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Las
manipulaciones
genéticas
Por Jéromê Lejeune.
Aplicaciones y riesgos
El hombre ha intentado siempre mejorar los resultados que observaba en la sucesión
de las generaciones, con la esperanza o con la ambición de fabricar hombres de
élite. Platón había ya imaginado que sólo las gentes particularmente bellas
o especialmente dotadas deberían procrear en su República. Los nazis
propusieron también teorías similares encaminadas a seleccionar de manera
extremadamente simplista a los reproductores.
Una anécdota refleja las dificultades del método. La bailarina Isadora Duncan,
más famosa por su belleza que por su inteligencia, quedó un día tan admirada
después de una conversación con Bernard Shaw que le propuso: «Maestro, es
preciso que tengamos un hijo. Así heredaría vuestra inteligencia y yo le daría
mi belleza». Bernard Shaw reflexionó un instante y le contestó: « Sí, pero,
¿y si sucediera lo contrario?».
El equilibrio roto
El dominio del hombre sobre las manifestaciones de la vida se ha acrecentado
considerablemente. Desde el paleolítico hasta nuestros días, con la
domesticación de algunos animales y la selección de plantas útiles, el hombre
ha usado de la genética respetando los fenómenos naturales. Pero muy
recientemente un conocimiento mayor de los modos de transmisión de la vida ha
roto este equilibrio al explotar técnicas que los procesos naturales no pueden
en forma alguna realizar. Por ejemplo, la utilización en gran escala de la
inseminación artificial en el ganado ha permitido sobrepasar las barreras geográficas,
o de comportamiento sexual, antes insuperables. Igualmente, la manipulación genética
de bacterias ha permitido recientemente modificar a voluntad ciertos caracteres
genéticos, y conseguir matrices que ninguna selección natural o artificial
hubiera sido capaz de producir.
Este aumento explosivo de nuestros conocimientos representa para el hombre mismo
un peligro temible, ya que las manipulaciones genéticas parecen ahora posibles
sobre nuestra propia especie. Ante esta ruptura brutal de un equilibrio
milenario entre el ser pensante y la naturaleza viviente surge una profunda
angustia. ¿Posee nuestra generación la suficiente cordura como para utilizar
prudentemente la biología desnaturalizada?
Sin entrar en detalles, pasemos revista a las posibles aplicaciones de algunos
medios ya disponibles.
La modificación genética en las bacterias
La información genética es transmitida por una molécula particular, el ADN (ácido
desoxirribonucleico). Según el orden en el que las bases púricas y pyrimídicas
se suceden sobre esta larga molécula, se compone un verdadero código químico.
Semejante a una banda de magnetofón, en la cual está registrada toda una
sinfonía, los cromosomas que contienen este ADN, situados en el núcleo de cada
célula, portan la información genética. Al igual que la inserción de una
cassette en un magnetofón obliga a este último a reproducir exactamente la
obra registrada, así el material genético incluido en un núcleo celular dicta
a la célula y a sus descendientes un comportamiento particular.
En el caso de organismos tan rudimentarios como las bacterias, la molécula ADN
puede ser modificada con relativa facilidad. Desde hace algunos años se conocen
enzimas capaces de dividir una molécula en sitios estrictamente determinados,
de forma que sea posible preparar piezas sueltas que puedan llegar a ajustarse
muy exactamente en la rotura así creada. Así es posible tomar un segmento de
ADN de un organismo cualquiera e incluirlo en el patrimonio genético de una
bacteria. La precisión y la eficacia dejan aún que desear, pero el método ha
sido indiscutiblemente logrado. ,Estos fenómenos son completamente diferentes
de las mutaciones ordinarias.
Desde hace mucho tiempo se sabía que las relaciones atómicas o ciertas
substancias químicas altamente reactivas como los «radicales libres», podían
modificar la molécula de ADN, ocasionando un cambio muy localizado, un poco
como la errata producida por la inadvertencia del tipógrafo. En estas
mutaciones, de pronto estables y transmisibles, no se podía prever qué gene
sería alterado, ni en qué sentido lo sería. De ahí la necesidad de observar
los resultados, de los cuales la inmensa mayoría eran desfavorables, y de
seleccionar eventualmente el cambio interesante que, por azar, podía
producirse. De todas formas estas mutaciones provocadas sólo podían modificar
a ciegas un gene preexistente, pero de ninguna manera incluir uno nuevo.
Las mutaciones dirigidas
En el caso de las bacterias, es posible incluir nuevos genes utilizando como
transportador un virus, un bacteriófrago que remolca un fragmento extraño al
interior del cuerpo bacteriano. Mediante ambas técnicas -división del ADN e
inclusión de un nuevo gene- podrían obtenerse bacterias conteniendo un gene
humano, y podrían producirse monstruosidades. A priori, podría servir para
fabricar de esta forma ciertos productos útiles, cuya síntesis es muy delicada
(polypéptidos hormonales, diversos medicamentos, etc.), transformando cultivos
bacterianos que se convertirían así en manufacturas poco costosas y fantásticamente
especializadas.
El temor a que estas manipulaciones den origen a formas patógenas aún
desconocidas, resistentes a toda medicación, e incluso modificaciones
imprevistas eventualmente cancerígenas, movió a la Academia de Ciencias de
Washington a proponer una moratoria en estas experiencias. Esta alarma es muy
prudente para prevenir los riesgos que, aunque poco probables, nadie puede
excluir por completo.
Sin embargo, esta prudencia casi desaparece cuando se trata de aplicar al hombre
las nuevas manipulaciones. Esta disparidad es quizá el más grave riesgo de los
científicos. Mientras reclaman ponderación en las experiencias con bacterias,
observan tranquilamente las manipulaciones más osadas en el embrión humano. El
respeto al semejante parece vacilar en nuestra sociedad, mientras la mera proeza
técnica se pone en entredicho. Podría construirse así una especie de moral
estricamente empírica, según la cual un acto malo sería el que entrañase un
peligro para el que lo hace, y no para el que lo sufre.
La manipulación de los genes en el hombre
Extender a nuestra especie los éxitos conseguidos en las bacterias es una
extrapolación azarosa, que tienta sobre todo a las mentes enfermas de
sensacionalismo. A priori, el reemplazamiento de un gene defectuoso sería muy
deseable. Podría hacerse sustituyendo el gene anormal por un segmento de ADN
preparado a medida y que portase la información genética deseada, o bien
infectando las células con un virus capaz de vegetar en ellas sin crear
problemas y que portase un factor genético útil.
El interés de estas manipulaciones es evidente. En gran número de enfermedades
genéticas, el enfermo es incapaz de efectuar una reacción química
determinada, y toda la terapéutica sustitutiva muestra que si esta reacción
puede ponerse en marcha, el enfermo es «curado». Es el fundamento clásico del
tratamiento de la diabetes con insulina.
A pesar de algunas noticias sensacionalistas, esta terapéutica por inclusión
de un gene no está por ahora a nuestro alcance. Aún más lejano es el riesgo
de fabricar superhombres añadiendo caracteres favorables. Sin querer
profetizar, pues todos sabemos con qué rapidez evolucionan las ciencias, puede
decirse que los peligros de la biología desnaturalizada no provienen
actualmente de estos métodos, al menos para nuestra especie.
Las manipulaciones más temibles son las que afectan, no a elementos del propio
código genético, sino a sistemas mucho más complicados: en primer término, a
las células reproductoras, después al embrión o al feto, y, en último término,
al mismo adulto. Estos son riesgos muy reales y que deben ser discutidos, puesto
que los métodos están ya codificados.
La paternidad desnaturalizada
Es relativamente fácil manipular las células sexuales masculinas, los
espermatozoides, que están debidamente equipados para sobrevivir fuera del
tejido donde se forman y para encaminarse por sí mismos hacia el contacto con
el óvulo, fecundándolo.
Es posible conservar los espermatozoides durante más de diez años, situándolos
a muy bajas temperaturas -unos 180° bajo cero-, en las que se paraliza toda
actividad química. Si se baja la temperatura progresivamente y se introducen
los espermatozoides en un medio adecuado, su estructura no sufre alteración.
Después del recalentamiento, vuelven a entrar en actividad y recobran su
movilidad y su poder fecundante. Esto hace posible diversas utilizaciones,
algunas ya realizadas.
La inseminación artificial
Es concebible que pueda ser útil conservar el semen de un reproductor al igual
que se guarda la semilla de una planta. En veterinaria es de gran aplicación,
pues permite la mejora de las razas.
En nuestra especie, la inseminación artificial intenta paliar la imposibilidad
de fecundación. En sí misma, es un hecho relativamente simple que sustituye a
una de las etapas del proceso natural: el mero depósito en el cuello del útero
o en la cavidad misma. La otra utilización concierne a la infertilidad
masculina: se utilizaría entonces el esperma de un donante. En este caso, los
hijos serían adulterinos, puesto que su padre biológico no es el marido de su
madre.
En este procedimiento son de temer numerosas consecuencias psicológicas para la
madre y el hijo, aunque, biológicamente, los hijos son totalmente naturales
como los adulterinos o los ilegítimos. No ha faltado la idea de seleccionar el
semen de ciertos hombres geniales, pero es evidente la dificultad de establecer
unos criterios de selección. Otro riesgo más insidioso es que si en una ciudad
pequeña se utilizara el mismo donante para engendrar numerosos descendientes,
habría el peligro de que se produjeran matrimonios entre hermanastros que
ignorasen su parentesco, con los riesgos que la consanguinidad comporta sobre la
descendencia.
La elección de sexo.
Desde la antigüedad, el hombre ha intentado procrear a voluntad un niño o una
niña. Pero ninguno de los métodos empíricos ideados ha tenido éxito hasta
ahora.
Como es sabido, cada célula del organismo humano posee 46 cromosomas, los
cuales se hallan distribuidos por pares. De ellos, 22 son homólogos y uno es de
cromosomas sexuales (XX en la mujer, XY en el hombre). En la fabricación de las
células reproductoras, los cromosomas se reducen a la mitad. El óvulo porta 22
homólogos y uno de los sexuales que necesariamente tiene que ser X; y el
espermatozoide otros 22 homólogos y uno sexual que puede ser X o Y. Por tanto,
el espermatozoide es el que determina el sexo del pequeño. Si lleva un
cromosoma X, el hijo es XX, es decir, hembra; si lleva un cromosoma Y, el hijo
es XY, es decir, varón.
Parece ser que mediante una coloración especial puede reconocerse si el
espermatozoide lleva un cromosoma X o un Y. Pero esta investigación entraña la
muerte de la célula. A menudo se ha intentado hacer una selección por los más
diversos métodos, pero hasta la fecha no se ha conseguido ningún éxito real.
Suponiendo que se descubriera un método eficaz, el Estado debería poner en
marcha sus ordenadores para saber cuál sería el método óptimo que armonizase
el deseo de la mayoría de los padres (que suelen querer un hijo) y el necesario
equilibrio de sexos en la próxima generación. Después de muchos cálculos,
los ordenadores llegarían a la conclusión de que el único medio para evitar
todo favoritismo y toda injusticia deliberada sería confiar en el azar (como
hasta ahora).
Selección de genes
Una aplicación aún más lejana sería inventar una especie de filtro capaz de
detener los espermatozoides portadores de un mal gene para que sólo los buenos
llegaran a su destino. En efecto, cuando un sujeto porta, por la misma función
química, un gene normal y un gene patológico, transmite el uno o el otro
indiferentemente, es decir, una vez de cada dos. De aquí el interés teórico
de una manipulación que prácticamente reduciría a cero el fardo genético que
soporta cada generación. Actualmente, uno de cada cien niños sufre una
enfermedad genética. En este campo, todavía no se ha ensayado nada, pero sería
pretencioso negar la posibilidad.
Manipulación de los óvulos
Las propuestas de intervención sobre la célula femenina, el óvulo, son mucho
menos numerosas y mucha más difíciles de realizar en razón del pequeño número
de estas células, una por cada ciclo menstrual como media. De todas formas, se
conocen diversos coktai1s hormonales capaces de provocar ovulaciones múltiples
y parece que sería posible obtener de diversas donantes una decena de óvulos
maduros, por ejemplo. Después vendría el mismo proceso que para los
espermatozoides: conservación en un frío intenso y utilización posterior.
Aunque la manipulación de las células reproductoras pudiera ser útil en
ciertos casos, sus efectos psicológicos podrían ser graves. La disociación
entre la paternidad y el acto de amor, a veces comparada a la sublimación
afectiva que se encuentra en la adopción, es de hecho muy diferente, pues
mientras la madre conserva su función natural, el padre resultaría totalmente
distanciado de sus hijos. La generalización de estos métodos podría engendrar
un bache generacional aún mayor, con toda la inestabilidad afectiva y racial
que comporta.
MANIPULACION DEL EMBRION
Fecundación «in vitro»
Una nueva etapa sería fabricar al hombre in vitro. Disponiendo un stock de óvulos
y espermatozoides, resulta fácil obtener la fecundación en un medio sintético,
eventualmente bajo control microscópico. Algunos han practicado ya esta
experimentación. En un medio apropiado, el huevo así fecundado se divide hasta
el estadio de 16 a 32. células y comienza a organizarse. Parece que el estadio
en el que el huevo se implanta normalmente en la mucosa uterina (hacia el 5.°
ó 7.° día) puede ser alcanzado. Pero después, a falta de esta mucosa
nutritiva, que ningún producto sintético puede actualmente reemplazar, el
nuevo ser degenera y muere a los pocos días. El niño-probeta es actualmente
imposible, pero no lo será quizás siempre.
Las nodrizas uterinas
Por una preparación hormonal adecuada, toda mujer en edad de procrear podría
ser puesta en disposición de recibir uno de estos embriones. En el caso de
algunos animales se efectúa con relativa facilidad. En la mujer, a pesar de
varios ensayos, a los cuales los autores no han dado casi publicidad, ningún
embarazo ha progresado. Esta implantación tras la fecundación in vitro está
teóricamente encaminada a solucionar casos de imposibilidad de procreación,
por bloqueo de las trompas, por ejemplo, y no se nos presenta como muy lejana.
Ella rompería el último lazo entre el niño y la madre. Es posible concebir,
en efecto, que una mujer deseosa de tener un hijo, lo confíe algunos días
después de la fecundación, a una nodriza uterina. Se podría ir a buscar la mórula
en la trompa, por una muy pequeña incisión en la pared abdominal e implantarla
a continuación en una paciente preparada. Después de nueve meses, la nodriza
uterina traería al mundo un niño que no sería suyo, y se lo devolvería después
a la madre genética.
Las consecuencias afectivas serían aún más graves que las de la inseminación
artificial antes expuestas. Se rompería así el último lazo natural entre las
generaciones. Pues si en ciertos casos puede haber dudas sobre la paternidad,
jamás las hay respecto a la maternidad si se asiste al parto.
Algunos dicen que este sistema sería muy parecido al de la nodriza clásica que
amamantaba al niño en sustitución de una madre que no podía hacerlo. No estoy
de acuerdo en absoluto. Creo que sería rebajar la dignidad de la mujer y el
respeto que se debe a la maternidad. Temo que el logro de esta técnica
derrumbara el buen sentido natural y el respeto que tenemos por los seres
humanos.
Estas y otras manipulaciones más fantásticas del embrión no presentan ningún
interés para nuestra especie. La manipulación con el único fin de ensayar,
cualquiera que sean los fracasos o los monstruos que pudieran resultar de ella,
es una tentación de la curiosidad, no un medio de conocimiento razonable.
Lo penoso de todo esto es que la vida humana, a la que calificamos de
inapreciable, parece hoy haberse desvalorizado a los ojos de algunos. El único
interés de estos sistemas reproductores sería hacer comprender a la gente que
el feto no es un trozo de la madre. Una nodriza uterina que hubiera tenido en su
vientre y traído al mundo un feto que no sería el suyo, jamás podría decir
que era su hijo, pues genéticamente no lo sería. Es decir, estas
manipulaciones nos confirmarían lo que nos enseña el sentido común: que el
pequeño que vive dentro de una mujer necesita a su madre, pero no es su madre.
El feto humano, material de experimentación
Desde que diversos países -antes civilizados- han admitido que la vida de
algunos de sus súbditos no debe ser protegida por la ley, los fetos humanos
pueden ser eliminados si su madre no desea cumplir su papel. Esta situación
permite utilizar el feto como material experimental, tanto dentro como fuera del
útero.
Fuera del útero, se realizan diversas experiencias de neutología o de fisiología
sobre fetos abortados al cabo de tres, cuatro o cinco meses de embarazo.
Hoy día, en algunos países, se administran ciertos productos a mujeres que
desean abortar, a fin de observar si esas drogas ocasionan malformaciones en el
feto. A condición de poder examinar el feto, se les ofrece cierta suma de
dinero y un aborto gratuito. Puede alegarse que estas vivisecciones serán útiles
a la ciencia, pues ciertos fenómenos sólo pueden estudiarse en el hombre. Pero
la verdadera razón es mucho más sórdida. Un feto de chimpancé cuesta caro
-hay que alimentar al animal mientras cría-; en cambio un feto humano no supone
ningún gasto. Se le utiliza como material de experimentación porque la madre
ha decidido matarlo. Así se destruye un poco más el respeto debido a todo ser
humano, por pequeño y desvalido que sea. Este solo hecho basta para comprender
los peligros de una biología desnaturalizada, cuya única regla sea la eficacia
y el dinero.
A la salud por la muerte
Gracias a múltiples técnicas, hoy es posible examinar al niño mientras
permanece en el vientre de su madre. Tomando muestras del líquido amniótico
que le rodea, se puede detectar si está afectado por diversas enfermedades. En
los Estados Unidos ha llegado a ser rutinaria la eliminación de los fetos
enfermos, hasta el punto que uno de los partidarios de esta práctica ha podido
afirmar: «De hecho, desde que disponemos del aborto se plantea un serio
problema ético para la búsqueda de otros métodos terapéuticos. En efecto,
estos métodos (tendentes a curar al niño dentro del útero) serían inciertos,
al menos al principio; por tanto, nacerían aún un número considerable de niños
enfermos, bien por no haber logrado dominar por completo la enfermedad o bien a
causa de efectos secundarios del tratamiento. En estas condiciones, el diagnóstico
prenatal y el aborto deberán ser escogidos preferentemente a cualquier otro
intento de terapia genética».
Quien así habla es un Premio Nobel, el Dr. Lederberg, dirigiéndose a una élite
de científicos. Lo cual quiere decir que cuando se empieza a desbarrar, se
acaba perdiendo todo sentido de lo real. ¡Puesto que se puede matar a los
enfermos, ya no vale la pena cuidarlos! Según el enfoque económico de un campo
de concentración si se puede matar a los que flaquean no merece la pena
molestarse en curarlos. Pero nosotros no estamos en la economía de un campo de
concentración. E incluso si un niño sufriera una grave enfermedad, y al
principio de estas investigaciones sólo pudiéramos curarlos parcialmente, nos
sentiríamos dichosos de haberlo hecho. Pues, para nosotros, un enfermo es un
hombre, no un síndrome, es un ser viviente que sufre, y el hecho de ayudarle,
aunque sea imperfectamente, es ya muy importante.
Imaginar que un avance técnico (el diagnóstico prenatal) impone el recurso al
aborto y bloquea todo progreso de la medicina genética, es una conclusión errónea
que implica una condena del proceso desencadenado por la biología
desnaturalizada.
La manipulación del adulto
El poder creciente de los medios de acción químicos ,y quirúrgicos hace
posible también la manipulación del adulto. No trataremos aquí de los
trasplantes de órganos que, aunque plantean graves cuestiones sobre el respeto
al donante, responden a un afán de curar al enfermo totalmente conforme con la
tendencia más noble de la naturaleza humana y a la razón de ser de la
medicina. Pero hay peligros que merecen ser señalados.
Efectos imprevisibles de los anticonceptivos
Entre los riesgos del uso de anticonceptivos hormonales, algunos han sido
exagerados, otros subestimados y es difícil hacer un balance exacto. Pero
resulta evidente que esta manipulación del delicado mecanismo ovárico de la
mujer no pueda ser inocua.
En particular, ignoramos por completo qué efectos tendrá la creciente difusión
de la «píldora» entre las menores. A los once o doce años se produce
normalmente la revolución de la pubertad. La crisis de la adolescencia que
comienza con la crisis de la pubertad es el momento en que se constituye
finalmente la personalidad y se asientan los rasgos fundamentales del carácter.
Sabemos que las relaciones entre el sistema nervioso de la base del cerebro y la
hipófisis son muy complejas: hay transmisores químicos que salen de las células
nerviosas para dirigirse a las células endocrinas (es decir, las que segregan
las hormonas) y, a su vez, las hormonas excitan las células nerviosas. El
desarrollo del sistema nervioso del cerebro no se completa antes de los 17 ó 18
años, bajo la dependencia parcial de los equilibrios hormonales.
Nadie sabe qué trastorno químico puede ocasionar la píldora sobre un
organismo que a los doce o trece años está lejos de haber alcanzado su
completa madurez. Es para echarse a temblar, si pensamos que una parte
importante de las jóvenes va a sufrir esta imprevisible experiencia.
Uno de los aspectos más desconocidos (junto a la eventual repercusión sobre el
desarrollo de los caracteres sexuales primarios o secundarios, o del posible
efecto sobre la fecundidad ulterior) es la relación entre la maduración del
sistema hipofisiario, hipotalámico y límbico, y el equilibrio hormonal de la
adolescente.
Quizá una imprudencia inaudita nos revelará, mediante una verdadera
experimentación en masa, temibles efectos sobre la constitución del carácter
y la maduración del sentimiento y de la conciencia bajo condiciones químicas
perturbadas. En los países occidentales se ha desencadenado una experiencia con
una generación de adolescentes. Sabemos que sucederá algo, pero desconocemos
su alcance: por primera vez se ha puesto en peligro la vida afectiva e
intelectual de una generación de mujeres. Aunque el daño no sea muy grave, es
una injusticia abominable que, al menos, no se haya realizado antes la
experiencia con animales.
Manipulaciones de la mente
Se saldría de nuestro campo la discusión sobre los desarrollos recientes de la
bioquímica y de la farmacología del sistema nervioso central. Pero, ya se
trate del descubrimiento del centro de la sensación de bienestar cuya
estimulación eléctrica provoca un relativo nirvana o del difundido uso de
drogas, no es posible silenciar el riesgo de ataque directo a la mente.
Por otra parte, estamos bastante cerca de poder curar químicamente algunas
afecciones mentales muy graves, entre ellas, ciertos estados de debilidad congénita
de la inteligencia. Además, no sería extraño que se descubrieran alucinógenos
más potentes y específicos que el L.S.D. o estupefacientes más poderosos que
la propia heroína.
Así, en un futuro próximo aumentará nuestro poder tanto para aliviar los
trastornos de la mente como para provocar deliberadamente el debilitamiento de
la razón bajo el dominio absoluto de la necesidad de placer.
En una de sus novelas, Aldoux Huxley denominaba acertadamente a la droga
deliciosa que proporcionaba el completo disfrute artificial con el vocablo
griego soma, es decir, cuerpo. Hasta tal punto la voluptuosidad continua de la
sensación pura parecía ser la antítesis de la actividad del espíritu. Este
no puede sobrevivir bajo una sensación de bienestar indefinidamente prolongada,
perenne.
El aprendiz de brujo
En sí misma, la ciencia no es peligrosa, pero puede engendrar lo mejor o lo
peor según sea utilizada. No se trata de tener miedo a la ciencia ni de
obstaculizar la investigación. Pero hay que tener en cuenta que los debates
importantes de los próximos diez o veinte años exigirán una serie de
conocimientos técnicos.
En otros tiempos, para respetar al prójimo no hacía falta saber cómo se
producían los genes y las células reproductoras. Si nuestra sociedad quiere
seguir siendo humana, si quiere que cada uno de sus miembros sea respetable,
deberá aprender esta tecnología para controlarla. El árbol de la Ciencia va a
producir frutos buenos y frutos malos. A nosotros nos corresponde escoger. Es
preciso ,que las sociedades modernas comprendan que la Ciencia puede ser
beneficiosa o dañina, y que, desde el punto de vista moral, hay que saber cómo
debe ser utilizada la Ciencia al servicio del hombre y no contra él.
Para el conjunto del planeta, las manipulaciones de que hemos tratado sólo
pueden suponer un peligro en un futuro lejano. Pero el verdadero peligro está
en el hombre; en ese desequilibrio cada vez más inquietante entre su creciente
poder y su sabiduría que a veces parece ir a menos. Es de sabios ser aprendiz
(es el sino de todo científico), pero es de locos jugar al hechicero.
Más allá de la inteligencia hay una ley de vida que gobierna también a la razón.
Es el amor al prójimo, la protección al desvalido, la compasión con los que
sufren y el respeto debido a todos los hombres, también a los que nos resultan
distantes, extraños o diferentes e, incluso, a los desconocidos que nos sucederán
en la tierra. No hay que maldecir las manipulaciones ajenas a los caminos de la
naturaleza. Pero si el corazón del hombre se extravía, tendremos motivos para
temer a la biología desnaturalizada.