CARTA DE UN HIJO A TODOS LOS PADRES DEL MUNDO
Por Marita Abraham
No
me des todo lo que te pido.
A veces, sólo pido para ver hasta cuánto puedo coger.
No
me grites.
Te respeto menos cuando lo haces;
y me enseñas a gritar a mí también.
Y... yo no quiero hacerlo.
No
me des siempre órdenes.
Si en vez de órdenes, a veces me pidieras las cosas,
yo lo haría más rápido y con más gusto.
Cumple
las promesas, buenas y malas.
Si me prometes un premio, dámelo;
pero también si es un castigo.
No
me compares con nadie,
especialmente con mi hermano o mi hermana.
Si tú me haces sentirme mejor que los demás,
alguien va a sufrir;
y si me haces sentirme peor que los demás,
seré yo quien sufra.
No
cambies de opinión tan a menudo
sobre lo que debo hacer.
Decide y mantén esa decisión.
Déjame
valerme por mí mismo.
Si tú haces todo por mí,
yo nunca podré aprender.
No
digas mentiras delante de mí,
ni me pidas que las diga por ti,
aunque sea para sacarte de un apuro.
Me haces sentirme mal
y perder la fe en lo que me dices.
Cuando
yo hago algo malo,
no me exijas que te diga el por qué lo hice.
A veces ni yo mismo lo sé.
Cuando
estés equivocado en algo, admítelo,
y crecerá la buena opinión que yo tengo de ti,
y así me enseñarás a admitir mis equivocaciones.
Trátame
con la misma amabilidad y cordialidad
con que tratas a tus amigos.
Porque seamos familia
no quiere decir que no podamos ser amigos también.
No
me digas que haga una cosa
si tu no la haces.
Yo aprenderé siempre lo que tú hagas,
aunque no me lo digas.
Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.
Cuando
te cuente un problema mío,
no me digas "no tengo tiempo para bobadas",
o "eso no tiene importancia".
Trata de comprenderme y ayudarme.
Y
quiéreme. Y dímelo.
A mí me gusta oírtelo decir,
aunque tú no creas necesario decírmelo.