LA TEOLOGÍA TRINITARIA CONTEMPORÁNEA
1) La enseñanza del Concilio Vaticano II
2) Doctrina trinitaria de Juan Pablo II
3) La cuestión teológica de la relación entre Trinidad "inmanente"
y Trinidad "económica"
4) Reflexión trinitaria y teología de la cruz
5) Misterio trinitario y espiritualidad cristiana
* * * * *
1 La enseñanza del Concilio Vaticano II
Fundamentalmente el Concilio Vaticano II era un concilio pastoral
y eclesiológico. No trataría, por tanto, el tema dogmático trinitario
directamente. Sin embargo, la concepción de Dios Trino no deja de
ser un punto de referencia de tal importancia que se manifiesta
como "la clave de bóveda" de todo el misterio cristiano, "el origen,
modelo y meta definitiva del Pueblo de Dios", el "humus" vital en el
que surge y se desarrolla la Iglesia. Por eso, de la lectura de los
documentos conciliares pueden extraerse algunas conclusiones
sobre el papel de la doctrina trinitaria en el Concilio:
a) La doctrina de la Trinidad pasa de ser un tratado o un tema,
más o menos aislado, a constituirse en la fuerza generadora e
impulsora de la vida y del dinamismo de toda la Iglesia y de la vida
de los cristianos.
b) El misterio de la Trinidad pasa a ser la luz bajo la cual se va a
desarrollar una nueva antropología. El hombre no solamente recibe,
con el cristianismo, una doctrina, sino una nueva forma de ser, una
nueva naturaleza.
c) La Iglesia se contempla como surgiendo del amor trinitario,
amor del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo.
d) El misterio trinitario se va a tratar en una dimensión salvífica.
No es un misterio especulativo, sino que tiene un significado
salvífico para la humanidad.
e) Se da un tratamiento bíblico del misterio, sin partir
principalmente de las fórmulas trinitarias de la dogmática. Por lo
mismo se evidencia una dimensión dinámica. Más aún, podría
decirse que el misterio de la Trinidad pasa a ser la perspectiva
desde donde se lee la Escritura, y el misterio que la estructura.
f) El Concilio tiene especial cuidado y delicadeza de distinguir las
Personas Trinitarias por la manera de actuar. No trata del tema de
si las acciones son propias o apropiadas a las Personas, pero sí las
distingue. Al Padre se le asigna la Creación, el decreto de
participación de la vida divina, el llamamiento a ser hijos, el envío
del Hijo y del Espíritu Santo, el inicio de la salvación, el hacer
partícipe de la misión del Hijo a María, a los obispos, a los
sacerdotes, religiosos y laicos. El Padre es el término y fin de la
acción de Cristo y del Espíritu.
Al Hijo se le asigna la revelación del Padre y su descubrimiento a
los hombres, de inaugurar su Reino, de rescatar y transformar a los
hombres, de ser su Cabeza, de dar el don del Espíritu, su realeza,
sacerdocio, profetismo; y de conducir a los hombres al Padre.
Al Espíritu Santo se le asignan las acciones propias en la
salvación: produce la unidad y la caridad en la Iglesia y entre los
cristianos de diversas confesiones, hace contemplar y saborear el
plan de Dios, distribuye dones y ministerios en la Iglesia, conduce y
guía al Pueblo de Dios, santifica a los cristianos, ordena por medio
de los obispos el gobierno de la Iglesia, configura con Cristo, hace
testigos.
El cuidado de distinguir, sin separar, la acción de cada Persona
en el plan de la Redención se nota en el empleo de las diversas
preposiciones:
"Consumada la obra que el Padre encomendó al Hijo sobre la
tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de
santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los
fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo
Espíritu". (LG #4)
g) Además de lo que se podría llamar una 'recuperación' de la
Persona del Padre, se da también una mayor atención pneumática
de la Iglesia y de la salvación.
Evidentemente que el Concilio no entra a discutir aspectos
particulares de la doctrina trinitaria, que son de formulación
teológica. No aborda temas que podrían ser polémicos, como por
ejemplo el "filioque", o que entrañan diferencias en las escuelas
teológicas, como, por ejemplo, si el Padre puede manifestarse en la
historia como Persona, si las acciones personales ad extra son
propias o apropiadas, o qué significa el concepto de "persona".
Lo que sí se da en el Concilio es un nuevo espíritu trinitario que
va a dar impulso a un nuevo movimiento teológico en el que la
Trinidad se halla en el centro. Y lo que es más importante: la forma
de concebir la Iglesia a partir de la Trinidad y como familia de la
Trinidad, lleva necesariamente a un acercamiento "indirecto", por
coincidencia de "mentalidad" con las iglesias orientales. De aquí
que surja un esperanzador diálogo sobre lo que une y distancia a la
Iglesia Católica y a las iglesias ortodoxas.
2 Doctrina trinitaria de Juan Pablo II
Un hecho importante y novedoso dentro de la doctrina magisterial
lo constituye la llamada "trilogía trinitaria" de Juan Pablo II (
expresión que él mismo utiliza), compuesta por tres de sus
encíclicas, dedicadas cada una a tratar sobre una de las tres
Personas divinas, a saber: Redemptor hominis (sobre el Hijo), Dives
in misericordia (sobre el Padre), y Dominum et vivificantem (sobre el
Espíritu Santo).
Se trata de tres documentos sucesivos, coordinados, dedicados a
exponer contenidos centrales del misterio trinitario, mostrando la
conexión entre los aspectos ontológicos y económicos presente en
la revelación del misterio de Dios. Puede afirmarse que son tres
ámbitos de reflexión sobre un mismo todo continuo que es la Vida
trinitaria contemplada en sí y en su gratuita donación a los hombres.
Cada uno de esos momentos hace presente la distinción que
-salvada la Unidad divina y de acuerdo con la Revelación-
corresponde a la donación de cada una de las Personas en la
realización histórica del eterno designio de salvación.
La profunda consideración de dicho designio a la luz de la
doctrina de la fe unifica en una sola dirección las perspectivas de
las tres Encíclicas: su objeto es tanto Dios como el hombre, tanto
las Personas divinas como la persona humana creada y elevada
para gozar de la comunión trinitaria. Y así, al tiempo de ofrecer una
altísima enseñanza sobre Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, con
múltiples sugerencias para la teología, se hace también vehículo la
trilogía de una renovada presentación de los contenidos esenciales
de la doctrina antropológica cristiana (característica central, se
podría decir, de todo el magisterio de Juan Pablo II).
La trilogía de Encíclicas trinitarias se sitúa teológicamente dentro
de ese contexto, en el que el misterio de Dios y el misterio del
hombre son contemplados a la par y penetrados racionalmente a la
luz de la misericordiosa acción redentora. La Redención es así
concebida como el marco fundamental en el que se inscribe la
automanifestación divina, y por tanto, como el substrato de toda
reflexión teológica sobre Dios y sobre el hombre.
De acuerdo con esto, la orientación teológica de la trilogía
consiste principalmente en volver la vista sobre el misterio de Dios
para contemplar en su raíz mas profunda el misterio del hombre.
Junto con ofrecer unas bases de pensamiento, plantean también las
tres Encíclicas la necesidad de alcanzar una comprensión renovada
de la doctrina sobre Dios, que desemboque de manera lógica en
una presentación también nueva de la doctrina antropológica
cristiana. En ambas se ha de fundamentar la actividad
evangelizadora de la Iglesia en los años venideros. De hecho, la
finalidad última de la trilogía es la evangelización del mundo
contemporáneo en la que hay que mostrar a Cristo, Redentor del
hombre, anunciar el misterio del Padre y de su amor, y proclamar el
Don del Espíritu Santo. La "Nueva Evangelización" es así, podría
decirse, unas de las conclusiones que se derivan de las tres
Encíclicas.
Dios se ha revelado no solo para que el hombre le conozca como
Trino y Uno, sino para que llegue a participar de su Vida, pues la
Revelación tiene como finalidad la salvación del hombre, que
consiste en una particular comunión con Dios. La comprensión de
que Dios es Salvador, de que el Dios Creador es también un Dios
que salva, permite a la razón creyente penetrar hasta el fondo de su
realidad trascendente, y constituye "la cumbre de la consciencia de
la Iglesia acerca de Dios".
En otras palabras, el misterio trinitario se le plantea a la Iglesia no
solo como la suprema verdad que debe profesar acerca de Dios en
Sí mismo, sino también como la verdad sobre la salvación a la que
Dios llama al hombre: es verdad sobre Dios Padre que engendra
eternamente al Hijo y que, junto con el Hijo, da origen al Espíritu
Santo, y es también verdad sobre el Padre que, por la Encarnación
del Hijo y el Don del Espíritu Santo, realiza en la historia nuestra
salvación.
En la fórmula misterio del Padre, manifestado plenamente en la
encarnación redentora del Hijo, está contenido sintéticamente todo
el conocimiento de la intimidad trinitaria que posee la Iglesia. La
revelación del misterio del Padre en el Hijo es la mostración de que
la vida trinitaria está constituida por relaciones de paternidad y
filiación en una mutua espiración de amor que a ambas se refiere y
de ambas se distingue: la comunión trinitaria es la Unidad de Tres
en el amor y en la donación. En el misterio revelado del Padre nos
ha sido mostrada la profundidad de la íntima Vida divina, y en la
donación del Hijo "propter nos homines et propter nostram salutem"
ha sido mostrado en su plenitud el misterio de su amor por el
hombre. Por eso la reflexión teológica sobre la fe trinitaria - que
comprende inseparablemente el misterio de Dios en sus Personas y
su amorosa donación al hombre- no debe separarse de la reflexión
sobre el hombre. Hemos de conocer al hombre desde Dios y a Dios
desde el hombre, es decir, a ambos en y desde Cristo, en Quien ha
quedado desvelado al mismo tiempo el misterio del Padre (la
Trinidad en la Unidad del Amor) y el misterio de su amor (el misterio
del hombre como hijo amado).
3 La cuestión teológica de la relación entre Trinidad "inmanente"
y Trinidad "económica"
La expresión Trinidad "inmanente" se refiere a la Trinidad en sí
misma considerada y la expresión Trinidad "económica" se refiere a
la Trinidad en cuanto manifestada en la historia (mediante las
misiones divinas). Una misión de una Persona divina es su envío al
mundo por aquella Persona de la que procede eternamente para
comenzar a tener una presencia distinta de la que ya tenía en
cuanto Dios. Las misiones divinas son temporales; es el envío en el
tiempo de Hijo y del Espíritu Santo.
Se observa, por tanto, que hay una profunda unidad entre la
Trinidad "inmanente" y la Trinidad "económica". Ahora bien, esta
perfecta unidad y el hecho de que el Dios inmanente es el mismo
que se ha revelado, no nos puede llevar a afirmar como cierto el
famoso axioma de K. Rahner que dice: "La Trinidad "económica" es
la Trinidad "inmanente" y a la inversa".
Sobre este axioma hay que decir que la primera parte ("La
Trinidad "económica es la Trinidad "inmanente") es cierta, es una
verdad de fe. Conocemos a Dios en cuanto se ha manifestado en la
historia.
El problema es la segunda parte que afirma que "la Trinidad
"inmanente" es la Trinidad "económica". Esto no pertenece a la fe,
nunca ha sido enseñado por la Iglesia. Implicaría que la
manifestación de Dios en el mundo sería por necesidad, cosa que
está en contra de lo expresado por la Iglesia (IV Letrán, CV I, etc.).
También hay que añadir que el Verbo eterno viene a la tierra en un
estado de "kénosis" (Kenosis) o "abajamiento" e incluso muere. Hay
algo en la Trinidad "económica" que no es exactamente lo que
habría sin la revelación en la historia.
4 Reflexión trinitaria y teología de la cruz
La muerte de Cristo manifiesta y confirma en su concreción de
acontecimiento histórico cuanto Dios ha revelado a los hombres y, a
su vez, la Palabra revelada proclama el misterio contenido en la
muerte de Jesús. En la historia de la salvación, "palabras y gestos"
divinos son inseparables. La teología de la cruz, si quiere ser
teología, ha de enmarcarse dentro de esta ley universal de la
economía de la Revelación. La producción literaria reciente muestra
la importancia de reconocer este principio elemental. Desgajada de
la historia de Jesús de Nazareth, la cruz aparece, en algunos
autores, reducida a mero símbolo, o a vago mensaje interpelante
sin importar la persona que interpela; a símbolo dócil para servir a
cualquier ideología. La teología debe dar a la cruz todo su peso
histórico y, al mismo tiempo, debe adentrarse en su misterio sin
intentar dar a lo acontecido otro sentido que el que Dios reveló de
una vez para siempre.
Se trata, en una palabra, de si la cruz de Cristo -en toda su
riqueza de hecho pleno de sentido divino- señorea la teología, o si,
viceversa, es el peculiar punto de partida filosófico o cultural del que
arranca el teólogo el que intenta interpretar y transferir su propio
sentido a la cruz, prescindiendo de las palabras reveladas que
proclaman las obras de Dios y esclarecen el misterio contenido en
ellas. En este sentido, una verdadera teología de la cruz ha de ser
antes una teología enseñoreada por la cruz, es decir, que no solo
hable de la cruz, sino cuyo discurso sea fiel exposición del misterio;
una teología que no desvirtúa la cruz de Cristo, porque no se deja
llevar por "sabia dialéctica, sino que está poseída por el misterio de
Cristo en toda su integridad. Una teología que no se gloría en otra
cosa sino en la cruz de Cristo y que, por tanto, vive intensamente
ambas partes del binomio agustiniano: "intellege ut credas; crede ut
intellegas".
La "theologia crucis" en su origen es expresión acuñada por
Lutero y es definida en contraposición a la "theologia glorie". Lutero
llama "theologia glorie" a la teología mística y a la teología
especulativa. "Theologia crucis" llama a un quehacer enmarcado
por estas dos líneas: incompatibilidad entre conocimiento natural y
sobrenatural, por una parte, y total alteridad de Dios con respecto al
mundo por otra. Esta alteridad conlleva, como consecuencia, que se
presente la fe tanto mas pura cuanto mas absurda parezca al
sentido común, y que se diga que la justicia de Dios es tanto mas
justa cuanto mas injusta aparezca. Eso explica que la cruz, a la vez
suplicio y trono de gloria, sea considerada por Lutero
unilateralmente como desgarramiento, y que presente a Cristo como
aplastado por la ira del Padre hacia El, padeciendo auténticamente,
en sustitución meramente legal, los tormentos del infierno.
La teología de la cruz tiene en numerosas publicaciones recientes
una evidente tendencia a posiciones distintas de las de Lutero,
conservando, en cambio, las coordenadas en que nació. Según la
descripción de H. G. Link (Problemas actuales de una teología de la
cruz), la cuestión del lugar que corresponde a la cruz respecto a
Dios mismo constituye el problema principal de una cristología
estaurocéntrica. Se trata de ver si aquel acontecimiento, dice, tiene
para Dios una importancia constituyente o solo revelante.
Con matices variados en lo accidental según los diversos autores,
se trata, en definitiva, de considerar la cruz en el seno mismo del
Dios Trino. Según apreciación de J. Moltmann (Ecumenismo bajo la
cruz), en la teología evangélica de la cruz, "se llega a una
comprensión mas rica y profunda de la pasión trinitaria de Dios".
Esta "comprensión mas rica" consiste en que "el Padre sacrifica al
Hijo de su amor eterno para convertirse en Dios y Padre que se
sacrifica. El hijo es entregado a la muerte y al infierno para
convertirse en Señor de vivos y muertos". Estas frases evocan, por
una parte, a Lutero con la concepción de que el Hijo padece en la
cruz tormentos de infierno, pero por otra están insinuando una
nueva forma de patripasionismo: el Padre se convierte en "Dios y
Padre que se sacrifica". "En la noche del Gólgota -escribe
Moltmann-, Dios realiza la experiencia del dolor, de la muerte, del
infierno en sí mismo". No se trata, dirá, de la muerte de Dios, sino
de la muerte en Dios. Colocar la cruz en el seno de la Trinidad
implica entender que Dios sufre en su naturaleza divina, y no solo
que el Hijo experimenta la muerte en su naturaleza humana. En
cierto sentido, la cruz se entiende como momento constituyente de
la Trinidad misma; como lo que distingue y constituye las Persona
en su recíproca relación. En la cruz se mostrará el "pathos" de ese
Dios trinitario, por el que el Padre sufre la separación del Hijo, el
Hijo sufre el abandono del Padre, y el Espíritu es el amor crucificado
en esa muerte, de donde vuelve a manar la vida para el mundo.
Moltmann, concibe la teología como esencialmente polémica,
dialéctica, crítica y antitética. Utiliza un recurso hegelianizante donde
la cruz es presentada como suceso interno a la Trinidad, que por
ello mismo, es concebida como Absoluto cuya vida se desarrolla
como historia y, ciertamente, en un proceso dialéctico de abandono
y recuperación de sí mismo. "La Trinidad - afirma- deja de ser así
un círculo cerrado en el cielo para abrirse con claridad como
proceso escatológico".
En esta versión de la "theologia crucis", en la que utilizando la
cruz como pretexto se presenta a la Divinidad como gigantesco
proceso dialéctico del que la historia humana es a la vez realización
y reflejo - el dolor humano sería dolor de Dios-, emergen las
variadas teologías kenóticas que tuvieron su esplendor en el siglo
XIX. Allí la kénosis viene referida al Verbo en el acto de encarnarse
y es entendida como "autolimitación de su ser divino", aunque esta
autolimitación sea interpretada de forma diversa por cada uno de
los diversos autores.
5 Misterio trinitario y espiritualidad cristiana
Toda la vida cristiana se edifica sobre un hecho fundamental:
Dios se nos ha dado y nos invita a responder a su donación. Dios,
Uno y Trino, nos crea, nos eleva al orden sobrenatural y nos lleva a
la santidad, es decir, a conocer y participar de su vida trinitaria; esto
no simplemente como algo de futuro sino como algo que comienza
ya en la tierra con la infusión de la gracia santificante en el alma,
infusión a la que Santo Tomás llama "nueva creación".
La criatura elevada al orden sobrenatural, revestida por el don de
la gracia que la asemeja a Dios, recibe en lo más profundo de su
ser una disposición estable, como una nueva naturaleza, que le
permite ser sujeto de acciones sobrenaturales. En virtud de ella se
da una especial presencia de Dios en el hombre, a la que la
teología llama "inhabitación", por la que el hombre pasa a ser
verdaderamente semejante a Dios y puede tratar con cada una de
las tres Personas divinas individualmente (cosa que de hecho no
puede hacer el hombre que no está en gracia). El hombre elevado
por la gracia conoce y ama a Dios de modo semejante a como ƒl se
conoce y ama a Sí mismo. Lo que caracteriza esa inhabitación es
que Dios Trino no solamente está en nosotros sino que se da a
nosotros para que podamos gozarle. ƒl es el principio mismo de
nuestra vida interior, la causa eficiente y ejemplar de ella.
La vida espiritual aparece así en su auténtica dimensión: como el
esfuerzo personal por ser consecuentes con la acción de Dios Trino
en nosotros. Vida que pide docilidad al Esp. Sto., espíritu de oración
y filiación, y aceptación positiva y alegre de la Cruz de Cristo. Los
actos del cristiano tienen su más profundo valor en que
verdaderamente conducen por Dios a ƒl mismo; de que están
vivificados e impulsados por el Esp. Sto. y tienden a la semejanza
con Cristo; de que, en definitiva, nacen y acaban en un encuentro
personal con nuestro Padre Dios.
Cuando se guarda dentro de sí tesoro de tanto precio como la
Santísima Trinidad, es menester pensar en ello con frecuencia; de
esta consideración nacen tres afectos principales:
A. La adoración - ¿Cómo no dar gloria, bendecir y hacer acciones
de gracias al huésped divino que hace de nuestra alma un
verdadero santuario?
B. El amor - Dios, a pesar de su infinitud, baja hasta nosotros
como el más amoroso padre hasta su hijo, ¿cómo no corresponder
a su amor? Este amor será penitente, agradecido, de amistad y
generoso.
C. La imitación - El amor nos llevará a la imitación de la Santísima
Trinidad, según cabe a nuestra flaqueza.