AHORA NOS QUEDA SU ESPÍRITU
Cuando Pablo preguntó a los efesios si habían recibido el
Espíritu Santo, obtuvo una respuesta que podrían suscribir gran
parte de los cristianos actuales: "No hemos oído decir siquiera que
exista el Espíritu Santo" (/Hch/19/02).
Para el pueblo sencillo, hasta hace muy pocos años, la
culminación del año litúrgico era el Viernes Santo; allí terminaba
todo. Hoy se va descubriendo poco a poco la Vigilia Pascual. Pero
aún falta por descubrir Pentecostés. De nada nos habría servido la
muerte y resurrección de Cristo si no llega a nosotros su fruto, el
Espíritu Santo, del que, como vimos en el capítulo anterior,
depende la salvación.
Albergamos la esperanza de que, si lográramos hacer ver al
lector que el Espíritu Santo forma parte de su experiencia diaria, al
terminar de leer este capítulo no podrá menos que caer de rodillas
en una oración de acción de gracias.
Como decía san Cirilo de Jerusalén en su catequesis sobre el
Espíritu Santo, sólo "intentaremos ahora ofrecer como reflexión,
igual que de un prado grande, un ramillete de flores" 1.
Antiguo Testamento:
El Espíritu Santo con cuentagotas
El Espíritu Santo fue un descubrimiento que el pueblo del
Antiguo Testamento hizo penosamente y de forma muy
fragmentaria, lo que resulta explicable porque antes de Cristo
también su presencia fue limitada. No obstante, a partir de la vuelta
del exilio, se le empieza a ver dinamizando a las grandes figuras de
la historia de la salvación, especialmente a los profetas ("habló por
los profetas", como decimos nosotros en el Credo; cfr. 1 Pe 1. 11 y
2 Pe 1, 20):
"He aquí mi siervo a quien yo sostengo,
mi elegido en quien se complace mi alma.
He puesto mi Espíritu sobre él" (Ts 42, 1).
"El Espíritu del Señor Yahveh está sobre mí.
por cuanto me ha ungido Yahveh.
A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado,
a vendar los corazones rotos" (Is ó1, 1).
Pero siempre se trataba de figuras aisladas; el pueblo
permanecía sin Espíritu. E incluso los que lo recibían era siempre
de forma transitoria, únicamente mientras duraba la misión para la
que eran elegidos. Los Santos Padres solían decir que, en los
profetas y en los hombres de oración que escribieron los salmos, el
Espíritu Santo se ejercitaba en convivir con los hombres.
Tras la muerte del último profeta se hizo opinión común entre los
rabinos que incluso esa presencia tan limitada desapareció (por
eso el Canon de Jamnia fijado hacia el año 100 a. C., rechazó
como no inspirados todos los escritos posteriores a Daniel). Pero
se esperaba que en los tiempos mesiánicos el Espíritu Santo se
derramaría sobre todo el pueblo, haciendo de él un pueblo de
profetas:
"Sucederá después de esto
que yo derramaré mi Espíritu en toda carne.
Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán,
vuestros ancianos soñarán sueños,
y vuestros jóvenes verán visiones.
Hasta en los siervos y en las siervas
derramaré mi Espíritu en aquellos días"
(Jl 3, 1-2; cfr. Ez 36, 26 y 37, 5).
Cristo, Señor del Espíritu
Después de siglos de ausencia, volvemos a encontrar al Espíritu
Santo descendiendo sobre Jesús el día de su bautismo (Mt 3, 16 y
par.), pero no para encomendarle una misión concreta, y mientras
durara esa misión, como pasaba con los antiguos profetas, sino de
una manera estable.
Eso no se había atrevido a esperarlo nadie. El judío Filón de
Alejandría sabía que "es posible al Espíritu de Dios establecerse
en el alma, pero le es imposible establecerse de manera
duradera",2 porque entonces habría hecho del hombre un Dios 3.
A la luz de estas ideas debemos comprender lo que supone que
a Jesús "baja el Espíritu y se queda sobre él" (Jn 1, 33). Como
afirma E. Schweizer, Cristo no fue un profeta más poseído por el
Espíritu, sino el "Señor del Espíritu".4
Los cuatro evangelios parecen coincidir en que, durante el
tiempo prepascual, solamente Jesús poseía el Espíritu. Así en Jn 7,
39 se dice sin lugar a equívocos: "Aún no había Espíritu, pues
todavía Jesús no había sido glorificado."
Según la representación de san Lucas, el Espíritu fue
"derramado sobre los discípulos el día de Pentecostés (Hech 2,
1-4). Para Juan, en cambio, esto ocurre el mismo día de la Pascua
(Jn 20,22), e incluso en el momento de la muerte: "Cuando Jesús
tomó el vinagre, dijo: 'Todo está cumplido'. E inclinando la cabeza
entregó el Espíritu" (Jn 19, 30).
MP/MU/RS/PENT: No debemos ver una contradicción en tales
datos hoy sabemos que la resurrección, ascensión y pentecostés
deben considerarse como el desdoblamiento pedagógico de un
único acontecimiento que tuvo lugar en el mismo momento de la
muerte. Con esa convicción quiere la Iglesia que se viva el tiempo
pascual:
"Los cincuenta días que median entre el domingo de
Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se han de celebrar
con alegría y júbilo, como si se tratara de un solo y único día
festivo, como un gran domingo."5
San Hipólito emplea una imagen muy bonita: Igual que cuando se
rompe un frasco de perfume, su olor se difunde por todas partes, al
"romperse" el Cuerpo de Cristo en la cruz, su Espíritu, que mientras
estuvo vivo había poseído en exclusiva, se derramó en los
corazones de todos 6.
Por eso había dicho Jesús:
"Os conviene que yo me vaya;
porque, si no me voy,
no vendrá a vosotros el Paráclito;
pero si me voy, os lo enviaré" (Jn 1ó, 7).
El Espíritu Santo aparece así como el "Sustituto" del Jesús
ausente. O, mejor todavía, la misma inmediatez de su presencia.
San Pablo parece que casi llega a identificar al Señor Resucitado
con el Espíritu (aunque también distingue entre ellos: 2 Cor 13,
13):
"El último Adán (Cristo), (fue hecho) Espíritu que da vida" (1 Cor
15, 45).
"El Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allá
está la libertad" (2 Cor 3, 17).
La difusión del Espíritu que tiene lugar tras la muerte de Cristo
es interpretada por Pedro (Hech 2, 16-21) como el cumplimiento de
la promesa de Joel 3.
Quiero ver la cara de Dios
Los hombres, desde el místico más elevado hasta los hippies,
tenemos un deseo: Ver la cara de Dios ', pero "a Dios nadie le ha
visto nunca" (1 Jn 4, 12); no tiene voz ni rostro (Jn 5, 37) y "habita
en una luz inaccesible" (1 Tim 6, 16).
Sin embargo, Dios Padre actúa en el mundo mediante dos
"manos": El Hijo y el Espíritu Santo 8.
El Padre envió a su Hijo al mundo. Hoy tampoco podemos ver ya
al Hijo -el hombre Jesús de Nazaret-, ni oírlo, ni tocarlo, porque
como tal ha partido ya de entre nosotros. Pero el Espíritu que envió
el Padre sobre el Hijo, es lo que nos ha quedado tras su muerte. Y
ese Espíritu ya no es sólo el Espíritu del Padre, sino también el del
Hijo (cfr. Rom 8, 9), ¡hasta tal punto se hizo una sola cosa con
Jesús!
La segunda generación de cristianos -la de san Pablo-, que no
había convivido físicamente con Jesús, no se considerará inferior a
la primera. Pablo afirma que más importante que conocer "a Cristo
según la carne" (2 Cor 5, 16) es poder decir "ya no vivo yo, sino
que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20), puesto que tengo su
mismo Espíritu. En el Espíritu nos hacemos contemporáneos de
Cristo, y viendo en el Espíritu al Hijo, vemos también al Padre: "El
que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 9).
Es decir, que "el Espíritu nos muestra al Verbo (...) que nos
conduce y lleva a su vez hasta el Padre" 9. Los Padres Griegos
ilustraban su idea de la Trinidad con tres estrellas, pero no
formando triángulo, como los Latinos sino una tras otra. La primera
estrella (el Padre), presta su luz a la segunda (el Hijo, "luz de luz",
como decimos en el Credo), y luego a la tercera (el Espíritu Santo,
"que procede del Padre y del Hijo"), de manera que para el ojo
humano las tres estrellas aparecen como una sola.
San Basilio resume felizmente cómo se relaciona Dios con el
hombre y el hombre con Dios:
"El camino que conduce al conocimiento de Dios es a partir del
único Espíritu, por medio del único Hijo, hasta el único Padre. Por
el contrario, la bondad divina recircula del Padre, por el Hijo, al
Espíritu" 10 hasta llegar a nosotros.
Los primeros oracionales cristianos invocaban siempre "al" Padre
"por" el Hijo "en" el Espíritu Santo, fórmula mucho más precisa que
la yuxtaposición que surgió de la polémica antiarriana: "Gloria al
Padre y al Hijo y aI Espíritu Santo."
Más interior que lo mas íntimo mío
Después de todo lo anterior podemos explicitar las diferencias
entre la acción de las dos "manos" de Dios:
1. La misión del Hijo fue protagonizada por un individuo humano
absolutamente único: Jesús de Nazaret. La del Espíritu abarca a
todos los individuos y recorre la Iglesia entera.
ES/FUNCION: Por habernos olvidado de la acción del Espíritu
pensábamos que la historia de la salvación terminaba en Cristo.
Los apóstoles, en cambio, cuando Cristo ascendió a los cielos,
dejaron de mirar a las nubes por donde desaparecía el Hijo de Dios
para mirar a la tierra, donde había de manifestarse el Espíritu
Santo (Hech 1, 10-11). La historia de la salvación continuaba
adelante.
Podríamos entender esta acción del Espíritu pensando en la
necesidad que tiene el cuerpo de una irrigación constante de la
sangre para que la vida no se apague. Pues bien. la irrigación
constante de la sangre es a la vida del cuerpo lo que la acción
vivificadora del Espíritu es a la historia de la salvación.
2. El Hijo, si exceptuamos a Jesús de Nazaret, actuaba desde
fuera de los individuos. El Espíritu Santo desde dentro:
"Vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en
vosotros" (I Cor 6, 19; cfr. 3, 16 y 2 Cor 6, 16).
"El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5, 5; cfr. 2 Cor 1,
22).
Un hombre sólo puede impulsar y hablar desde fuera a otro
hombre. El Espíritu, en cambio, nos dinamiza desde dentro y nos
habla en la propia conciencia. Es "más interior que lo más íntimo
mío" 11
En la Biblia nunca se describe al Espíritu Santo como un sujeto
que obre por sí mismo, al margen de los hombres, sino que en la
medida que consolamos a alguien, experimentamos al Consolador;
en la medida en que ayudamos a otro, experimentamos al
Asistente; en la medida en que defendemos a alguien
experimentamos al Abogado (Jn 14, 16; 14, 26: 15, 26; 16, 7). El
símbolo del viento 12 expresa muy bien la naturaleza de la acción
del Espíritu: Muy real, pero invisible y sólo perceptible a través de
aquello que es movido por él.
Precisamente por actuar desde dentro, su acción puede
confundirse con los dinamismos psicológicos ordinarios; y así le
ocurre al no creyente. El cristiano, en cambio, reflexionando sobre
la historia ya realizada, hace el descubrimiento de santa Teresa:
Estaba yo "toda engolfada en él" 13.
El día que tomamos conciencia de estar habitados por Dios es
como si naciéramos de nuevo. ¡Qué razón tenía Unamuno cuando,
citando al P. Faber, escribía que "una nueva idea de Dios es como
un nuevo nacimiento" 14 !
El inefable cura rural de Bernanos, cuando rememora la
conversión súbita de la marquesa, exclama:
"Es maravilloso que podamos hacer presente lo que nosotros ni
siquiera poseemos... ¡Oh, dulce milagro de nuestras manos
vacías!" 15
Pero también constata que únicamente Jesús es Señor del
Espíritu; nosotros no podemos disponer de él a nuestro antojo.
Ante el médico enfermo que se drogaba, escribe:
"Aguardé que Dios me inspirara una palabra, una palabra de
sacerdote. Hubiera pagado aquella palabra con lo que me quedaba
de vida... Pero la palabra no acudió a mi mente."
Sin embargo, quien ha tomado conciencia de la acción del
Espíritu Santo en su vida no puede menos de exclamar: "¡Qué más
da! Todo es ya gracia.'' 16
Pentecostés es la democratización de la encarnación
Todo lo anterior nos debe hacer pensar que la llegada del
Segundo Enviado (Pentecostés) no tiene menos importancia que la
llegada del Primero (Encarnación). Podríamos entender
Pentecostés como la democratización de la Encarnación: "Por la
participación del Espíritu todos nos religamos a la Divinidad." 17
¡Qué razón llevaba Jesús cuando afirmaba: "Os conviene que yo
me vaya; porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito"
(Jn 16, 7)!
¡Y qué bien entendió el Evangelio san Serafín de Sarov cuando
escribía: "La verdadera meta de la vida cristiana consiste en
asegurarse la posesión del Espíritu Santo."! 18
Naturalmente, sólo en sentido figurado podemos decir que
Pentecostés es la democratización de la encarnación. Jesús y
nosotros no somos hijos de Dios de la misma manera:
-Nosotros somos hijos adoptivos; adoptados por Dios al darnos
su Espíritu, al que, por cierto, a menudo se llama "Espíritu de
adopción" (Rom 8, 14-17; Gal 4, 5-ó). Eso supera con mucho la
noción estrictamente jurídica de adopción. En una frase audaz, 1
Jn 3, 9 llama al Espíritu Santo sperma tou Theou (simiente de
Dios).
-En cambio Jesús es hijo engendrado, como proclama el Credo
nicenoconstantinopolitano, porque es de la misma naturaleza del
Padre.
Precisamente el adopcionismo es una herejía que pretende
reducir la divinidad de Cristo a la nuestra.
Empezábamos este capítulo diciendo que si lográramos asimilar
que el Espíritu Santo forma parte de nuestra experiencia diaria, no
podríamos menos que caer de rodillas en oración agradecida.
Nuestro asombro debería ser como el de san Juan cuando
afirmaba:
"Mirad qué amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos Hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios
y aún no se ha manifestado lo que seremos
Sabemos que cuando se manifieste,
seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3, 1-2).
¡Y es verdad! Todavía falta más: Pentecostés nos ha dado
solamente las "arras", las "primicias" del Espíritu La plenitud
todavía se halla por venir (cfr. Rom 8, 23; 2 Cor 1, 22). Como dice
Ireneo de Lyon:: "ahora hemos recibido una parte del Espíritu
Santo para habituarnos poco a poco a tomar y a llevar a Dios" 19.
Espíritu y liberación
También la liberación intramundana tiene su origen en el Espíritu
Santo Es interesante ver su acción en los Jueces de Israel: El
Espíritu del Señor vino sobre Otniel (Jue 3, 10), Gedeón (6, 34),
Jefté (11, 29), Saúl (1 Sam 11, 6), David (16, 13), etc., etc.
El Tercer Isaías es consciente de haber recibido el Espíritu de
Dios para una tarea de liberación:
"El Espíritu del Señor Yahveh está sobre mí,
por cuanto me ha ungido Yahveh.
Me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres,
a vendar los corazones rotos,
a pregonar a los cautivos la liberación
y a los reclusos la libertad..."
(Is 61, 1; cfr. Lc 4, 18-19).
Sobre el Mesías afirmaba el Primer Isaías que "reposará el
Espíritu de Yahveh" para que haga justicia a los débiles (Is 11,
2-5).
El "pecado contra el Espíritu Santo" que "no tendrá perdón
nunca" (Mc 3, 29) consistió en atribuir la obra liberadora de Cristo
a un "espíritu inmundo (Satanás)" (Mc 3, 22 y 30) y no a Dios. Pues
bien, ese "pecado contra el Espíritu Santo" podemos estar
cometiéndolo hoy siempre que criticamos una auténtica obra de
promoción humana por el mero hecho de que sus promotores
profesan una ideología materialista: "Lo imperdonable es usar de la
teología para hacer algo odioso de la liberación de un hombre. El
pecado contra el Espíritu Santo es no reconocer con alegría
'teológica' una liberación concreta que ocurre ante los ojos." 20
El Vaticano II, tras describir con complacencia el progresivo
desarrollo del orden social y de los derechos humanos -gestado no
pocas veces fuera de la Iglesia- no teme afirmar:
"El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso
de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta
evolución."21
LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL
ESTA ES NUESTRA FE
TEOLOGIA PARA
UNIVERSITARIOS
Sal Terrae, Santander-1985. Págs.
89-99
....................
1 SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis sobre el Espíritu Santo, 18,
20.
2 FILóN DE ALEJANDRÍA, De gigantibus, 28; Ed. du Cerfs París, 1963. p.
46, cfr. núm. 53 (p. 46) y Quis rerum divinarum, 265; Ed. du Cerf, París, 1966,
p. 298.
3 FILóN DE ALEJANDRÍA, De gigantibus, 19; .ed. cit., p. 30.
4 E. SHWEIZER, Pneuma: Theologisches Wörterbuch zum NT 6 (1965)
402.
5 Normas universales sobre el calendario núm 22.
6 SAN HIPOLITO, Comentario al Cantar de los Cantares. 13 1.
7 Quiero ver la cara de Dios es el título de un libro de MICHEL LANCELOT
sobre la vida, muerte y resurrección de los hippies (Ibérico Europea de
Ediciones. Madrid, 1969).
8 La imagen de las "manos" es de SAN IRENEO: Adversus haereses lib.
5. cap. 1. núm 3 y cap. 16, núm. 1; PG 7, 1123 y 1167. Pero la repiten otros
Padres: SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 19 in Evang. PL 76, 1154-1155;
ANSELMO DE HAVELBERG, Diálogos; prólogo y lib. l.c. 2.
9 SAN IRENE0, Demostración de la enseñanza apostólica, 7
10 SAN BASILIO. Sobre el Espíritu Santo, 18, 47; PG 32, 154 B.
11 SAN AGUSTÍN, Las confesiones, lib. 3. cap. 6. núm. 11: en Obras de san
Agustín. BAC, Madrid, 5ª ed. 1968, t. 2, p. 142.
12 En las dos lenguas de la Biblia -hebreo y griego- la palabra que
traducimos por Espíritu (Santo) significa también "viento": rüah y pneuma
13 SANTA TERESA DE JESÚS, Libro de la Vida. cap. 10. núm. 1: en Obras
completas, BAC, Madrid. 4ª ed.. 1974, p. 55
14 MIGUEL DE UNAMUNO, Diario íntimo, cuaderno 1; en Obras completas,
Escélicer, Madrid, 1966, t. 8, p. 784.
15 GEORGES BERNANOS, Diario de un cura rural, en Obras completas,
Luis de Caralt, t. 1. Barcelona, 1959, p. 193.
16 GEORGES BERNANOS, o.c., pp. 298 y 323
17 SAN ATANASIO, Discursos contra los arrianos 3, 24.
18 SAN SERAFIN DE SAROV, Coloquio con N. A. Motovilov, en
Espiritualidad rusa, Rialp, Madrid, 1965, p. 22.
19 SAN IRENEO, Adversus haereses, 5, 8; PG 7, 1141-1142.
20 JUAN LUIS SEGUNDO, Capitalismo-Socialismo, "crux theologica":
Concilium 96 (1974) 418.
21 VATICAN0 II, Gaudium et spes, 26