EL DERECHO DE NACER
crítica de la razón abortista
CONCLUSIÓN

José I. González Faus

 

5. CUESTIÓN DE COHERENCIA

Antes de entrar en lo anunciado al final del capítulo anterior, quisiera apuntar brevemente que lo dicho en ese capítulo no contradice cuanto habíamos expuesto anteriormente. Muestra simplemente que el derecho de nacer no es un derecho aislado, sino que es más bien el fundamento de todos los demás derechos humanos elementales de la persona, que vienen intrínsecamente dados con el derecho a nacer: el derecho a la alimentación, a la vivienda, a la sanidad y a la vida, llevado éste último, con toda probabilidad, hasta la inmoralidad de toda pena de muerte(12).

Precisamente por ese carácter fundante del derecho de nacer, resulta una profunda contradicción la postura de todos aquellos grupos que defienden el derecho a nacer desentendiéndose implícita o expresamente de los otros derechos humanos. Esta parece ser la característica de algunos de los llamados grupos "pro vida" que, por ese motivo, se vuelven éticamente muy sospechosos y socialmente dañinos para la causa por la que dicen militar. Por tres razones.

a) Curiosamente, esos grupos "pro vida" han nacido y se propagan principalmente entre las clases altas, y en los países más ricos (en Norteamérica sobre todo, y en las oligarquías de algunos países latinoamericanos). Este dato ya susc(13)ita un justificado recelo, puesto que esos sectores constituyen precisamente los estamentos más insolidarios de nuestro mundo. Y cuesta esperar una solidaridad refinada de gentes profundamente insolidarias. ¿No será que la militancia "pro vida" es en el fondo una militancia por la tranquilización de la propia conciencia?

b) Esta sospecha se ve confirmada por el argumento más central: la profunda incoherencia que supone el defender el derecho a la vida, sin defender el derecho del viviente. Estos grupos parecen obsesionados por defender la vida, en abstracto, sólo para lanzarla después a situaciones de muerte, desentendiéndose de la amenaza a la vida que se da entre los niños famélicos, entre los "meninos da rua" y otras mil situaciones de miseria injusta. Como si el derecho a la vida afectase exclusivamente al vientre de las mujeres pobres y no a los bolsillos o las cuentas corrientes de los ricos.

c) Y, por si fuera poco, en algunos casos extremos, esos militantes "pro vida" han llegado a defender la vida... matando (vg. a médicos abortistas). Esta contradicción que llega a destruir la vida ¡para defenderla! es profundamente dañina para su causa, y acaba suministrando gratuitamente razones a la razón abortista. Por eso hay que alertar, principalmente a muchos católicos de clases altas, contra esa militancia agresiva. Su primer deber es eliminar la sospecha de que ellos no militan en realidad a favor de la vida sino en contra de cualquier sociedad alternativa. Para ello deberán defender la vida no por medio de la muerte ni de la agresividad; y prolongando esa defensa en la lucha por los derechos primarios de la persona viva(14).

¿Qué deberían hacer pues esos grupos? Ahora es el momento de retomar una cuestión que quedó pendiente, cuando hablamos de "una especie de Cáritas" para la vida humana a la que se niega el derecho a nacer.

6. SALVAR, COMO PRIMER PASO PARA REFORMAR

No hace mucho, los periódicos de El Salvador han citado una frase de Teresa de Calcuta a propósito del aborto: "no los maten, dénmelos a mí". Quien ha dedicado toda su vida a recoger con alegría los desechos de esta sociedad injusta, tendrá pleno derecho a decir eso. Pero ello no impide que la frase, dicha por una sola persona, resulte profundamente idealista: ¿qué va a hacer una sola mujer con cincuenta mil abortos diarios?

Aquí puede surgir la tarea que daría credibilidad a los grupos pro vida. Podrían dedicar parte de sus energías, de su tiempo y de sus recursos económicos a la fundación y al servicio de una organización mundial, cuyo carisma fuese recoger a todos, o a los más posibles, de los excluidos de ese derecho que fundamenta todos los demás derechos humanos, dándoles la posibilidad de una vida digna. Ofrecerían así una alternativa a tantas mujeres, que quizá prefirieran no abortar, pero a las que la estructura social y la debilidad humana no parecen dejar otra salida. Cierto que no podrán salvarlos a todos, pero podrían salvar a muchos. Podrían convertirse así en una interpelación para nuestra sociedad, más creible que la pura agresividad, porque ellos mismos aparecerían comprometidos ejemplarmente en aquello que defienden. Y podrían crear una especie de nueva "lista de Schindler" que el día de mañana contribuiría a que no se extinga la luz de la esperanza en el ser humano.

Los historiadores de la Iglesia suelen decir que, siempre que la historia ha vivido una hora difícil, el Espíritu ha suscitado carismas de respuesta a las necesidades de aquel momento, en forma de institutos, congregaciones religiosas u organizaciones consagradas a redimir cautivos, cuidar enfermos o enseñar a los más pobres. Esta constatación es exacta y, a veces, ha llevado incluso a que más tarde la misma sociedad civil acogiera como propias aquellas tareas. Los grupos "pro vida", y otros legítimamente preocupados, pueden encontrar aquí una excelente luz para sus ideales.

Otro ejemplo más cercano a nuestro tema mostrará que no se trata de un idealismo impracticable. Los primeros cristianos se encontraron con una práctica social pagana muy extendida que era el abandonode niños (en la antigüedad el recurso al aborto era mucho más raro porque comportaba peligros mucho mayores para la salud. Era más frecuente dar a luz y abandonar o asesinar al niño indeseado). Los cristianos comenzaron negándose totalmente a esa práctica, y oponiéndole no el reclamo de una prohibición legal, ni el asesinato de quienes abandonaban a los niños, sino la ayuda y acogida de niños entre ellos. En este mismo sentido ¿no iba hoy la Iglesia a poder constituir un servicio de atención, para que toda persona en situación límite o difícil (y que, por su conciencia ética o cristiana quizás no querría abortar), sepa que puede recurrir, entregar con garantías al niño, etc? Por supuesto: es casi seguro que ello produciría abusos: ¡también los hubo en la iglesia primitiva!(15). Pero ello no anuló la práctica cristiana citada.

Nosotros no podemos seguir precisando más por ese camino. Pero el problema del aborto tiene todavía un trasfondo que conviene abordar para contextuarlo bien, aunque no constituya lo central de la argumentación sobre él. Nos referimos a la relación entre aborto y control de la natalidad, a la que dedicaremos el último capítulo.

7. "JERARQUÍA DE VERDADES"(Vaticano II, UR 11)

Aunque hemos dicho en 4.1 que quizá no se recurre al aborto como medio estricto de contracepción, parece indudable que un factor que ha contribuido a reforzar el discurso de la razón abortista ha sido la doctrina de la Iglesia sobre el control de la natalidad. La falta de crédito (y de argumentos) para esa enseñanza, unida a la tremenda dureza de algunas expresiones (que han pretendido comparar el control de la natalidad con el crimen), ha tendido un manto de sospecha sobre la postura de la Iglesia referente al aborto, y ha hecho que se incluyera también a éste en la argumentación que reclama una revisión de la doctrina eclesiástica sobre el control de nacimientos.

No vamos a entrar aquí (ni podemos hacerlo) en la cuestión de la moralidad de los medios anticonceptivos. Pero sí que se impone un par de reflexiones que reflejan el sentir de muchos cristianos, sumidos unas veces en angustiosos problemas de conciencia o que, otras veces, han decidido "desconectar" su vida moral de la enseñanza de la Iglesia.

En lo que va a seguir ya no soy yo quien argumenta sino quien intenta hacer llegar a las instancias oficiales los argumentos que escucha como "cruz de cada día" cualquier agente de pastoral.

7.1. Sospechas innecesarias

Muchos cristianos arguyen que la razón última que encerró a la cúpula eclesial en su actual postura, fue el miedo a perder autoridad. Muchos han leído que la comisión nombrada por Pablo VI fue, por mayoría abrumadora(16), partidaria de un cambio en la enseñanza oficial de la Iglesia. Cuando el dictamen de la comisión pontificia estaba ya en manos del papa, los representantes de la minoría amenazaron a Pablo VI con el argumento de que un cambio en este punto supondría el descrédito de la autoridad del magisterio de la Iglesia(17). De acuerdo con esto, se dice que la Humanae vitae habría nacido como fruto del miedo más que como efecto de una busca de la voluntad de Dios sobre los hombres.

¿Qué responder a esta objeción? Lo primero que hay que hacer ante ella es escucharla. Luego reconocer que semejante actitud (si fuese real) sería contraria al Evangelio y al Dios revelado en Jesucristo. (No decimos aquí que fuese real, ni entramos en la cuestión de la moralidad de los medios anticonceptivos). Y una vez llegados ahí quedaría un último punto que es deshacer ese malentendido.

Ahora bien: el único camino que le queda para ello a la Iglesia cuando se ha creado una situación así es no actuar en este punto autoritativa e impositivamente, sino suministrar argumentos convincentes y razones válidas para todos los hombres de buena voluntad o, al menos, para todos los cristianos.

7.2. Argumentos insuficientes

Esta necesidad de aquilatar razones y argumentos nos lleva a la segunda reflexión que quisiéramos hacer. No se puede ofrecer como argumento definitivo la sola naturaleza física del acto sexual, desligándolo de todo su contexto, su contenido y su envoltura humanos. Por una triple razón.

a) Semejante modo de argumentar se asemeja por un lado al de los testigos de Jehová cuando condenan como inmorales las transfusiones de sangre, invocando el respeto a la naturaleza. O al de san Agustín cuando arguye que el lenguaje se nos ha dado sólo para decir la verdad y, por tanto, si unos criminales me preguntan dónde está el inocente al que persiguen, yo no puedo mentirles porque sería hacer un mal para obtener un bien...(18) En la misma línea que Agustín, pero refiriéndose al campo sexual se sitúa santo Tomás (2ª 2ae. q 154, a 12) quien califica los actos "contra naturam" según su gravedad (bestialidad, sodomía y masturbación o "inmunditia": cf. ad 4), pero además añade que estos pecados contra natura son más graves que el incesto (!). Y da la razón con su claridad acostumbrada: en aquellos pecados el hombre transgrede lo que está determinado por la naturaleza: por eso son gravísimos ("transgreditur homo id quod est secundum naturam determinatum.. inde est quod... hoc peccatum est gravissimum"). Mientras que el incesto es sólo "contra la reverencia natural que debemos a las personas" (ibid c.). Esta primacía del orden de la física sobre el orden de la persona es propia de una mentalidad histórica premoderna que, por así decir, se ha anclado en Aristóteles sin llegar a Hegel. Y de ella parecen deudores todos esos moralistas que pretenden que la "enorme" gravedad de la contracepción está en que el hombre se sitúa al mismo nivel de Dios Creador, como Anticreador (confundiendo así al Dios Creador con un demiurgo barato). Tales argumentos parecen hechos expresamente para no convencer.

b) Por el otro lado (por lo que toca al contexto humano de esa naturaleza), el razonamiento oficial sigue prisionero de la errada lógica agustiniana: el placer sexual de una pareja estable está en sí mismo viciado, y sólo se justifica por la finalidad de la concepción(19). Un argumento así no representa la totalidad de la tradición moral cristiana. Y propuesto además por gente que ha renunciado meritoriamente a la vida sexual, no evita la sospecha de ser una especie de proyección hacia los demás de la sacrificada situación en que uno se encuentra. Una cosa es que la relación sexual haya de permanecer abierta a la fecundidad, y otra que deba estarlo cada acto concreto de esa relación. Tengamos en cuenta que hoy, con el miedo a la amenaza superpoblacional, no podemos hacernos cargo de lo difícil, y lo importante que era hace quince siglos aumentar la población y reproducirse. Eso hacía que algunos Padres dijeran que el fin primario del matrimonio era la reproducción. Luego, el Vaticano II prioriza la "íntima comunidad de vida y amor" como fuente de la fecundidad.

c) Pero, además de sus reduccionismos fisiológicos, ese modo de argumentar incurre también en un reduccionismo sexista: su visión de lo que es "la naturaleza humana" está tomada exclusivamente de los funcionamientos del varón. En éste sí que la posibilidad de fecundidad coincide con la eyaculación seminal y por tanto con el placer. Pero he aquí que la naturaleza de ese ser humano que es la mujer es totalmente distinta: hay en ella órganos de placer que son absolutamente gratuitos para el proceso reproductor (pueden incluso extirparse sin dañar a éste proceso) y que, por tanto, no pueden justificarse por él. Se insinúa ahí otra visión de la sexualidad que debería ser más atendida y que se abre a la posibilidad de lo que cabría llamar "gratificación por contacto" en lugar de la "gratificación por prestación"típicamente machista. La práctica escandalosa y antinatural de la clitoridectomía, muestra hasta qué punto este dato resulta indigerible para las mentalidades machistas dominantes y las culturas generadas por ellas.

Pues bien: todo el mundo estará de acuerdo en que la Iglesia no puede dar ni de lejos la sensación de que su argumentación respecto a los medios anticonceptivos desconoce los aspectos comunicativos de la relación (que ella ha presentado positivamente en varias ocasiones) y aboca a una especie de "mutilación espiritual". Pero, de hecho, el lenguaje de muchos eclesiásticos sí que levanta esa sospecha. Y la historia que es maestra de la vida nos recuerda que hubo una época en que todas las éticas (paganas o cristianas) consideraban inmorales las relaciones sexuales en los días de la regla, por creer que la sangre en el útero dañaba al semen y exponía a malformaciones del feto. Cuando el avance de la ciencia fue demostrando que no era así, hubo teólogos que siguieron aferrándose a la antigua posición, condenando a todos los que la abandonaban, y acudiendo ahora a arbitarias razones de pureza moral...

Hay que repetir una vez más que, con lo dicho, no se toma ninguna postura respecto de la moralidad de la llamada contracepción artificial. Sólo se señala el enorme peligro que tiene la argumentación habitual. Y que la Iglesia puede tener el deber de alertar contra la devaluación no sólo del sexo sino de todo lo humano, en una cultura montada sobre el lucro. Ese peligro obliga a la Iglesia a reexaminar toda su argumentación, y buscar una argumentación que sea globalmente humana en lugar de sólo fisicista, y en lugar de sólo masculinista(20). Y contando con que, si la Iglesia se viera obligada a cambiar alguna vez (como le ocurrió ya en el caso de Galileo) es en ese cambio donde deberá esperar confiada la asistencia del Espíritu de Dios, en lugar de obligar al Espíritu a que coincida con ella para no dejarla en mal lugar.

En total: la "jerarquía de verdades" que enseñó el Vaticano II obliga a distinguir entre aborto y contracepción sin equipararlos simplistamente. Y esta misma jerarquía de verdades obliga a decir en primer lugar que Ante Dios, la comunidad humana (de la que forma parte la Iglesia), no es más que una comunidad de perdonados. Jesús ya avisó sobre eso presentándose como enviado a los enfermos y no a los sanos: "si estuvierais ciegos no tendríais pecado, pero como decís que veis vuestro pecado persiste" (Jn 9,41).

San Salvador, septiembre 1994 Sant Cugat, febrero 1995

........................ NOTAS

1. Para poner un único ejemplo, aún está reciente la historia de la negación a la mujer de derechos humanos elementales (como el voto), por este Occidente que se vanagloriaba de haberlos conquistado.

2. "El modelo de la mayor parte de las democracias capitalistas es un modelo mecánico que equilibra los derechos y responsabilidades de los distintos sectores del electorado centrándose en la libertad del individuo. En un modelo así todo lo débil y vulnerable, incluidos los niños y la naturaleza, tiende a llevar la peor parte, dado que no tiene una voz lo suficientemente fuerte -suponiendo que tenga alguna- para influir en el equilibrio de poder o protegerse contra el individualismo rapaz". (S. MC FAGUE, Modelos de Dios, Santander 1994, p. 206. Subrayado nuestro).

3. La palabra ab orto significa literalmente eso: desnacimiento, negación del nacimiento. Y la expresión con que se la pretende sustituir ahora ("interrupción del embarazo"), resulta un eufemismo engañoso que pretende dar por resuelto el problema en la manera misma de plantearlo. Es lo mismo que hacen, por el lado opuesto, quienes califican al aborto como un "asesinato" sin más. Ambas maneras de hablar desconocen la unidad dinámica de la realidad humana, y equiparan al feto bien con lo que ya no es (mera materia orgánica) bien con lo que todavía no es (una persona plena). (N.B. El diccionario Casares define el asesinato como muerte alevosa de una persona).

4. El Pais, 5 enero 1990. Ver también el texto del Zubiri citado al final del Cuaderno.

5. H. ROUILLÉ, El Tercer Mundo. Claves de lectura. Santander 1994, p. 45.

6. Lo absurda por absolutizada si se prefiere una formulación más precisa.

7. ELVIRA MASIA ESPIN, Educació per a la pau, Barcelona 1994, p. 129.

8. Esto mismo ocurre exactamente con otros problemas morales como es el caso de la prostitución. La prostitución llamada "de alto standing" tiene poco que ver, desde el punto de vista moral, con la de la pobre mujer a la que no se le ha dejado otra alternativa para sobrevivir o alimentar unos hijos. El hecho de que en la complejidad de la práctica puedan aparecer entremezclados ambos niveles, no debe impedirnos percibir su profunda disparidad moral.

9. Prescindiendo ahora de algunas situaciones límites (sanitarias, o de violación etc), que también pueden afectar a los ricos.

10. "¿Qué cosa hay más sórdida que la prostitución? Sin embargo, quita las prostitutas de la sociedad humana... y la lujuria lo alterará todo (Agustín, De ordine, 2,4,12). Sto. Tomás (2ª 2ªe, q 10, a 11) cita este texto hablando de la libertad religiosa, y lo comenta así: «el gobierno humano debe imitar al gobierno divino. Ahora bien: Dios, aunque todopoderoso y absolutamente bueno, ha permitido que se cometan en el universo algunos males que podría prohibir, no sea que, al quitar los males, se quiten también bienes mayores o se sigan males aún mayores. Por la misma razón, los gobernantes humanos han de tolerar justamente ("recte") algunos males, no sea que se produzcan males mayores o se impidan bienes mayores». (N.B. Tomás argumenta así hablando de la libertad religiosa y a pesar de que presupone expresamente que "los infieles pecan con sus cultos", cosa que hoy nadie aceptaría).

11. Para no hablar genéricamente de pueblos, o de "Norte y Sur", atendamos al siguiente dato más concreto: un reducido grupo de multimillonarios que no llega a las mil personas, posee más riqueza que la mitad de la población mundial junta. ¿Quien podría considerar a esas mil personas legítimamente propietarias, como no sea una legislación ladrona y hecha sólo por los ricos, y contraria por ello a toda moral? (NB. El dato aducido fue comentado por Radio Exterior de España, en su emisión de las 24 horas del 3 a 4 de octubre de 1994, en una crónica sobre la reunión del FMI en Madrid).

12. Por eso llama la atención que algunos de los antiabortistas más acérrimos sean a la vez partidarios decididos de la pena de muerte, y no perciban la contradicción que implica aceptar el conflicto de valores en el caso en que éstos son más unívocos (como ocurre con la pena de muerte que afecta a personas plenamente constituidas) y no aceptarla en el caso en que son más analógicos. Sin que valga la respuesta de que, en el caso de la pena de muerte se trataría de un criminal y en el caso del aborto se trata de un inocente: pues el nasciturus, aunque merece ser llamado ya ser humano, no puede ser llamado "inocente" porque está todavía más acá de toda posibilidad moral. La vida humana es una realidad dinámica, pero la inocencia no lo es. El feto es tan inocente como puede serlo una piedra o una planta. Todo esto permite sospechar que no es una razón moral, sino una razón interesada, la que está debajo de ese modo de argumentar.

13. Por eso no es de extrañar que la misma autora citada en nuestra nota 2, hablando del Dios de la vida se desmarque expresamente de ellos, porque no "se refieren al crecimiento y a la plenitud de la vida", sino "sólo al nacimiento" (op. cit. p. 176).

14. "Si la lucha en favor de la vida y contra la muerte no sirve al amor, se transforma al final en una glorificación abstracta de una vida sin amor, y esto quiere decir: una glorificación involuntaria de la muerte" (E. JÜNGEL, Dios como misterio del mundo, Salamanca 1984, p. 498).

15. De todo ello quedan huellas en la obra de LUCIANO DE SAMOSATA, El peregrino (nºs. 11 13) y en autores como Tácito o Suetonio. Llama la atención la tranquilidad y "normalidad" con que estos autores consideran moral su práctica, y critican a judíos y cristianos por oponerse a ella. A esto mismo parece referirse K. Marx cuando (según testimonio de su hija) siendo ella niña "el moro" (= su padre) le explicaba que aunque sólo fuese por lo que hizo por los niños, habría una razón para perdonar al cristianismo.

16. 64 votos contra 4 es la versión que ha circulado en diversas obras de amplia difusión, y no ha sido desmentida.

17. La Veritatis splendor, en una nota al pie (131) cita unas palabras de Pablo VI dichas en otro contexto, para argumentar que si hubiese algún cambio en cosas que la Iglesia había declarado intrínsecamente malas "¿quien no ve que de ello se seguiría un relativismo moral que llevaría fácilmente a discutir todo el patrimonio de la doctrina de la Iglesia?". Este temor a una consecuencia práctica me parece ser la razón última y la clave hermenéutica de toda la encíclica. Desde un punto de vista teológico hay que aceptar que la Iglesia, en la realización de su misión, está sometida al mismo mandamiento al que se sometió el Mesías ("no tentarás al Señor tu Dios!": Mt 4,7) y ello implica que (salvo los casos excepcionales que precisa el Vaticano I) ella ha de estar más dispuesta a cumplir la voluntad de Dios que a no ver puesta en cuestión su autoridad. Desde un punto de vista histórico, hay hechos que confirman esa afirmación: cuando León X condena la proposición de que "quemar herejes es contra el Espíritu Santo", o cuando Leon XII prohibe la vacuna, alegando que era contraria a la voluntad de Dios que permitía las enfermedades para castigar a los hombres..., estaban anticipando de manera bien dolorosa el dilema que comentamos. Hay que recordar que la Iglesia tiene garantizada en circunstancias muy excepcionales una "infalibilidad" pero nunca una impecabilidad. Y que una de las causas de error entre los hombres es una forma de ceguera interesada por el instinto de autodefensa y, por ello, pecaminosa.

18. Ver los dos tratados De Mendatio y Contra mendatium para percibir a dónde puede llevar una lógica meramente "física" sacada de su contexto humano. Agustín plantea los casos siguientes: "las comadronas egipcias que mintieron para salvar del degüello a los recién nacidos de los egipcios" (DM 5,5). O "un enfermo cuya vida peligra; si se le da la noticia de la muerte de su hijo único y muy querido, se acabará de morir. Y él pregunta si su hijo vive" (CM 18,36). O: "un hombre sin bautizar se encuentra en manos de los infieles y no es posible su salvación eterna por el bautismo más que engañando a los centinelas" (CM 20,40). Y responde que en ninguno de ellos sería lícito mentir porque no es lícito hacer el mal para que venga el bien (aunque, en el caso de las comadronas egipcias y otros, concede que, si por un acto de misericordia se perdonan los pecados anteriores, también a ellas por su misericordia se les perdonó el pecado concomitante: cf. CM 15,32). El principio de que no se puede hacer mal para que venga el bien, o que el fin no justifica los medios es inobjetable. Lo que Agustín no demuestra es que, en aquellos casos, se trate efectivamente de un mal: eso lo da por supuesto, desde lo que he calificado como su "lógica meramente física sacada del contexto humano". Y lo que en realidad le asusta (como repite varias veces en ambos tratados) es que, si concede que en alguno de esos casos ya no hay mentira, teme deslizarse por una pendiente sin frenos. Es decir: otra vez unas consecuencias prácticas.

19. cf. De peccatorum meritis et remissione, cap. 19, nº 57: "honestus modus illo fervore utendi, propagandae proli... accommodatus". Conviene notar que este "uso bueno de una cosa mala" (ibid) está para Agustín vinculado al hecho de que el pecado original se transmita por la generación sexual, único modo que él encontró para no tener que atribuirlo a Dios, creador inmediato de las almas (cf. vg. Contra duas ep. pelag. 17,35). Por eso Agustín ¡no admite que los niños que mueren sin bautismo puedan ir a otro lugar que al infierno! puesto que son fruto del acto sexual. La atrocidad de estas consecuencias constituye también una "reducción al absurdo" del presupuesto de que han partido.

20. La Veritatis splendor (n. 110) admite sinceramente, aunque de modo general, "los eventuales límites de las argumentaciones humanas presentadas por el Magisterio" y, por eso, llama a los moralistas "a profundizar las razones de sus enseñanzas, a ilustrar los fundamentos de sus preceptos y su obligatoriedad, mostrando su mutua conexión y la relación con el fin último del hombre". Es exactamente lo que aquí postulamos, para que no suceda que una simple apelación a la doctrina clásica del "probabilismo" moral, permita decir que, en un caso tan serio, tan angustioso y tan dramático, no se puede imponer algo cuyos argumentos son deficientes, porque es muy probable que entonces no pueda darse la "plena advertencia" requerida para cometer un pecado mortal. Advertencia enseñada por el concilio de Trento y reconocida por la misma encíclica (n. 70).

J-I González Faus CRISTIANISME 65