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La fe como categoría religiosa fundamental

Prof. Dr. José Miguel Odero
 Universidad de Navarra

Comunicación al I Simposio Nacional de Ciencias de las Religiones, organizado por la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones (octubre, 1994)

 

Es la fe como acto o actitud una categoría religiosa fundamental? ¿Puede decirse del hombre religioso —el hombre que vive libremente "religado" (Zubiri) y que mantiene una actitud de religiosidad— que vive de la fe? Y en este supuesto, ¿esa fe del hombre religado es una fe característica, cualificada y discernible de otros tipos de creencias y confianzas comunes a toda la humanidad?

Los cristianos dan una respuesta positiva a estas preguntas en lo que refiere a su propia fe, a la fe cristiana; por ello la denominan fe divina o teologal. Una cuestión abierta es si el análisis fenomenológico avala esta convicción.

Un tópico mantenidos por algunos intelectuales cristianos ha sido considerar a los hombres religiosos no bautizados —los llamados "paganos"— como infideles, es decir, como carentes de fe divina o teologal; los reformadores protestantes lo llevaron a sus últimas consecuencias de manera muy drástica. Sin embargo, la teología católica actual, retomando una convicción que ya habían expresado los pensadores cristianos más antiguos, ha denunciado la estrechez de dicho tópico. Para esa denuncia apela a una visión mistérica de la Iglesia, a un proyecto universal de salvación en el cual tienen su papel todos los hombres desde el inicio de los tiempos. Así Danielou habló de "los santos del Antiguo Testamento" —incluyendo a los no israelitas, como Job— y Rahner enunció —no sin adoptar su típico cripticismo— la categoría de "cristianos anónimos". El Concilio Vaticano II ha reconocido que forma parte de la fe cristiana reconocer que los designios divinos de salvación se extienden a todos los hombres, incluidos los no bautizados. Así pues un cristiano contempla la posibilidad de que algunos no bautizados tengan una actitud de fe, justamente aquella fe que une a Dios y es el principio de la salvación.

En cualquier caso, el problema planteado aquí es más amplio, pues se extiende a todas las formas de "religiosidad auténtica" (Manuel Guerra). ¿Qué lugar ocupa en ellas la fe? ¿Qué tipo de fe las sostiene? La hipótesis que se va a sostener a continuación es que en la vivencia del hombre religioso se puede encontrar como elemento fundamental una fe religiosa , una fe característica y peculiar, diferenciable de otros tipos de actos que también reciben el nombre de fe o de creer.

Para ello es preciso detenerse, siquiera brevemente en el significado de la fe como actualidad.

Creer y tener fe

El verbo creer abarca ciertamente un campo semántico muy amplio, que abarca desde el acto de mantener la fe religiosa, al de sostener la opinión, la conjetura o la hipótesis hasta la intuición, la adhesión intelectual y la confianza . Parece que en muchas lenguas el uso originario del término creer ha tenido sentido religioso; de él procederían luego otros usos.

El término creencias designa, por su parte, el conjunto de enunciados tenidos como verdades que expresan el aspecto proposicional propio del verbo creer. La palabra creencia es una nominalización verbal relacionada con la expresión creer que... Las creencias constituyen un aspecto importante del creer, pues expresan su aspecto objetivo y proposicional. Las creencias son explicitadas proposicionalmente por medio de la expresión creo que y están implícitas en las expresiones creo en... y creo a.... La creencia forma así parte del creer pero no lo agota; todo creer implica creencias, aunque la fe es algo más que un conjunto de creencias o enunciados.

La palabra castellana fe posee varios significados; entre los principales cabe destacar:

1) A veces significa sólo lo creído, y así hablamos de fe católica o de fe musulmana; lo creído proporciona una visión del mundo, expresable con mayor o menor exactitud en un conjunto de creencias. Hay que subrayar que este significado es ajeno al de la expresión fe religiosa.

2) En ocasiones designa algo como verosímil (—"Esta noticia es digna de fe").

3) También puede hacer referencia a la confianza puesta en la acción de una persona o en la eficacia de algún proceso ("fe en un médico", o bien "fe en una medicina", es decir, en su poder curativo).

4) Designa el acto de tener a algo como digno de crédito o confianza, como en la expresión prestar fe a lo que otro dice; este es un caso de "creer algo a alguien", en el que se subraya lo creído.

5) Puede hacer referencia a la confianza en la acción de uno mismo (—"Lo hizo con poca fe"; o bien: —"No puso fe en lo que hacía")
.

Estatuto gnoseológico de la fe religiosa

Uno de los sentidos del término creer es el de "tener fe religiosa". Parece claro que la fe religiosa está supuesta en el hecho de tener religión. Sólo así se explica que el lenguaje común describa al hombre religioso como un creyente; es más, cuando se habla de creyentes sin más, uno se está refiriendo a personas con religiosidad, de modo que quien tiene fe religiosa se denomina por antonomasia creyente.

Puede mantenerse la hipótesis de que la fe religiosa es siempre un tipo de fe en Dios o bien, si se prefieren otras expresiones, un tipo de fe en la divinidad, fe en lo divino o fe en lo trascendente.

El creer del hombre religioso es un acto cualitativamente distinto de otros tipos de creencia, y no se distingue sólo de ellos por su objeto o contenido (por "lo creído"), sino por su misma estructura como acto intencional; así las creencias que no están vivificadas por la actualidad de la fe religiosa no tienen más fuerza que la de meras opiniones. Por ejemplo, si la creencia de que Dios existe no es sustentada por una fe religiosa porque el sujeto que cree en Dios no cree simultáneamente a Dios—, su afirmación deísta no es sino una mera conjetura teórica, incapaz de polarizar su existencia entera.

Lo característico de la fe religiosa es que el sujeto pone su fe en un Absoluto —que generalmente es denominado "Dios"—, el cual exige arriesgar toda la existencia humana. La fe religiosa ha sido definida por Basil Mitchell como "una dependencia confiada en Dios" .

La fe religiosa no debe ser confundida con un tipo o género de opinión, que versaría sobre objetos específicos ("temas religiosos", "lo divino"). Las diferencias entre opinión y fe religiosa son muy hondas.

Ciertamente cuando alguien tiene una opinión más o menos fundada sobre una cuestión, se suele decir de él: —"Cree que tal cosa es así". Aquí creer se usa como sinónimo de opinar o de suponer, y significa "haberse formado un parecer sobre algún hecho o alguna materia cuestionable y afirmar dicho parecer".

Si acudimos al lenguaje ordinario nos encontramos con que creer puede indicar el falso tener por verdadero (—"Creía que hoy era lunes pero es martes"), la mera impresión (—"Creo que mañana lloverá"), la sospecha acerca de algo (—"Creo que llegaré tarde") o la opinión (—"Creo que es correcto"). En todos estos casos hay una referencia a una posible arbitrariedad subjetiva. Creer en estos casos puede referirse a imágenes aparentes o a engaños. Este hecho ha provocado un efecto perverso: el de hacer sospechar a muchas personas por principio que las creencias que son objeto de fe religiosa tienen toda la probabilidad de ser supercherías, falsedades; este es el caso de la expresión creencias piadosas .

Kant ha sido uno de los filósofos que con más radicalidad ha distinguido netamente opinar de creer, por lo cual denunció que es impropio el uso del verbo creer para referirse al acto de formular opiniones; de modo que el científico debería evitar tal uso en orden a la claridad y exactitud de su discurso. Continuando esta pauta de pensamiento proponemos que, para distinguir netamente fe y opinión, siempre que se desee aludir a las opiniones como creencias se emplee la expresión creencia-opinión . Los ateos y algunos agnósticos suelen opinar erróneamente que la fe de los creyentes en Dios se reduce a una creencia-opinión y que, por otra parte, esa fe en Dios no tiene fundamento. Es decir, los ateos conciben la fe en Dios como una opinión falsa alimentada por intereses inmorales o amorales del individuo. Por eso, no sólo tratan de combatir la fe ridiculizando sus contenidos, sino que niegan a los creyentes el derecho de presentar el objeto de la fe como algo real y presionan para que se mantenga recluido en el interior de la conciencia. La concepción atea de la fe en Dios es injusta e ideológica, en cuanto es contraria a la evidencia que aporta una fenomenología sin prejuicios; esta fenomenología distingue netamente la fe en Dios de la opinión. Kant también las distinguió.

Como sostiene Kant, la creencia-opinión debería ir unida a la conciencia de una posesión problemática de la verdad, al explícito temor de errar; habría de conllevar un constante discurrir sobre las razones, probabilidades o conjeturas que pueden avalar la verdad de lo opinado. Sin embargo, muy a menudo la creencia-opinión de un individuo o de un grupo es impuesta a los demás dogmáticamente, como si fuera objeto de certeza . Quienes así se comportan son fanáticos, enemigos de la genuina libertad de pensamiento y oscurantistas, en cuanto precipitan a su comunidad en falsas certezas que carecen de fundamento. Obsérvese que este fenómeno puede darse en personas que, sin tener fe religiosa, han adoptado determinadas opiniones o puntos de vista en materias religiosas. Pero no por ello debe calificarse este tipo de desvarío como fanatismo religioso u oscurantismo religioso, ya que no está impulsado por una actitud realmente religiosa. Sin embargo hay que reconocer que desgraciadamente los casos de este tipo de fanatismo profano en materias religiosas no son infrecuentes.

La fe religiosa debe también ser distinguida de una actitud vital no religiosa que, sin embargo, también es denominada igualmente con el verbo creer. Se trata del acto que puede describirse como poner fe en algo.

En muchas cuestiones vitales el sujeto necesita adoptar creencias que inciden más profundamente en el espíritu del hombre que las meras opiniones, porque el sujeto ha de apoyarse él mismo y su vida en dichas creencias. Así, por ejemplo, al andar estoy suponiendo que la tierra no cederá bajo mis pies; al salir a la calle doy por sentado que nadie está aguardándome para atentar contra mi vida; al atravesar un cruce de calles cuento con que otros conductores de automóviles respetarán el semáforo. Junto a estas creencias prácticas de la vida cotidiana operan en el hombre creencias más hondas: al levantarme cada día supongo que la vida tiene sentido, que seré capaz de emprender mi trabajo, que encontraré cariño y satisfacciones en mi día.

Todas estas creencias no son equiparables a las opiniones. Obsérvese, en efecto, que, siendo muy débil la fundamentación objetivamente comprobable de estas creencias, es paradójicamente fortísima la conformidad, el crédito y el asentimiento que el sujeto les presta. Lo más característico de estas creencias vitales es que, ya sea mayor o menor su credibilidad objetiva, su vehemencia y firmeza no está proporcionada a ese baremo, sino que se relaciona estrechamente con alguna corazonada, fundada en un deseo natural o en una necesidad vital. El sujeto de esta creencia es consciente —al menos implícitamente— de la hondura vital que suponen, por ejemplo, tener fe en el futuro, tener fe en uno mismo, tener fe en el progreso o en un proyecto personal de vida.

Por todo ello, esas creencias merecen no ser consideradas como meras opiniones, sino como apuestas vitales, porque en ellas el sujeto no se limita a juzgar la probabilidad de un evento o el valor de un ideal, sino que además compromete libremente su existencia a que tal evento ocurra o a que tal ideal se realice. Estas creencias están teñidas de esperanza, de confianza en algún proyecto futuro. A una creencia-apuesta de este tipo suele referirse la expresión tener fe en algo . La praxis moral siempre supone este tipo de creencias: por ejemplo, creer que, a pesar de las apariencias, el cumplimiento de un deber arduo deparará un bien más alto.

En la creencia-apuesta la inseguridad de lo creído (lo cual nunca es evidente) permanece oculta; esto se debe a la fuerte influencia de factores afectivos, que anegan con una confianza entusiasta la insuficiente objetividad de lo creído. Pero tampoco esta creencia es arbitraria y ciega, porque el que apuesta y cree en lo que apuesta distingue cuál es el objeto en el cual confía, es consciente del riesgo que conlleva su creencia y se deja guiar por razones afectivas de peso. Estos motivos afectivos pueden responder a intuiciones confusas —pero profundas— de la realidad de la existencia.

La fe religiosa no se confunde con el tener fe en algo, con el apostar la existencia a alguna carta de la baraja que el cosmos nos ofrece. Lo distintivo radica en que el creyente apuesta en la fe religiosa algo muy especial: su propia felicidad o salvación. Por esta razón se puede decir que sólo la fe religiosa es absoluta.

Cuando el hombre religioso dice: —"Creo que vale la pena sacrificarse por los demás", su creencia en el valor del sacrificio no es una mera opinión; si así lo fuera, la falta de certeza que acompaña a la opinión le impediría llevar a cabo su creencia, pues es demasiado lo que está en juego.

Fe religiosa y fanatismo

Ya se ha dicho que creencias religiosas son conjuntos de enunciados afirmados por el creyente que constituyen la expresión de su fe religiosa. Las creencias religiosas sólo tienen sentido en relación al creer en Dios, sin esta condición se convierten en meras opiniones. Por su contenido la creencia religiosa dice normalmente relación a Dios; pero lo que distingue fundamentalmente las creencias religiosas de otro tipo de creencias es la actitud religiosa con que se afirman sus contenidos religiosos . La expresión creencia religiosa tiene muchas veces un matiz peyorativo e invita al indiferentismo en cuestiones religiosas, por la abusiva equiparación que ciertos autores realizan entre las creencias religiosas de las diversas religiones.

¿Cuál es el origen de las creencias religiosas? Los hombres conectan —aunque de formas muy diversas según las personas— su fe religiosa con los dogmas, normas y ritos que se les proponen a través de sus respectivas tradiciones históricas. Estas tradiciones comunitarias son vehículos sensibles de la fe religiosa, son igualmente modos de expresarla y de ejercitarla. En consecuencia estos dogmas y ritos se tiñen para cada sujeto —en mayor o menor medida— de cierto carácter absoluto. Debe subrayarse que ello depende en gran medida de la libertad de cada persona; si la religiosidad es un compromiso personal, la conexión entre lo divino y cada una de las creencias religiosas que ofrece una tradición cultural es decidida personalmente. Cuando una persona acepta libre y conscientemente que un elemento de tradición religiosa es divino, lo hace objeto de su fe religiosa, lo convierte en una creencia religiosa que tienen carácter absoluto. Ahora bien, ¿es ello legítimo?

Desde la lógica interna que posee la mentalidad religiosa habría que afirmar que la única razón plausible para absolutizar un modo de actuar (ley moral, rito) o una proposición (dogma) sólo podría ser una instancia que instale al creyente en una Verdad suprahumana; esa instancia recibe el nombre de revelación, y significa el refrendo testimonial de Dios mismo.

Los contenidos de una fe religiosa que no pretenden ser el correlato de una revelación divina sólo tienen derecho a aspirar a una verdad tentativa, quizás profunda, pero enmarcada en cierta dubitalidad. Los contenidos de una fe religiosa de este género —sus creencias religiosas— no deben ser tenidas objetivamente como absolutas y el creyente auténtico será consciente de ello.

Según todo esto, se puede llamar fanatismo religioso a la absolutización de algunos de estos elementos de las religiones institucionales cuando dichos elementos van contra algún precepto de la ley natural. Así, tendrían una fe fanática aquellos que estiman erróneamente que han de imponer con violencia sus creencias religiosas a otros . El fanatismo supone siempre una interna violencia de la auténtica vivencia religiosa.

Las comunidades religiosas pueden albergar dentro de sí a hombres fanáticos, hombres cuya fe religiosa ha degenerado en fe fanática. Parece importante subrayar que el fanatismo religioso sólo merece esta calificación de religioso extrínsecamente; es decir, se trata de un fanatismo que surge en el espíritu de hombres que han sido religiosos, pero sería un error entender esa expresión como si el fanatismo fuera consecuencia de la religiosidad. Fanatismo y religiosidad se oponen netamente entre sí, porque la esencia de la religiosidad es la sumisión y obediencia a un Dios que es la Bondad. El fanático es un hombre que ha perdido su religiosidad, que ha perdido su fe religiosa, aunque continúa asumiendo algunas de sus antiguas creencias religiosas; pero el fanático ha elegido por sí mismo prescindir de algunas de esas creencias o adoptar otras y en esa elección se ha equivocado gravemente.

Componente interpersonal de la fe religiosa

El tema del fanatismo religioso es un elemento especialmente clarificador para verificar que la filosofía de la religión no debe contentarse con estudiar "las religiones", que en último término constituyen un fenómeno social (y por lo tanto histórico), sino que ha de percibir la existencia de una realidad más honda: diferentes modos de fe religiosa cuya tipología no se superpone al marco sociológico de "las religiones". Dentro de una religión —una tradición vivida por ciertas comunidades— se dan de hecho formas múltiples de fe religiosa; y es posible que algunas de esas formas coincidan con las que se dan en otras religiones.

Una de las modalidades más interesantes de fe religiosa es la que contiene en su núcleo un componente de fe interpersonal. La fe interpersonal —creer en alguien y por eso creer algo a alguien— es un acto o actitud de suma importancia en la vida de los hombres: es la base de la amistad, del amor conyugal y de las relaciones familiares; es elemento clave de una antropología filosófica personalista. Ahora bien, ¿la fe religiosa puede albergar algún tipo de actitud semejante? ¿Se da en algunos casos una fe religiosa que se apoye en una relación interpersonal con lo divino, con un Tú trascendente?

Si el investigador se mantiene fiel a la fenomenología de la vida religiosa, habrá de responder afirmativamente a dicha pregunta. Para no pocos creyentes su fe consiste en un creer en Dios, en un Dios que tiene un nombre propio y que se muestra digno de fe, digno de confianza, apoyo sólido para la existencia.

En el judaísmo, el cristianismo y el islamismo Dios es reconocido como Alguien que posee de modo excelso los atributos de amor, bondad, sabiduría, fidelidad y veracidad. En este sentido el hombre religioso puede percibir que Él es sujeto eminente de fe, merecedor de que el hombre establezca con Él la relación de fe interpersonal más íntima. La fe en Dios es una entrega personal, un ir hacia Dios que conlleva simultáneamente acatamiento de su revelación, súplica de salvación dirigida a su Fidelidad, y un refugiarse en el Dios de la Verdad .

Cuando la fe religiosa incluye esta dimensión de fe interpersonal, la relación entre Dios y el hombre reviste la forma de diálogo y de un pacto que liga a los contrayentes con obligaciones recíprocas libremente aceptadas. Como ha señalado J. Choza, el fundamento de dicho pacto "es el de una relación de plenitud a plenitud, de persona a persona, o de libertad a libertad, recíprocamente reconocida. Es decir, se trata de una relación entre señores, que no queda anulada en ningún caso por grande que sea la diferencia entre los señoríos" .

En definitiva, las notas apuntadas hasta ahora permiten posiblemente justificar que dentro de la vivencia religiosa existe una intencionalidad específica a la que cabe denominar fe religiosa y que esta fe religiosa es quizás la instancia más honda de dicha vivencia religiosa, la que en último caso permite dilucidar su autenticidad.

En el campo de la fenomenología, G. Van der Leeuw dedica algunas páginas de su clásica obra «Fenomenología de la religión» a la categoría de fe.