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Elogio de la vida

 

 

Por Joan Maragall
Del libro "Obres Completes", (Págs. 67-71)
Ed. Selecta Barcelona (1981)


Vivir es aquel impulso de ser, que en lo que ya es se resuelve en esfuerzo para ser más. Allí donde cesa aquel impulso o acaba este esfuerzo, allí cesa la vida y acaba el ser vivo aunque continúe la apariencia por automatismo. Porque el esfuerzo de vida se crea su ritmo, y éste, cuando ya no encuentra el obstáculo que lo reguló, o habiendo cesado el impulso y esfuerzo que lo crearon para vencerlo, persiste automáticamente y ya sin alma, dándonos la exterioridad de la vida, y haciéndonos tomar por vivas cosas que en realidad hace mucho que murieron.

¿Un Nuevo Documento? Pero hay en nosotros un oculto sentimiento de la vida que no engaña y nos, dice que aquellas cosas andan mal, aunque no acaba de decirnos el porqué: quiere que ejercitemos nuestro esfuerzo en adivinarlo; pero nosotros mismos muchas veces no estamos bastante vivos para esta adivinación, juzgamos también automáticamente, y nuestro sentimiento de la vida ?los que conservan alguno? se, reduce a reconocer que aquello anda mal. sin atinar en la causa .verdadera, y nuestro esfuerzo, ya secundario, se aplica en vano a querer reparar exteriormente aquellas exterioridades, y así extraviándonos en ellas nos alejamos del impulso vivo originario y acabamos por estar tan muertos como las cosas mismas que deberíamos avivar. Así vivimos ?o creemos vivir? en un círculo vicioso de muerte. Somos muertos queriendo dar a lo muerto un alma que no tenemos. Desde nuestra fe en Dios hasta el acto de cortarnos las uñas, pasando por el amor (o lo que llamamos amor), el Estado, las leyes, las costumbres, el arte, la ciencia, las palabras, los hechos, todo se nos vuelve automático. Es una forma engañadora de la pereza del caos resistiendo a la creación: padecemos en ella y no la entendemos sino a breves relámpagos, y por esto padecemos estérilmente en gran parte.

No del todo... pues de cuando en cuando viene un hombre ?un relámpago? a iluminarnos la verdad hasta el abismo de ella, hasta nuestro abismo; y entonces, si aquel hombre puede mucho, se promueve una restauración de los valores reales de las cosas, rómpense los moldes de los automatismos inveterados, hay grandes derrumbamientos y ruinas, y el esfuerzo por ser más, arrancando otra vez del impulso originario vuelve a hacer vivas las cosas y a los hombres, y el mundo marcha a otro paso. Esto cuando el relámpago ha sido muy vivo, cuando aquel hombre puede mucho; pero ¿hasta dónde puede, cuando más? Hasta informar un nuevo ritmo de vida, una nueva Iglesia, un nuevo Estado, una nueva ley, una nueva palabra, un nuevo orden de hechos, unos nuevos moldes que la apatía del caos va espesando poco a poco, ahogando dentro el alma que los Informó; y así aquel ritmo, aquella Iglesia, aquella luz, aquella palabra, aquel hecho, se van volviendo otra vez automáticos, otra vez muertos, y otra vez muertos los hombres que de ellos vivían y otra vez el no entenderse, y el esfuerzo superficial, y el padecer estéril, y el círculo vicioso de muerte... hasta otro hombre, hasta otro relámpago. Y así va andando tan lentamente el mundo.

Mas yo diría: ¿por qué andar tan lentamente, perezosos? ¡Ea! la luz no está tan lejos: cada uno tiene su poquito dentro de sí mismo. ¿No somos hombres vivos, siempre en el fondo? Pues no dejemos cesar este profundo impulso de vida, no dejemos apagar esta lucecita; avivémosla continuamente con el ejercicio incesante de nuestro aliento. ¿Para qué necesitaríamos entonces ley, ni Estado, ni ordenación, ni molde, ni sistema, ni concepto abstracto ni frase hecha? Todo esto ¿qué nos engendra sino olvido de lo vivo, y automatismo, y el círculo vicioso de la muerte? ¿No nos dice Dios que es Dios de vivos? Pues, guerra, guerra sin cesar al caos, a la pereza, a la muerte, y a sus criaturas que ya he dicho tantas veces.

Y no os vayáis a creer que hablo de una guerra ruidosa, exterior, de una revolución superficial como una de ésas que atacando por fuera los moldes no hacen sino sacudirlos y así dar nuevo impulso al automatismo de que viven; porque ellas mismas, ésas revoluciones no son sino automatismo y superficialidad y vienen de fuera.

No; yo querría que procediésemos desde adentro. Dejad la paz aparente en la superficie; dejad en paz la ley y el Estado, y la definición, y el sistema. Pero hurgad en vosotros mismos; no descanséis, no ceséis de buscar a Dios en vosotros, cada cual por su camino; haceos hombres en verdad, reconstrúyase sin parar cada cual a sí mismo según la luz que le ha sido dada, y no se ocupe para nada ?o sólo para lo más preciso del. entretanto? de la ley, ni del rey, ni de la convención social, ni del sistema. O mejor, cuídese de buscar en sí el fundamento vivo de todas estas cosas muertas, aquel impulso que las engendró, el ritmo creador de que proceden. Y sólo cuando las hayáis encontrado en vosotros tales cuales son en vosotros, en hombres vivos, tendréis el derecho de despreciarlas tales cuales aparecen: y entonces os aseguro que bastará vuestro desprecio para que estas apariencias caigan en ruinas y no estorben más el natural impulso de la vida.

Pero queremos arreglar la humanidad de fuera adentro, y no es éste el camino; queremos proceder de lo general a lo particular, y sólo en lo particular está lo vivo: leyes, y más leyes, y métodos universales, y repúblicas, y monarquías, y socialismos, y panaceas, y cada cosa que se inventa para todos no ajusta a la vida de uno solo, a la vida de cada uno, que es la única vida, porque el hombre no existe: sólo existen Juan, Pedro, Diego: con su espíritu individual cada uno; lo demás es sombra. Y estáis haciendo de la vida un imperio de las sombras.

Así creéis pasadas muchas cosas que están aún por venir; agotadas las que aún están por probar: ¿Creéis que la sociedad cristiana ha existido alguna vez en verdad? ¿En cuántos hombres habéis encontrado el Cristo vivo? Y ya queréis proclamar su bancarrota, ¡pedantes! ¡necios! Abrió a vuestros ojos el horizonte infinito del amor y a vuestros pies un camino de perfección con que agotar la fuerza de los siglos; y aún no habéis empezado a amar, aún ni sabéis lo que es amaros los unos a los otros como Él os amó (y en esto dijo que seríais conocidos como suyos), aún os estáis mordiendo como fieras allí mismo donde É1 os encontrara; y ciegos como topos, pesados como mármoles, le pedís un más allá y un nuevo camino que andar. Abrid los ojos una sola vez, .¡ es el Dios vivo! ¡ es el Hombre! Éste sí que es el Hombre, que quiere ser un hombre en Juan, en Pedro y en Diego. Andad un solo paso por su camino; sed vivos como Él, no autómatas como sois de su Iglesia, de su Estado, de su familia, de su pureza, de su perfección, de su amor, de sus sacramentos, los que no habéis visto aún más que la sombra. Aún no habéis empezado a vivir, os digo. Renegáis del Hijo porque aún no conocéis al Padre en cuyo nombre os habló. Meneáis la cabeza y pedís otra cosa. Estáis muertos.

Y, sin embargo, la luz está dentro de nosotros, el aliento para avivarla en nuestro pecho, y la fuerza para el camino en nuestros pies. Soplad hacia adentro, ¡andad! ¿Creéis en buena fe que si vivierais según el Evangelio ?es decir, si vivierais- necesitaríais otra cosa alguna, necesitaríais ninguna de esas sombras, de esos moldes, de esos automatismos en que os movéis y en que os sentís tan mal? Probadlo. ¿Lo habéis probado alguna vez? ¿Cuándo? ¿Dónde? Decidme dónde haya existido una sociedad verdaderamente cristiana. Yo no lo sé. Yo sé de algunos hombres dispersos que han vivido en Cristo, y sé de instituciones originadas en su espíritu; pero de que haya existido una sociedad verdaderamente cristiana, de hombres vivos en Cristo, y que haya permanecido, yo no lo sé. Por esto creo que la historia verdadera de la Humanidad está aún por empezar. Y que este mundo en que vivimos ?o creemos vivir? de Estados y leyes, y monarquías, y repúblicas, y socialismos y negocios, y clases... este mundo yo creo que no es más que una prehistoria de la Humanidad: que todavía hemos de empezar a vivir ?lo que se puede llamar vivir? y que la vida está todavía oculta en cada uno de nosotros; y que en cada uno de nosotros está todavía el Hijo de Dios predicando su Evangelio, esforzándose por avivar la chispa de la luz eterna, de la que cada hombre es un sagrario, para incendiar con ella la naturaleza humana, para incendiar el mundo en la vida que guarda dentro, y consumar así la creación de la tierra.

Pues ayudadle en esto; ayudaos, pues que sois vosotros mismos; y podréis despreciar todo lo demás. Salvándoos a vosotros mismos y a cuantos os tocan por la carne, por la sangre, por el conocimiento personal, vivo, el mundo está salvado. Porque la Humanidad es una cadena, y no hay eslabón sin eslabón. Procure cada uno mantenerse vivo y mantener a los que le tocan; avivaos mutuamente, y veréis la vida correr como por un reguero de pólvora; porque todos tenemos la pasta de este fuego; pero empezad por la chispa interior. Vivid, sólo se os pide esto; después haced lo que queráis.

Pero ¿qué quiere decir vivir?, preguntáis. Vivir es desear más, siempre más; desear, no por apetito, sino por ilusión. La ilusión, ésta es la señal de vida; amar, esto es la vida. Amar hasta el punto de poder darse por lo amado. Poder olvidarse a si mismo, esto es ser uno mismo; poder morir por algo, esto es vivir. El que sólo piensa en sí no es nadie, está vacío; el que no es capaz de sentir el gusto de morir, es que ya está muerto. Sólo el que puede sentirlo, el que puede olvidarse a sí mismo, el que puede darse, el que ama, en una palabra, está vivo. Y entonces no tiene sino echar a andar. Ama, y haz lo que quieras.

Amar es, pues, la causa, la seña y la justificación de la vida. Amarlo todo de Dios abajo. Es decir, aquí no hay abajo ni arriba: amarlo todo. Amarlo todo menos lo que es pereza de amar, esto es, el caos. Porque en el fondo de vuestro desamor, y de vuestro automatismo que todo lo lleva a mal llevar, no hay más que pereza. Sacudidla, pues; esforzaos; nada más que esto, y habréis justificado vuestra vida; reforzándoos vosotros mismos solamente, ya habréis reformado al mundo.

Ante todo ama a Dios. No frunzas las cejas: esta palabra ha quedado vacía de sentido en tu automatismo, y ya no la entiendes. Pero es que yo no te hablo del Dios de tu automatismo: de este Dios que habéis pintado hecho un viejo que os vigila como un dómine desde el lejano cielo; y os habéis hastiado de él, y habéis dicho: "Ya no lo necesitamos, ya somos mayores, ya sabemos gobernarnos nosotros mismos." ¡Desdichados! Al Dios que es tú mismo, que vive en ti, a éste te digo que ames. Con sólo amar, ya le amas a P1; y no puedes amar que no lo ames a Él. Ama a Dios, quiere, pues, decir ama la causa de tu amar, ama el amor, y vivirás. Porque la vida es esto, un círculo vicioso del amor: ésta es aquella vida que vence a la muerte, y pasa y va más allá.

Y después, esto es, al mismo tiempo, en un mismo acto, ama a tu carne y a tu sangre, a tu mujer, a tus hijos, a tus hermanos, al hermano que ves en todo hombre vivo que se acerca a ti. No se trata aquí de filantropía, ni de humanitarismo, ni de todas esas zarandajas automáticas, títeres del amor de los que andáis tirando los cordeles para disimular o creyendo suplir la falta del amor vivo. Se trata de amor; y sólo a lo vivo se puede amar en vivo, y sólo amar en vivo es amar. Decís que amáis a todos los hombres cuando tal vez no sabéis amar a uno; con sólo cada uno amar bien a uno, todos quedarían bien amados, y el amor mejor servido.

Ama a tu casa y la tierra en que la levantaste al levantarte tu mismo de ella. No llames patria sino a eso; no a los Estados levantados por la vana soberbia de los hombres, otro automatismo en que ha sido ahogada la voz de la tierra; atiende a esa voz viva solamente, y donde la entiendas, lo que se puede llamar entenderla hasta las entrañas, allí está tu patria. Por ésta podrás dar la vida, y ésta es la señal ?¿te acuerdas??, ésta es la señal del amor, ésta es, pues, tu patria viva. No el mundo: ¿qué es el mundo? Sólo el Hijo directo de Dios que hizo toda la tierra pudo dar su vida por el mundo; así sólo para É1 era éste la patria. Pero tú eres hijo directo de tu tierra: ¿podrías dar con gusto la vida siquiera por ella? Lo dudo. Bastante tienes, pues, con que esforzar tu amor.

Ama tu oficio, tu vocación, tu estrella, aquello para que sirves, aquello en que realmente eres uno entre los hombres. Esfuérzate en tu quehacer como si de cada detalle que piensas, de cada palabra que dices, de cada pieza que pones, de cada golpe de tu martillo, dependiera la salvación de la Humanidad. Porque depende, créelo. Si olvidado de ti mismo haces cuanto puedes en tu trabajo, haces más que un emperador rigiendo automáticamente sus Estados; haces más que el que inventa teorías universales para satisfacer sólo su vanidad, haces más que el político, que el agitador, que el que gobierna. Puedes desdeñar todo esto y el arreglo del mundo. El mundo se arreglaría bien él solo, con sólo hacer cada uno todo su deber con amor, en su casa.

Sed vivos, solamente, que la vida ya se arregla por sí. Es lo único que hace falta. Que ahora todo padece de vuestro sueño, y tantos males como queréis curar ?en vano, porque dormís? no son sino fantasmas de vuestro sueño. El pasado y el porvenir son fantasmas de vuestro sueño. Despertad, vivid, amad un momento, y veréis...

Ámalo tú, al menos, este momento que pasa... que no pasa, créeme, porque estamos sellados en eternidad, y todo nos es actual; y en este que llamas momento está todo tu pasado y todo tu porvenir. Amando, pues, el momento, vives eternamente. Nada es despreciable sino los fantasmas del caos. Pero todo lo que pasando por delante de ti, vive en ti ?el sol, la lluvia, la noche, el niño que pasa cantando por tu calle, el perro que duerme, el polvo que vuela ?todo es para ser eterno, todo es para ser amado. Todo. El íntimo cuidado de tu persona. Por esto dije al principiar que aun en el acto de cortarte las uñas debías poner tu amor: porque estos deditos que nos ha dado Dios bien merecen también algún cuidado.