aunque la busca siempre. En términos del modelo se podría hablar de un personalismo relativo, inconsecuente, pero dentro de la lógica de su propia filosofía. Y el bien de la libertad en el paradigma de la persona -volvemos a insistir- es prescriptivo, es norma y prescripción. En el acto médico sometido al paradigma personalista, en esta fonnulación meramente fenomenológica de la persona, la libertad del paciente es prescriptiva pero la del profesional sanitario también y con igual consistencia. A aquel cabe rechazar un tratamiento, a este igualmente desatender una imposición terapéutica, proceda del enfermo, la empresa o el Estado. En el modelo fenomenológico la persona -el paciente, el médico- en el conocimiento de los hechos, es autónoma en su elección y aunque el paradigma le non-natiza el bien el eje nuclear que determina su elección es la verdad del propio sujeto de la acción a la luz de su conciencia. Conciencia aquí es principio de autodeterminación, libertad y verdadera autonomía. Esta conciencia -que ha de luchar sinceramente por objetivar la verdad por encima de las conveniencias- es el núcleo que sincretiza la decisión médica y el reducto que determina la dimensión ética del acto médico.

 

La corporación médica no es ajena en nuestros días a los peligros que acechan a la profesión sanitaria, al riesgo de instrumentación del médico por la cultura, el paciente o el legislador y ha de vivir acertada. El médico decide hoy con su consejo o su pluma sobre la vida y la muerte de las personas, su poder es grande pero su debilidad también. Su fuerza no será ya nunca su poder fáctico -que es potencial no explorado- sino su ética, y para esto necesita volver a reflexionar sobre sí mismo y no dejar esta reflexión moral en manos de filósofos o de políticos. Y en el centro de su ética y sin necesidad de paradigmas ha de estar siempre la libertad de su conciencia. Si algún día esta libertad se fractura -que no lo veo previsible- el destino de la Medicina y de los médicos cambiaría radicalmente y podría avanzar por vericuetos impredecibles, con gravísima repercusión sobre la sociedad.

 

Como decía al principio no hay una bioética, sino muchas bioéticas. Y no hay bioética sin una fundamentación que no responda a instancias de un modelo de sociedad, a unos intereses y a una filosofía de la vida y esto aunque lo que se pretenda sea formular un paradigma sin contenidos, como propugna Engelhardt. En una sociedad plural y democrática , donde la bioética responde a un significado secular, parece irremediable que convivan distintas bioéticas, porque ello traduce a la vida la realidad del abanico de opciones morales que operan en ella. Sin embargo, el autor piensa que es poco fiable cualquier modelo que olvide la tradición médica y su sabiduría histórica, y que es preciso reflexionar desde la Medicina y por nosotros mismos -sin ningún complejo- ante la sociedad cambiante que nos circunda; y que es igualmente un riesgo volver la espalda a nuestros maestros y dar por bueno todo lo que viene de fuera. Como con el laboratorio filosófico la importación de modos de vida ajenos no lleva siempre aparejado el bien del enfermo, que es un deber a prior¡. Ser un médico ético significa primero ser buen médico y luego prudente y sabio, que es el mayor signo de inteligencia. Y para lo demás el privilegio de la duda, que es, a la postre, lo más científico. El modelo personalista fenomenológico es filosóficamente realista, asume la tradición médica, privilegia la libertad de la conciencia y es, sobre todo, una cancha segura lo suficientemente amplia para acoger a toda una corporación y, en todo caso, a través de su amor por la libertad de las conciencias, respeta profundamente el pluralismo bioético, aunque, obviamente, no comparta todos los postulados. En suma, ética de deberes, ética de bienes y ética de virtudes, formal y de máximos, que aspira ambiciosamente a conjugar la felicidad del médico, la tradición y la modernidad.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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En España, la bioética fue constituida disciplina universitaria en Madrid y en Navarra, y en 1.996 ha nacido el Instituto deBioética, con sede en Madrid.

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13. Habermas, J.: 'Conciencia moral y acción comunicativo', Ediciones Península, 1996.

14. Woityia, K.: 'Persona y acción'. B.A.C., 1 984.

15. Cortina, A.: 'Ética mínima', Tecnos, 1996.

16. Engeikardt, H.T.: 'los fundamentos de la bioética'. Paidos básica, 1 995.

17. E. Sgreccia: 'Manuale di Bioetica'. 2ª ed. Vita e pensiero, 1994.

18. Grisez, G., J. Boyle and J. Finnis: 'Practical Principles, Moral, truth and ultimate End', American Journal oí jurisprudence 32 (1987)

19. L.M. Pastor: 'Manual de Ética y legislación en Enfermería'. Mosby/Doyma, 1997

20. l. Kant: 'Lecciones de Ética', Ed. Crítica, 1988.

21. Millan-Puelles A.: 'La libre afirmación de nuestro ser', Rialp, 1994.

22. Jonas, H.: "Técnica, medicina y ética', Paidós, 1997.  
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(19) Esta afirmación sitúa al médico frente a los absolutos morales. Si existen o no en la práctica médica actos intrínsecamente rechazabas es algo a lo que cada modelo ético da una respuesta. En el modelo personalista las elecciones del agente moral -médico o paciente- contra los bienes de la "vida" y de la "libertad" son consideradas opuestas gravemente a la ética. Obviamente que, en estrecha vinculación con la fe y las creencias de los individuos, podrían darse otras acciones médicas también gravemente rechazables.

(20) El concepto de "deber" aludido posee un contenido moral, pues responde a una exigencia de la conciencia del médico. Aunque, ciertamente, en cada persona la conciencia responde a valores propios, aquí se alude a la conciencia que actúa bajo la norma de la verdad real. Este "deber", pues, responde tanto a un ideal de perfección ("Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto", Mateo 5, 48) como a un sentir ilustrado (Kant, Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, Ariel 1997).

 

(El presente trabajo forma parte de la publicación: Biblioteca básica de Du Pont Pharma para la atención primaria, 1998, coordinado por la Dra. Nieves Martín Espíldora)