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La evangelización de la cultura en el contexto español

Juan Luis Lorda
(publicado en Scripta Theologica 33 (2001) 137-151

 

 

"Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no enteramente pensada, no fielmente vivida" (Juan Pablo II, en Insegnamenti V,1 (1982), 130)

 

Sumario

 

1. Un pasado que pasó.- 2. La imagen del mundo y del hombre.- 3. Los inconvenientes del laicismo.- 4. Una situación de minoría.- 5. Las formas de la presencia cristiana.- 6. "Anima naturaliter christiana".

 

1. Un pasado que pasó


España ha sido durante muchos siglos, y con breves intervalos de tiempo, una entidad política, una cultura y una sociedad confesionalmente católicos. Esto no ha sido sólo el fruto de una concepción del Estado presente en sus gestores desde los tiempos de los Reyes Católicos o incluso antes, sino que también ha respondido a las convicciones de una mayoría de la sociedad. Tanto el Estado como esa mayoría han defendido esa concepción y la han apoyado con medidas concretas, no siempre afortunadas ni defendibles desde nuestro punto de vista, pero quizá explicables de acuerdo con su mentalidad. Y esta situación ha durado, con breves intervalos, hasta hace muy poco.

Podría suceder que la antigua y profunda simbiosis entre las expresiones públicas de la fe y las formas de la cultura nacional sea considerada inconscientemente como el punto de referencia para toda evangelización de la cultura. Es de admirar, desde luego, la intensa impregnación que una fe vivida, a pesar de sus muchas limitaciones, puede llegar a alcanzar en las convicciones y en las costumbres. Y también son admirables sus numerosos y espléndidos frutos artísticos. Pero, a pesar del respeto que merecen, las formas del pasado no pueden ser erigidas, tampoco inconscientemente, en la forma obligada o en el modelo necesario. Porque el Evangelio no está ligado a ninguna forma cultural, y también, porque las circunstancias históricas han cambiado intensamente.

De entrada, han entrado en crisis las antiguas culturas nacionales. A lo largo de este siglo, como nunca antes, han disminuido las barreras que garantizaban la definición de las naciones, con sus fronteras físicas, sus rasgos tradicionales históricos, sus costumbres ancestrales, su lengua e incluso sus componentes raciales y étnicos. Las emigraciones masivas por motivos políticos, de trabajo o de turismo, y, sobre todo, el intenso flujo de ideas debido a los nuevos medios de comunicación, ha creado la atmósfera de "aldea planetaria" de que hablaba Mc Luhan. Los brotes nacionalistas agudos, que han surgido por toda Europa, además de responder a viejos agravios, pueden ser fenómenos reactivos contra la globalización. Hoy sólo caben nacionalismos simbólicos, ligados a una identificación voluntaria, cultural o ideológica, porque las realidades nacionales radicales (etnias, costumbres, ideas, incluso las lenguas) en casi toda Europa se han mezclado. Han caído las fronteras reales.

Por eso, cuando se habla ahora de "evangelizar la cultura", no se trata de revivir o de preservar algunos rasgos de la identidad nacional que han caracterizado otras épocas, y que, entonces han podido ser considerados como esenciales o inmutables. Evangelizar la cultura no significa construir un proyecto ideológico concreto. Se trata sencillamente de anunciar el Evangelio de un modo auténtico y vivo, teniendo presente el contexto al que se dirige.

El mensaje cristiano llama a la conversión de las personas e incide en su modo de contemplar la realidad y en su conducta. Por eso, repercute inevitablemente en la cultura: en las costumbres, en las mentalidades, en los productos culturales, en las artes, en el concepto de bien común, en el modo de construir la sociedad y en la educación. Suscita por su propia naturaleza cultura, pero no siempre la misma, ni con las mismas formas. Hoy las circunstancias han cambiado mucho tanto desde el punto de vista de las ideas, como de las instituciones. Empezaremos por las ideas.


2. La imagen del mundo y el hombre


La cultura actual, precisamente por su difusión planetaria, carece de unidad, más que "una" imagen del mundo y del hombre, conviven fragmentos y puzzles de imágenes. No es, como sucedía en las culturas nacionales del pasado, el fruto elaborado de una comunidad humana, bastante integrada con su modo de vivir y en su entorno, sino, más que nunca, la amalgama de productos llegados de distintos orígenes, que se acumulan sin preocuparse demasiado de su coherencia. En la imagen occidental del mundo y del hombre confluían y confluyen tres géneros de discursos: la idea científica, la idea filosófica y la idea religiosa. Se recibe a veces los tres discursos sin caer en la cuenta de sus posibles contradicciones. Es útil tenerlo presente, de cara a la evangelización.


a) La idea científica


Desde que Darwin escribiera El origen de las especies, y adquiriera tanta fama, ha caído sobre el ser humano una "sospecha materialista": es decir, la sospecha de que procede de la materia y que todo en él es materia. Esta idea impregna profundamente la visión científica del hombre y del mundo, que suele ser, por razones de mentalidad, muy positivista. Y alcanza en cierto modo a todo el ámbito de la cultura occidental. Especialmente, las personas que tienen una cultura científica tienden a expresarse como si el hombre fuera simplemente un constructo material y suponen que todo puede y debe ser explicado por su composición, generalmente, sin darse cuenta del alcance de esta suposición y, por fortuna, sin ser coherentes con ella.

Es posible que esta convicción gane terreno en un futuro próximo, a medida que se divulguen y se apliquen técnicamente los resultados del programa "genoma humano", que consiste en la descodificación e interpretación del código genético, y, por tanto, en el esclarecimiento de la relación que todos los aspectos fisiológicos del hombre adulto tienen con esas complejas moléculas de ácidos nucléicos que son los genes. Lo espectacular de los hallazgos puede hacer olvidar sus límites: fácilmente se puede llegar a pensar que el hombre es sólo eso. Sin una adecuada visión de conjunto, y llevados precisamente por esa mentalidad "constructivista", para muchos puede ser una nueva confirmación de que el hombre es sencillamente materia complejamente organizada.

Con esta mentalidad "constructivista, algunas "teorías científicas" más o menos omnicomprensivas, como la "sociobiología" (E. Wilson), se presentan como explicaciones completas de la realidad, aunque son sólo la extrapolación de las leyes descubiertas en alguno de los estratos inferiores (en este caso, por ejemplo, la etología de los insectos). Ha sido frecuente el caso de científicos con talento divulgador (Sagan, Asimov) que, desde su área particular, intentan elaborar una visión completa del mundo y tienen un gran impacto en las revistas populares de divulgación científica y en los programas de divulgación cultural de las televisiones. Por su perspectiva parcial, caen fácilmente en reduccionismos. Se podría mencionar la aventura del premio Nobel Crick, el primero de los grandes descodificadores del genoma humano, que publicó no hace mucho un libro negando la especificidad de la conciencia humana (La búsqueda científica del alma). Del físico Stephen Hawking (Historia del tiempo), que daba a entender que el mundo se habría hecho por su cuenta a partir de algunas asimetrías iniciales. O, mucho antes, la del también premio Nobel de medicina Jacques Monod (Azar y Necesidad), o la del premio Nobel de física, Erwin Schrödinger (What is Life), que también tendían al reduccionismo.

Aparte de este género de divulgación, frecuentemente reduccionista, en los medios científicos se advierte una mayor moderación que hace veinte o treinta años, por tenerse más conciencia de los límites de la ciencia: complejidad de la realidad y límites de nuestro conocimiento: problema de las condiciones iniciales, principio de indeterminación... Así como de las graves cuestiones morales y humanas implicadas: ecología, uso destructivo de los conocimientos, experiencias trágicas del s. XX.... Esto da una ocasión a un pensamiento humanista para dejarse oír.


b) La idea filosófica


Tras la desaparición de la utopía totalitaria y omnicomprensiva marxista, han quedado sobre el terreno del pensamiento o han cobrado relieve, dos formas de filosofía menores, que no consiguen -y probablemente no aspiran- a ocupar el inmenso espacio que la ideología marxista ha ocupado en las mentes y en las construcciones de pensamiento de los hombres del siglo XX.

De un lado están las filosofías impregnadas por la mentalidad científica. Además de la "sospecha" materialista, en la filosofía de la ciencia se ha introducido con fuerza inusitada el "problema crítico"; se mantiene la influencia del Positivismo lógico del Círculo de Viena; y se continúa con el proceso de "deconstrucción lingüística" (Derrida) en la hermenéutica, que sigue invadiendo terrenos y problematiza hasta el absurdo, cualquier intento de acumulación de saber. En el mismo sentido, pueden citarse los estudios estructuralistas de la cultura, que también aspiran a resolver la sospecha, interpretando y "deconstruyendo" la realidad social. El exceso de celo de corte positivista en la búsqueda del sentido elemental, seguro y objetivo, conduce a las ciencias humanas a paradojas insolubles. Sin embargo, hay que notar también algunos hallazgos esperanzadores de la filosofía analítica para una visión humanista (E. Ascombe).

De otro lado, el inmenso vacío producido con la implosión del marxismo, ha provocado una cierta "vuelta a los orígenes" de la modernidad, a la búsqueda de un nuevo fundamento después de lo que se considera un erróneo desarrollo y un abuso de confianza. Especialmente lo que tiende a autodefinirse como la "izquierda" ha vuelto su atención hacia la primera "ilustración" (Voltaire, Rousseau). Y la está relanzando al mismo tiempo con entusiasmo y con una pose intelectual, típicamente posmoderna, menos ingenua y, por supuesto, mucho menos comprometida, porque está precavida ante los "grandes discursos".

Hay una concentración temática en los dos grandes valores de la ilustración; la Razón y la Libertad. Y el discurso antropológico se considera como un discurso sobre la libertad. Este es el punto de partida para el reciente desarrollo de la "ética civil", preocupación típicamente ilustrada. Con ella se intenta, al mismo tiempo, sustituir la moral cristiana y fundamentar la convivencia ciudadana en unas bases comúnmente aceptadas, para combatir la corrupción política y la violencia ciudadana, y tener argumentos frente a las minorías ácratas irracionalistas que crecen como respuesta vital al aburrimiento de la vida moderna (punkies). Pero no ha conseguido pasar, como ya sucedió en la ilustración francesa, de un discurso teórico minoritario, bastante aburrido y apenas capaz de mover sentimientos y de suscitar energías vitales, ni siquiera entre sus propios defensores.

Curiosamente, la libertad es admitida por la retórica ilustrada editorial, académica y parlamentaria como principio indiscutible y fundamento incuestionable de toda la cultura actual, a pesar de que, por otro lado, se asume, sin oponer resistencia, el discurso materialista que proviene del área de las ciencias positivas, que no cree de ningún modo que pueda existir realmente la libertad humana, teniendo presente las leyes que rigen todas las áreas de la naturaleza, desde la física hasta la conducta social. Esta curiosa contradicción, que no se quiere explicitar (no hay debate sobre el asunto), es quizá el rasgo más paradigmático del sincretismo actual.


c) La idea religiosa


La fuerte impregnación cristiana de nuestra cultura, no deja de tener efectos. Nuestra sociedad mantiene la admiración y el respeto que siempre ha tenido hacia la acción benéfica y social de la Iglesia y la apoya con generosidad. Permanecen los valores morales más importantes, como son la dignidad de la persona, la familia, la solidaridad, donde los ideales y el discurso cristianos siguen pesando en la conciencia común, a pesar de que un cierto sector de la población se considere vitalmente al margen de ese modelo. Los valores del hogar siguen recibiendo una amplia adhesión, como demuestran las estadísticas. Pero son afectados indirectamente por un fuerte debate acerca de la sexualidad y una trivialización del comportamiento sexual.

La reivindicación de un uso "más libre" del sexo se considera ya ganada, y se aprecia una creciente presión para que la conciencia común acepte la homosexualidad como un uso alternativo igualmente digno y válido. En esto, la situación española parece seguir lo que ha sucedido en otros países centroeuropeos, aunque con más retraso, con menos virulencia y con mucho menos aparato teórico.

Aunque no se ha tomado todavía conciencia de esto, ni se aprecian efectos prácticos en la catequesis de la Iglesia, la moral sexual se ha convertido, de hecho, en el "punctum dolens" de la presencia cristiana, especialmente católica: piedra de escándalo y, en cierto modo, frontera y señal de identidad que define el ámbito de la adhesión a la Iglesia. En los ámbitos cristianos, se aprecia un compresible temor a suscitar polémicas en este campo, por la intensa manipulación con que suele ser maltratada y ridiculizada la posición de la Iglesia. Pero quizá sería deseable afrontarlo, de una manera más convincente y positiva en la catequesis.

Además, hay que tener presente un crecimiento del pluralismo religioso, conformado más por el gusto -un poco esnob- de probar un poco de todo, que por una efectiva presencia de otros cultos, que siguen siendo estadísticamente muy minoritarios, y se reducen a minorías de emigrados. En particular, desde hace veinte años, se aprecia un impacto de la religiosidad mística oriental (hinduismo), más o menos adaptada a los gustos occidentales. En unos casos, por la propaganda que le hacen algunos personajes relevantes del mundo de la cultura; en otros, por la profusión de una literatura variada y ecléctica en la línea de la "autosuperación", que es sensible a las técnicas de autodominio del lejano oriente (yoga, etc.). Así, por ejemplo, hay que notar una efectiva presencia de la idea de la reencarnación, que antes hubiera resultado más bien ridícula en nuestro contexto cultural. Este es el clima propio del movimiento Nueva Era (New Age), aunque en España sólo está vagamente extendido. Desde este punto de vista, parece que actualmente la tendencia secularizante de los últimos decenios ha sido sustituida por un fenómeno de sincretismo religioso, con escaso compromiso personal.

Es probable que, por este mismo fenómeno de "esnobismo", haya que apreciar próximamente un impacto mayor de la cultura islámica (sobre todo en sus aspectos más místicos, como el sufismo). Actualmente la cultura islámica es todavía poco conocida y valorada entre nosotros; pero, sin embargo, por muchas razones históricas y culturales, es fácil que se produzca un cierto renacimiento, que en parte puede originarse por la iniciativa de los organismos culturales hispano-árabes recientemente creados o renovados, así como por la influencia indirecta de la literatura apologética islámica de otros países europeos, donde son minorías importantes y ya con cierta tradición, como sucede en Francia. De momento, como un símbolo de esta presencia, se ha construido una notable mezquita en Madrid, y permanecen las reivindicaciones, de momento más bien simbólicas, sobre la mezquita-catedral de Córdoba.


3. Los inconvenientes del laicismo


a) Una herencia militante


En los últimos decenios, se ha notado en España, como también en casi todo los países europeos un cierto renacimiento del laicismo que podríamos llamar militante. Es decir, no el laicismo que, por las razones que sean- se limita a mantenerse al margen de la fe -que también existe-, sino el que desarrolla una acción frente a la Iglesia.

En un clima público en el que se considera como un valor básico adquirido el respeto a las opciones ideológicas y religiosas, se producen iniciativas políticas y estrategias de información en los mass media, que no pueden considerarse neutrales, sino que representan una actitud beligerante. Se trata de una postura poco respetuosa con los principios democráticos, porque manipula -a veces, escandalosamente- la información, y poco generosa, pues desconoce los valores también humanos y sociales que representa el Evangelio y el importante servicio asistencial que han prestado y siguen prestando tantas instituciones de la Iglesia.

Hay que tener en cuenta que estos mas media representan técnicamente, aunque no sea estadísticamente el contenido de la opinión pública. En otras épocas, ésta se formaba poco a poco, por procesos muy dispersos, capilares e incontrolables. Hoy lo forman rápidamente los grandes medios de prensa, radio y televisión. Y, a pesar de la libertad de expresión y las medidas de prevención frente a los monopolios, tienden a concentrarse y a constituir un poder ideológico, que es la conciencia refleja, pero a veces ajena y extraña, del propio país. En España se ha dado, por ejemplo, una notable concentración de poder en varios grupos.

De una parte, la polémica antieclesiástica parece relacionada con la búsqueda de identidad de la "izquierda" una vez que el problema ecológico ha desvanecido definitivamente el mito ilustrado del progreso, y que el marxismo ha dejado de tener vigencia como utopía mesiánica, revelando incontables crueldades históricas. En un periodo de 'pensamiento débil', y aunque no se quiera reconocer explícitamente, el laicismo militante aparece, cada vez más, como el elemento ideológico aglutinante más importante para quienes quieren situarse en la tradición de la "izquierda". Las demás banderas sociales y económicas, se han caído o no son exclusivas de la "izquierda" y sólo queda en pie la vieja bandera laicista importada de la ilustración francesa, que no de la española, que nunca dejó de ser católica, y resultó notablemente más moderada y dialogante.

La polémica antieclesiástica fue un elemento definitorio de la tradición ilustrada francesa, en el ambiente de sustitución de las instituciones del antiguo régimen, donde el trono y el altar se consideraban íntimamente unidos. Se comprende que, en España, pueda existir un cierto eco de esta polémica si se tiene presente que lo político y lo religioso han seguido frecuentemente mezclados. Esto ha dado lugar a agravios y recelos históricos, de la que es una muestra notable la extraordinaria violencia religiosa de la Guerra Civil, no tan lejana en el tiempo. En este clima de recelo influye también la huella ambigua de la herencia marxista que, en nuestro país, primero ha combatido duramente la Iglesia, como ha sido su tradición; y después ha intentado infiltrarse en ella, produciendo curiosas amalgamas y originando graves recelos, en particular frente a la jerarquía. Todavía es el clima de algunas comunidades de base.


b) Efectos disolventes


La insistente campaña de algunos medios de comunicación ha conseguido imprimir en las conciencias las críticas tradicionales que la ilustración dirigía a la Iglesia. De manera que ven su imagen oscurecida por estos rasgos: oscurantismo, persecución de la libertad y de la ciencia (Inquisición), autoritarismo y dogmatismo, a las que habría que añadir una supuesta obsesión sexual de la moral cristiana que adopta formas represivas. Esta crítica, una vez superados los tonos "proletarios" que provenían del marxismo, ha aceptado también rasgos de la mentalidad "liberal capitalista". De hecho, se aprecia un cierto homenaje al triunfo económico (yuppies). Esto aporta una nueva acusación contra la moral cristiana por ser enemiga del éxito (por su idea de la humildad) y de la economía o del dinero (por su predicación de la pobreza y por su acción benéfica), además del sexo.

El Evangelio tiene que ser una "Buena Nueva". Pero hay que reconocer que la predicación ya no es percibida ni como buena ni como nueva por muchos. Lo malo de haber sido sabida es que, en nuestra cultura, existen verdaderos "anticuerpos de la verdad cristiana". Quizá uno de los más fuertes es el que ha conseguido presentar lo cristiano como opuesto al progreso moderno. Como consecuencia, el progreso humano (tanto técnico, como político: libertades, etc.) ha adquirido cierto carácter "prometéico" y "antidivino", de emancipación y superación de lo religioso (Nietzsche). Muchos de nuestros contemporáneos ya no aspiran a salvarse en la otra vida, sino que han hecho lo posible por salvarse en ésta. Esto crea mala conciencia.

El anuncio cristiano se percibe entonces como un reproche anacrónico y fastidioso contra los bienes adquiridos. Por eso, la Buena Nueva de Cristo no se ve como "buena", sino como pretenciosa, molesta e inoportuna. La idea del hombre que está tras el anuncio evangélico y que fundamenta la moral cristiana exige, en este contexto, un heroísmo que es percibido como una locura por esta sociedad probablemente demasiado cómoda (basta pensar de nuevo en la moral matrimonial). Y tiene nueva vigencia la "locura de la Cruz" de que hablaba San Pablo.

En el ámbito de una nueva evangelización en este final de siglo en los países occidentales, la confesión del cristianismo no corre ahora el peligro de la persecución y eliminación física, sino de la descalificación intolerante. Es otro tipo de martirio, menos violento, pero bastante eficaz, porque tiende a esterilizar el impacto cultural espontáneo del anuncio cristiano.


4. Una situación de minoría


a) Un tiempo de crisis


Ahora tocaría decir algo de las instituciones o, en sentido más general, de la sociología católica. Y es necesario remontarse unos decenios, para recordar el clima que rodeó ese acontecimiento eclesial tan importante que fue el Concilio Vaticano II. Junto con sus magníficos frutos y tantas esperanzas de renovación, se desataron tensiones latentes, de tipo doctrinal y disciplinar, que impidieron una serena aplicación, se crearon graves problemas de identidad, y se desarticularon muchas instituciones eclesiásticas. De tal modo que puede decirse que la renovación de la Iglesia que deseaba el Concilio, y la nueva evangelización de la cultura, al menos en los países occidentales, todavía es una tarea pendiente. Con distinta intensidad según los países, se ha asistido a la paradoja de tener, por un lado, fermentos de renovación muy prometedores; y, por otro, una fuerte disolución de las estructuras y de las costumbres cristianas. El fenómeno tiene tales proporciones que todavía no es posible analizarlo con serenidad. En España, además, se complicó, como es bien sabido, por los problemas de la transición política.

Los bruscos cambios de la sociedad eclesiástica, el clima permisivo de la sociedad de consumo y la crítica ácida de los medios que crean el ambiente cultural ha provocado la crisis de lo que podríamos llamar el "cristianismo sociológico". Es decir, ese cristianismo vivido corporativamente por toda o al menos una parte considerable y visible de la sociedad, donde la práctica religiosa y la relación con las instituciones eclesiásticas era una tradición estable, asumida e incontestada y parte integrante de los usos y costumbres de la vida social.

La transmisión que, antes se hacía sin especial esfuerzo, al mismo tiempo que los demás elementos culturales, se ha quebrado. El salto generacional se ha convertido, en muchos casos, en una barrera para la creencia cristiana, precisamente por el cambio de clima ambiental que contrarresta la influencia familiar. Y se ha producido un notable cambio sociológico que han reflejado llamativamente las estadísticas, tanto de práctica religiosa, como especialmente, de candidatos a las órdenes sagradas y a las instituciones religiosas. De tal forma que, en el final del siglo XX, entre los años setenta y los noventa, la práctica religiosa y el desarrollo institucional de la Iglesia se ha reducido aproximadamente a la mitad. Finalmente, el proceso se ha desacelerado y, en paralelo, han surgido nuevos gérmenes de vitalidad, con un cristianismo más consciente y activo, con claro protagonismo de los laicos, y con muchas manifestaciones, que se aprecia un poco por todas partes y en todas las estructuras eclesiásticas. Es una realidad prometedora.


b) Una nueva situación


Aunque estadísticamente los cristianos resulten todavía una mayoría, son de hecho una minoría, desde el punto de vista religioso. Son las inercias de ese cristianismo sociológico, ahora desestructurado y en curso de evaporación. También lo son desde el punto de vista cultural, pues el clima cultural lo conforman unos medios de información que o son adversos o no han encontrado todavía su lugar en relación a la nueva situación de la Iglesia. Hay que asumir la incómoda condición de una minoría cuyo asentamiento social, cuyo papel en el conjunto de la sociedad, todavía no está bien logrado ni reconocido.

La evaporación del cristianismo sociológico crea una situación nueva en la evangelización. Da la oportunidad de superar sus insuficiencias, aunque sin gozar de la fuerza de sus costumbres y de la estabilidad de su enraizamiento. Obliga a improvisar otro modo de estar en la sociedad. Un modo minoritario, que es novedad en la historia española. Es lógico que en esta nueva etapa, todos esos fermentos de renovación que inciden en la vida parroquial, y hacen surgir nuevas instituciones tengan mucho que decir. En ese sentido, no se puede prever cómo será el futuro.

Por razones históricas, principalmente la prolongada existencia en el pasado de una sociedad oficial y estructuralmente católica, no existe identidad cristiana diferenciadora: es decir, no se siente la necesidad de distinguir entre lo que pertenece al ámbito creyente y lo demás. La mentalidad común no aprecia que el creyente deba distinguirse en nada del resto, en los campos que no son exclusivamente el culto. Ser o no cristiano es una distinción que no influye, por ejemplo, a la hora de preferir una lectura, un profesor, un estilo de pensamiento o los medios para adquirir una formación profesional de cualquier estilo.

Y es evidente, sin embargo, que los planteamientos de fondo influyen de manera determinante sobre las ideas de todos los hombres que se dedican al pensamiento, pero también en los de profesiones científicas: psiquiatras, médicos, ginecólogos, biólogos, incluso físicos. De ahí el interés de promover foros donde sean conocidas por los cristianos las opiniones científica y filosóficas de otros cristianos. En España, apenas existe tradición en este sentido. Pero es un factor muy importante para la evangelización de la cultura.

El hombre es un ser social. Esto señala una inclinación y también un límite. Un hombre aislado no puede por sí solo asumir la tarea de cristianizar todo el ámbito de su cultura ambiental y profesional. Ni siquiera puede por sí sólo crear el clima necesario para poderse situar como cristiano: pensar como cristiano, obrar como cristiano. Necesita insertarse en una corriente de ideas y de costumbres. Por eso, es tan conveniente que los cristianos conozcan lo que piensan otros cristianos sobre los temas profesionales, culturales, sociales que a ellos les afectan. Y sería deseable favorecer fuentes de información, intercambios y foros, donde se pueda crear o reforzar esta identidad. Es una de las necesidades más claras de cara a la evangelización de la cultura. Hay que apreciar algunas iniciativas en este sentido, tanto desde el punto de vista artístico (Las edades del hombre), como cultural (nuevas universidades, reuniones y congresos, revistas y editoriales, etc), pero queda mucho por hacer.


5. Las formas de la presencia cristiana en una sociedad pluralista


La tradición ilustrada reconoce a la religión un papel privado, en la esfera de la conciencia de los ciudadanos. En esto influye gravemente, desde el siglo XVI, la amarga experiencia centroeuropea de las guerras de religión. Pero también influyen bastantes malentendidos.

El cristianismo no puede renunciar a su realidad social externa. No es un movimiento cultural, ni un ideal abstracto: no es un conjunto de creencias, ni de principios morales, ni de prácticas religiosas. Cristo no dejó tras de sí una religión, sino que fundó una realidad social, la Iglesia: una comunidad viva de personas, que anuncia y vive su mensaje, celebra el misterio de su salvación, y crea un ámbito de ejercicio de la caridad. Todo esto tiene un inmediato impacto cultural.

El cristianismo no está interesado en polémicas culturales ni políticas. Porque no es una ideología llamada a combatir con otras por la hegemonía del espacio público. Se basa en la fe y en la adhesión a la persona de Jesucristo. Por eso tiene un modo propio de difundirse, que consiste en enraizarse en los corazones de los hombres, a través de la Palabra y el testimonio. Cuando, en ocasiones, se ha querido difundir el Evangelio de otro modo, es porque han confundido el cristianismo con una realidad política o ideológica.

En el siglo veinte, en el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha renunciado a la confesionalidad del Estado como objetivo cultural o de evangelización. La pluralidad legítima de ideas y formas de pensar religiosa y el delicado proceso por el que cada uno llega a la verdad, exigen que el Evangelio se difunda como una oferta libre, aunque puede apoyarse y expresarse legítimamente en los medios culturales, educativos y artísticos que la iniciativa cristiana ha creado. Tener convicciones y manifestarlas con libertad no tiene por qué significar ningún tipo de violencia. Es posible convivir con respeto por las demás formas de pensar, sin que sea necesario practicar un relativismo.


a) Una oferta de verdad, un servicio de caridad


El cristianismo lleva consigo una concepción de Dios, del hombre y del mundo, que no se impone, sino que se ofrece. No supone ninguna agresión ni ofensa para otras convicciones, sino que trata de prestar un efectivo servicio a la sociedad. Tiene una concepción del mundo, creado por un Dios que es Padre, y una concepción del hombre como imagen de Dios, con una condición alterada por el pecado, llamado a la humildad y a la conversión en Cristo. Cree en la existencia de un más allá, en la necesidad de una conducta moral y de una práctica religiosa. Todas son convicciones que necesariamente tienen efecto externo. Pues originan un modo de contemplar el mundo y un modo de conducirse en él.

El cristianismo lleva en su seno también un mensaje de fraternidad y comprensión, que forma parte de su núcleo central: Dios es comprendido como Padre, y los hombres como hermanos, en Cristo. En esto se fundamente el doble precepto de la caridad, lleno de consecuencias prácticas. Si en la historia se pueden atribuir a los cristianos otro género de comportamiento, no ha sido precisamente por ser coherentes con estos principios, sino precisamente por dejarse llevar por impulsos demasiado naturales. El impulso de la caridad cristiana ha tenido y tiene múltiples manifestaciones públicas. Y se ha concretado en un gran número de instituciones que realizan un generoso y eficaz servicio asistencial, que, al mismo tiempo, es un testimonio del espíritu cristiano.


b) El núcleo de la evangelización


Es lógico que ese empeño evangelizador y ese impulso de caridad se exprese en muchas instituciones de todo tipo, sobre todo educativas y asistenciales. Y que la libre iniciativa de los cristianos dé lugar a variadas formas de evangelización de la cultura. En nuestra época se han abiertos nuevos e inmensos foros para la difusión, donde es lógico que se viertan también los contenidos cristianos. Unos medios son ya bien conocidos, como sucede con la prensa, radio y televisión. Otros, no es posible prever cómo se van a desarrollar, como sucede con Internet. Es de esperar que una nueva inquietud evangelizadora, más consciente del servicio que se presta al difundir el mensaje cristiano, se haga presente en esos foros. En realidad, es un campo tan inmenso y tan abierto que no se puede prever su desarrollo. Sólo cabe animar a la iniciativa de cada uno y también a la iniciativa institucional de la Iglesia.

Sin embargo, interesa hacer una observación de fondo. Cuando se piensa en una evangelización de la cultura, conviene señalar cuál es su núcleo. En ningún lugar entre en contacto más estrecho el mensaje cristiano y la cultura que en la mente de cada cristiano. Ese es el lugar privilegiado y principal de la evangelización de la cultura. Cada cristiano nace en el seno de una cultura, de la que inevitablemente participa. Adquiere una formación profesional y contribuye junto con sus colegas y con los demás hombres que forman la sociedad, a la tarea de hacer crecer ese patrimonio cultural y de transmitirlo. Por eso, el lugar privilegiado donde la cultura entra en contacto con la fe y se "cristianiza", es la mente de cada cristiano. Allí concurren las exigencias intelectuales y morales de la fe, con las que se derivan de las costumbres y usos sociales y de sus conocimientos científicos y técnicos.

Por esta razón, para que ese diálogo sea fecundo se requiere que estén presentes adecuadamente las dos partes: por un lado, una imprescindible formación cultural y profesional; por otro, una fe debidamente ilustrada y una identidad cristiana lo suficientemente sólida como para superar fácilmente las perplejidades que puedan plantearse en un momento dado. Para la formación cultural y profesional, las sociedades establecen sus cauces; para la formación doctrinal y la identidad cristiana, corresponde a la Iglesia proporcionarlos. Este es el sentido del importante número 43 de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, donde se concentra la solución del diálogo evangelizador de la Iglesia con el mundo moderno.

Por eso, el mayor acento en la evangelización de la cultura corresponde a las estructuras que transmiten el mensaje cristiano a los propios creyentes. Así son los propios cristianos, ciudadanos de las dos ciudades, cada uno desde su particular posición en la ciudad terrena, los creadores de una cultura de inspiración cristiana. Como es obvio, sin una identidad cristiana suficientemente arraigada de las personas que intervienen, las acciones estructurales pierden su eficacia evangelizadora.


6. «Anima naturaliter christiana»


El anuncio del Evangelio es siempre nuevo y siempre necesario. Está impulsado por el propio ejemplo y el mandato de Jesucristo: "Id y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19). Y por una tradición incesante de la Iglesia. Es preciso difundir el Evangelio con la conciencia de lo que es: un mensaje de salvación universal, y, por eso mismo, una luz y "una alegría que es para todo el pueblo" (cfr . Lc 2,10), aunque suponga también la incomodidad de reconocer el pecado y de convertirse.

En esta tarea se cuenta con un gran aliado. Todo hombre está llamado a su encuentro con Dios, a través de las realidades cristianas. Anima naturaliter christiana: el alma humana es naturalmente cristiana. Esta convicción de los primeros siglos de la Iglesia, expresada por Tertuliano, fundamenta la estrategia más valiosa y abierta de toda la evangelización cristiana, de toda la presentación de la fe. El hombre ha sido hecho para Dios y, parafraseando la conocida expresión de San Agustín, sólo en El encuentra descanso su corazón.

El anuncio cristiano encuentra resonancias en las aspiraciones más íntimas del hombre: en su deseo de amar y ser amado; en su búsqueda del sentido de la vida y del sufrimiento; en sus deseos de ver este mundo como un hogar, y a la humanidad, como una familia; también en sus aspiraciones de salvación personal de las propias limitaciones y miserias, de trascendencia tras la muerte; y de la instauración de la justicia en el mundo. El anhelo de amor y filiación encuentra su respuesta en la Paternidad de Dios; el anhelo de fraternidad, en la Iglesia reunida en torno a Jesucristo; las aspiraciones de salvación en la acción regeneradora del Espíritu Santo; las exigencias de justicia en la restauración de todas las cosas en Cristo y en la purificación final que ha de transformar profundamente las cosas de este mundo.

El anuncio cristiano responde a esos anhelos no siempre formulados y explícitos, a veces, ni siquiera reconocidos, aunque siempre sentidos en el fondo. Esta es la base de la nueva apologética o presentación del mensaje cristiano en un contexto nuevo. Esa nueva apologética debe descubrir las estructuras fundamentales del ser, del despliegue y de los anhelos humanos, para mostrar que el mensaje cristiano es una respuesta que los colma y, al mismo tiempo, los trasciende. Esta actitud supone también el generoso reconocimiento de todas las realizaciones humanas válidas, porque la verdad es armónica. En esto se fundamenta la convicción de que todo lo que hay de humanamente válido en cualquier cultura puede ser acogido e integrado en una visión cristiana de las cosas.