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FUNDAMENTOS ANTROPOLÓGICOS DE ÉTICA RACIONAL

 

Antonio Orozco Delclós
Dr. en Filosofía y en Teología
Salamanca

 

 

 

I. QUE ES LA PERSONA Y CUAL SU DIGNIDAD

SOBRE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

"PERSONA" Y "DIGNIDAD". Curiosidades semánticas.

La palabra castellana "persona" viene del adjetivo latino personus, que significa resonante; personare equivale a "sonar fuerte", hacerse oír. Lo cual parece relacionar esta palabra con la griega prósopon, que significaba "cara" y también "máscara" (trágica o cómica) que se ponían los actores de teatro, y -a la vez que les disfrazaba del personaje que representaban-, les servía de amplificador de la voz. La concavidad de la máscara reforzaba la voz, ocultaba al actor y por medio de la máscara el actor también "re-presentaba" un personaje. Para los griegos, pues, "prósopon" no tenía el sentido que nosotros le damos a la palabra "persona". Rara vez alude a persona en los textos filosóficos griegos, donde, por lo demás, aparece con escasa frecuencia.

Entre los presocráticos, prósopon quiere decir "cara", "rostro", e incluso se dice de la faz de Helios, el Sol. En Platón, también quiere decir "rostro". Aristóteles habla largamente del "prósopon" (cara) y sus partes (nariz, orejas, etc.); también se refiere con el mismo término a la cara de la luna; y en algún lugar advierte -al margen del uso común de la palabra- que "prósopon" se debe decir sólo del hombre; el pez o el buey no tienen "prosopón" (rostro), sino lo que nosotros podríamos denominar, por ejemplo, "jeta". El "rostro" refleja un ser superior al del que sólo tiene "jeta". Entre nosotros suele decirse que "el rostro es el espejo del alma".

Pues bien, aunque los orígenes de la palabra "persona" no se refieren a lo que hoy entendemos por tal, es cierto que siempre ha sugerido alguna realidad por alguna razón excelente o superior. En latín, la voz "personare" indica un sonido que posee la fuerza necesaria para sobresalir. No es de maravillar que la palabra "persona" acabe por significar de modo eficaz lo más sobresaliente que hay en el universo: el ser inteligente, con entendimiento racional.

De otra parte, la palabra "dignidad" significa también, fundamental y primariamente, "preeminencia", "excelencia" (excellere, destacar). Digno es aquello por lo que algo destaca entre otros seres, en razón del valor que le es propio. De aquí que, en rigor, hablar de "dignidad de la persona" resulta un pleonasmo, o se trata quizá de una redundancia intencionada, para resaltar o subrayar la especial importancia de un cierto tipo de seres. Por eso se ha reservado el nombre para las sustancias de naturaleza espiritual.

"Digno" es aquello que debe ser tratado con "respeto", es decir, "con miramiento" (respectus), con veneración.

 

 

EXITO Y CRISIS DE LA DIGNIDAD PERSONAL

 

Hoy casi nadie niega en teoría que todo hombre es "persona". Tiempo ha habido en el que se discutió sobre si la mujer lo era, o si los negros, indios y esclavos en general, tenían "alma". Se trataba de dilucidar -o de confundir, según los casos- la igualdad o desigualdad radical entre los seres humanos todos. Hoy, las expresiones "dignidad humana", "dignidad personal", "derechos humanos", están siendo muy empleadas, y esto es bueno.

Pero en la práctica a menudo se olvida, o se niega incluso, esa "igualdad" radical, en lo que atañe a dignidad y derechos y deberes consiguientes. Es de lamentar que con mucha frecuencia no se usan tales términos desde una intensa valoración del ser personal, sino más bien como una lanzadera para reivindicar presuntas "mejoras" sociales, que no pocas veces resultan verdaderos atentados y lesiones al respeto debido a la persona. En la práctica se niega la igualdad de derechos -lo cual es tanto como negar la igualdad de "ser" o de "naturaleza"- a los seres humanos no nacidos, o nacidos con alguna deficiencia notable, o a los enfermos que suponen una carga para la familia o para la sociedad, a los deficientes mentales, etcétera. En los últimos lustros se extiende además la práctica de la manipulación genética en embriones humanos, como si fueran simples objetos, medios o instrumentos para beneficio de los adultos poderosos del momento o de la circunstancia.

Se ha dicho que "uno de los fenómenos más sobresalientes de nuestros días es la ambigua situación de la dignidad humana. Es, sin lugar a dudas, una de las nociones más invocadas. Sus excelencias son cantadas con acentos graves. Defenderla constituye el gran reto y la exigencia inaplazable de los sistemas políticos a la altura de nuestro tiempo. Vulnerarla supone, en fin, la expresión del mal radical, el indicio de una intolerable actitud profanadora del más íntimo e inviolable recinto personal. Mas, al propio tiempo, es una de las ideas más amenazadas. La degradación y el envilecimiento humano, que son síntomas claros de la crisis contemporánea, están más generalizados en nuestros días que en cualquier otro periodo de la humanidad. Los atentados contra el hombre, realizados según se dice, en nombre de su dignidad, han adquirirdo un grado de crueldad y refinamiento difícil de imaginar en épocas pasadas. La banalización de la sexualidad es un fenómeno habitual. La violencia y la tortura, formas extremas ambas de atentar contra la persona y su dignidad, forman parte de la vida cotidiana.

"Todo ello ha hecho del presente una época de hastío hacia el hombre, que es considerado como mono desnudo, rata pérfida y perturbador de la naturaleza. La literatura contemporánea contiene numerosos testimonios de esa situación equívoca. Junto con el elogio encendido de la dignidad, se describe al hombre -sin reparar en la contradicción entre ambas cosas-, como ser aislado de los demás por abismos tan hondos que ni siquiera la buena voluntad puede franquear. La extrema inaccesibilidad del otro, la imposibilidad de entenderse con él de forma duradera, de atender a los requerimientos de su dignidad, no se ha percibido nunca tan dolorosamente como en nuestro siglo. "Vivir significa estar solo, dice Hermann Hesse, nadie conoce al otro, todos estamos huérfanos". Entre los hombres parece levantarse un muro que les impide acercarse y tratarse de acuerdo con las exigencias de su valor incomparable. Con estas desgarradoras palabras lo ha expresado Albert Camus: "nos miramos y no nos vemos, estamos cerca y no podemos aproximarnos"" (J.L. del Barco, Bioética. Consideraciones filosófico-teológicas sobre un tema actual, Rialp, Madrid 1992, prólogo, pág. 11-13).

Esta dolorosa realidad ha de tener una causa. Lo patológico no es originario. Y todo coincide con un desaforado anhelo de emancipación por parte del hombre. Borracho de mayoría de edad no ha caído en la cuenta de que se halla, en muchos aspectos, todavía en la inmadurez de la adolescencia; que no está en condiciones de entender el agustiniano ama y haz lo quieras, porque ha adulterado la noción misma de amor. La ha invertido hasta el punto de centrarlo en el yo en lugar de hacerlo en el tú. El verdadero sentido del amor está en el otro, no en mí. Amor es lo que me convierte en yo para el otro. Amar han dicho los clásicos es, en cierto sentido, "descentrarse"; dicho de modo positivo: centrarse en el otro que da sentido a mi vivir.

Y aunque no quiero decir que la dignidad de la persona no pueda percibirse al margen de la fe cristiana, es un hecho que la pérdida del sentido de esa dignidad coincide con la pérdida del sentido cristiano de la vida y del amor, con la negación teórica o práctica de Dios creador.

 

 

"HYPOSTASIS" Y "SUBSTANCIA"

 

Es de notar que cuando los autores cristianos abordaron filosóficamente el estudio de la persona, no tomaron como punto de referencia las expresiones griegas a las que hemos hecho referencia más arriba. La noción de persona en la filosofía cristiana es incomparablemente más elevado que la griega de los clásicos. Los cristianos se sirvieron del término griego hypóstasis, que se traduce por "subsistencia" o "propiedad".

La famosa definición de Boecio, tan influyente -persona es una sustancia individual de naturaleza racional-, parte de la noción aristotélica de "ousía", "substancia", pensada primariamente para las cosas en general. Una substancia es un ser que subyace y sostiene un conjunto de modalidades o "accidentes" que inhieren en ella, pero ella no inhiere en nada, sino que ella misma es o puede ser el sujeto de inhesión de otras realidades como la cantidad y las cualidades de diversa índole.

Por "persona" se entiende en la filosofía medieval una hypóstasis o suppositum, que como tal no se distingue de las demás sustancias, pero cuya naturaleza es racional. Lo que hace que la persona sea un ser superior no es el hecho de ser substancia, sujeto subsistente (en sí y no en otro), sino la racionalidad. La persona es una sustancia individual de naturaleza racional. La racionalidad se entiende como una cualificación de la sustancia que la eleva por encima de todas las demás y le presta una excelencia que merece un "miramiento" particular.

 

LA FILOSOFIA CRISTIANA DA UN PASO DE GIGANTE

 

El cristianismo no sólo fue el ámbito en donde el estudio de la persona como tal adelantó extraordinariamente, sino que ha sido donde se descubrió en profundidad su valor excelente, su dignidad incomparable. Cuando se ve irrumpir la racionalidad en la naturaleza, se descubre un ser de tal categoría, que puede constituir un punto de partida para conocer mejor el Ser de Dios. Dios se revela como Ser personal: tres Personas en una sola naturaleza, es el misterio supremo y fontal del cristianismo.

Esto no significa que la idea cristiana de Dios arranque de una idea previa de hombre. Al contrario. Una característica diferencial de la cosmovisión cristiana se debe a que Dios se ha revelado como el Absoluto, infinitamente trascendente a todo cuanto existe, a todo lo que se ve y se entiende en el universo. Dios es infinito, todopoderoso, omnisciente... Dios es el que es; es la plenitud del Ser, piélago de infinitas perfecciones, cada una de ella de grado infinito. Es decir, Dios no es semejante a ninguna criatura, siempre limitada y contingente.

Sin embargo, la revelación divina contiene la enseñanza asombrosa de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Y además, Dios no ha tenido inconveniente en hacerse hombre asumiendo una naturaleza humana perfecta.

No piensa el cristiano que el hombre sea semejante a aquellos dioses que se habían inventado en el mundo pagano -Zeus, Júpiter, etcétera- a imagen y semejanza del hombre, con pasiones semejantes o más desorbitadas aún que las de los humanos; sino que el Dios de Moisés, el Dios de los israelitas y de los cristianos dice que ha creado al hombre a su imagen, a imagen del Dios único, que es puro Espíritu.

Estas nociones, en cierto modo correlativas, de Dios trascendente y hombre imagen de Dios, proporcionan una valoración del hombre radicalmente diversa y superior a cualquier otra noción meramente racional. El sujeto humano, a la luz superior de la Revelación divina aparece con una dignidad que se alza por encima de todo el universo material.

Cuando el hombre se da cuenta de que es imagen hecha a semejanza de la Trinidad, es lógico que exclame como Ernest Psichari: "Se me ha concedido el permiso formidable de ser un hombre". Ser hombre, ser persona, ser, en fin, racional, por mucho que conlleve "animalidad", es un don que invita a imitar a Dios como hijos suyos queridísimos (como dice San Pablo).

Se comprende que con la difusión y arraigo del cristianismo a la largo y a lo ancho del mundo, haya ido desapareciendo, o al menos atenuándose todo lo que contraviene la dignidad que se descubre en la persona: han ido desapareciendo los sacrificios humanos (tanto en las religiones de Oriente como en las de la antigua América), los infanticidios, la esclavitud, y tantas formas de injusticia. En cambio, se han ido multiplicando las formas de vivir la misericordia con los más necesitados y el respeto a la intimidad de las conciencias.

Por el contrario, cuando el cristianismo ha retrocedido y la sociedad se ha paganizado, han rebrotado todas aquellas barbaridades antiguas, aunque revestidas de flamantes etiquetas de civilización y progreso: desde los campos nazis de exterminio hasta la legalización del aborto procurado..., como si de acciones humanitarias se tratara. Esta comparación irrita a los abortistas, pero carecen de premisas para deshacerla.

Estamos en una época difícil, en la que junto a logros evidentes en algunos aspectos y relaciones sociales, hay retrocesos trágicos que no sólo nos retrotraen a formas bárbaras de explotación del hombre por el hombre, sino que hunden y envilecen a la persona hasta límites increíbles: la manipulación genética -ya mencionada- y el tráfico de drogas, son ejemplos elocuentes de la absurda tolerancia práctica de lo horrible en el seno de la sociedad civilizada, revestido de sofisticados formalismos.

Digo que todos esos abusos coinciden sospechosamente con la pérdida del sentido cristiano de la vida. Al negar o ignorar a Dios, se pierde de vista el norte, punto de referencia, el modelo de conducta. Y corruptio optimi pessima, la corrupción de lo mejor concluye en la peor de las corrupciones.

Es obvia la urgencia de hacer todo lo posible por frenar esa ola de envilecimiento del hombre, de desprecio práctico de la dignidad de la persona. Y uno de los medios más eficaces -aunque no sea suficiente- es el que señalaba Schelling en su juventud: "... el hombre se engrandece en la medida en que se conoce a sí mismo y su propia fuerza. Proveed al hombre de la consciencia de lo que efectivamente es y aprenderá de una vez lo que ha de ser; respetadlo teóricamente, y el respeto práctico será una consecuencia inmediata (...) El hombre ha de ser bueno teóricamente para llegar a serlo también en la práctica".

El hombre, por el hecho de ser persona posee una verdadera e insondable excelencia, cuyos fundamentos pretendemos ver en nuestro estudio. Y la excelencia o dignidad la tiene con independencia de que sea o no consciente de ella, y del juicio que se haya formado sobre el asunto, porque no es el juicio lo que hace la realidad, sino la realidad la que fecunda el conocimiento y le presta veracidad a sus juicios.

Pero, paradójicamente, el hombre se conduce a sí mismo no tanto por lo que es como por la idea que se ha formado de sí. El hombre es en cierto modo "causa sui", en el sentido de que es él mismo, desde sí mismo, quien tiene que desarrollar activamente sus virtualidades nativas.

El hombre actual -a pesar de las expresas y reiteradas proclamaciones de su propia dignidad- suele tener un concepto muy bajo de sí mismo, y, en consecuencia, se comporta a menudo con inaudita vileza. Pero también es cierto que el hundimiento clamoroso de un ser determinado constituye una prueba irrefutable de su nobleza posible, tanto mayor cuanto más grande ha sido su caída. "No ofende quien quiere, sino quien puede". Una piedra no es "ciega". Si el hombre desciende a abismos de vileza es, justamente, por su nobleza original.

La consideración de la verdad de la naturaleza humana es sin duda uno de los medios más eficaces para ayudar al hombre a salir de los callejones sin salida en donde él mismo se ha metido.

 

 

CONTINUA EL MAYOR REDUCCIONISMO DE LA HISTORIA

 

En el Museo de Historia de Washington hay una pequeña sala dedicada "al hombre". En una de sus paredes hay una lámina que ostenta la representación de una figura humana adaptada al tipo de 77 kilogramos de peso. Transparentes vasijas de diversos tamaños contienen los productos naturales y químicos que se encuentran en un organismo humano de proporciones semejantes: 40 kilos de agua, 17 de grasa, 4 de fosfato de cal, 1 y medio de albúmina, 5 de gelatina. Otros frascos de menor capacidad corresponden al carbonato cálcico, almidón, azúcar, cloruro de sodio y de calcio, etcétera. El hombre -sea político o militar, poeta, cantante, ministra o castañera-, parece reducirse allí a una suma de unos cuantos elementos de la tabla de Mendeleiev. No es de maravillar que "el pequeño dios del mundo" -como llama el Fausto de Goethe al hombre- salga un tanto deprimido del Museo de Historia de Washington.

En la historia del pensamiento hay conceptos de "anthropós" para todos los gustos. Desde el "homo mensura" (Protágoras) o "sol y dios de sí mismo" (Feuerbach) hasta el paquete de átomos a lo Demócrito y Carl Sagan. El materialismo no ha avanzado mucho desde sus viejos orígenes y sus variedades no se distinguen demasiado entre sí. Para Karl Marx el intelecto no es más que una secreción del cerebro, que a su vez es un producto de la materia evolucionada. Según Carl Sagan, científico de la NASA, presentador y artífice de la famosa serie televisiva titulada "Cosmos" (hay también versión bibliográfica que lamentablemente circula por bastantes colegios), dice: "yo soy el conjunto de agua, de calcio, de moléculas orgánicas llamado Carl Sagan. Tú eres un conjunto de moléculas casi idénticas, con una etiqueta colectiva diferente".

Carl Sagan sabe -como bien dice- que "hay quien encuentra esta idea algo degradante para la dignidad humana", pero apostilla: "para mí es sublime que nuestro universo permita la evolución de maquinarias moleculares tan intrincadas y sutiles como nosotros".

Si el concepto atomista del hombre y del cosmos es sublime o más bien ridícula es cuestión en la que de momento preferimos no entrar. Con el mismo apellido en la etiqueta, pero distinto nombre de pila, la escritora Françoise Sagan nos define así a los humanos: "simple respiración provisional en la millonésima parte de uno de los millares de millones de galaxias". Es innegable que las magnitudes siderales -¡la cantidad!- impresionan profundamente a un materialista.

Ahora bien, ¿el hombre no es "nada más" que lo afirmado por los Sagan, los Demócritos, los Marx y demás materialistas que en el mundo han sido? ¿El pensamiento y la persona, la libertad y el amor no son más que una combinación -aunque complejísima- de elementos materiales? El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ¿no es más que el resultado de la combinación de letras surgida por azar, o por alguna oculta e ignota necesidad de las letras mismas? ¿No habrá detrás el ingenio de una potencia misteriosa y viva, trascendente e irreductible a "letras", llamada Miguel de Cervantes? Detrás de la Novena Sinfonía de Beethoven, ¿no habrá más que un cúmulo de notas ordenadas por unas neuronas que a su vez han sido ordenadas "por el azar", o más bien habrá que pensar en la existencia de un genio llamado Beethoven, irreductible a neuronas? ¿"Las Hilanderas" del Museo del Prado, no son nada más que una azarosa combinación de pigmentos o sustancias coloreadas? ¿No habrá que pensar más bien en la existencia de un genio llamado Velázquez, irreductible a pigmento, por excelente que fuera? Y detrás de Velázquez, de Cervantes, de la gravitación universal y de la evolución de la semilla en árbol, ¿no habrá que descubrir una Sabiduría infinita y creadora?

Es muy fácil advertir que el materialismo carece de cualquier fundamento o sentido racional y que sólo puede incurrirse en él partiendo del prejuicio - juicio acrítico- que pretende sostener la inexistencia de Dios.

Si Dios no existiera, obviamente, nada existiría. Pero si imaginamos la absurda hipótesis de la no existencia de Dios, afirmando simultáneamente la existencia del universo, lo más lógico es concluir con Jean Paul Sartre -quien negó a Dios para declarar sin límites la dignidad y autonomía del hombre-, que "el hombre es una pasión inútil", "el niño es un ser vomitado al mundo" y "la libertad es una condena".

 

 

LA EXISTENCIA HUMANA COMO "PERMISO"

 

Sin embargo, contemporáneamente a J. P. Sartre, en 1931, Ernest Psichari escribía aquella frase ya citada, en la que subyace una antropología exultante. Ernest Psichari entendía su propia existencia como un don, como una gracia, y la expresaba poéticamente como un "permiso", tan gratuito y valioso que despertaba toda su capacidad de admiración y gratitud. Ser hombre era para él un regalo del Creador.

J. P. Sartre, después de negar la existencia del Donador, para no deberse a nada ni a nadie, cual adolescente sin remedio, para gozar de una libertad y autonomía absolutas, acaba interpretándose a sí mismo como un absurdo, como un ser de azaroso origen, carente de finalidad y de sentido.

Estos son los dos polos entre los que bascula el pensamiento del hombre sobre sí mismo: optimismo, pesimismo; felicidad, angustia; esperanza, desesperación.

 

LA CADENCIA TOTALITARIA DEL MATERIALISMO

 

Es claro que el materialismo -aunque no cesa de intentarlo-, no puede fundar ningún concepto de hombre o de persona con alguna dignidad esencial, superior a la de los seres irracionales, pues a la sombra del materialismo, por muy evolucionado que esté, el hombre nunca llegará a ser más que un ilustre simio, un chimpancé evolucionado, el individuo de una especie egregia, pero que, por no ser nada más, podrá ser sacrificado en aras de la colectividad, cuando parezca requerirlo el bienestar o la simple voluntad de la mayoría (o quizá minoría, que para el caso es lo mismo) dominante.

Es evidente que para Marx el individuo humano, lo que nosotros llamamos persona humana, no tenía otro valor que el de servir al género humano (al "hombre genérico", diría él), a la especie. En consecuencia, sus seguidores no han tenido ni tienen inconveniente en sacrificar la persona a los intereses de los poderosos. Es lógico. Cuando una persona estorba a la comunidad política dominante, se la aparta de la circulación, se la encierra en un hospital psiquiátrico, o se la ridiculiza y desacredita, porque todo vale en la "ética" colectivista, con tal de salvar al colectivo. Para la clase política de este estilo, los eliminables serán los que opinen de modo opuesto. Para los individuos particulares, los adversarios serán los que lo sean del bienestar personal. Las consecuencias son bien elocuentes en la conclusión del imperio soviético.

El aborto procurado es quizá la más trágica y sangrienta consecuencia del materialismo hedonista. Pero también cabe pensar en las demás lacras que padece la humanidad, desde la muerte de millones de hambrientos, hasta tantos que aún siguen privados de libertad por razón de sus principios religiosos o políticos.

Todos estos males no desaparecerán de la tierra hasta tanto no llegue a ser de dominio público la verdad sobre el hombre. Y esta es precisamente la cuestión que ahora debe ocuparnos, sin pre-juicios y sin prescindir del conocimiento cierto que sobre el asunto se ha ido acumulando al través de los siglos. Sería absurdo que en materia de conocimiento, sobre todo de conocimiento vital y urgente, anduviéramos con remilgos a la hora de aceptar verdades, sólo porque no las hemos descubierto nosotros sino nuestros vecinos, o nuestros antepasados.

 

 

QUE SIGNIFICA SER HOMBRE

 

En qué quedamos, pues: ser hombre ¿es un permiso, un don formidable o más bien una pasión inútil, o tal vez todo lo contrario?

Advirtamos ante todo, que estas preguntas, tal como las hemos formulado, no pueden ser preguntas primeras, porque no se refieren a cuestiones sustantivas, sino adjetivas. Antes de responder cabalmente de un modo pesimista u optimista a la pregunta por el valor del ser humano, es preciso preguntarse por lo sustantivo: ¿qué "es" el hombre? O si se quiere, ¿cuál es su esencia, cuál es su naturaleza? Se trata de saber en definitiva: quién soy "yo", quién eres "tú". ¿Qué "es", en el fondo, en su raíz y esencia la vida (humana)? Esta es la cuestión que debemos plantearnos audazmente, sin miedo a la verdad. ¿Por qué habríamos de temer la verdad, sobre todo "a priori"?

Sin embargo hay miedo a la pregunta, hay miedo a la respuesta. Quizá tenga mucha razón Martín Buber cuando escribe: "Sabe el hombre desde los primeros tiempos, que él es el objeto más digno de estudio, pero parece como si no se atreviera a tratar ese objeto como un todo, a investigar su ser y su sentido auténticos.

"A veces inicia la tarea, pero pronto se ve sobrecogido y exhausto por toda la problemática de esta ocupación con su propia índole y vuelve atrás con una tácita resignación, ya sea para considerar al hombre como dividido en secciones a cada una de las cuales podrá atender en forma menos problemática, menos exigente y menos comprometedora"

¿Será, la vida, "un frenesí" (como se pregunta el Segismundo de Calderón)? ¿quizá "una sombra, una ficción, en el que el mayor bien es pequeño, pues toda la vida es sueño y los sueños son"? ¿Somos víctimas de una mala pasada del azar o del mal pensamiento de algún genio maligno que nos ha puesto en esta forma tan perpleja de existencia?

Las épocas en las que se ha extendido el pensamiento teocéntrico, en las que se ha solido reconocer que Dios existe y es creador de cuanto existe, el concepto de hombre ha adquirido, aun entre sombras, destellos de luz y alegres colores. En cambio, las épocas más bien antropocéntricas, que han querido exaltar al hombre afirmando que nada hay por encima de su cabeza, han concluido en profundas depresiones nihilistas, en culturas de muerte, donde -como en la nuestra-, la vida no vale más que para gozarla sensitivamente o para librarse de ella si el placer es improbable.

 

 

LA PARADOJA INEXORABLE DEL HUMANISMO ATEO

 

"Quizá una de las más vistosas debilidades de la civilización actual -decía no hace mucho Juan Pablo II- esté en una inadecuada visión del hombre. La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y se ha hablado del hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto a su identidad y de su destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes.

"¿Cómo se explica esta paradoja? Podemos decir que es la paradoja inexorable del humanismo ateo. Es el drama del hombre amputado de una dimensión esencial de su ser -el absoluto-, y puesto así frente a la peor reducción del mismo ser".

Ya se dio cuenta Aristóteles, hace 24 siglos, que al hombre no se le puede condenar a ser sencillamente hombre, sin más. El horizonte vital de la persona no puede reducirse a lo sensitivo, espacial y temporal. Porque todo eso es -si se compara con la más profunda tensión humana- tremendamente limitado, finito, contingente.

A los hombres nos fascina el mundo sensorial, y sentimos la tentación de rendirnos sin condiciones a sus encantos inmediatos. Pero al poco de gozarlo, el encanto se nos esfuma, se desvanece, desaparece de nuestro corazón como el agua entre los dedos. ¿Por qué? Porque el "ser" del hombre es más, supera, trasciende infinitamente el orden de los sentidos, de lo material e incluso de lo temporal.

La misma "in-satisfacción" o "in-comodidad" que -no sólo a la larga, sino bastante a la corta- produce la hartura de los sentidos, es un testimonio elocuente de la desproporción que existe entre el "ser" del hombre y el "ser" de lo que se le ha ofrecido para su satisfacción.

El hombre insaciable de sensaciones manifiesta que "es más" que sensación. El hombre "supera infinitamente al hombre", decía Pascal. Lo presentimos, lo atisbamos, pero la fascinación sensorial puede vencer ese impulso originario al infinito y eludir la profundidad de la pregunta "¿Qué es el hombre?".

Para responder a la pregunta por el hombre no basta saber su composición química, sus posibilidades de supervivencia, sus capacidades físicas, sus gustos, sus aficiones, sus posibles enfermedades y cómo puedan curarse o no curarse. No basta con saber que tiene una dimensión bioquímica, una dimensión biológica, una dimensión biopsíquica, y quizá otras que pueden ser objeto de observación en un laboratorio, en un quirófano o en un hospital psiquiátrico. No basta saber qué hace el hombre, qué es capaz de hacer y de no hacer, cuáles son sus expectativas de vida. Se trata de saber qué es el hombre: el quid del ser humano. Se trata de conocer al hombre en profundidad, en su origen y en su fin, en el núcleo más íntimo de su existir. Ahí ha de estar la clave de nuestra existencia, ahí la respuesta definitiva que resuelva el dilema: don inestimable o pasión inútil.

 

 

PUEBLERINISMO CIENTIFISTA

 

Es lamentable que, en general, no se haya sabido cultivar en nuestra época, junto a la necesaria especialización de la investigación científica, la síntesis de los saberes. Esto -sumado a los prejuicios ya apuntados- no ha favorecido el esclarecimiento del "ser" del hombre. La ramificación de las Ciencias no había de concluir necesariamente en el cientifismo, que es una especie de catetismo o paletismo intelectual que amenaza al científico, no menos que al resto de los humanos.

El paleto no sabe circular por la ciudad inmensa porque sólo ha conocido el horizonte de su pueblo angosto. El pueblerino cree que su pueblo -quizá mugriento- es la maravilla cósmica suprema. El médico que -según dicen- dijo que no existía el alma, porque había hecho la autopsia a un cadáver y no la había encontrado por ninguna parte, es un exponente elocuente, no de hombre de ciencia, claro es, sino de catetismo cientifista. Es el especimen prototipo de pueblerinismo cultural. Cree que sólo existe, que sólo es verdad lo que puede comprobar con sus ojos, o con las herramientas de su laboratorio.

Un premio Nobel de Medicina o de Ciencias puede ser -no lo son la mayoría, desde luego- un perfecto pueblerino cientifista, porque puede saber mucho de la pata delantera izquierda de la mosca tse-tsé, pero simultáneamente puede no saber nada del campeonato de fútbol que se está celebrando en el mundo, ni de quien fue Tutankamon, ni de quiénes, cuándo y por qué escribieron los Evangelios. Un premio Nobel se supone que es hombre con superior índice de inteligencia, pero puede no haberle dedicado siquiera dos minutos a leer el Evangelio e ignorarlo por completo, y sin embargo hablar de ello como si fuera el Papa. Un premio Nobel, quiero decir, con todos mis respetos, puede no saber casi nada de "lo que es" el hombre.

 

COMO PUEDE CAERSE EN EL NIHILISMO

 

Tampoco tienen por qué saberlo sociólogos, psicólogos, paleontólogos, neurólogos, etnólogos, etcétera, por el simple hecho de cultivar una ciencia particular. Porque todas las ciencias particulares, cuando estudian al hombre, lo hacen bajo una perspectiva determinada, limitada. La paleontología, la sociología, la psicología, la etnología, la neurología humana, la etología comparada, la psicología social, la antropología económica, la medicina, la psiquiatría, la bioquímica, la fisiología, etcétera- hacen estudios necesariamente sectoriales, estudian algún aspecto, dimensión o sector del ente humano, pero no alcanzan la esencia de su ser.

El científico verdadero -como el filófoso y el teólogo- es alguien que cultiva apasionadamente una ciencia, sabiendo tanto los límites de la misma como sus mejores posibilidades. Sólo así el científico podrá llegar a ser también sabio, ir más allá de su ciencia y razonar sobre los datos que le ofrece para integrarlos en un concepto superior.

Ninguna de las ciencias particulares puede decirnos qué es el hombre. El hombre puede ser objeto de estudio de múltiples disciplinas:

-la Antropología metafísica estudia lo constitutivo esencial del ser humano.

-la Antropología fenomenológica, estudia al hombre tal como aparece a la observación de los "fenómenos" o apariencias de su vida.

-la Antropología sociológica, etudia las condiciones y datos sociales del ser humano.

-la Antropología cultural, histórica, estudia la articulación y combinación de las diferentes vertientes humanas en orden a la constitución de una unidad, de un hecho personal humano, del hombre considerado en su "hic et nunc" geográfico e histórico.

-la Antropología teológica estudia al hombre desde el punto de vista de Dios, que se nos revela en la Sagrada Escritura y la Tradición, interpretadas auténticamente por el Magisterio de la Iglesia.

De ahí resultan diversas "secciones" del ser humano y según cuál de ellas tomemos como punto de referencia, contemplaremos al homo religiosus, al homo theoreticus, al homo políticus, al homo asceticus, al homo socialis, al homo oeconomicus, al homo faber, al homo eroticus.

El que sólo sabe hacer y ver secciones podrá confundir el cilindro con el círculo, y también con el cuadrado. Incluso podrá llegar a la conclusión de que como el cilindro "es" un círculo y también un cuadrado, el círculo y el cuadrado "son" lo mismo, es decir, el cilindro es un absurdo. Algo semejante le pasó a Jean Paul Sartre: se fijó en unas pocas dimensiones humanas y llegó a la conclusión de que el hombre es un absurdo: una pasión inútil, un ser vomitado al mundo, condenado a ser libre y abocado a la nada.

También puede suceder que al advertir que el absurdo no puede ser, porque lo absurdo es lo contradictorio (el círculo cuadrado) y lo contradictorio no puede existir en parte alguna de la realidad, se llegue a la conclusión de que el cilindro humano tan circular como cuadrangular, no es más que una vana ilusión de la mente. En realidad, el cilindro no existe..., el hombre no existe, el mundo no existe: es la nada, el nihilismo (teórico o quizá sólo práctico, pero con fundamento en una teoría implícitamente nihilista)

A lo largo de la Historia del pensamiento se ha llegado más de una vez a nihilismos semejantes. Pero sin necesidad de ir tan lejos, es muy frecuente la negación del alma espiritual, por el hecho de que no se puede ver desde ninguna de las secciones que pueden hacerse en lo visible del hombre, el cuerpo humano (que no se vea es muy lógico porque el alma no es cuerpo visible, no es material, sino lo que hace que el cuerpo viva)

Ahora bien, para llegar al reconocimiento de la existencia del alma espiritual e inmortal no hay más remedio que ver al hombre no desde una sección limitada, sino desde la sección rigurosamente vertical, que es la única que puede revelar lo característico del ser humano: el ser humano es un cilindro que hacia arriba es literalmente ilimitado, no tiene límites espacio-temporales, no tiene techo, no tiene límite vertical.

 

COMO SE PUEDE CAER EN EL ULTRAEVOLUCIONISMO

 

Otro ejemplo gráfico nos puede ayudar a entender otro error frecuente: el que confunde el ser humano con otros de especies inferiores.

Si proyectamos sobre un mismo plano inferior, un cilindro, una esfera y un cono, el resultado, en los tres casos es el mismo: un círculo ambiguo y tentador para espíritus simplistas.

Por un camino semejante se llega a afirmar sin rubor que el hombre viene a ser lo mismo que el chimpancé o que el lagarto: ¡se parecen tanto! ¡Son tan grandes las semejanzas!

Es cierto que hay seres humanos que presentan un "look" muy semejante al del chimpancé y se diría de ellos que acaban de descender de algún árbol selvático. Pero basta preguntarles la hora para advertir que el hombre tiene un mundo invisible en la mirada y en la voz que supera infinitamente al del chimpancé; y llegamos a la conclusión cierta de que mucho mayores son las desemejanzas que las semejanzas resultantes de la comparación entre un individuo humano y un simio.

"Veis al hombre en su silencio y os parece nada más que un ser animal más o menos perfecto. Pero poco a poco se animan sus facciones, un principio de expresión ilumina sus labios, vibra el aire en una variedad sutil, y esta vibración material, materialmente percibida por el sentido, trae en sí esta cosa inmaterial desveladora del espíritu: la idea.

"¡Cómo! Oís el rumor del viento, y el ruido del agua, y el fragor del trueno, que dejan en vuestro espíritu una gran vaguedad del sentimiento; y bastará con que un niño muy pequeño, que apenas se hace oír, diga suavemente: ¡Madre! para que, ¡oh maravilla!, todo el mundo espiritual vibre vivamente en el fondo de vuestras entrañas. Un sutil movimiento del aire os hace presente la inmensa variedad del mundo y suscita en vosotros un fuerte presentimiento de lo infinito desconocido". Son palabras de Joan Maragall, en su Elogio de la palabra.

Hay que fijarse en las apariencias, pero no fiarse demasiado. No podemos quedarnos en ellas como hace la mera fenomenología (el fenomenismo). La fenomenología es una gran ayuda para el conocimiento de la realidad, pero con la condición de que sea seria, rigurosa, circunspecta, que vaya dando vueltas en torno al objeto de estudio -el cilindro, el hombre-, hasta alcanzar una imagen lo más completa posible, que integre todas las dimensiones observables, las diversas perspectivas tomadas.

Entonces estaremos en condiciones de dar un paso más, de traspasar los fenómenos para dar con el sujeto mismo, es decir, con lo que subyace bajo los fenómenos, lo que sustenta las diversas dimensiones contempladas. En otros términos, estaremos en condiciones de formular la pregunta meta-física (que continua el conocimiento iniciado por la Física, con el discurso ordenado y riguroso de la razón): ¿qué es esto que tiene tales dimensiones, que presenta tales cualidades, y ofrece una cara con dimensión sin límite?

FUNDAMENTOS ANTROPOLOGICOS DE ETICA RACIONAL (II)

Continuamos nuestras reflexiones iniciadas en el capítulo anterior acerca de la persona y su dignidad, con objeto de dar con el fundamento sólido sobre el que poder edificar una ética consistente por su base y coherente en su discurso lógico. Es de advertir que aunque aquí se viertan expresiones acuñadas en el lenguaje cristiano, no es porque resulten indispensables para sostener los argumentos sobre el valor de la persona y su dignidad, sino porque en rigor son conceptos que cualquiera puede extraer del conocimiento natural espontáneo de la realidad. Sin embargo no sería justo ocultar que el pensamiento cristiano con términos decantados a lo largo de siglos de reflexión está en el origen de las nociones occidentales de "persona", "libertad" y "dignidad".

Fuera del cristianismo, como atestigua la Historia, no se han desarrollado estos conceptos, al menos con la fuerza y el vigor, el fundamento y alcance con que se ha hecho en el mundo informado por el pensamiento cristiano. Ahora nos toca considerar algunas de las características más relevantes de la persona que fundamentan y explican la dignidad que tanto y con tanta razón se invoca, pero a menudo con escasa convicción o fortuna.

LA ANTROPOLOGIA METAFISICA

Insisto ante todo en que la pregunta antropológica específica y radical no es qué hace, o qué parece ser el hombre, sino justamente qué es. A lo primero pueden responder la física, la anatomía, la biología, la sociología y otras ciencias empíricas o fenomenológicas, cada una a su manera. Pero dar cabal respuesta a la pregunta por el qué del hombre, sólo puede hacerlo la ciencia que pueda "ver" mas allá de todo lo físico y fenomenológico, ha de ser una antropología estrictamente meta-física, es decir, una disciplina que partiendo como las ciencias empíricas, de los datos que ofrece la experiencia inmediata, sin embargo argumente de un modo puramente racional hasta dar con la dimensión trascendente del ser humano, sin la cual, en puridad, no hay hombre ni persona en el sentido profundo de estos términos.La ciencia capaz de ello es lo que la gran tradición filosófica de Occidente ha llamado desde hace 24 siglos, Metafísica (literalmente, "más allá de la física", pero no opuesta, ajena o en conflicto, sino distinta por su óptica y método). La razón sólo de modo metafísico puede desvelar su propia dignidad y la del sujeto que la ejerce. O, si se prefiere, habrá de ser una antropología de índole metafísica, por su método y por su alcance.

Las ciencias particulares, abordan al ser humano desde perspectivas muy ilustrativas, pero siempre sectoriales. Por ejemplo, la psicología experimental estudia el aparecer de los actos de inteligir y de querer, de elegir y de amar; alcanzan su aparecer, pero no "ven" -porque no cuenta con un instrumento adecuado para ello el inteligir mismo, el querer mismo, la decisión misma, en su brotar del núcleo personal, del fondo del alma humana. Por eso no alcanza a descubrir la esencia de las facultades intelectuales (entendimiento y voluntad) y menos aún el alma humana y el constitutivo formal de la persona, cuya dignidad permanecerá para ellas siempre insinuada, pero también velada. La antropología metafísica debe andar por senderos tan lejanos de las divagaciones líricas o crematísticas a lo Carl Sagan sobre la condición o situaciones humanas, como del particularismo propio de las ciencias empíricas.

La antropología metafísica ha de preguntarse por lo específico del "ser" humano; por aquello que esencialmente le defina. Y operar sobre la base de experiencias rigurosas, con sus propios métodos:la inducción, la deducción y la abstracción. Ha de emplear todo el rigor de la lógica, para no quedarse en un nivel de aficionados que discurren sobre la mera superficie de las cosas sin tocar jamás fondo.

El punto de partida de la antropología metafísica han de ser experiencias inmediatas, íntimas, redescubiertas al margen de la rutina habitual, que es cuando lo habitual resulta tan asombroso como ilustrativo.

LA EXPERIENCIA DEL YO

Un punto de partida válido es, entre otros, la experiencia rigurosa del yo. En cierto momento me descubro diciendo "soy yo". Me preguntan "¿quién llama, quién es? Y respondo "soy yo" (si soy conocido en la plaza, con eso basta). Pero ¿quién es ese "yo"? ¿Qué significa la palabra "yo"? Dices que eres tú, pero ¿quién es tú? ¿Qué quiere decir esto que parece ser una tautología: "yo soy yo"?

MISMIDAD Y ALTERIDAD

Por de pronto quiere decir que "yo no soy tú, ni ningún otro".Yo soy lo "otro" que tú, y tú eres lo otro que yo. "Yo" connota tanto mismidad como alteridad. Tú y yo somos "yoes" y en esto coincidimos: en el modo de ser, en la naturaleza o esencia; pero hay algo en lo que diferimos radicalmente, que es lo que se ha llamado acto de ser. El acto de mi ser o lo que me hace ser en acto es justamente lo que me hace ser yo y es radicalmente mío y de nadie más. Mi existencia, en efecto, se manifiesta incomunicable,como mismidad. Yo soy radicalmente otro respecto a todo lo demás. En el diálogo con las demás "personas" me experimento como una radical alteridad. Nadie puede decir yo en mi lugar ni yo puedo decirlo en lugar de otro. Pues bien, al que puede decir "yo" con el sentido expuesto, no como un papagayo le llamamos "persona". La mismidad es una característica de la persona: el "ser sí mismo"."Mismidad" y "alteridad" son términos correlativos.

IDENTIDAD

Reflexionando sobre el contenido de la expresión "yo soy yo", se advierte enseguida una identidad entre sujeto y predicado, pero sólo es verbal, no semántica. El "yo sujeto" es el mismo que el "yo predicado". Pero no estoy expresando una tautología, como cuando digo "la mesa es la mesa". Tampoco se trata de una identidad sincrónica, porque al decir "(yo) soy yo" quiero decir que el "yo" del que estoy hablando no es sólo el que ahora habla, sino el mismo"yo" de ayer y de siempre, a pesar de la distancia o la diferencia:el mismo que fui hace unos años y el que seré dentro de x años. Quizá por esto muchas veces nos parece que "todo" fue "ayer" y que el tiempo no pasa (o lo que es lo mismo, que el tiempo pasa sin sentir.

SUBJETIVIDAD ORIGINARIA

El "yo" no se dice de nadie más que de sí mismo. Mi yo es mío y de nadie más, de manera que siempre es "sujeto", nunca "predicado". El coche es mío, la mano es mía, pero yo no soy de la mano ni del coche ni de nadie. De mi yo se predican muchas cosas. Mi yo entiende, mi yo quiere, mi yo come, mi yo decide... No solemos decir "mi entendimiento entiende", "mi voluntad quiere", "mi imaginación imagina". Porque bajo mi entendimiento, mi voluntad, mi imaginación, mi cuerpo, está el yo: soy yo quien entiende por medio de mi entendimiento y el yo quien entiende por medio de mi voluntad, y el yo quien puede hacer una caricia o dar una bofetada.

No decimos, a no ser en broma: "perdona, chico, no he sido yo, mi mano te ha dado una bofetada". No: yo soy el sujeto de todos y cada uno de mis actos; yo estoy en todos mis actos; yo me experimento como origen de mis actos. No son mis ojos los que miran, sino yo; no es mi cuerpo el que acaso está hambriento, sino yo. Bien entendido que yo soy sujeto (sub-iectum, subyacente) no sólo en el sentido de que estoy como "debajo", como activamente emanando y sosteniendo o sustentando mis actos, sino también en el sentido de que yo estoy "en" todos y cada uno de ellos, dándoles vida real en su totalidad particular. Es decir, yo no subyazgo como un substrato inerte, sino como sujeto originario, como fuente de mis actos. Por eso son "míos" y de nadie más, me han de ser atribuidos, y, en última instancia, sólo yo soy apto para "responder", es decir, dar respuesta cabal sobre la razón o porqué de mi conducta.

El río fluye del manantial. El manantial es origen del río, y de una cierta manera está presente en todo el curso del río, el cual no existiría sin su fuente. La particularidad trascendental del yo es que es un sujeto libre y, por eso, en cierto modo, creador de sus actos (libres). En consecuencia: cada "yo" es sujeto originario y, además, autoposeedor y responsable. En la persona se conjuga la perfección de una substancia con la excelencia de una naturaleza intelectual.

UN CRASO ERROR: EL COLECTIVISMO

Yo soy, pues, un individuo (o mejor, un ser singular) que existe subsistiendo en sí y no en otro. No soy un "accidente", "predicado", o "adjetivo" de nadie. Yo no existo sobre algún sustrato más profundo o íntimo que yo mismo, como han pretendido las antropologías colectivistas.

El colectivismo quiere entender la persona como un ser referido enteramente a la sociedad, de manera que sólo tendría existencia y subsistencia gracias al soporte que la sociedad le ofrece. El colectivismo confunde el enjambre con la abeja, el bosque con el árbol, la persona con la especie. En este sentido, hay otro error semejante, a pesar de la diferencia: el de pensar que la persona es una colección de individuos simplemente yuxtapuestos, sin vínculos reales profundos, lo que a la postre viene a resultar lo mismo o peor que un enjambre. No queda espacio para la dignidad personal. Cada uno va a lo suyo. La persona puede llegar a entenderse como una ostra, como una "mónada" a lo Leibniz, sin comunicabilidad real íntima con los demás. Así sucede en buena parte de la filosofía moderna. Como esas teorías, más o menos adobadas, circulan en estos tiempos, conviene subrayar tanto la "subsistencia individual" de la persona como su dimensión social. Pero ahora nos incumbe considerarlas características inmanentes a la persona. La persona es lo más individual que existe (aunque es individuo en un sentido muy especial).

Nótese que toda persona es individuo, pero no todo individuo es persona. También son individuos subsistentes el elefante, la hormiga, la planta; pero no son personas. La persona implica racionalidad (o, mejor, intelectualidad), al menos capacidad de poder ser consciente de sí (aunque no lo sea en acto), de su mismidad y de su alteridad respecto al mundo; y llegar a decir "yo" con verdadero sentido. La persona tiene una individualidad peculiar, extraordinariamente acusada por su naturaleza racional, que le presta tal capacidad de iniciativa que puede dar origen a sucesiones insospechadas e imprevisibles de acontecimientos en el cosmos.

AUTOPOSESION, DOMINIO DE SI

Siguiendo con la experiencia del yo, advertimos que "ser sí mismo" comporta la experiencia del dominio sobre lo que uno hace. Yo vivo con la convicción de que poseo un conjunto determinado de facultades y potencias con las que entiendo, quiero, actúo, proyecto, etcétera, que son mías. Yo soy dueño y propietario de mis actos y por tanto de mí mismo. "Ser sí mismo" equivale a "ser de sí mismo". ¿De quién es la persona? Es una pregunta que no tiene mucho sentido.

La persona no es ni puede ser de nadie más que de sí misma. El color es del pigmento, el peso es del cuerpo, la medida es de la extensión, el yo no es de nada ni de nadie. La persona es un ser que desde su inicio es completo, acabado, clausurado en su existencia (aunque no en su operación, siempre abierta a nuevos actos, a nuevos horizontes y con necesidad de enriquecerse en su ser con el trato con otras personas).

EXPERIENCIA DE LA LIBERTAD

La experiencia de ser origen y dueño de mis actos comporta la experiencia íntima de la libertad: yo soy origen de mis actos, pero de tal manera que puedo originar una acto determinado o no originarlo, según mi voluntad. Puedo querer o no querer. Puedo incluso querer o no querer mi querer. Esto es lo específico de la libertad: la posibilidad no sólo de querer, sino de querer reduplicativamente, es decir, de poder querer mi querer o no querer y de poder no querer mi querer o no querer. Y si alguien me fuerza a hacer lo que no quiero, entonces se me agudiza más la conciencia de mi pertenencia a mí mismo: me irrito ante la negación de mi necesidad de ser origen de mis actos; me enoja el trato indigno, injusto del que soy víctima; experimento la injusticia al menos por debajo del respeto que se me debe porque corresponde a la categoría ontológica de mi ser. Yo siento la necesidad de hacer las cosas fundamentales "desde mí mismo" y "por mí mismo".

AUTONOMíA OPERATIVA

Yo puedo hacer esto o lo otro. Puedo escoger entre hacer o no hacer, entre hacer esto o aquello. Es decir, la originalidad operativa, que me permite ser fuente de mis actos permite también que yo normalmente sea dueño de mis actos. Y esta capacidad de"dominio" sobre mis propios actos, de ser "dueño de mi", de"poseerme", de "pertenecerme", de "autoserme" es lo más relevante del ser personal (y supone todo lo anterior). Esto me hace capaz de dominar no sólo mis actividades espirituales, sino también muchas corporales, y muchas de las cosas que me rodean.

El hombre en cierta medida puede dominar el mundo porque es el único ser en el mundo que es radicalmente "dueño de sí", y por eso es "imagen hecho a semejanza de Dios", como leemos en el libro del Génesis (aunque pueda perder buena parte de ese dominio con el abuso de su libertad)

INDIVIDUALIDAD (singularidad, particularidad)

Volviendo un poco atrás: Yo me distingo de todo lo demás, incluidos todos mis semejantes otros "yo" , tanto como una manzana se distingue de otra manzana, como un tornillo se distingue de otro tornillo. Pero hay algo más: mi yo es irrepetible. Un tornillo es distinto de otro, pero se puede repetir indefinidamente y por eso es perfectamente sustituible. Pero la persona, no. No hay otro yo como yo. No me distingo de los demás sólo como una manzana a otra manzana, como un tornillo se distingue de otro tornillo, sino como algo que no se puede multiplicar, que no se puede repetir.

La naturaleza humana es multiplicable, de hecho se repite por generación, pero la persona no.

UNIDAD EN LA COMPLEJIDAD

Yo soy un ser complejo: uno y complejo. Un ente compuesto de cuerpo material y alma espiritual (irreductible a materia, trascendente a la materia, y por tanto inmortal).

EXPERIENCIA DEL YO DISTINTO A MI CUERPO

Hemos de morir, desconocemos el momento preciso. Somos, como dice Sartre, condenados a muerte que, esperando la fecha de nuestra ejecución fallecemos de una gripe vulgar. Sé con absoluta seguridad lo que un día cualquiera, quizá hoy mismo, le sucederá a mi cuerpo.Pero sé también, todos lo intuimos o presentimos, que nuestro cuerpo es distinto de nuestro yo. Todo lo que es pura materia ha cambiado en mí, millones de células mueren en mí diariamente y son sustituidas por otras; a causa de la vejez, períodos extensos de mi vida pueden haberse borrado de mi memoria, pero sé que yo soy el mismo que ha atravesado por esas épocas de las que no puedo acordarme. Un día moriré, quedará el cadáver en la tierra, pero yo seguiré viviendo más allá. Soy algo más, y algo distinto, de esos restos, ruinas de hombre que llevarán al sepulcro.

La materia que hoy constituye nuestro cuerpo es totalmente "otra" de la que teníamos hace unos pocos años. Sin embargo todos tenemos la íntima evidencia de continuar siendo nosotros mismos, yo mismo: mi más íntimo ser permanece, a través del cambio, en cierta modo inmutable. Incluso el anciano exhausto e inmóvil tiene conciencia clara de su identidad personal a lo largo de toda su vida: es consciente de que algo suyo, inaprehensible pero real, ha subsistido siempree intuye que siempre subsistirá. Es lo que designa con la palabra"yo", lo que subyace idéntico en todos los cambios y por eso necesariamente distinto al cuerpo en incesante mudanza. La sustancia del yo y del ser que lo dice no puede ser mudable como lo es el cuerpo, ha de ser una sustancia distinta a la corporal, y por tanto también independiente.

LIBERTAD, PRUEBA DE LA ESPIRITUALIDAD

La libertad es una demostración de la índole espiritual del alma humana. El acto supremo en el que la libertad se manifiesta es aquél en el que demuestra su independencia, aún mas, su dominio sobre el cuerpo. No está en el mero hecho de escoger, o en el que el hombre se proyecte según sus posibilidades, como dice Heidegger. El hombre, al elegir o al proyectarse, puede obedecer más o menos conscientemente a mil condicionamientos que le son extrínsecos; elige, por ejemplo, ser médico o ser abogado quizá porque su padre o alguno de sus parientes próximos ejerce esta o aquella profesión.Pero existe la libertad suprema, signo de la espiritualidad del alma: la libertad de decir no, aun yendo contracorriente de mi corporeidad y contra todos los condicionamientos imaginables.

Mi cuerpo, lo que en mí es pura materia, puede estar arrojado a un calabozo inmundo, mis manos y mis pies encadenados, pero a pesar de ello sigo siendo libre, y aun cuando no sea dueño de mi corporalidad siempre podré decir no a lo que se me pide. El hombre es libre porque su espíritu está por encima de todos los poderes terrenos, y son muchos los seres humanos que han demostrado así la victoria del espíritu sobre el cuerpo, el triunfo de lo que no es visible en su ser, sobre aquello que podemos percibir con nuestros sentidos. Escribe Sartre una frase en la que, sin darse cuenta, afirma la existencia del espíritu: "torturar a otro es obligarlo a renegar identificándose con su cuerpo que sufre". Mi yo, mi alma, que es la que da vida a mi cuerpo informándolo, pero siendo distinto y superior a él, siempre puede decir no y si acaso la tortura u otra fuerza extraña me vence, tengo la impresión de haber traicionado mi ser, lo mas íntimo de mí mismo, y en el fondo, aun vencido y humillado, continuo para mis adentros diciendo no. Y si aconteciera que este decir no, me llevara a la muerte, marcharía hacia ella no como quien va a terminar su existencia, sino con la íntima e intensa satisfacción de que al desligarse de la corporeidad, cuando mi cuerpo se convierta en un cadáver, mi espíritu se verá libre de las ataduras temporales.

Sé que lo que no es materia sobrevivirá, como lo han sabido de un modo u otro pero siempre los hombres de todas las civilizaciones que nos han precedido. Si yo soy ser espiritual, no puedo morir del todo. Heráclito decía, con mucha razón, que si el sol fuese consciente de su ocaso, sería inmortal. Gabriel Marcel gustaba decir: "yo soy mi cuerpo". Esto es verdad con tal de añadir: "pero mi cuerpo no es yo", porque yo no soy sólo mi cuerpo; yo soy más que cuerpo, soy también y ante todo, alma espiritual. Por mi cuerpo soy mortal y por mi alma, inmortal. Mi cuerpo es una dimensión natural de mi yo, pero no tan esencial como mi alma, que puede subsistir sin él.

EL SER PERSONAL TRASCIENDE LA DIMENSION BIOLOGICA

¿Podría subsistir el ser humano en el mundo si fuese mera vida biológica? ¿Hubiera podido llegar a multiplicarse y formar una pluralidad de miembros, si fuese un producto meramente intracósmico? Es un lugar común la inferioridad de condiciones en que nace el hombre en comparación con otras especies inferiores.Si fuese sólo animal no hubiera podido subsistir.

El hombre es el único ser que no se vale por sí sólo. No nace, como los demás animales sabiendo localizar el alimento y distinguir lo comestible de lo letalmente indigesto. Ya en el siglo IV antes de Jesucristo,Platón escribió en Protágoras el mito de Epimeteo y Prometeo, que son la descripción de la inviabilidad del ser humano como mera biología. La experiencia histórica no ha hecho más que confirmarla intuición del filósofo griego. De otra parte, la facultad intelectiva no puede entenderse como resultado evolutivo de formas inferiores de vida, por lo mismo que la forma de vida del hombre no hubiese logrado subsistir más que un breve tiempo, insuficiente a todas luces para el largo periodo que una evolución semejante requeriría. La pervivencia biológica del hombre sólo se explica si él es fundamentalmente espíritu, ser extra cósmico (es decir, substancia irreductible a materia), que no tanto se adapta al medio, como hacen los brutos, sino que lo transforma y convierte en habitable lo que no lo era.

LA SUPERSTICION MATERIALISTA

Es de advertir que esta concepción del hombre como trascendenteal cosmos es muy razonable, aunque haya quienes no la comprendan. Me parece obvio que hay muchas razones para sostenerla. En cambio, como escribe el premio Nobel de Medicina Sir John Eccles el materialismo carece de base científica, y los científicos que lo defienden están, en realidad, creyendo en una superstición. El materialismo lleva a negar la libertad y los valores morales, pues la conducta sería el resultado de los estímulos materiales. El materialismo niega el amor, que acaba siendo reducido a instinto sexual: por eso, Karl Popper, uno de los pensadores actuales de más prestigio, ha podido decir que Freud ha sido uno de los personajes que más daño han hecho a la humanidad en el último siglo.

Popper trabajó hace muchos años en una clínica de Viena donde se aplicaba el método freudiano y tuvo ocasión de comprobar que el método de Freud no era científico. El materialismo, si se lleva a las últimas consecuencias (que es lo que tiene que hacer cualquiera si científico pretende ser), niega las experiencias más relevantes de la vida humana. Si el materialismo fuera verdad,"nuestro mundo" personal sería imposible, no habría podido llegar a ser. Quien conserve un cierto sentido metafísico por lo demás, natural al ser humano desde que despierta al uso de razón, puede entender perfectamente lo que dice seguidamente John Eccles: Del alma podemos conocer muchas cosas: los sentimientos, las emociones, su percepción de la belleza, la creatividad, el amor, la amistad, la libertad, los valores morales, los pensamientos, las intenciones... Es decir, todo "nuestro mundo"; en otras palabras: lo más específicamente humano. Porque todo esto que acabo de mencionar se relaciona con la voluntad. Y es en la experiencia de la voluntad donde se estrella el materialismo y cae por su base. El materialismo no puede explicar el hecho de que yo quiera hacer algo y lo haga.

De una parte, la actividad cerebral nos permite realizar acciones de modo automático. Hay mucho automatismo en nuestra conducta. Pero también es claro que existe un nivel de conciencia en el que la originalidad de la decisión es patente. Por ejemplo, cuando camino, "quiero" ir más deprisa o más despacio. Incluso podemos envolver casi todo en la conciencia: "quiero" andar con aire de Charlot, pensando cada paso y cada movimiento...Sobre la fácil pero falsa reducción del alma a cerebro es también ilustrativo lo que dice el eminente científico: Hasta hace poco, nada sabíamos de ondas electromagnéticas y de áreas cerebrales, y hay gente que no lo sabe tampoco ahora. Pero todos, y desde antiguo, sabemos de "nuestra vida". Y nuestra vida la expresamos en palabras y acciones, para lo cual necesitamos obviamente el cerebro, pero también necesitamos muchas veces de la laringe o de los músculos de la mano; y ni la laringe ni la mano son el origen o la explicación de "nuestra vida". Tampoco lo es el cerebro. El cerebro no explica qué es y cuál es el origen de "nuestra vida" humana, personal, inteligente y libre. Desde luego es muy importante investigar sobre la físico química cerebral, pero quien sabe de "nuestra vida" es nuestro "yo", no el cerebro. Y nuestro "yo" no es en modo alguno un producto físicoquímico.

CONCEPTO DE "ESPIRITU"

Este es un concepto que, según Zubiri y la mayoría de los historiadores, escapó a la Filosofía griega. Es, sin embargo, el concepto con el que comienza la especulación metafísica en el Occidente europeo. La filosofía cristiana lo ha depurado y caracterizado, tanto desde el punto de vista positivo como negativo. a) Negativamente: el "espíritu" o "sustancia espiritual" no es un ser extenso, espacial, sensible ni meramente psíquico; tampoco es temporal, aunque viva en el tiempo: sobrepasa y está mensurada por una duración superior al tiempo; es una vida que trasciende a las leyes físicas y a las operaciones biopsíquicas de crecimiento, metabolismo e instintos. b) Positivamente: es una sustancia simple, y por ello indivisible de suyo: constituye un todo en sí misma; es de suyo subsistente: subsiste en sí y por sí, con independencia de la materia; sus operaciones principales entender y querer libremente puede ejercerlas al margen del cuerpo. En consecuencia: es incorruptible e inmortal, y, para existir ha de ser creado por Dios.

COMO SE PUEDE DEMOSTRAR LA ESPIRITUALIDAD DEL ALMA

Precisamente partiendo de sus operaciones principales podemos concluir que el alma humana es espiritual, por serlo sus operaciones: conocimiento intelectual y volición libre, irreductibles e independientes de la materia. Ahora bien, esta demostración no podrá ser de tipo físico o biológico, en una palabra, empírico. La ciencia empírica no tiene autoridad ni método ni objetivo para pronunciar algún veredicto sobre la existencia o inexistencia de un alma espiritual, precisamente porque, por definición, lo que sea espiritual no puede entrar en el campo de observación de las ciencias que experimentan magnitudes cuantificables de un modo material.

Las ciencias naturales sólo alcanzan objetos materiales y sensibles. Los buenos científicos comprenden bien: que las ciencias naturales no puede decir nada sobre la sustancia espiritual, que es natural que el hombre no reduzca su conocimiento a lo que puede ser conocido, observado y experimentado por la ciencia natural (física, biología, etcétera) que es muy plausible la afirmación de la espiritualidad del alma humana. No se tambalean las pruebas de la espiritualidad del alma cuando algún científico la niega. También lo niegan algunos labradores y poetas, con el mismo grado de competencia que ellos en este asunto. Esto no es nuevo. En el siglo XIII Tomás de Aquino se refiere a la creencia de muchos que pensaban que lo que no es cuerpo no tiene ser, los cuales no tuvieron valor para trascender la imaginación, que versa únicamente sobre lo corpóreo. Opinión que el libro de la Sabiduría (Sab 2, 2) atribuye a los"insensatos" (insipientium), que dicen del alma: "humo y aire es nuestro aliento, y el pensamiento una centella del latido de nuestro corazón. Sin embargo, los científicos empíricos son personas, y como tales gozan de entendimiento y libre voluntad, por lo que como todo ser humano-, si quieren, son capaces de pensar también al modo del filósofo y comprender que hay un dimensión humana que es imposible explicar por medio de la ciencia empírica. Por ejemplo,en el simposio de la Academia Internacional de Filosofía de las Ciencias celebrado en Bruselas el año 1980 se trató el tema de "lo corporal y lo mental". De ahí salió la obra colectiva "Le mental et le corporel". Allí la mayoría de los científicos y filósofos asistentes todos especialistas conocidos admitían la existencia del espíritu humano, al extremo que provocó cierta irritación en el pequeño grupo que lo negaba.

Por lo demás, la superación del materialismo no va unido necesariamente a creencias religiosas. Importantes pensadores sin ninguna creencia religiosa afirman la existencia de dimensiones humanas irreductibles a lo material. Por ejemplo, tanto Shopenhauer como Popper (contrarios a la creencia en la inmortalidad) entienden que el materialismo radical es la filosofía de un sujeto que ha olvidado tenerse en cuenta a sí mismo.

INTIMIDAD E INTERSUBJETIVIDAD

La persona se experimenta como individuo único e irrepetible: incomunicable en cuanto al ser pero comunicable en cuanto al conocer y el querer. Es comunicabilidad la aptitud para la relación intersubjetiva, es decir, la facultad de entrar en relación cognoscitiva y afectiva con todo cuanto existe y muy especialmente con los otros "yo". El yo, de alguna manera, puede apropiárselo todo mediante el conocimiento. Puede salir en cierto modo de sí mismo y penetrar en la realidad de las cosas,"intus-legere", leer "dentro" de ellas, descubrir su verdad, desvelarla y distinguirla de lo irreal; identificarse cognoscitivamente con todo lo que no es el yo y volver de nuevo adentro de sí y establecer una especie de diálogo consigo mismo en un espacio íntimo, interior, en el que puede vivir como a solas consigo mismo.

La intimidad es autopresencia y supone la capacidad reflexiva. El hombre, la persona, se revela como dotado de una intimidad radical que no es hermética, al contrario, desde ella puede interiorizar todo el mundo. Por lo cual Aristóteles afirmó sin restricciones que "el alma (humana) de alguna manera lo es todo". Aquí se manifiesta ya de una manera muy clara la excelencia del ser personal, que quiere expresar la palabra "dignidad". El hombre es el único ser verdaderamente libre, íntimamente libre, que hay en nuestro universo material. Y esto es así, es posible, porque nuestro horizonte no tiene límite, es estrictamente hablando irrestricto: todo lo que de algún modo "es", incluso el Ser que Es por Esencia (Dios) puede ser objeto de nuestro conocimiento.

QUE SIGNIFICA "SER LIBRE"

Ser libre quiere decir, pues: a) que no sólo se es capaz de optar o no optar y de elegir entre diversas opciones. Esta libertad, meramente psicológica, seguramente también la tiene en cierto grado el famoso asno de la fábula - falsamente atribuida al escolástico Buridán. Dice que si un asno hambriento estuviera ante dos montones de paja exactamente iguales moriría de hambre, porque ambos montones le atraerían con idéntica fuerza, lo cual para un ser carente de capacidad de autodeterminación supondría una mortal perplejidad. No lo creo,de ninguna manera. El asno también es libre de escoger entre dos montones de paja iguales, no moriría de hambre en semejante coyuntura; seguro que elegiría uno u otro. Hasta ahí es capaz de llegar el asno. b) Lo que no tiene el asno es el dominio de sus actos, y el hombre sí. El hombre es dueño de sus actos en tanto que se encuentra radical y operativamente abierto a la totalidad del ser, de lo verdadero, de lo bueno, de lo bello. Con sus operaciones de entender y querer -si bien imperfectamente- lo puede abarcar todo, incluso, como ya hemos anotado, de alguna manera, a Dios, al que fácilmente llega si discurre correctamente, guiado por una voluntad que aspira no tanto a bienes particulares como al Bien absoluto. Esa apertura tensa de la subjetividad -sin dejar de ser intimidad- a todo el horizonte del ser, es lo que confiere a la persona la superioridad esencial y la dignidad eminente en el mundo; y revela un ser trascendente al mismo, radicalmente extracósmico.

La apertura al Bien absoluto origina una natural "tensión" de la voluntad a ese Bien, que no puede "descansar" en ningún bien particular, finito o limitado. Por eso ninguno de éstos es capaz de dominar o determinar nuestra voluntad, que ante lo limitado permanece siempre dueña de sí. No por indiferencia ante los bienes parciales, sino porque goza de una tensión más vigorosa al Bien total que le deja dueño de sus naturales inclinaciones a todo lo que, siendo atractivo, no es el Bien absoluto. Al hombre puede atraerle mucho cualquier bien finito, pero como su ser es "tendencialmente infinito" nunca queda determinado -atrapado, encadenado- del todo por lo finito. Esta superioridad viene dada por la categoría, "densidad" o, si se prefiere, "intensidad" de la sustantividad de su ser, que le sitúa por encima de todas las posibilidades de los seres irracionales, por evolucionados que sean, por perfectos que hayan llegado a ser.

La perfección de la persona no es sólo un grado más de una supuesta evolución perfectiva, sino una perfección esencialmente trascendente a todo el cosmos. La persona tiene un principio y un desarrollo vital extra cósmicos. Gracias a este dominio sobre sus propios actos, el hombre puede llegar a dominar a los demás seres del universo. El Génesis es ilustrativo, y aun cuando no se considere aquí su carácter de Libro inspirado por Dios, preciso es reconocer que acierta cuando dice que Dios creó al hombre -macho y hembra los creó- y les dijo:"llenad la tierra y dominadla".

EXCELENCIA DEL SER PERSONAL

Tomás de Aquino afirma que persona significa lo que hay de más perfecto en la naturaleza. Es lo que participa más plenamente en el ser; es el más alto grado que puede darse de participación en el ser. La persona es "más ser" que los demás seres no personales, hasta el punto de que no puede derivar de nada anterior. La persona es de tal entidad que sólo puede tener un origen divino, es decir, sólo puede proceder por creación "ex nihilo" (de la nada), por la omnipotencia de Dios.

LA PERSONA ES MAS QUE INDIVIDUO DE UNA ESPECIE

La persona es, pues, mucho más que un "simple individuo de una especie". Ya hemos dicho que posee "interioridad", capacidad de "reflexión" y por ello de "autodeterminación", de "dominio de sí". Es un sujeto "sui iuris", como de antiguo se dice. Su "yo"es singular, insustituible, intransferible e irrepetible. Nadie puede decir "yo" en su lugar. LLegamos así al punto que nos habíamos propuesto desde el principio y que consideramos de enorme interés. Quizá no se había llegado a una formulación precisa y coherente de ello hasta estos últimos lustros. Y ha pasado al dominio general de los estudiosos gracias, principalmente, a la antropología filosófica y teológica de Juan Pablo II. Con su magisterio, ha hecho posible que ya nadie pueda pensar que ofende a Dios si dice que la persona es un fin en sí misma. No hay dialéctica entre la gloria de Dios y la gloria del hombre, al contrario, la gloria de Dios es como dice un Padre de la Iglesia precisamente "que el hombre viva"; en otros términos, que el hombre llegue a ser todo lo que deba ser, que aparezca con toda la dignidad que le corresponde por ser criatura, hecha por Dios a su imagen y semejanza.

Es Dios quien esta interesado en subrayar la dignidad de la persona humana, de modo que no le hacemos ofensa, al contrario, cuando nosotros la subrayamos. Lo absurdo, o si se prefiere, "in-sostenible" sería -es- presentar esa dignidad desvinculada de la dignidad de Dios creador. Este fue el pecado de Eva y de Adán: quisieron ser como Dios, pero no como los hijos se asemejan a sus padres, sino como dioses autónomos y autosuficientes; como si pudiesen organizarse una existencia estupenda al margen de Dios, como si ellos pudieran sostener por sí mismos su ser y su dignidad. Esto es el pecado, ésta es la gran mentira. Nuestra dignidad es prestada, como nuestro ser. Lo que sucede es que Dios nos da el ser, y con el ser la dignidad que le corresponde, y lo hace con tan generosa perfección, -por decirlo de algún modo-, tan suavemente, que lo que es suyo -el ser y la dignidad- pasa a ser, por participación, verdaderamente nuestro. De manera que mi yo sin Dios no es nada, pero por El y sobre todocon El y ante El, mi yo es tan mío que es -si nos está permitido hablar así- enteramente mío y yo mismo. Mi vida es un don divino,tan divino que parece autosuficiente, tan divina que cabe sentir la tentación de querer "ser Dios". Es ciertamente algo tan divino la persona, que Dios me quiere por mí mismo. "El hombre -enseña el Concilio Vaticano II y repite incansablemente Juan Pablo II-, es la única criatura que Dios ha querido por sí misma", es el único ser de este universo que Dios quiere por sí mismo. Dios me ha creado no para servirse de mí. ¿En qué podría yo servir a Dios, en el sentido de aportar algo a su Vida? ¿Hay algo que Dios no tenga que yo le pueda dar? Dios me ha creado para darse El a mí, para que yo -querido por mí mismo- sea eternamente feliz con El, en El y por El, con su Amor, en su Amor,por su Amor.

LA PERSONA ES UN FIN EN SI MISMA

La persona, para Dios, no es un medio, sino un fin ; tiene dignidad no de medio, sino de fin; no de instrumento, sino de sujeto con valor último. Con motivo infinitamente más grave, ninguna criatura tiene derecho a tratar a otra persona como "su" medio o "su" instrumento. La persona creada no puede considerarse como un simple medio para la perfección del mundo o de una especie, aunque se trate de la humana. La persona no existe sólo para representar una especie, como acontece a los individuos irracionales, que no tienen dominio de sí, ni del mundo, ni saben lo que hacen, ni para qué lo hacen, ni para que sirven. La persona no ha sido creada por otro fin distinto de ella misma. La persona no es "para" nadie en el sentido de "medio" o "instrumento" utilizable para alcanzar los fines de "otro", ni siquiera de Dios.

LAS PERSONAS CREADAS NO SON FIN DE SI MISMAS

Ahora bien, no es menos cierto que siendo la persona un fin en sí misma no es en modo alguno fin de sí misma. Las personas creadas no son "último fin de sí mismas". Ultimo fin sólo es Dios. Pero insisto, Dios nos crea no como "medios" para obtener El algo que no tenga o no pueda. Esto es imposible. Si decimos que el fin del hombre es dar gloria a Dios, no queremos decir que Dios"necesite" que le demos gloria, sino que nosotros necesitamos dar gloria a Dios para ser hombres cabales, perfectos, intelectual y afectivamente "satis-fechos". Dios no me ha creado para convertirme en "medio" de conseguir algo "para El". No; El me ha creado por amor, porque El es amor.Y me ha creado para el amor, para amarme y para que yo encuentre en El la infinitud de la perfección, que no es otra cosa que Amor. En rigor, a Dios sólo le interesa el amor, precisamente porque El es Amor. Tan es así, tanto ama nuestra personeidad, y nuestra libertad, que incluso corre el riesgo de que la usemos mal y nos condenemos eternamente a no amar ya nunca más; que elijamos la aberración de no amarle. Porque lo único que le interesa es que amemos, y no de cualquier manera, como, por ejemplo, el ratón ama el queso y va flechado a él si tiene hambre; sino como seres libres, que quieren porque quieren, en otras palabras, que aman porque eligen amar, es decir, que aman con un amor que no es de necesidad sino de á dileccióná. Este es el amor más alto y perfecto, este es el amor con que Dios lo ama todo, que en la criatura (que nunca pueda ser infinita en acto perfecto), con lleva el riesgo de poder elegir no amar y no querer al Amor. Misterio no pequeño, ciertamente, es esa "predilección" de Dios por el amor dedilección, que lo quiere de tal modo que corre el riesgo de la traición. Esto no lo entendemos del todo porque no podemos tampoco entender hasta el fondo la hondura de un Amor infinito. En la medida en que se conoce el Amor -es el caso de los santos- se entiende la decisión divina. Cuando alguien está muy unido a Dios por el amor, entiende más el amor, la libertad, el infierno y el cielo, en fin, el valor inmenso de cada persona, la encarnación del Verbo, su nacimiento en Belén, su trabajo en Nazaret, su salir al encuentro de las gentes, su pasión, su cruz y su resurrección.

LO JUSTO ES EL AMOR

El valor de la persona es tal -escribía el entonces Cardenal Karol Wojtila, hoy Romano Pontífice Juan Pablo II- que ante ella sólo el amor es la actitud justa. Y el amor quiere al otro por sí mismo, no porque le sirva o resulte útil. La persona no se encuentra en la lista de las cosas "útiles" o "instrumentales". Por eso dice A. Rodriguez Luño: "siempre que tu acción se refiera a la persona, propia o ajena, no olvides que no estás ante un simple medio instrumental; ten en cuenta, por el contrario, que ella tiene también su propia finalidad." Dios no nos crea y ama porque le resultemos "útiles".

Dios nos amaría aunque estuviésemos paralíticos del todo, aunque "no sirviéramos para nada". Dios no nos ha creado para "servir-le" sino para amar, para amarnos y para que le amemos. Y resulta que al amarle, nuestro mayor gozo es servir a sus designios de amor sobre la Humanidad. En el fondo, cuando el hombre es generoso con Dios, al querer a Dios, quiere lo que Dios quiere, y sin querer está sirviendo a toda la humanidad y a sí mismo. Dios nos trata con gran "reverencia", dice la Escritura. Pues bien, si esto es así, si Dios se niega a tratarnos como "medios" o simples "instrumentos", quiere decir que cuando la criatura humana trata a otra criatura humana como "medio" de satisfacer sus caprichos o sus apetencias personales, por legítimas que éstas sean de suyo, ofende gravemente al Creador, porque está tratando a la persona como una cosa, está asumiendo un dominio sobre el otro que ni siquiera Dios reclama para sí.

UNA CONSECUENCIA PRACTICA PARA LA BIOETICA

La pareja que se crea con "derecho" a "tener un hijo", está negando al hijo la cualidad y los derechos de la "persona"; niega de hecho que sea " un fin en sí mismo" y lo convierte en "medio" para satisfacer las propias apetencias, cosa que no hace ni el mismo Dios. No cabe olvidar que en ningún caso el fin bueno justifica un comportamiento intrínsecamente malo. Y, sin duda, tratar a la persona como medio, es muy grave.

La persona que se arroga el "derecho" no de engendrar mediante un acto de amor (único modo digno de poner en la existencia a una persona), sino de "producir" el ser de otra persona, está tomando a la persona no como lo que es y ha de ser -un don del Creador-, sino como una cosa de la que puedo disponer a mi antojo, como algo que está a "mi servicio", como un "medio" de satisfacer apetencias que pueden ser muy nobles, pero que no justifican la reducción de lo que sustancialmente es fin, a un simple "medio para mí". Ya se comprende que instrumentalizar, objetualizar, cosificar de un modo u otro la persona es algo monstruoso: éticamente, o lo que es lo mismo, humanamente hablando es una barbaridad, un acto salvaje, vale decir un "sacrilegio", porque no en balde se ha dicho siempre en el cristianismo y aun al margen de él, que la vida humana - toda vida humana - es sagrada. Y lo es cualquiera que sea su raza, su buena o mala formación o su pequeño o grande tamaño.

FINITUD E INDIGENCIA

La persona humana no puede vivir sólo en su intimidad y de su intimidad. La autoposesión y autonomía no equivale a autofundamentación o autosuficiencia. La persona humana no sólo tiene un cuerpo que requiere de un ámbito del que nutrirse, en el que moverse y respirar, en definitiva, subsistir. Su ser y su vivir es finito: no es pleno ni autosuficiente. Incluso su vida intima necesita nutrirse de lo que no es él mismo: del conocimiento de cosas que no son "yo" y del amor de "yo es" que no son "yo".

LA PERSONA N0 CREA EL SENTID0 DE SU EXISTENCIA

No es creadora de sí. Su sentido se lo da el Creador. Está sujeta a un orden ético objetivo. Esta obligada a ciertas prestaciones sociales y profesionales. Incluso en casos extremos puede y debe hacer un sacrificio personal notable y total, que coincida con la realización más excelsa y la valoración más plenade su personalidad ética.

Todo esto se encuentra en las raíces éticas de nuestra civilización y su fundamentación última se halla en el hecho de la Creación (Dios). Además, a la luz de la Revelación la personase ve realizada al presentarse como imagen hecha a semejanza de Dios y llamada a la filiación divina en Cristo Jesús. Dios ha creado al hombre para que sea señor de sí mismo y del mundo: "Creced y multiplicaos y dominad la tierra..." Todo el universo nuestro ha sido creado para ser dominio del hombre; para que el hombre sea señor del universo. ¿Cómo se hará esto? Mediante el conocimiento científico y las técnicas que de él se derivan. Pero la ciencia y la técnica servirán al señorío del hombre sólo si de veras "sirven" al hombre, es decir, si respetan y velan por la dignidad de la persona humana, si tratan a la persona no como un medio, sino como un fin. Pero si la ciencia y la técnica se utilizan para "cosificar" al hombre, para convertirlo en un medio para otros individuos o colectivos, en objeto de experimentación o en simple instrumento de placer, entonces sería mejor ignorarlas completamente. Desvelar cada vez más la dimensión inconmensurable de la persona, es lo que todos, científicos y humanistas, obreros y empresarios, eruditos o ingenuos, habríamos de hacer sin cansancio. Si así lo hacemos, estoy convencido de que el futuro nos va a sonreir. Pero cuando alguien habla con "esperanza en el futuro", yo le pregunto o, al menos, me pregunto: " y ¿quién es el futuro? ¿quién es "ese señor"? La respuesta habría de ser: ese "señor" al que me refiero -si es alguien- no puede ser otro que el Señor de la Historia. Es Dios, que no era ni será, sino que sencilla y magnificamente ES. Y así la esperanza no es un simple deseo de que las cosas vayan mejor, sino un saber cierto: si yo hago esto, es seguro que el futuro me sonríe. Mi deseo, al terminar por hoy estas reflexiones en voz alta, es que, de hecho y de verdad, el futuro les sonría a todos ustedes, ampliamente. Nada más.

(La Primera parte de este estudio se publicó en la revista Cuadernos de Bioética, nº 13, 1ª 1993, la segunda en CB 20, 4º 94, PP. 368-381)

 

Correspondencia: Antonio Orozco Delclós. España, 68, 4º. 37001 SALAMANCA.