Lacordaire (1802-1861) dominico
Conferencia de Notre Dame de París
Cuando Jesucristo viene al mundo nace como todos los hombres en un pueblo; nace
en un lugar concreto, nace en una patria que tenía su historia, su fundador, sus
conquistas, su cultura; nace como un hombre que era esperado por un gran pueblo.
Y ¿qué hace en el primer instante cuando se presenta como el heredero de las
promesas y esperanzas de este pueblo?...Dice simplemente: “Yo soy el hijo del
hombre.
Tal vez esto no os sorprenda. Tal vez os parece natural que en cada página del
evangelio Jesucristo se presente como Hijo del hombre, mientras que, a penas, en
algún sitio se designe como Hijo de Dios. Todo esto no carece de importancia...
Antes de Jesucristo se decía: yo soy griego, soy romano, yo soy judío. Amenazado
o interrogado, uno respondía con orgullo: “yo soy ciudadano romano. Cada uno se
amparaba en su pertenencia a una patria a un lugar. Jesucristo no invoca más que
el único título de Hijo del hombre y anuncia así una era nueva, la era del
inicio de un a nueva humanidad, donde, gracias al nombre de Dios, no hay título
más grande que el nombre del hombre. Cada una de las acciones de Jesús está
marcada por este espíritu, y todo el conjunto, palabras y acciones, forman el
evangelio que es el lugar nuevo y universal.