VII. ¿Existe el diablo?

Silverio Zedda, SJ (La problematica demonologica nella Bibbia), sostiene que la tradición viva de la Iglesia es quizá el argumento más fuerte en favor de la doctrina sobre el diablo, los diablos y los ángeles. Afirma que dentro de este contexto es donde trabaja el exegeta bíblico, e intenta hacer una síntesis entre los resultados de sus estudios y la enseñanza tradicional.

Dada la frecuencia con que, ante todo la Escritura y luego los Padres de la Iglesia, hablan del diablo, no es extraño que sus afirmaciones en este campo entraran a formar parte de la enseñanza oficial de la Iglesia.

1. Los CONCILIOS 
El primer concilio de carácter local que tomó posición solemne y decidida sobre la cuestión del diablo fue el concilio de Braga (Portugal), en 561, en una declaración contra los priscilianos, los cuales creían que el diablo no había sido creado por Dios. Bajo Inocencio III, el IV Concilio de Letrán (1215) reafirmó esta doctrina contra el dualismo, repitiendo que "el diablo y los otros demonios fueron creados buenos por Dios y que se hicieron malos por culpa propia".

El decreto de Trento relativo al pecado original declaró que éste puso a la humanidad bajo la cautividad del diablo, que tenia poder sobre la muerte. Y a este propósito cita la Carta a los Hebreos, la cual afirma que la misión de Cristo fue la de reducir a la impotencia con su propia muerte al que tenia poder sobre la muerte, a saber, el diablo, y liberar a cuantos habían sido mantenidos en la esclavitud durante su vida. El Vat. II afirma que la obra de la Iglesia consiste en arrancar a los hombres de la servidumbre del error (LG 17), y el nuevo ríto del bautismo conserva el exorcismo del bautizado, practicado desde los comienzos. El Vat. II recuerda también que Cristo tiene poder sobre el demonio (LG 5).

Estas declaraciones se basan en la premisa de la existencia del diablo. Las oraciones litúrgicas piden insistentemente a Dios que nos libre de las tentaciones de los demonios o que no permita que sucumbamos a ellas.

2. PABLO VI
En un discurso pronunciado en la audiencia general del 15 de noviembre de 1972, Pablo VI reafirmó la antigua fe cristiana en la existencia de un diablo o espíritu del mal personal. Declaró él: con la existencia del demonio "el mal no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa (...). Es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos, pues (por la Biblia), que este ser oscuro y perturbador existe de verdad, y que con astucia alevosa sigue obrando; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana".

El Papa dijo claramente que no estaba empleando un lenguaje metafórico en sus observaciones concernientes al demonio; precisó que cuantos rehúsan reconocer la existencia de esta terrible realidad "se salen del cuadro de las enseñanzas bíblicas y eclesiásticas" Y, finalmente, observó: "Podemos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios se hace radical, sutil y absurda, donde la mentira se afirma hipócrita y poderosa contra la verdad evidente, donde el amor es extinguido por un egoísmo frío y cruel, donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (cf 1 Cor 16,22; 12,3), donde el espíritu del evangelio es alterado y desmentido, donde la desesperación se afirma como la última palabra".

Esta toma de posición subraya el carácter espiritual de lo diabólico y corrige implícitamente a quienes asocian esto último primariamente con fenómenos extraños, semejantes a los expuestos en el filme El exorcista.

3. BAUDELAIRE, BULTMANN, RAHNER 
Baudelaire afirmó que el engaño y la estrategia mejores del diablo consisten en persuadir a la gente de que él no existe. Si esto es cierto, hemos de reconocer que hoy Satanás está teniendo mucho éxito. Escribe Bultmann, por ejemplo: "No se puede emplear la luz eléctrica, encender la radio o, cuando se enferma, recurrir a la ciencia médica y a las clínicas modernas y creer al mismo tiempo en el mundo de los espíritus y en los milagros del NT". Estima él que la ciencia moderna explica lo que la mente y la mentalidad antigua explicaban recurriendo a lo sobrenatural. En cambio, Karl Rahner afirma categóricamente: "El diablo no puede considerarse como una pura personificación del mal existente en el mundo".

4. ARGUMENTO COMÚN CONTRARIO 
Un argumento común contra la posibilidad de la existencia de los demonios es el siguiente: la psicología y las demás ciencias han descubierto nombres para indicar enfermedades y fenómenos que en otro tiempo se atribuían a espíritus malos. El hecho de que estos fenómenos, atribuidos en otro tiempo a los demonios, sean hoy explicados naturalmente, recurriendo, por ejemplo, a causas físicas (tempestades) o psíquicas (epilepsia, personalidad disociada), no autoriza a negar categóricamente la existencia de fuerzas demoníacas. La perspectiva positivista, que excluye radicalmente la posibilidad de influjos preternaturales en estos casos, representa un horizonte restringido, en contraste con el religioso el cual puede aceptar todos los descubrimientos del positivista y permanecer abierto a ulteriores elementos explicativos.

5. TRES PUNTOS DE VISTA DIVERSOS 
Hay por lo menos tres puntos de vista sobre la existencia de los diablos. El primero niega su existencia. Entre los cristianos se basa frecuentemente en el supuesto de que sólo lo que tiene importancia para el "hombre moderno" puede constituir una verdad teológica. Los diablos no son importantes, por lo cual no encuentran sitio entre las afirmaciones teológicas válidas. La fascinación que ejerce lo demoníaco en el "hombre moderno" basta para descalificar esta concepción.

La segunda concepción adopta una actitud más modesta y "agnóstica" por lo que se refiere a la existencia de los diablos como inteligencias. Algunos exegetas, por ejemplo, afirman que los diablos representan una realidad objetiva y que no son puros productos de la imaginación. Creen que tal realidad podría ser un espíritu personal. Sin embargo, las más de las veces estiman que los diablos simbolizan aquellos elementos personales que alejan al hombre de Dios.

El tercer punto de vista sostiene que es una creencia cristiana tradicional que existe el diablo y los diablos. Son espíritus alejados de Dios y enemigos del hombre; son principados y potestades perversas preterhumanas, que existen y obran en el mundo. El famoso teólogo Karl Rahner afirma que no se puede discutir la existencia de los ángeles (y de los diablos), dadas las declaraciones conciliares, y considera que se encuentra afirmada en la Escritura y no asumida puramente como una hipótesis que hoy podríamos dejar a un lado. Esta posición puede mantenerse sin detrimento de una interpretación más precisa de las afirmaciones bíblicas, las cuales emplean materiales representativos mitológicos e históricamente condicionados, que no están simplemente incluidos en el contenido que proponen.

6. MÁS EN EL NT QUE EN EL AT
La fe en la existencia del diablo y de los diablos es más pronunciada en el NT que en el AT. Este último fue la matriz cultural y religiosa que condicionó la comprensión que tuvo Jesús de Satanás. En este contexto, Satanás, la muerte y el pecado se concebían estrechamente unidos. La muerte no se experimentaba como una potencia abstracta o un hecho inexplicable, sino que se personificó como el enemigo (Sal 18,4), como el enemigo por excelencia (Sal 5,10). La muerte emplea como mensajeros amenazadores a los demonios para anunciar desventuras y pestilencias. La muerte no se limita a esperar que los huéspedes lleguen a su reino, sino que entra en el cosmos para llevárselos. Jeremías (9,20) la describe como un monstruo, que persigue a sus víctimas como un ladrón, un estrangulador, un atracador o un segador. Parece que en Israel se produjo una evolución, que va desde una concepción mitológica de la muerte a la creencia en el enemigo: Satanás, el diablo, el adversario. Belial se convirtió en nombre propio para indicar el mal personificado, el diablo, y se lo identificó con la muerte y con su reino, el sheol (Sal 18,6).

La "señora" muerte personifica la negación de la vida y, evidentemente, no formaba parte del plan divino originario de la creación. Ella es el enemigo, el mal último y el compendio de todos los males. El sufrimiento, la persecución, la enfermedad y todas las formas de la miseria humana se experimentan como muerte parcial, pero real, y a sus autores se los siente como manifestaciones del enemigo de la humanidad, Satanás. Los autores del mal representan visiblemente al enemigo y sus fuerzas caóticas. Los enemigos personales, por ejemplo, participan del poder letal del enemigo; son aliados y mensajeros de la muerte, la reina de los terrores, que produce espanto y horror con sus trampas y sus lazos, sus desastres y sus destrucciones, todo lo cual nos impide experimentar una vida humana plena. Los que crean miseria para los demás representan al enemigo como potencias demoníacas suyas.

Los hebreos asociaban a. los demonios con el desierto salvaje; los hombres no podían sobrevivir mucho en semejante ambiente inhóspito, que produce un estado de ánimo por el que uno se siente perdido, privado de guía, perplejo y a merced de fuerzas extrañas, misteriosas y malvadas. La identificación de las tierras áridas con la maldición de Dios llevó a creer que las regiones salvajes eran el ambiente del mal; una especie de infierno poblado de espíritus malignos (Dt 8,15). Las zonas salvajes son el ambiente de lo no humano, e incluso de lo antihumano; el lugar de las bestias feroces, donde el orden que el hombre impone al mundo natural para su propia supervivencia está ausente, y en el que él es una presencia extraña, atemorizada por el mundo de las criaturas carentes de norma, confusas, desordenadas y amenazadoras, que no están bajo su control.

Jesús entra en las zonas desoladas, en el hábitat natural de los espíritus malos que perturban a los hombres y los confunden. Sus cuarenta días pasados en una tierra inhóspita (=desierto) recuerdan los cuarenta años de la tentación y de la tribulación que Israel hubo de soportar en las tierras desoladas del Sinaí. En esta experiencia del desierto es donde Jesús se enfrenta con las fuerzas malignas que asedian a toda la humanidad en un auténtico periodo de prueba y de sufrimiento. Jesús se enfrenta victoriosamente con Satanás, el cual se aleja "hasta el. tiempo oportuno" (Lc 4,13), después de haberle tentado, sólo para volver cuando sea condenado a muerte. Cuando es detenido en Getsemaní (Le 22,53), declara: "Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas".

Los cristianos creen que Jesús venció los males de la condición de desierto en que el hombre se siente perdido y extraño en un mundo hostil; creen que él es el camino de Dios a través de la condición humana, semejante a un desierto. Tal es la convicción de Juan cuando escribe: "Nosotros sabemos que somos de Dios, y que el mundo está en poder del maligno" (I Jn 5,19). Para Juan, el mundo sin Cristo está perdido en la condición del desierto sin camino de salida.

El teólogo y escritor inglés C. S. Lewis escribía en 1941: "Hay dos errores iguales y opuestos, en los cuales el género humano puede caer a propósito de los diablos. Uno es no creer en su existencia. El otro es creer en ella y sentir un interés excesivo y malsano por ellos. Por su parte, a ellos les gusta por igual uno y otro error y saludan con idéntico placer al materialista y al mago".

7. ENSEÑANZA ORDINARIA DE LA IGLESlA
Hoy muchos niegan demasiado fácilmente la existencia de seres demoníacos independientes y diversos del hombre; en todo caso, la mayor parte de los teólogos católicos admite la existencia de semejantes seres, lo cual constituye seguramente la enseñanza ordinaria de nuestra Iglesia. Aunque la fe en un Satanás y en diablos personales no constituye el núcleo esencial de la revelación y una parte esencial de la misma, sino sólo un rasgo secundario, considerar la no existencia de un Satanás personal como cierta significarla abandonar la enseñanza ordinaria de la Iglesia, estar mal informado y descarriado.

Si, por un lado, no podemos tener la  certeza de que en un determinado caso se trate de un influjo auténticamente diabólico, por otro, no podemos excluir la posibilidad de semejante influjo. Las oraciones para obtener la liberación del mal, sea el que sea, han caracterizado al culto cristiano desde el principio y se elevan por el bien del hombre. Cuando se hacen para librar de una presunta posesión o de una supuesta infestación, no es preciso que se basen en la certeza de la presencia de un espíritu malo; basta la posibilidad de una presencia por el estilo. En todo caso, el mal es una realidad, cualquiera que sea su explicación satisfactoria. La fe cristiana se caracteriza por la convicción invencible de que Cristo es Señor, y de que el pecado, la muerte y Satanás no tendrán la última palabra sobre el destino definitivo del hombre. La convicción cristiana de que ellos no dirán la última palabra es en sí misma una prueba del hecho de que el cristiano participa ya desde ahora de la vida de Cristo resucitado, el cual ha superado el poder del pecado, de la muerte y de Satanás ahora y para siempre. Ningún mal de ninguna clase -moral, físico o personal- puede forzar ya o coaccionar nuestra libertad personal para seguirle; el cristiano auténtico está seguro de que Cristo ha superado todo lo que en nuestro mundo se relaciona de algún modo con el diablo.

J. Navone