ASTROFÍSICA, 
UNIVERSO Y PERSONA HUMANA


Entrevista al p. Manuel Carreira, S.J.

María Teresa Ramos


Con ocasión de un ciclo de conferencias ofrecido en Lima tuvimos 
la oportunidad de entrevistar al sacerdote español Manuel Carreira, 
S.J. Él es licenciado en Filosofía por la Universidad de Comillas y 
licenciado en Teología por la Loyola University de Chicago. Es 
también doctor en Física por la John Carrol University de Cleveland y 
ha realizado trabajos de investigación en esa área para la Agencia 
Espacial Norteamericana (NASA). Actualmente, además de dictar 
gran número de conferencias, es catedrático en la John Carrol 
University y en la Universidad de Comillas, y se dedica a la 
investigación.

Sacerdote y científico, el p. Manuel Carreira está convencido de 
que el estudio del universo, que es la morada del hombre, contribuye 
con valiosos elementos a la comprensión que el ser humano tiene de 
sí mismo, de su dignidad y misión, y de la importancia de su puesto 
en el mundo. En efecto, aunque no toca a las ciencias naturales 
resolver las cuestiones que son principalmente teológicas y 
filosóficas, como la del sentido de la vida humana, las observaciones 
de la astrofísica pueden verificar algunas de sus conclusiones en los 
hechos, iluminando aquel aspecto del problema que está al alcance 
de sus investigaciones. Como explica el p. Carreira, la astrofísica 
contribuye a dar respuesta a preguntas siempre actuales e 
importantes: ¿Cómo ha tenido origen el mundo? ¿Tendrá un fin? 
¿Cuál es el lugar del hombre en el cosmos? 

Padre Carreira, usted ha dedicado gran parte de su labor a la 
investigación en el campo de la astrofísica. ¿Puede explicarnos ante 
todo cuál es el objeto de estudio de esta ciencia? 
La astrofísica es una rama de la astronomía. La astronomía, en su 
amplitud total, trata de todo lo que es el universo —los astros, las 
estrellas, los planetas, las galaxias—. Pero mientras que la 
astronomía tradicional era sobre todo una ciencia de predicción de 
las posiciones de los astros, de calcular órbitas, de saber dónde 
estaban los diversos cuerpos a diversas distancias, la astrofísica 
considera cada uno de los elementos del universo como un objeto 
que tiene propiedades físicas, que necesita por lo tanto alguna 
fuente de energía para brillar, que debe tener alguna razón de sus 
estructuras, de su composición. Todo esto, el estudio físico de las 
estrellas, planetas, galaxias, es lo que llamamos astrofísica.

Conocer el mundo, el universo en el que vive, ha sido una 
preocupación permanente del ser humano. Hoy en día el alcance de 
esta preocupación ha crecido enormemente con las nuevas 
posibilidades de observación que se han abierto. ¿Cómo cree usted 
que la astrofísica, al mostrarle al hombre las dimensiones del 
universo en el que vive, puede influir en la conciencia que el ser 
humano tiene de sí mismo?

Todo lo que conocemos sobre el entorno en que vivimos nos 
enriquece y nos da un punto de vista más real. Es mucho más 
asombroso el universo si uno sabe sus verdaderas dimensiones que 
si cree, como se creía en tiempos antiguos, que las estrellas son 
nada más que una especie de decoración en una bóveda que está 
casi al alcance de la mano. 

Cuando se explica las distancias de las estrellas, la primera 
impresión que se tiene es que el universo es incomprensiblemente 
vacío, que tiene muy poca materia, que casi todo es espacio vacío. Y 
se ve la Tierra como un lugar realmente privilegiado, como una joya 
dentro de este universo. Cualquier otro sitio parece muy adverso a la 
vida y casi inasequible por su distancia. Fuera de la Tierra, no 
conocemos hoy ningún otro lugar en el sistema solar donde el 
hombre pueda vivir siquiera dos minutos sin tener toda clase de 
protecciones. Y fuera del sistema solar, ni siquiera eso sabemos. De 
modo que todo esto nos ayuda a ver las cosas en su perspectiva 
correcta, no para minusvalorar al hombre, sino al contrario, para 
darnos cuenta de lo privilegiados que somos al habitar este planeta, 
al tener estas condiciones para la vida.

En algunos de sus trabajos usted sostiene que desde la astrofísica 
se va descubriendo como muy altamente improbable la existencia de 
vida fuera de la Tierra, más aún si se trata de vida inteligente. 
¿Podría explicar brevemente por qué?

Cuanto más se ha estudiado el tema, más se han dado cuenta los 
científicos de que la vida exige un conjunto de condiciones con muy 
poca flexibilidad en cuanto a la variación de una serie de parámetros. 
Ni una estrella cualquiera vale para que haya un planeta estable, ni 
un planeta cualquiera vale. Las condiciones concretas de su 
composición, su tamaño, su período de rotación, la existencia o no 
de satélites, su evolución a lo largo de muchos millones de años, son 
muy importantes. Todo eso no es fácil encontrarlo en un solo sitio. 
Por ello la Tierra aparece como un lugar privilegiado. Y no sabemos 
si esto se puede dar en algún otro lado. Al contrario, cuantos más 
detalles encontramos que han tenido que ser muy específicamente 
escogidos para que sea posible la vida inteligente, menos probable 
parece que se dé en otros lugares. No podemos descartarlo porque 
naturalmente lo que vemos en la Tierra es el resultado de leyes 
físicas, de procesos que pueden darse en muchos otros lugares. 
Pero que se den todos en el orden correcto, con la intensidad 
debida, en un planeta, no es fácil.

Uno de los problemas más acuciantes de la cosmología actual es 
el del origen del universo y sobre esto se han formulado diversas 
teorías, de las cuales las más representativas son la "teoría de la 
gran explosión" y la "teoría del estado estacionario". ¿Podría explicar 
brevemente qué es lo que estas teorías proponen?

Básicamente puedo presentar las dos teorías con una pregunta 
que parece al principio sorprendente: ¿por qué brillan las estrellas? 
La razón de esta pregunta es que cada estrella obviamente es un 
sistema físico que produce energía, y si produce energía tiene que 
gastar algún combustible. Si las estrellas hubiesen existido siempre 
ya se habrían quemado todas, no habría estrellas. 

La única posible solución a este problema es o bien que el 
universo es relativamente joven y las estrellas no han tenido tiempo 
todavía de apagarse, o bien que si el universo tiene una edad eterna 
debe haber continua creación de nuevas estrellas para sustituir a las 
que se apagan. Existen, por tanto, esas dos posibles alternativas: o 
el universo es joven y ha tenido un comienzo —y entonces se puede 
buscar ese comienzo—, o hay creación continua de nueva materia. 
En ambos casos se puede ver a qué consecuencias lógicas lleva, 
desde un punto de vista físico, cada una de las dos hipótesis. 

Si se afirma que el universo ha existido siempre y no cambia —la 
"teoría del estado estacionario"—, entonces todos los elementos 
químicos que conocemos en la naturaleza, los elementos del sistema 
periódico, tienen que ser el resultado de reacciones nucleares en las 
estrellas, y por lo tanto las estrellas que se han formado más 
recientemente deben tener mayor cantidad de esos elementos que 
las que se formaron hace mucho tiempo. De una manera semejante 
se puede decir que si el estado estacionario es correcto, la única 
forma de energía, de radiación que debe haber en el espacio será la 
suma de la radiación de las estrellas. Y, por último, si el universo es 
siempre igual, entonces dará lo mismo que observe objetos cuya luz 
ha tardado quinientos millones de años en venir hasta mí o que 
observe objetos cuya luz ha tardado diez mil millones de años: veré 
el mismo tipo de objeto. 

En cambio en la teoría que sostiene que el universo ha tenido un 
comienzo, las predicciones son opuestas. Si el universo tuvo un 
comienzo y además ese comienzo tuvo que ser de alta densidad y 
temperatura, pudo haber reacciones nucleares en ese momento, 
antes de que hubiese estrellas, y podría haber algunos elementos, 
concretamente el helio y el hidrógeno pesado, que se formaron en 
esa situación inicial y que estarían, por tanto, en la misma 
abundancia en estrellas jóvenes y viejas. Habría una radiación, una 
forma de energía, que llenaría todo el espacio y que no sería la 
energía que producen las estrellas normalmente. Observando 
cuerpos cuya luz ha tardado diez mil millones de años en llegar a 
nosotros, es de esperar que veré objetos que corresponden a una 
fase primitiva de evolución. En cambio si miro estrellas cuya luz tarda 
sólo quinientos millones de años, no veré ninguno de esos objetos 
primitivos. 

Estas tres predicciones deben verificarse experimentalmente, y ver 
cuál de las dos teorías concuerda con los hechos experimentados. 
Tales comprobaciones se han hecho. Ya desde 1948, en que 
algunas de estas mediciones se publicaron, se ha demostrado que 
existe una cantidad de helio prácticamente idéntica en las estrellas 
más antiguas y en las más modernas. De modo que ese helio tuvo 
que formarse antes de que hubiese estrellas. La cantidad de 
hidrógeno pesado, que no se produce en las estrellas, también está 
de acuerdo con lo que sugiere la "teoría de la gran explosión inicial". 
Se ha encontrado la radiación debida a esa explosión inicial, 
exactamente como predice la teoría. Y, finalmente, se han 
encontrado objetos que sí se ven a grandes distancias, los quasares, 
pero que no se ven en nuestra vecindad; por lo tanto el universo ha 
evolucionado. 

De modo que ya no es una cuestión de escoger entre dos teorías 
por capricho o por prejuicio. Es necesario contrastar cada teoría con 
los hechos y aquella que los explique es la que se acepta. En este 
caso la única de las dos alternativas que se acomoda a los hechos 
es la que afirma que hubo una gran explosión, que el universo ha 
tenido un comienzo.

Eso niega entonces que el universo es eterno. Por lo tanto el 
universo ha tenido un principio, y eso es demostrado por la física…

Así es. El universo ha tenido un principio.

¿Puede entonces la física demostrar que tendrá un fin?

Lo que puede demostrar es que todas las estructuras que tiene el 
universo terminarán por destruirse. Pero así como la física no puede 
explicar el que algo comience a existir si antes no había nada, 
porque si no hay nada no hay física, tampoco puede la física decir 
que lo que ya existe va a reducirse a nada. Lo único que puede 
afirmar es que dentro de cierto tiempo ya no habrá estrellas que 
brillen, todas serán cuerpos oscuros; dentro de más tiempo todavía 
no quedarán ni siquiera estrellas como cuerpos oscuros, todo será 
partículas sueltas o agujeros negros, o alguna otra cosa. Eso es lo 
que llamamos el fin del universo, en el sentido de fin de toda 
estructura, fin de actividad física.

Se puede decir que la noción de creación de alguna manera ha 
ingresado a la física…

Así es. Es una palabra que se usa hoy día en muchos libros que 
son exclusivamente de astrofísica. Algunos autores argumentan que 
los físicos no expresan con esa palabra lo que se piensa desde la 
filosofía o la teología. Sin embargo, da igual que lo expresen o no; se 
refieren a un paso de nada a algo, eso es lo que quiere decir la 
palabra creación. 

¿Este paso de la nada a la existencia del mundo podría haberse 
producido por azar?

El azar no causa nada, no es una propiedad de la materia ni una 
fuerza física. Cuando consideramos dos hechos que no tienen 
relación entre sí y que, sin embargo, vemos simultáneamente, 
entonces decimos que los vemos simultáneamente por azar, porque 
entre sí no tienen conexión alguna. Pero esto no es aplicable al 
universo. En primer lugar, porque no hay dos, tres, cuatro o diez 
universos para comparar si aparecen o desaparecen 
espontáneamente o qué es lo que hacen. No, el universo es único. Y 
en segundo lugar, porque el azar, como no explica nada, tampoco 
puede explicar que exista el universo. 

Lo único que alguno puede decir —con una manera de hablar que 
científicamente no es admisible— es que antes de esa gran 
explosión había el espacio y que de ese espacio salió el universo 
actual. Pero en física no es admisible afirmar que hay espacio o 
tiempo previos a la aparición de materia; espacio y tiempo sólo se 
dan como atributos de la materia.

¿Desde la física se puede salir al paso de una visión materialista 
del mundo, es decir probar que existe algo más allá de la materia, 
que existen realidades que no son materiales?

Sería contradictorio pedirle a la física, que es sólo la ciencia de la 
materia, que nos diga algo acerca de lo que no es materia. La física 
sólo trata de las transformaciones de la materia, es lo único que le 
toca y lo único para lo cual tiene una metodología propia. 

Lo que sí debe señalarse es que cuando consideramos la totalidad 
de lo que existe hay realidades innegables que no pueden explicarse 
por actividad de la materia. El pensamiento humano y la conciencia, 
por ejemplo, no pueden atribuirse a ninguna de las fuerzas de la 
física. Los esfuerzos que se han realizado son totalmente ridículos, 
pues lo único que terminan diciendo es que hay corrientes eléctricas 
en el cerebro y que éstas producen la conciencia. Pero nadie señala 
por qué no tienen conciencia un conjunto de corrientes eléctricas, 
por ejemplo, en una computadora, o las señales eléctricas que dan 
lugar a puntos brillantes u oscuros en una pantalla de televisión. No 
hay ni conciencia ni significado en esos puntos a no ser que alguien 
inteligente haga un programa y lo transmita. La corriente eléctrica de 
por sí no tiene nada que ver con el significado de las cosas ni con la 
conciencia. 

Por eso, si bien no la física, la experiencia total del ser humano sí 
nos dice que hay realidades que la física no puede explicar. Y si la 
física es la ciencia de la materia y no puede explicar esas cosas, ni 
siquiera en principio —no se trata de limitaciones de nuestros 
instrumentos— entonces es necesario afirmar, con toda lógica, que 
existe algo que no es materia.

Una mentalidad cientificista en nuestro tiempo tiende a pensar que 
toda pregunta humana debe tener una respuesta mensurable, 
experimentable. Y el problema a veces se agrava cuando esta 
mentalidad pretende dar respuesta a interrogantes que desbordan 
los límites de lo que abarcaría el método científico. ¿Qué piensa 
usted de este problema? 

Le preguntaron una vez a Einstein si pensaba que todo podría ser 
algún día explicado en términos físicos. Y él contestó: «Sería 
absurdo. Sería como decir que uno puede explicar una sinfonía de 
Beethoven refiriéndose nada más a los cambios de presión en el aire 
por el sonido. Eso no es una sinfonía de Beethoven». La física es 
obviamente incapaz de explicar, de dar razón, de medir el valor de 
una poesía o de una obra pictórica, o de cualquier sensación de 
belleza, que puede ser incluso una belleza de orden meramente 
abstracto: la belleza de una teoría matemática. ¿Qué mido yo allí 
para saber si es bella? Absolutamente nada. Y lo mismo puedo decir 
de todo el mundo de la ética: ¿Por qué una acción es loable? ¿Por 
qué es digno de alabanza alguien que hace un sacrificio heroico? 
Esto es totalmente imposible expresarlo en términos físicos. Y la 
finalidad de las cosas no se puede expresar en términos físicos. 

Es curioso que si se le pregunta a un niño qué es algo, casi con 
certeza responderá con una afirmación de finalidad. Si le pregunto 
qué es una silla, él me contestará: «Es para sentarse». No me dirá 
que es un objeto de forma cuadrangular con cuatro patas de tal 
altura. No. Dirá que es para sentarse. De modo que el hablar de 
finalidad responde a una necesidad muy obvia del ser humano. El 
saber para qué son las cosas nos dice muchas veces más de ellas 
que su composición. La silla puede ser de hierro o de madera, de 
mimbre o de cualquier otro material, pero lo básico es que sirve para 
sentarse, y esto nos dice mucho en todos los niveles. Y, sin 
embargo, la finalidad no se puede saber por ninguna medida física, 
ni se puede expresar en números. 

Una de las preguntas de la cosmología, como decíamos al 
principio, es precisamente: ¿Para qué existe el universo? ¿Cuál es la 
finalidad del universo? Es desde el mundo de la física 
—sorprendentemente— desde donde nos llega la afirmación: El 
universo está hecho de esta manera, concretamente así, y no de 
otra, no con más masa, ni con menos, ni con más cuerpos, ni con 
menos, porque solamente así puede aparecer la vida inteligente. 

Ése es el principio antrópico, al cual usted se refería alguna vez...

Ése es el principio antrópico, así es.

Entonces, hay algún elemento físico que nos explique que el 
universo tiene al ser humano como punto de referencia.

No es un elemento físico, es más bien una concatenación de 
propiedades tal que si se cambia cualquiera de ellas la vida 
inteligente no hubiese aparecido. Viendo este conjunto se llega a 
afirmar que ya desde su primer instante el universo está ajustado 
con un equilibrio perfecto de todas estas propiedades para que 
pueda aparecer la vida inteligente.

Muchas personas piensan actualmente que la relación entre fe y 
ciencia es conflictiva y que hay que hacer una opción por una o por 
la otra. Hay que responder a ciertos problemas o bien desde la fe o 
bien desde la ciencia. Usted que es sacerdote y físico es un vivo 
testimonio de que esta opción no es tal, que no es necesario elegir 
conflictivamente. ¿De dónde cree que proviene este malentendido? 
¿Cómo debe entenderse correctamente esta relación entre ciencia y 
fe?

Creo que siempre existe la tentación de ser demasiado simplistas 
en nuestras respuestas. A partir del siglo pasado, sobre todo, la 
tentación que más ha llamado la atención en el mundo ha sido la de 
reducirlo todo a la materia. El marxismo comienza afirmando que sólo 
la materia existe y que todo lo demás es una ilusión. La materia, 
piensan, tiene sus leyes y por esas leyes lleva a este tipo de 
desarrollo económico, social, político... Ya hemos visto qué absurdo 
es este planteamiento y adónde ha llegado ese punto de vista. La 
misma ciencia señala que la materia no es eterna y que no está en 
continua superación, como decían los marxistas, sino al contrario, 
que va a destruir todas las estructuras. Y el marxismo no pudo 
explicar la realidad de la ética, del arte, el ansia de conocer y el 
pensamiento humano, ni podrá jamás. De modo que es una tentación 
de un simplismo casi pueril el aferrarse a priori, contra toda 
evidencia, a afirmar que sólo hay materia y querer reducirlo todo a 
ella. 

También se ha dado en la historia de la filosofía la tentación 
opuesta. Todos hemos oído hablar de los filósofos idealistas, que 
piensan que no existe nada más que las ideas (no nos dicen dónde 
están las ideas). Según ellos todo lo que vemos, tocamos y somos, 
nuestro mismo cuerpo, es una ilusión. Esto también es una 
aberración total. 

De modo que no es naturalmente lógico el empezar con el 
presupuesto de que todo tiene que ser lo mismo y de la misma 
realidad. No hay razón para ello. No hay necesidad de ningún 
monismo. 

Por otro lado, el no saber distinguir el ámbito, la metodología, el 
criterio de certeza en diversos campos, lleva a muchos engaños. Y 
ha llevado a los así llamados conflictos entre ciencia y fe que, en 
realidad, no lo son. Se trata simplemente de una mala aplicación de 
metodologías propias de la ciencia experimental a cuestiones de fe; o 
malas aplicaciones de la metodología propia de la teología y la 
filosofía a cuestiones de ciencia. Ni lo uno ni lo otro es correcto.

Ni puede explicarse todo por la ciencia, ni puede explicarse todo 
por la teología. La teología no describe cómo reaccionan los gases 
en el interior de una estrella para producir luz y calor. Y la física no 
tiene ningún instrumento para medir si existe el espíritu humano, o si 
existe Dios, o si el pensamiento es correcto o equivocado. La física 
no tiene absolutamente nada que ver con esas realidades. Por eso lo 
más obvio es que las personas que creen que hay conflicto, o 
ignoran en gran parte lo que es ciencia y lo que es fe, o llaman 
conflicto a una interpretación a veces pueril de una cuestión de física 
o de una cuestión de fe y de teología. 

Si uno cree, por ejemplo, que la Biblia tiene que enseñarnos física, 
entonces piensa: «En este pasaje la Biblia señala que el universo se 
creó sólo en siete días. La ciencia me dice que fueron muchos miles 
de millones de años. Entonces, como pueden ver, la Biblia se 
equivoca». Pues no. La Biblia no me dice que el universo se creó en 
siete días. Me describe de una manera poética a Dios haciendo las 
cosas en siete etapas sucesivas para poner en orden, por así 
decirlo, la casa del hombre. Y nada más. Es una descripción poética 
muy bella, muy adecuada, muy fácil de entender en su significado: el 
cuidado que Dios pone en preparar el lugar en que quiere crear al 
ser humano. Pero no me dice nada de la ciencia. Por lo tanto, no 
puede haber conflicto. 

Y lo mismo podríamos responder si alguien desde el punto de vista 
de la teología dijese: «La ciencia afirma que la materia ni se crea ni 
se destruye, y eso es un contrario a la idea de que Dios crea el 
mundo». Pues no. La ciencia afirma que la materia ni se crea ni se 
destruye como una regla aplicable a todas las situaciones en que 
hago un experimento. Cuando empiezo un experimento tengo tanta 
materia, cuando termino debo tener exactamente la misma; no puede 
faltar, ni va a aparecer algo nuevo de la nada. Pero eso no me 
explica por qué existe el universo. 

Por ello, como digo, los llamados "conflictos", en general, nacen 
del poco conocimiento o de la ciencia, o de la teología, o de ambas. 
Y así, por ejemplo, todas estas razones que he expuesto respecto al 
origen del universo no son ni siquiera cuestiones de fe; casi se 
puede decir que son simplemente de filosofía. Y, por tanto, debieran 
ser aceptadas por cualquiera que piensa correctamente.

Manuel Carreira