RIQUEZA - TEXTOS

 

1.
Carta del Arzobispo


Uso y abuso del dinero
El dinero fue en su origen, y sigue siéndolo hoy en todas sus 
versiones, un invento genial. Sustituyó el trueque de la gallina por un 
cesto de legumbres, de la piel de un cordero por el hacha de sílex. 
Tasado todo eso en monedas, billetes, cheques al portador o visas 
oro, el dinero simplifica, facilita el comercio a todos los niveles, el 
progreso y el bienestar. Simboliza también -y esto ya no es tan bonito- 
el conjunto de los bienes materiales, la opulencia y el poder, para lo 
bueno y para lo malo. Se merece, en infinitos casos, el viejo estribillo 
de la canción andaluza: "mardito parné".
Vamos con su lado bueno. Recordemos el salario del obrero o del 
modesto profesor, la hucha ilusionada del niño, el regalo de los 
novios, el pago del último plazo del piso o del coche, el pellizco de la 
lotería, que viene a sanear de deudas el presupuesto familiar. Dinero 
para alimentar y vestir a los hijos, para su educación a un nivel 
razonable y para casarlos con decoro. Recursos obtenidos del trabajo 
constante y abnegado de los dos cónyuges; de los primeros sueldos 
de la hija o del hijo mayor. Sudor de la frente, alegría de los frutos. 
Todo ganado a pulso, disfrutado en compañía. Dinero, el más 
sagrado, compartido con familiares pobres, en ayudas solidarias a la 
Iglesia y a los pobres.
El Evangelio no nos obliga, sino todo lo contrario, a combatir o 
rechazar lo que hoy se denomina, en Europa y en América, la 
sociedad del bienestar: trabajo, vivienda, cultura, sanidad, libertades, 
pensión decorosa en la jubilación. Lo que pasa es que un tal nivel de 
vida para toda la población exige trabajo, austeridad y buena 
administración en las familias, en las empresas, en los municipios, en 
los organismos del Estado. Hasta ahora casi nunca se han logrado a 
satisfacción tales resultados. Crece, sí, el bienestar de muchos; el de 
la mayoría tal vez. Pero se generan, a la vista está, legiones de 
parados, bolsas humillantes de pobreza. Mientras tanto los 
acomodados no se quedan en eso; sino que se despegan de allí 
hacia la opulencia los más listos, los más laboriosos o los menos 
escrupulosos.
Ellos, cada vez más ricos; y los de abajo cada día más pobres o, 
por lo menos, más distantes de los primeros. El dinero puede 
aproximar, equilibrar los desniveles sociales. Pero, dejado a su antojo, 
empuja a unos y precipita a otros¡Economía social de mercado! Eso 
suena muy bonito. Pero, ¿lo es en realidad? No hay Maastricht que 
valga -y yo soy partidario- si no se desemboca en una Europa, una 
España y una Extremadura, cada vez más justas y solidarias. ¿Cómo? 
Con una mentalización orientada a la solidaridad y con una justicia 
distributiva aplicada férreamente por las leyes democráticas.

¿Un derroche caritativo?
Existe una trampa en el ambiente, de la que me ha costado 
bastante escapar, dándole vueltas en mi cabeza. Verán. Se nos 
exhorta ahora por todas partes, como si se tratara de un consejo 
religioso, a incrementar a toda costa el consumismo. Y con el 
siguiente argumento: Si no se consume, no se produce; si no se 
produce, no se trabaja; llegamos así al paro y, con éste, a la pobreza 
total, o a una carga inmensa sobre la economía del país. ¡A consumir 
se ha dicho! ¡Cuanto más consumas y gastes, más caritativo serás! ¿ 
? A esos argumentos, tan irreprochables en apariencia, hay que 
replicarles, a mi juicio, con un distingo bastante esclarecedor. Valga lo 
del consumo para reducir el paro. Pero, el consumo, ¿de 
quiénes?¿de los que derrochan fortunas en casinos, cruceros, 
superrestaurantes y acaso en orgías? Me planteo, un poco en broma, 
que si cien pobres consumen cien platos de un alimento básico, ¿no 
generan tanta o mayor producción, tanto o más trabajo, como el de un 
potentado que hiciera un gasto parecido en productos de superlujo 
para su consumo personal? El despilfarro escandaloso no está 
justificado ni tan siquiera por motivos económicos y sociales. 
Ayúdenles a los pobres a consumir, si quieren conseguir a un tiempo 
justicia y desarrollo.

Ganarlo, gastarlo y darlo
Me salgo de estos berengenales para volver al uso del dinero, del 
que llevo dicho que tiene su justificación en una sociedad de 
bienestar y, por supuesto, resulta aun más indispensable en personas 
y familias de niveles sociales más precarios. Sean cuales fueren las 
condiciones económicas de un ciudadano o ciudadana, su manera de 
tratar el dinero será siempre un test muy seguro de su madurez 
personal y, no digamos, de su sensibilidad cristiana. El modo de 
ganarlo, de gastarlo o de darlo nos proporciona la radiografía 
profunda de cualquier personalidad. Gentes hay que viven para el 
dinero, en todas las clases sociales. No les hablen de otra cosa, que 
les trae sin cuidado. Son los ludópatas, los pendientes noche y día del 
cupón y de la loto, de la quiniela y del bingo. Y, a mayor escala, los 
que sueñan el negocio fácil, la especulación fantástica, la ocasión del 
pelotazo.
Pues, aunque les suene a anticuado, nada hay tan gratificante ni 
tan decoroso, como ganarse el pan con el sudor de la frente. Obtener 
los recursos, para sí y para la familia, al precio de un rendimiento 
riguroso. En el campo, en la cocina, an la tienda, en la cátedra, en el 
despacho parroquial, en el Parlamento autonómico. Aún así, el 
talento, el esfuerzo, los apoyos de otros y el factor suerte, que tienen 
también lecturas providenciales, son determinantes de que las 
diferencias de ingresos sean llamativamente diferentes, entre diversas 
personas y familias.
Desde el punto de vista moral, a los pobres que sepan 
administrarse no hay que darles consejos piadosos. Ellos suelen 
darnos ejemplos admirables de armonía familiar, de sacrificio 
recíproco, de agradecimiento a Dios, de disfrutar de lo pequeño. 
Ahora bien, supuestas las escalas sociales, las gentes más 
acomodadas y las que pueden llamarse ricas, tienen oportunidades 
de un mayor desarrollo cultural, de otros espacios de relaciones 
humanas y de una cierta cultura del ocio, junto al desprendimiento de 
bienes en aras de la solidaridad.

El becerro de oro
Partiendo del Evangelio, a quien más se le da, más se le pide. 
Quienes optan por la cultura del tener, y nada o poco por la del ser o 
la del compartir, no entenderán este lenguaje. En cambio, se va 
incrementando el número de cristianos que agradecen a Dios su 
bienestar, y que sienten sobre su conciencia el drama de los pobres; 
que ofrecen sus personas y aportan sus recursos a los grandes 
proyectos de la solidaridad.
Ahondando en el Evangelio, todo creyente auténtico sabe muy bien 
que, como seguidor de Jesús, no puede servir a dos señores, a Dios y 
al dinero, porque donde está su tesoro allí estará también su corazón. 
Casi todo el mundo, incluídos no pocos cristianos, seguimos, no 
obstante, adorando al becerro de oro. De un lado, Jesús incluyó en el 
Padrenuestro la petición del pan diario. De otro, nos exhortó a poner 
la confianza en el Padre y salirnos de los afanes neuróticos por 
acumular bienes para mañana. La conversión auténtica, la fidelidad 
cristiana pasan por ahí. El que pueda entenderlo que lo entienda. 
¡Señor, aumenta mi fe! 

ANTONIO MONTERO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 211 - Año V - 1 de junio de 1997

_________________________________________________

2. USURA/PRESTAMO 
El Papa pide a los cristianos que luchen contra la usura

Se estudia la posibilidad de escribir una encíclica sobre el uso del dinero

"Sé que la usura es un fenómeno preocupante, que, por desgracia, 
se ha difundido en muchas ciudades y presenta repercusiónes 
dramáticas para las familias que quedan involucradas en sus redes". 
Juan Pablo II saludó con estas exigentes palabras a los miembros del 
Comité Nacional Italiano de las Fundaciones de Lucha contra la Usura 
durante la habitual audiencia general de los miércoles.
El problema de los préstamos ilegales que han inducido 
últimamente a muchos italianos al suicidio se ha convertido en una 
fuente de honda preocupación para la Iglesia y el Papa. Es necesario 
unir las energías para "desterrar un sistema tan injusto, que interpela 
de manera apremiante a las comunidades civiles y eclesiales", 
continuó diciendo el Papa.
El Santo Padre utilizó calificativos terribles para sensibilizar las 
conciencias sobre el drama de la usura: se refirió a él como a un 
"despiadado abuso de la necesidad de los demás" y a una "terrible 
plaga social". El aumento de las redes de financiación ilegal, que 
imponen intereses altísimos, ha llevado a la Iglesia italiana no sólo a 
crear fondos de préstamo solidario, que permita a las familias 
deshacerse de las garras de los usureros, sino incluso a pensar en la 
necesidad de escribir una encíclica sobre el uso y abuso del dinero.
La propuesta la hizo recientemente en Florencia monseñor Tarcisio 
Bertone,secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe al 
decir que"parece oportuno publicar una nueva encíclica sobre el tema 
de la usura y, en general, sobre el uso del dinero".
La última vez que un Papa se pronunció solemnemente sobre este 
argumento fue en 1745. Entonces Benedicto XIV publicó la encíclica 
"Vix Pervenit" en la que expuso la doctrina social de la Iglesia sobre el 
préstamo aplicado a la realidad económica de aquel entonces. 
Monseñor Bertone subrayó los aspectos más dramáticos de la usura, 
pero también mencionó el "problema del préstamo entre los Estados 
que acaba provocando el fenómeno de la deuda internacional".
_________________________________________________

3. DESARROLLO/JUSTICIA 
Tan sólo con un crecimiento adecuado de la economía se podrá 
conseguir el bienestar de la mayor parte -de la totalidad, incluso- de 
los ciudadanos. Y todos los hombres tienen derecho a ese mínimo 
bienestar que significa tener resueltas sus necesidades. Pero hace 
muchos años que el "desarrollo económico" se ha convertido casi en 
la única finalidad de los políticos, sin que el "reparto de la tarta" llegue 
a la mayor parte; especialmente a los más necesitados. El desarrollo 
económico, según nos dicen -y no hay razones para ponerlo en 
duda-, sigue un ritmo no sólo ascendente, sino mayor al de otras 
naciones de nuestro entorno. Todos hablan del éxito de la economía 
y parece que es verdad. Pero ¿crece a un ritmo humano, de tal 
suerte que sus beneficios lleguen en verdad a todos los españoles, y 
vaya rellenándose el abismo que separa a los que "lo tienen todo" 
_muy pocos, por cierto- de los que "no tienen nada"? Una de las 
razones que han esgrimido los sindicatos para oponerse al Gobierno 
ha sido precisamente ésta: la "dimensión social" del crecimiento no 
está en proporción a la realidad económica. Esto significa que el 
desarrollo económico favorece a unos pocos; precisamente a los que 
ya tienen más... Me ha llamado poderosamente la atención lo que ha 
publicado el Comité Económico y Social de la Comunidad Europea: 
"La diferencia entre pobres y ricos es mucho mayor en España que 
en la mayoría de los países de la Comunidad Europea".

TARANCON
Vida Nueva 1989/09